LIBRO II DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO


Capítulo XXIII
DE NUESTRAS IDEAS COMPLEJAS DE SUBSTANCIA

 

1. Cómo se forman las ideas de substancias particulares
Estando la mente provista de gran número de ideas simples adquiridas por los sentidos, tal como las halla en las cosas exteriores o por la reflexión sobre sus propias operaciones, se da cuenta también de que un determinado número de estas ideas simples van constantemente unidas; y como se presume que pertenecen a una sola cosa y como existen palabras adecuadas para aprehensiones comunes, se las une en un solo sujeto y se las llama por un solo nombre... No imaginamos cómo estas ideas simples puedan subsistir por sí mismas, nos acostumbramos a suponer algún substratum en donde subsisten y a éste lo llamamos sustancia.
 2. Nuestra idea oscura de substancia en general.
De manera que si alguien examina su propia noción de sustancia pura en general, encontrará que no posee más idea de ella que la de que es una suposición de no sabe qué soporte de cualidades que son capaces de producir ideas simples en nosotros, cualidades que se conocen con el nombre de accidentes. Si a alguien se le preguntara «cuál es el sujeto en donde el color o el peso están inherentes, sólo podría responderse «que las partes extensas y sólidas»... La idea que tenemos y designamos con el nombre general de sustancia no es más que el soporte supuesto o desconocido de unas cualidades que existen y que imaginarnos no pueden existir sine re substante, sin algo que las soporte, a lo que llamamos sustancia.
3. De las clases de sustancias
Obtenida así una idea oscura y relativa de la sustancia en general, llegamos a formarnos ideas de clases particulares de sustancias, como la de hombre, caballo, oro, etc.; si alguien posee de estas sustancias una idea más clara que la de ciertas ideas simples que coexisten juntamente, apelo a la experiencia propia de cada uno.
4. No tenemos ninguna idea clara o distinta de la sustancia en general
Cuando hablamos o pensamos de cualquier clase de sustancia corpórea, como un caballo, una piedra, etc., aunque la idea que tenemos de ellas no es sino la reunión de varias ideas de cualidades sensibles que acostumbramos a unir en la cosa llamada piedra o caballo, sin embargo, porque no podemos concebir cómo podrían subsistir solas, suponemos que existen en un sujeto común que las sostiene, y a este soporte le damos el nombre de sustancia aunque es cierto que no tenemos tampoco una idea ni clara ni distinta de lo que es ese soporte.
5. Tenemos una idea tan clara de la sustancia espiritual como de la corporal
Lo mismo sucede con respecto a las operaciones de la mente, a saber, el pensar, el razonar, etc.; como no admitimos que subsisten por sí mismas ni aprehendemos cómo pueden pertenecer al cuerpo o ser producidas por él, pensamos que son acciones de alguna otra sustancia que llamamos espíritu. Pero no poseemos una noción más clara de la sustancia de cuerpo; el uno se supone que es el substratum de las ideas simples que tenemos del exterior; y el otro, el substratum de las operaciones que experimentamos dentro de nosotros mismos. Es claro que la idea de sustancia corpórea en la materia está tan remota de nuestras concepciones y aprehensiones como la de sustancia espiritual o espíritu; por lo tanto, no por carecer de la noción de sustancia espiritual podemos concluir su no existencia; y por la misma razón, no podemos negar la existencia del cuerpo.
6.
Nuestras ideas de las clases particulares de sustancias
Por tanto, cualquiera que sea la naturaleza secreta y abstracta de las sustancias en general, todas las ideas que tenemos de las distintas clases particulares de sustancias no son sino diversas combinaciones de ideas simples que coexisten en una-causa de uni6n, aunque desconocida, hace que el todo subsista por sí mismo. Por semejantes combinaciones de ideas simples, y nada más que por eso, es por lo que nos representamos a nosotros mismos las clases particulares de sustancias; tales son las ideas que tenemos en la mente sobre las diversas especies de sustancias; y esto es lo único que, por medio de nombres específicos, significamos a otros hombres, por medio de las palabras siguientes: hombre, caballo, sol, agua, hierro. Al escuchar semejantes términos, quien entienda ese idioma se forjará en su mente una combinación de esas diversas ideas simples que él usualmente ha observado, que existen juntas comúnmente, o que cree que así existen bajo cualquiera de esas denominaciones; ideas que él supone que subsisten y que están, como si dijéramos, adheridas a ese sujeto común y desconocido, el cual, a su vez, no es inherente a ninguna otra cosa, aunque entretanto resulte manifiesto que cada uno puede convencerse, si examina sus propios pensamientos, que no tenemos ninguna idea de una sustancia particular como el oro, un caballo, el hierro, el hombre, el vitriolo, el pan, que no sea sino únicamente de aquellas cualidades sensibles que se suponen inherentes, al pensar que existe un substratum que presenta, como si dijéramos, un soporte para esas cualidades, o ideas simples que se han observado coexistían unidas. Pues la idea de sol, qué es sino un agregarlo de esas distintas ideas simples de luz, calor, redondez, de algo que tiene un movimiento constante y regular, que está a una cierta distancia de nosotros, y quizá alguna otra idea más, según que quien haya pensado y disertado sobre el sol haya estado más o menos acertado al observar esas cualidades sensibles, ideas o propiedades que se encuentran en esa cosa que él llama el sol.
7
. Las potencias activas y pasivas toman una gran parte de nuestras ideas complejas de las sustancias
Porque tiene la más perfecta idea de cualquiera de esas clases particulares de sustancias el que haya recogido y reunido el mayor número de esas ideas simples que en ella existe, entre las que deben contarse sus potencias activas, y capacidades pasivas, que aunque no son ideas simples pueden, sin embargo, en este sentido y en aras de la brevedad, considerarse sin inconveniente como tales. Así, la potencia de atraer hierro es una de las ideas de aquella otra idea compleja de esa sustancia que llamamos la piedra imán; y la potencia de ser atraído es una parte de esa otra idea compleja que llamamos hierro; las cuales potencias pasan por ser cualidades inherentes a esos objetos. Porque, como cada sustancia tiene la misma aptitud por las potencias que observamos en ella, tanto para cambiar algunas cualidades sensibles en otros sujetos, como para producir en nosotros esas ideas simples que recibimos inmediatamente de ella, nos descubre, por medio de esas nuevas cualidades sensibles introducidas en otros sujetos, esas potencias que, de ese modo, afectan de manera mediata nuestros sentidos, y tan normalmente como inmediatamente lo hacen sus cualidades sensibles. Por ejemplo, en el fuego percibimos con nuestros sentidos inmediatamente su calor y su color; los cuales, cuando los consideramos correctamente, no son sino potencias que tiene el fuego para producir esas ideas en nosotros; al igual que también percibimos por nuestros sentidos el color y la luminosidad del carbón, por lo que llegamos al conocimiento de la potencia en el fuego, que es la de cambiar el color y la consistencia de la madera. En el primer caso, de una manera inmediata; en el segundo, de una forma mediata, el fuego nos descubre esas diversas potencias por lo que resultan que las vemos como parte de las cualidades del fuego, y de esa manera las reconocemos como partes de sus ideas complejas. Porque, como todas esas potencias de las que tenemos conocimiento terminan solamente en la alteración de las cualidades sensibles de esos sujetos sobre los que operan, y de esta manera los hacen exhibir para nosotros unas nuevas ideas sensibles, por eso pongo a estas potencias entre las ideas simples que forman las otras complejas de las clases de sustancias; aunque estas potencias, consideradas en sí mismas, son en realidad ideas complejas. Y en este sentido quiero que se me entienda cuando nombro cualquiera de esas potencialidades como ideas simples que reunimos en la mente cuando pensamos sobre las sustancias particulares. Porque las potencias que están de manera diversa en ellas deben ser tenidas en cuenta, sí queremos tener nociones verdaderas y distintas de las diversas clases de sustancias.
