Ensayo sobre el
entendimiento humano,
LIBRO II
CAPÍTULO 1
De las ideas en
general y de su origen
§ 1. La idea es el objeto del pensamiento. Puesto
que todo hombre es consciente para sí mismo de que piensa, y siendo aquello en
que su mente se ocupa, mientras está pensando, las ideas que están allí, no hay
duda de que los hombres tienen en su mente varias ideas, tales como las
expresadas por las palabras blancura, dureza, dulzura, pensar, moción, hombre,
elefante, ejército, ebriedad y otras. Resulta, entonces, que lo primero que debe
averiguarse es cómo llega a tenerlas. Ya sé que es doctrina recibida que los
hombres tienen ideas innatas y ciertos caracteres originarios impresos en la
mente desde el primer momento de su ser. Semejante opinión ha sido ya examinada
por mí con detenimiento, y supongo que cuanto tengo dicho en el libro anterior
será mucho más fácilmente admitido una vez que haya mostrado de dónde puede
tomar el entendimiento todas las ideas que tiene, y por qué vías y grados pueden
penetrar en la mente, para lo cual invocaré la observación y la experiencia de
cada quien.
§ 2. Todas las ideas vienen de la
sensación o de la reflexión. Supongamos, entonces, que la mente sea,
como se dice, un papel en blanco, limpio de toda inscripción, sin ninguna idea.
¿Cómo llega a tenerlas? ¿De dónde se hace la mente con ese prodigioso cúmulo,
que la activa e ilimitada imaginación del hombre ha pintado en ella, en una
variedad casi infinita? ¿De dónde saca todo ese material de la razón y del
conocimiento? A esto contesto con una sola palabra: de la experiencia; he allí
el fundamento de todo nuestro conocimiento, y de allí es de donde en última
instancia se deriva. Las observaciones que hacemos acerca de los objetos
sensibles externos o acerca de las operaciones internas de nuestra mente, que
percibimos, y sobre las cuales reflexionamos nosotros mismos, es lo que provee a
nuestro entendimiento de todos los materiales del pensar. Esta son las dos
fuentes del conocimiento de donde dimanan todas las ideas que tenemos o que
podamos naturalmente tener.
§ 3. Los objetos de
la sensación, uno de los orígenes de las ideas. En primer lugar,
nuestros sentidos, que tienen trato con objetos sensibles particulares,
transmiten respectivas y distintas percepciones de cosas a la mente, según los
variados modos en que esos objetos los afectan, y es así como llegamos a poseer
esas ideas que tenemos del amarillo, del blanco, del calor, del frío, de lo
blando, de lo duro, de lo amargo, de lo dulce, y de todas aquellas que llamamos
cualidades sensibles. Cuando digo que eso es lo que los sentidos transmiten a la
mente, quiero decir que ellos transmiten desde los objetos externos a la mente
lo que en ella produce aquellas percepciones. A esta gran fuente que origina el
mayor número de las ideas que tenemos, puesto que dependen totalmente de
nuestros sentidos y de ellos son transmitidas al entendimiento, la llamo
sensación.
§ 4. Las operaciones de nuestra mente,
el otro origen de las ideas. Pero, en segundo lugar, la otra fuente de
donde la experiencia provee de ideas al entendimiento es la percepción de las
operaciones interiores de nuestra propia mente al estar ocupada en las ideas que
tiene; las cuales operaciones, cuando el alma reflexiona sobre ellas y las
considera, proveen al entendimiento de otra serie de ideas que no podrían
haberse derivado de cosas externas: tales son las ideas de percepción, de
pensar, de dudar, de creer, de razonar, de conocer, de querer y de todas las
diferentes actividades de nuestras propias mentes, de las cuales, puesto que
tenemos de ellas conciencia y podemos observarlas en nosotros mismos, recibimos
en nuestro entendimiento ideas tan distintas como recibimos de los cuerpos que
afectan a nuestros sentidos. Esta fuente de ideas la tiene todo hombre en sí
mismo, y aunque no es un sentido, ya que no tiene nada que ver con objetos
externos, con todo se parece mucho y puede llamársele con propiedad sentido
interno. Pero, así como a la otra la llamé sensación, a ésta la llamo reflexión,
porque las ideas que ofrece son sólo aquellas que la mente consigue al
reflexionar sobre sus propias operaciones dentro de sí misma. Por lo tanto, en
lo que sigue de este discurso, quiero que se entienda por reflexión esa
advertencia que hace la mente de sus propias operaciones y de los modos de
ellas, y en razón de los cuales llega el entendimiento a tener ideas acerca de
tales operaciones. Estas dos fuentes, digo, a saber: las cosas externas
materiales, como objetos de sensación, y las operaciones internas de nuestra
propia mente, como objetos de reflexión, son, para mí, los únicos orígenes de
donde todas nuestras ideas proceden inicialmente. Aquí empleo el término
“operaciones” en un sentido amplio para significar, no tan sólo las acciones de
la mente respecto a sus ideas, sino ciertas pasiones que algunas veces surgen de
ellas, tales como la satisfacción o el desasosiego que cualquier idea pueda
provocar.
