LIBRO II DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO
HUMANO
Capítulo XXVII
ACERCA DE LA IDENTIDAD Y DE LA DIVERSIDAD
1. De la identidad y de la diversidad
En qué consiste la identidad. Otra ocasión que tiene la
mente para comparar es el ser mismo de las cosas cuando, al considerar una cosa
como existente en un tiempo y lugar determinado, la comparamos con ella misma
como existente en un tiempo; de donde formamos las ideas de identidad y de
diversidad. Cuando vemos una cosa en un lugar determinado, durante un instante
de tiempo, tenemos la certeza, sea la cosa que fuere, de que es la misma cosa
que vernos, y no otra, que al mismo tiempo exista en otro lugar, por más
semejante e indistinguible que pueda ser en todos los demás aspectos, En esto
precisamente consiste la identidad, es decir, en que las ideas que les
atribuimos no varían en nada desde el momento en que
consideramos su
existencia previa, y con las cuales comparamos la actual. Porque, como jamás
encontramos, ni podemos concebir como posible, que dos cosas que sean de la
misma especie existan en el mismo lugar y al mismo tiempo, concluimos, de manera
acertada, que cualquier cosa que exista en un lugar cualquiera y en un tiempo
cualquiera excluye todo lo que sea de su misma especie, y que, por ello, esa
cosa estará allí en solitario. Por ello, cuando preguntamos si una cosa es la
misma o no lo es, siempre nos referimos a algo que tuvo su existencia en un
tiempo y en un lugar dados, y que en ese momento era seguramente lo mismo
consigo mismo y no distinto. De donde se infiere que una cosa no puede tener dos
puntos de partida de existencia, ni dos cosas solas un solo punto de partida,
ya que resulta imposible que dos cosas de la misma especie sean o existan
en el mismo instante y en el mismo lugar, o que una cosa y la misma sea o exista
en lugares diferentes. En consecuencia, aquello que tuvo un principio es la
misma cosa; y lo que tuvo, en otro tiempo y lugar, un principio distinto a
aquello no es lo mismo, sino distinto. Las dificultades que ha provocado esta
relación se deben al poco cuidado y a la poca atención que se han tenido al
adquirir nociones precisas de las cosas a las cuales se atribuyen.
2. La identidad de las sustancias
No tenemos sino las ideas de tres clases de sustancias: 1)
Dios; 2) inteligencias finitas; 3) los cuerpos.
Primero, Dios no tiene principio, es eterno, inalterable, y
está en todas partes; por tanto, en lo que se refiere a su identidad, no puede
existir ninguna duda.
Segundo, como los espíritus finitos han tenido un tiempo
cada uno determinado y un lugar para empezar a existir, la relación en ese
tiempo y lugar, mientras exista, siempre determinará para cada uno de ellos
su identidad.
Tercero, lo mismo se puede decir de cada partícula de
materia, la cual, mientras no se vea aumentada o disminuida por la adición o
sustracción de materia, será la misma. Pues aunque estas tres clases de sustancias, como las denominamos, no se excluyen las unas a las otras, del mismo
lugar, sin embargo, tenemos que imaginar que cada una de ellas tiene que
excluir necesariamente de un mismo lugar toda otra sustancia de la misma
especie, pues de otra manera las nociones y los nombres de identidad y de
diversidad serían inútiles, y no podría existir ninguna distinción entre
las sustancias, con lo que se distinguirían las unas de las otras. Por
ejemplo, si pudiera ser que dos cuerpos ocuparan el mismo lugar en un mismo
tiempo, entonces esas dos porciones de materia tendrían que ser una y la misma,
ya fueran grandes, ya pequeñas; más aún, todos los cuerpos tendrían que ser
uno y el mismo. Pues, por la misma razón que dos partículas de materia
pueden ocupar un mismo lugar, todos los cuerpos podrían hacerlo; y, si admitimos esta suposición, se destruirá la distinción de
identidad y diversidad,
de uno y de varios, por hacerse absurda. Pero como supone una contradicción que
dos o más sean uno, la identidad y la diversidad son relaciones y maneras de
comparar bien fundadas y de utilidad para el entendimiento.
3. La identidad de los modos y relaciones
Como todas las otras cosas no son sino modos o relaciones
que, en definitiva, terminan en sustancias, la identidad y la diversidad de cada
una de sus existencias particulares serán también determinadas de la misma
manera. Solamente respecto a las cosas cuya existencia está en sucesión, como
son los actos de los seres finitos, por ejemplo, el pensamiento y el movimiento, que consisten ambos en un curso de sucesión, no puede ponerse en duda
su diversidad, porque como cada uno perece en el momento que comienza, no
puede existir en tiempos diferentes, ni en lugares distintos, de esta manera ocurre que los seres
permanentes pueden existir en
distintos tiempos y en lugares alejados. Por tanto, ningún movimiento o
pensamiento, considerados en diferentes tiempos, pueden ser el mismo, puesto
que cada una de sus partes tiene un comienzo diferente de existencia.
4.
«Principium individuationis»
A partir de cuanto se ha dicho, será fácil descubrir lo que
tanto se ha inquirido, el principium individuationis, y que,
evidentemente, es la existencia misma que determina un ser de cualquier clase,
en un tiempo y en un lugar determinado, incomunicable a dos seres de la misma
especie. Esto, aunque parece más fácil de concebir en las sustancias simples o
los modos, sin embargo, cuando se reflexiona, no es más difícil respecto a
sustancias o modos complejos, si se tiene la precaución de considerar a qué se
aplica; por ejemplo, supongamos un átomo, es decir, un cuerpo continuado dentro
de unas superficies inmutables, que existe en un tiempo y lugar determinado;
resulta evidente que, considerado en cualquier instante de su existencia, es, en
ese instante, el mismo por sí mismo. Porque, siendo lo que es en un instante, y
ninguna otra cosa, es lo mismo, y así tendrá que continuar siendo mientras
su existencia se continúe, puesto que durante ese tiempo será él mismo y no
otro. De igual manera, si dos átomos o más se unen en la misma masa, cada uno
de estos átomos será el mismo, por la regla formulada anteriormente; y
mientras existan unidos, la masa compuesta de esos mismos átomos debe ser la
misma masa o el mismo cuerpo, cualquiera que sea la manera en que se han unido
sus partes. Pero si uno de estos átomos se quita o se añade otro, ya no será
la misma masa o el mismo cuerpo. En el estado de las criaturas vivientes, su
identidad no depende de la masa compuesta de las mismas partículas, sino de
alguna otra cosa. Porque en ellas la variación de grandes porciones de
materia no altera la identidad. Una encina, que después de
ser planta pequeña se convierte en un gran árbol, y que después es podado,
sigue siendo el mismo árbol; y un potro que pasa a ser caballo, unas veces
caballo grueso, otras flaco, es durante todo el tiempo el mismo caballo, aunque
en ambos casos ha habido un cambio evidente de sus partes; de manera que no son,
en verdad, ninguno de los dos, las mismas masas de materia, si bien realmente el
uno es la misma encina y el otro el mismo caballo. La razón por la que esto
es así consiste en que en los dos casos de una masa de materia y de un cuerpo
vivo la identidad no se aplica a la misma cosa.
