LIBRO II DEL Ensayo sobre el entendimiento humano
CAPITULO XIV

ACERCA DE LA IDEA DE DURACIÓN Y DE SUS MODOS SIMPLES

1. La duración es extensión fugaz
Hay otra clase de distancia o longitud, cuya idea no extraemos de las partes permanentes del espacio, sino de las partes perpetuamente fugaces y perecederas de la sucesión. Esto es lo que llamamos duración, cuyos modos simples son sus diversas longitudes por las que tenemos ideas distintas, tales corno las horas, los días, los años, etc., el tiempo y la eternidad.
2. Su idea procede de la reflexión sobre la sucesión de nuestras ideas
La respuesta de un gran hombre a quien se preguntó qué era el tiempo, fue: si non rogas intelligo (lo cual significa que cuanto más pienso sobre ello, menos lo comprendo), y esta contestación quizá nos persuada de que el tiempo que nos revela todas las demás cosas, no es en sí mismo descubrible. No sin razón la duración, el tiempo y la eternidad se tienen por algo muy abstruso en su naturaleza. Sin embargo, aunque parezca que están muy alejados de nuestra comprensión, si los examinamos correctamente hasta llegar a sus orígenes, no dudo que una de estas fuentes de todo nuestro conocimiento, es decir, la sensación y la reflexión, podrá aportarnos unas ideas tan claras y distintas como muchas otras de las que se piensa que son mucho menos oscuras; y podremos ver que la idea misma de eternidad se deriva del mismo origen común al resto de nuestras ideas.
3. Naturaleza y origen de la idea de duración
Para comprender correctamente el tiempo y la eternidad, debemos considerar con atención cuales la idea que tenemos de la duración y cómo llegamos a obtenerla. Resulta evidente para cualquiera que observe lo que ocurre en su propia mente que hay una cadena de ideas que constantemente suceden las unas a las otras en su entendimiento, en tanto permanece despierto. La reflexión sobre estas apariencias de las distintas ideas que se suceden en nuestra mente es lo que nos proporciona la idea de sucesión; y la distancia entre partes cualesquiera de esa sucesión, o entre la apariencia de cualesquiera dos ideas en nuestras mentes, es lo que llamamos duración. Porque mientras pensamos, o mientras recibimos sucesivamente distintas ideas en nuestras mentes, sabemos que existimos; y, de esta manera, llamarnos a la existencia, o a la continuación de la existencia de nosotros mismos, o de cualquier otra cosa, conmensurable con la sucesión de cualesquiera ideas en nuestra mente, es a lo que llamamos, digo, la duración de nosotros mismos, o la de cualquier otra cosa que coexiste con nuestro pensamiento.
4.
Prueba de que su idea se obtiene de la reflexión sobre la cadena de nuestras ideas
Que nuestra noción de la sucesión y la duración tiene en esto su origen, es decir, en la reflexión sobre la cadena de ideas que encontramos que aparecen una después de otra en nuestra mente, es algo que me parece evidente, desde el momento en que no tenemos ninguna percepción de la duración si no es mediante la consideración de esa cadena de ideas que se sucede en nuestro entendimiento. Cuando esa sucesión de ideas cesa, termina con ella nuestra percepción de la duración, lo cual es algo que todo el mundo experimenta en sí mismo cuando duermen profundamente, ya sea una hora, un día, un mes o un año; de cuya duración de las cosas, en tanto se duerme o mientras no se piensa, no se tiene ninguna percepción en absoluto, sino que esta duración pasa totalmente desapercibida; y, desde el momento en que alguien deja de pensar, hasta el momento en que de nuevo comienza a hacerlo, parece que no existe la distancia para esta persona. De esta manera, no dudo que un hombre despierto sentiría lo mismo si le fuera posible mantener en su mente una sola idea, sin variación ni sucesión de otra. Y vemos que cuando alguien fija su pensamiento muy intensamente en una cosa, de manera que no tiene sino una noticia muy escasa de la sucesión de ideas que pasan en su mente, mientras se mantiene en su contemplación original, deja pasar sin observarlo una buena parte de esa duración y piensa que el tiempo es más breve de lo que en realidad es. Pero si el sueño normalmente une las partes distantes de la duración, es porque durante ese tiempo no tenemos ninguna sucesión de ideas en nuestras mentes. Pero si un hombre, cuando está dormido, sueña, y se hacen perceptibles en su mente una variedad de ideas, una tras otra, entonces tuvo, mientras soñaba, una percepción de la duración y de su longitud. Por lo cual me parece claro que los hombres derivan sus ideas de la duración a partir de sus reflexiones sobre la cadena de las ideas que observan se suceden, una tras otra, en su propio entendimiento, sin cuya observación ellos no tendrían ninguna noción de la duración, pasara lo que pasara en el mundo.
5.
