CARTA DEDICATORIA
Al muy honorable Conde de Pembroke y Montgomery, Baron Herbert de Cardiff.
Milord :
Este tratado, que ha crecido bajo la rnirada de Vuestra Señoría, y que se ha aventurado a salir al
mundo por orden vuestra, regresa ahora a Vos como por un derecho natural debido a la protección que
desde hace años le habéis prometido. Ningún nombre, puesto al principio de un libro, puede encubrir sus
errores, aunque aquél fuera el más noble que el pensamiento pudiera hallar, pues el pensamiento impreso
tan sólo puede permanecer o caer en el olvido o por sus propios meritos o por el capricho
de los lectores. Pero como lo más deseable para la verdad es oírla sin ningún perjuicio,
nadie es más adecuado que Vuestra Señoría para concederme esto, ya que os ha sido
permitido mantener con ella un trato íntimo y familiar en vuestros retiros mas apartados y sois conocido por
haber adelantado tanto sus especulaciones en el conocimiento más abstracto y general de los
casos - más allá del alcance ordinario o de los métodos comunes - que el favor y la aprobación por vuestra parte de este
tratado le protegerán de ser condenado sin ser leído e influirán en que sean
mas ponderadas aquellas partes que de otra manera serían pasadas por alto por estar algo desviadas de los caminos
habituales. La acusación de novel es una carga terrible para los que juzgan la valía intelectual de los hombres como si se tratara de
sus pelucas, y no conciben que nadie pueda poseer una verdad que se aparte de las doctrinas que ellos
recibieron. Y puesto que nunca ni en ningún lugar ha triunfado la verdad, cuando aparece por vez primera, por vía de sufragio toda opiníón
nueva levanta sospechas, por lo que, normalmente, se condena sin otro motivo que el de no ser aún una opinión común. Pero
la verdad, como el oro, no tiene menos valor porque acabe de ser extraído de la mina, sino que son la
prueba y el examen los que fijan su precio por encima de cualquier moda anticuada. Y aunque no tenga cuño de curso normal, puede, sin embargo, ser tan viejo
como la misma naturaleza y no por eso menos genuino. De todo esto, Vuestra Señoria podrá dar amplios
y convincentes ejemplos cuando tenga a bien favorecer al público con alguno de los importantes
descubrimientos de unas verdades hasta ahora ignoradas excepto por aquellos pocos a los que Vuestra
Señoría no ha querido ocultárselas del todo. Esto sería una razón suficiente, si na hubiera otra, para que yo os dedicara
este Ensayo. Y, como tiene alguna relación con varias partes del sistema, más noble y amplio, de las
ciencias que Vuestra Senoría ha elaborado, es para mi un honor alardear, si Vuestra Senoría me la
permite, de que he llegado, en ocasiones, a algunos pensamientos no del todo distintos de los Vuesttos. Si Vuestra
Señoría creyera conveniente que esta obra se diera a conocer al público, me permitiría esperar que, durante
algún tiempo, le concederiais Vuestro favor, y creo que con esta obra dais al mundo una muestra de algo que
será realmente digno de su admiración. Esto, Milord, indica que el obsequio que hago a Vuestra Señoría es
semejante al que un hombre pobre hiciera a su vecino rico y poderoso, quien no recibiría de mal grado la cesta de flores y frutas aunque poseyera en sus
campos muchas más de mejor calidad. Pues las cosas del menor precio alcanzan gran valor cuando se ofrecen
con respeto, estima y gratitud, puedo jactarme de manera confiada de que hago a Vuestra Señoría el
presente más rico que jamás recibió, y para sentir esto me habéis dado poderosas y particulares raaones que, al tiempo que confirman el juicio anterior, mantienen
la proporción de Vuestra grandeza. De una cosa estoy seguro: me encuentro en la mayor necesidad de
reconocer, en toda oportunidad, una larga sucesión de favores recibidos de Vuestra Señoría; favores que,
aunque grandes e importantes por sí mismos, son mucho mayores por la franqueza, interés y bondad y demás atentas circunstancias que siempre los
acompañaron. A todo habéis querido añadir algo que aún me gratifica y obliga más: concederme parte de vuestra estima y
permitirme un lugar en vuestros buenos deseos que yo me atrevería a llamar amistad. Esto, Milord, me lo
demuestran constantemente vuestros hechos y palabras y como, en mi ausencia, manifestáis a otros la
misma actitud hacia mí, pienso no es vanidad mencionar algo que todo el mundo conoce, sino que
sería una falta de delicadeza no reconocer lo que muchos me dicen a diario sobre todo lo que debo a Vuestra
Señoría. Desearia que con igual facilidad ayudaran a mi gratitud como me convencen de los grandes y
crecientes compromisos que ella ha contraído con Vuestra Señoría, porque estoy seguro de una cosa: escribiría
acerca del Entendimiento careciendo de él, si no fuera éste extremadamente sensible a ellos, y no me
sirviera de esta oportunidad para testimoniar al mundo lo muy reconocido que estoy a Vuestra persona y
lo mucho que soy, Milord, vuestro más humilde y obediente servidor.
John Locke
Court, 24 de mayo de 1689.