5. Identidad de los vegetales
Así pues, debemos considerar en lo que difiere una encina de
una masa de materia, y me parece que sería en lo siguiente: en que la masa de
materia sólo es la cohesión de partes de materia y su manera de estar unidas,
mientras que en el primer caso es una disposición de partículas, de manera
que lleguen a constituir partes de una encina, u organizadas de tal forma
que resulten adecuadas para recibir y distribuir el alimento que necesitan
para que se formen la madera, la corteza, las hojas, etc., de dicha
encina, que es en lo que consiste una vida vegetal. Siendo, pues, lo que
constituye la unidad de la planta esa organización de sus partes en un cuerpo
coherente que participa en una vida común, una planta continúa siendo la misma
en tanto continúa participando de la misma vida, aun cuando esa vida sea
comunicada a nuevas partículas de materia, unidas de forma vital a la planta
viva, gracias a una organización semejante continuada, que es la que resulta
conveniente para esa planta. Porque, como esta organización está en todo
momento, cualquier conjunto de materia se distingue, en este concreto
particular, de todo lo demás, y constituye esa vida individual que, existiendo
constantemente desde ese momento, tanto hacia atrás como hacia adelante, en la
misma continuidad de partes que se suceden de manera insensible y que están
unidas al cuerpo vivo de la planta, tiene así esa identidad que hace que sea la
misma planta y que hace que todas sus partes lo sean de una misma planta,
durante todo el tiempo que existan unidas en esa organización continuada que es
apta para transmitir esa vida común a todas las partes unidas de esta manera.
6. Identidad de los animales
Este caso no difiere mucho del de los animales, para que
cualquiera no pueda ver qué es lo que constituye un animal, y qué es lo que
hace que siga siendo lo mismo. Algo así ocurre con las máquinas y puede servir
para ilustrarlo. Por ejemplo, ¿qué es un reloj? Resulta evidente que no es
otra cosa distinta a una organización o construcción de sus partes dispuestas
adecuadamente para un cierto fin que, cuando una fuerza suficiente se le añade,
es capaz de funcionar. Si suponemos que esta máquina es un cuerpo continuo,
cuyas partes organizadas se reparan, aumentan o disminuyen mediante una
adición constante o una separación de partes insensibles, en una vida
común, tendremos algo muy semejante al cuerpo de un animal; pero con esta
diferencia: que en un animal la adecuación de la organización y del
movimiento, que es en lo que consiste la vida, comienzan al mismo tiempo,
viniendo el movimiento del interior; pero en las máquinas, como la fuerza
sensible procede de fuerza, muchas veces está ausente cuando el órgano está
en orden y bien dispuesto para recibirlas.
7. La identidad del hombre
Esto también muestra en qué consiste la identidad del
mismo hombre, es decir, no en otra cosa que en la participación de la misma
vida continuada, partículas de materia constante, en una sucesión vitalmente unidas al mismo cuerpo organizado. El que quiera
situar la identidad del hombre en cualquier otra cosa que no sea en lo mismo en
que está en los otros animales, en los cuerpos correctamente organizados,
tomando un instante cualquiera, y que, desde entonces, continúa en esa
organización vital, por una sucesión de varias fugaces partículas de materia
unidas a ella, encontrará que es difícil que un embrión en un hombre
entrado en años, un loco y un soberbio sean el mismo hombre, por cualquier
suposición, de la que no se siga que es posible que Set, Ismael, Sócrates,
Pilatos, San Agustín y César Borgia fueron el mismo hombre. Porque si la
identidad del alma por sí sola hace que el mismo hombre sea él, y no hay nada
en la naturaleza de la materia que impida que un mismo espíritu pueda no estar
unido a diferentes cuerpos, resultará posible que estos hombres, que vivieron
en edades diferentes y que tuvieron diferentes temperamentos, puedan haber
sido el mismo hombre; y esta manera de hablar debe ser debida a un extraño uso
de la palabra hombre, aplicada a una idea de la cual se excluye el cuerpo y la
forma. Además, semejante modo de hablar, aún peor se compaginaría con las nociones de aquellos
filósofos que admiten la
transmigración y que son de la
opinión de que las almas de los hombres, a causa de sus defectos, pueden caer
dentro de los cuerpos de las bestias, como habitaciones adecuadas, con
órganos propios para darles satisfacción a sus aspiraciones brutales. Y, sin
embargo, pienso que nadie que estuviera seguro de que el alma de Heliogábalo
estaba en uno de sus cerdos, podría decir que el cerdo era un hombre o que era
Heliogábalo.
8. La idea de identidad está de acuerdo con la idea a la que se aplica
Por tanto, no es la unidad de la sustancia lo que comprende
toda clase de identidad, ni lo que la determina en cada caso; sino que, para concebirla y
juzgarla
correctamente, es preciso considerar qué idea está significada por la palabra
a la que se aplica; porque una cosa es ser la misma sustancia y otra es ser el
mismo hombre, y otra distinta ser la misma persona, si es que persona, hombre
y sustancia son tres nombres que significan tres ideas diferentes, puesto que,
según como sea la idea perteneciente al hombre, así llegará a ser la
identidad. En lo cual, si se hubiese atendido con más detenimiento, se habría
evitado una gran parte de esa confusión que a menudo ocurre al tratar sobre la
materia, suscitándose no pocas dificultades aparentes, especialmente en lo
que se refiere a la identidad personal, cuestión que vamos a tratar en el
próximo apartado.
9. El mismo hombre
Un animal es un cuerpo viviente organizado y, en
consecuencia, el mismo animal, como ya hemos observado, es la misma vida
continuada que se comunica a diferentes partículas de materia según les ocurre
al estar de manera sucesiva unidas a ese cuerpo vivo organizado. Y cualquiera
otra definición que se dé, lo cierto es que la observación ingeniosa pone
fuera de toda duda que la idea que tenemos en la mente, acerca de algo
significado por la palabra hombre, no es sino la de un animal dotado de una
cierta forma. Porque me parece que puedo estar seguro de que cualquier hombre
que vea a una criatura hecha y formada como él, aunque no pensara o hablara
más de lo que lo hace un gato o un loro, no dejaría de llamarlo hombre. O de
que, cualquiera que escuchara discurrir o razonar a un gato o a un loro, no lo
llamaría sino gato o loro ni lo tomaría por otra cosa distinta, y diría del
primero que era un hombre irracional y embotado y del segundo que era un loro
muy inteligente y racional. Un relato que tenemos de un autor muy famoso es
suficiente para constatar la suposición del loro racional que hemos hecho.
Sus palabras fueron éstas: «Tenía el deseo de conocer de
los propios labios del
príncipe Mauricio lo que había de cierto en un relato que se tenía como una
acreditada y verdadera historia, y que yo había oído contar a muchas
personas, sobre un viejo loro que tuvo cuando gobernó el Brasil, que hablaba,
preguntaba, respondía cualquier cuestión ordinaria como si de una criatura
racional se tratase, hecho que originó una cierta confusión entre el
séquito del príncipe, suponiendo muchos que se trataba de un caso de brujería o de posesión diabólica y
hasta tal punto que un capellán suyo, que después vivió en Holanda, no podía
tolerar por ello a ningún loro, pues decía que todos tenían el diablo metido
en el cuerpo. Este cuento lo he oído de muchas personas a las que
forzosamente tenía que dar crédito, por lo que decidí preguntárselo al mismo
príncipe para que me informara sobre lo que hubiera de verdad en este asunto.
