LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo I
ACERCA DE LAS PALABRAS O DEL LENGUAJE EN
GENERAL
1. El hombre tiene disposición para formar sonidos articulados
Dios, habiendo decidido que el hombre fuera una criatura
sociable, lo hizo no sólo con la inclinación y la necesidad de relacionarse
con los de su propia especie, sino que además lo dotó de un lenguaje, que
sería su gran instrumento y vínculo común con la sociedad. Por ello, el
hombre tiene por naturaleza sus órganos dispuestos de tal manera que está en
disposición de emitir sonidos articulados a los que llamamos palabras. Pero
esto no es todavía suficiente para producir el lenguaje, pues los lotos, y
otros pájaros, pueden ser adiestrados para que produzcan sonidos articulados
diferentes, y, sin embargo, esto no quiere decir estén en posesión del
lenguaje.
2. Cómo usar esos sonidos como signos de ideas
Por tanto, además de esos sonidos articulados se hizo
necesario que el hombre fuera capaz de usarlos como signos de concepciones
internas; y que estos sonidos se pudieran establecer como señales de las ideas
alojadas en su mente, de tal manera que los pensamientos de las mentes de los
hombres se comunicaran de unas a otras.
3. Para hacerlos signos generales
Ni tampoco era suficiente todo esto para hacer las palabras
tan útiles como debieran. No es suficiente para la perfección del lenguaje con
que los sonidos se puedan convertir en signos de ideas, a no ser que esos signos
se puedan usar de manera tal que puedan abarcar varias cosas particulares: la
multiplicación de las palabras habrían confundido su uso, si cada cosa concreta necesitara de un nombre distinto que la
significara. Para remediar este
inconveniente, el lenguaje ha tenido un mayor perfeccionamiento en el uso de
términos generales, por el que una palabra se hizo para señalar una gran
cantidad de existencias particulares; este uso ventajoso de los sonidos se
obtuvo solamente por la diferencia de las ideas de las que ellos eran signos,
convirtiéndose así esos nombres en generales, los cuales se han hecho para
establecer las ideas generales, quedando como particulares aquellos en que las
ideas para las que se usan son particulares.
4. Para hacerlos significar la ausencia de ideas
positivas
Además de los nombres que significan ideas, existen otras
palabras que utilizan los nombres no para significar una idea, sino la carencia
o ausencia de algunas ideas, simples o complejas, de todas las ideas juntas;
tales como la palabra nihil en latín o ignorancia y esterilidad en
español (ignorance y barrenness, en inglés). Todas estas palabras
negativas o privativas no puede decirse propiamente que pertenezcan o signifiquen alguna idea, ya que
entonces serían sonidos absolutamente desprovistos de significado, en tanto que se trata de sonidos que se
relacionan con ideas positivas, significando su ausencia.
5. Las palabras se derivan, en última instancia, de otras que significan
ideas sensibles
Tal vez nos veamos ligeramente avocados hacia el origen
de todas nuestras nociones y conocimientos, si señalamos la gran dependencia
que tienen nuestras palabras con respecto a las ideas simples comunes; y cómo
aquellas palabras que se usan para significar acciones y nociones lejanas de
los sentidos tienen allí su origen, y de ideas que son obviamente sensibles en
las significaciones más abstrusas, hechas para significar ideas que no están
comprendidas dentro del conocimiento de nuestros sentidos. Por ejemplo,
imaginar, aprehender, comprender, adherir, concebir, inculcar, disgusto,
perturbación, tranquilidad, etc., son en su totalidad palabras tomadas de las
operaciones de las cosas sensibles y aplicadas a ciertos modos de pensamiento. Espíritu, en su significación primaria, es aliento; ángel, el
mensajero. Y no dudo que, si pudiera investigar sus orígenes, encontraría, en
todas las lenguas, que los nombres aplicados a cosas que no caen bajo
nuestros sentidos tuvieron su origen en ideas sensibles. Por donde podemos
llegar a alguna conclusión sobre la clase de nociones que eran, y de dónde se han derivado, las que ocuparon las mentes de los hombres que fueron los
iniciadores de los lenguajes, y cómo la naturaleza, incluso al nombrar
las cosas, sugirió de manera inadvertida a los hombres los orígenes y principios de sus conocimientos, ya que, para dar nombres que pudieran comunicar a
otros cualquier operación que sentían en sí mismos, o cualquier idea no proveniente de sus sentidos, necesitaron echar mano de palabras, de ideas, de
sensación comúnmente conocidas, para poder así hacer concebir más
fácilmente a los otros
esas operaciones que experimentaban en sí mismos, y que no producían ninguna
apariencia externa sensible; y entonces, cuando ya tenían nombres conocidos y
asentidos para significar esas operaciones internas de sus propias mentes, ya
se encontraban suficientemente dotados para dar a conocer por medio de palabras todas sus otras ideas, desde el momento en que no podían consistir en
nada que no fuera o sus propias percepciones sensibles externas o las
operaciones internas de sus mentes sobre ellas; puesto que, según se ha
demostrado, no teniendo en nosotros ninguna idea, que no sea las que
originalmente provienen de los objetos sensibles externos, o las que sentimos
dentro de nosotros mismos, a partir del funcionamiento interno de nuestro
propio espíritu, del cual somos conscientes en nuestro fuero interno.
6. Distribución de los temas que vamos a tratar
Para comprender mejor el uso y la fuerza del lenguaje, en
cuanto servidor de la instrucción y del conocimiento, será conveniente tener
en cuenta:
Primero, a qué se aplican, inmediatamente, en el uso que se
hace del lenguaje, los nombres.
Segundo, puesto que todos los nombres (a excepción de los
propios) son generales, y, por tanto, no significan particularmente esta o aquélla cosa singular, sino las clases y rangos de las cosas, será necesario
tener en cuenta inmediatamente qué son las clases y rangos de las cosas, o, si
se prefieren los nombres latinos, qué son las especies y géneros de las cosas,
en qué consisten y cómo llegan a formarse. Después que esto se haya
delimitado de manera correcta (como debe serlo), podremos determinar mejor el
uso correcto de las palabras; las ventajas y los defectos naturales del len-
guaje; los remedios que se deben emplear para evitar los inconvenientes de la
oscuridad o imprecisión en la significación de las palabras, sin todo lo cual
resulta imposible disertar con claridad u orden en torno al conocimiento,
dado que éste, al ocuparse de proposiciones, y especialmente de las más
universales, tiene una conexión más estrecha con las palabras de lo que
comúnmente se sospecha.
Estas consideraciones, por tanto, serán el tema de los
capítulos siguientes.