Libro II del Ensayo sobre el
entendimiento humano
Capítulo XVI
IDEA DEL NÚMERO
1. El número es la idea más simple y
universal
Entre todas las ideas que tenemos, como ninguna es sugerida a la
mente mediante otra vía que la idea de unidad o de uno, ninguna hay, por tanto, que
sea más
simple que ésta. Esta idea no tiene ni sombra de variedad o composición en
ella; todo objeto en el que se emplean nuestros sentidos; toda idea que
hay en nuestro entendimiento; todo pensamiento de nuestra mente, nos trae esta
idea. Y, por tanto, es la más íntima en nuestros pensamientos, al igual que
es, por su acuerdo con todas las demás cosas, la idea más universal que
tenemos. Porque el número se aplica a los hombres, a los ángeles, a las
acciones y a los pensamientos y a todo lo que pueda existir o imaginarse.
2. Los modos del número se realizan por adición
Mediante la repetición de esta idea en nuestras mentes, y
mediante la adición de repeticiones, llegamos a la idea compleja de sus modos.
De esta manera, adicionando uno a uno, adquirimos la idea compleja de par;
poniendo doce unidades juntas, llegamos a la idea compleja de una docena; y de
la misma manera, llegamos a las ideas de una veintena, un millón, o cualquier
otro número.
3. Cada modo es distinto
Los modos simples del número son, entre todos los demás,
los más distintos, pues la menor variación, que es la unidad, hace que cada
combinación sea tan claramente diferente de la que se aproxima más, corno la
más remota; siendo el número dos tan distinto del uno, como del doscientos, y
siendo la idea de dos tan distinta de la idea de tres, como la magnitud de toda
la tierra lo es de un ardite. Pero no sucede igual en los otros modos simples,
en los que no resulta tan fácil, ni tal vez posible, el distinguir entre dos
ideas que se acercan, y, sin embargo, son diferentes en realidad. Pues ¿quién
querrá mostrar la diferencia que hay entre el blanco de este papel y el del
grado siguiente? O ¿quién puede tener ideas
distintas de cada uno de los menores excesos que hay en la extensión?
4. Por tanto, la demostración en los
números es la más precisa
La claridad y distinción de cada modo de número respecto a
los otros, incluso a aquellos que están más próximos, me lleva a pensar que
las demostraciones en los números, si bien no son más evidentes y exactas
que en la extensión, son, sin embargo, más generales en su uso y más
determinadas en su aplicación. Porque las ideas de los números son más
precisas y distinguibles que en la extensión, donde cada igualdad y exceso no
son tan fáciles de observar y medir; porque nuestros pensamientos no pueden
llegar en el espacio a ninguna pequeñez determinada, más allá de la cual no
pueden llegar más adelante, como es en el caso de la unidad; y, por tanto, la
cantidad o proporción de cualquier exceso mínimo no puede ser descubierta,
lo cual resulta claro respecto al número, donde, como ya se ha dicho, noventa y
uno es tan distinguible de noventa como de novecientos, aunque noventa y uno
sea el grado inmediatamente siguiente a noventa. Pero no es de la misma manera
en la extensión, donde todo lo que sea más justo que un pie o una pulgada, no
resulta distinguible del patrón de un pie o una pulgada; y en las líneas que
aparecen como de igual longitud, unas pueden ser más largas que otras por
partes innumerables; y no hay nadie que pueda designar un ángulo que sea el
siguiente más grande que un ángulo recto.
5. Los nombres son necesarios para los
números
Como ya se ha dicho, repitiendo la idea de unidad y
uniéndola a otra unidad, fabricamos una idea colectiva designada por el
número dos. Y quien pueda hacer esto y continuar de la misma manera,
añadiendo
una unidad a la última idea colectiva que tenía de
cualquier número, y dándole un nombre, podrá contar, o tener ideas de
varias colecciones de unidades, distinguidas las unas de las otras, en tanto que
tenga una serie de nombres para continuar aplicándolos a los números, y una
memoria capaz de retener esa serie con sus diversos nombres. Pues toda
numeración no consiste sino en añadir una unidad más, y en dar al todo
resultante, como comprendido en una idea, un nombre nuevo o distinto o un signo,
con el cual se pueda conocer entre los que están antes y después, y distinguir
de toda multitud de unidades mayor o menor. De manera que quien pueda añadir
uno a uno, y de la misma manera a dos, y continuar así con su relación
llevando consigo los distintos nombres que pertenecen a cada progresión, y
así, sustrayendo una unidad a cada colección, pueda retroceder y hacerlas
más pequeñas, será capaz de todas las ideas de números comprendidas en el
ámbito de su lenguaje, o para las que tiene nombres, aunque tal vez no lo sea
de otra cosa. Porque, como los distintos modos simples de los números no son en
nuestra mente sino muchas combinaciones de unidades, que no tienen variedad,
ni son capaces de cualquier otra diferencia sino el más o el menos, los nombres
o signos para cada combinación distinta parecen más necesarios que para
cualquier otra clase de ideas. Porque sin tales nombres o signos difícilmente
podríamos utilizar correctamente los números en los cómputos y especialmente
donde la combinación se construye con una gran multitud de unidades; la cual,
reunida sin un nombre o signo para distinguir esa colección precisa,
difícilmente podría dejar de convertirse en una amalgama confusa.
