LIBRO II DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
CAPÍTULO XXXII
DE LAS IDEAS VERDADERAS Y FALSAS
§ 1. La verdad y la falsedad pertenecen propiamente a
las proposiciones. Aunque, hablando con propiedad, la verdad y la
falsedad sólo pertenecen a las proposiciones, sin embargo, frecuentemente se
dice de las ideas que son verdaderas o falsas, porque ¿qué palabras hay que no
se usen con gran latitud, y con alguna desviación de su significación estricta
y propia?, si bien creo, que, cuando se dice de las ideas mismas que son
verdaderas o falsas, todavía hay alguna secreta o tácita proposición que es
el fundamento de esa manera de decir, como veremos, si examinamos las ocasiones
particulares en que acontece que así se las denomine. Encontraremos, en esas
ocasiones, alguna clase de afirmación o de negación, que es la razón de
aquella denominación. Porque como nuestras ideas no son sino meras apariencias
o percepciones en nuestra mente, no más se puede con propiedad y llaneza decir
de ellas que son verdaderas o falsas, que pueda decirse de un mero nombre de
alguna cosa que es verdadero o falso.
§ 2. La verdad metafísica contiene una proposición tácita. Sin
duda, tanto de las ideas como de las palabras se puede decir que son verdaderas
en un sentido metafísico de la palabra verdad, así como de todas las cosas,
que existen de cualquier modo, se dice que son verdaderas; es decir, que
realmente son tal como existen. Aunque en las cosas que se dicen verdaderas, aun
en ese sentido, hay, quizá, una secreta referencia a nuestras ideas, vistas
como el patrón de esa verdad, lo cual equivale a una proposición mental, aun
cuando habitualmente no se repare en ella.
§ 3. Ninguna idea, en cuanto apariencia en la mente, es verdadera o
falsa. Empero, no es en ese sentido metafísico de la verdad en el que
aquí inquirimos, cuando examinamos si nuestras ideas son capaces de ser
verdaderas o falsas, sino en la aceptación más común de esas palabras. Esto
aclarado, digo que, como las ideas en nuestra mente sólo son otras tantas
percepciones o apariencias en ella, ninguna es falsa. Así, la idea de un
centauro no contiene más falsedad, cuando aparece en nuestra mente, que la que
pueda contener el nombre de centauro cuando se pronuncia por nuestros labios, o
cuando se escribe en papel. Porque, como la verdad y la falsedad consisten
siempre en alguna afirmación o negación, mental o verbal, ninguna de nuestras
ideas son capaces de ser falsas antes de que la mente pronuncie algún juicio
sobre ellas, es decir, afirme o niegue algo de ellas.
§ 4. Las ideas, en cuanto referidas a algo, pueden ser verdaderas o
falsas. Siempre que la mente refiera cualquiera de sus ideas a cualquier
cosa extraña a ellas, entonces son capaces de ser llamadas verdaderas o falsas.
Porque, en semejante referencia, la mente hace una suposición tácita acerca de
su conformidad con aquella cosa; la cual suposición, según sea verdadera o
falsa, así serán denominadas las ideas mismas. Los casos más usuales en que
acontece eso son los siguientes:
§ 5. Las ideas de otros hombres, la existencia real y las supuestas
esencias reales son aquello a lo que los hombres usualmente refieren sus ideas.
Primero, cuando la mente supone que alguna de sus ideas es conforme a la que hay
en la mente de otros hombres, designada por el mismo nombre común; cuando, por
ejemplo, la mente pretende o juzga que sus ideas de la justicia, de la
temperancia, de la religión, son las mismas que aquellas a las cuales otros
hombres dan esos nombres.
Segundo, cuando la mente supone que una idea que tiene en sí misma es conforme
a una existencia real. Así, las ideas de un hombre y de un centauro, en cuanto
se supongan ser las ideas de substancias reales, son verdadera la una y falsa la
otra, puesto que la una es conforme a lo que realmente ha existido, mientras que
la otra no.
Tercero, cuando la mente refiere cualquiera de sus ideas a esa constitución
real y esencia de una cosa de donde dependen todas sus propiedades; y en este
caso, la mayor parte de nuestras ideas de las substancias, si no todas, son
falsas.
