Capítulo VII
DE LAS IDEAS SIMPLES QUE PROVIENEN DE LA SENSACIÓN Y DE LA REPLEXIÓN
1. El placer y el dolor
Existen otras ideas simples que se comunican a la mente
mediante todas las vías de la sensación y de la reflexión, a saber:
2. El placer y el dolor se mezclan con casi todas nuestras ideas
El placer o la inquietud se unen, el uno a la otra, a casi
todas nuestras ideas, tanto de sensación como de reflexión; y apenas existe
nada que afecte desde el exterior a nuestros sentidos, o ningún escondido
pensamiento interior de nuestra mente, que no sea capaz de provocar en nosotros
placer o dolor. Quiero que se entienda que el placer y el dolor significan todo
aquello que nos deleita o nos molesta, bien proceda de los pensamientos en la
mente, bien de cualquier cosa que actúa sobre nuestros cuerpos. Porque ya sea
que, por una parte, hablemos de satisfacción, deleite, placer, felicidad, etc.,
y por otra de inquietud, pena, dolor, tormento, angustia, miseria, etc., no son,
sin embargo, sino grados diferentes de una misma cosa, y pertenecen a las ideas
de placer y color, deleite o inquietud; éstos serán los nombres que emplearé
con mayor frecuencia para esas dos clases de ideas.
3. Como motivos de nuestras acciones
Habiéndonos dado el infinitamente sabio autor de nuestro ser
el poder de mover diferentes partes de nuestros cuerpos o de mantenerlos en
reposo, según nos parezca conveniente, y, asimismo, por el movimiento de esas
partes, el poder de movernos a nosotros mismos y a los cuerpos que nos son
contiguos, en lo que consisten todas las acciones del cuerpo, y habiendo dado
poder a vuestra mente, en algunos casos, para elegir entre sus ideas, sobre la
que pensar, a fin de realizar, de manera atenta y detallada, la investigación
de este o aquel asunto, y de llevarnos a esas acciones de pensamiento y
movimiento, de las que somos capaces, ha creído conveniente unir a
pensamientos distintos y a varias sensaciones una percepción de placer. Si
ésta estuviera totalmente separada de todas nuestras sensaciones externas y
nuestros pensamientos internos, ningún motivo tendríamos para preferir un pensamiento a otro, una acción a otra, por ejemplo, no podríamos escoger
entre la negligencia y la atención, o el movimiento y el reposo. De tal manera
que no moveríamos nuestros cuerpos ni mantendríamos la mente ocupada, sino que
dejaríamos que nuestros pensamientos corriesen a la deriva (valga la
expresión), sin ninguna dirección ni propósito, y permitiríamos que
aparecieran en nuestra mente, según fueran ocurriendo y sin otorgarles atención alguna, las ideas, cual
sombras inadvertidas. Y en esta situación el hombre, por muy dotado que
estuviera de las facultades de entendimiento y de la voluntad, resultaría un
ser ocioso e inactivo que pasaba su cuerpo en un perezoso y letárgico sueño,
Por tanto, nuestro sabio Creador se ha dignado agregar a los objetos y a las
ideas que recibimos de ellos, lo mismo que a algunos de nuestros pensamientos,
un placer concomitante, graduado en los diversos objetos, para que aquellas
facultades de las que El nos ha dotado no queden por completo ociosas y sin
ocupación por nuestra parte.
4. Fin y utilidad del dolor
Tan eficaz y útil resulta el dolor para hacernos trabajar
como el placer, ya que nos mostramos tan dispuestos a usar nuestras facultades
para evitar aquél, como para lograr éste. Y hay algo que merece una
consideración especial: que es frecuente que el dolor lo produzcan los mismos
objetos y las mismas ideas que nos proporcionan el placer. Pero esta estrecha
unión que frecuentemente nos hace sentir dolor en las sensaciones que antes
nos resultaban placenteras, nos ofrece un motivo más para admirar la sabiduría
y bondad de nuestro Creador, que, al proponerse la continuación de nuestro
ser, ha unido el dolor a la aplicación de muchas cosas a nuestro cuerpo, para
advertirnos del daño que pueden hacernos, y como aviso para que las evitemos.
Pero como El no se propuso únicamente nuestra preservación, sino además la de
cada parte y órgano en su perfección, ha unido, en muchos casos, el dolor a
las mismas ideas que nos complacen. De esta manera, el calor, muy agradable para
nosotros en ciertas condiciones de temperatura, resulta un tormento nada común
cuando se aumenta un poco; y el más placentero de todos los objetos sensibles,
la propia luz, si se da en exceso, si se aumenta más allá de lo que los ojos
admiten, produce
una sensación especialmente dolorosa. Esto ha sido ordenado por la naturaleza de manera sabia y adecuada, a fin de que cuando
cualquier objeto, por la vehemencia de su operación, amenace destruir los
instrumentos de la sensación, cuyas estructuras son necesariamente muy
delicadas y sutiles, pueda el dolor advertirnos para que nos retiremos antes de
que el órgano se destruya totalmente y pierda su aptitud en el futuro
para desempeñar sus funciones inherentes. La consideración sobre los objetos
que la producen podrá convencernos de que éste es el fin o la utilidad del
dolor. Porque aunque los ojos no puedan soportar una gran cantidad de luz, sin
embargo, el máximo grado de oscuridad no los enferma, pues al no provocar
ningún cambio desordenado mantiene a ese órgano singular en su estado
natural y sin daño. Sin embargo, el exceso de frío, igual que el de calor, nos
produce dolor, porque es igualmente descriptivo para esa templanza que necesitamos para la continuación de la vida y para el
ejercicio de las distintas
funciones del cuerpo, templanza que consiste en un grado moderado de calor, si
se quiere, en el movimiento de las partes insensibles de nuestro cuerpo, que
está restringido por unos límites determinados.
