LIBRO II DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo XXXI
DE LAS IDEAS ADECUADAS E INADECUADAS
1. Las ideas adecuadas son aquellas que
representan perfectamente sus arquetipos
De nuestras ideas, algunas son adecuadas y otras inadecuadas.
Aquellas a las que llamo adecuadas son las que representan perfectamente esos arquetipos de donde la
mente supone que han sido tomadas; y son ideas con las que se propone la mente
significar dichos arquetipos y a los que quedan referidas. Las ideas inadecuadas
son aquellas que no son sino una representación parcial o incompleta de esos
arquetipos a los que éstas se refieren. A partir de lo cual es evidente lo
siguiente:
2. Las ideas simples son todas adecuadas
En primer lugar, que todas nuestras ideas simples son
adecuadas. Porque, como no son sino efectos de ciertas potencias en las cosas,
han sido adaptadas y ordenadas por Dios para producir en nosotros tales
sensaciones, por lo que no pueden sino guardar correspondencia y ser adecuadas
a esas potencias; y nosotros estamos seguros de que están de acuerdo con la realidad de las cosas. Porque si el azúcar produce en nosotros las ideas que
denominamos blancura y dulzura, estamos seguros de que hay una potencia en el
azúcar que produce en nuestra mente esas ideas, ya que de otra manera no
habrían podido ser producidas por ella. De esta manera, cada sensación que
responde a la potencia que actúa sobre cualquiera de nuestros sentidos produce
una idea real ( y no una ficción de la mente, que carece de potencia para
producir cualquier idea simple ) y no puede sino ser adecuada, ya que no es
otra cosa que la respuesta a esa potencia, por lo que resulta que todas las
ideas simples son adecuadas. Verdad es que pocas son las cosas, de las que
producen en nosotros esas ideas simples, que designamos con nombres como si
fueran únicamente las causas de esas ideas, sino como si esas ideas fuesen
seres reales en las cosas. Porque aunque se diga que el fuego produce dolor al
tocarlo, con lo que se significa la potencia de producir en nosotros la idea
de dolor, sin embargo, también se dice que produce luz y calor, como si la luz
y el calor estuvieran realmente en el fuego; por tanto, se dice que son cualidades que están
o que provienen del fuego, que están más allá de la pura potencia de
provocar en nosotros esas ideas. Pero como realmente no se trata sino de
potencias que pueden suscitar en nosotros semejantes ideas, es en este sentido
como se me debe entender cuando afirmo que las cualidades secundarias se
encuentran en las cosas, o que sus ideas se encuentran en los objetos que las
suscitan en nosotros. Semejante manera de hablar, aunque se acomoda a los usos
vulgares, que no podemos hacernos comprender correctamente, realmente no
significa otra cosa que esas potencias que están en las cosas y que provocan en
nosotros determinadas sensaciones e ideas. Porque si no hubiera unos órganos
que estuvieran adaptados para percibir las impresiones que el fuego provoca
sobre la vista y el tacto, ni existiera tampoco una mente unida a estos órganos
y adaptada para captar las ideas de luz y de calor mediante las impresiones del
fuego del sol, no existiría otra luz ni otro calor en el mundo que el dolor al
faltar unas criaturas sensibles que lo experimentaran, aunque el sol
continuara en el mismo lugar en que se encuentra ahora y el Etna permaneciera
más candente que nunca. La solidez, la extensión y la forma que es su fin,
así como el movimiento y el reposo, de todo lo cual tenemos ideas, serían
realmente en el mundo tal como son, con independencia de que existieran unos
seres sensibles capaces de percibirlo y, por ello, creo que tenemos razón al
mirar todas estas cosas como modificaciones reales de la materia y como las
causas que provocan nuestras distintas sensaciones en nuestros cuerpos. Con
todo, como esto es motivo de una investigación diferente, no seguiré más adelante, sino que me limitaré a mostrar qué ideas
complejas son adecuadas y
cuáles no lo son.