§ 6. La causa de semejantes referencias. Éstas son unas
suposiciones que con mucha facilidad se inclina la mente a hacer, tocante a sus
propias ideas. Sin embargo, si examinamos la cuestión, veremos que
principalmente, ya que no totalmente, las hace respecto a sus ideas complejas
abstractas. Porque, como la mente tiene una natural tendencia hacia el
conocimiento, y como descubre que si procediera deteniéndose tan sólo en las
cosas particulares sus progresos serían muy lentos y su trabajo inacabable, por
lo tanto, para hacer más corto su camino hacia el conocimiento, y para lograr
que cada una de sus percepciones sea más comprensiva, lo primero que hace, como
base para facilitar la ampliación de sus conocimientos, ya sea contemplando las
cosas mismas que desea conocer, ya sea conversando con otros acerca de esas
cosas, es ligarlas en haces, y de ese modo reducirlas a ciertas clases, con el
fin de que el conocimiento que adquiera acerca de cualquiera de esas cosas, lo
pueda, así, extender con certidumbre a todas las demás cosas de esa clase, y
de ese modo pueda avanzar con pasos mayores en el conocimiento, que es su gran
negocio. Tal es, como lo he mostrado en otra parte, la razón por la cual
reunimos las cosas, reduciéndolas a géneros y especies, a tipos y clases, en
ideas comprensivas a las cuales les anexamos ciertos nombres.
§ 7. El nombre supone una esencia. Por lo tanto, si miramos con
esmero los movimientos de la mente, y observamos el camino que habitualmente
toma en su marcha hacia el conocimiento, veremos, me parece, que una vez que la
mente ha adquirido una idea, ya por vía de la contemplación, ya por vía de
comunicación con otros, idea que estima le puede ser útil, lo primero que hace
es abstraerla y en seguida ponerle un nombre, y de ese modo la deposita en su
almacén, la memoria, como conteniendo la esencia de esa clase de cosa, de cuya
esencia aquel nombre es siempre su señal o etiqueta. De aquí acontece lo que
con frecuencia podemos observar que, cuando alguien ve una cosa nueva de una
especie que no conoce de inmediato pregunta qué cosa es ésa, no inquiriendo en
esa pregunta sino por el nombre; como si el nombre llevase consigo el
conocimiento de la especie de la cosa, o de su esencia, de la cual efectivamente
se emplea como su señal, y generalmente se supone que la lleva anexa.
§ 8. Los hombres suponen que sus ideas deben corresponder a las cosas y
al significado de los nombres. Pero, como esta idea abstracta es algo en
la mente, situado entre la cosa que existe y el nombre que se le ha dado, es en
nuestras ideas en lo que consiste tanto la rectitud de nuestro conocimiento como
la propiedad o inteligibilidad de nuestro hablar. Y de allí resulta que los
hombres tengan tanta seguridad en suponer que las ideas abstractas que tienen en
la mente son tales que se conforman con las cosas que existen fuera de ellos, y
a las cuales refieren dichas ideas, y que también son las mismas ideas a las
cuales los nombres que les dan pertenecen según el uso y la propiedad del
idioma. Porque, faltando esa doble conformidad de sus ideas, advierten que
piensan equivocadamente acerca de las cosas en sí mismas, y que hablan de ellas
ininteligiblemente a los otros hombres.
§ 9. Las ideas simples pueden ser falsas en referencia a otras que llevan
el mismo nombre, pero son las ideas menos aptas para ser falsas. En
primer lugar, pues, digo que cuando la verdad de nuestras ideas se juzga por la
conformidad que guarden con las ideas que tienen otros hombres, y que comúnmente
se significan por el mismo nombre, puede cualquiera de ellas ser falsa. Sin
embargo, las ideas simples son, de todas, las menos aptas para equívocos de ese
modo, porque un hombre puede fácilmente conocer, por sus sentidos y por la
cotidiana observación, cuáles son las ideas simples significadas por sus
varios nombres de uso común, ya que esos nombres son pocos en número, y tales
que si hay alguna duda o error acerca de ellos, es fácil rectificarlos por
medio de los objetos a que remiten. Por eso, rara vez alguien se equivoca en los
nombres de ideas simples, aplicando, por ejemplo, el nombre rojo a la idea de
verde, o el nombre dulce a la idea de amargo. Mucho menos fácil aún es que los
hombres confundan los nombres de las ideas pertenecientes a diversos sentidos, y
que llamen a un color con el nombre de un sabor, etc.; de donde resulta evidente
que las ideas simples que se denominan por algún nombre son por lo común las
mismas ideas que los otros tienen y significan cuando emplean los mismos
nombres.
