LIBRO II DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo XXVI
DE LA CAUSA Y DEL EFECTO Y DE RELACIONES
1. De dónde obtenemos las ideas de la
causa y del efecto
Al tener noticias por nuestros sentidos de las constantes
vicisitudes de las cosas, no podemos sino observar que varias cualidades y
sustancias particulares empiezan a existir y que reciben su existencia de la debida aplicación y operación de algún otro ser. A partir de esta
observación obtenemos nuestras ideas de la causa y del efecto. Aquello que
produce cualquier idea simple o compleja es denotado por el nombre general
causa, y aquello que es producido, por el de efecto. De esta manera, al advertir
en la sustancia que llamamos cera que la fluidez, que es una idea simple que
no estaba antes en ella se produce de una manera constante mediante la
aplicación de determinado calor, llamamos a la idea simple de calor, en relación a la fluidez
de la cera, la causa de esa fluidez; y a la fluidez la llamamos el efecto. De
esta manera también, al observar que en la sustancia madera, que es una
reunión de ciertas ideas simples, se convierte, mediante la aplicación del
fuego, en otra sustancia, la ceniza, es decir, en otra idea compleja, que
consiste en un conjunto de ideas simples, muy distinta a la idea compleja que llamamos madera, considerarnos al fuego con relación a la ceniza como la
causa, y a la ceniza la consideramos como el efecto. Así pues, como todo
aquello que consideramos que conduce a la producción de cualquier idea simple
particular o que opera en ella, o de cualquier conjunto de ideas simples, es una
sustancia o modo que no existía antes, tiene por ello, en nuestra mente, la
relación de una causa y de esta manera es determinarla por nosotros.
2. La creación, la generación y el producir alteraciones
De esta manera, tras haber adquirido, partiendo de lo que
son
capaces de descubrir nuestros sentidos sobre las operaciones de los cuerpos,
los unos respecto a los otros, las nociones de causa y efecto, es decir, una vez
que llegamos a comprender que una causa es aquello que hace que cualquier
otra cosa, sea una idea simple o una sustancia o modo, empiece a ser, y que un
efecto es aquello que debe su inicio a alguna otra cosa, la mente no encuentra
una gran dificultad para distinguir en dos clases los diversos orígenes de las
cosas.
Primero, cuando la cosa ha sido hecha nueva de manera que
ninguna parte suya existía antes, como, por ejemplo, cuando una nueva
partícula de materia empieza a existir, in rerum natura, sin haber
tenido antes existencia, llamamos a ese proceso creación.
Segundo, cuando una cosa que está formada de partículas
que existían todas antes, aunque la cosa misma así
formada de partes preexistentes, que consideradas juntas forman una colección
semejante de ideas simples, no hubiese tenido juntas existencia como este
hombre, este huevo, esta rosa, esta cereza, etc. Y a esto, cuando se refiere a
una sustancia producida en el curso ordinario de la naturaleza por principios
internos accionados por algún agente externo o por alguna causa, de donde
recibe su forma por vías no sensibles y que no percibimos, lo llamamos
generación. Si la causa es extrínseca, y si el efecto se produce por una
separación sensible o por una yuxtaposición de partes discernibles, lo
llamamos hacer; y a esto corresponden todas las cosas artificiales. Cuando se
produce cualquier idea simple que no estaba antes en el sujeto, lo llamamos
alteración. De esta manera un hombre es generado, un cuadro es hecho, y el uno
y el otro son alterados cuando se produce en ellos una nueva cualidad cualquiera
sensible, o una idea simple que no estaba antes. Y las cosas que de esa manera
llegan a tener existencia, que no estaban antes allí, son efectos; y aquellas
que actuaron para provocar esa existencia, las causas. En este caso, y en todos
los demás, podemos observar que las nociones de causa y efecto tienen su origen
en ideas que hemos recibido a partir de la sensación de la reflexión y que esa
relación, por más amplia que sea, se termina finalmente en esas ideas. Porque
para llegar a tener las ideas de causa y efecto es suficiente con considerar
cualquier idea simple, o cualquier sustancia, se inicia la existencia gracias a
la operación de alguna otra, aunque no sepa la manera en que se realiza.
3. Las relaciones de tiempo
El tiempo y el lugar son también los fundamentos
de relaciones muy amplias, y todos los seres finitos quedan comprendidos en
ellos. Pero, como ya mostramos en otro lugar, de qué manera adquirimos esas
ideas, tal vez sea suficiente con que aquí indiquemos que
la mayor parte de las denominaciones que las' cosas reciben en consideración al
tiempo no son sino relaciones. De esta manera, por ejemplo, cuando alguien
afirma que la reina Isabel vivió durante sesenta y nueve años y reinó durante
cuarenta y cinco, esas palabras tan sólo indican la relación que existe entre
esa duración y alguna otra cosa; y simplemente significa que la duración de su
existencia y la duración de su gobierno son iguales, respectivamente, a sesenta
y nueve y a cuarenta y cinco de los giros que el sol realiza todos los años, Lo
mismo sucede con todas las palabras que responden a la pregunta de ¿cuánto
tiempo hace? Así, Guillermo el Conquistador invadió Inglaterra durante el año
1070; lo cual quiere decir lo siguiente: que teniendo en cuenta la duración a
partir del tiempo de Nuestro Señor hasta el momento actual, durante una
longitud entera de tiempo, demuestra a qué distancia está colocada aquella
invasión de Inglaterra con respecto a uno y otro extremo. Igualmente ocurre con
todas las palabras que responden a la pregunta ¿cuándo?, porque solamente
indican la distancia de cualquier punto en el tiempo con respecto a un período
de mayor duración que nos sirva de medida, lo cual, por tanto, consideramos que
tiene relación con ese punto.
