Que ninguno por ser joven vacile en filosofar, ni por llegar a la vejez se canse de filosofar. Pues no hay nadie demasiado prematuro ni demasiado retrasado en lo que concierne a la salud de su alma. El que dice que el tiempo de filosofar no le ha llegado o le ha pasado
ya, es semejante al que dice que todavía no ha llegado o que ya ha pasado el tiempo para la felicidad. Así que deben filosofar tanto el joven como el viejo; éste para que, en su vejez, rejuvenezca en los bienes por la alegría de lo vivido; aquél para que sea joven y viejo al mismo tiempo por su intrepidez frente al futuro. Es, pues, preciso que nos ejercitemos en aquello que produce la felicidad, si es cierto que, cuando la poseemos, lo tenemos todo y, cuando nos falta, lo hacemos todo por tenerla.
Practica y ejercita todos los principios que continuamente te he recomendado, teniendo en cuenta que son los elementos de la vida feliz. Antes de nada, considera a la divinidad como un ser incorruptible y dichoso - tal como lo suscribe la noción común de la divinidad - y no le atribuyas nada ajeno a la incorruptibilidad ni impropio de la dicha. Piensa de ella aquello que pueda mantener la dicha con la incorruptibilidad. Porque los dioses, desde luego, existen: el conocimiento que tenemos de ellos es, en efecto, evidente. Pero no son como los considera la gente, pues ésta no los mantiene conforme a la noción que tienen de ellos. No es impío el que desecha los dioses de la gente, sino quien atribuye a los dioses las
opiniones de la gente.
Pues no son prenociones, sino vanas presunciones los juicios de la gente sobre los dioses, de donde hacen derivar de los dioses los mayores daños y
beneficios. En efecto, familiarizados continuamente con sus propias virtudes, acogen a sus iguales, considerando extraño todo aquello que no les sea semejante.
Acostúmbrate a considerar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que todo bien y todo mal están en la sensación, y la muerte es pérdida de la sensación. Por ello, el recto conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros hace amable la mortalidad de la vida, no porque le añada un tiempo indefinido, sino porque suprime el anhelo de inmortalidad.
Nada hay terrible en la vida para quien está realmente persuadido de que tampoco se encuentra nada terrible en el no vivir. De manera que es un necio el que dice que teme la muerte, no porque haga sufrir al presentarse, sino
porque hace sufrir en su espera: en efecto, lo que no inquieta cuando se presenta es absurdo que nos haga sufrir en su espera. Así pues, el más estremecedor de los males, la muerte, no es nada para nosotros, ya que
mientras nosotros somos, la muerte no está presente y cuando la muerte está presente, entonces nosotros no somos. No existe, pues, ni para los vivos ni para los muertos, pues para
aquellos todavía no es, y éstos ya no son. Pero
la gente huye unas veces de la muerte como del mayor de los males, y la reclama otras veces como descanso de los males de su vida.
El sabio, en cambio, ni rechaza el vivir ni teme el no vivir; pues ni el vivir le parece un mal ni cree un mal el no vivir. Y así como de ninguna manera elige el alimento más abundante, sino el más agradable, así también goza del tiempo más agradable y no del más duradero. El que exhorta al joven a vivir bien y al viejo a morir bien, es un necio, no sólo por lo grato de la vida, sino porque el arte de vivir bien y el de morir bien es el mismo.Y mucho peor el que dice que es mejor no haber nacido, pero una vez nacido, atravesar cuanto antes las puertas del Hades.
Pues si lo dice convencido, ¿por qué no abandona la vida? A su alcance está el hacerlo, si es que lo ha meditado con firmeza. Y si bromea, es un necio en asuntos que no lo admiten.
Hemos de recordar que el futuro no es nuestro pero tampoco es enteramente no nuestro, para que no esperemos absolutamente que sea, ni desesperemos absolutamente de que sea.
Y hay que calcular que, de los deseos, unos son naturales y otros vanos. Y de los naturales, unos necesarios, otros sólo naturales. Y de los necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo, otros para la vida misma.
Una recta visión de estos deseos sabe, pues, referir a la salud del cuerpo y a la imperturbabilidad del alma toda elección o rechazo, pues ésta es la consumación de la vida feliz. En orden a esto lo hacemos
todo: para no sufrir ni sentir temor. Apenas lo hemos conseguido, toda tempestad del alma amaina, no teniendo el ser vivo que encaminarse a nada como a algo que le falte, ni a buscar ninguna otra cosa con la que completar el bien del alma y del cuerpo. Porque del placer tenemos necesidad cuando sufrimos por su ausencia, pero cuando no sufrimos ya no tenemos necesidad del placer y por esto decimos que el placer es principio y consumación de la vida feliz, porque lo hemos reconocido como bien primero y congénito,
a partir del cual comenzamos toda elección o rechazo y hacia el que llegamos juzgando todo bien con el sentimiento como regla. Y ya que éste es el bien primero e innato, por eso mismo no escogemos todos los placeres, sino que hay veces en que renunciamos a muchos placeres, cuando de ellos se sigue para nosotros una incomodidad mayor. Y a muchos dolores los consideramos preferibles a los placeres si, por soportar tales dolores durante mucho tiempo, nos sobreviene un placer
mayor. En efecto, todo placer, por tener naturaleza innata, es bueno, pero, sin duda, no todos son dignos de ser escogidos. De la misma forma, todo dolor es un mal, pero no todos deben evitarse siempre.
Conviene juzgar todas estas cosas con una justa medida a la vista de lo útil y lo inútil. Pues usamos algunas veces del bien como de un mal, y, al revés, del mal como de un bien.
También consideramos un gran bien a la autosuficiencia, no para que en toda ocasión usemos de pocas cosas, sino a fin de que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, sinceramente convencidos de que disfrutan más agradablemente de la abundancia, quienes menos necesidad tienen de ella, y de que todo lo natural es muy fácil de conseguir, y lo vano muy difícil de alcanzar. Los alimentos frugales proporcionan el mismo placer que una comida abundante, cuando alejan todo el dolor de la indigencia.
Pan y agua proporcionan el más elevado placer, cuando los lleva a la boca quien tiene necesidad. El acostumbrarse a las comidas sencillas y frugales es
saludable, hace al hombre resuelto en las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando ocasionalmente acudimos a una comida lujosa y nos hace intrépidos ante el azar.
Así, cuando decimos que el placer es fin, no hablamos de los placeres de los corruptos y de los que se encuentran en el goce, como piensan algunos que no nos conocen y no piensan igual, o nos interpretan mal, sino de no sufrir en el cuerpo ni ser perturbados en el alma.