Me respondió, tan breve y cordialmente como acostumbraba, que había algo de
cierto en lo que se decía, aunque mezclado con mucha exageración. Quise que me
informara de lo primero, y me dijo, en pocas palabras, que cuando llegó al
Brasil tuvo noticia de ese viejo loro, y aunque no le dio crédito a lo que se
decía y el animal se hallaba a bastante distancia, fue tanta su curiosidad
que mandó que se lo trajeran. El tal loro era muy grande y viejo, y cuando lo
metieron por primera vez en la habitación en que se hallaba el príncipe,
rodeado de muchos alemanes, él dijo al verlos:'¿Qué conjunto de gente blanca
está aquí?' Le preguntaron que quién pensaba que era ese hombre, apuntando
hacia el príncipe, y respondió que algún general u otra persona similar.
Cuando se le acercaron, el príncipe le preguntó: D'oú venez-vous?' respondió.
'De Marinan.' El príncipe le volvió a preguntar: 'A qui étes-vous?' El loro.
'A un Portugais.'
El príncipe le volvió a preguntar: 'Que fais-tu lá?' El loro: 'Je garde les
poules.'
El príncipe empezó a
reír y le dijo: 'Vous gardez les poules?' A lo cual el loro contestó: 'Oui, moi,
je sais bien faire.' Y dio la misma respuesta
cuatro o cinco veces, imitando el sonido que hace la gente para llamar a los pollos. He registrado las
palabras de este curioso diálogo en francés tal y como me las recitó el
príncipe. Le pregunté en qué idioma hablaba el loro y me contestó: 'En
brasileño'; dije que si él hablaba este idioma y me respondió que no, pero
que había tenido el cuidado de tener junto a él a dos intérpretes: el uno,
un holandés que conocía el brasileño, y el otro, un brasileño que sabía
hablar el holandés y que interrogó a ambos por separado y en secreto, habiendo
los dos respondido de acuerdo respecto a lo dicho por el loro. No pude menos que
relatar este extraño suceso, porque es algo que se sale de lo común y por
haberlo recogido de primera mano, lo cual lo hace pasar como cierto, pues
pienso que el príncipe, al menos, creía todo lo que me dijo, y siempre fue
considerado un hombre honesto y pío. Dejo a los naturalistas la investigación
del caso, y a los otros hombres que crean lo que les parezca; sin embargo,
estimo que quizá no está de más aligerar algunas veces la escena con
semejantes disgresiones, aunque no vengan al caso.»
10. El mismo hombre
Me he molestado para que el lector tenga el relato de las
propias palabras de su autor según me parece, no pensó que fuera algo ya que
no podemos pensar que un hombre de su capacidad, con la suficiente competencia
como para asegurarse de que un testimonio que se le ofrece es verdad, se hubiese molestado tanto, en un lugar de su obra en que el suceso nada tiene
que ver con el resto, en estrechar hasta tal punto no sólo al hombre que cita
como amigo suyo, sino a un príncipe en quien reconoce una gran honestidad y
piedad para comprometerlo con un relato que, si él mismo estimase que era
increíble, no podría menos de considerarlo como ridículo. Es evidente
que el príncipe que garantiza la verdad de esta historia, y el autor, que lo
narra bajo esa autoridad, se refieren a ese conversador diciendo que era un loro; y yo
pregunto a cualquier otra persona que piense que una historia semejante debe ser
narrada, sí, suponiendo que ese loro y todos los demás de su especie
hubiesen hablado según sabemos, bajo palabra de un príncipe, que éste habló,
pregunto si esa especie no hubiese pasado por ser una raza de animales
racionales; y si, a pesar de ello, se les seguiría reconociendo como loros y no
como hombres. Porque yo creo que no es tan sólo la idea de un ser pensante o racional lo que para la mayoría de las personas
constituye la idea de hombre,
sino también la idea de un cuerpo unido a él, y dotado de una cierta forma. Y
si ésa es la idea de un hombre, el mismo cuerpo sucesivo que no se muda todo de
una vez deberá, como también el mismo espíritu inmaterial, contribuir a
formar el mismo hombre.
11. La identidad personal
Siendo ésas las premisas para encontrar en qué
consiste
la identidad personal, debemos ahora considerar qué significa persona. Pienso
que ésta es un ser pensante e inteligente, provista de razón y de reflexión,
y que puede considerarse asimismo como una misma cosa pensante en diferentes
tiempos y lugares; lo que tan sólo hace porque tiene conciencia, porque es algo
inseparable del pensamiento, y que para mí le es esencial, pues es imposible
que uno perciba sin percibir que lo hace. Cuando vemos, oímos, olemos, gustamos, sentimos, meditamos o deseamos algo, sabemos que actuamos así. Así
sucede siempre con nuestras sensaciones o percepciones actuales, y es
precisamente por eso por lo que cada uno es para sí mismo lo que él llama él
mismo, sin que se considere en este caso si él mismo se continúa a sí mismo
en diversas sustancias o en la misma. Pues como el estar provisto de
conciencia siempre va acompañado de pensamiento, y eso es lo que hace que cada
uno sea lo que él llama sí mismo, y de ese modo se distingue a sí mismo de todas
las demás cosas pensantes, en eso consiste únicamente la identidad personal,
es decir, la identidad del ser racional; hasta el punto que ese tener conciencia puede alargarse hacia atrás, hacia cualquier parte de la acción o del
pensamiento ya pasados, y alcanzar la identidad de esa persona: ya hasta el
punto de que esa persona será tanto la misma ahora como entonces, y la misma
acción pasada fue realizada por él mismo que reflexiona ahora sobre ella que
sobre el que la realizó.