3. Los modos son todos adecuados
En segundo lugar, como nuestras ideas complejas de los modos
son conjuntos de ideas simples y voluntarias que la mente reúne, sin que las refiera a ningún
arquetipo o modelo fijo, existente en otro lugar, son ideas y, por tanto, tienen
que ser necesariamente adecuadas. Pues al no producirse como copias de algo
que realmente existe, sino como arquetipos que forja la mente, y de los que se
sirve para denominar las cosas y colocarlas en orden, no pueden carecer de nada,
pues cada una consta de esa combinación de ideas y de esa perfección que la
mente se propuso que tuvieran; de tal manera que la mente les otorga su
asentimiento y no encuentra nada de lo que estas ideas carezcan. Así, cuando
tengo la idea de una figura de tres lados que forman tres ángulos, tengo una
idea completa que nada más necesita para ser perfecta. Y parece evidente que la
mente se encuentra satisfecha con la perfección de esta idea, como se puede
advertir de que no conciba el que un entendimiento cualquiera tenga o deje de
tener una idea más compleja o perfecta de esa cosa que significa por medio de
las palabras triángulo, suponiendo que exista, que la que ella misma posee a
partir de esa idea compleja de tres lados y tres ángulos, en cuya idea se
contiene todo lo que le es esencial o puede serio para ella, o todo lo que la
puede complementar en cualquier lugar o en cualquier momento. Otra cosa ocurre
con nuestras ideas de las sustancias, porque como intentan copiar las cosas tal
y como realmente existen, y como intentan representar para nosotros su
constitución, de la que dependen todas sus propiedades, llegamos a observar que
nuestras ideas no alcanzan esa perfección a la que tendemos, pues nos
damos cuenta de que aún les falta algo que desearíamos tuvieran, por lo que
todas nos resultan ideas inadecuadas. Pero los modos mixtos y las relaciones,
desde el momento en que son arquetipos sin modelos y, por tanto, no tienen que
representar ninguna cosa que no sea ellos mismos, necesariamente tienen que ser
adecuados, ya que lo son todo para sí mismos. Quien reunió por primera vez
las ideas de un peligro que había observado o de la ausencia de alteración que
debía provocar el miedo o de la sosegada consideración de lo que debe hacerse
según los designios de la razón, y de su ejecución sin perturbarse o
desanimarse ante el peligro; quien juntó esas ideas, digo, tenía en su mente
esa idea compleja formada por una combinación semejante, y proponiéndose que
no fuera ninguna otra cosa sino lo que realmente es, ni que contuviera ninguna
otra idea simple a excepción de la que contiene, no pudo, al mismo tiempo, sino
tener una idea adecuada. De manera que al depositar esto en su memoria y al
darle el nombre de valor para significar con tal nombre esta idea a los demás
y seguir denominando cualquier acción que estuviera de acuerdo con ella en el
futuro, que utilizar este modelo para medir las demás acciones según se
conformaran o no con él. Y una vez forjada y mantenida como patrón esta idea,
tenía que ser necesariamente adecuada, pues no quedaba referida a otra cosa
sino a sí misma, ni forjada de acuerdo con ningún otro molde que no fuera la
impresión y el libre albedrío del que primero realizó esta combinación.
4. Los modos en referencia a los nombres establecidos pueden ser inadecuados
Además, si después viene otro hombre que aprenda del
anterior a través de la conversación, el término valor, puede suceder
perfectamente que se forje una idea a la que designe también mediante la
palabra valor, pero que, sin embargo, difiera de la idea que el primer forjador
expresó mediante dicha palabra y que tiene en la mente cuando la emplea. Y en
este caso, además, si intenta que esa idea que tiene en la mente se conforme
con la idea del otro, al igual que lo hace el nombre que emplea cuando habla, en
cuanto al sonido, al emplearlo la persona del que lo aprendió, en ese caso su
idea puede ser errónea e inadecuada, pues en este caso, al ser la idea de otro
hombre el patrón de la que él tiene en la mente, de igual manera que la
palabra o sonido empleado por el otro le sirve de modelo para
hablar, su idea será defectuosa e inadecuada, en la medida en que se
encuentra lejos del arquetipo o modelo a que se refiere, pues pretende
expresaría y significaría por el término que para ella utiliza, término que
quiere hacer pasar por signo de la idea de otro hombre (a la cual ese nombre
fue, en su propio uso, anexado primariamente) y de la suya propia, como
concordante con ella; pero si su propia idea no corresponde exactamente a ella,
resultará defectuosa e inadecuada.
