EPISTOLA AL LECTOR


Lector :

Pongo en tus manos lo que ha sido entretenimiento de algunas de mis horas ociosas y libres. Si tiene la fortuna de entretener otras tuyas, y si asi leerlo obtienes tan solo la mitad del placer que yo al escribirlo, darás por tan bien gastado tu dinero como yo mis desvelos. No confundas lo que te digo con una recomendación de mi obra, no concluyas que la sobreestimo, ahora que esta terminada, por haberme sido agradable el trabaio. Quien azuza al can tras alondras y gorriones no saca mgnos placer, aunque la presa sea más vil, que quien lo suelta en la caza de algo más noble. Del tema de este Tratado, el entendimiento, sabe poco quien ignore, que siendo la facultad más elevada del alma, se la emplea con más frecuencia y gusto que a cualquiera de las otras. Sus pasos en busca de la verdad son una especie de caza en que la persecución misma de la presa constituye gran parte del placer. Cada paso que dé la mente en su marcha hacia el conocimiento, descubre algo que no es sólo nuevo, sino lo mejor, al menos por el momento. Porque el entendimiento, como el ojo que juzga los obietos, sólo con mirarlos, no puede por menos que alegrarse con las cosas que descubre, sin sentir pena por lo que se le escapa, ya que lo desconoce. De otra forma, quien esté por encima de pedir limosna y no quiera vivir perezosamente de las migajas de opiniones mendigadas, debe hacer trabajar a sus propias ideas para buscar y alcanzar la verdad, y no dejará de sentir, cualquiera que sea su hallazgo, la satisfacción del cazador. Cada instante del proceso premiará su empeño con algún deleite, y tendrá razón para pensar que no ha malgastado el tiempo, aunque no pueda jactarse de ninguna pieza admirable. Tal es, lector, el entretenimiento de quienes dan alas a sus propios pensamientos, siguiéndolos al correr de la pluma; entretenimiento que no debes envidiarles, ya que te ofrecen la ocasión de disfrutar de ese gusto, siempre que emplees tus propios pensamientos en la iectura. A éstos, si son tuyos, me dirijo; pero si los tienes prestados, a crédito ajeno, no importa lo que sean, puesto que no les mueve el afán de verdad, sino una consideración más mezquina. No vale la pena interesarse en lo que dice o piensa quien sólo dice o piensa lo que otro ordena. Si tú iuzgas por ti mismo, sé que juzgarás con sinceridad, y entonces no podrá dañarme ni ofenderme tu critica, sea cual fuere. Porqlue, si bien es cierto que este Tratado no contiene nada de cuya verdad no, esté yo plenamente convencido, con todo, no me considero menos vulnerable al error de lo que pueda considerarte a ti, y reconozso que está en ti el que este libro se mantenga o caiga no por la opinión que yo tenga de él, sino por la que tú te formes. Si encuentras en mi libro pocas cosas que sean nuevas e instructivas para ti, no me culpes: no ha sido escrito para quienes dominan el tema y han alcanzado perfecta familiaridad con sus propias formas de entendimiento; las escribí para mi información y oara satisfacer a unos cuantos amigos que habían reconocido no haber prestado bastante atención al tema. Si fuera necesario aburrirte con la historía de este «Ensayo». te diría que, estando reunidos en mi despacho cinco o seis amigos discutiendo un tema bastante lejano a éste, pronto nos vimos en un punto rnuerto por las difcultades que, desde todos lados, aparecían. Después de devanarnos los sesos durante un rato, sin lograr aproximarnos a la solución de las dudas que nos tenían sumidos en la perplejidad  se me ocurrió que habíamos equivocado el camino y que, antes de meternos en disquisiciones de esta índole, era necesario examinar nuestras aptitudes y ver qué objetos están a nuestro alcance o más allá de nuestro entendimiento. Así lo propuse a la reunión, y como todos estuvieran de acuerdo, convinimos que ése debería ser el primer objetivo de nuestra investigación. Algunos pensamientos precipitados y mal digeridos sobre un tema al que jamás había prestado atención, redactados con motivo de nuestra próxima reunión, fue lo que abrió la puerta a este Tratado, que, habiendo empezado así por azar, fue continuado a petición de mis amigos; escrito en partes incoherentes, con largos intervalos de abandono; reanudado cuando lo permitían el humor y la ocasión y, por último, refugiado en un retiro, donde, por atender a mi salud, tuve el necesario ocio, hasta que fue reducido al orden en que ahora lo ves.