12. En el tener conciencia radica la identidad personal
Pero se pregunta, además, si se trata de la misma e idéntica sustancia. Esto muy pocos tendrían razones suficientes para
dudarlo, y esas percepciones, con la conciencia que las acompaña, permanecieran
siempre en la mente, de manera que la misma cosa pensante estuviera siempre
presente de manera consciente, y según parecería fuera evidente la cosa en sí
misma. Pero lo que parece provocar la dificultad es esto: que ese tener
conciencia se ve constantemente interrumpido a causa del olvido, ya que en
ningún momento de nuestra vida tenemos ante nuestra vista todo el curso de
nuestras acciones pasadas, sino que incluso los que tienen mejor memoria
pierden de vista una parte al contemplar la otra; pues nosotros algunas veces,
y eso durante la mayor parte de nuestra vida, no reflexionamos sobre nuestros
pasados mismos, pues estamos ocupados en nuestros pensamientos actuales, y también, en definitiva, porque cuando dormimos
profundamente estamos
desprovistos de cualquier pensamiento, o por lo menos de cualquiera que vaya
acompañado de esa conciencia que tienen nuestros pensamientos en estado de
virginidad. Todos estos casos, digo, como nuestro tener conciencia se ve
interrumpido y como nos perdemos a nosotros mismos de vista en el pasado, se
originan dudas sobre si somos o no la misma cosa pensante, es decir, si somos o
no la misma sustancia. Lo cual, sea muy razonable o irrazonable, no afecta
para nada al problema de la identidad personal, puesto que se trata de saber
qué es lo que hace a una misma persona, y no si es la misma idéntica
sustancia la que piensa siempre en la misma persona, lo que para este caso
tiene muy poca importancia. Se pueden estar unidas diversas sustancias en una
sola persona por una misma conciencia de la que participen, lo mismo que
distintos cuerpos pueden estar unidos mediante la vida en un animal cuya
identidad se mantiene, dentro de un cambio de sustancias, en virtud de la unidad
de una vida continuada. Porque como el tener una misma conciencia es lo que hace
que un hombre sea él mismo para él mismo, de eso solamente depende la
identidad personal, con independencia de que se circunscriba a sólo una
sustancia individual o que pueda continuarse en una sucesión de distintas
sustancias. Porque desde el momento en que cualquier ser inteligente puede
repetir la idea de cualquier acción pasada con la misma conciencia que de
ella tuvo en un principio y con la misma conciencia que tiene de cualquier
acción presente, desde ese mismo momento, ese ser es él mismo y personal.
Porque por la conciencia que tiene de sus pensamientos y acciones presentes es
por lo que es ahora él mismo para él mismo, y así será él mismo para él
mismo hasta que la misma conciencia alcance respecto a las acciones pasadas o
futuras; y no sería dos personas, a causa de la distancia en el tiempo y de
cualquier alteración en la sustancia más de lo que un hombre sería dos
hombres por el hecho de llevar distintos vestidos hoy de los que utilizó ayer,
después de un largo o breve sueño, puesto que un mismo tener conciencia une en
la misma persona esas dos acciones separadas, sean cuales fueren las acciones
que contribuyeron a producirlas.
13. La identidad personal en el cambio de sustancia
De que esto es así tenemos alguna clase de evidencia en
nuestros propios cuerpos, todas cuyas partículas, mientras están
virtualmente unidas a este mismo ser pensante y consciente, de manera que
sentimos cuando son tocadas y de manera que les afecta el bien y el mal que les
sucede, y que son conscientes de ello, son partes de nosotros mismos, es decir,
de nuestro sí mismo pensante y consciente. Así, los miembros de su cuerpo son,
para cada uno, parte de sí mismo; simpatiza con ellos, y se preocupa de
ellos. Pero si se corta una mano, y por ello se le separa de la conciencia que
él tenía acerca del calor y del frío y de las demás molestias de ese miembro
pudiera tener, entonces ha dejado de ser una parte de aquello que es en sí
mismo tanto como la parte remota de la materia. Y de esta manera vemos que la
sustancia en que consistió en un momento el sí mismo personal, puede cambiarse
en otro momento, sin que se produzca un cambio de identidad personal, pues se
está fuera de toda duda que la misma persona, aunque se le corten los miembros que fueron una parte de ella, continúe siendo la misma persona.
14. La personalidad en el cambio de sustancia
Pero la cuestión está en saber si, cuando se cambia la
sustancia pensante la persona es la misma, o si, permaneciendo ésta igual,
pueden ser personas diferentes.
A esto respondo lo siguiente: Primero, que ésta no puede ser
una cuestión para todos aquellos que sitúen el pensamiento en una
constitución animal puramente material, desprovista de una sustancia
inmaterial. Porque, independientemente de que su composición sea o no verdad,
es evidente que conciben que la identidad personal se conserva en algo que no es
la identidad de sustancia, de la misma manera que la identidad animal se
mantiene en la identidad de vida y de sustancia. Y, por tanto, quienes sitúen
el pensar solamente en una sustancia inmaterial, tienen que mostrar, antes de
rebatir la otra opinión, por qué motivo la identidad personal no se puede
conservar en el cambio de sustancias inmateriales, de la misma manera que la
identidad animal se mantiene en el cambio de sustancias materiales, con una
variedad de cuerpos particulares, a no ser que afirmen que es un espíritu
inmaterial lo que provoca que sea la misma vida en los brutos, como es un
espíritu inmaterial lo que hace que sea la misma persona en los hombres; que es
lo que los cartesianos al menos no quieren admitir por temor a hacer de los
brutos cosas pensantes también.
15. Ni se produce un cambio en las sustancias pensantes, se puede ser
una misma persona
Pero lo próximo que vamos a analizar es si, en el caso de
producirse un cambio en la misma sustancia pensante, suponiendo que solamente
piensa en las cosas inmateriales, se puede seria misma persona. A esto
respondo que no se puede resolver sino por aquellos que sepan qué clases de
sustancias son las que piensan en efecto, y si el tener conciencia de las
acciones pasadas puede ser transferido de una sustancia pensante a la otra.
Admito que esto no podría ser, sin tener la misma conciencia de algo fuera de
la acción individual misma; pero como no es sino una representación presente
de un acto pasado, falta demostrar por qué no ha de ser posible que aquello que
realmente nunca ha sido pueda representarse a la mente como si hubiese sido. Y,
por tanto, será difícil que determinemos hasta qué punto el tener
conciencia de las acciones pasadas va adscrito a algún agente individual, de
manera que sea imposible que otro la tenga, hasta que sepamos qué clase de
acción es aquella que no puede realizarse sin que un acto reflejo de
percepción la acompañe, y que sepamos cómo se producen esa clase de
acciones por sustancias pensantes que no pueden pensar sin tener conciencia de
ello. Pero como lo que llamamos tener la misma conciencia de algo no es el
mismo acto individual, difícil va a resultar que podamos
concluir por qué motivo, a partir de la naturaleza de las cosas, no se ha de
poder representar a una sustancia intelectual, como si fuese hecho por ella,
algo que no se hubiese hecho, pero que quizá haya sido realizado por un otro
agente; igualmente difícil va a ser, a partir de la naturaleza de las cosas, el
saber por qué motivo una representación semejante no puede carecer de realidad
fáctica, como sucede en las distintas representaciones que tenemos durante el
sueño, representaciones que, careciendo de realidad, son tomadas como
verdaderas mientras dormimos. Y en tanto no conozcamos de manera más nítida
la naturaleza de las sustancias pensantes, no podremos asegurarnos mejor de
que aquello no es así, sino remitiéndonos a la verdad de Dios, en la medida en
que eso toque a la felicidad o a la gracia de cualquiera de las criaturas sensibles no pasará de la una a la otra el tener conciencia de las acciones,
a causa de un error fatal en que pudiera estar, pues supondría un premio o un
castigo. Dejo a otros la consideración de hasta dónde este argumento sirve
frente a quienes pretenden poner el pensar en un sistema de unos fugaces
espíritus animales. Pero para volver a la cuestión que nos ocupa es preciso
admitir que si en un mismo tener conciencia (que, según se ha mostrado, es algo
muy diferente de la misma forma numérica o del movimiento del cuerpo) puede ser
transferido de una sustancia pensante a otra, siendo posible que dos sustancias
pensantes puedan constituir una sola persona. Porque, como el mismo tener
conciencia se mantendría, fuera en la misma sustancia o en otra diferente, se
conservaría también la identidad personal.