§ 10. Las ideas de los modos mixtos son las más aptas para ser falsas en
ese sentido. Las ideas complejas son mucho más aptas para ser falsas a
ese respecto; y las ideas complejas de los modos mixtos, mucho más que las
ideas de las substancias, porque en las substancias (especialmente aquellas a
las cuales se aplican nombres comunes y oriundos de cualquier idioma), algunas
notables cualidades sensibles, que de ordinario sirven para distinguir una clase
de otra, fácilmente impiden, a quienes se esmeran en el uso de las palabras,
aplicarlas a clases de substancias a las cuales no pertenecen en absoluto. Pero,
por lo que toca a los modos mixtos, andamos mucho más inciertos, ya que no es
tan fácil determinar, acerca de diversas acciones, si han de ser llamadas
justicia o crueldad, liberalidad o prodigalidad. Así que, al referir nuestras
ideas a las de otros hombres, ideas denominadas por los mismos nombres, puede
ser que las nuestras sean falsas, y que la idea en nuestra mente, que expresamos
con el nombre de justicia, quizá sea una idea que debiera tener otro nombre.
§ 11. O por lo menos a pensarse como falsas. Pero, ya sea o no
que nuestras ideas de los modos mixtos sean más susceptibles que cualesquiera
otras a ser diferentes de aquellas de los otros hombres, que estén señaladas
por un mismo nombre, esto por lo menos es seguro: que esta clase de falsedad se
atribuye mucho más comúnmente a nuestras ideas de los modos mixtos, que a
cualesquiera otras. Cuando se piensa que un hombre tiene una idea falsa de la
justicia, de la gratitud o de la fama, no es por ninguna otra razón, sino
porque su idea no está de acuerdo con las ideas que cada uno de esos nombres
significan en la mente de otros hombres.
§ 12. ¿Por qué? La razón de eso me parece ser ésta: que, como
las ideas abstractas de los modos mixtos son combinaciones voluntarias de una
colección precisa de ideas simples, y como, por eso, la esencia de cada especie
se forja solamente por los hombres, de manera que de esa esencia carecemos de
todo patrón sensible que exista en alguna parte, salvo el nombre mismo, o la
definición de ese nombre, no tenemos ninguna otra cosa a la cual referir estas
nuestras ideas de los modos mixtos, como a un patrón que sirva para
conformarlas, sino a las ideas de quienes se piensa que usan esos nombres en su
significado más propio; de manera que, según nuestras ideas se conformen o
difieran de aquéllas, pasan por ser verdaderas o falsas. Y baste esto por lo
que toca a la verdad y a la falsedad de nuestras ideas en referencia a sus
nombres.
§ 13. En cuanto referidas a las existencias reales, ninguna de nuestras
ideas puede ser falsa, salvo las de substancias. En segundo lugar, en
cuanto a la verdad o falsedad de nuestras ideas en relación a la existencia
real de las cosas, cuando es ésta lo que se pone como patrón de su verdad,
ninguna de ellas puede llamarse falsa, sino tan sólo las ideas complejas de las
substancias.
