LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo X
ACERCA DEL ABUSO DE LAS PALABRAS

1. Abuso de las palabras
Además de la imperfección que se encuentra de manera natural en el lenguaje, y de la oscuridad y confusión que es tan difícil de evitar en el uso de las palabras, hay algunas faltas intencionales y negligencias de que los hombres son culpables en esta manera de la comunicación, por las que hacen que estos signos sean menos claros y distintos en su significación de lo que naturalmente deben ser.
2.
Primero, las palabras se emplean muchas veces sin ninguna idea o con ninguna idea clara
Dentro de esta clase, el abuso primero y más palpable consiste en el empleo de palabras sin ideas claras y distintas, o, lo que es peor, el de signos sin ninguna cosa significada. De éstos los hay de dos clases:
1. Se pueden advertir, en todos los lenguajes, ciertas palabras que, una vez examinadas, no significan ninguna idea clara y distinta en su uso apropiado y en su origen. Estas, en su mayoría, han sido introducidas por las diversas sectas de la filosofía y de la religión. Porque sus autores o promotores, bien por afectar a algo singular y fuera de las comunes aprehensiones, bien por defender opiniones extrañas o por ocultar alguna debilidad de sus hipótesis, rara vez dejan de acuñar palabras nuevas y tales que, si se las examina bien, pueden con justicia calificarse de términos sin significado. Porque no teniendo ningún conjunto determinado de ideas anejos a ellos cuando fueron inventados, o al menos no teniendo ninguno que
sea congruente al ser examinadas esas ideas, no es de extrañar que más tarde en el uso vulgar que hacen sus partidarios, no será sino sonidos vacíos, con ninguna o muy escasa significación, para aquellos que piensan que es suficiente con ponerlos en su boca, como caracteres distintivos de su escuela o iglesia, sin tener la preocupación de examinar cuáles son las ideas precisas que significan. No necesito añadir aquí más ejemplos, puesto que todo hombre puede encontrar un amplio repertorio de ellos en sus lecturas y conversaciones. Y si alguien quiere estar mejor abastecido, los grandes maestros en esta clase de términos, quiero decir los escolásticos y metafísicos (entre los que pienso se pueden incluir los filósofos diletantes, naturales y morales, de estas últimas edades) les pueden proporcionar gran abundancia donde contentarse.
3. Segundo, otras
palabras carecen de significados distintivos
Hay otros que llevan este abuso aún más lejos, los cuales, teniendo la poca precaución de no emplear palabras que en su denotación primaria apenas significan ideas claras y distintas anexas a estas palabras, sino que, por una negligencia imperdonable, emplean con frecuencia palabras que la propiedad del lenguaje ha unido a ideas muy importantes, sin ningún significado realmente establecido. Sabiduría, gloria, gracia, etcétera, son palabras que con frecuencia se encuentran en boca de los hombres; pero si a muchos de los que las emplean se les preguntara qué es lo que quieren significar con ellas, se quedarían sorprendidos y sin saber qué respuesta dar, prueba evidente de que, aunque han aprendido esos sonidos, y los tienen continuamente en sus labios, no tienen en sus mentes ninguna idea determinada que deseen comunicar a los demás por medio de dichos términos.
4
. Esto es debido a que los hombres aprenden los nombres antes de tener las ideas que les pertenecen
Habiendo sido acostumbrados los hombres desde la cuna a aprender palabras que fácilmente adquieren y retienen, antes de haber conocido o forjado las ideas complejas a las que van anejas, o que se encuentran en las cosas que pensaron significaban, continúan a lo largo de toda su existencia haciendo lo mismo; y, sin realizar los esfuerzos necesarios para fijar en sus mentes determinadas ideas, emplean sus palabras para significar sus confusas nociones, contentándose a sí mismos con las mismas palabras que los demás, como si estos sonidos llevaran necesariamente el mismo significado. Sin embargo, aunque los hombres se ajustan a esto en los acontecimientos ordinarios de la vida, en los que encuentran que es necesario que se les comprenda, para lo que utilizan los signos necesarios, esta falta de significación en sus palabras, cuando se ponen a razonar sobre sus opiniones o intereses, ocupa de manera evidente sus discursos con una abundancia de ruidos ininteligibles y palabrería vana, especialmente en los asuntos morales, en los que, al significar las palabras numerosos y arbitrarios conjuntos de ideas, que no están reunidas de manera regular y permanente en la naturaleza, son con frecuencia meros sonidos o, al menos, evocan unas nociones oscuras e inciertas anejas a ellas. Los hombres toman las palabras que encuentran en uso entre sus vecinos, y para no parecer ignorantes de lo que significan, las emplean confiadamente, sin romperse mucho la cabeza, para determinar su sentido exacto; de esta manera, además de la comodidad, obtienen otra ventaja, a saber: que como en tales discursos rara vez tienen la razón, también rara vez se convencen de que están equivocados, pues querer convencer de sus errores a hombres que no tienen unas nociones determinadas es lo mismo que echar de su habitación a un vagabundo que no tiene un domicilio fijo. Yo pienso que ocurre así, pero cada cual podrá observar en sí mismo y en los demás si lo es o no.