La idea de duración es aplicable a las cosas mientras dormimos
Así pues, teniendo un hombre la noción o la idea de duración, a partir de la reflexión sobre la sucesión y el número de sus propios pensamientos puede aplicar esa noción a las cosas que existen mientras no piensa: lo mismo que quien ha obtenido la idea de extensión de los cuerpos a partir de su vista y tacto, puede aplicar esta idea a distancias en las que no ve ni toca ningún cuerpo. Y, por tanto, aunque un hombre no tenga percepción de la longitud de la duración que ha transcurrido mientras duerme o no está pensando, sin embargo, habiendo observado la vuelta de los días y de las noches, y habiendo encontrado que la longitud de su duración es en apariencia regular y constante, puede, a partir de la suposición de que esa vuelta ha seguido sucediendo después de la misma manera, mientras dormía o no pensaba, lo mismo que había ocurrido antes, puede, digo, juzgar e imaginar la longitud de la duración que ha transcurrido mientras dormía. Pero si Adán y Eva (cuando estaban solos en el mundo) en vez del descanso nocturno ordinario, hubiesen dormido veinticuatro horas en un sueño continuo, la duración de esas veinticuatro horas habría perdido irreparablemente para ellos, y habría quedado para siempre fuera de su cálculo del tiempo.
6.
La idea de sucesión no procede del movimiento
De manera que mediante la reflexión sobre la aparición en nuestros entendimientos de varias ideas, una tras otra, es como conseguimos la noción de sucesión; y si alguien se imagina que la obtenemos a partir de nuestra observación del movimiento a partir de nuestros sentidos, tal vez esté de acuerdo conmigo cuando considere que el movimiento mismo produce en su mente una idea de sucesión, no por otra cosa sino porque provoca allí una cadena continuada de ideas distinguibles. Porque un hombre que mire a un cuerpo realmente en movimiento, no percibe, sin embargo, ningún movimiento, a menos que ese movimiento produzca un devenir constante de ideas sucesivas: verbigracia, un marino en un mar en calma, fuera de la vista de la tierra y en día despejado, puede mirar al sol, al mar o al barco durante una hora entera sin percibir ningún movimiento en ellos, aunque es totalmente cierto que dos de ellos, y tal vez todos, han recorrido durante ese tiempo un gran trayecto. Pero tan pronto como percibe que han cambiado de distancia en relación con algún otro cuerpo, tan pronto como este movimiento le produce cualquier idea nueva, entonces se da cuenta de que ha habido movimiento. Sin embargo, dondequiera que un hombre se encuentre, si todas las cosas que lo rodean están en reposo, de manera que no observe ningún movimiento, y si durante esa hora de quietud ha estado pensando, percibirán en su mente las distintas ideas de sus propios pensamientos, ideas que aparecen una tras otra, con lo que observará y encontrará una sucesión allí donde no pudo observar movimiento alguno.
7. 
Movimientos muy lentos
Y creo que ésta es la razón por la que los movimientos muy lentos, aunque sean constantes, no son percibidos por nosotros; porque en su desplazamiento desde una parte sensible hasta otra, el cambio de distancia se realiza de una manera tan lenta que no produce en nosotros ninguna idea nueva, sino después de que haya pasado mucho tiempo desde la adquisición de la anterior. Y como de esta manera no se provoca el encadenamiento constante de nuevas ideas que suceden inmediatamente a las anteriores en nuestra mente, no tenemos ninguna percepción del movimiento, ya que éste consiste en una sucesión constante, y no podemos percibir esa sucesión sin una sucesión constante de las ideas que tienen en él su origen.
8.
Movimientos muy rápidos
Por el contrario, las cosas que se mueven con la rapidez suficiente como para no afectar a los sentidos de manera distinta con varias distancias distinguibles de su movimiento, de tal manera que no causan ningún encadenamiento de ideas en la mente, tampoco son percibidas. Porque cuando algo se mueve en un círculo en menos tiempo del que nuestras ideas requieren para sucederse, una tras otra, en nuestras mentes, no se percibe su movimiento, sino que parece que es un círculo perfecto y completo de esa materia o color, y no una parte del círculo en movimiento.
9.
La cadena de ideas tiene un cierto grado de pides
De lo que hasta aquí he dicho, dejo a otros que juzguen si no es probable que nuestras ideas, mientras estamos despiertos, se sucedan, una tras otra e n nuestras mentes a cierta distancia, de manera no muy distinta a como se mueven las imágenes en el interior de una linterna que gira por el calor del fuego. Esta apariencia del devenir de las ideas, aunque quizá pueda ser algunas veces más rápida y otras más lenta, pienso que no varía mucho en un hombre despierto; parece que hay algunos límites a la rapidez y a la lentitud de esa sucesión de aquellas ideas en nuestra mente, más allá de los cuales no pueden ni detenerse, ni apresurarse.
10.