5. Porque entonces pueden ser inadecuadas
Así pues, cuando estas ideas complejas de los modos son
referidas por la mente a las ideas de algún otro ser inteligente, y cuando son
expresadas mediante nombres que les aplicamos, entonces pueden ser muy
deficientes, equívocas e inadecuadas, desde el momento en que se las intenta
hacer corresponder entre sí; porque no estando de acuerdo con aquello que la
mente intentó que fueran sus arquetipos y modelos solamente una idea de
modo pudo ser, en este sentido, imperfecta o inadecuada. Y por esto, nuestras
ideas de los modos mixtos son más susceptibles de ser defectuosas que
cualesquiera otra; pero esto se refiere más a la propiedad de hablar que a un
conocimiento correcto.
6.
Las ideas de las sustancias, en cuanto referidas a las sustancias reales, no
son adecuadas
En tercer lugar, cuáles son las ideas que tenemos de las
sustancias, es algo que ya indiqué más arriba. Ahora bien, esas ideas tienen
en la mente una doble referencia: 1) Algunas veces se las refiere a alguna
esencia real supuesta en cada especie de cosas. 2) Otras veces solamente se
intenta que sean dibujos o representaciones existentes en la mente de algunas cosas que existen en la
realidad en tanto en cuanto son ideas de aquellas cualidades que se pueden
descubrir en dichas cosas. En uno y otro caso, estas copias de esos arquetipos
resultan igualmente imperfectas e inadecuadas.
Primero, parece frecuente que los hombres hagan que los nombres de las
sustancias signifiquen cosas, en tanto ellos imaginan que tienen ciertas
esencias reales por las que son de esta especie o de aquélla; y como los
nombres significan, a no ser las ideas que existen en la mente de los hombres,
en consecuencia, tienen que hacer que sus ideas se refieran a semejantes
esencias reales como a sus arquetipos. Que los hombres (en especial aquellos que
han sido educados en los conocimientos que se enseñan en nuestra parte del
mundo) supongan en efecto ciertas esencias específicas de sustancias, por las
que todo individuo, cada uno según su especie respectiva, está hecho, y de las
que participa, está tan lejos de necesitar una prueba que parecerá extraño el
que alguien pretenda hacerlo. Y por ello, los hombres normalmente aplican los
nombres específicos bajo los que ponen las sustancias particulares, a las
cosas en cuanto se distinguen por determinadas y específicas esencias reales.
¿Existe algún hombre que no tenga a mal que se ponga en duda que se denomine a
sí mismo hombre con algún otro significado que no sea el de que tiene la
esencia real de un hombre? ¿Dónde está, si existe? Sin embargo, si se
pregunta cuáles son esas esencias reales, es evidente que los hombres lo
ignoran y que las desconocen. De lo que se deduce que las ideas que tienen en
la, mente, al quedar referidas a esencias reales como
a arquetipos desconocidos, tan lejos tienen de estar de ser adecuadas, que no
se supone ni siquiera que sean representaciones de esas esencias. Las ideas
complejas que tenemos de las sustancias son, como ya he demostrado, ciertos
conjuntos de ideas simples que se han observado, o que se ha supuesto que
existen constantemente reunidas. Pero una idea compleja semejante no puede ser la esencia real de una sustancia
cualquiera, pues entonces dependerían las propiedades que en ese cuerpo
descubrimos de esa idea compleja, y se podrían deducir de ella, conociéndose
la conexión necesaria entre ambas, del mismo modo en que todas las propiedades
de un triángulo dependen, y se pueden deducir, hasta donde son deducibles, de
la idea de tres líneas que encierran un espacio, pero resulta evidente que en
nuestras ideas complejas de las sustancias no se contienen unas ideas semejantes
de las que dependan todas las demás cualidades que se puedan hallar en esas
sustancias. La idea común que tienen los hombres del hierro es la de un cuerpo
de determinado color, peso y dureza, y una de sus propiedades es la de
maleabilidad. Pero esta propiedad no tiene ninguna conexión necesaria con
aquella idea compleja, ni con ninguna otra parte suya, por lo que no existe un
motivo mayor para pensar que la maleabilidad depende de aquel color, aquel
peso o aquella dureza, que el que existe para suponer que ese color o ese peso
dependen de la maleabilidad de ese metal. Pero a pesar de que nada sabemos
sobre estas esencias reales, no hay nada más común que el que los hombres atribuyan las distintas especies de cosas a unas esencias semejantes. De esta
manera, la mayoría de los hombres tienen la osadía de suponer que este
fragmento particular de materia que forma el anillo que tengo en mi dedo, tiene
una esencia real por la que es oro y en virtud, de la que emanan las cualidades
que en él hallo, es decir, su color, su peso, su dureza, su fusibilidad, su
fijeza y el cambio de color que experimenta al someterse al contacto del
azogue. Pero cuando busco e investigo esta esencia, de la que fluyen esas
propiedades, me encuentro que no puedo descubriría. A lo más que puedo
alcanzar es a imaginar que, como el anillo no es otra cosa que un cuerpo, su
esencia real o su constitución interna, de la que esas cualidades dependen,
no pueden ser sino la figura, el tamaño y la conexión de sus partes sólidas.