Pues ni fiestas y banquetes continuos, ni el goce de muchachos y doncellas, ni de pescados y cuanto comporta una mesa lujosa engendran una vida placentera, sino un cálculo sobrio que averigüe las causas de toda elección y rechazo y que destierre las falsas creencias a partir de las cuales se apodera de las almas la mayor confusión. De todo esto, el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello, más preciosa incluso que la
filosofía
es la prudencia, de la que nacen todas las demás virtudes, enseñándonos que no es posible vivir placenteramente sin vivir
prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente, sin vivir placenteramente.
Pues las virtudes son connaturales al vivir feliz, y el vivir feliz es inseparable de éstas.
Porque, ¿a quién consideras mejor que a aquél que tiene sobre los dioses creencias piadosas y en relación a la muerte carece por completo de temor, que tiene presente el fin propio de la
naturaleza, que distingue que el
limite de los bienes es fácil de alcanzar y que el de los males tiene o poca duración o pocas penas, que se ríe del destino tomado por algunos como señor de todas las cosas, afirmando que unas cosas suceden por necesidad, otras por azar y otras por obra nuestra, porque ve que la necesidad es irresponsable, el azar inestable y lo que está en nuestras manos carece de dueño, y a quien, por tanto, corresponden naturalmente la censura y la alabanza?
Porque era mejor adherirse a los mitos sobre los dioses que ser esclavos del destino de los
físicos. Aquellos esbozan una esperanza de intercesión por medio del culto de los dioses, éste presenta una necesidad inexorable. Entendiendo el azar no como un dios, como lo considera la gente -porque nada carente de orden obra la divinidad-, ni como una causa insegura -pues no cree que a partir del azar les sean dados a los hombres el bien y el mal en orden a la vida feliz, pero sí que de él se procuran los principios de los grandes bienes y males-, considerando que es mejor ser desdichado con sensatez que afortunado con insensatez; es, por otra parte, mejor que en nuestras acciones el buen juicio sea coronado por la fortuna.
En estos pensamientos y los análogos a éstos ejercítate, pues, día y noche, sea para ti mismo, sea con alguno semejante a ti, y nunca -despierto ni dormido- serás turbado; vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se parece a un ser mortal el hombre que vive entre bienes inmortales.
Carta a Meneceo
1. El ser dichoso e incorruptible ni tiene él preocupaciones ni se las proporciona a otro, de suerte que no se ocupa de enojos ni agradecimientos. Pues todo ello se da en el débil.
ESCOLIO: En otros escritos dice que los dioses son visibles a la razón, apareciendo unos según su número, y otros en figura humana, por semejanza a partir del continuo flujo de imágenes semejantes convertidas en la misma.
2. La muerte no es nada para nosotros. Porque lo aniquilado es insensible y lo insensible no es nada para nosotros.
3. El límite de la grandeza de los placeres es la eliminación de todo sufrimiento. Donde haya placer, durante el tiempo que sea, no hay pesar ni sufrimiento ni la mezcla de ambos.
4. No se detiene el sufrimiento ininterrumpidamente en la carne, sino que el más agudo permanece el más breve tiempo, y el que sólo aleja el placer de la carne no perdura muchos días. Las enfermedades muy prolongadas ofrecen en la carne aún más placer que dolor.
5. No es posible vivir placenteramente sin vivir prudente, honesta y justamente, ni vivir prudente, honesta y justamente sin vivir placenteramente. A quien no alcanza
esto, no le es posible vivir
placenteramente
6. A fin de tener seguridad en relación a los hombres, sería un bien según naturaleza la existencia del poder y la realeza, a partir de los cuales sería tal vez posible obtenerla.
7. Algunos quisieron llegar a ser famosos y admirados, considerando que así conseguirían la seguridad en relación a los hombres. De suerte que, si la vida de
aquellos es segura, han conseguido el bien de la naturaleza. Pero si no es segura, no tienen aquello por lo que se esforzaron desde el principio según lo propio de la naturaleza.
8. Ningún placer es por sí mismo malo. Pero lo producido por ciertos placeres comporta muchas más perturbaciones que placeres.
9. Si se condensase cada placer y lo hiciera tanto en el tiempo como en relación a la totalidad o a las partes más importantes de nuestra naturaleza, entonces los placeres no diferirían unos de otros.
10. Si aquello que produce los placeres de los corruptos les desligara de los miedos de su pensamiento respecto a los fenómenos celestes, la muerte y el dolor, e incluso les
enseñara el límite de los deseos, nada tendríamos entonces que censurar a aquellos, colmados por todas partes de placeres y carentes absolutamente de sufrimiento y pesar, aquello que es precisamente el mal.
11. Si nada nos inquietaran las aprensiones ante los fenómenos celestes y ante la muerte -no fuera ella acaso algo para nosotros-, y también el no conocer los límites de los dolores y los deseos, no necesitaríamos de la investigación de la naturaleza.
12. No era posible disipar el temor acerca de las cosas supremas sin examinar cuál es la naturaleza del universo y sin abrigar alguna sospecha de las creencias sobre los mitos. De manera que sin la investigación de la
naturaleza no era posible conseguir placeres puros.
13. Ninguno sería el provecho de procurarse la seguridad entre los hombres, permaneciendo los recelos por las cosas de arriba, por las de debajo de la tierra y, en una palabra, por las del infinito.
14. Obtenida hasta cierto punto la seguridad frente a los hombres por un poder fuerte y una buena posición, surge la seguridad más radiante, derivada de la tranquilidad y del abandono de la multitud.
15. La riqueza conforme a la naturaleza está limitada y es muy fácil de conseguir. Lo que es conforme a las vanas opiniones cae al infinito.
16. Breves ataques lanza contra el sabio la fortuna, pues los mayores y más importantes bienes se los ha suministrado su razón y durante todo el tiempo de su vida se los suministra y se los suministrará.
17. El justo es totalmente imperturbable; el injusto está lleno de la mayor perturbación.
18. No crece en la carne el placer una vez alejado el dolor causado por la necesidad, sino que sólo se colorea. El límite del placer dispuesto por la mente lo engendra la investigación sobre estas mismas cosas y sus afines, que han causado al pensamiento los mayores temores.
19. El tiempo infinito y el limitado dan lugar a un placer igual, si uno mide los límites de éste con la razón.
20. La carne tiene los límites del placer por infinitos y un tiempo infinito lo proporciona. Pero la mente, que ha efectuado el cálculo de la finalidad y el límite de la carne y que ha disipado los temores acerca de la eternidad, proporciona la vida perfecta y no tenemos ya ninguna necesidad del tiempo infinito. Y no rechaza el placer ni, cuando las circunstancias disponen nuestra salida de la vida, acaba como si pasara por alto algo de la vida mejor.