Sucesión real en los movimientos rápidos sin sensación de sucesión
La razón que tengo para esta extraña conjetura proviene de la observación de que, en las impresiones hechas a partir de nuestros sentidos, sólo podemos percibir cualquier sucesión hasta cierto grado; la cual, si es excesivamente rápida, pierde para nosotros el sentido de sucesión, incluso en aquellos casos en los que resulta evidente que hay una sucesión real. Que pase una bala de cañón a través de una habitación, y que arrastre en su camino cualquier miembro o parte material de un hombre, resulta tan claro como lo pueda ser cualquier demostración que la bala debió atravesar los dos lados de la habitación; asimismo es evidente que debió tocar primero una parte de la carne humana, y después la otra, con lo que hay una sucesión. Y, sin embargo, creo que nadie que haya sentido el dolor de un disparo semejante, o que haya escuchado el impacto contra las dos paredes separadas, podría percibir ninguna sucesión ni en el dolor ni en el sonido de un impacto tan rápido. Esta porción de duración, en la que no percibimos ninguna sucesión, es al que denominamos instante, y es la que ocupa el tiempo durante el cual sólo hay en nuestras mentes unas ideas sin la sucesión de otras; de manera que no percibimos, por ello, ninguna clase de sucesión.
11. En los movimientos lentos
Esto sucede también cuando el movimiento es tan lento que no aporta a los sentidos una cadena constante de ideas frescas de una manera tan rápida que la mente sea capaz de recibirlas como ideas nuevas. Y corno otras ideas de nuestros propios pensamientos encuentran un resquicio para penetrar en la mente entre aquellas que se ofrecen a nuestros sentidos por el cuerpo que está en movimiento, el sentido del movimiento se pierde; y el cuerpo, aunque realmente se mueve, sin embargo, como no cambia de una manera perceptible la distancia que mantiene con algunos otros cuerpos tan aprisa como las ideas de nuestras mentes se desarrollan, una tras otra, de una manera natural, parece que ese cuerpo permanece en reposo; lo cual se evidencia en las manecillas de los relojes y en las sombras de los relojes de sol, lo mismo que en otros movimientos constantes pero lentos, en los que aun- que percibimos, después de ciertos intervalos, que ha habido movimiento por el cambio de la distancia, sin embargo no percibimos el movimiento mismo.
12
. Este encadenamiento de nuestras ideas es la medida de otras sucesiones
De manera que me parece que la sucesión constante y regular de ideas en un hombre despierto es, como quien dice, la medida y el modelo de todas las demás sucesiones. Por lo que, cuando alguna excede el ritmo de nuestras ideas, como cuando dos sonidos, dolores, etc., ocupan en su sucesión la duración de una sola idea; o cuando algún movimiento o sucesión es tan lento que no se acompasa al ritmo de las ideas de nuestra mente, o a la velocidad en que se suceden, como cuando una o más ideas en su curso ordinario llegan a la mente, entre aquellas que se ofrecen a la vista por las diferentes distancias perceptibles de un cuerpo en movimiento, o entre los sonidos u olores que se suceden unos a otros, en estos casos, digo, se pierde también el sentido de una sucesión constante y continuada, y no la percibimos sino con determina-' das lagunas de reposo entre ellas.
13.
La mente no se puede fijar mucho tiempo en una idea invariable
Si es cierto que las ideas de nuestra mente, mientras tenemos alguna allí, cambian de manera constante y se suceden de manera continua, será imposible, objetar a alguien, que un hombre piense durante mucho tiempo en una cosa cualquiera. Si con esto se quiere significar que un hombre puede tener una misma idea durante mucho tiempo en su mente, sin ninguna variación, creo que, de hecho, no es posible. Porque (como no conozco cómo se construyen las ideas de nuestra mente, o de qué material están hechas, ni sé de dónde toman su luz, ni cómo se hacen aparentes) no pueda dar ninguna otra razón que la experiencia, por lo que me gustaría que alguien tratara de ver si puede mantener en su mente una idea simple invariable, sin ninguna otra idea, durante un tiempo de cierta consideración.
14.
Prueba
Como experimento, permítaseme que esta persona tome cualquier figura, cualquier grado de luz o de blancura, o cualquier otra idea que le plazca, y su- pongo que encontrará difícil el alejar de su mente todas las demás ideas; pero que algunas otras, sean de una clase diferente o distintas consideraciones de esa idea (cada una de cuyas consideraciones es una idea nueva), se sucederán constantemente, una tras otra, en sus pensamientos, es algo que inevitablemente le sucederá por mucho que quiera evitarlo.
15.
La extensión de nuestro poder en la sucesión de nuestras ideas
Pienso que todo lo que un hombre puede hacer en este caso es atender y observar lo que son las ideas que se suceden en su entendimiento; o bien dirigir esa clase de ideas, y denominarlas de la manera que quiera o que necesite. Pero impedir la sucesión constante de aquellas ideas renovadas, pienso que no podrá hacerlo, aunque sea capaz de elegir normalmente si las quiere observar y considerar de una manera cuidadosa.