8.
Y por qué
No debe sorprendernos que las potencias formen una parte considerable de nuestras ideas complejas de sustancia desde el momento en que sus cualidades secundarias son, en la mayoría de ellas, aquello que sirve principalmente para distinguirlas y, por lo común, forman una parte considerable de la idea compleja de las varias clases de sustancias. Porque, como nuestros sentidos no nos llegan a descubrir el volumen, la textura y la forma de las partes distintas de los cuerpos de los que dependen su verdadera constitución y diferencias, nos contentamos con utilizar sus cualidades secundarias como los rasgos y signos propios con los que formamos en nuestra mente ideas de ellos y con los que los distinguimos entre sí; todos los cuales son cualidades secundarias y, como ya he demostrado, meras potencias. Porque el color y el gusto del opio no son, lo mismo que sus virtudes soporíferas o anodinas, sino meras potencias que dependen de sus cualidades primarias, por lo que ése resulta adecuado para producir diferentes operaciones sobre distintas partes de nuestros cuerpos.
9. Tres clases de ideas forman nuestras ideas complejas de las sustancias corpóreas
Las ideas que forman nuestras ideas complejas de as sustancias corporales son de tres clases. Primero las ideas de las cualidades primarias de las cosas, que se descubren por nuestros sentidos, y que incluso están en ellas, independientemente de que las percibamos o no; tales son el volumen, la forma, el número, la situación y el movimiento de las partes de los cuerpos que realmente están en ellos, independientemente de que nos demos cuenta de ello o no nos demos. Segundo, las cualidades sensibles secundarias, que, dependiendo de ellas, no son sino las potencias que tienen aquellas sustancias para producir en nosotros diversas ideas por nuestros sentidos; ideas que no están en las cosas mismas de una manera diferente de lo que está cualquier cosa en su causa. Tercero, la aptitud que consideramos en cualquier sustancia para provocar o para sufrir alteraciones de las cualidades primarias, que sean tales que la sustancia así alterada pueda producir en nosotros diferentes ideas de las que antes producía; y a eso es a lo que llamamos potencias activas o pasivas: dos potencias que, en la medida que tenemos de ellas alguna noticia o noción, se terminan sólo en ideas sensibles simples. Porque, sea cual fuere la alteración que una piedra imán tiene sobre las partículas diminutas del hierro, careceríamos de cualquier noción de la potencia que tiene para operar sobre el hierro si no fuera porque sus movimientos sensibles nos la descubren; y no dudo que haya mil cambios que los cuerpos que todos los días manejamos pueden producir, los unos sobre los otros, y de los cuales nada sospechamos, porque nunca se revelan en efectos sensibles.
10.
Las potencias forman una gran parte de nuestras ideas complejas de las sustancias particulares
Así pues, una gran parte de nuestras ideas complejas de las sustancias están formadas por las potencias, El que quiera examinar la idea compleja que tiene del oro, encontrará que varias de las ideas que la forman no son sino potencias; así la potencia de fundirse, sin que se pueda gastar por el fuego, y la de disolverse en agua regia, son ideas tan necesarias para formar nuestra idea compleja del oro como lo son su color y su peso; ideas que, si se las considera de manera correcta, no son otra cosa que diferentes potencias. Porque, para hablar con propiedad, el color amarillo no está realmente en el oro, sino que es una potencia suya para producir en nosotros, por medio de nuestros ojos, esa idea cuando se coloca el oro en un lugar debidamente iluminado; y el calor, que es algo que no podemos desechar de nuestra idea de sol, no está más en un sentido real en el sol que el color blanco lo está en la cera. Se trata, por igual, de dos potencias en el sol, que operan por el movimiento y la forma de sus partes sensibles, de tal modo que afectan a un hombre, haciéndolo tener la idea de calor, y actúan sobre la cera de manera que es capaz de producir en un hombre la idea de blanco.
11. Las cualidades actuales secundarias de los cuerpos podrían desaparecer si descubriéramos las cualidades primarias de sus partes diminutas
Si estuviéramos dotados de unos sentidos lo suficientemente agudos como para discernir las diminutas partes de los cuerpos, y la verdadera constitución de que dependen sus cualidades sensibles, no dudo que producirían en nosotros ideas muy distintas y que aquello que ahora es el color amarillo del oro podría desaparecer, y en su lugar podríamos ver una textura admirable, de un cierto tamaño y forma. Esto nos lo muestra claramente el microscopio, porque lo que a nuestros ojos produce un cierto color aparece como algo muy distinto una vez que aumentamos la agudeza de nuestra vista por medio de este aparato. De manera que, gracias a ese cambio de la proporción del volumen de las partes diminutas de un objeto que a simple vista aparece coloreado, se producen, como si dijéramos, diferentes ideas de las que se producían antes. Así, la arena o el vidrio molido, que son opacos y blancos a simple vista, se muestran traslucidos en el microscopio; y un cabello visto de esta misma manera pierde el color que tenía y, en gran medida, se muestra diáfano, con mezcla de algunos colores brillantes y luminosos, como los que produce la refracción de los diamantes y de otros cuerpos traslucidos. La sangre, a simple vista, parece roja; pero en un buen microscopio en el que se puedan ver sus partes pequeñas, solamente aparecen unos cuantos glóbulos de color rojo, flotando en un líquido diáfano, y esos mismos glóbulos rojos, si tuviéramos lentes que pudieran aumentarlos mil o diez mil veces más, mostrarían un aspecto distinto.
12.