§ 5. Todas nuestras ideas son o de la
una o de la otra clase. Me parece que el entendimiento no tiene el menor
vislumbre de alguna idea que no sea de las que recibe de unos de esos dos
orígenes. Los objetos externos proveen a la mente de ideas de cualidades
sensibles, que son todas esas diferentes percepciones que producen en nosotros:
y la mente provee al entendimiento con ideas de sus propias operaciones. Si
hacemos una revisión completa de todas estas ideas y de sus distintos modos,
combinaciones y relaciones, veremos que contienen toda la suma de nuestras
ideas, y que nada tenemos en la mente que no proceda de una de esas dos vías.
Examine cualquiera sus propios pensamientos y hurgue a fondo en su propio
entendimiento, y que me diga, después, si todas las ideas originales que tiene
allí no son de las que corresponden a objetos de sus sentidos, o a operaciones
de su mente, consideradas como objetos de su reflexión. Por más grande que se
imagine el cúmulo de los conocimientos alojados allí, verá, si lo considera con
rigor, que en su mente no hay más ideas que las que han sido impresas por
conducto de una de esas dos vías, aunque, quizá, combinadas y ampliadas por el
entendimiento con una variedad infinita, como veremos más adelante.
6. Lo que se observa en los niños
Quien considere atentamente el estado de un niño recién llegado al mundo, tendrá escasos
motivos para pensar que está repleto de las ideas que constituyen el material de sus conocimientos
futuros. Se llega a proveer de estas ideas de manera gradual, y aunque las cualidades mas evidentes y familiares son las que se
imprimen antes de que la memoria comience a llevar un registro del tiempo y del orden, es frecuente, con
todo, que ciertas cualidades raras se presenten tan tarde que son pocos los hombres que no pueden recordar
el tiempo en que las conocieron por vez primera; y si valiera la pena, no hay duda de
que sería posible observar cómo un niño tiene muy pocas ideas, incluso de las
comunes, antes de hacerse hombre. Pero como todos los que nacen en este mundo se
hallan rodeados de cuerpos que continuamente y de manera diversa les afectan, una gran variedad de ideas son
impresas en la mente de los niños, se tenga o no el cuidado de enseñárselas. La luz y los
colores en todas partes se encuentran en una disposición constante de causar impresiones, con sólo que el ojo esté abierto;
el sonido y algunas cualidades tangibles no dejan de afectar a los sentidos que le son propios, y de ese modo
penetran en la mente. Sin embargo, creo que se concederá sin dificultad que si se tuviera a un
niño en un lugar en que sólo viera el negro y el blanco hasta hacerse hombre, no tendría más ideas del escarlata o
del verde que la que podría tener del saber de un ostión o de la piña aquel que, desde su infancia, jamás
hubiera probado estos alimentos.
7. Los hombres tienen distintas ideas según la diferencia con los objetos que entran en contacto
Por tanto, los hombres se proveen de mayor o menor ideas simples que proceden del exterior, según
que los objetos con los que entran en contacto presenten mayor o menor variedad,
lo mismo que sucede respecto a las ideas procedentes de las operaciones internas de la mente, según que el
hombre sea más o menos reflexivo. Porque, si bien es cierto que quien contempla las operaciones de su mente no puede
menos que tener ideas sencillas y claras sobre dichas operaciones, sin embargo, a no ser que vuelva su
pensamiento en esa dirección para considerarlas atentamente, no llegará a tener mas ideas
claras de esas operaciones de su mente y de todo lo que allí pueda observarse que las ideas particulares que podría tener
de cualquier paisaje o de las partes y movimientos de un reloj, aquel que no dirija sus ojos
hacia estos objetos y no repare cuidadosamente en sus partes. Puede suceder que el cuadro o el reloj estén situados de
manera tal que todos los días pase junto a ellos, pero a pesar de ello tendrá
una idea confusa de todas las partes de que éstos se componen, en tanto no se
dedique a considerar cuidadosamente cada una en particular.