21. Quien conoce exactamente los límites de la vida sabe qué fácil de conseguir es aquello que expulsa el dolor causado por la necesidad y hace perfecta la vida entera. De manera que para nada necesita de cosas que
acarrean pleitos.
22. Es preciso considerar el fin propuesto y toda la evidencia hacia la que elevamos nuestras opiniones. Si no, todo estaría lleno de desorden y turbación.
23. Si te opones a todas las sensaciones, no tendrás ni siquiera un principio al que referir aquellas que dices ser falsas.
24. Si rechazas completamente cualquier sensación y no distingues lo figurado en relación a lo que nos espera y lo ya presente en la sensación, los sentimientos y toda percepción representativa de la mente, confundirás
también las restantes sensaciones con la vana opinión, de manera que rechazarás todo criterio de juicio. Pero si tienes por seguro todo lo esperado en tus pensamientos opinables y lo que no tiene confirmación, no evitarás el engaño. Así que en todo juicio de lo verdadero o no verdadero estarás conservando una total ambigüedad.
25. Si en toda ocasión no refieres cada uno de tus hechos al fin de la naturaleza, sino que te desvías adoptando sea el rechazo sea la elección hacia cualquier otro, tus acciones no serán conformes con tus palabras.
26. Todos aquellos de los deseos que no conducen al dolor si no son saciados, no son necesarios; pero son un apetito fácil de disolver cuando parecen ser difíciles de obtener o causantes de daño.
27. De cuantos bienes nos proporciona la sabiduría para la felicidad de toda la vida, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.
28. El mismo conocimiento nos hace confiar en que nada terrible es eterno ni duradero y nos hace ver en extremo completa la seguridad de la amistad dentro de los mismos límites.
29. De los deseos unos son naturales y necesarios. Otros, naturales y no necesarios. Otros, ni naturales ni necesarios, sino nacidos de la vana opinión.
ESCOLIO: Epicuro considera naturales y necesarios a los que eliminan el dolor, como la bebida para la sed. Naturales y no necesarios a los que sólo colorean el placer, pero no alejan el sufrimiento, como los alimentos
refinados. Ni naturales ni necesarios, como las coronas o las ofrendas de estatuas.
30. En aquellos de los deseos naturales que no ocasionan dolor si no se sacian se da un intenso afán, nacen de una vana opinión y no se disuelven, no por su propia naturaleza, sino por la vanidad del hombre.
31. Lo justo según la naturaleza es una convención sobre lo que lleva a no hacerse daño unos a otros y a no ser dañado.
32. En relación a todos aquellos animales que no pudieron hacer pactos de no dañarse unos a otros ni ser dañados, nada fue justo ni injusto. Y de la misma manera también, de todos aquellos pueblos que no pudieron o no
quisieron hacer los pactos de no dañar ni ser dañados.
33. No es nada en sí misma la justicia, sino cierto pacto de no dañar ni ser dañado en las relaciones de unos con otros en distintas ocasiones y en un cierto tiempo.
34. La injusticia no es en si misma un mal a no ser en el temor por la sospecha de que no pasará desapercibida a los que están puestos para castigar tales acciones.
35. No le es posible a quien obra a escondidas contra alguno de los pactos establecidos entre unos y otros de no dañar ni ser dañado confiar en que pasará desapercibido, aunque diez mil veces haya pasado desapercibido hasta el presente. Es incierto si pasará desapercibido hasta el fin.
36. Según el derecho común, lo justo es lo mismo para todos, pues es algo útil en la relación de unos con otros. Pero según el particular de un país y de cada una de las ocasiones, no para todos resulta ser justo lo mismo.
37. De las leyes que son consideradas justas, aquella que es útil en las exigencias de la relación de unos con otros tiene el carácter de lo justo, tanto si es la misma para todos como si no. Si alguno establece una ley, pero no resulta de utilidad para la relación de unos y otros, ya no tiene ésta la naturaleza de lo justo, y si cambia lo útil en relación a lo justo, pero durante algún tiempo se ajusta a nuestra prenoción, en nada es menos justo durante aquel tiempo para quienes no se dejan confundir con vanas palabras, sino que miran simplemente a la realidad.
38. Cuando, sin resultar nuevas las circunstancias, es evidente que las leyes consideradas justas no se adaptan en los mismos hechos a nuestra prenoción, éstas no son justas. Cuando, resultando nuevas las circunstancias, ya no convienen las leyes consideradas justas, eran justas entonces, cuando convenían a la relación mutua de los conciudadanos; después, cuando no convienen, ya no son justas.
39. El que se ha formado de la mejor manera para no poner su confianza en las cosas de fuera, éste hace que todas las cosas posibles le sean familiares y que las no posibles no le sean al menos extrañas. Y con cuantas
cosas no le es posible ni siquiera esto, permanece al margen y se limita a aquello que le es útil hacer.
40. Aquellos que han tenido la capacidad de procurarse la mayor seguridad de sus vecinos, viven así entre ellos con la mayor felicidad, pues tienen la confianza más segura, y aun teniendo la más plena familiaridad no lloran
como digno de compasión el fin prematuro del que muere.
Máximas Capitales
Basándonos en estas premisas, tenemos la intención de instaurar un proceso de rehabilitación de la figura del filósofo.
Epicuro de Atenas no nació en Atenas, sino en Samos,en el año 341 antes de Cristo, bajo el signo de Acuario.Sin embargo, no podemos considerarlo como extranjero, sea porque era hijo de padres atenienses (Neocles y Oueréstrate eran del demos Gargeto, uno de los barrios más pupulares de Atenas), sea porque vivió hasta la mayoria de edad en una comunidad fundada exclusivamente por ciudadanos atenienses. En
efecto, once años antes de su nacimiento, dos mil desocupados, entre los que se contaban sus padres, fueron autorizados por el gobierno de Atenas a fundar una colonia en la isla
de Samos, después de haber expulsado de la misma a sus habitantes.
Epicuro era el segundo de cuatro hermanos. Su padre era maestro de escuela y se dice que se hacía acompañar por su hijo durante las lecciones. Aparte de las enseñanzas paternas, Epicuro comenzó a estudiar
filosofía cuando tenía apenas catorce anos, o tan sólo doce según algunos: y tuvo como maestro a Pánfilo, un platónico que residía en Samos. En un primer momento el muchacho se había inscrito en la escuela pública, pero al parecer sólo se quedó en ella pocos minutos. He aquí cómo nos relata
Sexto Empírico su primer día de clase:
-En un principio surgió el Caos - dijo el maestro a los alumnos.
-¿Y de dónde surgió? - preguntó Epicuro.
-Eso no lo podemos saber: es un punto reservado a los filósofos.
-¿Y entonces a qué vengo aquí a perder el tiempo? -replicó Epicuro-. Ahora mismo voy a ver a los filósofos.