16. Si, permaneciendo la misma sustancia inmaterial, puede haber dos personas
En cuanto a la segunda parte de la cuestión, es decir, si
permaneciendo la misma sustancia inmaterial pueden haber dos personas distintas,
creo que esta cuestión está construida sobre lo siguiente: si el
misino
ser inmaterial, siendo consciente de la acción que realizó durante su
duración pasada, puede ser privado de toda conciencia de su existencia pasada,
y la pierde hasta el punto de no poder recobrarla jamás; de manera que, como
si dijéramos, iniciando de nuevo, tuviese una conciencia que no puede
alcanzar más allá de este nuevo estado. Todos aquellos que admiten la
preexistencia serán, evidentemente, de esta manera de pensar, puesto que
admiten que el alma no retiene ninguna conciencia de lo que hizo durante aquel
estado preexistente, ya estuviera completamente separada del cuerpo, ya
formando a cualquier otro cuerpo; y si no piensan así, evidentemente la
experiencia estará contra ellos. De manera que, como la identidad personal no
alcanza más allá de la conciencia, un espíritu preexistente que no haya
continuado existiendo durante tantas edades en un estado de silencio necesariamente deberá haber formado personas diferentes. Supongamos que un
cristiano católico, o pitagórico, se crea con el derecho de pensar fundado en
que Dios terminó todas las obras de la creación el séptimo día, que su alma
ha existido desde entonces, y que ha ocupado diversos cuerpos humanos, como un
hombre que yo conocí, que estaba persuadido de que su alma había estado en
Sócrates (afirmación cuya racionalidad no voy a discutir ahora, aunque sí sé
que, en el empleo que desempeñó esa persona, que no era muy insignificante,
pasaba por hombre muy sensato, y sus publicaciones han demostrado que él no
carecía de ingenio); ahora bien, pregunto si habrá alguien que diga que ese
hombre, esa misma persona que Sócrates, aunque no sea consciente de ninguna de
las acciones de Sócrates, ni de ninguno de sus pensamientos. Que alguien
reflexione en sí mismo y concluya si tiene un espíritu inmaterial, que es
aquello que piensa en él, y que dentro del constante cambio que sufre su cuerpo
es e que hace que siga siendo él mismo, que sea aquello que
el llama sí mismo. Supongamos también que piense que
se trata de la misma alma que estuvo en Néstor o en Tersites, durante el asedio de Troya (porque, como las
almas son indiferentes respecto a cualquier parte de materia que sea, hasta
donde conocemos sobre su naturaleza, esta suposición no contiene en ella
ningún absurdo aparente), y, por tanto, esa alma pudo tanto haber estado en
ellos como en cualquier hombre presente. Pero como él no tiene conciencia de
ninguna de las acciones ni de Néstor ni de Tersites, la cuestión es si se
concibe o puede concebirse a sí mismo como la misma persona que uno de ellos.
Porque ¿se puede considerar que los actos de uno de éstos le importan? ¿Acaso
puede atribuirlos a sí mismo, y pensar que son más propios que los actos de
cualquier hombre que haya existido? Se puede observar perfectamente que, porque
su conciencia no llega a comprender ninguno de los actos de Néstor o de
Tersites, no es más la misma persona que uno de ellos que lo sería si el alma
o el espíritu inmaterial que ahora lo anima .hubiese sido creado y hubiese
comenzado a existir en el mismo momento en que empezó a alentar a su cuerpo, aunque sea muy cierto que el mismo espíritu que animó el
cuerpo de Néstor o de Tersites fuera el mismo que ahora anima el suyo
numéricamente. Porque esto no podría más hacer que fuera la misma persona que
Néstor, de lo que lo haría el que alguna de las partículas de la materia, una
vez fueron parte de Néstor y lo fueran ahora también, ya que la misma
sustancia inmaterial, sin una misma toma de conciencia, no hace más que sea una
misma persona, por estar unida a un cuerpo, que las mismas partículas de
materia, unidas a un cuerpo, sin ninguna conciencia, hacen que sea la misma
persona, Pero imaginemos que ese hombre descubra en sí mismo que es consciente
de cualquiera de las acciones de Néstor, y entonces encontrará que él mismo
es la misma persona que Néstor.
17. El cuerpo y el alma
De esta manera podemos ser capaces de imaginar, sin dificultad
alguna, que una persona en el momento de la resurrección, aunque sea en un cuerpo que no está
formado por las mismas partes exactas que tenía antes, existe en un cuerpo
igual al que tenía antes, siempre y cuando el alma que lo habita tenga la misma conciencia. Pero, con todo, el alma, en el cambio de cuerpo, no es suficiente
para hacer que sea el mismo hombre, excepto si hacemos que sea el mismo hombre.
Porque entonces el alma del príncipe, que llevará con ella la conciencia de la
vida pasada del príncipe, si llegara a dar forma al cuerpo de un zapatero, una
vez que éste hubiese sido abandonado por su propia alma, ocurriría que todo el
mundo podría observar que era un príncipe, únicamente en cuanto a las
acciones realizadas por el príncipe; pero ¿quién podría decir que es el
mismo hombre? El cuerpo también entra en la formación del hombre, y puede,
según me imagino, determinar al hombre para todo el mundo, y hacer que el alma,
acompañada de todos sus pensamientos principescos, no construya otro hombre,
sino que haga que sea un zapatero para todo el mundo menos para él mismo.
Además, sé perfectamente que, en la manera normal de hablar, la misma persona
y el mismo hombre significan una y la misma cosa. Y realmente todos estarán
siempre en libertad de hablar como deseen, y de aplicar a las ideas aquellos
sonidos articulados que piensen son más convenientes, cambiándolos a su arbitrio. Sin embargo, cuando hemos de preguntar qué es lo que hace que un
espíritu sea hombre o personas debemos fijar en nuestra mente las ideas de
espíritu, de hombre o de persona, y una vez que hayamos resuelto para nosotros
mismos el significado que le damos a estos términos, no será muy difícil
determinar cuándo son los mismos y cuando no lo son estas cosas y otras
similares.
18. El tener conciencia solamente une acciones dentro de la misma persona
Pero aunque la misma sustancia inmaterial o alma no baste, sea cual
fuere y cualquiera que sea su estado, para hacer por sí sola que un hombre sea el
mismo, sin
embargo, resulta evidente que el tener conciencia es lo que une en una misma
persona, hasta el punto de comprender épocas pasadas si se extiende, las
existencias y las acciones más alejadas en el tiempo, de la misma manera que
une la existencia y las acciones de momentos inmediatamente precedentes; de manera que todo lo que tenga la conciencia de acciones presentes y pasadas es la
misma persona a la que pertenecen ambas. Si yo hubiese tenido la misma conciencia de haber visto el Arca y el diluvio de Noé, la misma conciencia que
tengo de haber presenciado la inundación del Támesis del invierno pasado, o de
la que tengo de estar escribiendo ahora, no podría poner en duda que yo, que
escribo ahora y que vi la inundación del río Támesis el pasado invierno, y
que contemplé la inundación del Diluvio Universal, soy el mismo sí mismo
ahora, al igual que indudablemente YO, que escribo esto, soy ahora, mientras lo
hago, el mismo yo mismo que era ayer, con independencia de que esté formado o
no de la misma sustancia material o inmaterial en mi totalidad. Pues realmente,
en lo que se refiere a esta cuestión de ser el mismo sí mismo, es
indiferente que en ese momento el sí mismo esté formado de la misma sustancia
o de otras, ya que cualquier acción que se realizó hace mil años, y que ha
sido apropiada por mi conciencia corno una acción mía, me es tan imputable
como una acción que yo realizara hace un momento.