Y como no poseo de ninguna de estas cosas una percepción distinta, no puedo poseer ninguna idea de la esencia, que es la causa por
la que el anillo tiene una amarillez particular, un peso superior al de
cualquier otra cosa que yo conozca con igual volumen, y una capacidad de cambiar de color al entrar en contacto con el azogue. Si alguien me dijera que la
esencia real y la constitución interna de la que dependen esas propiedades no
es ni la figura, ni el tamaño, ni la disposición o entramado de sus partes
sólidas, sino algo que llamara su forma particular me encontraría todavía
más lejos de tener una idea de su esencia real de lo que antes estaba. Porque,
en general, poseo una idea de la figura, del tamaño y de la situación de las
partes sólidas aunque carezcan de cualquier idea sobre la figura, el tamaño y
el modo de reunir las partes, por lo que se producen las cualidades que arriba
he mencionado, cualidades que encuentro en este fragmento de materia que tengo
en el dedo, y que no hallo en ningún otro, por ejemplo, en esta pluma que me
sirve para escribir. Pero cuando se me dice que su esencia es otra cosa, que no
es la figura ni el tamaño, ni la posición de las partes sólidas de ese
cuerpo, algo que se denomina forma sustancial, debo confesar que carezco de
cualquier idea sobre este aspecto, a no ser del sonido forma, lo que está muy
lejos de ser una idea acerca je la esencia real o de la constitución de algo.
En la misma ignorancia en la que me encuentro sobre la esencia real de esa
sustancia particular, la tengo sobre la esencia real de las demás sustancias
naturales; de estas esencias, confieso, no tengo en absoluto ninguna idea distinta, y tiendo a suponer que los demás, cuando
examinan su propio
conocimiento, encontrarán en sí mismos que, en este punto, se encuentran
sumidos en la misma ignorancia.
7. Porque los hombres desconocen las esencias reales de las sustancias
Ahora bien, cuando los hombres aplican a ese fragmento
particular de materia que está en mi dedo un nombre general ya en uso y lo denominan oro,
pregunto, ¿no le dan acaso comúnmente ese nombre, en tanto en
cuanto pertenece a una especie particular de cuerpos que tienen una esencia real interna, o no se supone que se lo dan, de
tal manera que esa sustancia en particular llegue a ser de esa especie, y al ser
llamada por ese nombre, solamente porque tiene aquella esencia? Si, como es
evidente que lo es, es así el nombre por el que se designan las cosas, en
cuanto que tiene su esencia, debe ser referido en primer lugar a esa esencia, y,
en consecuencia, la idea a la que ese nombre se da, también se debe referir a
esa esencia, y debe intentar representarla. Pero como esta esencia es
desconocida por los que emplean los nombres de esta manera, todas sus ideas de
sustancia tendrán que ser inadecuadas en este sentido, pues no contienen en
ellas esa esencia real que la mente intenta que contengan.