A los dieciocho años fue llamado a Atenas para cumplir con la efebía, es decir el servicio militar: tendrá a su lado, como camarada en la mili, al comediógrafo Meandro. Nos encontramos en el ano 323: Jenócrates
enseña en la Academia y Aristóteles dispensa sabiduría y nociones en el Peripato. No debemos excluir que el soldado Epicuro haya hecho, de vez en cuando, una escapada para asistir a las lecciones de aquellos. "Xenocratem audire potuit", escribe Cicerón.
Curiosamente, sin embargo, el filósofo no quiso nunca admitir estas primeras experiencias
escolares: no sentia ningún aprecio por sus colegas, excepción hecha, tal vez, de Anaxágoras y Demócrito.
Entretanto, muere Alejandro Magno y los habitantes de Samos, gracias también al nuevo rey macedonio Perdicas, reconquistan la isla y arrojan al mar a los
atenienses y con ellos a los padres de Epicuro. El filósofo, algo preocupado por la suerte de sus familiares,sale en su busca y los encuentra en Colofón, donde funda, junto con sus hermanos Neocles, Queredemo y Aristóbulo, y con su esclavo Mis, el primer
núcleo epicúreo.
En ese período, en Teos, en las cercanías de Colofón, enseña filosofía un tal Nausífanes, seguidor de Demócrito. Epicuro, apasionado defensor del atomismo, decide ir a oírlo. Pero, como en el caso de Pánfilo y Jenócrates,
tampoco habrá ningún reconocimiento para Nausífanes: lo definirá como «un molusco, un iletrado y una puta». Vaya uno a saber por qué Epicuro, tan dulce y cortés con los humildes y las mujeres, se convertía en una
verdadera víbora con los intelectuales y, ante todo, con los platónicos y los aristotélicos: probablemente quería que se lo considerase un autodidacta y rechazaba cualquier relación de su pensamiento con el de los otros.
Siempre con sus hermanos y su esclavo, a los treinta y dos años se traslada a Mitilene y abre oficialmente la primera escuela epicúrea. Al comienzo las cosas no van para nada bien: las sectas platónicas son demasiado fuertes y demasiado politizadas como para poder soportar una escuela que aparta a los jóvenes de la religión y de la política. Pero Epicuro no se da por vencido: vuelve a probar fortuna en Lámpsaco y, después de cinco años en provincias, en el ano 306, desembarca en Atenas, donde se afirma definitivamente. Desde este momento el epicureísmo no conocerá ya fronteras: se difundirá por toda Grecia, Asia Menor, Egipto e Italia. Dice Diógenes Laercio: "Los amigos de Epicuro no se podían contar sino por ciudades enteras."
En Atenas Epicuro compra por ochenta minas una casa y un jardín en pleno campo, y será precisamente dicho jardín el que dé nombre a toda la escuela. Los epicúreos serán llamados
«Los del Jardín», aun cuando luego, en realidad, el jardín tuviera coles, nabos y pepinos en vez de flores.
Para una escuela basada en la amistad, el ingreso sólo podía ser libre. Frecuentaban el Jardín personas de todas las condiciones: hombres y muchachitos,
metécos y esclavos, notables atenienses y bellísimas heteras. La presencia de las mujeres provocó de inmediato un escándalo. Las malas lenguas se desencadenaron e hicieron correr la voz de que Epicuro y Metrodoro convivían con cinco heteras, Leoncio (Leoncita para el maestro), Mammario, Hedia, Heroncio y Nicidio, y que dormían, todos juntos, en una sola cama. Cicerón, en particular, define a la escuela como «un jardín de placer, donde los discípulos languidecían entre refinados goces»
Resulta en verdad extraño el destino de Epicuro. Los innumerables: rumores que circulaban referentes a él, en la antigüedad, eran tan calumniosos como absurdos. Una vez, un estoico, un tal Diótimo, escribió cincuenta
epístolas obscenas, firmándolas todas con el nombre de Epicuro, al solo efecto de hacerlo quedar mal. Posidonio, otro estoico, contó que incitaba a la
prostitución a su hermano menor. Teodoro, en el cuarto de sus libros Contra Epicuro, lo acusa de emborracharse junto con Temista, la mujer de Leonteo. Timón lo define como adulador del vientre». Timócrates escribe que vomitaba dos veces diarias para poder volver a comer. Plutarco, en un libro titulado
Non posse suaviter vivi secundum Epicurum, relata que llevaba un diario donde apuntaba cuántas veces había hecho el
amor y con quién.
Los epicúreos sufrieron verdaderas persecuciones de carácter religioso, sobre
todo por culpa de los estoicos que hacían lo imposible para indisponerlos con todo el mundo. En Mesenia los timucos, es decir las autoridades del lugar, dieron orden a los soldados de expulsar a todos los seguidores de Epicuro y purificar las casas de los mismos con
fuego. En Creta, unos pobres desdichados, acusados de profesar una filosofía afeminada y enemiga de los dioses, fueron condenados al exilio después de haber sido untados con miel y expuestos a la voracidad de moscas y mosquitos. En el caso de que alguno de ellos hubiera retrocedido, regresando a la
ciudad, lo habrían lanzado desde una roca vestido de mujer.
Lo que molestaba del epicureísmo era el desprecio que manifestaba por los políticos y la actitud
democrátìca para con los inferiores. Epicuro
practicaba la amistad en un mundo en que tal sentimiento sólo era concebible entre personas del mismo rango. Mientras Platón, en las Leyes, sugiere el modo mejor para someter a los esclavos (escogerlos de distintas nacionalidades para que no puedan comunicarse entre sí, usar el castigo corporal para que no olviden nunca que son esclavos), Epicuro los acoge con los brazos abiertos y les habla como un viejo amigo. Tres siglos después, también Jesús tendrá problemas por razones similares.
Epicuro murió de cálculos renales a los setenta y un años. He aquí la carta dirigida a un discípulo en donde nos describe su último día de vida:
"Epicuro a Hermarco, salud. Llega mi último día. Tan agudos son los dolores en la vejiga y en las vísceras, que ya no puede sufrirse más. Pero resulta proporcional a los mismos la alegría de mi espíritu al recordar nuestras doctrinas y las verdades que hemos descubierto. Te
recomiendo, como conviene a quien se ha mostrado siempre bondadoso conmigo y con la filosofía, que te cuides de los hijos de Metrodoro.
Hermipo cuenta que antes de morir quiso que lo pusieran en una tina de bronce, con agua caliente, donde se dedicó a beber vino y a charlar, hasta que le llegó la muerte.