16. las ideas no incluyen ningún sentimiento de movimiento
Sea como fuere la manera en que estas distintas ideas se producen en la mente del hombre por ciertos movimientos, es algo que no voy a discutirlo aquí; pero de lo que sí estoy seguro es de que no incluyen ninguna idea de movimiento en su apariencia; y si un hombre no tuviera la idea de movimiento de otra manera, creo que no tendría ninguna idea en absoluto, lo cual resulta suficiente para mi propósito actual y muestra suficientemente que la noticia que tenemos de las ideas de nuestras mentes, que aparecen allí una después de otra, es lo que nos da la idea de sucesión y duración, sin las cuales no tendríamos ninguna de tales ideas en absoluto. Por tanto, no es el movimiento, sino el encadenamiento constante de ideas en nuestras mentes, mientras estamos despiertos, lo que nos hace llegar a la idea de duración, de la cual el movimiento no nos da ninguna percepción sino en cuanto provoca en nuestras mentes una sucesión constante de ideas, según ya he demostrado; y nosotros tenemos una idea tan clara de la sucesión y de la duración, por el encadenamiento de otras ideas que se suceden en nuestras mentes sin la idea de movimiento alguno, como por el encadenamiento de ideas causadas por un cambio sensible e ininterrumpido de la distancia que existe entre dos cuerpos, el cual lo adquirimos a partir del movimiento; por tanto, tendríamos la idea de la duración incluso aunque no tuviéramos el sentido de movimiento.
17. El tiempo es la duración establecida por medidas
Habiendo obtenido así la idea de duración, lo que la mente debe hacer a continuación es conseguir alguna medida de esta duración común, por la que pueda juzgar sus diferentes longitudes y considerar los distintos órdenes en los que existen las cosas diferentes, sin lo cual una gran parte de nuestro conocimiento resultaría confusa, y una gran parte de la historia se
mostraría totalmente inútil. Esta consideración de la duración, determinada por ciertos períodos, y enmarcada por ciertas medidas o épocas, es a lo que pienso que podemos llamar tiempo con mayor propiedad.
18. Una buena medida del tiempo debe dividir toda su duración en períodos iguales
En la medición de la extensión, no se requiere otra cosa que la aplicación del patrón o medida que se emplee para la cosa de cuya extensión nos queremos informar. Pero esto no se puede hacer en la medición de la duración, porque no hay partes diferentes de la sucesión que se puedan unir para medirlas la una con la otra. Y como nada es la medida de la duración sino la duración misma, como nada es la extensión a no ser la misma extensión, no podemos conservar con nosotros ningún patrón o medida invariable de la duración, la cual consiste en una sucesión constante y variable, como podríamos hacerlo con determinadas medidas de longitud, como son las pulgadas, los pies, las yardas, que están delimitadas por parcelas constantes de materia. Así pues, nada puede servir bien como una medida adecuada para el tiempo, sino lo que divida toda la longitud de su duración en porciones aparentemente iguales, por medio de períodos constantemente repetidos. Pero qué porciones de la duración no son distinguidas, o cuales se consideran distinguidas y medidas por tales períodos, es algo que no pertenece propiamente a la noción de tiempo, como aparece en frases como éstas: «antes de todos los tiempos», y «cuando el tiempo no exista más».
19. Los giros del sol y de la luna son las medidas más adecuadas del tiempo con las que cuentan los hombres
Los giros diurnos y anuales del sol, puesto que han sido, desde el principio de la naturaleza, constantes, regulares y universalmente observables por toda la humanidad, y puesto que se supone que son iguales entre sí, han sido utilizados con toda razón como medida de la duración. Pero como la distinción de los días y los años depende del movimiento del sol, ello ha traído consigo este error: que se haya pensado que movimiento y duración era la medida lo uno de lo otro. Porque habiéndose acostumbrado los hombres, en la medición de la longitud del tiempo, a las ideas de minutos y horas, días, meses, años, etc., con las que siempre se encontraron en cualquier mención del tiempo o de la duración, porciones de tiempo que siempre fueron medidas a partir del movimiento de estos cuerpos celestes, llegaron a confundir tiempo y movimiento, o, al menos, a pensar que había una conexión necesaria entre lo uno y lo otro. Y, sin embargo, cualquier aparición constante y periódica, o cualquier alteración de ideas que tuviera lugar en espacios equidistantes de duración, si es observable de manera constante y universal, podría haber servido para distinguir los intervalos de tiempo tan perfectamente como aquellos que se han venido utilizando. Porque, suponiendo que el sol, que algunos han tomado por el fuego, haya sido colocado a la misma distancia de tiempo en que ahora vienen cada día sobre el mismo meridiano, y que se hubiese apagado doce horas después, y que en el espacio de un giro anual se incrementara sensiblemente su luminosidad y calor, y que volviera a disminuir, ¿no servirían tales apariencias regulares de medida de las distancias de la duración, para quien pudieran observarlas, tan adecuadamente tomo el movimiento? Porque si las apariencias fueran constantes, universalmente observables y en períodos equidistantes, servirían a la humanidad para medir el tiempo tan adecuadamente aunque no existiera el movimiento.