19. El sí mismo depende de la conciencia y no de la
sustancia
El sí mismo es esa cosa consciente, pensante,
independientemente de que la sustancia de que esté hecha sea espiritual o material,
simple o compuesta, que es sensible o consciente del placer o del dolor,
capaz de felicidad o de desgracia, y que, por tanto, se refiere a sí misma,
hasta donde se extienden los límites de su conciencia. De esta manera, cualquiera puede advertir que,
mientras esté bajo esa toma de conciencia, el dedo meñique forma parte de sí
mismo en igual grado que aquello que lo sea más. Pero si hay una separación de
este dedo, y si pudiera ocurrir que la conciencia del sí mismo acompañara al
dedo y abandonara al resto del cuerpo, entonces sería evidente que ese dedo
sería la misma persona, y el sí mismo ya no tendría nada en común con el
resto del cuerpo. Y así como en este caso lo que constituye la misma persona y
ese sí mismo inseparable de ella es ese tener conciencia que acompaña a la
sustancia, cuando una parte de ella ha sido separada de la otra parte, así
también sucede en lo que se refiere a las sustancias remotas en el tiempo.
Aquello a lo que se puede unir ese tener conciencia de esta cosa pensante que
está presente hace la misma persona, y es una misma con ella, y no con ninguna
otra; y se atribuye a sí mismo, y a las propias acciones, de esta cosa las
tiene por suyas, hasta donde puede ser consciente, y no mas allá; como cada uno
que reflexione sobre ello puede advertir.
20. Las personas y no las sustancias son los sujetos de las recompensas y de los
castigos
En esta identidad personal es en lo que están fundados el
derecho y la justicia del premio y del castigo, ya que la felicidad y la
desgracia constituyen aquello por lo que cada uno se preocupa por sí mismo, sin
que le importe lo que le pueda suceder a cualquier sustancia que no vaya
unida, o esté afectada, por esa toma de conciencia. Porque, como se evidencia
en el ejemplo que acabo de exponer, si el tener conciencia acompaña al dedo
meñique que ha sido separado del cuerpo, el mismo sí mismo sería aquel que
antes se preocupaba por todo el cuerpo, en cuanto que formaba parte de un sí
mismo, cuyas acciones de antes tiene ahora que reconocer como suyas. Con todo,
si el mismo cuerpo siguiera viviendo, e inmediatamente después de la separación del dedo meñique tuviera su propia
forma de tener conciencia que fuera ajena al conocimiento del dedo meñique,
entonces el sí mismo que acompañó al dedo meñique no se ocuparía en absoluto del resto del cuerpo como parte suya, y no reconocería como suyas
ninguna de sus acciones ni podrían serle imputadas.
21. Lo que muestra qué es en lo que consiste la identidad
Esto puede mostrarnos en qué es en lo que consiste la identidad personal: no en la identidad de las sustancias, sino, como ya he
dicho, en la identidad del tener conciencia, por lo que si Sócrates, y el
actual alcalde de Queindorouth, coinciden en esa misma identidad, son la
misma persona; pero si el mismo Sócrates, despierto y dormido, no participa de
la misma conciencia, Sócrates despierto y dormido no son la misma persona. Y
castigar al Sócrates despierto por lo que pensó dormido, y de lo cual
Sócrates despierto nunca tuvo conciencia, no sería más justo que castigar a
un hombre por lo que había hecho su hermano gemelo, si acerca de lo cual aquél
no hubiera tenido conocimiento, y sólo porque en su apariencia exterior se
asemejaran tanto que no se les pudiera distinguir, caso que muchas veces ha
sucedido con los gemelos.
22. El olvido absoluto separa lo que se ha olvidado de la persona, pero no del
hombre
Sin embargo, puede ocurrir que surja una objeción. Así,
pongamos que pierda totalmente la memoria de algunas partes de mi vida, más
allá de la posibilidad de recobrarla, de forma que nunca pueda ser consciente
de esos actos. Sin embargo, ¿no soy yo la misma persona que realizó tales
acciones, o que tuvo esos pensamientos, de los que alguna vez tuve conciencia,
pero que ahora he olvidado? A lo que contesto que aquí se
debe advertir a qué es a lo que se aplica la palabra «yo»; o sea, que en este
caso solamente designa al hombre. Y como el mismo hombre que se supone es la
misma persona, fácilmente se debe suponer aquí que significa también la
misma persona. Pero si es posible que un mismo hombre tenga distintas
conciencias incomunicables, en momentos diferentes, no existe duda de que un
mismo hombre sería diferentes personas en distintos momentos; lo cual podemos ver que es el sentimiento de la humanidad, como se ha expresado en sus
declaraciones más solemnes, ya que las leyes humanas no castigan al loco por
las acciones del cuerdo, ni al cuerdo por las del loco, por lo que se evidencia
que tienen a ambos por dos personas diferentes; lo que, de alguna manera, se
ve también en algunas de nuestras maneras de hablar, cuando decimos que
alguien no está en sí mismo, o que está fuera de él mismo, frases que
indican, para quienes las emplean, o para quienes las usaron por vez primera,
que el sí mismo había sufrido un cambio y que lo que constituye el sí mismo
de esa persona no estaba más en ese hombre.
23. Diferencia entre la identidad del hombre y la de la persona
Sin embargo, no es fácil concebir que Sócrates, que es el
mismo hombre individual, pueda ser dos personas. Para ayudarnos un poco en
esto debemos tener en cuenta qué es lo que entendemos por Sócrates, o por el
mismo hombre individual.
Primero, tiene que ser la misma sustancia individual, o
inmaterial, o pensante; en resumen, la mismo alma numéricamente, y ninguna otra
cosa.
Segundo, el mismo animal, sin ninguna consideración de su
alma inmaterial.
Tercero, el mismo espíritu inmaterial, unido al mismo
animal.
Ahora bien, eríjase de estas suposiciones la que se desee, y
resultará imposible hacer consistir la identidad personal en cualquier otra
cosa que no sea el tener conciencia, ni llevarla más allá de ello.
