EL ESTOICISMO ANTIGUO
ZENON DE CITIO
(Según Lucrecio de Crescenzo)
Para comprender bien al estoicismo
es necesario compararlo continuamente con el epicureísmo, casi como si una
doctrina se encontrara en contraposición con la otra. Lo bueno del caso es que
las dos escuelas se proponían alcanzar los mismos resultados: vivir con
sabiduría. La única diferencia era que para los epicúreos esta sabiduría
se identificaba con el pIacer y para los
estoicos con el deber. Eso es todo.
Hay que decir de inmediato una cosa: mientras las enseñanzas de Epicuro
permanecieron prácticamente sin alterar durante siglos, las de los estoicos
cambiaron hasta tal punto que hace difícil parangonar a los primeros estoicos,
los del siglo III a.C., con los últimos, los estoicos romanos de los siglos I y
II d.C. Así pues, conviene distinguir tres períodos:
- - Los estoicos antiguos: Zenón, Cleantes y Crisipo.
- - El estoicismo medio: Panecio y Posidonio.
- - Los neoestoicos, o estoicos romanos: Séneca, Epicteto y Marco Aurelio.
El primer estoico
de nuestra historia se llamaba Zenón: había nacido en Citio, en la isla de
Chipre, en el 333 o 332 a.C. y era de raza semítica. Por lo que cuenta Diógenes
Laercio, no debía de ser de muy buena apariencia: delicado de constitución, el
cuello algo torcido, las piernas gruesas, el color de la piel aceitunado, tenía
todas las razones para no sentirse agradecido a la naturaleza y aborrecer una
vida despreocupada. Su padre, Mnaseas, se ocupaba de importaciones -
exportaciones entre las costas opuestas de Asia y Grecia y cada vez que pasaba
por Atenas intentaba conseguir algún libro de filosofía para su hijo. Entre
otras cosas parece que, de joven, Zenón fue a consultar a un oráculo y que a
su pregunta « ¿Adónde debo ir? » la divinidad respondió: «¡Entre los
muertos! » Ahora bien, excluyendo que un oráculo pueda haberío mandado a que
lo mataran, el mensaje fue interpretado como una invitación a dedicarse a la
lectura de los filósofos muertos, o sea los clásicos. Tuvo como maestros a los
platónicos Jenócrates y Polemón y al socrático Estilpón, pero quien más
que nadie influyó en él fue el cínico Crates. Obviamente, vale la pena
relatar el encuentro.
Zenón acababa de desembarcar en Atenas tras un naufragio. Transportaba púrpura
de Fenicia y el barco había encallado cerca del Pireo. El filósofo aquel día
se sentiría seguramente aniquilado. No le gustaba el oficio de su padre, tenía
treinta años y pensaba que estaba destinado a un tipo de vida absolutamente
distinto. Cansado moral y físicamente, fue a descansar a una librería, donde
se puso a hojear los Comentarios de Jenofonte. Desde las primeras páginas
quedó fascinado por la figura de Sócrates. Leyó cada vez con más ansiedad
hasta que en un determinado momento no pudo menos que exclamar: «¡Cómo me
gustaría conocer a un hombre de esta clase!» Y el librero, indicándole a un
anciano que en aquel momento pasaba delante de su tienda, le dijo: «Sigue a ése.»
Era Crates.
Para ser un buen cínico es necesario tener una buena dosis de desvergüenza y
Zenón era demasiado formal para tenerla. En vano trató Crates de impulsarlo
para que se hiciera más independiente del juicio del prójimo. Un día, le puso
en la mano una olla de barro cocido, llena de lentejas, y le pidió que la
llevara a través del Cerámico. El «fenicio» (así lo llamaba Crates) se negó
a hacerlo, diciendo que no le parecía tarea de un filósofo, sino de un
esclavo; ante esto, Crates, con un bastonazo hizo pedazos la olla entre las
manos de Zenón, y todas las lentejas fueron a parar sobre su túnica. El
encuentro con Crates fue, en todo caso, decisivo. Zenón, recordando aquel día,
solía decir.- «Hice un pésimo viaje de mar y un óptimo naufragio. Después
de haber sido alumno de Crates y de otros unos cuantos años, se independizó
y
empezó a dar lecciones en el Pórtico Pintado de Polignoto, el mismo en donde
algunos años antes los Treinta Tiranos habían ajusticiado a mil cuatrocientos
atenienses. Ahora bien, como en griego pórtico se dice Stoa, sus alumnos desde
entonces fueron llamados estoicos, o, si se prefiere, los del Pórtico.
Debemos recordar la conducta de Zenón, seria e irreprochable: ¡evitaba
incluso flirtear con los jovencitos! Una o dos prostitutas en toda su vida, lo
suficiente para verificar su normalidad. Una noche, cuando una bellísima
flautista se le presentó desnuda en el dormitorio, la desvió cortésmente al
lecho del más joven de sus alumnos, un tal Perseo. En verdad, era áspero,
desconfiado y tacaño. Conviene no excluir la hipótesis de que desviara a la
flautista sólo por el temor de tener que pagarle.