20.
Pero no por su movimiento, sino por sus apariciones
Porque si las heladas, o el florecer de las plantas se sucedieran en períodos equidistantes en todas las partes de la tierra, podrían servir tan adecuadamente a los hombres para medir sus años como los movimientos solares; y, en efecto, vemos que algunos pueblos de América medían los años por la llegada de ciertas aves en determinadas estaciones, y por la emigración de otras. Porque, un acceso de fiebre; el sentimiento de hambre o sed; un olor o un sabor, o cualquier otra idea que se suceda constantemente en períodos equidistantes, y de la que se tuviera una noticia universal, serviría perfectamente para medir el curso de la sucesión y distinguir las distancias del tiempo, De esta manera, vemos que los. ciegos de nacimiento computan con bastante exactitud el tiempo por años, sin que puedan distinguir unos giros por unos movimientos que no pueden percibir. Entonces, preguntaría si un ciego, que distingue sus años o por el calor del verano, 0 por el frío del invierno; por el olor de cualquier flor en la primavera o por el sabor de cualquier fruta en el otoño, no tendrá una medida mejor del tiempo que los romanos antes de la reforma del calendario llevada a cabo por julio César, o que muchos otros pueblos, cuyos años, aunque pretendían adecuarse a los movimientos del sol, eran muy irregulares. Y añade no poca dificultad a la cronología, el que la longitud exacta de los años que varias naciones computan, sea difícil de conocer, ya que varían bastante los de unas con respecto a las otras, y pienso que podría decir que todas ellas difieren del preciso movimiento del sol. Y si el sol se movía desde la creación hasta el diluvio de manera constante sobre el ecuador, repartiendo igualmente su luz y calor a todas las partes habitables de la tierra, y haciendo todos los días de la misma duración, sin variaciones anuales hacia los trópicos, como supone un autor bastante ingenioso, no pienso que sea muy fácil imaginar que (a pesar del movimiento del sol) los hombres del mundo antidiluviano contaran sus años, desde los orígenes del mundo, o midieran su tiempo por períodos sin marcas sensibles claras por las que distinguirlo.
21. 
No hay dos partes de duración de las que pueda saber ciertamente que son iguales
Pero quizá se diga que sin un movimiento regular, tal como es el del sol, o algún otro, no podría conocerse ni siquiera que tales períodos eran iguales. A lo cual respondo que la igualdad de toda aparición sucesiva debe ser conocida de la misma manera con que se conoció la igualdad de los días en un principio, o se pensó que se conocía tal igualdad; lo cual no fue sino juzgándolos por el encadenamiento de ideas que habían pasado por la mente de los hombres en esos intervalos (por cuyo encadenamiento de ideas, al descubrir la falta de igualdad en los días naturales, pero ninguna desigualdad en los días artificiales, los días artificiales o nijxémera, se pensaron que eran iguales, lo cual fue suficiente para hacer que sirvieran de medida, aunque una investigación mas exacta haya descubierto la desigualdad en los giros diurnos del sol, y no sepamos si los giros anuales son también desiguales. Sin embargo, éstos, por su igualdad presunta y aparente, sirvieron para calcular el tiempo tan adecuadamente como si ellos hubieran podido demostrar que eran exactamente iguales, aunque no para medir las partes de duración exactamente. Por tanto, debemos distinguir cuidadosamente entre la duración misma y las medidas que empleamos para determinar su longitud. La duración, en sí misma, debe ser considerada como manteniéndose en un curso constante, igual y uniforme. Pero ninguna de las medidas que utilizamos pueden asegurarnos que es igual, ni podemos estar seguros de que las partes o períodos asignadas tengan una duración igual entre sí, ya que nunca se ha demostrado que dos longitudes sucesivas de duración, se midan como se midan, sean iguales. El movimiento del sol, que el mundo ha usado desde hace tanto y tan confiadamente como una medida exacta de la duración, se ha mostrado, como ya dije, desigual en varias partes. Y aunque los hombres han hecho últimamente uso del péndulo como un movimiento más constante y regular que el del sol o (para hablar más exactamente) que el de la tierra, sin embargo, si se preguntara a alguien que cómo sabe con certeza que dos movimientos sucesivos de un péndulo son iguales, sería muy arduo convencerle de que infaliblemente es así, porque no podemos estar seguros de que la causa de ese movimiento que nos es desconocida actúe siempre de la misma manera; y estamos seguros que el ámbito en el que el péndulo se mueve no es constantemente el mismo, con lo que variando éste, se puede alterar la igualdad de tales períodos, y destruir con ello la certidumbre y exactitud de la medida mediante el movimiento, que resultaría igual que la medida de períodos a partir de cualquier otras apariencias, permaneciendo clara la noción de duración aunque nuestras medidas de ella no pueden ser demostradas como exactas. Así, pues, como dos partes de una sucesión no se pueden unir, resulta imposible conocer con certidumbre su igualdad. Todo lo que nosotros podemos hacer para medir el tiempo es tomar tales partes que se suceden continuamente en períodos equidistantes, de cuya igualdad aparente no tenemos otra medida que aquella que el encadenamiento de nuestras ideas ha colocado en nuestras memorias, con la concurrencia de otras razones probables, para persuadirnos de su igualdad.
