Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas. La diferencia entre ellos consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestro espíritu y se abren camino en nuestro pensamiento y conciencia. A las percepciones que penetran con más fuerza y violencia llamamos impresiones, y comprendemos bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y razonamiento, como, por ejemplo, lo son todas las percepciones despertadas por el presente discurso, exceptuando solamente las que surgen de la vista y tacto y exceptuando el placer o dolor inmediato que pueden ocasionar. Creo que no será preciso emplear muchas palabras para explicar esta distinción. Cada uno por sí mismo podrá percibir fácilmente la diferencia entre sentir y pensar.
|
Los grados comunes de
éstos son fácilmente distinguidos, aunque no es imposible en casos
particulares que puedan aproximarse el uno al otro. Así, en el sueño, en
una fiebre, la locura o en algunas emociones violentas del alma nuestras
ideas pueden aproximarse a nuestras impresiones del mismo modo que, por
otra parte, sucede a veces que nuestras impresiones son tan débiles y tan
ligeras que no podemos distinguirlas de nuestras ideas. Pero a pesar de
esta próxima semejanza en pocos casos, son en general tan diferentes que
nadie puede sentir escrúpulo alguno al disponerlas en dos grupos
distintos y asignar a cada uno un nombre peculiar para marcar esta
diferencia. |
Existe otra división de
nuestras percepciones que será conveniente observar y que
se extiende a la vez sobre impresiones e ideas. Esta división es en
simples y complejas. Percepciones o
impresiones e ideas simples son las que no admiten distinción ni
separación. Las complejas son lo contrario que éstas y pueden ser
divididas en partes. Aunque un color, sabor y olor particular son
cualidades unidas todas en una
manzana, es fácil percibir que no son lo mismo, sino que son al menos
distinguibles las unas de las otras.
|
La primera circunstancia que atrae mi atención es la gran semejanza entre nuestras impresiones e ideas en todo otro respecto que no sea su grado de fuerza y vivacidad. Las unas parecen ser en cierto modo el reflejo de las otras, así que todas las percepciones del espíritu humano son dobles y aparecen a la vez como impresiones e ideas. Cuando cierro mis ojos y pienso en mi cuarto las ideas que yo formo son representaciones exactas de impresiones que yo he sentido, y no existe ninguna circunstancia en las unas que no se halle en las otras. Recorriendo mis otras percepciones hallo aún la misma semejanza y representación. Las ideas y las impresiones parecen siempre corresponderse las unas a las otras. Esta circunstancia me parece notable y atrae mi atención por un momento. Después de una consideración más exacta hallo que he sido llevado demasiado lejos por la primera apariencia y que debo hacer uso de la distinción de percepciones en simples y complejas para limitar la decisión general de que todas nuestras ideas o impresiones son semejantes. Observo que muchas de nuestras ideas complejas no tienen nunca impresiones que les correspondan y que muchas de nuestras impresiones complejas no son exactamente copiadas por ideas. Puedo imaginarme una ciudad como la nueva Jerusalén, cuyo pavimento sea de oro y sus muros de rubíes, aunque jamás he visto una ciudad semejante. Yo he visto París, pero ¿afirmaré que puedo formarme una idea tal de esta ciudad que reproduzca perfectamente todas sus calles y casas en sus proporciones justas y reales? Por consiguiente, veo que, aunque existe en general una gran semejanza entre nuestras impresiones e ideas complejas, no es universalmente cierta la regla de que son copias exactas las unas de las otras. Debemos considerar ahora qué sucede con nuestras percepciones simples. Después del examen más exacto de que soy capaz me aventuro a afirmar que la regla es válida aquí sin excepción alguna y que toda idea simple posee una impresión simple que se le asemeja, y toda impresión simple, una idea correspondiente. La idea de rojo que formamos en la obscuridad y la impresión de éste que hiere nuestros ojos a la luz del Sol difieren tan sólo en grado,....pero si alguno negase esta semejanza universal, no veo otro modo de convencerle más que pidiéndole que muestre una simple impresión que no tenga una idea correspondiente, o una idea simple que no tenga una impresión correspondiente.Apuntes |
Consideremos qué sucede con respecto.... a estas
impresiones e ideas también cuáles de ellas son
causas y cuáles efectos.
La
detallada indagación de esta cuestión es el asunto del presente Tratado,
y, por consiguiente, nos
contentaremos aquí con establecer la proposición general de que
todas nuestras ideas simples en su primera apariencia se derivan de
impresiones simples que son
correspondientes a ellas y que ellas representan exactamente.....
Primeramente me aseguro por una
nueva revisión de lo que ya he afirmado, a saber: que toda
impresión simple va acompañada de una idea correspondiente, y toda idea
simple, de una impresión
correspondiente... y hallo, por la experiencia constante, que las
impresiones simples preceden siempre
a sus ideas correspondientes y que jamás aparecen en un orden
contrario. Para dar a un niño la idea de escarlata o naranja o de dulce o
amargo, presento los objetos, o, en
otras palabras, le produzco estas impresiones, pero no procedo
tan absurdamente que intente producir las impresiones despertando las
ideas. Por otra parte,
hallamos que una impresión, ya del alma, ya del cuerpo, va seguida
constantemente de una idea que se le
asemeja y es solamente diferente en los grados de fuerza
y vivacidad. La unión constante de nuestras percepciones semejantes es
una prueba convincente de que las
unas son causas de las otras, y la prioridad de las impresiones
es una prueba igual de que nuestras impresiones son las causas de nuestras
ideas. |
Sin embargo, existe un fenómeno contradictorio que puede probar que no es absolutamente imposible para las ideas preceder a las impresiones correspondientes. Creo que se concederá fácilmente que las varias ideas distintas de colores que percibimos con los ojos o de los sonidos que nos proporciona el oído son realmente diferentes las unas de las otras, aunque al mismo tiempo semejantes. Ahora bien; si esto es verdad de los diferentes colores, debe no ser menos cierto que los diferentes matices del mismo color producen cada uno una idea distinta independiente de las demás; pues si esto se niega, es posible, por la graduación continua de los matices, pasar de un color insensiblemente al que le es más remoto, y si no se concede que todos los términos medios son diferentes, no se puede, sin cometer un absurdo, negar que los extremos sean los mismos. Supongamos, por consiguiente, que una persona haya gozado de la vista durante treinta años y haya llegado a conocer los colores de todas clases, excepto un matiz de azul particular, por ejemplo, que no ha tenido la suerte de encontrar. Colóquense todos los diferentes matices de este color, excepto este único, ante él, descendiendo gradualmente del más obscuro al más claro; en este caso, es manifiesto que percibirá un hueco donde falta este matiz y se dará cuenta de que existe en este lugar una distancia mayor entre los colores contiguos que en algún otro. Me pregunto ahora si es posible para él suplir por su propia imaginación esta falta y producir la idea de este particular matiz, aunque no le haya sido nunca proporcionada por los sentidos. Creo que pocos no serán de la opinión de que puede, y esto podrá servir como prueba de que las ideas simples no se derivan siempre de las impresiones correspondientes, aunque el caso es tan particular y singular que apenas merece nuestra observación y que no merece que por él solo alteremos nuestras máximas generales.
|