LIBRO II
CAPÍTULO 2
De las ideas
simples
§ 1. Apariencias no compuestas. Para entender
mejor la naturaleza, el modo y el alcance de nuestro conocimiento, es de
observarse cuidadosamente una circunstancia respecto a las ideas que tenemos, y
es que algunas de ellas son simples y algunas son complejas.
Aun cuando las cualidades que afectan a nuestros sentidos están, en las
cosas mismas, tan unidas y mezcladas que no hay separación o distancia entre
ellas, con todo, es llano que las ideas que esas cualidades producen en la mente
le llegan, por vía de los sentidos, simples y sin mezcla. Porque si bien es
cierto que la vista y el tacto toman frecuentemente del mismo objeto y al mismo
tiempo ideas diferentes, como cuando un hombre ve a un tiempo el movimiento y el
color, y cuando la mano siente la suavidad y el calor de un mismo trozo de cera,
sin embargo, las ideas simples así unidas en un mismo objeto son tan
perfectamente distintas como las que llegan por diferentes sentidos. La frialdad
y la dureza, que un hombre siente en un pedazo de hielo, son, en la mente, ideas
tan distintas como el aroma y la blancura de un lirio, o como el sabor del
azúcar y el aroma de una rosa. Y nada hay más llano para un hombre que la
percepción clara y distinta que tiene de esas ideas simples; las cuales, siendo
cada una en sí misma no compuesta, no contienen nada en sí, sino una apariencia
o concepción uniforme en la mente, que no puede ser distinguida en ideas
diferentes.
§ 2. La mente no puede ni hacerlas ni
destruirlas. Estas ideas simples, los materiales de todo nuestro
conocimiento, le son sugeridas y proporcionadas a la mente por sólo esas dos
vías arriba mencionadas, a saber: sensación y reflexión. Una vez que el
entendimiento está provisto de esas ideas simples tiene el poder de repetirlas,
compararlas y unirlas en una variedad casi infinita, de tal manera que puede
formar a su gusto nuevas ideas complejas. Empero, el más elevado ingenio o el
entendimiento más amplio, cualquiera que sea la agilidad o variedad de su
pensamiento, no tiene el poder de inventar o idear en la mente ninguna idea
simple nueva que no proceda de las vías antes mencionadas; ni tampoco le es
dable a ninguna fuerza del entendimiento destruir las que ya están allí; ya que
el imperio que tiene el hombre en este pequeño mundo de su propio entendimiento
se asemeja mucho al que tiene respecto al gran mundo de las cosas visibles,
donde su poder, como quiera que esté dirigido por el arte y la habilidad, no va
más allá de componer y dividir los materiales que están al alcance de su mano;
pero es impotente para hacer la más mínima partícula de materia nueva, o para
destruir un solo átomo de lo que ya está en ser. Igual incapacidad encontrará en
sí mismo todo aquel que se ponga a modelar en su entendimiento cualquier idea
simple que no haya recibido por sus sentidos, procedente de objetos externos, o
por la reflexión que haga sobre las operaciones de su propia mente acerca de
ellas. Y yo quisiera que alguien tratase de imaginar un sabor jamás probado por
su paladar, o de formarse la idea de un aroma nunca antes olido; y cuando pueda
hacer esto, yo concluiré también que un ciego tiene ideas de los colores, y que
un sordo tiene nociones distintas y verdaderas de los sonidos.
§ 3. Sólo son imaginables las cualidades que afectan a los
sentidos. Ésta es la razón por la cual, aunque no podamos creer que sea
imposible para Dios hacer una criatura con otros órganos y más vías que le
comuniquen a su entendimiento la noticia de cosas corpóreas, además de esas
cinco, según usualmente se cuentan, con que dotó al hombre, por esa razón
pienso, sin embargo, que no es posible para nadie imaginarse otras cualidades en
los cuerpos, como quiera que estén constituidos, de las cuales se pueda tener
noticia, fuera de sonidos, gustos, olores y cualidades visibles y tangibles. Y
si la humanidad hubiese sido dotada de tan sólo cuatro sentidos, entonces, las
cualidades que son el objeto del quinto sentido estarían tan alejadas de nuestra
noticia, de nuestra imaginación y de nuestra concepción, como pueden estarlo
ahora las que pudieran pertenecer a un sexto, séptimo u octavo sentidos, y de
los cuales no podría decirse, sin gran presunción, si algunas otras criaturas no
los tienen en alguna otra parte de este dilatado y maravilloso universo. Quien
no tenga la arrogancia de colocarse a sí mismo en la cima de todas las cosas,
sino que considere la inmensidad de este edificio y la gran variedad que se
encuentra en esta pequeña e inconsiderable parte suya que le es familiar, quizá
se vea inclinado a pensar que en otras mansiones del universo puede haber otros
y distintos seres inteligentes, de cuyas facultades tiene tan poco conocimiento
o sospecha, como pueda tenerlo una polilla encerrada en la gaveta de un armario,
de los sentidos o entendimiento de un hombre, ya que semejante variedad y
excelencia convienen a la sabiduría y poder del Hacedor. Aquí he seguido la
opinión común de tener el hombre solamente cinco sentidos, aunque, quizá, puedan
con justicia contarse más; pero ambas suposiciones sirven por igual a mi actual
propósito de la misma forma.