5. Otro fin
Además de todo esto, podemos hallar otra razón que explica
los motivos por los que Dios ha dispuesto varios grados de placer y de dolor,
por defecto y por exceso, en todas las cosas que nos rodean y que nos afectan,
mezclándolo en casi todo aquello relacionado con nuestros pensamientos y
sentidos, y es que al encontrar nosotros la imperfección, la insatisfacción
y la ausencia de una felicidad verdadera en todos los deleites que puede
ofrecernos el Creador, nos veamos llevados a buscarla en el goce de aquel en
quien «harturas de alegrías hay y deleites en tu diestra para siempre» (Salmo
XIV,11 ).
6. La bondad de Dios une el placer y el dolor a nuestras otras ideas
Aunque lo explicado hasta aquí no sirve, quizá, para
aclararnos más las ideas de placer y de dolor de lo que nuestra propia
experiencia nos muestra, única forma de que podemos alcanzar estas ideas, sin
embargo, como la consideración de los motivos por los que se entrelazan como
otras tantas ideas puede servir para hacernos concebir justos sentimientos sobre
la sabiduría y bondad del Soberano que ha dispuesto todas las cosas;
semejante consideración no deja de ser adecuada para el propósito
fundamental de estas investigaciones, ya que el conocimiento y la adoración
de ese Ser Supremo es el fin principal de todos nuestros pensamientos y el
verdadero objeto de todo el entendimiento.
7. Existencia y unidad
La existencia y la unidad son otras dos ideas que llegan al
entendimiento por todos los objetos externos y por todas las ideas internas.
Cuando tenemos ideas en la mente, consideramos que están allí de manera
efectiva, de igual manera que consideramos que están efectivamente fuera de
nosotros las cosas, es decir, que existen o que tienen existencia. Y el
entendimiento alcanza la idea de la unidad por todo aquello que podemos
considerar como una cosa sola, sea un ser real, sea una idea.
8. El poder
Otra de las ideas simples que recibimos por medio de la
sensación y de la reflexión es la del poder. Pues al observar nosotros mismos
que pensamos y que podemos hacerlo, que podemos, según nuestro deseo, mover
distintas partes de nuestro cuerpo que antes estaban en reposo,
y los efectos que, asimismo, pueden producir entre sí los cuerpos naturales que se
presentan ante nuestros
sentidos a cada momento, llegamos a adquirir la idea del poder a través de estas
dos vías.
9. La sucesión
Además de ésas, existe otra idea que, aunque también se
sugiere con los sentidos, nos la ofrecen de una forma más continua en los
acontecimientos de nuestra propia mente, y es la idea de sucesión. Porque si
nos viéramos de una manera inmediata por dentro a nosotros mismos, y
reflexionáramos sobre lo que allí se puede observar, encontraríamos que
nuestras ideas van y vienen sin interrupción, siempre que nos hallemos en
estado de vigilia o en el acto del pensamiento.
10.Las ideas simples son los materiales de todo nuestro
conocimiento
Según creo, éstas son, si no todas, al menos las ideas
simples más importantes que tiene la mente, y el resto de sus conocimientos se
producen a partir de ellas; y todo lo recibe únicamente por las vías de la
sensación y de la reflexión a que antes nos hemos referido.
Y no crea nadie que estamos limitando excesivamente la
espaciosa capacidad de la mente humana que vuela más alto de las estrellas, y
que, al no poder quedar limitada por las fronteras del mundo, extiende con
frecuencia sus pensamientos incluso por encima de las regiones últimas de lo
material, y hace incursiones por el vacío insalvable. Admito todo esto; pero
me gustaría que alguien mencionara cualquier idea simple que no se reciba a
través de uno de esos dos conductos a que antes me refería, o cualquier idea
incompleta que no surja de esas ideas simples. Ni parecerá tan
extraño pensar que estas pocas ideas simples
sean suficientes para llenar por completo el pensamiento más agudo o la
capacidad más amplia, y para dotar los materiales de todo ese conocimiento
vario, y de las todavía más variadas fantasías y opiniones de toda la
humanidad, si tenemos en cuenta la cantidad de palabras que pueden componerse a
partir de las distintas combinaciones de veinticuatro letras; o si yendo
más adelante, pensamos en la variedad de combinaciones que se pueden
establecer solamente con alguna de las ideas que antes mencionamos, es decir: el
número, cuyos fondos son inagotables y en verdad infinitos. Y ¿qué decir
del amplio e inmenso campo que la idea de extensión brinda a los matemáticos?