Ciertamente, ahora necesitamos diferenciar
conceptualmente tres géneros: lo que deviene, aquello en lo que deviene y
aquello a través de cuya imitación nace lo que deviene. Y también se puede
asemejar el recipiente a la madre, aquello que se imita, al padre, y la
naturaleza intermedia, al hijo, y pensar que, de manera similar, cuando un
relieve ha de ser de una gran variedad, el material en que se va a realizar el
grabado estaría bien preparado sólo si careciera de todas aquellas formas que
ha de recibir de algún lugar. Si fuera semejante a algo de lo que entra en él,
al recibir lo contrario o lo que no está en absoluto relacionado con eso, lo
imitaría mal porque manifestaría, además, su propio aspecto. Por tanto, es
necesario que se encuentre exento de todas las formas lo que ha de tomar todas
las especies en sí mismo. Como sucede en primera instancia con los óleos
perfumados artificialmente, se hace que los líquidos que han de recibir los
perfumes sean lo más inodoros posible. Los que intentan imprimir figuras en algún
material blando no permiten en absoluto que haya ninguna figura, sino que lo
aplanan primero y lo dejan completamente liso. Igualmente corresponde que lo que
va a recibir a menudo y bien en toda su extensión imitaciones de los seres
eternos carezca por naturaleza de toda forma. Por tanto, concluyamos que la
madre y receptáculo de lo visible devenido y completamente sensible no es ni la
tierra, ni el aire, ni el fuego ni el agua, ni cuanto nace de éstos ni aquello
de lo que éstos nacen. Si afirmamos, contrariamente, que es una cierta especie
invisible, amorfa, que admite todo y que participa de, la manera más paradójica
y difícil de comprender de lo inteligible, no nos equivocaremos.
Platón.
Timeo