Amanece. La nave de Delos había arribado la víspera.Se ha terminado la tregua sagrada, y la ejecución ya es lícita. Los discípulos van llegando con la tristeza de saberse en el último día del maestro; la cárcel los recibe por última vez. Fedón y el bueno de Apolodoro, Critóbulo y su padre el rico y generoso Critón, Hermógenes y Epígenes, el cínico Antístenes, que tanto aprenderá en ese día; Ctesipo y Menéxeno, Simias , Cebes y Fedondas, los tres tebanos; Euclides
y Terpsión, megarenses ambos, y el primero creador de esa escuela que sirvió de cenáculo a los socráticos en el momento de miedo y cobardía que siguió a la muerte del maestro. Todos están allí. Faltan tal vez algunos cobardes, y Platón está enfermo y no ha podido acudir.
Sócrates está desatado, pues en su último día el reo recibe consideraciones especiales. Se frota la pierna, dolorída por las cadenas que ha soportado todo el tiempo que en la prisión ha tenido que esperar a la ejecución de la sentencia. Su mujer Xantipa, sentada junto a él, prorrumpe en gritos al ver entrar a cada grupo de los amigos. Son esos gritos que en los países mediterráneos se oyen siempre, sin ningún pudor, en los entierros: «¡Ay, Sócrates, que es la última vez que habláis! ¡Ay, que por última vez ves a tus amigos!»
Sócrates no puede sufrirlo más y le ruega a Critón, que como hombre rico que era se habría hecho acompañar de sus esclavos, que se lleven a la infeliz Xantipa, la cual tenía: nos dice Platón, a su hijo más pequeño en brazos. Hay que observar que esta conducta no era entonces tan dura como nos parece a nosotros, ya que la mujer distaba de estar a la misma altura social que el marido, y, por otra parte, bastaba con que los amigos llegasen para que la mujer desapareciera, conforme a la costumbre en Atenas.
Se retiró la mujer,conducida por los esclavos de Critón. Sócrates comienza sus últimos razonamientos.
Sócrates se incorporó en su asiento, apoyó los pies en el suelo y despues
de tender, con su habilidad de siempre, las redes de que usaba para llevar la conversación adonde quería, comenzó a exponer su doctrina.
Se trataba de no confundir la buena disposición con que el filósofo debe ir al encuentro de la muerte, con el suicidio. No en vano Sócrates moría en un punto en que el despego del vivir podía convertirse en una peligrosa epidemia. Era necesario llenar la vida de espontaneidad religiosa, para que no venciese la muerte.
Es probablemente el Sócrates histórico el que en nombre de la religión tradicional se opone al misterio que dice que el cuerpo es una cárcel o tumba del alma, y que lo mejor que podemos hacer es huir de ella y buscar la verdadera resurrección y libertad. Es ética tradicional, vieja religión, lo que Sócrates en Platón toma del pitagorismo y enarbola como razón suprema.
-Los dioses - dice - son nuestros amos; nosotros somos tan suyos como si fuéramos su rebaño y ellos nuestros pastores. No podemos,pues,disponer de nosotros mismos ni hacernos daño.
Era en la religión heredada donde Sócrates buscaba la razón suprema para resistir a la desesperación que iba a invadir el alma antigua. Y esto, sin dejar de afirmar, desconcertadamente, que el filósofo debe acudir gozoso a la muerte. Sus discípulos no comprenden todavía bien las dos cosas: si la muerte es deseable, ¿por qué no buscarla? si no lo es, ¿cómo se explica la serenidad ante ella?
Sócrates estaba aquí, como en todo lo demás de su vida, en un equilibrio tan difícil, que resultaba incomprensible aun para sus más fieles discípulos. En el fondo, su filosofía consistía esencialmente en ese desprecío del instinto que nos liga desesperadamente a la vida.
Platón sabía que había que buscar para Sócrates una razón en su sacrificio, y creyó que lo mejor era fundamentar su serenidad en la fe en la inmortalidad y en la providencia de los dioses. Pero, en realidad, Sócrates no necesitaba esta fe para correr hacia la muerte. Es este uno de los momentos más extraños en los últimos días de Sócrates.
Sócrates se exalta. Critón le dice de parte del verdugo que no se excite en la conversación pues si se acalora, el veneno tardará más en hacer efecto. «No le hagáis caso -dice Sócrates-, que se ocupe de su menester y que
prepare lo que haga falta, aunque sea ración doble y aún triple»
No es precisamente con base en creencias con lo que Sócrates corre hacia la muerte, sino privado por el cultivo de la filosofía del instinto que se agarra a la vida. «Los que cultivan bien la filosofía -dice- , los demás no se dan cuenta de que lo único que cultivan es la muerte.»