Nuestras facultades para descubrir las cualidades y potencias de las sustancias se acomodan a nuestro estado
El Autor infinito y sabio que nos ha hecho a nosotros y a todas las cosas que nos rodean, ha acomodado nuestros sentidos, nuestras facultades y nuestros órganos a las conveniencias de la vida, y a los asuntos en que tenemos que ocuparnos aquí. Somos capaces, por medio de nuestros sentidos, de distinguir y de conocer las cosas, y de examinarlas hasta el punto de poder emplearlas en beneficio nuestro y en distintas formas de satisfacer las exigencias de esta vida. Tenemos la suficiente agudeza con respecto a la constitución admirable y a los efectos de las cosas como para poder admirar y halagar la sabiduría, el poder y la bondad de su autor. Un conocimiento como éste es el que está adecuado a nuestra condición presente, le podemos alcanzar por no carecer de facultades para ello. Pero, según parece, Dios no tuvo el designio de que llegáramos a tener un conocimiento perfecto, claro y adecuado de ellas, y este tipo de conocimientos tal vez no se encuentren en ningún ser finito. Estamos dotados de unas facultades (aunque estén embotadas y sean  débiles) que nos permiten descubrir en las criaturas aquello que se necesita para conducirnos al conocimiento del Creador y al de nuestros deberes; y estamos lo suficientemente dotados de capacidades como para satisfacer las necesidades de la vida: que a ello se reduce lo que tendríamos que hacer en este mundo. Pero si nuestros sentidos cambiaran y fuesen más agudos y despiertos de lo que en la actualidad lo son, tendrían un aspecto muy distinto para nosotros las apariencias y la forma de las cosas; aspecto que no convendría, según me imagino, a nuestro ser, o, al menos, no sería conveniente para nuestro bienestar dentro de la parte del Universo que nos ha tocado vivir. El que se pare a considerar lo deficientemente capacitados que estamos, por nuestra constitución, para soportar un cambio de aire en una altitud no mucho mayor que aquella en la que respiramos habitualmente, tendrá suficientes motivos para convencernos de que, en este globo terráqueo que se nos ha asignado como morada, el sapientísimo Arquitecto ha adecuado mutuamente nuestros órganos y los cuerpos que deberán afectarlos para ello, Si nuestro oído fuera mil veces más penetrante de lo que es, estaríamos continuamente sometidos a un tormento a causa del ruido, e incluso en la soledad más silenciosa nos resultaría tan difícil dormir o meditar como si nos halláramos en medio de una batalla naval. Aún más, si la vista, que es el más instructivo de nuestros sentidos, fuera en un hombre cualquiera mil o cien veces más aguda de lo que es el mejor microscopio, serían visibles en ese hombre, a simple vista, cosas que son varios millones de veces más pequeñas que los más pequeños objetos visibles ahora, de tal manera que se acercarían más al descubrimiento de la textura y de los movimientos de las partículas diminutas de los seres corporales, y en muchos casos sería probable que pudiera llegar a tener ideas de la constitución interna de determinados cuerpos; pero entonces resultaría que ese hombre se hallaría en un mundo totalmente diferente al de las demás personas: nada sería lo mismo para él que para los otros, las ideas visibles de todas las cosas serían distintas, de manera que dudo que ese hombre y los demás pudieran comunicarse sobre los objetos que veían o, si pudieran hacerlo, no creo que lo lograran con respecto a los colores, ya que sus apariencias serían totalmente diferentes. Y tal vez una agudeza o penetración de la vista no permitiría, no soportaría los rayos del sol, ni incluso la luz del día, ni permitiría ver a la vez, sino una pequeñísima parte de un objeto cualquiera, y eso si se encontraba dicha persona muy cerca de ese objeto. Y si bien es cierto que, con la ayuda de unos ojos telescópicos tales (si se me permite llamarlos así), un hombre podría penetrar más allá de lo común en la composición secreta de los cuerpos y en la textura, esta cualidad le sería muy poco ventajosa, si semejante visión tan aguda no le era útil para el mercado o la lonja, por incapacidad de ver a distancia las cosas que tenía que evitar, o por no poder distinguir sobre objetos en los que tenía necesidad de hacerlo, por medio de las cualidades sensibles que sirven a otros hombres para poder hacerlo. El que posea una vista lo suficientemente aguda como para ver la configuración de las partes más diminutas que forman un reloj, y pudiera observar la estructura peculiar de los impulsos por los que éste se mueve, probablemente descubriría algo muy admirable; pero si unos ojos de esta naturaleza no podían mirar de un golpe las manecillas y los números de la esfera, y por tanto eran incapaces de ver a cierta distancia la hora, el que los poseyera no apreciaría una ventaja determinada de su agudeza visual, la cual le servía para descubrir los mecanismos internos del aparato, pero al mismo tiempo le inutilizaba el que hiciera uso de ello.
13.
Se conjetura acerca de los órganos corporales de algunos espíritus
Y aquí permítaseme proponer una extravagante conjetura mía, ya que tenemos algún motivo (si podemos dar algún crédito a cosas de las que se dice no pueden ser explicadas por la filosofía) para imaginar que los espíritus pueden asumir cuerpos de distinto volumen, forma, y con una conformación diferente de sus partes; y es porque seguramente hay una gran ventaja que algunos de ellos tienen sobre los otros consistente en que pueden forjar y adecuar para sí determinados órganos de la sensación o de la percepción, adecuados para un propósito determinado, y para las circunstancias del objeto que quieren considerar. Pues ¿no sería muy superior en conocimiento un hombre a todos los demás si tuviera la facultad dé alterar la estructura de sus ojos en un único sentido, de manera que fuera capaz de todos los grados de visión que la ayuda de las lentes (descubiertas en un principio casualmente) nos han enseñado a concebir? ¿Qué hallazgo no descubriría el que pudiera acomodar de esta manera sus ojos a cualquier clase de objeto, siendo capaz de ver, cuando así lo deseara, la forma y el movimiento de las diminutas partes de la sangre y de otros humores animales, de un modo tan claro como podía ver, en otro momento, la figura y el movimiento de los animales mismos? Pero, en nuestro estado actual, la posesión de unos órganos inalterables y capacitados para descubrir la forma y los movimientos de las diminutas partes de los cuerpos, de las que dependen aquellas cualidades sensibles que podemos ver en ellos, probablemente no fuera muy ventajosa. Sin duda, Dios ha dispuesto lo que es mejor para nosotros en nuestra condición presente. Nos ha adecuado para la cercanía con los objetos que nos rodean, y con los cuales estamos en contacto; y si es cierto que, a causa de nuestras actuales facultades, no podemos llegar a un conocimiento perfecto de las cosas, sin embargo, nos sirven para obtener aquellos fines que ya hemos mencionado, y en los que debemos situar nuestros mayores afanes. Pido perdón a mi lector por haber imaginado una fantasía tan extravagante sobre las formas de percepción de los seres que están por encima de nosotros; pero, por muy extravagante que pueda ser, dudo que podamos imaginar algo sobre el conocimiento que tengan los ángeles que no sea de esta manera más o menos en razón y proporción a lo que observamos y encontramos en nosotros mismos. Y aunque no podemos menos de admitir que el poder y la sabiduría infinitos de Dios pueden forjar criaturas con miles de facultades distintas y de maneras de percibir las cosas exteriores diversas a las nuestras, la verdad es que nuestros pensamientos no pueden ir más allá de lo que nos es propio: tan imposible es para nosotros, incluso en una suposición, extendernos más allá de las ideas que recibimos por medio de la sensación y de la reflexión. La suposición, al menos, de que los ángeles algunas veces asumen formas corpóreas, no parece demasiado sorprendente, ya que algunos de los más antiguos y sabios Padres de la Iglesia parecieron creer que tenían cuerpo; y es seguro que su estado y su forma de existencia nos son desconocidas.