8. Las ideas de reflexión son más tardías porque requieren atención.
Y he aquí la razón por la que es necesario que transcurra algún tiempo antes de que la
mayoría de
los niños tengan ideas sobre las operaciones de sus mentes, y por qué muchas personas no tienen,
durante su vida, ninguna idea muy clara y perfecta de la mayor parte de esas operaciones. Porque, aunque
estén incurriendo constantemente en la mente, sin embargo, como si se tratase de visiones
flotantes, no imprimen huellas lo suficientemente profundas para dejar en la mente ideas claras, distintas y duraderas
hasta que el entendimiento, volviendo sobre sí mismo, reflexiona acerca de sus propias
operaciones y las convierte en el objeto de su propia contemplación. Cuando los
niños entran en el mundo, se hallan rodeados de casas nuevas, las cuales, por una constante
solicitud de sus sentidos, están llamando continuamente a la mente hacia ellas obligándola a
fijarse en lo nuevo, lo que produce un gusto por la variedad de objetos cambiantes. De esta manera, los primeros años se
emplean generalmente en mirar hacia fuera; y como, por
otra parte, las ocupaciones de los hombres los llevan a familiarizarse con lo que se encuentra en el
exterior,
el niño crece con la atención constantemente dedicada a las sensaciones externas, y pocas veces se detiene a
pensar en lo que ocurre en su interior, hasta que alcanza la madurez; y algunos hay que ni entonces
lo hacen.
9. El alma empieza a tener ideas cuando comienza a percibir
Preguntar en qué momento tiene ideas un hombre es igual que preguntar cuándo comienza a percibir, ya
que tener ideas y percibir son la misma cosa. Sé que es opinión aceptada que el alma siempre piensa, y que,
mientras existe, constantemente tiene en sí misma una percepción actual de ciertas ideas, y que ese pensar
actual es tan inseparable del alma como lo es del cuerpo la extensión actual. Sí esto es cierto, preguntar por el
comienzo de las ideas de un hombre es lo mismo que inquirir por el comienzo de su
alma; porque, según eso, el alma y sus ideas, como el cuerpo y su extensión, empezarán a existir al mismo
tiempo.
10. El alma no piensa siempre, ya que esto no puede probarse
Pero que se suponga que el alma exista con anterioridad, o simultáneamente o después de los
primeros rudimentos u organización, o al inicio de la vida en el cuerpo, es algo que dejo a la discusión de quienes
lo hayan pensado más detenidamente que yo. Admito que soy de esos que poseen un alma obtusa que no
se percibe a si misma en constante contemplación de ideas; ni tampoco imagino que sea más necesario el
que la mente esté siempre reflexionando o que el cuerpo esté siempre en movimiento, ya que según
concibo, la percepción de ideas es para el alma lo que el movimiento para el cuerpo: no su esencia, sino tan
sólo una de sus operaciones, Por ello, por más que se suponga que la acción más propia del alma es el
pensar, no hace falta, sin embargo, creer que siempre está pensando, que siempre está
activa. Ese, tal vez, sea el privilegio del Autor infinito y Conservador de todas las cosas, «que nunca se adormece
ni duerme»; pero no es acorde con ningún ser finito, o por lo menos con el alma humana. Sabemos de
manera cierta y por experiencia que algunas veces pensamos, y de aquí podemos extraer esta
conclusión infalible: existe
algo, en nosotros que tiene el poder de pensar; pero si piensa perpetuamente o no esa sustancia es algo de lo que
no podemos estar mas seguros que lo que la experiencia nos informa. Porque afirmar que el pensar actual
es esencial al alma e inseparable de ella, es caer en una petición de principio y no supone aportar ninguna
prueba por medio de la razón, lo cual es necesario, cuando no se trata de una
proposición por sí misma evidente. Pero que sea cierto que esta proposición «que el alma piensa
siempre» sea de suyo evidente y a la que todo el mundo asiente una vez la oye, es algo
que dejo al dictado del género humano. Se pone en duda si pensé o no durante
toda la noche anterior; como es un asunto de hecho, se incurre en petición de
principio al aducir como prueba una
hipótesis sobre la cosa misma que se discute. De esta manera se podría probar
cualquier cosa: bastaría suponer que todos los relojes piensan mientras se mueve el
péndulo para probar de manera indudable que mi reloj estuvo pensando durante toda la noche
anterior.
Para quien no quiera mentir tiene que construir sus hipótesis sobre hechos y demostrarlas por medio de la experiencia
sensible, y no establecer una presunción de hecho en favor de su hipótesis, es
decir, suponer que el hecho es así. Semejante manera de probar se reduce a esto:
es necesario admitir que estuve pensando durante toda la noche anterior porque otra
persona supone que siempre estoy pensando, aun cuando yo mismo no pueda percibir que lo hago.
Pero los hombres que aman sus opiniones no sólo son capaces de suponer lo que se está cuestionando,
sino de alegar falsamente en materia de hecho. Pues de otra forma quien podría decir que es inferencia
mía «que una cosa no es, porque no somos conscientes de ella mientras dormimos». Yo no
afirmo que no exista un alma en un hombre porque no sea consciente de ella mientras duermo;
pero si digo que en ningún momento puede pensar, despierto o dormido,
sin ser sensible de ello. Este ser sensible no es necesario respecto a ninguna cosa, con
excepción de nuestros pensamientos, para los que es y será siempre necesario, en
tanto que no podamos pensar sin tener conciencia de que pensamos.