Porque, según mi primera suposición, se tiene que admitir
como posible que un hombre nacido de mujeres diferentes y en tiempos distintos
es el mismo hombre. Una manera de hablar que no se puede admitir, sin
reconocer la posibilidad de que un mismo hombre sea dos personas distintas, tan
diferentes como dos hombres cualesquiera que hayan vivido épocas distintas,
sin conocimiento de los pensamientos, el uno del otro. La segunda y la tercera
suposiciones, Sócrates, en esta vida y después de ella, no puede ser de
ninguna manera el mismo hombre, a no ser por un mismo tener conciencia. Y así,
haciendo consistir la identidad humana en la misma cosa en la que situamos la
identidad personal, no existirá ninguna dificultad en admitir que el mismo
hombre sea la misma persona. Pero, en este caso, quienes sitúan la identidad
humana solamente en el tener conciencia, y en ninguna otra cosa, tendrán que
considerar de qué forma pueden hacer que Sócrates niño sea el mismo hombre
que Sócrates después de su resurrección. Pero sea lo que fuere aquello que,
según algunos, constituye un hombre, y, por consiguiente, al mismo, hombre
individual, en lo que muy pocos estarán de acuerdo, lo cierto es que la
identidad personal no se puede poner en ninguna cosa que no sea en el tener conciencia (que es lo único que hace eso que llamamos el sí mismo) sin
encontrarnos envueltos en gran número de absurdos.
24. Pero si no es la misma persona un hombre ebrio que
cuando está sobrio, ¿por qué se le castiga por un delito que cometió
cuando estaba ebrio, aunque después no sea consciente de ello?
Porque realmente es tanto la misma persona como un hombre que
camina y hace varias cosas estando dormido el cual es responsable de los delitos que haya
cometido. Las leyes humanas castigan a ambos de acuerdo con una justicia que
coincide con la manera de entender el conocimiento; pues, en estos casos, las
leyes no pueden distinguir con certeza qué es lo real y qué es lo simulado, de
manera que la ignorancia del borracho o del dormido no se admiten como
atenuantes. Porque aunque es verdad que el castigo va unido a la personalidad y
la personalidad al ser consciente, y que tal vez el ebrio no tiene conciencia de
lo que hizo, sin embargo, los jueces humanos lo castigan justamente, porque el
hecho se prueba en su contra, mientras que la falta de conciencia no se puede
probar por parte del acusado. Sin embargo, en el gran día en que se harán
patentes los secretos de todos los corazones, tal vez sea razonable imaginar que
a nadie se le hará responsable de algo que desconocía totalmente, sino que
recibirá su sentencia, según lo acuse o le excuse el que tuviera conciencia.
25. El tener conciencia sólo une las existencias
separadas en una persona
Ninguna otra cosa que no sea tener conciencia puede unir
existencias separadas en la misma persona, ya que la identidad de las sustancias
no puede hacerlo. Porque cualquiera que sea la sustancia, o esté formada de
cualquier forma, no habiendo conciencia, no hay persona; por lo que tanto puede
ser un cadáver una persona, como una sustancia pueda serio sin tener
conciencia.
Si pudiéramos imaginar dos conciencias incomunicadas
actuando en un mismo cuerpo, la una durante el día, la otra durante la noche, y
si pudiéramos suponer, por otra parte, una misma sustancia que actuara a
intervalos en dos cuerpos diferentes, entonces preguntaría lo siguiente: ¿No
sería, en el primer caso, el hombre de día y el hombre de noche, dos
personas tan distintas como Sócrates y Platón; y, en el segundo caso, no habría solamente una persona, en dos
cuerpos
distintos, al igual que un hombre es el mismo cuando se viste con dos trajes
distintos? No viene al caso en este momento decir que esa misma conciencia y ese
tener dos conciencias distintas, a que se refieren los ejemplos anteriores,
responden a una misma o a distintas sustancias inmateriales que acompañaban la
conciencia en aquellos cuerpos, lo cual, con independencia de que sea o no
cierto, deja inalterable la cuestión, pues parece evidente que la identidad
personal seguiría determinada por ese tener conciencia, al margen de que
estuviera o no unido a una sustancia individual inmaterial. Pues admitiendo
que necesariamente se deba suponer que la sustancia pensante en el hombre es
inmaterial, resulta evidente que ese ser pensante inmaterial puede algunas
veces separarse de su tener conciencia del pasado para recobrarlo más tarde,
según se muestre en el olvido que con frecuencia tienen los hombres de sus
acciones pasadas; y a menudo la mente recobra la memoria de un acto de
conciencia pasado que había perdido durante veinte años, Y si estos intervalos
del recuerdo y del olvido se sucedieran regularmente durante el día y durante
la noche y tuviéramos entonces dos personas con el mismo espíritu
inmaterial, del mismo modo que, en uno de los ejemplos anteriores, tendríamos
dos personas con el mismo cuerpo. De manera que el sí mismo no está
determinado por la identidad o por la diversidad de la sustancia, de lo cual no
se puede estar seguro, sino únicamente por la identidad del tener conciencia.
26. Tampoco la sustancia con la cual el tener con ciencia puede estar unida
Además, el sí mismo puede concebir que la sustancia de
que está hecho actualmente haya existido antes, unida en el mismo ser
consciente. Pero si se separa ese tener conciencia y esa sustancia, ya no será
más el sí mismo, ni formará parte de él, de lo que lo
forma cualquier otra sustancia, como se evidencia en el
ejemplo que antes hemos puesto de un miembro separado del cuerpo al que
pertenecía, de cuyo calor o frío, o demás afecciones, al no tener conciencia,
ese miembro no pertenecerá más al sí mismo de un hombre, lo que lo hace
cualquier otra materia del Universo. Será igual que cualquier sustancia
inmaterial que esté vacía de ese tener conciencia por el que yo soy yo mismo
para mí mismo; porque si hay cualquier parte de su existencia que yo no puedo
unir por el recuerdo a ese tener conciencia presente, por el que ahora yo soy yo
mismo, en esa parte de su existencia no seré más yo mismo de lo que cualquier
otro ser inmaterial lo es. Porque sea lo que fuete lo que cualquier sustancia
haya hecho o pensado, que yo pueda recordar y que no pueda, por una toma de
conciencia, conseguir que sea mi propio pensamiento y acción, no me
pertenecerá, aunque sea una parte mía la que la pensó o la que lo hizo, que
si la hubiera pensado o hecho cualquier otro ser inmaterial inexistente en
cualquier parte.
27. El tener conciencia une las sustancias, materiales
o espirituales, con la
misma personalidad
Estoy de acuerdo con que la opinión más probable es que ese
tener conciencia va anejo y afecta a una sustancia individual inmaterial.