Vida de Epicuro
Para unos ha sido el mejor, para otro el peor. Hay quien lo ha definido como un disoluto, ateo y mujeriego, y quien lo ha tenido por un santo y un profeta. Cicerón lo odiaba, Lucrecio lo
veneraba. El mismo vocablo "epicúreo" es desde siempre motivo de equívocos:
para el diccionario Nuovo Zingarelli es un hombre «que lleva una vida agitada y dedicada a los placeres», para
el Palazzi es «un sensual, un juerguista y uno dispuesto a gozar de la vida»; para nosotros, en cambio, que hemos leído sus escritos, es un moderado que por la noche come poco para no irse a la cama con el estómago
pesado. En una carta a uno de sus discípulos Epicuro escribe: «Mi cuerpo desborda de dulzura cuando vivo a pan y agua, y escupo sobre los placeres de la vida suntuosa, no por ellos mismos, quede claro, sino por las incomodidades que suponen.» En otra pide a un amigo: «Envíame una cazuelita de queso para que pueda, de cuando en cuando, refocilarme.»
«Cada manana la amistad recorre la tierra para despertar a los hombres, de modo que puedan hacerse felices recíprocamente.» Esta imagen poética de Epicuro nos lo dice todo sobre su pensamiento. En la amistad ve un medio de comunicación, una
ideología, que aun habiendo nacido de la utilidad, termina por identificarse con el placer y convertirse en el objetivo úlimo de la vida.
La tesis epicúrea es menos utópica que lo que se cree: en el siglo pasado el sociólogo alemán Fernindad Tönnies subdividió a las comunidades humanas en dos especies: las
primeras, basadas en la justicia ( Gesellschaft ), y las segundas en la amistad (
Gemeinschaft ).
Las comunidades Gesellschaft son de tipo horizontal: todos los ciudadanos tienen iguales derechos ante la Ley. El individuo no debe recurrir a parentescos o recomendaciones de amigos para obtener aquello que le hace falta: si su deseo es legítimo, nadie lo obligará a arrastrarse ante nadie. Un óptimo ejemplo de Gesellschaft es Inglaterra: desde la reina Isabel hasta el último de los lavaplatos del Soho, todos, aun cuando ocupen posiciones diversas, pueden jactarse de tener los mismos derechos ante la ley.
Las comunidades Gemeinschaft, en cambio, son piramidales: en ellas todas las relaciones están reguladas por las amistades. Se forman grupos de carácter familiar, corporativo, político, cultural, y cada clan está caracterizado por tener un jefe en el vértice de la pirámide, y entre el vértice y la base, una jerarquía intermedia. Se adelanta a fuerza de recomendaciones y
parentescos. El sur de Italia es el primer ejemplo de Gemeirzschaft que se me ocurre.
Explicada de esta forma, la Gemeinschaft parece una sociedad de tipo mafioso de la que se debe huir como de la peste. Examinémosla en cambio con espíritu
epicúreo y extraigamos una moral: quien vive en una comunidad basada en la amistad comprende de inmediato que, si quiere sobrevivir debe procurar hacerse la mayor cantidad de amigos que
pueda, y eso lo vuelve más sociable y más disponible en su trato con el prójimo; el ciudadano de la Gesellschaft, al contrario, seguro de sus derechos constitucionales, evitará los contactos con los demás y en poco tiempo se convertirá en un individuo extremadamente civil y desapegado». No olvidemos, por último, que
también Platón, en el
La Amistad
Dice Epicuro: De todos los bienes que nos ofrece la sabiduría, el más precioso es la amistad,
y ésta es la clave para comprender su filosofía. Es mejor una sociedad que confíe en la amistad que una que lo haga en la justicia. En este aspecto, el
Jardín, más que una escuela, era una base para misioneros. Para Epicuro, la amistad debía transmitirse de hombre a hombre casi por contagio, del tipo de la cadena de San Antonio.
Sustituyamos la palabra amor por la palabra amistad y tenemos en Epicuro a un precursor de San Francisco. Si el mensaje nunca ha sido recibido por las masas, se debe a que la amistad es un valor privado, y no como la justicia, que puede ser un valioso instrumento ideológico para la conquista del poder.
Presentación
Para Epicuro los deseos podían ser de tres tipos: naturales y
necesarios, naturales y no necesarios, no naturales y no necesarios.
Los placeres naturales y necesarios garantizan la vida: comer,
beber, dormir y cubrirse cuando hace frío. Quede claro, sin embargo, que hablamos del comer los suficiente, del beber cuando se siente sed y de llevar una vestimenta adecuada a la estación del año. Por ejemplo, no nos parecen admisibles en Nápoles los abrigos de piel.
Los placeres naturales y no necesarios son los que, aun cuando agradables para los sentidos, representan lo superfluo: como, por ejemplo, el comer mejor, el beber mejor, y así sucesivamente. Un buen plato de
pasta y judías es sin lugar a dudas un placer natural y no necesario. Si es posible procurárselo sin demasiado esfuerzo, bienvenido sea; de otro modo «gracias igual. Lo mismo sucede en el campo del arte o de los buenos
sentimientos. Epicuro sentencia: «Honremos lo bello y la virtud, y todo lo semejante, si nos producen placer; si no, adiós y hasta más ver.»
Los deseos no naturales y no necesarios son los provocados por la opinión. Tomemos el caso de un Rolex de oro: seguramente no es un bien necesario. Si nos causa placer poseerlo, ello se debe a que todos lo consideran un objeto de valor. Si experimentáramos verdaderamente placer al
contemplarlo, tendríamos que entusiasmarnos también por un Rolex falso. Hoy
la humanidad se siente más atraída por la firma que por la calidad del producto, y la firma, forzoso es admitirlo, no es natural ni necesaria.
¿Y con sexo cómo hacemos? Como natural, es natural, ¿pero es también necesario? Es decir, necesario prescindiendo de la procreación. Epicuro manifiesta dudas al respecto: "Si te complaces en los placeres de Venus, y no violas las leyes ni las buenas costumbres, y no dañas tu cuerpo adelgazándote, y no te arruinas, haz lo que te dé la gana, pero haz saber que es extremadamente difícil evitar todos estos inconvenientes. ¡Con
Venus, ya es ganar no perder nada!"
En resumen, la regla de la ética epicúrea es elemental: los placeres naturales y necesarios es preciso satisfacerlos siempre, ya que, de otra forma, peligra la supervivencia; los no naturales y no
necesarios, nunca,
porque son fuente de competición; los intermedios, después de haberse contestado a
esta pregunta: ¿Me conviene o no me conviene?»"
Para sintetizar lo que acabamos de decir, expongamos algunas reglas aureas
de Epicuro (una especie de manual Bon ton del Jardín):
-Si quieres enriquecer a Pitocles, no acrecientes sus posesiones, sino reduce sus deseos.
-Demos gran importancia a la frugalidad, no porque debamos vivir siempre entre estrecheces, sino para estar menos preocupados.
