Capítulo III
DE LAS IDEAS PROVENIENTES DE UN SOLO SENTIDO
1. División de las ideas simples
Para concebir más adecuadamente las ideas que recibimos de la
sensación, tal vez no resulte impropio que las consideremos en relación con
los distintos modos por los que llegan a nuestra mente y se nos hacen
perceptibles.
Primero, hay algunas que llegan a nuestra mente a
través de un solo sentido; segundo, hay otras que penetran en la mente por más
de un sentido; tercero, otras que se obtienen solamente mediante la reflexión,
y cuarto, existen algunas que se abren paso y se sugieren a la mente por todas
las vías de la sensación y de la reflexión. Vamos a considerarlas por
separado y en apartados diferentes.
Primeramente, existen algunas ideas que son admitidas por medio
de un solo sentido, el cual está especialmente adecuado para recibirlas. De
esta forma, la luz y los colores, el blanco, el rojo, el amarillo, el azul, con
sus distintos grados o matices, el verde, el escarlata, el morado, verdemar y
todos los demás, entran solamente por los ojos. Todas las clases de ruidos, de
sonidos y tonos, únicamente por los oídos; los distintos sabores y olores,
por la nariz y el paladar. Si estos órganos, o los nervios que son los
conductores que transmiten esas ideas del exterior hasta aparecer en el cerebro,
esa sala de recepciones de la mente (como puedo llamarlo), están cualquiera de
ellos en tal con fusión que no desempeñan su cometido, entonces no poseen
ninguna fuerza que les permita la entrada; ninguna otra manera de aparecer y
de ser percibidas por el entendimiento.
Las más importantes de aquellas sensaciones que pertenecen
al tacto son el calor, el frío y la solidez; todas las demás, que casi
consisten en su totalidad en la configuración sensible, como lo liso y lo
rugoso, o bien en la adhesión más o menos sólida de las partes, como son lo
áspero y lo suave, lo resistente y lo frágil, son lo bastante obvias.
2. Pocas ideas simples tienen nombre
Pienso que resultará innecesario el enumerar todas las
ideas simples particulares que pertenecen a cada uno de los sentidos. Ni,
además, resultaría factible poder hacerlo aunque quisiéramos, puesto que
existen muchas más, que pertenecen a la mayoría de los sentidos, que
aquellas para las que poseemos nombre. La variedad de los olores, que están tal
vez en el mismo número, si no más que las diversas especies de los cuerpos en
el mundo, carecen en su mayoría de nombre. Fragancia y hedor sirven
habitualmente para expresar esas ideas, lo que realmente equivale a decir que
nos agradan o desagradan; aunque el aroma de una rosa y el de una violeta, ambos
fragantes, son seguramente dos ideas bastante diferentes. Tampoco están mejor
dotados de nombre los distintos sabores de los que recibimos ideas por medio de
palabras. Dulce, amargo, desagradable, agrio y salado, forman la mayoría de
los calificativos con que contamos para designar esa inmensa variedad de gustos
que se pueden distinguir, no sólo en casi todas las clases de criaturas sino
en las distintas partes de un mismo fruto, animal o vegetal. Igualmente puede
afirmarse de los colores y de los sonidos. Por tanto, en la enumeración que
estoy haciendo sobre las ideas simples, me conformaré con señalar solamente
aquellas que ofrecen un interés mayor para nuestro actual propósito, o
aquellas que son menos aptas de ser notadas por sí mismas,
aunque con frecuencia son los ingredientes con los que se forman nuestras ideas
complejas. Creo que entre éstas puedo incluir la solidez, de la que, por ello,
voy a tratar en el capítulo siguiente.