Esta forma discontinua de escribir ha producido, seguramente, dos efectos contrarios; que es poco y es mucho lo que en él se dice. Si encuentras que le falta algo, será para mí una satisfaccián saber que cuanto he escrito te ha suscitado el deseo de que hubiera ido más adelante. Si te pareciera demasiado, culpa de ello al tema, pues cuando puse la pluma en el papel por vez primera, pensé que para lo que tenia que decir bastaría con un solo pliego, pero, a medida que avanzaba, el tema se iba ampliando: cada nuevo descubrimiento me empujaba adelante, y así fue como, insensiblemente, creció hasta llegar al volumen en que ahora aparece. No negaré que, posiblemente, pudiera reducirse a unos límites más pequeños y que algunas de sus partes pudieran acortarse, pues la forma en que ha sido escrito, a ratos y con largos intervalos de interrupción, pudo ser la causa de algunas repeticiones. Pero, a decir verdad, me siento demasiado perezoso u ocupado para abreviarlo.
No ignoro lo poco que cuido mi reputación al pasar por alto, a sabiendas, un defecto que fácilmente puede producir sinsabor en los más juiciosos, y siempre más solícitos, lectores. Pero los que saben que la pereza tiende a justificarse con cualquier excusa, podrán perdonarme si la mía ha surgido en mi ánimo con tan buena excusa. Me alegraré, pues, en mi defensa que una misma noción, imposible de citar por distintas razones, pueda ser conveniente o necesaria para probar o ilustrar partes del presente; pero, dejando esto a un lado, puedo admitir con franqueza que, a veces, me he ocupado largamente en un mismo argumento y que lo he expresado de diversos modos y con propósitos diferentes. No pretendo publicar este Ensayo para enseñanza de quienes abriguen elevados pensamientos y disfruten de una penetración particular; me confìeso discípulo de tales preceptores del conocimiento, y, por eso, les advierto de antemano que no esperen encontrar aquí nada, ya que es el producto de mis rudos pensamientos; por el contrario, es apropiado para hombres de mi talla, a quienes, quizá, no resultara; inaceptable el trabajo que me he tomado de aclarar y hacer familiares a sus pensamientos algunas verdades que los prejuicios establecidos, o lo abstracto de estas mismas ideas, pudieran hacer dificiles. Hay objetos qne es necesario examinar desde todos los ángulos; y cuando se trata de una noción nueva - como confieso que algunas de éstas lo son para mí -, o cuando se aparta del camino habitual - como sospecho que ocurrirá con otras -, una sola rnirada no es suficiente para abrirle la puerta de todos los entendimientos, ni para fijarla allí con una impresión clara y duradera. Creo que habrá pocos que no hayan observado, en sí mismos o en otros, que aquello que era expuesto de una manera muy oscura, se hacia claro e inteligible al expresarlo de otra forma, aunque luego la mente encuentre poca diferencia entre ambas formas y se admita que una de ellas se resista más que la otra a dejarse entender. Pero ocurre que no todo halaga por igual la imaginación de los hombres. Poseemos entendimientos no menos diferentes que nuestros paladares, y quien piense que la misma verdad agrada igualmente a todos, es como quien supone que se puede dar el mismo gusto a todo el mundo con un mismo plato. La comida podrá ser la misma y el alimento bueno; sin embargo, no todos podrán aceptarlo con ese mismo condimento y tendrá que ser aderezado de modo diferente si se quiere que algunos, aun de fuerte constitución, puedan aceptarlo. La verdad es que quienes me aconsejaron que lo publicara me recomendaron, por esa razón, que lo hiciera tal como está. Y ya que he decidido sacarlo a la luz, mi deseo es que lo entienda el que se tome el trabajo de leerlo. Me gusta tan poco verme impreso, que si no me hubieran halagado con que este Ensayo puede ser útiI a otros, como creo que lo ha sido para mí, lo habria dejado reducido a la curiosidad de aquellos amigos que fueron la ocasión primera de que lo escribiera. El que, por tanto, aparezca impreso, con el propósito de ser lo más útil posible, hace necesario que cuanto tengo que decir sea tan fácil e inteligible para toda clase de lectores como me es posible. Y prefiero, con mucbo, que los especulativos y perspicaces se quejen del tedio de algunas partes de mi obra, que cualquieta, poco acostumbrado a las especulaciones abstractas, o movidos por ideas distintas confunda o no corrrprenda mi intención, Posiblemente se juzgue como engreimiento o insolencia mi pretensión de instruir a esta sabia edad