-Liberémonos de la cárcel de los negocios y de la política.
-Mejor dormir sin miedo en un camastro de hojas que inquieto en un lecho de oro.
-Ningún placer es un mal en sí, pero pueden serlo los medios para alcanzarlo, cuando producen más inquietudes que alegrías.
-No estropees el bien que tienes con el deseo de lo que no tienes.
Los Deseos
En la ética epicúrea se tiende siempre a alcanzar emociones medias: una buena comida, pero sin exageraciones; una relación amorosa, pero dentro de ciertos límites. Según Epicuro: «La excesiva quietud es desidia y la exagerada actividad es locura.» Pues bien, la amistad es, justamente, un sentimiento medio, a mitad de camino entre la indiferencia y el amor.
Para tener claro, en cambio, qué es el placer, el verdadero, basta con escuchar a nuestro cuerpo: «La carne grita: no quiero sufrir hambre, no quiero sufrir sed, no quiero sufrir frío. Quien considere haber alcanzado ya
estos objetivos, puede considerarse igual a Zeus en felicidad.
Todo esto es muy sabio; pero resulta difícil explicárselo a un muchacho de catorce años que quiere a toda costa la moto.
El Placer
En lo relativo al placer Epicuro solía decir: «El objetivo de la vida es el Placer, pero no el placer de los disolutos y de los juerguistas, sino el no sufrir, en lo referente al cuerpo, y el no perturbarse, en lo referente al
alma.» De esto deducimos que estar enamorado, dado que perturba al alma, no es un placer sino una especie de neurosis.
Para resolver todos nuestros problemas, Epicuro tiene preparado un medicamento: el cuadrifármaco
-No temer a los dioses.
-No temer a la muerte.
-Haz de saber que el placer está al alcance de todos.
-Haz de saber que el dolor, cuando dura, es soportable, y cuando es fuerte, es de breve duración; y recuerda que el sabio es feliz incluso en medio de los tormentos».
La Muerte
¿Por qué tener miedo a la la muerte », observa el filósofo.
Cuando estamos nosotros, no está la muerte y cuando está ella, no estamos
nosotros. Sí, agrego yo, pero están los que sobreviven a los seres queridos
y sufren como animales. Pero esto no le interesa a Epicuro: él, como siempre, quiere liberarnos de cualquier preocupación, presente y futura, incluso de la de la muerte. En realidad es como si dijera: «¿Qué ganas con preocuparte por la muerte? No puedes hacer nada; más vale vivir lo mejor posible y no pensar en eso: a menudo hace más daño el temor de morir que la muerte.» Animo, entonces; no pensemos en la muerte y cantemos todos a coro:
-Nada nace de la Nada. El Universo es infinito y está formado por los cuerpos y el vacío.
-La existencia de los cuerpos queda demostrada por los sentidos. La existencia del vacío queda demostrada por el movimiento: si no existiera el vacío, los cuerpos no sabían adónde ir cuando se mueven.
-El vacío no es un «no-ser» que no existe, sino un ser» que existe, aunque sea impalpable.
-Los cuerpos se dividen en compuestos y simples: estos últimos son los átomos y no son divisibles, como la palabra misma dice.
Demócrito había dicho que, «en el principio», los átomos caían todos de arriba hacia abajo, como una lluvia, hasta que un buen día, del choque de dos de ellos, nació una serie de otros choques, de rebotes y uniones, que finalmente dio origen al mundo y a los cuerpos compuestos. Pero la teoría ofrecía un punto débil a la critica: si las trayectorias de los átomos eran
todas paralelas, ¿cómo habían podido chocar una vez? A lo sumo, decían los opositores del sistema, se habrían podido taponar unos a otros.
A estos con el mayor descaro, responde:
Varios átomos, durante la caída, se desviaron un poco y entraron así en colisión unos con otros.» «¿Y por qué se desviaron un poco?», preguntamos entonces nosotros. Él no responde. Digamos, pues, la verdad: esta desviación de los átomos, conocida también como
teoría del clinamen es un remiendo vistoso que no convence a nadie. Sin embargo, nos damos cuenta de que para Epicuro debía de ser muy importante: por una parte le permitía salvar con un corner» la explicación materialista del Universo, y por la otra introducía el concepto de «libre albedrío», es decir la posibilidad de alejarse de una
visión demasiado mecánica y fatalista del mundo. Desde entonces, por tanto, nada de Zeus, Demiurgos y Motores Inmóviles ante quienes inclinarse, pero tampoco Destino y Necesidad con las suertes ya
escritas. Lo más raro es que Epicuro, después de haberse tomado un trabajo enorme por liberarse de lo trascendente, afirma de golpe la existencia de los dioses. Parece increíble, pero así es: agrega sólo que viven por
su cuenta y no se ocupan de nosotros.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿qué necesidad había de sacar a relucir a los dioses en un Universo ya tan bien explicado como el de Demócrito? La única hipótesis posible es que Epicuro tuvo que hacer estas concesiones para vivir en paz y evitar el acostumbrado proceso por impiedad. Parece
que, interrogado al respecto, respondió: «Queridos amigos, si en todas partes del mundo se cree en los dioses, ¿qué queréis que os diga? Los dioses tendrán que existir de alguna forma, ¿o no? En todo caso, lo importante es no imaginarlos como se los imagina el vulgo.»
Examinemos ahora cómo se había formado el Universo, según Epicuro: los átomos, moviéndose al azar y a altísima velocidad, habían terminado por agruparse en diversos puntos y por crear
así infinitos mundos,
distanciados los unos de los otros por espacios inmensos llamados
intermundos. En cada una de estas concentraciones, los átomos más pesados se habían colocado en el centro, generando la tierra, y los más livianos
habían sido expulsados hacia el exterior, dando origen al cielo. Algunos átomos pesados, por último, a causa de la excesiva presión, se habían transformado en agua.
Física
La física de Epicuro no presenta caracteres de originalidad que la hagan inconfundible: en ella el filósofo sigue las huellas de los atomistas, y termina presentándonos un Universo que es casi la fotocopia del Universo
de Demócrito. Una vez advertido esto, pasemos a detallar sus puntos principales:
Suo cimitero da questa parte hanno
con Epicuro tutti i suoi seguaci,
che l'anima col corpo morta fanno.
Sobre las sensaciones, Epicuro, pensaba que los cuerpos emanan imágenes o simulacros (éidola), que después de haber vagado por el espacio hieren nuestros sentidos y nuestro
pensamiento: algo así como lo que producen las ondas televisivas que atraviesan el éter para ofrecer los
éidola de Mike Bongiorno a todos los italianos.
Psicología
Según Epicuro, el alma debia estar compuesta de átomos.