11. El alma no es siempre consciente de que piensa
Admito que el alma en un hombre en estado de vigilia nunca está sin pensamiento, ya
que esa es la condición de ese estado. Pero que el dormir sin soñar no sea una acepción que haga referencia al hombre en
su totalidad, en mente y cuerpo, es algo que quizá merezca la pena que un hombre en estado de vigilia
considere, pues no resulta fácil concebir que alguien piense sin ser consciente de ello. Si el alma piensa en
un hombre dormido, sin tener conciencia de ello, pregunto si mientras piensa de ese modo tiene algún
placer o dolor, o si es capaz de experimentar felicidad o tristeza. Estoy seguro de que no lo es
más de lo que lo sería la cama o el suelo en que descansa; porque ser feliz o
desgraciado sin ser consciente de ello, me parece totalmente inconsecuente e imposible, O si
acaso fuera posible que la mente pueda, mientras el cuerpo duerme, tener por su cuenta sus pensamientos,
sus placeres y preocupaciones, su goce y su dolor, de los que el hombre no es
consciente, es seguro que Sócrates dormido y Sócrates despierto no son la misma persona; sino que el alma de Sócrates mientras
duerme, y Sócrates el hombre, compuesto de cuerpo y alma cuando está despierto, son dos personas; ya
que el Sócrates no tiene conocimiento, ni le importa, de esa felicidad o miseria que su alma experimenta
sola y por si mientras él duerme, sin que nada perciba de ello, y que le es tan
extraño como la felicidad o miseria de un hombre en las Indias, cuya existencia
desconoce totalmente. Porque si privamos de manera total nuestras acciones y sensaciones de toda
conciencia sobre ellas, especialmente del placer y del dolor y
del remedio que siempre les acompaña, nos resultará difícil saber en qué parte radica la identidad personal.
12. Si un hombre dormido pensara sin darse cuenta, el hombre dormido y el
despierto serían dos personas
Dicen estos hombres que el alma piensa cuando duermen profundamente. Mientras piensa y percibe es
capaz de experimentar con toda certeza delicia y turbación, así como otras
percepciones cualquiera. Pero todo esto lo tiene por su cuenta: el hombre dormido,
desde luego, no tiene conciencia de ello. Supongamos, entonces, el alma de Cástor separada de su cuerpo
mientras éste duerme; suposición que no resulta imposible a la gente con la que ahora discuto, y que
concede vida de manera liberal a todos los animales distintos del hombre, al otorgarles un alma pensante.
Esta gente no podrá juzgar, por tanto, como imposible o contradictorio que el cuerpo viva sin alma, ni
tampoco que el alma subsista y piense o tenga percepción, separada del cuerpo, incluso percepciones de la
felicidad o de la miseria. Supongamos, pues, que el alma de Cástor esté separada de su cuerpo mientras
duerme, y que tenga sus pensamientos aparte. Supongamos, además, que escogiera como
escenario de su pensar el cuerpo de otro hombre, el de Polux por ejemplo, que está dormida sin alma; pues si cuando Cástor
duerme, su alma puede pensar aquello de que Cástor nunca será consciente, nada importa
el lugar que su alma elija para pensar. Nos encontramos así con los cuerpos de dos hombres y una sola alma para los
dos, y supondremos que éstos despiertan y duermen de manera alternativa, de forma que el alma siempre
piensa en el que esté despierto, y acerca de lo cual, el que duerma, no tenga nunca conciencia ni
percepción alguna. Y ahora, pregunto, si Cástor y Polux, que sólo tienen un alma que piensa y percibe en uno de los dos
aquello de lo que no tiene conciencia ni se preocupa del otro, no son dos personas tan diferentes como lo
fueron Cástor y Hércules, o Sócrates y Platón, y si no podrá suceder que uno de ellos
sea muy feliz y el
otro totalmente desgraciado. Por idéntica razón, los que creen que el alma puede pensar aparte
sobre algo de lo que el hombre no es consciente, hacen dos personas distintas del alma y del hombre; ya que supongo
que nadie tratará de hacer consistir la identidad de las personas en que el alma esté unida a un mismo
número de partículas de materia, pues si esto fuera necesario para la identidad, sería imposible, en el fluir
constante de las partículas de nuestro cuerpo, que ningún hombre pudiera ser la misma persona dos días o
dos momentos seguidos.
13. Es imposible convencer de que piensan a los que duermen sin soñar
Me parece, por tanto, que la doctrina de los que enseñan que el alma siempre está pensando se
tambalea ante cada cabeceo soñoliento. Es una realidad que a quienes les sucede que alguna vez duermen sin
soñar les es imposible llegar a convencerse de que sus pensamientos han estado
ocupados, a veces durante cuatro horas, sin darse cuenta de ello; y si se les sorprende en el acto mismo,
despertándolos en la mitad de esa contemplación soñolienta, nunca pueden dar la menor razón de ella.