8. Las ideas de sustancias, cuando se tienen por colecciones de sus
cualidades, son todas inadecuadas
En segundo lugar, están aquellos que, despreciando esa suposición inútil de unas
esencias reales desconocidas para distinguir las sustancias, intentan
representar las que existen en el mundo poniendo juntas las ideas de aquellas cualidades sensibles, que
coexisten en esas sustancias. Verdad es que los que proceden de esta manera se
aproximan bastante más a una semejanza de esas sustancias que quienes
inventan unas esencias reales específicas inexistentes. Con todo, no es menos
cierto que no alcanzan las ideas perfectamente adecuadas de las sustancias que
pretenden representar de esta manera, copiándolas en sus mentes, y que estas
copias no contienen, tampoco, todo lo que se encuentra en esos arquetipos, pues
estas cualidades y las potencias de las sustancias de las cuales nos servimos
para forjar sus ideas complejas, tan variadas, que para un hombre
resulta imposible contenerlas en una sola idea compleja. Que nuestras ideas
abstractas de las sustancias no contienen todas las ideas simples reunidas en
las cosas mismas, es algo evidente a partir del hecho de que los hombres en muy
pocas ocasiones incluyen en su idea compleja de cualquier sustancia todas las
ideas simples que saben existen en ella. Porque al intentar hacer la significación de sus nombres específicos tan clara y tan poco embarazoso como
pueden, forman la mayor parte de sus ideas específicas de las especies de
sustancias solamente con unas cuantas de esas ideas simples que en ellas se
encuentran. Pero como éstas no tienen ninguna procedencia original ni ningún
motivo por el que se las pueda incluir o excluir, resulta evidente que nuestras
ideas de las sustancias son, por una y otra razón, deficientes e inadecuadas.
Todas las ideas simples con las que formamos nuestras ideas complejas de
sustancia, a excepción de lo que se refiere a la forma y el volumen de ciertas
sustancias, son potencias que, al ser relaciones con otras sustancias, no podemos nunca estar seguros de conocer la totalidad de las que existen en un
cuerpo, hasta que no sepamos, mediante la experimentación, qué cambios puede
provocar y cuáles puede recibir en y por otra sustancia en sus distintos
modos de aplicación. Y como esto es imposible de experimentar, ni siquiera en
un solo cuerpo, y mucho menos en todos, no podemos tener ideas adecuadas de
ninguna sustancia, formadas por una colección de todas sus propiedades.
9. Sus potencias usualmente forman nuestras ideas complejas de las sustancias
El que se haya fijado en primer lugar en una parcela de esa
sustancia que significamos por la palabra oro, no pudo, racionalmente, haber
tomado el volumen y la forma que en dicha porción observó como dependientes
de su esencia real o de su constitución interna. Por tanto, esto nunca entró
en la idea que se formó de esa especie de cuerpo, sino que tal vez su color
particular y su peso fueron las primeras cosas que de este cuerpo abstrajo para
formarse la idea compleja de esa especie. Y estas dos cosas no son sino
potencias, la una que afecta a nuestra vista de tal manera que produce en
nosotros la idea que llamamos amarillo, y la otra, que es capaz de hacer subir
cualquier otro cuerpo de igual volumen, en una balanza cuyos platillos están
colocados en equilibrio. Tal vez otro hombre añadió a estas ideas las de la
fusibilidad y fijación, otras dos potencias pasivas que se refieren a las
operaciones del fuego sobre el oro; y otro, las de la ductilidad y la
solubilidad en agua regia, potencias ambas que se relacionan con las
operaciones de otros cuerpos, en cuanto efectúan cambios en la forma exterior
del oro, o lo separan en partes insensibles. Estas, o parte de éstas, reunidas,
usualmente forman la idea compleja existente en la mente de los hombres de esa
especie de cuerpo que llamamos oro.
10. Las sustancias tienen innumerables esencias no contenidas en nuestras ideas
complejas
Pero nadie que haya considerado las propiedades de los
cuerpos en general, o esta clase en particular, puede dudar de que ése, que se
llama oro, tiene otras infinitas propiedades no contenidas en esa idea compleja. Algunos que han examinado esta especie más detenidamente, creo que
podrían enumerar diez veces más de propiedades en el oro, todas ellas tan
inseparables de su constitución interna como lo son el color o el peso; y es
probable que si alguno de ellos conociera todas las propiedades que diversos
hombres saben que tiene, pondrían en la idea compleja del oro cien veces más
ideas que las que hasta ahora pone cualquier hombre. Y, así y todo, todavía no
sería ni la milésima parte de lo que se puede descubrir en este metal, porque
los cambios que ese cuerpo puede sufrir y producir por la aplicación debida de
otro, exceden
con mucho no sólo a lo que conocemos, sino a todo lo que
seamos capaces de imaginar. Todo esto nos puede parecer paradójico, si se
considera lo alejados que todavía están los hombres de conocer todas las
propiedades de esa figura, no muy compleja, que es el triángulo; aunque no es
pequeño el número de las que ya han descubierto los matemáticos.