14.
Nuestras ideas específicas de la sustancia
Pero, para volver al asunto del que estamos tratando, es decir, las ideas que tenemos de la sustancia y de los medios por los cuales las adquirimos, digo, que nuestras ideas específicas de las sustancias no son sino una colección de un cierto número de ideas simples, consideradas como unidas en una sola cosa. Estas ideas de las sustancias, aunque comúnmente sean simples aprehensiones, y los nombres de ellas sean simples términos, sin embargo, en realidad son complejas y compuestas. Así, la idea que un inglés entiende por la palabra cisne, es la de un color blanco, de cuello largo, pico rojo, patas negras, con dedos unidos, y todo eso de un cierto tamaño, con la potencia de nadar en el agua, de producir una cierta clase de ruido, y tal vez para la persona que haya observado detenidamente esta clase de aves, algunas otras propiedades que terminan todas en ideas simples sensibles, todas unidas en un sujeto común.
15. Nuestras ideas de las sustancias espirituales son tan claras como las sustancias corporales
Además de las ideas complejas que tenemos de las sustancias materiales sensibles de las que ya he hablado, también podemos forjar la idea compleja de un espíritu inmaterial por medio de las ideas simples que hemos recibido de aquellas operaciones de nuestra mente, que experimentamos todos los días en nosotros mismos, como el pensamiento, el entendimiento, el deseo, el conocimiento, potencia de iniciar el movimiento, etc., que coexisten en algunas sustancias. De esta manera, uniendo las ideas de pensamiento, reflexión, libertad, y la potencia de movernos a nosotros mismos y a otras cosas, llegamos a tener una percepción tan clara y una noción de las sustancias inmateriales como las que tenemos de las materiales. Porque si unimos la idea de pensamiento y la de voluntad, o las de potencia de movimiento o de dejar en reposo un movimiento corporal, todo ello unido a la sustancia, de la que carecemos de una idea distinta, llegamos a formar la idea de un espíritu inmaterial; y juntando las ideas de partes sólidas y coherentes y de la potencia de ser movidas, unidas a la sustancia de la cual asimismo carecemos de una idea positiva, llegamos a la idea de la materia. La primera es una idea tan clara y distinta como la otra: la idea de pensamiento y de movimiento del cuerpo son ideas tan claras y distintas como las ideas de extensión, de solidez y de ser movido. Porque nuestra idea de sustancia es igualmente oscura, o inexistente, en ambos; no es sino algo que suponemos como soporte de aquellas ideas que llamamos accidentes. Porque la falta de reflexión nos induce a pensar que nuestros sentidos no nos revelan sino cosas materiales; pero cada acto de la sensación, cuando lo consideramos detenidamente, nos ofrece una visión igual de ambas partes de la naturaleza. la corpórea y la espiritual. Porque mientras conozco, al ver o al oír, etc., que existe un ser corporal fuera de mí, es decir, el objeto de esa sensación, también conozco, con mayor seguridad, que hay dentro de mí un ser espiritual que ve y oye. Esto, no puedo sino estar convencido de ello, no es sino la acción de la materia insensible; y nunca podría ser sin un ser inmaterial pensante.
16.
No tenemos ninguna idea de la sustancia abstracta ni en el cuerpo ni en el espíritu
Mediante la idea compleja de la extensión, de la forma, del color y de todas las demás cualidades sensibles, que es todo lo que conocemos de él, tan lejos estamos de la idea de la sustancia del cuerpo como si no conociéramos nada de ella; y, con independencia del conocimiento y la familiaridad que pensamos tener respecto a la materia, y a pesar de las muchas cualidades que los hombres piensan que perciben y conocen en los cuerpos, después de un examen detallado del asunto, podremos comprobar que las ideas primarias que tienen del cuerpo no son más, ni más claras que las que se tienen de los espíritus inmateriales.
17.
La cohesión de las partes sólidas y el impulso son las ideas primarias y peculiares del cuerpo
Las ideas primarias que tenemos del cuerpo, y que le son peculiares, distinguiéndolo del espíritu, son la cohesión de las partes sólidas y, por tanto, separables, y la potencia de comunicar movimiento mediante el impulso. Pienso que éstas son las ideas originales, propias y peculiares, del cuerpo; pues la forma no es sino una consecuencia de la extensión imita.
18.
Pensamiento y motilidad
Las ideas que tenemos como pertenecientes y peculiares al espíritu son el pensamiento y la voluntad, o la potencia de tener el cuerpo en movimiento mediante el pensamiento y que es la libertad, es decir, la consecuencia de esa potencia. Porque lo mismo que el cuerpo no puede comunicar su movimiento sino mediante un impulso dado a otro cuerpo que estaba en reposo, así tampoco la mente puede poner o dejar de poner en movimiento a los cuerpos según su deseo. Las ideas de existencia, duración  y movilidad son comunes a ambos.
19.
Los espíritus son capaces del movimiento
No hay ninguna razón por la que parezca extraño que yo haga que la movilidad pertenezca al espíritu; porque, como no tengo ninguna otra idea del movimiento, a no ser la del cambio de distancia con otros seres que se consideran en reposo, y encontrando que los espíritus, al igual que los cuerpos, no pueden operar sino en el lugar donde se encuentran, y que los espíritus actúan en diversos tiempos y en partes diferentes, no puedo sino atribuir el cambio de lugar a todos los espíritus finitos, pues aquí no hablo del Espíritu Infinito porque, como mi alma es, lo mismo que mi cuerpo, un ser real, seguramente es tan capaz de cambiar de distancia respecto a otro cuerpo, como el mismo cuerpo lo es. De tal manera que es capaz de movimiento; y si un matemático puede considerar una cierta distancia, o un cambio de esa distancia entre dos puntos, uno puede ciertamente concebir una distancia y un cambio de distancia entre dos espíritus, y de ese modo se puede concebir su movimiento, su aproximación o alejamiento, el uno con respecto al otro.
20. Pruebas de esto
Todo el mundo encuentra en sí mismo que su alma puede pensar, desear y actuar sobre su cuerpo, en el lugar en que está, pero que no puede operar sobre un cuerpo, o sobre un espacio, a mil millas de distancia. Nadie puede imaginar que su alma pueda pensar o mover a un cuerpo en Oxford, mientras él se encuentra en Londres, no puede por menos de saber que, como está unida a ese cuerpo, constantemente cambia de lugar durante todo el viaje entre Oxford y Londres, al igual que el coche o el caballo que la lleva; y creo que se puede afirmar que realmente está en movimiento, o si este ejemplo no es lo suficientemente claro para el movimiento del alma, creo que lo será el hecho de su separación del cuerpo en el momento de la muerte, porque la consideración de que abandona al cuerpo, dejándolo, me parece imposible si no se tiene ninguna idea de su movimiento.
21.