nuestra, pues a ello equivale mi confesión de que publico este Ensayo con la esperanza de ser útil a otros, Pero si se permite hablar con desenfado de quienes, con falsa modestia, tachan de inútil lo que escriben, me parece que suena más a vanidad o a insolencia publicar un libro con cualquier atro propósito; y peca en demasía contra el respeto debido al público quien hace imprimir, y por lo tanto espera que se lea, una obra que intencionadamente no contiene nada útil para el lector o para los demás. Y cuando en este tratado no hubiera otra cosa dígna de aceptación, no por ello dejaria de serlo mi designio, y serviría de excusa por la falta de mérito del obsequio la bondad de mi propósito. Esta es la excusa que me tranquiliza más ante el temor de una censura a la que plumas mejores que la mía no están inmunes. Son, en efecto, tan variados los gustos de los hombres que es sumamente difícil dar con un libro que agrade o disguste a todos. Además debo reconocer que la edad en que vivimos no es la menos sabia y, por tanto, no resulta la más fácil de satisfacer. Mas si no tuviera la buena suerte de agradar, nadie se enoje conmigo, ya que sin ambages digo a todos mis lectores que en un principio este tratado no iba dirigido a ellos ( excepto a media docena ) y que, por tanto, no es necesario que se empeñen en contarse entre aquéllos. No obstante, si alguien quisiera enfadarse conmigo y mofarse de mi obra, que lo haga a sus anchas, pues yo sabré encontrar mejor manera de gastar el tiempo que la de ocuparlo en esa clase de pláticas. Siempre tendré la satis£acción de haber aspirado sinceramente a la verdad y a la utilidad, no sin haber admitido la fiaqueza del intento. No está desprovista ahora la república del saber de insignes arquitectos que, puestos sus grandes designios en el avance de las ciencias, dejarán monumentos perdurables para admiración de la posteridad; pero no todos puedea aspirar a ser un Boyle o un Sydenham. Y en una época que produce luminarias tales como el gran Huygenius, el incomparable Newton y otras de semejante magnitud,
resulta también bastante honoroso trabajar como simple obrero en la tarea de desbrozar un poco el terreno y de limpiarlo de las escombros que entorpecen la marcha del saber, el cual, ciertamente, se encontraría en el más alto estado del mundo si los desvelos de los hombres industriosos no hubieran encontrado tanto tropiezo en el culto, pero frivolo, empleo de términos extraños, afectados o inintelígibles que se han introducido en las ciencias y convertido en un arte al punto de que la filosofía, que no es sino el conocimiento verdadero de las cosas, llegó a tenerse por indigna o no idónea entre la gente de buena crianza y fue desterrada de todo trato útil. Hace tiempo que ciertas formas de hablar, ambiguas y sin significado, y ciertos abusos del idioma, pasan por ser misterios de la ciencia; y que ciertas palabras sudas o equivocas, sin ningún o con poco sentido, reclaman, por prescripción, el derecho de ser tomados por sabiduria profunda o por alta especulación y no será fácil persuadir a quienes los utilizan o les prestan atención, que eso no es sino el encubrimiento de su ignorancia y un obstáculo para el verdadero saber. Prestar algún servicio al entendimiento humano es, según creo, violar el santuario de la presunción y de la ignorancia. Y ya que son tan pocos los que piensan que el uso de las palabras puede inducir a engaño o a ser engañados, y que el lenguaje de la secta a que pertenecen tiene deficiencias que deberían ser examinadas o corregidas, espero que se me perdone el haberme ocupado tan extensamente de este asunto en el tercer libro, pues pretendía demostrar que ni lo inveterado del daño, ni el predominio por el uso, pueden servir de excusa a quienes no se preocupara del sentido de sus propías palabras o no toleran el examen del significado de sus expresiones.
He tenido noticias de que un breve epítome de este Tratado, ímpreso en 1688, fue condenado por algunos, sin previa lectura, porque en sí se negaban las ideas innatas, de lo que deducían, precipitadamente, que si no se suponían las ideas innatas poco quedaría ni de la noción ni de la prueba del espíritu. Si alguno se ve tentado a hacer esa crítica al iniciar este tratado, le ruego que lo lea en su totalidad, pues creo que entonces llegará a la conclusión de que remover cimientos falsos no es causar un perjuicio, sino un servicio a la verdad, la cual nunca padece ni peligra tanto como cuando se mezcla con la falsedad o se edifica sobre ella.