§ 14. Primero, las ideas simples no pueden ser falsas a ese respecto y
por qué. Primero, como nuestras ideas simples son meramente esas
percepciones, que Dios nos ha dispuesto a recibir, y ha dado poder a los objetos
externos para que las produzcan en nosotros, de acuerdo con las leyes y las vías
establecidas en razón de su sabiduría y bondad, aunque incomprensibles para
nosotros, resulta que la verdad de tales ideas no consiste en nada más que en
semejantes apariencias, tal como se producen en nosotros. Y necesariamente
tienen que estar de acuerdo con aquellos poderes con que Dios ha dotado a los
cuerpos externos, pues de otro modo no se podrían producir en nosotros. De
manera que, en cuanto que son respuesta a esos poderes, dichas ideas son lo que
deben ser: ideas verdaderas. Y tampoco esas ideas se hacen acreedoras a la
imputación de falsas, si la mente juzga (como creo que acontece en la mayoría
de los hombres) que esas ideas están en las cosas mismas; porque, como Dios en
su sabiduría las estableció como señales para distinguir las cosas a fin de
que podamos discernir una cosa de otra y de que, de ese modo, podamos elegir
cualquiera de ellas para nuestro uso según haya ocasión, en nada altera la
naturaleza de nuestras ideas simples que pensemos que la idea de azul está en
la violeta misma, o que pensemos que sólo está en nuestra mente, y que no hay
en la violeta sino el poder de producir esa idea, por la textura de sus partes,
al reflejar de una cierta manera las partículas de luz. Porque, como una tal
textura en el objeto, gracias a una uniforme y constante operación, produce en
nosotros mismos la idea de azul, eso basta para hacernos distinguir por la vista
ese objeto de las demás cosas, sea que esa marca distintiva, según realmente
está en la violeta, sólo sea una textura peculiar de sus partes, o bien que
sea ese color mismo, cuya idea (que está en nosotros) es una semejanza exacta.
Y es esa apariencia la que igualmente hace que se le dé el nombre de azul, sea
que ese color exista realmente o que tan sólo la peculiar textura de la violeta
baste para causar en nosotros esa idea, porque el nombre de azul no denota
propiamente otra cosa, sino esa marca distintiva que está en la violeta, sólo
discernible por la vista, sea lo que fuere en lo que consista, ya que está más
allá de nuestras capacidades conocer esto con distinción, y quizá sería de
menos utilidad para nosotros, si tuviéramos facultades para semejante
discernimiento.
§ 15. Y eso a pesar de que la idea de azul que tuviera un hombre fuese
diferente a la de otro hombre. Tampoco podría imputarse falsedad a
nuestras ideas simples, si las cosas estuvieran ordenadas de modo que por la
diferente estructura de nuestros órganos un mismo objeto produjera, al mismo
tiempo, diferentes ideas en las mentes de diversos hombres. Por ejemplo, que la
idea que produjera una violeta en la mente de un hombre por conducto de su vista
fuese la misma idea producida en la mente de otro hombre por una caléndula, y
viceversa. Porque, como esto no podría jamás saberse, ya que la mente de un
hombre no podría pasar al cuerpo del otro, a fin de percibir qué apariencias
se producían por esos órganos, ni las ideas así formadas, ni los nombres que
las denotan tendrían confusión alguna, ni habría falsedad en las unas y en
los otros; porque, como todas las cosas que tuvieran la misma textura de una
violeta producirían de un modo constante la idea que uno de esos hombres
denominaría azul, y aquellas que tuvieran la textura de una caléndula producirían
de un modo constante la idea que constantemente ha denominado amarillo fueren
cuales fueren las apariencias que tuviere en su mente, podría distinguir con
igual constancia, por su uso, las cosas que tuvieran esas apariencias, y podría
también entender y dar a entender esas distinciones señaladas por las palabras
azul y amarillo, como si las ideas en su mente, recibidas de esas dos flores,
fueran exactamente las mismas que las ideas recibidas por la mente de otros
hombres. Sin embargo, yo me inclino mucho a pensar que las ideas sensibles
producidas por cualquier objeto en la mente de diferentes hombres son, por lo
común, muy cercana e indiscerniblemente parecidas. Me parece que son muchas las
razones que se podrían ofrecer en favor de esa opinión; pero como es cosa
ajena a mi asunto no quiero molestar a mi lector con ellas, sino tan sólo
advertirle que la suposición contraria, caso de poderse probar, es de tan poca
utilidad, ya para el adelanto de nuestros conocimientos, ya para la comodidad de
la vida, que no hace falta molestarnos en examinarla.