Dios es inmóvil porque es infinito
Si alguien afirma y no está convencido de que el alma pueda cambiar de lugar, porque no tiene ningún lugar, ya que los espíritus no están «in loco», sino «ubi», supongo que semejante modo de hablar no tendrá gran consistencia para muchos, en un tiempo en que no se está muy dispuesto a admirar ni admitir los engaños de semejantes formas ininteligibles de hablar. Pero si alguien piensa que aquella distinción tiene algún sentido, y que es aplicable al asunto que examinamos, desearía que me lo pusiera en un castellano inteligible, y entonces que extrajera una razón para demostrar que los espíritus inmateriales son capaces de movimiento. Además el movimiento no puede atribuirse a Dios, y no porque El sea inmaterial sino porque es un espíritu infinito.
22. Nuestra idea compleja de un espíritu inmaterial y nuestra idea compleja del cuerpo comparadas
Comparemos, ahora nuestra idea compleja de un espíritu inmaterial con la del cuerpo, y veamos si
existe más oscuridad en la una o en la otra, o en cuál de ellas hay más. Nuestra idea del cuerpo, tal y como pienso, es una sustancia extensa sólida, capaz de comunicar movimiento mediante impulsos, y nuestra idea del alma, como un espíritu inmaterial, es una sustancia que piensa y tiene el poder de provocar el movimiento en el cuerpo mediante la voluntad o el pensamiento. Estas, pienso, son nuestras ideas complejas del alma y del cuerpo, contrapuestas; y ahora examinemos cuál tiene más oscuridad en ella y más dificultad para ser aprehendida. Sé que las personas cuyos pensamientos están sumergidos en lo material y que han inmovilizado sus mentes mediante sus sentidos hasta tal punto de que en muy pocas ocasiones son capaces de reflexionar sobre cualquier cosa que esté más allá, se inclinan a afirmar que no comprenden la existencia de una cosa semejante, lo cual quizá sea cierto, pero yo afirmo que cuando se considera adecuadamente, tampoco pueden comprender mejor una cosa extensa.
23.
La cohesión de las partes sólidas en el cuerpo es tan difícil de concebir como el pensamiento en un alma
Si alguien afirma que no sabe lo que es aquello que piensa en él, quiere decir que no sabe qué es la sustancia de esa cosa pensante; pero tampoco, según me parece, conoce qué es la sustancia de una cosa sólida. Pero, además, si dice que no sabe cómo es que piensa, le contesto que tampoco sabe cómo es que es extenso, es decir, cómo están unidas sus partes, las partes sólidas de su cuerpo, cómo es la coherencia que forma la extensión. Porque, aunque la presión de la! partículas del aire pueda explicar la cohesión de las distintas partes de la materia que son más gruesas que las partículas del aire, que tienen poros menores que los corpúsculos del aire, sin embargo, el peso de la presión del aire no puede explicar ni ser la causa de la coherencia que existe entre las mismas partículas del aire. Y si la presión del éter, o de cualquier materia más sutil que el aire, puede unir y mantener juntas las partes de una partícula del aire, así como las de otros cuerpos, sin embargo no puede formar uniones entre ellas y mantener unidas las partes que forman cada uno de los corpúsculos diminutos de esa material sutil. De manera que la hipótesis, por muy ingeniosamente que esté implicada la forma de la unión de las partes de los cuerpos sensibles a causa de la presión de los cuerpos sensibles externos, no explica lo mismo respecto a las partes del éter mismo. Y mientras más pruebe la evidencia que las partes de los cuerpos están unidas por la presión exterior del éter, que no puede haber otra causa inteligente de su cohesión, mayor es la oscuridad en que nos encontramos con respecto a la cohesión de las partes de los corpúsculos del éter mismo, corpúsculos que ni podemos concebir sin partes, puesto que son cuerpos, y por ello mismo divisibles, ni comprender de qué manera tienen cohesión estas partes, faltando esa causa de cohesión que se da para explicar la cohesión de las partes de los otros cuerpos.
24.
No se explica tampoco por un ambiente fluido
Pero, en verdad, la presión de un ambiente fluido cualquiera, aunque sea muy grande, no puede ser una causa inteligible de la cohesión de las partes sólidas de la materia. Porque, aunque semejante presión pueda impedir la separación o avulsión de dos superficies unidas, la una de la otra, según una línea perpendicular a ellas, como en el experimento de los mármoles pulidos se demuestra, sin embargo, que semejante presión nunca podrá impedir en lo más mínimo la separación mediante un movimiento en una línea paralela de esas superficies. Porque como un fluido tiene libertad completa de suceder en cada punto de espacio que es abandonado por ese movimiento lateral, no se
opone más al movimiento de unos cuerpos así unidos, que lo hace con respecto al movimiento de un cuerpo que estuviera rodeado por todas partes de ese fluido, que no estuviera en contacto con ningún otro cuerpo. Y, por tanto, si no existiera otra causa de la cohesión, todas las partes de los cuerpos serían fácilmente separables mediante un movimiento semejante, lateral y resbaladizo. Porque si la presión del éter es la causa adecuada de la cohesión, en el momento en que esa causa no opere no habrá cohesión. Y puesto que no puede operar en contra de semejante separación lateral (como ya se ha demostrado), por tanto, en todo plano imaginario que interseccione cualquier masa de materia no podría existir más cohesión que la de dos superficies pulidas, las cuales, a pesar de cualquier presión imaginable de un fluido, podrían resbalar siempre fácilmente la una frente a la otra. De manera que, por más clara que sea la idea que queremos tener sobre la extensión de los cuerpos, que no es sino la cohesión de sus partes sólidas, quien reflexione sobre ello podrá encontrar motivos para concluir que le resulta tan fácil tener una idea clara sobre cómo piensa el alma, como tener una idea clara de cuál es la extensión del cuerpo. Porque como un cuerpo no es ni más ni de otra manera extenso que por la unión y cohesión de sus partes sólidas, difícilmente comprenderemos la extensión del cuerpo, sin entender en qué consiste la unión y la cohesión de sus partes, lo cual me parece tan incomprensible como la forma del pensamiento y la manera en que se realiza.
25. Tan mal podemos entender cómo se cohesionan las partes en la extensión como la manera en que nuestros espíritus perciben o se mueven
Confieso que es natural que la mayor parte de la gente se sorprenda de que hay quien encuentre dificultad en lo que creen observar todos los días. ¿No vemos acaso (se apresuran a decir) que las partes de los cuerpos están firmemente unidas? ¿Hay algo más común? ¿Qué duda puede, entonces, suscitarse al respecto? Y lo mismo digo en lo que se refiere al pensamiento y al movimiento. ¿No lo experimentamos en nosotros mismos y, por tanto, parece indudable? El asunto es claro, y lo confieso; pero cuando pretendemos asomarnos un poco más de cerca para considerar de qué forma se realiza, me parece que en ese momento nos perdemos tanto en lo primero como en lo segundo, y tan erróneamente entendemos la manera por la que las partes de un cuerpo son coherentes, como la manera por la que percibimos o nos movemos. Me gustaría que alguien me explicara las partes de oro o de bronce (que hace un momento, mediante la fundición, estaban tan sueltas las unas de las otras como las partículas del agua o la arena de un reloj) que llegan a unirse en poco tiempo, y a juntarse tan fuertemente las unas con las otras, que las fuerzas de los brazos más fornidos no logran separarlas. Supongo que un hombre reflexivo se encontrará perdido si intenta satisfacer a su entendimiento con una explicación, o convencer al entendimiento de otro hombre.