La filosofía socrática se nos descubre en estos momentos últimos como una verdadera preparación para la muerte. Todo lo que la filosofía socrática tiene aparentemente de vulgar se convierte en cosa sublime y extrahumana. Tanto que, acentuando mucho lo que se había iniciado en Pitágoras y en los misterios, y en general en las doctrinas helénicas de inmortalidad, el alma queda separada del cuerpo.
-Si la muerte es la separación del alma y del cuerpo -dijo Sócrates- , solo los rectamente filósofos son capaces de desear la muerte: pues que desean esta separación y por conseguirla se fatigan. Rectos filósofos son los que estudian bien morir, y de todos los hombres son estos para quienes es la muerte menos terrible.
La filosofía se convertía así en una fuerza negativa, pero capaz precisamente de sublimar esta negación. No cabe duda que este aspecto de Sócrates fue Platón el que mejor lo comprendió y el que supo recogerlo como herencia. La filosofía se convierte así en una sublimación de la corriente religiosa purificatorìa, se hace la purificadora por excelencia,la que por anticipado, mientras Dios llega a liberarlo, nos purifica del contacto con el cuerpo. En lo que nos consiste esta pureza es precisamente en la verdad, con lo que la doctrina tiene un sello intelectualista que revela su origen socrático.
Por lo demás, Platón introduce en toda esta doctrina demasiados elementos procedentes de la religión de los misterios,y hace;bien poco socráticamente, como una traspoción hasta cierto punto racional de los dogmas y los ritos de Eleusis o los órficös. Sócrates era mucho más severo,y renuncíaba a todos estos elemenfos mitológicos, y si queremos lograr una idea de aquella última jornada tenemos que suprimir del Fedón todos aquellos ingredientes y dejarlo reducido a un esquema cuya íntima poesía permanece, aun privado de toda religiosidad «moderna», popular, personal y mistica.
Auténtico parece lo que nos cuenta Platón mismo de que Sócrates expone que bueno es creer en la inmortalidad, si efectivamente es verdadera; si no lo es, al menos sirve esta especie de problemática creencia «para no entregarme a lamentaciones y hacerme odioso para vosotros».¡Para tan poco y para cosa tan exterior le servía al Sócrates histórico la creencia en la inmortalidad! Este es uno de los rasgos verdaderamente extraños de Sócrates.
Y muy suyo es también el proponerle a sus discípulos que se pongan a discutirle en todo esto, y que tengan en más a la verdad que a él mismo.«No quiero marcharme de este mundo dejándoos engañados a vosotros después de
engañarme yo mismo, como si fuera una abeja que os dejara el aguijón clavado».
La nada no le parece a Sócrates ningún mal; y sobre todo para los males, el que el separarse el alma del cuerpo signifique también la aniquilación de aquella, se convierte en un bien, pues con la aniquilación del alma desaparecen también los males. La historia que a continuación cuenta Platón, sobre la justicia en el otro mundo y las sanciones morales en la otra vida, pertenecen desde luego más a los elementos que el hijo de Aristón aprendió del pitagorismo y los misterios.
Cuando le preguntan acerca del entierro Sócrates dice una frase alada como una flecha: «Como queráis, que no me escaparé de vuestras manos.» Los discípulos sienten crecer su asombro. Sócrates habla de sus funerales con una calma y una naturalidad que están bien lejanas de los lamentos de los héroes homéricos.
Cuando se acerca el momento supremo, no podemos menos de seguir literalmente a Platón.(Fedón-59 ss.) Podra, haber una poetización, lograda, como las estatuas antiguas, suprimiendo detalles individuales, o añadiendo por el contrario rasgos de valor general. Pero cuando la poesía se ha convertido sustancialmente en realidad, cuando es una escena poética donde se ha conservado un hecho, mientras que la realidad y los hombres mismos se han convertido en polvo, la crítica histórica se convierte en una nimiedad, en una impertinente exigencia.
El sacrificio del gallo a Esculapio se ha interpretado de varias maneras. La verdadera inteligencia de este piadoso encargo está en la interpretación pesimista de la vida que tantas veces aflora en los griegos. El gallo se ofrendaba a Esculapio precisamente en agradecimiento por la salud recuperada; y asi, si Sócrates consideraba que había llegado el momento de hacer este sacrificio en acción de gracias, es que se encontraba curado de una enfermedad,de la enfermedad que es la vida. Nunca se había expresado con semejante pesimismo, pero de la autenticidad de esta actítud nos sirve de prueba la serenidad con que mira a la muerte.