22.
El tiempo no es la medida del movimiento
Una cosa me parece extraña, y es que mientras todos los hombres manifiestamente han medido el tiempo por el movimiento de los cuerpos grandes y visibles del mundo, sin embargo, el tiempo ha sido definido como «la medida del movimientos, en tanto que resulta obvio para cualquiera que reflexione solamente un poco sobre ello que para medir el movimiento es tan necesario tener en cuenta tanto el espacio como el tiempo; y quienes se detengan un poco más en su análisis podrán encontrar también que el volumen de la cosa que se mueve necesariamente debe ser tenido en cuenta por cualquiera que desee hacer una estimación o medida del movimiento si quiere juzgar correctamente sobre él. Ciertamente, no conduce el movimiento a la medida de la duración de otro modo que en cuanto provoca constantemente la vuelta de ciertas ideas sensibles, en períodos que parecen equi- distantes. Porque si el movimiento del sol fue tan des- igual como el de un barco llevado por vientos inconstantes, unas veces muy lento y otras irregularmente muy rápido, o si, siendo constantemente rápido, no fuese, sin embargo, circular, y no produjera las mis- mas apariciones, no nos ayudaría en nada para medir el tiempo, al igual que no nos ayuda el movimiento desigual de un cometa.
23. Los minutos, las horas, los días y los años no son medidas necesarias de duración
Los minutos, las horas, los días y los años no son, entonces, más necesarios para el tiempo o la duración que las pulgadas, los pies, las yardas y las millas, señaladas en una materia cualquiera, lo son para la extensión. Porque, aunque nosotros en esta parte del universo, por el uso constante que hacemos de ellos, como períodos determinados por los giros del sol, o como partes conocidas de tales períodos, hemos fijado las ideas de tales longitudes de duración en nuestras mentes, las cuales las aplicamos a todas aquellas longitudes de tiempo que queremos considerar; sin embargo, existen otras partes del universo donde no se usan más estas medidas nuestras que lo que lo hacen en afin con nuestras pulgadas, pies o millas; y, sin embargo, algo análogo a estas medidas deben utilizarse. Porque sin algunos retornos periódicos regulares no podríamos medir, o significar a otros, la longitud de ninguna duración, aunque al mismo tiempo el mundo estuviera tan lleno de movimiento como ahora, pero sin que ninguna parte de él estuviese dispuesta en giros regulares y aparentemente equidistantes. Pero las diferentes medidas que podemos utilizar para el cómputo del tiempo no alteran en absoluto la noción de duración, que es la cosa que se debe medir; lo mismo que los diferentes patrones de un pie o de un codo no alteran la noción de extensión para quienes utilizan estas medidas diferentes.
24. Nuestra medida del tiempo es aplicable a la duración anterior al tiempo
Cuando la mente ha obtenido una medida de tiempo como el giro anual del sol, puede aplicar esa medida a la duración, en la que esa medida en sí misma no existía, y con la cual, en la realidad de su ser, no tiene ninguna relación. Porque si alguien dijera que Abraham nació en el año dos mil setecientos doce del período juliano, sería tan inteligible como si computáramos desde el principio del mundo, aunque en ese momento no hubiera movimiento del sol, ni ningún movimiento en absoluto. Porque aunque se ha supuesto que el período juliano empieza varios cientos de años antes de que hubiera realmente días, noches o años establecidos por los giros solares, sin embargo computamos y medimos la duración tan correctamente hecha por ellos, como si realmente en ese tiempo hubiera existido el sol, y como si tuviera el mismo movimiento que tiene actualmente. La idea de duración igual a un giro anual del sol es tan fácilmente aplicable en nuestros pensamientos a la duración, cuando existía el sol o el movimiento, como la idea de un pie o de una yarda, tomadas de los cuerpos, se pueden aplicar en nuestros pensamientos a la distancia más allá de los confines del mundo, donde ya no existen cuerpos.
25. Cómo no podemos medir el espacio en nuestros pensamientos donde no hay un cuerpo
Porque si hubiera cinco mil seiscientas treinta y nueve millas o millones de millas, desde el lugar en que nos encontrarnos al cuerpo más remoto del universo (porque el universo es finito, debe existir una distancia determinada entre nosotros y el cuerpo), de la misma manera en que suponemos que hay cinco mil seiscientos treinta y nueve años desde nuestro tiempo a la primera existencia de un cuerpo en los orígenes del mundo, podríamos aplicar en nuestros pensamientos esta medida de un año a la duración anterior a la creación, o más allá de la duración de los cuerpos o del movimiento, lo mismo que podemos aplicar estas medidas de una milla al espacio que está más allá de los cuerpos más remotos, y, por una medida de duración, medir, cuando no había movimiento, tan bien como lo hacemos con otra medida con respecto al espacio, donde no hay cuerpos.