26.
La causa de la coherencia de los átomos en las sustancias extensas es incomprensible
Los cuerpos diminutos que componen ese fluido que llamamos agua son tan extremadamente pequeños que nunca he oído que alguien, con el auxilio de un microscopio (y aunque, según las noticias que me han llegado, esos aparatos logran un aumento de diez mil, y hasta cien mil veces) pueda percibir su distinto volumen, su forma o su movimiento; y las partículas de agua están completamente sueltas las unas de las otras, que la fuerza más leve las separa sensiblemente. Pero, aún más, si consideramos su movimiento perpetuo, tendremos que admitir que carecen de toda cohesión las unas con respecto a las otras, y, sin embargo, es suficiente con que se produzca un frío poco extremado para que esas partículas se junten, se consoliden, y esos átomos diminutos cobren coherencia, de manera que no puedan ser separados sin el empleo de una gran fuerza. Quien pueda descubrir los vínculos que unen tan firmemente esos montones de pequeños cuerpos sueltos; quien divulgue cuál es el cemento que los mantiene unidos tan firmemente, será el descubridor de un secreto inmenso y todavía desconocido. Y, sin embargo, cuando alguien haya realizado ese descubrimiento, todavía se estará muy lejos de explicar de manera inteligible cuál es la extensión de los cuerpos (que es en lo que consiste la cohesión de sus partes sólidas), hasta que no se muestre en qué consiste la unión o la consolidación de las partes de esos vínculos o de ese cemento, o de la parte más diminuta de materia que exista. Por todo lo cual se evidencia que esta cualidad primaria del cuerpo, y que parece tan obvia, se mostrará, cuando se examine, tan incomprensible como cualquier cosa relativa a la mente, y se verá que una sustancia sólida y extensa es algo tan difícil de conseguir como una sustancia pensante in- material, con independencia de las dificultades que encontremos sobre éstas.
27.
  Porque, para extender nuestro pensamiento un poco más, ha de advertirse que esa presión que se invoca para explicar la cohesión de los cuerpos es algo tan ininteligible como la cohesión misma
Porque si se considera a la materia finita, como sin lugar a dudas lo es, entonces que alguien traslade su contemplación hasta los extremos del Universo, y que vea allí qué vínculos, qué amarras puede concebir o imaginar para mantener junta esta masa de materia con una presión tan estrecha y de dónde saca el acero su firmeza, y las partes del diamante su dureza e indisolubilidad. Si la materia es finita, debe tener sus extremos, y algo que le impida su dispersión. Si, para evitar esta dificultad, alguien quiere suponer el abismo de imaginar una materia infinita, que considere entonces qué luz puede aportar de esta manera al problema de la cohesión del cuerpo, y si de esa manera se aproximan más para poderlo entender al entregarse a la más absurda e incomprensible de todas las suposiciones posibles; de manera que sobre la extensión del cuerpo (que no es sino la cohesión de sus partes sólidas) llegaremos a una conclusión si afirmamos que ésa está muy lejos de ser más clara que la idea de pensamiento.
28. La comunicación del movimiento mediante impulsos
o pensamientos es igualmente inteligible
Otra idea que tenemos del cuerpo es el poder comunicar el movimiento mediante impulsos; y otra idea que tenemos de nuestra alma es la potencia de provocar el movimiento mediante el pensamiento. Estas ideas, es decir, la del cuerpo y la del alma, son ofrecidas a diario por la experiencia. Pero si, una vez más, investigamos sobre la manera en que esto se realiza, nos encontraremos sumidos en las mismas tinieblas. Porque en el caso del aumento del movimiento mediante impulso con el cual un cuerpo pierde el mismo movimiento que el otro adquiere, que es el caso más frecuente, no podemos tener una concepción distinta que la del paso del movimiento de un cuerpo a otro cuerpo, lo cual resulta, a mi parecer, tan oscuro e inconcebible como la manera en que nuestras mentes hacen que nuestros cuerpos se muevan o se detengan por medio de pensamientos, lo cual es algo que podemos advertir a cada momento. El aumento del movimiento mediante impulsos, que se observa que sucede o que algunas veces se piensa que ha sucedido, es todavía más difícil de comprender. Todos los días tenemos experiencias y evidencias claras del movimiento producido a la vez por el impulso y por el pensamiento; pero cómo se produce es algo de difícil comprensión, por lo que en las dos ocasiones nos encontramos igualmente perdidos. De manera que como quiera que consideremos el movimiento y su comunicación, bien sea a partir del cuerpo, bien del espíritu, la idea que pertenece al espíritu es al menos tan clara como la que pertenece al cuerpo. Y si consideramos la potencia activa del movimiento, o, como la he llamado, la motilidad, es mucho más clara en el espíritu que en el cuerpo; porque dos cuerpos, situados en reposo, el uno junto al otro, nunca podrán proporcionarnos la idea de una potencia en uno de ellos para mover al otro, excepto por un movimiento prestado; en tanto que la mente nos ofrece todos los días ideas de una potencia activa capaz de mover cuerpos; y, por tanto, resulta útil la consideración de si la potencia activa no puede ser el atributo propio de los espíritus, y la potencia pasiva la de la materia. De lo que podemos inferir que los espíritus creados no están totalmente separados de la materia, ya que son activos y pasivos a la vez. El espíritu puro, es decir, Dios, solamente es activo; mientras que la materia pura sólo es pasiva, por lo que podemos afirmar que aquellos seres que son activos y pasivos al mismo tiempo participan de una y otra potencia. Pero, sea como fuere, pienso que las ideas que tenemos acerca del espíritu son igual en número y en claridad de las que tenemos sobre el cuerpo, ya que las sustancias de lo uno y de lo otro son igualmente desconocidas para nosotros; pues la idea de pensar para el espíritu resulta tan clara como lo es la de extensión para el cuerpo, y dado que la comunicación del movimiento por el pensamiento, que atribuimos al espíritu, resulta tan evidente como la comunicación por impulso que adscribimos al cuerpo. La experiencia constante nos hace sensibles a ambas cosas, aun cuando la limitación de nuestros entendimientos no pueda comprender ni la una ni la otra. Porque, cuando la mente quiera contemplar más allá de esas ideas originales que adquirimos a partir de la sensación o reflexión y penetrar en sus causas y maneras de predicción, veremos que no descubre nada que no sea su propia cortedad de miras.
29.
