Como todas las ideas simples pueden ser separadas por la imaginación y pueden ser unidas de nuevo en la forma que a ésta agrade, nada sería más inexplicable que las operaciones de esta facultad si no estuviese guiada por algunos principios universales que la hacen en alguna medida uniforme en todos los tiempos y lugares. Si las ideas existiesen enteramente desligadas e inconexas sólo el azar las uniría, y será, imposible que las mismas ideas se unan regularmente en ideas complejas ( como lo hacen corrientemente ) sin que exista algún lazo de unión entre ellas, alguna cualidad que las asocie y por la que naturalmente una idea despierte a la otra. Este principio de unión entre las ideas no ha de ser considerado como una conexión inseparable, pues esto ha sido ya excluido por la imaginación, y además no podemos concluir que sin ésta el espíritu pueda unir dos ideas, pues nada es más libre que dicha facultad, sino que hemos de considerarlo como una fuerza dócil que prevalece comúnmente y es la causa de por qué, entre otras cosas, los lenguajes se corresponden tan exactamente los unos a los otros; la naturaleza, en cierto modo, ha indicado a cada una de las ideas simples cuáles son más propias para ser unidas en un complejo. Las cualidades de que surge esta asociación y por las cuales de este modo es llevado el espíritu de una idea a otra son tres, a saber: semejanza, contigüidad en tiempo y espacio y causa y efecto.
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Hallamos por
experiencia que cuando una impresión ha estado una vez presente al
espíritu, hace de nuevo su aparición en él como una idea, y que esto
puede suceder de dos modos
diferentes: cuando en su nueva aparición conserva un grado considerable
de su primera vivacidad y es así algo
intermedio entre una impresión y una idea
y cuando pierde enteramente esta vivacidad y es una idea por completo. La
facultad por la que reproducimos nuestras
impresiones del primer modo es llamada memoria,
y aquella que las reproduce del segundo, imaginación. Es evidente, a
primera vista, que las ideas de la
memoria son mucho más vivaces y consistentes que las
de la imaginación y que la primera facultad nos presenta sus objetos más
exactamente que lo hace la última.
Cuando recordamos un suceso pasado su idea surge en el
espíritu con energía, mientras que en la imaginación la percepción es
débil y lánguida y no puede ser
mantenida por el espíritu, sin dificultad invariable y uniforme, durante
algún tiempo considerable. Existe aquí, pues, una diferencia importante
entre una y otra especie de ideas; pero de
esto trataremos más extensamente después. Hay
aún otra diferencia entre estos dos géneros de ideas y que no es menos
evidente, a saber: que aunque ni las ideas
de la memoria ni las de la imaginación, ni las
ideas vivaces ni las débiles pueden hacer su aparición en el espíritu a
no ser que sus impresiones
correspondientes hayan tenido lugar antes para prepararles el camino,
la imaginación no se halla obligada a
seguir el mismo orden y forma de las impresiones
originales, mientras que la memoria se halla en cierto modo limitada en
este respecto y no posee el poder de
variarlas. Es evidente que la
memoria conserva la forma original en la que sus objetos fueron
presentados y que siempre que nos apartamos de aquélla al recordar algo
procede esto de algún defecto o
imperfección en dicha facultad. Un historiador puede, quizá,
por la marcha más conveniente de su narración, relatar un suceso antes
que otro al que fue realmente posterior;
pero se da cuenta de esta alteración del orden,
si es verídico, y por este medio vuelve a colocar la idea en su debida
posición.....Hallamos la misma
evidencia en nuestro segundo principio relativo a la libertad de
la imaginación para alterar el orden y transformar sus ideas. Las
fábulas que encontramos en los
poemas y novelas ponen esto enteramente fuera de cuestión. La naturaleza
se halla totalmente alterada y no se mencionan más que caballos alados,
dragones feroces y gigantes
monstruosos.
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