En la segunda edición, añadí lo siguiente: No me perdonaria el editor si no dijera algo acerca de esta segunda edición que, por ser mas correcta, ha permitido subsanar los muchos errores que contiene la primera. También quiero que se sepa que esta edición trae un capítulo nuevo sobre la Identidad, y muchas adiciones y correcciones en otros lugares. A propósito de esto, tengo que informar al lector que no todas tratan un asunto nuevo, sino que la mayoría o sirven para confirmar mejor algo ya dicho, o bien son explicaciones para evitar que se equivoque el sentido de lo impreso anteriormente, pero, en mi opinión, no implican cambios. La única excepción a esto la constituye los cambios que introduje en el capítub XXI del libro segundo. Todo cuanto escribí allí sobre la Libertad y la Voluntad me pareció que necesitaba una revisión lo más minuciosa posible, porque son problemas que han preocupado en todos los tiempos a los hombres sabios del mundo haciéndoles plantearse muchas cuestiones y dificultades y siendo causa de no poca perplejidad para la Etica y la Teología, esas ramas del saber sobre cuyos dictados resulta tan necesario que los hombres tengan ideas claras. Después de realizar una minuciosa inspección del funcionamiento de la mente de los hombres, y previo examen más riguroso de los motivos v opiniones que la mueven, he encontrado justificación para alterar un tanto el pensamiento que me habia formado acerca de aquello que causa la definitiva determinación de la voluntad en todo acto voluntario. De este cambio en mis opiniones quiero hacer confesión al mundo con la misma libertad y presteza con que antes publiqué lo que entonces me pareció aceptable, pues considero que tengo más interés en renunciar a cualquier opinión propia o en abandonarla, que en oponerme a la ajena cuando la verdad está en contra mia. Porque sólo busco la verdad, siempre será para mí bien venida, cuando quiera y de donde quiera que venga. Pero pese a mi disposición de renunciar a cualquier opinión o retractarme de cualquier cosa que haya escrito, ante la primera prueba de mi error, debo decir, no obstante, que no he tenido la suerte de recibir luz de las objeciones publicadas contra algunas partes de mi líbro; ni tampoco he enconttado motivo, en vista de cuanto se ha referido en contra suya, para modificar el sentido de aquellos puntos objetados. Y bien sea porque el tema que traigo entre manos requiera mayor reflexión y atención de las que esté dispuesto a prestarIe un lector precipitado o, al menos, prejuiciado ya sea porque lo nublen una cierta oscuridad en mis expresiones, y porque las nociones en que me ocupo sean de difícil aprensiòn para otros por mi manera de tratarlas, lo cierto es que, según he advertido, se malinterpreta con frecuencia el sentido de lo que digo y no siempre he tenido la buena suerte de que se me comprenda correctamente. Son tantos los ejemplos de esto, que me parece justo para mis lectores y para mí concluir que, o he escrito bien este libro con suficiente claridad como para ser entendido por quienes lo examinan con la atención e imparcialidad que es necesaria en quien se toma el trabajo de leer, cuando hace esto, o bien tan oscuramente que sería inútil cualquier intento de corrección. Pero sea cual fuere el caso, no seré yo quien moleste al lector, abrumandole con lo que se podría replicar a las distintas objeciones que se han hecho contra estos o aquellos pasajes de mi libro, porque estoy seguro de que quien les conceda el interés suficiente para averiguar si son verdaderas o falsas podrá advertir por su propia cuenta si lo que he dicho o no está bien fundado o no responde a mi doctrina, una vez que nos haya entendido bien a mí y a a mi oponente.
Si algunos, celosos de que no se pierdan ningiuno de sus valiosos pensamientos, han publicado sus censuras a mi Ensayo, haciéndome un doble honor al no querer admitir que se trata de un mero ensayo, será el público quien juzgue la obligación que ha contraido por los servicios prestados por esas plumas críticas, pues yo no malgastaré el tiempo de mis lectores empleando tan ociosa y aviesamense el mío en disminuir el placer que pueda sacar alguien, o el que pueda proporcionar a otros con la lectura de la confusión tan precipitada de lo que he escrito.» Hasta aquí lo que el autor añadió era la segunda edición. Los editores que preparaban la cuarta edición de mi Ensayo me comunicaron que, si tenía tiempo, podría hacer las adiciones y cambios que creyera necesarios. A este respecto, me pareció conveniente advertir al lector que, aparte de las correcciones hechas aquí y allá hay un cambio que es preciso mencionar porque afecta a todo el libro y es importante para su comprensión exacta. Lo que dije sobre el particular, es lo siguiente: Las palabras «Ideas claras y distintas» son términos que, si bien son de uso familiar y frecuente, tengo motivo para pensar que no son entendidas perfectamente por todos los que las utilizan. Y es posible que sólo algunas personas se tomen el trabajo de reflexionar sobre estos términos hasta el punto de saber con precisión lo que ellas mismas y otras significan con ellos. Por ese motivo he decidido emplear, en casi todos los lugares, los términos «ser» y «estar siendo» en lugar de «claro» y «distinto», como fórmula más expresiva del sentido que doy al asunto. Con estas palabras me refiero a cierto objeto en la mente y, por tanto, un objeto determinado, es decir, tal como alli se ve y se percibe que es. Creo que se puede decir adecuadamente de una idea que «es» o «que está determinada», cuando tal y como está objetivamente en todo tiempo en la mente ( y, por lo tanto, «determinada» allí ) se la adscribe, y sin variación «queda determinada» por un nombre o sonido articulado, que será el signo permanente de aquel mismísimo objeto de la mente, o idea que «es determinada». 