Resumen
Para concluir, la sensación nos convence de que hay unas sustancias sólidas y extensas, y la reflexión, de que hay unas sustancias pensantes. La experiencia nos asegura que existen unos seres semejantes, que el uno tiene el poder de mover al cuerpo por impulso, y el otro, por el pensamiento. La experiencia, afirmo sin lugar a dudas, provee a cada momento de ideas claras, tanto de esas sustancias como de otras. Pero más allá de esas ideas, según las recibimos de sus fuentes adecuadas, nuestras facultades no alcanzan. Si intentamos inquirir más allá de su naturaleza, sus causas y maneras, no percibimos la naturaleza de la extensión más claramente de lo que percibimos la naturaleza del pensamiento. Si queremos explicarlas más detenidamente, la una es tan fácil como la otra, y entonces no encontramos mayor dificultad en concebir cómo una sustancia que no conocemos puede mover un cuerpo por el pensamiento, que en saber cómo una sustancia desconocida puede mover un cuerpo por impulso. De manera que no somos más capaces de descubrir en qué consisten las ideas que pertenecen al cuerpo de lo que lo somos para saber en qué consisten las que pertenecen al espíritu. De aquí me parece a mí que los límites de nuestro pensamiento son, seguramente, las ideas simples que recibimos a partir de la sensación y de la reflexión, límites más allá de los cuales la mente, por muchos que sean sus esfuerzos, no puede avanzar ni una pizca; ni tampoco puede descubrir nada cuando intenta introducirse en la naturaleza y en las ocultas causas de aquellas ideas.
30.
Se comparan las ideas del espíritu y nuestra idea del cuerpo
De manera que, en resumen, la idea que tenemos acerca del espíritu, si la comparamos con la idea que tenemos del cuerpo, nos aportaría lo siguiente: que la sustancia del espíritu nos es desconocida y que la sustancia del cuerpo tampoco nos es conocida. Poseemos ideas claras y distintas de dos cualidades primarias del cuerpo, es decir, la de partes sólidas coherentes y la de impulso, y acerca del espíritu también conocemos y tenemos ideas claras y distintas de dos cualidades primarias o propiedades, el pensamiento y la potencia de acción o, lo que es lo mismo, la potencia de iniciar o detener diversos pensamientos o movimientos. También tenemos las ideas de diversas cualidades inherentes a los cuerpos, ideas que son claras y distintas, y cualidades que no son sino las distintas modificaciones de la extensión de las partes sólidas coherentes y de sus movimientos. Asimismo, poseemos las ideas de los diversos modos del pensamiento, es decir, el creer, el dudar, el intentar hacer algo, el temor, la espera, los cuales no son sino modos diversos del pensamiento. Tenemos también las ideas de la voluntad y el movimiento de los cuerpos a consecuencia de la voluntad, y de que un cuerpo se mueva a sí mismo, porque, según se ha demostrado, el espíritu es capaz de movimiento.
31.
La noción del espíritu no envuelve más dificultad que la del cuerpo
Por último, si esta noción del espíritu inmaterial ofrece, tal vez, en sí misma algunas dificultades que no se explican fácilmente, no tenemos por ello más razón para negar la existencia de tales espíritus, o dudar de ella, que la que tenemos para negar la existencia del cuerpo, o dudar de ella, porque la noción de cuerpo está impregnada de algunas dificultades muy graves que, tal vez, nos resulten imposibles de explicar o de entender. Por eso me gustaría que se mostrara un ejemplo de algo en nuestra noción acerca del espíritu que fuese de tanta complejidad y tan cercano a la contradicción como el que me implica la noción misma de cuerpo, es decir, la divisibilidad in ínfinitum  de toda extensión finita que nos envuelve, lo admitamos o no, en ciertas consecuencias de explicación imposible o que no podemos explicar en nuestras aprehensiones; consecuencias que conllevan mayores dificultades y un absurdo más aparente que cualquiera de las que se deducen de la noción de una sustancia inmaterial cognoscente.
32.
No conocemos nada de las cosas más allá de las cosas más allá de nuestras ideas sobre ellas
Por todo lo cual no debemos extrañarnos, ya que, como solamente poseemos unas cuantas ideas superficiales de las cosas, que los sentidos descubren para nosotros en su aspecto exterior, que la mente, al reflexionar sobre lo que experimenta en su interior halla, carecemos de todo conocimiento que vaya más allá, y mucho más acerca de la constitución interna y de la verdadera naturaleza de las cosas, porque estamos desprovistos de las facultades que puedan llegar a ello. Y, por tanto, puesto que experimentamos y descubrimos en nosotros mismos el conocimiento y la potencia de movimiento voluntario, tan ciertamente como experimentamos o descubrimos en las cosas exteriores la cohesión y la separación de las partes sólidas, que es la extensión y el movimiento de los cuerpos, tenemos igual motivo para sentirnos satisfechos con nuestras nociones sobre el espíritu inmaterial, como de nuestras nociones sobre el cuerpo; e igualmente nos ocurre con la existencia de lo uno y de lo otro. Porque como no hay una contradicción mayor en suponer que el pensamiento exista separado e independientemente de la solidez, de la que la hay en suponer que la solidez existe de manera separada e independiente del pensamiento, puesto que en ambos casos se trata de ideas simples independientes la una de la otra; y como, por otra parte, tenemos en nosotros ideas tan claras y dispersas, sin solidez, es decir, lo inmaterial, y una cosa sin pensamiento, es decir, la materia, y, especialmente, si consideramos que no ofrece mayor dificultad concebir que pueda existir el pensamiento sin materia, que lo que es imaginar que pueda pensar la materia. Porque siempre que intentemos ir más allá de esas ideas simples que recibimos a partir de las sensaciones y de la reflexión, e introducirnos en el interior de la naturaleza de las cosas, inmediatamente nos vemos sumergidos en las tinieblas y en la oscuridad, en la perplejidad y en las dificultades, para solamente contemplar nuestra ceguera e ignorancia. Pero cualquiera que sea la más clara de esas ideas complejas, bien la del cuerpo, bien la del espíritu, es evidente que las ideas simples que las componen no son otras que las que hemos recibido a partir de la sensación o de la reflexión, lo cual sucede también con respecto a todas las demás ideas de sustancias, e incluso de Dios mismo.
33. Nuestra idea compleja de Dios
Porque si examinamos la idea que tenemos del Ser Supremo e incomprensible, veremos que la adquirimos de la misma manera, y que las ideas complejas que poseemos, tanto de Dios corno de los espíritus separados, están formadas por esas ideas simples que recibimos de la reflexión; por ejemplo, tras haber adquirido las ideas de existencia y de duración, a partir de lo que experimentamos en nosotros mismos; o de conocimiento y de potencia; de placer y felicidad y de aquellas diversas cualidades y potencias, las cuales es mejor tenerlas que carecer de ellas; o cuando queremos hacernos una idea, la más adecuada que podemos, sobre el Ser Supremo, ampliamos cada una de aquellas ideas con la idea de la infinitud, de manera que poniéndolas todas juntas forjamos nuestra idea compleja de Dios. Porque que la mente tenga un Poder semejante de ampliar algunas de sus ideas recibidas de la sensación y de la reflexión, ya ha sido suficientemente demostrado.