6. Otra razón por la que es necesario dar nombres a los números
Pienso que ésta es la razón por la que algunos americanos
con los que he hablado (los cuales tenían suficiente agudeza y raciocinio) no podían, como lo
hacemos
nosotros, contar de ninguna manera hasta mil, ni tenían ninguna idea distinta
de ese número, aunque pudieran computar muy bien hasta veinte. Porque como su
idioma es escaso y sólo se acomoda a las escasas necesidades de una vida pobre
y sencilla, no conocedora ni del comercio ni de las matemáticas, no tenían
palabras con las que significar el número mil; de manera que cuando conversé
con ellos sobre estos números mayores, éstos me indicaban los cabellos de su
cabeza para expresar una gran multitud que no podían simbolizar con un
número; y esta incapacidad supongo que procede de su falta de nombre. Los
tupinambos carecían de nombres para los números superiores al cinco, y cuando
querían referirse a algún número más alto lo hacían mostrando sus dedos, y
los dedos de los otros que estaban presentes. Y no dudo que nosotros mismos
podríamos nombrar en palabras mucho más allá de lo que usualmente hacemos
otros números, si pudiéramos encontrar algunas denominaciones para
significarlos, en vez de la manera que ahora tenemos para nombrarlos, por
medio de millones, de millones de millones, etc., y que difícilmente nos
permite continuar más allá de dieciocho, o a lo sumo de veinticuatro
progresiones decimales, sin confusión. Pero para mostrar hasta dónde los
distintos nombres conducen a computar correctamente, o a tener ideas útiles de
los números, permítaseme representar las cifras siguientes en una línea
continuada, como si fueran los signos de un solo número:
Nonillones 857324 |
Octillones |
Septillones |
Sextillones |
Quintillones |
Cuatrillones 248106 |
Trillones |
Billones |
Millones |
Unidades |
La manera normal de nombrar este número en inglés sería
la repetición frecuente de millones, de millones, de millones, de millones,
de millones, de millones, de millones, de millones (que es la denominación de las
segundas seis cifras). Mediante esta manera, resultará muy difícil tener
algunas nociones que distingan este número. Pero, dándole a cada seis cifras
una denominación nueva y ordenada, esta denominación, y tal vez una gran
parte de otras cifras en progresión, tendrían más fácilmente la
posibilidad de ser contadas, y las ideas de ellas serían a la vez que más
fáciles para nosotros, más claras para la comprensión de los demás; el que
esto sea o no así, es algo que dejo a la consideración de los otros. Aquí
lo he mencionado solamente para mostrar cuán necesarios son los nombres
distintos para la numeración, sin pretender introducir otros de mi invención.
7. Por qué los niños no aprenden los números antes
De esta manera los niños, bien por falta de nombres con
los que señalar las distintas progresiones numéricas, bien por carecer de la
facultad de reunir ideas separadas para formar otras complejas, y darles un
orden regular para retenerlas en la memoria, lo cual resulta necesario para
contar, el hecho es que no comienzan a numerar a una edad muy temprana, ni pueden avanzar con rapidez y seguridad hasta que ha
pasado algún tiempo en el
que han hecho un acopio considerable de otras ideas; por lo que con frecuencia
se observa que discuten y razonan correctamente, y que tienen concepciones muy
claras de otras cosas diferentes, antes de poder negar a veinte. Y algunos, a
causa de los defectos de su memoria, no pudiendo retener las distintas
combinaciones de números en sus órdenes respectivos, con sus nombres, ni
pudiendo retener tampoco las relaciones que tienen entre sí, son incapaces
durante toda su vida de contar o continuar cualquier serie modesta de números.
Porque, el que quiera contar hasta veinte o tener una idea de ese número,
deberá conocer que el diecinueve va antes, y los distintos nombres o signos de
todos los números precedentes, en el orden en que están, porque si esto falla,
se produce un vacío, la cadena se rompe, y no puede continuar más adelante la
progresión numérica. De esta manera, para contar correctamente, se necesita
que la mente distinga cuidadosamente dos ideas, que únicamente difieren entre
sí por la adición o sustracción de una unidad. También se necesita que
retenga en la memoria los nombres o signos de las distintas combinaciones que
van desde la unidad hasta el número, y que no lo hagan confusamente, y sin
ningún método, sino en el orden exacto en que los números siguen los unos a
los otros. Sí se yerra en uno de estos dos presupuestos, todo el asunto de la
numeración se verá perturbado, y sólo quedará la idea confusa de multitud,
sin llegar a las ideas necesarias que se requieren para una numeración
diferenciada.
8. El número mide todo lo mensurable
Otra cosa más se puede observar en el número, y es que lo
que la mente utiliza para medir todas las cosas que son mensurables por
nosotros, y que principalmente es la expansión y la duración; y nuestra idea
de infinitud, incluso cuando los aplicamos a estos conceptos, parece no ser
sino la infinitud del número. Porque ¿qué son nuestras ideas de eternidad e
inmensidad sino la adición repetida de ciertas ideas de partes de duración
y expansión imaginadas, a partir de la infinitud del número, en el cual no
podemos llegar al fin de la adición? Porque el número, entre todas nuestras
ideas, es la que nos provee de un bagaje inagotable mayor, lo cual resulta obvio
para todo el mundo. Y porque un hombre, aunque reúna en una suma el número tan
grande como lo desee, esa multitud, por muy grande que parezca, en nada impide
la facultad de seguir adicionando, ni la aproxima al final de la posibilidad de
ampliación numérica, pues todavía quedará tanto por añadir como si no
se hubiera tomado nada. Y esta adición ilimitada, o adicionabilidad (si se
prefiere este término) de números, me parece que es
tan obvia para la mente que nos proporciona la más clara y distinta idea de la
infinitud, sobre lo que trataremos, con mayor detenimiento, en el capítulo siguiente.