Era, desde luego, una curación de la tremenda enfermedad que es vivir, y habian de rendirse por ello gracias precisamente al dios que en la religión ateniense había logrado sólidamente el puesto de dios médico, Asclepio, un dios moderno: cuyo culto se consolida en Atenas precisamente en vida de Sócrates. Quien en los años hacia 420 habia visto el culto llegar desde Epidauro y fijarse,no procuraba en modo alguno sustraerse a las obligaciones de este culto, por poco antiguo que fuese. Tan pronto como el nuevo dios era asimilable a elementos tradicionales y presentaba con la vieja religión profundas concomitancias, Sócrates lo aceptaba tan plenamente como Sófocles, su contemporáneo alpo más viejo.
Esto quiere decir el simbólico ofrecimiento del gallo: más una afirmación de tono pesimista que un gesto religioso exterior y de sospechosa sinceridad. No es una concesión a la religión popular,sino un rasgo genial,una expresión filosófica que toma como vehículo un elemento de la religión popular. Lo sorprendente es que el gallo era el sacrificio que ofrecían tantos y tantos griegos por la salud recuperada, mientras que Sócrates lo ofrece con sublime y pesimista ironia por la solución de esta dura enfermedad que es la vida.
Lo más terrible de la muerte de Sócrates es que Atenas continuó su marcha como si nada hubiera sucedido. La misma fatalidad que guiaba su evolución desde la religiosidad hacia el racionalismo y desde lo fecundo y genial hasta la esterilidad, siguió dominando todopoderosa después del asesinato o error judicial; y ni el discípulo más genial, Platón, se atrevió a arrostrarla como Sócrates, pues por el contrario se dejo llevar por la creciente marea racional e intentó nada menos que gobernar este mundo.
Sócrates murió, y ni la tierra tembló ni se oscureció el sol, y la razón se siguió haciendo, a pesar de la terrible conciencia que a él le llevó a arrostrar la muerte, la dueña de los secretos de la vitalidad helénica.
Son falsos los cuentos que los fieles discipulos soñaron tal vez, y más tarde la tradición filosófica procuró recoger. Se nos ha dicho que los atenienses se arrepintieron en seguida, y que el luto llegó a cerrar las palestras y gimnasios, aquellos recintos donde habían resonado tantos diálogos del maestro. Desde luego que el fracaso íntimo de la restauración democrática en sus objetivos religiosos dejó muy pronto al descubierto lo incomprensible de la muerte de Sócrates.
Ante una injusticia tan grande, se daba expresión con esas historias al afán de venganza de la muerte de Sócrates. Así surge la leyenda de que los atenienses condenaron a muerte o desterraron a los
acusadores,arrepentidos de su decisión, y en cuanto a Meleto, hasta se llegó a decir que le condenaron a muerte.
Estas fantasías son tanto más explicables cuanto que ya en Jenofonte se interpreta tendenciosamente el mal fin del hijo de Anito, como si fuera una especie de castigo por la iniquidad que cometió el padre del joven contra Sócrates y Antistenes por su parte, convertido en el vengador oficial de su maestro y contra el que se centran los tiros de los restauradores pronuncia una frase que debió impresionar: «Las ciudades perecen cuando no saben distinguir los buenos de los malos.»
Un paso más en las historias vengativas, y surge la de que los de Heraclea expulsaron de su ciudad a Anito el mismo día que llegó. Era como una maldicíón que perseguía a los culpables del crimen. Pero aunque el sentido de la justa venganza quede satisfecho, no hay que hacerse ilusiones de que todas estas historias sean verdad.
Poco puede añadirse a la sublime prosa platónica, en la que quedó para siempre, como en inmortal relieve, la última escena de la vida del maestro. La filosofía antigua no supo conformarse, sin embargo, con el admirable relato platónico, aunque los añadidos no tienen la menor verosimilitud. Por ejemplo:
Solo una pequeña leyenda brota sobre la ignorada tumba de Sócrates. Se cuenta que un muchacho espártano llegó a Atenas lleno de devoción hacia Sócrates. Cuando se hallaba ya a las puertas de la ciudad, supo que Sócrates había muerto; preguntó entonces por su tumba, y cuando se la señalaron, después de hablar con la estela y lamentarse, esperó la noche y durmió sobre ella. Antes de que amaneciera del todo, besó el polvo de la tumba y se volvió a su patria.
Pálida leyenda, pero bastante religiosa es si se piensa que tuvo fuerzas para surgir sobre el sepulcro de quien con arcaico pesimismo y pleno uso de razón dijo después de ser condenado a muerte: «Vosotros salis de aquí a
vivir; yo, a morir; Dios sabe cuál de las dos cosas es mejor.»