Obviamente se trataba de átomos de primera calidad: ígneos, aeriformes y ventosos para el alma irracional, y de extrema delgadez para la
racional. En verdad, en esta última definición, Epicuro nos parece quedarse algo corto en adjetivos: evidentemente no sabe ya cómo describir la impalpabilidad y sale del paso hablando de extrema delgadez. Resulta casi inútil precisar que, en cuanto materia, el alma es mortal y se disuelve junto con el cuerpo.
Dante Alighieri lo tiene en cuenta y castiga a Epicuro, arrojándolo al infierno, en la zona reservada a los herejes.
LOS DEL JARDÍN
El epicureísmo alcanzó una óptima difusión en
el mundo griego y latino: durante cinco siglos se esparció un poco por todas
partes. Surgieron Jardines epicúreos en Grecia, en Asia Mneor, en Egipto, y
obviamente en Italia. Entre los discípulos griegos recordaremos a Metrodoro y
Polieno de Lámpsaco, muertos antes que Epicuro, después a Hermarco de Mitilene,
su sucesor en la conducción de la escuela; y por último a todos los demás:
Leonteo con su mujer Temista, Colotes, Idomeneo, Dionisio, Protarco, Polístrato,
Basílides, Apolodoro, apodado el tirano del Jardín, Hipóclides, Zenón de
Sidón, etcetera.
Entre los más empedernidos seguidores de Epicuro debemos recordar a un tal
Diógenes de Enoanda, un rico señor del siglo II d.C., que eligió un medio
verdaderamente insólito para transmitir las enseñanzas del maestro: compró una
colina cerca de su tierra y, en un claro que remataba la cima, construyó una
galería rectangular. Después de esto, en el frontón de los pórticos hizo
esculpir una inscripción de más de cien metro que resumía el pensamiento de
Epicuro. En resumen no un libro, sino un monumento entero para difundir la nueva
doctrina. El maxiepígrafe comenzaba aproximadamente de este modo:
ME ENCUENTRO EN EL OCASO DE LA VIDA Y NO QUIERO IRME DE ELLA SIN HABER ANTES ELEVADO UN HIMNO A EPICURO POR LA FELICIDAD QUE ME HA DADO CON SUS ENSEÑANZAS DESEO TRANSMITIR A LA POSTERIDAD ESTE CONCEPTO: LAS VARIAS DIVISIONES DE LA TIERRA DAN A CADA PUEBLO UNA PATRIA DISTINTA. PERO EL MUNDO HABITADO OFRECE A TODOS LOS HOMBRES CAPACES DE AMISTAD UNA SOLA CASA COMÚN: LA TIERRA.
Esta inscripción fue descubierta por casualidad
1884 por dos arqueólogos franceses y representa el más bello mensaje
internacionalista que nos ha transmitida el mundo antiguo.
Entre los epicúreos griegos del siglo I a.C. recordamos a Filódemo de Gádara,
que, a nuestro parecer constituye el eslabón de unión entre el epicureísmo y la napolitanidad. El filósofo fundó una
sucursal del Jardín en Herculano, a pocos iklónletros de Nápoles, y t( davía
hoy, en la Villa de Calpurnio Pisón, vuelven a 1 luz papiros con sus máximas.
Filodemo enseñaba y e: cribía en griego, por lo que sólo podía ser
comprendió por un restringido círculo de intelectuales. A continuación
presentamos dos de sus textos más significativos:«¿Qué es lo que más destruye la amistad sobre 1atierra?
El oficio de la política. Observad la envidia que >experimentan
los políticos ante quienes intentan sobresalir, la rivalidad que forzosamente
nace entre los competidores, la lucha por la conquista de¡ poder y la de-
liberada organización de guerras, que sacuden no sólo al individuo sino a
poblaciones enteras.»"«Los filósofos de nuestra escuela sienten
por la justicia, por la bondad, la belleza y las virtudes en general, las
mismas inclinaciones que los hombres comunes, pero, a diferencia de éstos,
nuestros ideales no se fundan en bases emotivas, sino en bases meditadas.»'
El primer intento de difundir el epicureísmo
en Roma fracasó estrepitosamente: en 155 a.C. llegaron de Grecia dos seguidores
del Jardín, unos tales Alceo y Filisco, y fueron expulsados de mal modo en
cuanto abrieron la boca. El hecho no debe sorprendernos demasiado: los antiguos
romanos, en aquella época, eran en su mayoría jóvenes sanos y robustos, pero
no tenían una tradición cultural que les consintiera apreciar los matices de
la filosofía griega. Explicar a un civis romanos del siglo II
a.C. qué
era el ser, es como hacer entender hoy a Rambo qué es el budismo Zen.
Sin embargo, insistiendo una y otra vez, el epicureísmo consiguió desembarcar
también en Italia: alrededor del 50 a.C. algunos estudiosos de nombres
extraños, Amafinio, Rabirlo, Catio y Safeio, tradujeron las máximas epicúreas
en lengua latina y obtuvieron un gran éxito editorial. A ellos se agregaron,
con la fascinación de sus versos, los poetas Lucrecio y Horacio. Este
último, en las Epístolas, confesó cándidamente ser un Epicuri de
grege porcus, un cerdo de la piara de Epi- curo, contribuyendo en no poca
medida al equívoco del que hablábamos antes."
No se ha salvado ninguno de los textos de los pri- meros traductores, pero por
Cicerón sabemos que se trataba de verdaderos best - sellers. «Cuando
aparecieron los libros de Amafinio - escribe Cicerón - la gente quedó
impresionada. Yo. personalmente, me he negado siempre a leerlos, porque, desde
el momento mismo en que habían invadido Italia, comprendí que no podían ser
obras de cultura.» No hay por qué asombrarse: aún hoy muchos críticos
piensan como Cicerón. A la pregunta. «¿Has leído a Z?», a menudo responden:
«No, ¡y no me gusta!» Por otra parte, pongámonos en su lugar: si son
personas verdaderamente buenas en su oficio, se encuentran hasta tal punto
atareadas que no encuentran tiempo para leer, y, como mucho, pueden permitirse
sólo una rápida hojeada aquí y allá. Así pues, un juicio sumario, incluso
acaso por lo que se ha oído decir, es mejor que el riesgo de perder el tiempo
con un libro que pueda resultar pura basura. De cuando en cuando alguno lo
admite sin pudor. En Inglaterra hubo un crítico que cierta vez declaró: «No
leo nunca un libro antes de reseñarlo, para no dejarme influir.»