26.
La asunción de que el mundo no tiene límites eternos
Si se me objetase aquí que, en esta manera de explicar el tiempo, he supuesto lo que no podía suponer, es decir, que el mundo no es ni eterno ni infinito, responderé que para mi propósito actual no es necesario, en este lugar, utilizar argumentos que evidencien que el mundo es a la vez en duración y en extensión. Pero como mi suposición es al menos tan concebible como la contraria, ciertamente tengo la libertad de suponerla con el mismo fundamento con que cualquiera puede suponer la contraria; y no dudo que cualquiera que se detenga en esto podrá fácilmente concebir en su mente el origen del movimiento, aunque no de la duración total, y de esta manera podrá llegar a avanzar un escalón y no más en su consideración del movimiento. De la misma manera, puede en sus pensamientos poner un límite al cuerpo, y a la extensión que le pertenece; pero no al espacio, donde no hay cuerpo, puesto que los últimos limites del espacio y la duración están más allá del alcance del pensamiento, lo mismo que los últimos límites del número están más allá de la comprensión más amplia de la mente; y todo ello por la misma razón, como podremos ver en otro lugar.
27.
Eternidad
Así, pues, por los mismos medios y a partir de los mismos orígenes por los que tenemos la idea del tiempo, tenemos también esa idea que denominamos eternidad; porque, habiendo adquirido las ideas de sucesión y de duración, mediante la reflexión sobre el encadenamiento de nuestras propias ideas, causado en nosotros por las apariencias naturales de aquellas ideas que constantemente llegan por sí solas a nuestros pensamientos despiertos, o bien causados por los objetos externos que afectan de manera sucesiva a nuestros sentidos, y teniendo, a partir de los giros del sol, las ideas de ciertas longitudes de duración, podemos añadir en nuestros pensamientos longitudes de duración, tantas veces como lo deseemos, y aplicarlas, una vez añadidas, a las duraciones pasadas o venideras. Y esto lo podemos hacer sin restricciones ni límites, y proceder in infinitum, aplicando de este modo la longitud del movimiento anual del sol a la duración que se supone anterior a la existencia del movimiento del sol o de cualquier otro movimiento; lo cual no resulta más difícil o absurdo que el aplicar la noción que tengo del movimiento de la sombra en un reloj de sol durante una hora al día, a la duración de algo que tuvo lugar durante la noche pasada, por ejemplo, la llama de una vela, que está ahora absolutamente separada de todo movimiento actual; y resulta también posible para la duración de esa llama que alumbró durante una hora la pasada noche coexistir con cualquier movimiento que existe actualmente, o que existirá en el futuro, como imposible es que ninguna parte de la duración, que haya existido antes de los principios del mundo coexista con el movimiento actual del sol. Pero, con todo, esto no impide que, teniendo la idea de la longitud del movimiento de la sombra en el reloj entre las señales que marcan dos horas, puedo medir tan distintamente en mis pensamientos la duración de la luz de esa bujía de la noche anterior, como puedo hacerlo con la duración de cualquier cosa que ahora existe: y esto no es más que pensar si el sol se reflejó entonces en el reloj, y se movió después con la misma velocidad con que lo hace ahora, la sombra habría pasado de la marca de una hora a la de otra en el reloj, mientras aquella llama de la vela estaba encendida.
28. Nuestras medidas de la duración dependen de nuestras ideas
Como la noción de una hora, de un día o de un año no es sino la idea que tengo de la longitud de ciertos movimientos periódicos irregulares, movimientos que nunca existen todos a la vez sino solamente en las ideas que de ellos tengo en mi memoria, derivadas de mis sentidos o de mi reflexión, puedo con la misma facilidad y por la misma razón aplicarla en mis pensamientos a la duración antecedente a toda forma de movimiento, como a cualquier otra cosa que preceda, aunque sólo sea en un minuto o en un día, al movimiento que tiene el sol en este preciso momento. Todas las cosas pasadas están igual y perfectamente en reposo; y considerándolas de esta manera todas son una sola, hayan sido antes del comienzo del mundo, o solamente ayer; porque la medida de cualquier duración por algún movimiento no depende de la coexistencia real de esa cosa y de ese movimiento, o de cualquier otros períodos de giro, que dependen de que se tenga una idea clara de la longitud de algún movimiento periódico conocido, o de otro intervalo de duración, en la mente, y de que se aplique a la duración de la cosa que quiero medir.