14. Inútilmente se aducirá que esos hombres sueñan sin recordarlo
Quizá se afirme que el alma piensa hasta en los momentos de sueño mas profundo, pero que la memoria
no lo retiene. Pero resulta difícil imaginar que el alma de un hombre dormido pueda
estar ocupada en un momento en pensar, y que en otro momento, cuando el hombre esta
despierto, no consiga recordar ninguno de esos pensamientos, y esto es algo que
requeriría una prueba más convincente que la pura afirmación para que se pudiera
creer. Porque, ¿quien puede imaginar, sin más ni más, y tomando sólo como base una
afirmación, que los hombres piensan durante toda la vida, durante varias horas al día sobre algo que, cuando se
les pregunta incluso en medio del acto, no guardan el menor recuerdo? Creo que la mayoría de los hombres
pasan gran parte del tiempo en el que duermen sin soñar. Yo conocí una vez a un hombre, educado en
las letras y de no mala memoria, que me dijo que en toda su vida jamás había
soñado hasta que tuvo unas calenturas de las que acababa de sanar, lo cual le
ocurrió hacia los veinticinco o 26 años de edad. Supongo que se podrán encontrar en el mundo más
casos similares a ese; por lo menos cada uno podría encontrar, entre sus conocidos,
ejemplos de personas que pasan la mayoría de las noches sin soñar.
15. Según esta hipótesis, los pensamientos de un hombre dormido tendrían que
ser racionales en extremo
Es una manera muy inútil de pensar el hacerlo frecuentemente, sin retener
jamás ni por un momento lo que se piensa. Y el alma en semejante estado del pensar excede en bien poco, si acaso, a un
espejo que recibe continuamente una multiplicidad de imágenes o ideas, pero sin retener ninguna:
desaparecen y se esfuman sin dejar ninguna huella. En nada aprovecha el espejo tales ideas,
ni semejantes pensamientos el alma. Tal ve se podrá decir que en un hombre en
estado de vigilia se emplean los materiales del cuerpo y se usan en el pensar, y que se
retiene el recuerdo de los pensamientos por las impresiones que se graban en el cerebro y por
las huellas que quedan una vez que han pasado; pero que respecto al pensar del alma
de que el hombre no es consciente cuando duerme, el alma piensa aparte, y al no emplear las
órganos del cuerpo, no deja ninguna impresión y, por tanto, ningún recuerdo de
tales pensamientos. Para no volver a argumentar mas con lo absurdo de dos personas
distintas que de esta suposición se sigue, contesto que sean cuales fueren las ideas que puede recibir la
mente y que pueda considerar sin ayuda del cuerpo es razonable concluir que podría
también retenerlas sin ese auxilio, ya que de otro modo el alma, o cualquier espíritu separado, obtendría al pensar un
beneficio muy exiguo. Si carece del recuerdo de sus propios pensamientos; si no puede almacenarlos para
su provecho, ni recordarlos cuando quiera; si no puede reflexionar sobre lo pasado y
beneficiarse de sus experiencias previas, de sus razonamientos y de sus consideraciones,
¿con qué fin piensa? Quienes, según esto, hacen del alma una cosa pensante, no
hacen de ella un ser mucho más noble que aquellos a quienes ésos condenan por creer que el alma no es
sino la parte más sutil de la materia. Porque, en resumen, son tan útiles y le prestan iguales beneficios
al sujeto los rasgos trazados en el polvo y que el primer soplo de aire borra, o las
impresiones realizadas en un montón de átomos o espíritus animales, que los pensamientos de un alma que se extinguen al ser
pensados, y que, una vez fuera de su vista, desaparecen para siempre sin dejar ninguna memoria detrás de
ellos. La naturaleza nunca puede realizar cosas excelentes para usos bajos o para ningún uso; y apenas
puede concebirse que nuestro Creador, infinitamente sabio, nos haya dotado de tan admirable
facultad como es la potencia dc pensar, la facultad que más se acerca a la excelencia de su propio e incomprensible ser, para que se emplee de manera tan ociosa e inútil,
al menos durante una cuarta parte del tiempo que está aquí, en pensar constantemente sin recordar ninguno de sus
pensamientos, y sin que resulte provechoso para ella ni para los demás, ni en modo alguno útil a ninguna
otra parte de la Creación. Si lo examinamos, pienso que encontremos que el
movimiento de la materia bruta e insensible pueda ser en parte alguna del Universo de tan poca utilidad y tan
absolutamente desperdiciada.