La importancia del De rerum natura es enorme: en realidad, es la única obra que expone de modo completo la teoría atomística de Epicuro. Alguien podría preguntarse si es posible explicar una filosofía en versos. Lo es: basta con usar como términos de comparación los innumerables ejemplos que ofrece la naturaleza. Así es como Lucrecio explica el movimiento de los átomos, incluso en aquellos cuerpos que aparentemente parecen estáticos: un rebaño, visto de lejos, desde la cima de un monte, parece una mancha blanca inmóvil; visto de cerca, en cambio, pace pastos alegres por dondequiera que la hierba lo invita, resplandeciente de rocío, y corren los corderos saciados de plácidos juegos. Es cierto que en latín la fascinación de su estilo es mayor: no hay relación posible entre «visto de lejos parece una maraña confusa» y «longe confusa videntur»; de todos modos, sea latín o la lengua moderna que sea, es siempre agradable ver a poesía y filosofía caminar del brazo como dos antiguas compañeras de escuela.
A veces Lucrecio nos deja un tanto perplejos. Así da comienzo el segundo libro del De rerum natura:
y uno piensa: «¡Qué capaz es Lucrecio, qué sensibilidad poética!»
Después lee:
¡¿Pero cómo: es bello asistir a un naufragio?! No, Lucrecio no es un sádico. Habla así para hacernos comprender que en la vida siempre es preciso mirar a los que están peor que nosotros, para apreciar mejor los bienes que ya poseemos. Y en aquellos tiempos se veían muchísimas atrocidades: es suficiente recordar la guerra civil y la insurrección a cuyo frente se puso Espartaco, que terminó con el espectáculo final de seis mil esclavos crucificados a lo largo de la Vía Apia.
Pese a su sabiduría, Lucrecio acabó mal sus días: una mujer perversa, improba foemina, lo indujo a beber un filtro amoroso, debido al cual, enloquecido de
celos, se suicidó; cuando sólo contaba cuarenta y cuatro años,
arrojándose sobre una espada. Epicuro no lo habría justificado.
El Epicureismo
Pero hay textos, como los de Epicuro, que no presentan la complicada y masiva estructura de otros clásicos, como Aristóteles, Kant, Hegel, Husserl, por ejemplo. La Carta a Meneceo, los escuetos aforismos de las Máximas capitales, e incluso la Carta a Herodoto, que utiliza una buena parte de la
terminología atomista, no ofrecen estas dificultades intra - textuales, que caracterizan a las obras de los filósofos anteriormente citados, y que constituyen un continuo reto a sus intérpretes. Tal vez se debe al hecho de que, hasta el presente, poseemos escasos restos de la obra epicúrea: pero, de todas formas, el mensaje fluye en un lenguaje inmediato, bajo la apariencia de exhortaciones personales, para cuya exacta interpretación tenemos que recurrir a otros principios metodológicos que aquellos que necesitamos para el análisis de las obras de otros autores. La filosofía de
Epicuro parece consistir en un esfuerzo por establecer una nueva forma de diálogo y de inteligencia sobre el sentido de la vida y de la felicidad. Concebida como una teoría del hombre y su destino en el mundo. Fruto de esta perspectiva metodológica debieron ser probablemente las Máximas Capitales, que Diógenes Laercio nos
transmite. La literatura de las máximas implica una especial concepción del "uso" del lenguaje y de la filosofía.
Estos ajustados consejos, no dialogan ya con su posible interlocutor, no le preguntan, sino que responden indistintamente a un impreciso interlocutor que parece
reclamar, en esa máxima, la ayuda a unas determinadas necesidades personales,
la orientación en el camino de las decisiones individuales, de aquellas que nos llevan a la felicidad. No hay en la filosofía griega un planteamiento semejante. Los fragmentos de Heráclito, que por su estructura formal podrían parecerse a las Máximas de Epicuro, no fueron pensadas como máximas. Su carácter fragmentario se debe fundamentalmente a su procedencia como citas de autores posteriores y, por las referencias que poseemos, parece ser que formaban parte de un escrito unitario.
Presentación
De todas formas, aunque en la tradición literaria griega hay ejemplos de apotegmas y «máximas» en las que se sintetizaba una cierta experiencia popular, una
sabiduría cotidiana, la prosa de los aforismos de Epicuro tiene distinto origen. Después de los diálogos de Platón o de los "tratados" Aristotélicos, Epicuro presenta, al menos en los escritos que nos transmite Diógenes Laercio, una peculiar idea de la "comunicación" intelectual. Se trata de "hacerse entender". Los resúmenes de obras más amplias, como son las tres cartas, insisten en el
carácter de escritos para ser «asimilados» y convertidos a través de la memorización, en guías de conducta, en módulos de comportamiento que ayuden a conseguir lo que constituye el principio esencial de todo
saber, la tranquilidad de ánimo, la vida feliz.
Pero además, las Máximas tienen un peculiar carácter privado. Hablan a un individuo solitario, separado del ámbito colectivo o al menos del ámbito político. Ese individuo, desarraigado, de los complejos ideales de una polis, apenas ya existente, necesita la instalación de un nuevo espacio real o al menos, ideológico. Desorientado en una polis que ha perdido su capacidad de conexión entre los individuos de una comunidad, que no ofrece suficientes
estímulos colectivos, que no da sentido político al quehacer del ciudadano, la doctrina de Epicuro tiene que presentarse no como el monocorde tratado que habla de una comunidad de
elite; ni como aquellos diálogos en los que aparecía el individuo engarzado en el espacio de un lenguaje compartido y discutido desde situaciones comunes, desde idénticos proyectos. La
máxima introduce en el reducto de la individualidad el núcleo de una solidaridad teórica, no fundada en supuestos ideales,
«pedagógicos», para construir una polis perfecta.
(LLEDO, E.: El Epicureismo..Montesinos, págs. 43-45, Barcelona. 1984.)
Cuando la vida humana yacía vergonzosamente en tierra a la vista de todos, oprimida por el peso de la religión, que desde las regiones del cielo asomaba su cabeza, amenazando desde lo alto a los mortales con su horrible aspecto, fue un griego el primer mortal que se atrevió a elevar contra ella sus ojos y el primero en enfrentarse a ella.Al cual no le detuvo ni cuanto se dice de los dioses ni los rayos ni el cielo en su amenazante rugido,sino, que más aún, estimula el vivo valor de su ánimo para desear hacer saltar el primero los apretados cerrojos de las puertas de la naturaleza. Y así la vívida fuerza de su ánimo venció y avanzó lejos, más allá de los llameantes muros del mundo, y recorrió con su mente y su ánimo el Todo inmenso,de donde, vencedor, nos trae lo que puede y lo que no puede nacer, en qué medida, por fin, tiene cada cosa limitado su poder y fijado profundamente el mojón. Por lo que la religión es aplastada de nuevo por nuestros pies y la victoria nos iguala al cielo.
(LUCRECIO: De rerum natura. I. 62-79.)
ELOGIO DE EPICURO