Como quiera que fuese, los atenienses lo admiraron tanto que le entregaron las
llaves de la ciudad, le ciñeron la cabeza con una corona de oro y le erigieron,
después de su muerte, una estatua de bronce. También fue muy apreciado por el
rey macedónico Antígono, que, cada vez que visitaba Atenas, no dejaba de
asistir jamás a sus lecciones. Entre Antígono y Zenón hubo un nutrido
intercambio de correspondencia: el rey lo invitaba a
su corte y el filósofo rechazaba la invitación con la excusa de que era
demasiado viejo. La realidad era que Zenón odiaba las fiestas, la mundanalidad
y cualquier tipo de reunión. En las largas mesas de los convites acostumbraba a
sentarse aparte, ya que decía: «Así, al menos de un lado puedo sentirme solo.»
Como muchos filósofos, cultivaba el placer de la réplica
ingeniosa. Una vez
sorprendió a un esclavo mientras robaba. Le desnudó la espalda y empezó a
golpearlo con su bastón. El desdichado entretanto imploraba piedad:
-No es culpa mía, amo; estaba escrito en el destino que debía robar.
-Sí, ya lo sé -le respondió Zenón-, pero también estaba escrito que debías
ser castigado a bastonazos.
Un día le dijo a un alumno que no paraba de hablar: -Tenemos dos orejas y una
sola boca, justamente porque
debemos escuchar más y hablar menos.
Murió a los setenta y dos años, sin haber estado nunca enfermo, debido a una
banal caída que sufrió al salir de la escuela: tropezó en las escaleras del Pórtico.
Mientras caía, tuvo tiempo para decir: «Ya vengo, puesto que me llamas», y
expiró.
Tuvo muchísimos alumnos. El cómico Filemón, hablando de Zenón, comentaba:
«¡Qué extraña filosofía es ésta, en la que hay un maestro que enseña a
tener hambre y tantos discípulos lo oyen extasiados! ¡Yo, como muerto de
hambre, soy autodidacta!»' Entre esos discípulos recordemos el ya nombrado
Perseo, también procedente de Citio; Aristón, apodado «Sirena», inventor de
la «teoría de la indiferencia»; Erilo de Calcedonia, Dionisio el Renegado, y
los escolarcas, sus sucesores, Cleantes y Crisipo.
Murió
a los
setenta y tres años por haber reído demasiado: un día, un asno que tenía en
su casa se comió una cesta de higos, ante lo cual él dio orden a sus esclavos
de que le sirvieran también vino. Cuando vio al asno trastabillando por el
patio, rió tanto que cayó fulminado al suelo.
Los estoicos
gustaban de decir que la filosofía podía ser comparada a un huerto, donde el
muro que lo rodeaba era la lógica, los árboles la física y los frutos la ética.
Ahora, para verificar esta similitud, veamos si, manteniéndonos dentro de los
confines de la lógica, y subiéndonos a las ramas de la física, podemos
llegar a coger los frutos de la ética.
También para Zenón, como
para Epicuro, el mundo está totalmente hecho de materia, comprendidos Dios y el
alma. La materia que forma a Dios es obviamente de primera calidad, un eterno, y
la del alma un soplo cálido no muy bien precisado (pnéuma). La diferencia
sustancial entre las dos cosmologías reside en el hecho de que el Dios estoico
no es externo al Universo, sino que coincide con él. «Los discípulos de Zenón
sostienen de común acuerdo que Dios penetra toda la realidad y que es ya
inteligencia, ya alma, ya naturaleza.»' Así pues, los estoicos son los
primeros verdaderos panteístas de la historia del pensamiento
occidental.
La consecuencia más
inmediata de este modo de pensar es el rechazo del Azar, que tan caro era a Epi
curo, y el creer en una Naturaleza Inteligente que sabe adónde quiere
llegar. No hay nada casual en ella: algunos animales viven para ser comidos,
otros para darnos ejemplo de valor. Hasta las chinches tienen una utilidad
que les es característica: nos
despiertan temprano por la mañana para impedirnos estar demasiado en la cama En
cada aspecto de la naturaleza hay una fuerza que tiende al Bien como finalidad.
Zenón llama a esta fuerza animadora logos spermatikós. Pero hay que
andar con cuidado y no confundir el logos de Zenón con el de Heráclito
o con el Nous de Anaxágoras: aquí no se trata de una Mente que piensa sólo
en sus asuntos, sino de un verdadero impulso a actuar. Como si el logos pudiese
decir a los hombres: «Chicos, por favor, ¡manos a la obra! Desde ahora vuestro
lema no es ya 'el ser es', sino el ser debe ser', y quien no obedezca,
peor para él.» Parece que Zenón fue incluso el inventor de la palabra griega kathékon
que quiere decir «deber».