Para explicar esto de una forma más particular: por «ser determinada», cuando se aplica a una idea simple, quiero decir esa apariencia simple que la mente tiene a la vista,  que percibe en sí misma cuando se dice que aquella idea está en ella; por «estar determinada», cuando se aplica a una idea compleja, quiero decir una idea tal que consta de un número determinado de ciertas ideas simples o menos complejas, reunidas en una proporción y situación tal, según la mente la tiene a la vista y según lat mira en sí misma cuando esa idea está presente en ella, o debiera estar presente cuando un hombre le da un nombre a la idea. Y digo «debiera estar», porque no todos, y quizá nadie, son tan cuidadosos en su lenguaje como para no usar una palabra hasta no ver en su mente la idea precisa que «esta determinada» y cuyo signo ha decidido que sea. El error en esto es causa de no poca oscuridad y confusión en los pensamientos y en las disertaciones de los hornbres. Si bien no hay suficientes palabras en ningún idioma para responder a la variedad de ideas que aparecen en todas las disertaciones y raciocinios de los hombres, esto no impide que cuando alguien emplee algún término no tenga en su mente una idea que esté determinada, idea de la cual hace signo a este término, y a la cual debe adscribirlo involuntariamente a lo largo de la disertación. Y cuando un hombre no cumpla o no pueda cumplir con esta norma, aspirará en vano a tener ideas claras y distintas, ya que las suyas no lo son de manera notoria. Y, por tanto, siempre que se emplean términos a los que no se ha fijado una determinación precisa, sólo se puede esperar la oscuridad y la confusión .
Por estas razones, he creido que hablar de ideas que estén «determinadas» es un modo de expresión menos equívoco que el de hablar de «ideas claras y distintas». Y siempre que los hombres tienen ideas, sobre lo que raciocinan, sobre lo que preguntan o alegan, que están determinadas, se advierte que desaparecen la mayoría de las dudas y discusiones. Y es que, en su
mayor parte, las controversias y las cuestiones que siembran la confusión entre los hombres dependen del empleo dudoso e incierto de las palabras o, lo que es lo mismo, de las ideas «no determinadas» que han sido significadas por esas palabras. He elegido, pues, estos términos para designar, primero, algún objeto inmediato de la mente, que ella percibe y tiene delante como algo distinto del sonido que se usa como algo suyo, y, en segundo lugar, para dar a entender que esa idea así «determinada», es decir, que la mente tiene en sí misma y que conoce y ve allí, está fijada sin cambio alguno a un nombre, y que ese nombre esta «determinada» para esa idea precisa. Si los hombres tuvieran semejantes «ideas determinadas» en sus investigaciones y en sus disertaciones, advertirían hasta dónde llegan sus investigaciones y sus hallazgos, al mismo tiempo que evitaban la mayor parte de las disputas y de los altercados que tienen entre sí. Además de esto, el editor estimará necesario que comunique al lector que hay una adición de dos capítulos totalmente nuevos: uno que se refiere a la «asociación de ideas» y otro al «entusiasmo». El editor se ha comprometido a publicar estas adiciones por sí solas, con algunas otras de consideración que hasta ahora no habían sido impresas, del mismo modo y con el mismo propósíto que cuando este Ensayo entró en su segunda edición. En esta sexta edición es muy poco lo que se ha aumentado o corregido; la mayor parte de lo nuevo está en el capítulo XXI del segundo libro, lo cual, si alguien lo estima pertinente,  eso podrá transcribirse sin mucho trabajo junto a la edición anterior.

Presentación