29. La duración de ninguna cosa no necesita coexistir
con el movimiento por el que la medimos
Así vemos que algunos hombres imaginan que la duración del mundo, desde su primera existencia al presente año de mil seiscientos ochenta y nueve, ha sido de cinco mil seiscientos treinta y nueve años, o igual a cinco mil seiscientos treinta y nueve giros anuales del sol, mientras que otros hombres piensan que la duración ha sido mucho mayor, como los egipcios antiguos, que en tiempos de Alejandro Magno la establecían en veintitrés mil años desde la existencia del sol, y como los chinos actuales, que calculan para el mundo una edad de tres millones doscientos sesenta y nueve mil años o más. Aunque yo no creo que sean verdaderas estas largas duraciones del mundo, según los cómputos de estos puertos, sin embargo, puedo imaginarlas al igual que ellos, y tenerlas como verdaderas afirmando que una es más larga que la otra, al igual que comprendo que la vida de Matusalem fue más larga que la de Enoch. Y si el cómputo comúnmente establecido de cinco mil seiscientos treinta y nueve años resultara cierto (pues puede serlo tanto como cualquier otro), en nada impediría que yo me pudiera imaginar lo que establecen otros cómputos, que fijan la edad del mundo en mil años más, ya que todos pueden. imaginar con la misma facilidad (no digo creer) que el mundo tenga cincuenta mil años como que tenga cinco mil seiscientos treinta y nueve; e igualmente pueden concebir una duración de cincuenta mil años como una de cinco mil seiscientos treinta y nueve. Por lo que se deduce que para medir la duración de cualquier cosa por medio del tiempo no se requiere que esa cosa coexista con el movimiento por el que la medimos, o con cualquier otro giro periódico; sino que basta para este propósito con que tengamos la idea de la longitud de una apariencia periódica y regular cualquiera, que podamos aplicar en nuestra mente a la duración, con la que nunca coexistió el movimiento o la apariencia.
30. Infinitud en la duración
Porque, como en la historia de la creación que nos ha sido, revelada por Moisés, puedo imaginar que la luz existió tres días antes de que el sol fuera, o de que tuviese cualquier movimiento, con solo pensar que la duración de la luz antes de que el sol fuese creado era tan larga (si el sol se hubiese movido entonces como lo hace ahora) como lo sería tres giros solares diurnos, así también y por la misma razón, puedo tener una idea del caos, o de los ángeles, como seres creados un minuto, una hora, un día, un año o mil años antes de ello. Porque si únicamente puedo considerar la duración como igual a un minuto, antes de que existiese el ser o el movimiento de cualquier cuerpo, puedo añadir un minuto más hasta llegar a los sesenta minutos; y por el mismo procedimiento de añadir minutos, horas o años (es decir, tales o cuales partes de los giros solares o cualquier otro período del que yo tenga una idea) puedo proceder in infinitum, y suponer una duración que exceda a tantos de unos períodos semejantes como yo sea capaz de computar, aunque se me permita añadir entre tanto los que desee, lo cual pienso que es la noción que tenemos de la eternidad; de cuya infinitud no tenemos otra noción que la que tenemos de la infinitud del número, al cual podemos añadirle otros sin ningún límite.
31.
Origen de nuestras ideas de duración y de las medidas de ella
De esta manera, pienso que resulta evidente que adquirimos las ideas de la duración y de sus medidas a partir de estas dos fuentes de todo conocimiento que hemos mencionado anteriormente, es decir, de la reflexión y de la sensación.
Porque, en primer lugar, mediante la observación de lo que ocurre en nuestras mentes cuando nuestras ideas aparecen y desaparecen en una cadena constante, llegamos a la idea de sucesión.
En segundo lugar, mediante la observación de una distancia en las partes de esta sucesión, adquirimos la idea de duración.
En tercer lugar, mediante la observación de ciertas apariencias en determinados períodos regulares y al parecer equidistantes, conseguimos las ideas de ciertas
longitudes o medidas de la duración, como son los minutos, las horas, los días, los años, etc.
En cuarto lugar, siendo capaces de repetir en nuestras mentes aquellas medidas de tiempo, o aquellas ideas de una longitud determinada de duración cuantas veces queramos, podemos llegar a imaginar la duración donde realmente nada perdura o existe; y, de esta manera, podemos imaginar el mañana, el año próximo o incluso dentro de siete años.
En quinto lugar, porque somos capaces de repetir ideas de cualquier longitud de tiempo, como un minuto, un año o una edad, tantas veces como lo deseemos en nuestros propios pensamientos, y de añadirlas las unas a las otras, sin poder llegar jamás al final de semejante adición, más cerca de lo que podemos llegar al término de la serie de los números, la cual siempre se puede seguir ampliando, llegamos a la idea de eternidad, como la duración eterna y futura de nuestras almas, así como a la eternidad de ese ser infinito, que debe haber existido siempre de manera necesaria.
En sexto lugar, considerando cualquier parte de la duración infinita, en cuanto establecida por medidas periódicas, llegamos a la idea de lo que llamamos tiempo en general.

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