4. Algunas ideas del tiempo se supone
que son positivas y se encuentra que son relativas
Además de esas palabras que se refieren al
tiempo, existen otras que también hacen referencia al mismo, pero de las que
normalmente se piensa significan ideas positivas, las cuales, sin embargo,
cuando se examinan, se muestran como relativas; así, por ejemplo, sucede con
las palabras joven, viejo, etc., que incluyen y hacen referencia a la relación
que toda cosa tiene respecto a cualquier longitud de duración de la cual
podamos tener la idea en nuestras mentes. De esta manera, habiendo establecido
en nuestros pensamientos que la idea de la duración ordinaria de un hombre es de
sesenta años, cuando afirmamos que un hombre es joven queremos decir que su
edad no comprende sino una pequeña parte de aquella que habitualmente puede
alcanzar un hombre. Y cuando afirmamos que alguien es viejo, queremos decir que
su duración ha llegado casi hasta unos límites que generalmente los hombres no
traspasan. De manera que no hacemos otra cosa sino comparar la edad particular o
duración de tal o cual hombre con la idea que tenemos en la mente de aquella
duración, que por lo ordinario pertenece a esa especie animal. Lo cual resulta
evidente cuando aplicamos estas palabras a otras cosas; porque si un hombre
de veinte años puede recibir el nombre de joven y de muy joven si tiene siete años, en cambio, a un caballo lo
llamamos viejo a los veinte años de edad, y
lo mismo decimos de un perro que ya tiene siete. Y es que en cada caso
comparamos las edades con diferentes ideas de duración establecidas en
nuestras mentes, en cuanto que pertenecen como duración ordinaria natural a
la vida de esas diversas especies de animales. Pero del sol y de las
estrellas, aunque hayan sobrevivido a muchas generaciones de hombres, no decimos que son viejos, porque ignoramos qué período de duración ha establecido
Dios para esos seres. Este término propiamente pertenece a aquellas cosas de
las cuales podemos observar que en el curso ordinario de ellas, y por una
decadencia natural, llegan a su fin en un cierto período de tiempo, teniendo
así en la mente, como si dijéramos, el modelo de la medida que sirve para
comparar diversas partes de su duración; y de esta manera podemos hablar de
ellas diciendo que son viejas o jóvenes, lo cual no podemos hacer, por la misma causa, de un rubí o un diamante, cosas cuyos
períodos de duración
habitual desconocemos.
5. Relaciones de lugar y extensión
También es fácil observar las relaciones que tienen las cosas
entre sí con respecto a los lugares y distancias; como, por ejemplo, cuando se dice arriba o abajo, a una
milla de distancia de Charing Cross, en Inglaterra, y en Londres. Pero como
sucede con la duración, en el caso de la extensión y del volumen también hay algunas
ideas que son relativas que se expresan con términos que
se piensan que son positivos; tal ocurre con grande y pequeño, que en realidad
son relaciones. Porque también aquí, habiendo establecido en la mente las
ideas del tamaño de diversas clases de cosas, según aquellas a las cuales
estamos acostumbrados, convertimos, como si dijéramos, esas ideas en patrones
de medidas para designar el volumen de otras. Así llamamos grande una manzana
cuando es mayor que las manzanas con las que ordinariamente tenemos
relación; y decimos que un caballo es pequeño cuando no alcanza el tamaño
de la idea que tenemos en la mente que comúnmente pertenece a los caballos; y
un caballo será grande de acuerdo con la idea de un galés, sin embargo,
resultará pequeño para un flamenco, ya que las distintas razas de caballos que
crían en Gales y Flandes, con las cuales comparan para denominar grandes o
pequeñas.
6. Los términos absolutos a menudo significan
relaciones
De la misma manera, los términos débil y fuerte no son sino
denominaciones relativas de potencia por comparación con alguna idea que
tenemos, en este momento, sobre una potencia mayor o menor. Así, cuando
afirmamos que un hombre es débil, queremos decir que no posee la misma fuerza y
el mismo poder que otro para mover alguna cosa, o nos referimos habitualmente
a un hombre de un tamaño diferente. Lo cual no es sino una forma de comparar su
dureza con la idea que tenemos de la fuerza habitual de los hombres o con el
tamaño de éstos. De esta manera, también, cuando afirmamos que todas las
criaturas son débiles; pues en este caso el término débil no es sino algo
relativo que alude a la desproporción existente entre la
potencia de Dios y la de las criaturas. Así pues, resulta que un gran número
de palabras de nuestro lenguaje usual significan tan sólo relaciones, y quizá
estas palabras sean el número mayor, aunque a primera vista no parezcan tener
este sentido. Así, cuando decimos: «el barco ya tiene todo el
aprovisionamiento necesarios, las palabras necesario y aprovisionamiento son
relativas, puesto que la una se relaciona con un viaje que vamos a realizar y la
otra con una utilización futura. Por lo demás, resulta tan obvio que todas
estas relaciones quedan delimitadas y se terminan en ideas simples derivadas de
la sensación y de la reflexión, que parece innecesario cualquier otra
explicación.