16 Si pienso sin conocer es algo que nadie puede saber
Ciertamente, mientras dormimos, existen casos de percepción en los que retenemos el recuerdo de esos
pensamientos. Pero cuan extravagantes e incoherentes son en su mayor parte, y que
poco en consonancia con la perfección y el orden propio de un ser racional, no
hace falta decírselo a quienes están familiarizados con los sueños. Y gustosamente querría que se me
dijera,
sobre este particular, si el alma, cuando piensa de este modo por su cuenta y como quien dice separada del
cuerpo, actúa o no menos racionalmente que cuando está unida a él. Si sus pensamientos
separados son
menos racionales, entonces esta gente tendrá que afirmar que el alma debe al cuerpo la perfección del
pensar racional; si no es así, resulta sorprendente que nuestros sueños, en su mayor parte, sean tan frívolos
e irracionales, y que el alma no retenga nada de sus monólogos y meditaciones mas racionales.
17. De acuerdo con esta hipótesis, el alma tendrá ideas que no se originan ni en
la sensación ni en la reflexión, de las que no existe ninguna apariencia
Asimismo quisiera que me dijeran, aquellos que afirman de manera tan confiada que el alma siempre
está pensando qué son esas ideas que están en el alma de un niño, antes o justo en el momento de la
unión con el cuerpo, antes de que haya recibido, por vía de sensación, ninguna idea, Según me parece, las
sueños del hombre dormido se fabrican con las ideas del despierto, aunque en su mayor parte estas ideas se hilen
de un modo extraño, Y sería extraño si el alma tuviera ideas propias no provenientes de la sensación o
de la reflexión (como tendría que tenerlas, si pensara antes de recibir ninguna
impresión del cuerpo), que nunca, en su pensar privado (tan privado, que ni el
mismo hombre lo percibe), que no conservara ninguna de esas ideas en el preciso momento en que despierta
de ellas. Y de ese modo proporciona al hombre el placer de nuevos hallazgos. Pero
¿a quien podrá parecerle razonable que el alma, sumergida en su retiro durante
el sueño, haya pensado durante tantas horas, y que, sin embargo, nunca repare en
alguna de esas ideas
que no tomó prestadas ni de la sensación ni de la reflexión, o por lo menos que no mantenga el
recuerdo de ninguna, excepto de aquellas que, por ser ocasionadas por el cuerpo,
necesariamente serán menos naturales para un espíritu? Es extraño que el alma ni
una sola vez en toda la vida del hombre recuerde ninguno de sus pensamientos puros y
originarios; ninguna de esas ideas que tuvo antes de que tomara nada prestado al cuerpo, y que nunca le ofrezca, cuando está despierto, ninguna idea
diferente de las que retiene el olor del recipiente en que está encerrada, es decir, de las que
derivan de manera clara de su origen de la unión entre el alma y el cuerpo. Si el alma piensa
constantemente y, por tanto, ha tenido ideas antes de unirse al cuerpo o antes de haber recibido
ninguna idea de este, no es de suponer sino que durante el sueño tendría que recordar las ideas que le son
originales, y que, durante esa incomunicación con el cuerpo mientras piensa por si sola,
las ideas en que se ocupa tendrían que ser, por lo menos algunas veces, esas ideas más naturales y análogas que tuvo en si misma,
y que no proceden ni del cuerpo ni de una reflexión sobre sus operaciones propias sobre las ideas
así
derivadas. Ahora bien, puesto que el hombre en estado de vigilia nunca recuerda aquellas ideas, es necesario concluir de esta hipótesis o bien que el
alma recuerda
algo que el hombre no recuerda, o bien que la memoria pertenece solamente a aquellas ideas que proceden
del cuerpo o de las operaciones de la mente sobre ella.
18. ¿Cómo puede alguien saber que el alma piensa constantemente? Al no ser una
proposición de suyo evidente, requiere una demostración?
Me gustaría también que aquellos que afirman de manera tan confiada que el alma humana,
o lo que es lo mismo el hombre, siempre piensan, me dijeran cómo pueden saberlo. Es más, «que me digan
de qué forma pueden llegar a saber que ellos mismos piensan, puesto que ellos no lo perciben». Mucho me temo que,
seguramente, se trata de una mera afirmación sin pruebas y de un conocimiento sin
percepción. Sospecho que se trata de una noción ambigua que se ha arbitrado para servir a una hipótesis,
y, en manera alguna de una de esas verdades claras cuya propia evidencia nos obliga a
aceptarlas, o que no nos permite negar sin atrevimiento la experiencia común. Porque lo más que
puede aceptarse a su favor es que seguramente el alma piensa siempre, pero que no siempre
puede guardar el pensamiento en la memoria. Yo afirmo que es igualmente posible que el alma no piensa siempre,
y mucho más probable que a veces no piense, que el que lo haga con frecuencia
durante un largo espacio de tiempo, sin ser consciente de que ha pensado, en el
momento inmediatamente posterior.