Pero, dejando que los hombres resuelvan esto según las
hipótesis que prefieran, este ser inteligente, sensible tanto a la felicidad
como a la desgracia, tiene que admitir que hay algo que es su sí mismo, algo
por lo que se preocupa y que quiere que alcance la felicidad; que ese sí mismo
ha existido en una duración continuada por más de un instante y que, por
ello, puede que exista, como lo ha hecho: durante los meses y años duros, sin que se puedan establecer los límites exactos de su duración y que, por ese
mismo tener conciencia, puede ser el mismo sí mismo continuado en el futuro. Y de esta manera, por ese tener
conciencia, descubre a su sí mismo como el mismo sí mismo que realizó tal o
cual acto hace varios años y por el cual él ha llegado a ser feliz o
desgraciado. En toda esta explicación del sí mismo no se considera a la misma
sustancia numérica como la que forma el sí mismo, sino a un mismo y continuado
tener conciencia, al que distintas sustancias pudieron estar unidas y después
separadas, las cuales, mientras se mantenían en esta unión vital con aquel
tener conciencia, y en las que éste entonces residía, formaron parte de ese
mismo sí mismo. De esta manera, cualquier parte de nuestros cuerpos que esté
vitalmente unida a aquello que es consciente en nosotros, forma parte de
nosotros mismos; pero después de una separación de esa unión vital por la que
se comunica ese tener conciencia aquello que hace un momento era parte de
nosotros mismos deja de serlo, lo mismo que no es una parte mía la parte del
sí mismo de otro hombre, y no resulta imposible que en poco tiempo aquella
parte pueda convertirse en una parte real de otra persona, de tal manera que
tenemos una misma sustancia numérica formando parte de dos personas distintas,
y una misma persona que se mantiene dentro del cambio de varias sustancias, Si
pudiéramos suponer cualquier espíritu totalmente privado del recuerdo o de
la conciencia de sus acciones pasadas, lo mismo que encontramos que nuestra
mente siempre lo está respecto a gran parte de nuestras acciones anteriores, y
algunas veces respecto a todas, entonces la unión o la separación de unas
sustancias semejantes espirituales no provocaría más cambios de identidad
personal que lo que lo hace la unión o separación de cualquier partícula de
materia. Cualquier sustancia virtualmente unida al ser presente pensante es una
parte de ese mismo sí mismo que ahora es; y cualquier cosa unida a él por un
tener conciencia de sus acciones anteriores, también forma parte del sí mismo, que es el mismo entonces y ahora.
28.
El término persona es forense
Tomo el término persona como el nombre para este sí mismo.
De donde quiera que un hombre halle aquello que él llama sí mismo, ahí pienso
que otro puede decir que se trata de la misma persona. Es un término forense,
que imputa las acciones y su mérito; así pues, pertenece únicamente a agentes
inteligentes que son capaces de una ley y de ser felices y desgraciados. Esta
personalidad no se extiende ella misma más allá de la existencia presente
hacia lo pasado, a no ser por su tener conciencia, que es por lo que preocupa y
se responsabiliza de sus acciones anteriores, reconociéndola e
imputándoselas a sí misma con el mismo fundamento y las mismas razones con que
lo hace con respecto a las acciones presentes. Todo lo cual está fundado en lo
que se refiere a la felicidad, al inevitable concomitante de tener conciencia;
pues aquello que es consciente del placer y del dolor, quiere que ese sí
mismo, que tiene conciencia, sea feliz, de manera que cualquier acción pasada
que no puede reconciliar o apropiar por la conciencia a ese presente sí mismo,
no puede ser más motivo de su preocupación que lo que lo pudiera ser si esas
acciones no se hubieran realizado jamás, de tal, manera que si recibiera
placer o dolor, es decir, premio o castigo por semejantes actos, sería lo mismo
que si fuese feliz o desgraciado en su primer ser, sin que él se hubiera hecho
digno de ello. Pues suponiendo que un hombre fuese castigado ahora por lo que
hubiese hecho en otra vida, pero de lo que no se le podía atribuir ninguna
conciencia, ¿qué diferencia habría entre semejante castigo y el que le
hubieran creado desgraciado? Y por esto, según nos dice el Apóstol, en el gran
Día en que cada uno reciba su merecido, «será según sus hechos y los
secretos de todos los corazones se abrirán». La sentencia será justificada
por la conciencia que todas las personas tendrán de que ellas mismas, sea cual
fuere el cuerpo en el que aparezcan, o la sustancia a que se adhiera esa conciencia, son las mismas
que cometieron estas acciones, y dignas del castigo que se les marque.
29. El que estas suposiciones nos parezcan extrañas es disculpable por
nuestra ignorancia
Imagino que, al tratar este tema, he formulado unas
suposiciones que parecerán extrañas a mis lectores que posiblemente lo sean
en sí mismas. Sin embargo, pienso que esto es disculpable en vista de la
ignorancia en que estamos sobre la naturaleza de esa cosa pensante que está en
nosotros, y que contemplamos como nosotros mismos. Si supiéramos lo que es o
cómo está unida a un cierto sistema de espíritus animales fugaces; o bien, si
puede o no puede realizar sus operaciones de pensamiento o recuerdo fuera de un
cuerpo organizado como los nuestros; y si Dios ha querido establecer que tales
espíritus no vayan unidos más sino a un cuerpo semejante, de manera que su
memoria depende de la constitución correcta de los órganos de su cuerpo; si
supiéramos todo eso, digo, entonces podríamos ver el absurdo de algunas de las
suposiciones que he formulado. Pero tomando el alma del hombre (según la
oscuridad que suele haber sobre estos asuntos), como lo hacemos ahora, por una
sustancia inmaterial independiente de toda materia e igualmente indiferente a
toda ella, no puede haber ningún absurdo en cuanto a la naturaleza de las
cosas, y puede ser absurda la suposición de que la misma alma está unida a
diferentes cuerpos en distintos momentos, formando con ellos un solo hombre
durante ese tiempo, de la misma manera que suponemos que una parte que fue ayer
del cuerpo de una oveja pueda ser mañana una parte del cuerpo de un hombre, y
que esa unión forme una parte vital del mismo Melibeo, lo mismo que lo hizo de
un carnero.
30. La dificultad viene del uso de los nombres
Para concluir, cualquier sustancia que comience a existir,
necesariamente debe ser la misma durante su existencia; en toda composición de sustancias que
comience
a existir, mientras dure la unión de esas sustancias, la composición debe
ser la misma, y cualquier modo que comience a existir durante su existencia, es
el mismo, de manera que la composición de diferentes sustancias y distintos
modos sigue la misma regla. De aquí se advertirá que la dificultad u oscuridad
que ha habido en este asunto proviene más del uso equivocado de los nombres
que de la oscuridad de las cosas mismas. Porque, cualquiera que sea lo que
constituye la idea específica a la que se aplica un nombre, si se mantiene
firmemente la idea de que se trata, la distinción de cualquier cosa entre lo
mismo y lo diverso no será difícil de concebir, y no podrá surgir duda de
ello.
31. En la continuidad que hemos hecho de nuestra idea
compleja de hombre se basa la identidad del hombre
Porque suponiendo que un espíritu racional es lo que
constituye la idea de un hombre, será fácil saber que es el mismo hombre, es
decir, el mismo espíritu, bien separado de un cuerpo, bien dentro del cuerpo. Y
suponiendo que lo que constituye un hombre es un espíritu racional unido
vitalmente al cuerpo con una ciega conformación de partes, el hombre será el
mismo mientras ese espíritu racional permanezca así unido, con esa
conformación vital de partes, aunque continuando en un cuerpo de partículas
fugaces sucesivas. Pero si para alguien la idea de un hombre no es sino la
unión vital de partes con una cierta forma exterior, en tanto esa unión
vital y esa forma exterior permanezcan en una composición que no sea de otro
modo él mismo, sino por la sucesión continuada de partículas fugaces, será
el mismo hombre. Porque, cualquiera que sea la composición a partir de la que
se forma la idea compleja, siempre que la existencia la haga una cosa particular
bajo cualquier denominación, la misma existencia continuada la mantendrá en el
individuo mismo bajo la misma denominación.
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