11. Las ideas de las sustancias, como la colección de sus cualidades, son todas
inadecuadas
Así pues, todas nuestras ideas complejas de las sustancias
son imperfectas e inadecuadas, lo cual sucederá también en las figuras
matemáticas si únicamente forjáramos nuestras ideas complejas sobre ellas, reuniendo sus propiedades en referencia a otras figuras. Cuán inciertas e
imperfectas, en efecto, no serían nuestras ideas de una elipse, si no
tuviéramos de ella otra idea que la de algunas de sus propiedades, en lugar de
teniendo en una idea clara toda la esencia de esa figura, descubramos esas
propiedades, partiendo de dicha esencia, y vayamos de manera demostrativa comprobando cómo
se deducen de ella y cómo son inseparables de ella.
12. Las ideas simples ektvena, y adecuadas
De esta manera, la mente tiene tres clases de ideas
abstractas o esencias nominales:
Primero, las ideas simples, que son ektvena o copias; pero
que, sin embargo, son adecuadas. Porque como no tiene sino la potencia que
tienen las cosas de producir en la mente semejante sensación, esta sensación,
después de producida, tiene que ser el efecto de esa potencia. De esta
manera, el papel en el que escribo, al tener la potencia, en la luz, (hablo
sobre la noción común de luz), de provocar en mí la sensación que llamo
blanco, no puede sino ser el efecto de semejante potencia en algo que está fuera de la mente,
pues la mente carece de la potencia de producir por sí sola semejante idea.
De tal manera que esa sensación, al no tener otro propósito que el de ser el
efecto de aquella potencia, resulta que esa idea simple es real y adecuada.
Porque como la sensación de lo blanco en mi mente es el efecto de esa potencia
que está en el papel de traducir esa sensación, es algo perfectamente adecuado
a esa potencia; o, de lo contrario esa potencia produciría una idea
diferente.
13. Las ideas de las sustancias son
ektvena e inadecuadas
En segundo lugar, las ideas complejas de sustancias son
también copias, pero no perfectas ni adecuadas; esto resulta bastante evidente
para la mente, ya que claramente puede percibir que en todo conjunto de ideas
simples que reúne sobre cualquier sustancia existente, no puede tener la
certeza de que responde de manera exacta a todo lo que hay en la sustancia. Pues
como no ha podido experimentar todo el conjunto de operaciones que se pueden
realizar en todas las demás sustancias con las que trata, ni ha descubierto
todos los cambios que de esta manera es capaz de percibir o de causar, la mente
no puede tener una colección exacta y adecuada de todas las capacidades activas
y pasivas de dicha sustancia, de manera tal que no es capaz de tener una idea
compleja adecuada de las potencias de cualquier sustancia existente y de sus
relaciones, que es la clase de ideas complejas de la sustancia que tenemos,
y, después de todo, si pudiéramos tener y tuviéramos realmente en nuestras
ideas complejas una colección exacta de todas las cualidades secundarias o
potencias de una sustancia cualquiera, no tendríamos, ni aún así, una idea de
la esencia de esa cosa que, desde el momento en que las potencias o cualidades
que se pueden observar no son la esencia real de esa sustancia, sino que
dependen y emanan de ella, todo conjunto de esas cualidades, sea el que fuere, no
puede ser la esencia de esa cosa. Por lo que es evidente que nuestras ideas de
sustancias no son adecuadas; no son lo que nuestra mente intenta que sean.
Además, el hombre no tiene ninguna idea de sustancia en general, ni conoce qué
es la sustancia en sí misma.
14. Las ideas de los modos y de las acciones son arquetipos y no pueden ser
adecuadas
En tercer lugar, las ideas complejas de los modos y
relaciones son originales y arquetipos; no son copias, ni están formadas según
el modelo de alguna existencia real a la que la mente pretenda que se conforme,
y que respondan exactamente. Puesto que se trata de colecciones de ideas simples
que la mente misma reúne, y tales colecciones que cada una contiene en sí
misma precisamente todo lo que la mente intentó que contuvieran, siendo
arquetipos y esencias de modos que pueden existir; y de esta manera están
designadas solamente para designar y pertenecer a tales modos, cuando éstos
existen realmente, guardando una conformidad exacta con estas ideas complejas.
Las ideas, por tanto, de los modos y las relaciones no pueden menos que ser
adecuadas.