§ 16. Las ideas simples, a ese respecto (con relación a las cosas
exteriores), no son falsas, y por qué. De cuanto se ha dicho tocante a
nuestras ideas simples, me parece evidente que nuestras ideas simples no pueden,
ninguna de ellas, ser falsas con respecto a las cosas que existen fuera de
nosotros. Porque, como la verdad de esas apariencias o percepciones en nuestra
mente no consiste, como se ha dicho, sino en su responder a los poderes de los
objetos externos para producir por medio de nuestros sentidos semejantes
apariencias, y como cada una de ellas es, de hecho, en la mente conforme al
poder que la produjo, al cual únicamente representa, no puede ser falsa por ese
motivo, o en cuanto referida a semejante modelo. Azul o amarillo, amargo o
dulce, son ideas que jamás pueden ser falsas; esas percepciones en la mente son
justamente tales cuales son: respuestas a los poderes que Dios ha establecido
para producirlas, de manera que son verdaderamente lo que son, y lo que se ha
intentado que sean. Ciertamente, es posible que los nombres se apliquen mal;
pero eso, a este respecto, no acarrea ninguna falsedad en la idea, como es el
caso de un hombre ignorante de la lengua inglesa, que llame purple (púrpura) al
scarlet (escarlata).
§ 17. Segundo, los modos no son falsos. En segundo lugar, tampoco
pueden ser falsas nuestras ideas complejas de los modos, con referencia a la
esencia de cualquier cosa realmente existente. Porque cualquier idea compleja
que tenga de cualquier modo no hace ninguna referencia a ningún modelo
existente y hecho por la naturaleza. No se supone que contenga en sí ningunas
otras ideas de las que tiene, ni que represente nada que no sea semejante
complejo de ideas como el que representa. Así, cuando tengo la idea de una tal
acción de un hombre, que se abstiene de procurarse el alimento, la bebida, la
ropa y demás necesidades de la vida, según sus riquezas y su hacienda pueden
suficientemente proporcionarle y su estado social requiere, no tengo ninguna
idea falsa, sino una idea tal que representa una acción, ya sea como la
descubro, ya sea como la imagino, de manera que, por eso, no es susceptible ni
de verdad, ni de falsedad. Pero cuando a esa acción le doy el nombre de
frugalidad o de virtud, entonces puede ya decirse que es una idea falsa, si de
ese modo se supone que esté de acuerdo con aquella idea a la que, propiamente
hablando, pertenece el nombre de frugalidad, o que se conforme con aquella ley
que es el patrón de la virtud y del vicio.
§ 18. Tercero, cuándo las ideas de las substancias son falsas. Como
nuestras ideas complejas de las substancias quedan todas referidas a modelos en
las cosas mismas, pueden ser falsas. Que tales ideas sean todas falsas cuando se
las mira como las representaciones de las esencias desconocidas de las cosas es
tan evidente que no hace falta decir nada acerca de ello. Por lo tanto, no me
ocuparé en esa suposición quimérica, y las consideraré como colecciones de
ideas simples en la mente, sacadas de combinaciones de ideas simples que
constantemente existen juntas en las cosas, y de cuyos modelos se supone son
copias; y en esta referencia de dichas ideas a la existencia de las cosas, son
ideas falsas: 1) cuando reúnen ideas simples que no tienen unión en la
existencia real de las cosas; como cuando a la forma y tamaño que existen
juntos en un caballo, se une, en la misma idea compleja, la capacidad de ladrar
como un perro; las cuales tres ideas, como quiera que se junten en la mente para
formar una idea, nunca se dan unidas en la naturaleza, y por eso a esta idea se
puede llamar una idea falsa de un caballo. 2) Las ideas de las substancias, a
este respecto, también son falsas cuando, de cualquier colección de ideas
simples que en efecto existan siempre juntas, se separa, por una negación
directa, cualquier otra idea simple que constantemente se halla unida a aquéllas.