19. Resulta muy improbable que el hombre se ocupe en pensar y, sin embargo, no lo
recuerde inmediatamente después
Imaginar que el alma piensa sin que el hombre lo perciba es, según ya se demostró, hacer dos personas
de un solo hombre. Y si se considera cuidadosamente la manera en que estos hombres se expresan, uno
estaría tentado a sospechar que eso es exactamente lo que quiero decir. Porque aquellos que afirman que el alma
siempre piensa, jamás dicen, al menos que yo recuerde, que un hombre piense siempre. Pero
¿puede pensar el alma sin que el hombre lo haga?, o ¿acaso puede pensar el hombre: sin
ser consciente de ello? Esto tal vez parecería un trabalenguas en boca de otros. Si afirman
que el hombre piensa constantemente, pero que no tiene siempre conciencia de ello, lo mismo podrían
decir que su cuerpo es extenso, pero que no tiene partes. Porque es tan absolutamente ininteligible
afirmar que un cuerpo es extenso sin partes, como el decir que alguien piensa sin ser consciente de
ello, o sin darse cuenta de que lo hace. Los que así se expresan podrán afirmar con idéntica razón, si su
hipótesis lo
requiere, que un hombre esta continuamente hambriento, pero que no siempre siente el hambre, ya que el hambre
consiste precisamente en esa sensación del mismo modo que el pensar consiste en tener conciencia de que uno lo
hace. Y yo preguntaría a aquellos que afirman que un hombre siempre tiene conciencia de
que piensa cómo lo saben, ya que el tener conciencia es la percepción de lo que pasa en la propia mente de un
hombre. ¿Acaso puede otro hombre advertir que yo tengo conciencia de algo, cuando yo no lo percibo en sí
mismo? En esto, el conocimiento del hombre no puede ir más lejos de su experiencia. Despertad a un hombre de un
sueño profundo y preguntarle qué es lo que pensaba en ese momento. Si el mismo no tiene conciencia de haber estado pensando en nada, tendrá que
ser un adivino muy notable de pensamientos el que pueda asegurarle que estaba pensando.
¿No podría, con mayor razón, asegurarle que no dormía? Esto excede toda filosofía, y supone nada
menos que una
revelación el que otro descubra en mi mente alguna idea, cuando yo no hallo ninguna en ella. Y necesitarán una
vista muy penetrante aquellos que puedan ver con certeza que yo pienso, cuando yo mismo no puedo
percibirlo y cuando afirmo que no pienso; éstos, sin embargo, ven que los perros y los
elefantes no piensan cuando nos ofrecen todas las demostraciones que se puedan imaginar
de lo contrario, excepto el decirnos que piensan. No faltará quien sospeche que esto
supone dar un paso más allá de las pretensiones de los hermanos de la Rosa-Cruz, ya
que parece más fácil hacerse invisible a los demás que el hacer visible para mí los pensamientos de otro, cuando no lo son para
él mismo. Pero basta definir el alma como una sustancia que siempre piensa, y asunto concluido. Si semejante definición
goza de alguna autoridad, no sé para que fin pueda servir si no es para hacer que
muchos hombres sospechen que carecen de alma, ya que se dan cuenta que buena parte de sus vidas transcurren sin estar pensando. Porque, que
yo sepa, no hay definición, ni suposiciones de ninguna secta con el suficiente peso como para
destruir lo que enseña una experiencia constante; y quizás sea la presunción de
saber lo que está más allá de lo que percibimos lo que origina tanta inútil disputa y tanto ruido en el mundo.
20. Si observamos, en los niños no hay prueba de ideas diferentes de las que origina la
sensación o la reflexión
No veo, por tanto, ninguna razón para creer que el alma piensa antes de que los sentidos le hayan
proporcionado ideas sobre las que reflexionar; puesto que el número de esas ideas aumenta y las mismas se
retienen, sucede que el alma, gracias al ejercicio, perfecciona su facultad de
pensar en sus diversas partes; así como, más tarde, combinando esas ideas y
reflexionando sobre sus propias operaciones, aumenta el caudal de ideas lo mismo que su habilidad para
recordar, imaginar, razonar y otras maneras de pensar.
21. El estado de un niño en el vientre de su madre
Quien se deje llevar de la observación y la experiencia, y no se empeñe en convertir sus propias
hipótesis en reglas de la naturaleza, podrá advertir en un recién nacido escasas
señales de un alma habituada a pensar, y menos aún hallara en él muestras de
raciocinio. Es difícil imaginar, sin embargo, que el alma racional piense tanto y que no raciocine para nada.
Y aquel que considere que los niños recién llegados al mundo ocupan la mayor parte de su tiempo
durmiendo, y rara vez están despiertos, excepto cuando el hambre les hace pedir el pecho, o cuando algún
dolor (la más inoportuna de las sensaciones) o alguna otra impresión violenta en el cuerpo obliga a la mente
a percibirlo y a prestarle atención; digo que quien considere esto tendrá motivo, quizá,
para imaginar que «el feto en el seno materno no se diferencia mucho del estado de un vegetal», sino que pasa la
mayor parte de su tiempo sin percepciones o pensamientos, sin hacer otra cosa que dormir en un lugar donde no
necesita buscar su alimento, rodeado de un líquido siempre igualmente agradable y casi siempre a una
misma temperatura; donde los ojos carecen de luz, y donde los oídos, al ser tan grande el aislamiento, no
son vulnerables a los ruidos y donde existe poca o ninguna variedad o cambio de objetos que puedan
afectar a los sentidos.