34. Nuestra idea compleja de Dios como Ser infinito
Si advierto que conozco unas cuantas cosas, y que a algunas de ellas, o a todas, tal vez las conozco imperfectamente, me puedo forjar la idea de un ser que conozca dos veces ese número de cosas, por lo cual puedo doblarlo de nuevo y así todas las veces que pueda ampliar ese número, y de esta manera llegar a aumentar mi idea del conocimiento, al extender mi comprehensión a todas las cosas existentes o posibles lo mismo puedo hacer respecto a conocer esas cosas de un modo más perfecto; es decir, todas sus cualidades, sus potencias, sus causas, sus consecuencias y sus relaciones, etc., hasta que todo lo que está en ellas, o cuanto se puede relacionar con ellas, me resulte perfectamente conocido, y de esta manera forjarme la idea de un conocimiento infinito o ¡limitado. Lo mismo puede hacerse respecto a la potencia, hasta llegar a la infinita omnipotencia; y lo mismo sobre la duración de la existencia, su principio y fin, de manera que forjemos la idea de un Ser Eterno. Como los grados de extensión en los que adscribimos la existencia, la potencia, la sabiduría y todas las demás perfecciones (sobre las que podemos tener ideas), son ilimitados e infinitos para ese ser que llamamos Dios, forjamos la mejor idea acerca de él de que sean capaces nuestras mentes; todo lo cual hacemos, digo, ampliando aquellas ideas simples que tenemos a partir de las operaciones de nuestras mentes, es decir, mediante la reflexión; o por medio de nuestros sentidos, a partir de las cosas exteriores, hasta llegar a esa vasta extensión hasta la que puede extenderse la infinitud.
35. Dios en su propia presencia es incognoscible
Porque es lo infinito, unido a nuestras ideas de la existencia, de la potencia, del conocimiento, etc., lo que forma esa idea compleja por la cual nos representamos lo mejor que podemos al Ser Supremo. Porque aunque en su propia esencia (que seguramente no conocemos, ya que ni siquiera conocemos la verdadera esencia de un guijarro, de una mosca o de nosotros mismos) Dios es simple y no está compuesto, sin embargo, creo que puedo afirmar que no tenemos ninguna otra idea que no sea la idea compleja de la existencia, el conocimiento, la potencia, la finalidad, etc., ideas que son infinitas y eternas. Las cuales son todas ideas distintas, y algunas de ellas, porque son relativas, son a su vez compuestas de otras: todas las cuales, según ya he demostrado, son originariamente adquiridas a partir de las sensaciones y la reflexión, y forman en su conjunto la idea o noción que tenemos de Dios.
36. En las ideas complejas que tenemos de los espíritus no hay ninguna distinta de aquellas tomadas de la sensación o de la reflexión
Se debe observar, asimismo, que no hay ninguna idea de las que atribuimos a Dios, a excepción de la infinitud, que no sea también parte de nuestra idea compleja sobre los otros espíritus. Porque, como no somos capaces de ninguna otra idea simple, a excepción de aquellas que pertenecen al cuerpo (si exceptuamos las que recibimos por la reflexión sobre las operaciones de nuestras propias mentes, no podemos atribuir a los espíritus otras ideas que aquellas que proceden de allí; y toda la diferencia que podamos darle cuando se trata de la contemplación de los espíritus es tan sólo en la diversidad de amplitud y grados de conocimientos o potencias, duración, felicidad, etcétera, porque del hecho de que en nuestras ideas sobre los espíritus, al igual que las que tenemos de las demás cosas, nos veamos limitados a aquellas ideas que recibimos a partir de la sensación y de la reflexión, se evidencia que nuestras ideas de los espíritus, por más excelentes que sean sobre las que tenemos de los cuerpos, incluso hasta lo infinito, no podemos, a pesar de todo, tener idea alguna de la manera en que se descubren sus pensamientos a nosotros, aunque no
podamos menos de concluir que los espíritus separados, por ser unos seres que poseen un conocimiento más perfecto y tienen una felicidad superior a la nuestra tendrán necesariamente una manera más perfecta de comunicarse sus pensamientos que la que nosotros tenemos, que nos vemos limitados a emplear signos corporales y sonidos determinados, y los que por esa razón son de un uso más común, por constituir el medio más adecuado y rápido del que disponemos. Pero como nosotros mismos carecemos de toda experiencia y, por tanto de cualquier noción de una comunicación inmediata, tampoco tenemos ninguna idea de la manera en que los espíritus puedan comunicarse al no emplear palabras; y menos aún podemos entender cómo los espíritus, desprovistos de cuerpos, pueden ser dueños de sus propios pensamientos, comunicándoselos u ocultándoselos a su deseo, aun cuando tenemos que suponer que necesariamente tienen una potencia semejante.
37. Recapitulación
 De esta manera, hemos visto qué clase de ideas tenemos de las sustancias de todas clases, en qué consisten y cómo llegamos a adquirirlas. Por lo que pienso que se deduce lo siguiente:
Primero, que todas nuestras ideas de las distintas clases de sustancias no son sino colecciones de ideas simples, con una suposición de algo a lo que pertenecen, y en lo que subsisten; aun cuando acerca de ese algo supuesto no tenemos ninguna idea clara y distinta en lo absoluto.
Segundo, que todas las ideas simples, así reunidas, en un substratum común, que forman nuestras ideas complejas de diversas clases de sustancias, no son sino ideas que hemos recibido a partir de la reflexión o de la sensación. De manera que, incluso respecto a las cosas que creemos conocer más íntimamente, y que más se aproximan a la comprensión de nuestras concepciones más elevadas, no podemos sobrepasar los
límites de esas ideas simples. Y también respecto a las cosas que parecen muy distantes de todas aquellas con las que nos relacionarnos, y que sobrepasan infinitamente cuanto podamos percibir en nosotros mismos por la reflexión o descubrir en las otras cosas por medio de la sensación, no podemos alcanzar nada, si no es esas ideas simples que recibimos originariamente a partir de la sensación o la reflexión, como es evidente en las ideas complejas que tenemos de los ángeles, y particularmente del mismo Dios.
Tercero, que el mayor número de ideas simples forman nuestras ideas complejas de las sustancias cuando se las considera de manera adecuada son solamente potencias, aunque nos inclinemos a tomarlas como cualidades positivas; por ejemplo, la mayor parte de las ideas que forman nuestra idea compleja del oro son el color amarillo, el peso elevado, ductibilidad, fusibilidad y solubilidad en agua regia, etc., todas las cuales, unidas en un substratum desconocido, no son sino otras tantas reacciones respecto a otras sustancias, y no se encuentran realmente en el oro considerado puramente en sí mismo, aunque dependen de esas cualidades reales y primarias de su constitución interna, por las cuales tiene una capacidad de operar diversa- mente y de ser motivo de operaciones de otras diferentes sustancias.

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