Así, si a la extensión, a la solidez, a la fusibilidad, a la peculiar pesantez
y al color amarillo del oro, cualquiera junta en su pensamiento la negación de
un mayor grado de fijeza que la que hay en el plomo o el cobre, puede decirse
que esa persona tiene una idea compleja falsa, del mismo modo que cuando junta a
esas otras ideas simples la idea de una fijeza perfecta y absoluta. Porque, en
ambos casos, como la idea compleja de oro está formada de unas ideas simples
que en la naturaleza no están reunidas, puede decirse que es falsa. Empero, si
de esa su idea compleja deja afuera completamente la idea de fijeza, sin que
efectivamente la junte o la separe del resto en su mente, entonces me parece que
se debe mirar más bien como una idea inadecuada e imperfecta, que no como
falsa; porque si bien no contiene todas las ideas simples que están juntas en
la naturaleza, de todos modos no reúne ningunas ideas, sino las que realmente
existen juntas.
§ 19. La verdad y la falsedad suponen siempre la afirmación o la negación.
Aun cuando, condescendiendo con la manera común de hablar, he mostrado en qué
sentido y sobre qué fundamento pueden llamarse algunas veces verdaderas o
falsas nuestras ideas, sin embargo, con tal de que miremos un poco más de cerca
el asunto en todos los casos en que una idea se dice verdadera o falsa, es a
partir de algún juicio que hace la mente, o que se supone que hace, de donde se
dice que es verdadera o falsa. Porque, como la verdad o la falsedad nunca están
sin alguna afirmación o negación, expresa o tácita, sólo se encuentran allí
donde se unen o separan signos, según el acuerdo o desacuerdo respecto a las
cosas que significan. Los signos que principalmente empleamos son ideas o
palabras, con los cuales hacemos proposiciones mentales o verbales. La verdad
consiste en unir o en separar esos representantes, según que las cosas que
representan estén, en sí mismas, de acuerdo o no; y la falsedad consiste en lo
contrario, como más adelante se mostrará más plenamente.
§ 20. En sí mismas, las ideas no son ni verdaderas ni falsas.
Por lo tanto, de toda idea que tengamos en la mente, conforme o no a la
existencia de las cosas, o a otras ideas en la mente de otros hombres, no podrá
por sólo eso, decirse que es falsa. Porque estas representaciones, si solamente
contienen lo que realmente existe en las cosas externas, no pueden ser
consideradas falsas, puesto que son representaciones exactas de algo. Ni
tampoco, si contienen algo diferente a la realidad de las cosas, puede decirse
propiamente que sean representaciones o ideas falsas de las cosas que no
representan, sino que el equívoco y la falsedad tiene lugar:
§ 21. 1) Cuando se juzga que están de acuerdo con la idea de otro
hombre, sin estarlo. Primero, cuando teniendo la mente una idea, juzga y
concluye que es la misma que otra idea en la mente de otros hombres, significada
por el mismo nombre, o que está de acuerdo con la significación o definición
comúnmente recibida de esa palabra, si, en efecto, no hay tal acuerdo; equívoco,
el más usual respecto a los modos mixtos, aunque otras ideas también pueden
incurrir en él.
§ 22. 2) Cuando se juzga que están de acuerdo con la existencia real,
sin estarlo. Segundo, cuando teniendo la mente una idea completa formada
de una colección de ideas simples, tales como la naturaleza nunca junta, juzga
la mente que su idea está de acuerdo con una especie de criaturas realmente
existente; como cuando reúne la pesantez del estaño al color, a la fusibilidad
y a la fijeza del oro.
§ 23. 3) Cuando se juzgan ser adecuadas, sin serlo. Tercero,
cuando en su idea compleja la mente ha unido un cierto número de ideas simples
que en efecto existen juntas en alguna clase de criaturas, pero al mismo tiempo
ha dejado fuera otras ideas igualmente inseparables, y juzga que esa su idea es
una idea completa perfecta de una clase de cosas, cuando en realidad no lo es.
Así, por ejemplo, habiendo juntando las ideas de substancia, de amarillo, de
maleable, de muy pesado y de fusible, la mente toma esa idea compleja como una
idea completa del oro, cuando, sin embargo, la fijeza peculiar del oro y su
solubilidad en agua regia son tan inseparables de aquellas otras ideas o
cualidades de dicho cuerpo, como éstas lo son las unas de las otras.