Para los estoicos los principios son dos: el pasivo y el activo, lo que
sufre el efecto de alguna acción y lo que obra. Lo que sufre es sólo la
materia despojada de cualidades, lo que obra es Dios, o, si se prefiere, la razón
que penetra en la materia. En el
comienzo de los tiempos existía sólo Dios, que, siendo un fuego eterno, ha
existido siempre y siempre existirá; luego, sucesivamente, fueron generados el
aire, el agua y la tierra. En cada fase Dios, en virtud de la «mezcla total de
los cuerpos», se unió con los otros elementos. Esta unión perfecta, entre
Dios y la materia, es consentida por la divisibilidad de los cuerpos al
infinito. Todo acabará un día a causa de una gigantesca conflagración, salvo
Dios, que dará inicio a otro ciclo.
Como resulta fácil constatar, no existe una sola cosa que le parezca bien a
Epicuro y también le agrade a Zenón. Para el primero, la materia no es
divisible al infinito, para el segundo sí. Uno sigue a Demócrito, el otro a
Heráclito. Uno dice que todo es casual y el otro cree en un proyecto con una
finalidad. Los epicúreos hablan de infinitos mundos y los estoicos de un
mundo solo y finito. Los primeros aceptan la idea del vacío, los
segundos la niegan. Zeus queda afuera; no, Zeus está adentro. Parecería como
si el pensamiento estoico hubiera nacido adrede para fastidiar a Epicuro.
El segundo hecho extraño es cómo una filosofía, que nace
materialista, puede convertirse, en un determinado momento, en un movimiento
religioso de alto contenido moral: en el Himno a Zeus del estoico
Cleantes hallamos muchos puntos de contacto con el Padrenuestro cristiano.
Éste es su comienzo:
Oh glorioso más que cualquier otra cosa, oh sumo poder eterno, Dios de muchos nombres, Zeus, guía y señor de la Naturaleza, tú que con la Ley riges el universo, salud.
Más adelante, hay también un «A ti obedece el admirable universo, y cumple la voluntad de tu orden», que recuerda muchísimo a nuestro «hágase Tu Voluntad».
«Entre el placer
y el dolor lo que único que que importa es la virtud.» Esta es, en dos
palabras, la ética de Zenón. Como si dijéramos: entre que a uno le duelan los
dientes y hacer el amor con Kim Basinger, en teoría, uno no debería ni tan sólo
percatarse de la diferencia, o, al menos, prestarle apenas atención.
El Bien y el Mal sólo guardan relación con el espíritu; en cambio, todas las
demás cosas tienen relación con el cuerpo y son moralmente indiferentes, ya
sean las positivas (vida, salud, belleza, riqueza, ) o las negativas (muerte,
enfermedad, fealdad y pobreza).
Los entes se dividen en buenos, malos e indiferentes. Los buenos son:
inteligencia, templanza, justicia, valor y todo lo que es virtud. Los malos son:
estupidez, desenfreno,
injusticia, cobardía y todo lo que es vicio Los indiferentes son: la
vida y la muerte, la celebridad y el anonimato, el dolor y el placer, la riqueza
y la pobreza, la salud y la enfermedad y cosas similares a éstas.
Por lo que hace a los indiferentes, los estoicos nos conceden (favor que
nos hacen) el poder distinguir entre valores preferibles y no preferibles. Un
beso, por ejemplo, es considerado preferible a una bofetada, siempre que
no perjudique un valor moral. Lo importan dice Zenón, es conservar en toda
situación la impasibilidad (apátheia), es decir la independencia de las
pasiones. «La pasión es una cosa que nos aleja de la razón y es contraria a
la naturaleza del alma.» Los verdaderos bienes son sólo los morales, o sea los
que se encuentran en armonía con el logos.
Para quien ya lo hubiera
olvidado, el logos es la racionalidad innata a la naturaleza que tiende a
llevar a universo a un nivel de perfección.
Entre las pasiones, cuatro son las más peligrosas el placer, el dolor, el deseo
y el temor. Después habría unas setenta más, pero dado el carácter ligero de
esto texto, evitaremos dar una lista completa.
Como ya habían dicho los cínicos, los hombres dominados por las pasiones son
los insensatos. El Sabio en cambio, es feliz en todas las situaciones.
Dice el estoico: «Puedes meterme en la cárcel, torturarme, asesinarme, ¿y qué?
¿Qué crees que has hecho? Come mucho, serías capaz de privarme de la vida,
pero no de modificar mi alma.»" «Anito y Meleto pueden matarme, pero no
ofenderme.»" El Sabio, en cuanto carente de necesidades, es el único
hombre verdaderamente rico, libre y rey y señor absoluto de sí mismo.
El estoico no es virtuoso para hacer el bien, sino que hace el bien para ser
virtuoso. Por lo demás, es inflexible consigo mismo y con los demás. Considera
defecto la piedad, una debilidad propia
de mujeres de poco valor. « La misericordia forma parte de los defectos y de
los vicios del alma: misericordioso es el hombre tonto y frívolo. El sabio no
se conmueve por nada y no perdona
a nadie una culpa cometida. No es de nombres fuertes el dejarse vencer por súplicas
y permitir que nos aparten de una justa severidad.
En resumen, a un estoico es mejor perderlo que encontrarlo. El problema es que
hay muchísimos en circulación.