22. La mente piensa en relación con el asunto que obtiene de la experiencia
Seguid a un niño desde su nacimiento y observad
las modificaciones que causa el tiempo, y podréis ver que a medida que el alma se abastece más y más de
ideas pos medio de los sentidos llega a estar más y mas despierta: piensa más, cuanto más
materia tiene
en que pensar. Pasado algún tiempo, empieza a reconocer los objetos que, por serle más
habituales, han dejado una impresión duradera. De esta manera llega a conocer de manera gradual a las personas que trata
diariamente y diferenciarlas de los extraños; lo que es ejemplo u efecto de que empieza a retener y a
distinguir aquellas ideas que los sentidos le comunican. Y de este modo podemos observar cómo la mente se
perfecciona, de manera gradual, en esas facultades y cómo marcha hacia el desarrollo de aquellas
otras que consisten en ampliar, componer y abstraer sus ideas, y en raciocinar y
reflexionar sobre la totalidad de esas ideas y de otras acerca de las cuales podré hablar más
detenidamente en adelante.
23. Un hombre comienza a tener ideas cuando tiene la primera sensación
Si se llega a preguntar: ¿en qué momento comienza un hombre a tener ideas?, creo que la
verdadera respuesta es que empieza en el momento en que tiene una sensación por vez
primera. Porque visto que, según parece, no existen ideas en la mente antes de que
se las comuniquen los sentidos, pienso que las ideas en el entendimiento son
simultáneas a la sensación, que es una impresión hecha en alguna parte del cuerpo, de tal índole que provoca alguna
percepción en el entendimiento. Estas impresiones que producen en nuestros sentidos los objetos externos son aquello en
lo que la mente parece primero ocuparse en las operaciones que denominamos
percepción, recuerdo, consideración, raciocinio, etc.
24. El origen de todo nuestro conocimiento
La mente, a lo largo del tiempo, llega a reflexionar sobre sus propias operaciones en torno
a las ideas adquiridas por la sensación, y de ese modo acumula una nueva serie de ideas, que son las que yo
llamo ideas de reflexión. Estas son las impresiones que en nuestros sentidos hacen los
objetos exteriores, impresiones extrínsecas a la mente; y sus propias operaciones, que responden a
potencias intrínsecas que le pertenecen de manera exclusiva, operaciones que, cuando
son motivo de una reflexión por la mente misma se convierten a sí mismas en objetos de su contemplación,
son, como dije, el origen de todo nuestro conocimiento. De esta manera, la primera capacidad del
intelecto
humano radica en que la mente está conformada para recibir las impresiones que en ella producen bien los
objetos exteriores a través de los sentidos, bien sus
propias operaciones, cuando reflexiona sobre ellas. Tal es el primer caso que todo hombre da hacia el
descubrimiento de cualquier hecho, y ésa es la base sobre la que ha de construir todas esas nociones que debe
poseer en este mundo de manera natural. Todos esos extensos pensamientos que se elevan sobre las nubes
y que alcanzan las alturas del mismo cielo tienen su origen y su base en aquel cimiento, y en toda esa inmensa extensión que recorre la mente cuando se
entrega a sus apartadas especulaciones que, al parecer, tanto la elevan, y no excede ni en un ápice el alcance
de esas ideas que la sensación y la reflexión le han ofrecido como objetos de su
contemplación.
25. Normalmente el entendimiento es pasivo en la recepción de las ideas simples
A este respecto, el. entendimiento es meramente pasivo y no está a su alcance el poseer o no esos
rudimentos, o, como quien dice, esos materiales de conocimiento. Porque, se quiera o no, en la mayoría de
los casos los objetos de nuestros sentidos imponen a nuestra mente las ideas que le son particulares; y las
operaciones de nuestra mente no permiten que estemos sin ninguna noción sobre ellas, por muy oscuras
que sean. Ningún hombre puede permanecer en absoluta ignorancia de lo que hace cuando piensa. A estas
ideas simples», que, cuando se ofrecen a la mente, el entendimiento es tan incapaz de
rechazar o de alterar una vez impresas, o de borrar y fabricar una nueva, como lo es un
espejo de rechazar, cambiar, o extinguir las imágenes o ideas que producen en él
los objetos que se le ponen delante. Puesto que los cuerpos que nos rodean afectan de maneras diferentes a
nuestros órganos, la mente está obligada a recibir esas impresiones, no puede
evitar la percepción de las ideas que conllevan.