§ 24. 4) Cuando se juzga que representan la esencia real. Cuarto,
aún mayor es el equívoco cuando yo juzgo que esta idea compleja contiene en sí
misma la esencia real de cualquier cuerpo existente, puesto que lo más que
contiene es solamente algunas pocas de esas propiedades que fluyen de su esencia
y constitución. Y digo solamente algunas pocas de esas propiedades, porque,
como esas propiedades consisten, en su mayoría, en poderes activos y pasivos
que tiene el cuerpo respecto de otras cosas, todas las propiedades de un cuerpo
que vulgarmente son conocidas y de las cuales usualmente se forman las ideas
complejas de las clases de cosas no son sino muy pocas en comparación con lo
que un hombre que la haya de diversos modos probado y examinado conoce acerca de
esa precisa clase de cosas; y todas las que pueda conocer el hombre más experto
no son sino pocas en comparación con las que en realidad se hallan en ese
cuerpo, y que dependen de su constitución interna o esencial. La esencia de un
triángulo es muy limitada: consiste en muy pocas ideas; tres líneas que
cierran un espacio componen esa esencia. Pero las propiedades que fluyen de esa
esencia son más de las que fácilmente pueden conocerse o enumerarse. Así me
imagino que acontece respecto a las substancias: sus esencias reales quedan
comprendidas entre límites estrechos, aunque las propiedades que fluyen de esa
interna constitución son un sinfín.
§ 25. Cuándo son falsas las ideas. Para concluir, como el hombre
no tiene noción alguna de ninguna cosa fuera de él, sino por la idea que tenga
de ella en su mente (la cual idea el hombre tiene poder para llamarla por el
nombre que le venga en gana), puede, ciertamente, forjarse una idea que ni
responda a la realidad de las cosas, ni vaya de acuerdo con las ideas comúnmente
significadas por las palabras de otros hombres, pero no puede hacerse una idea
equivocada o falsa de una cosa que no conoce de otro modo que no sea por la idea
que tiene de ella. Por ejemplo, cuando formo la idea de las piernas, los brazos
y el cuerpo de un hombre, y le junto la cabeza y el pescuezo de un caballo, no
forjo una idea falsa de nada, porque no representa nada que esté fuera de mí.
Pero cuando la llamo hombre o tártaro, e imagino que representa a algún ser
real fuera de mí, o bien, que es la misma idea que otros llaman por el mismo
nombre, entonces, en ambos casos, puedo errar. Y es, con semejante motivo, como
viene a decirse que es una idea falsa, aun cuando, en efecto, la falsedad no
radica en la idea, sino en esa proposición mental tácita en que se le atribuye
a la idea una conformidad o semejanza que no tiene. Pero, de todos modos, si
habiendo forjado esa idea en mi mente, sin pensar que la existencia o el nombre
de hombre o de tártaro le pertenecen, me empeño en llamarla hombre o tártaro,
con justicia se podrá pensar que soy fantástico en esa dotación de nombre,
pero no que sea erróneo mi juicio, ni que la idea sea en modo alguno falsa.
§ 26. Con más propiedad pueden llamarse las ideas correctas o
equivocadas. Acerca de todo este asunto pienso que nuestras ideas, en
cuanto las considera la mente con referencia al significado propio de sus
nombres, o bien con referencia a la realidad de las cosas, muy aptamente pueden
llamarse ideas correctas o equivocadas, según que se conformen, o no, a
aquellos modelos a los cuales quedan referidas. Pero si alguien prefiere
llamarlas verdaderas o falsas es justo que se use de la libertad que todos
tenemos de llamar las cosas por los nombres que nos parezca mejor; aunque, en
propiedad de habla, me parece que verdad y falsedad son nombres que apenas les
convienen, salvo en cuanto que, de un modo u otro, las ideas contienen
virtualmente alguna proposición mental. Las ideas que están en la mente de un
hombre, consideradas simplemente, no pueden estar equivocadas a no ser las ideas
complejas en las cuales estén mezcladas partes incompatibles. Todas las demás
ideas son, en sí mismas, correctas, y el conocimiento acerca de ellas es un
conocimiento correcto y verdadero; pero cuando venimos a referirlas a cualquier
cosa como sus modelos y arquetipos, entonces son capaces de ser equivocadas en
la medida que desacuerden con dichos arquetipos.