5. En segundo lugar, la inconstancia en su aplicación
Otro gran abuso de las palabras es la inconstancia en su uso. Resulta difícil encontrar un escrito sobre cualquier tema, especialmente sobre alguno controvertido, en el que no se pueda observar, si se lee con atención, que las mismas palabras (por lo general, las de mayor importancia y sobre las que gira la argumentación) se usan algunas veces para significar un conjunto de ideas simples, y otras para significar un conjunto diferente, lo que supone un total abuso del lenguaje. Siendo la finalidad de las palabras el ser signos de mis ideas, para comunicarlas a los demás, no por ninguna significación natural, sino por una imposición voluntaria, resulta un claro engaño y un abuso el que unas veces signifiquen una cosa y en otras ocasiones otra distinta; y si esto se hace intencionadamente, no podrá reputarse más que a una gran estupidez o deshonestidad. Y un hombre, en sus cuentas con otro, podría con la misma equidad hacer que los caracteres numéricos significaran unas veces un conjunto de unidades y otras otro diferente, por lo que, por ejemplo, el guarismo 3 significaría unas veces tres, otras cuatro y otras ocho, pues tendría el mismo derecho para ello que el que le asiste para que, en sus discursos o razonamiento, las palabras signifiquen conjuntos diferentes de ideas simples. Si los hombres actuaran así en sus negocios, me gustaría ver quién los realizaba. El que se expresara de esta manera en los asuntos y negocios del mundo, y algunas veces llamara al ocho siete, y otras nueve, según sus conveniencias, rápidamente sería motejado con uno de los nombres que las personas tanto aborrecen. Y, sin embargo, en las argumentaciones y controversias eruditas, esta misma clase de procedimiento pasa comúnmente por ingenioso y docto, aunque para mí es una deshonestidad mayor que la suplantación de cuentas cuando se va a saldar una deuda; y me parece que el engaño será tanto mayor cuanto mayor es el valor de la verdad y su trascendencia que el dinero.
6.
En tercer lugar, la afectada oscuridad, como ocurre con los peripatéticos y otras sectas de filósofos
Otro de los abusos del lenguaje consiste en una oscuridad afectada, bien aplicando a las palabras significaciones nuevas o desusadas, bien introduciendo términos nuevos o ambiguos, sin definirlos o poniéndolos juntos, de modo que su significado usual resulte confuso. Aunque la filosofía peripatética ha sobresalido en este procedimiento, otras sectas no han sido mucho más claras. Apenas existe alguna de éstas (tal es la imperfección del conocimiento humano) que no intente cubrir con la oscuridad de sus términos sus problemas, pues haciendo confusa la significación de las palabras, éstas impiden, como una neblina ante los ojos de la gente, que se descubran sus puntos más débiles. Que cuerpo y extensión signifiquen en el uso común dos ideas distintas, es algo evidente para quien reflexione un poco; pues si sus significados fueran exactamente los mismos, sería tan acertado e inteligible decir «el cuerpo de una extensi6n» como «la extensión de un cuerpo»; y, con todo, hay algunos que piensan es necesario confundir el significado de estos dos términos. A este abuso y a los perjuicios que trae consigo el confundir la significación de las palabras, la lógica y las ciencias liberales le han dado su aprobación, tal y como se han practicado en las escuelas; y el admirado Arte de la Controversia ha contribuido mucho a la natural imperfección de los lenguajes, puesto que se ha usado para desdibujar la significación de las palabras más que para descubrir el conocimiento y la verdad de las cosas; y el que quiera adentrarse en el estudio de esta clase de escritos doctos, encontrará que las palabras son mucho más oscuras, inciertas e indeterminadas en su significado, que lo son en la conversación normal.
7.
La lógica y las disputas han contribuido mucho
Inevitablemente tendrá que ocurrir así mientras el ingenio de los hombres se valore por su capacidad de disputar. Y si la fama y los galardones dependen de esta clase de triunfos, directamente relacionados en su mayor parte en las sutilezas y finuras de las palabras, no resulta sorprendente que el ingenio del hombre empleado de esta manera, pudiera confundir, en volver y sutilizar la significación de los sonidos, de manera que nunca le falte qué decir para oponerse o defender cualquier cuestión, ya que la victoria se adjudica no a quien tenga la razón de su parte, sino a quien aporte la última palabra en la disputa.
8.
Se la llama sutileza
Aunque esta habilidad me parece muy inútil y totalmente contraria a los caminos del conocimiento, ha pasado, sin embargo, por recibir los laudables y estimables nombres de sutileza y agudezas ha obtenido el aplauso de las escuelas y el apoyo de una parte de los hombres doctos del mundo. Y no resulta extraño desde el momento en que los filósofos de la antigüedad (me refiero a esos filósofos disputantes y enredosos a los que Luciano ridiculiza con tanta gracia como razón), y más tarde los escolásticos, deseando cosechar gloria y estimación por su conocimiento grande y universal, el cual resulta más fácil simular que adquirir de verdad, encontraron en esto un buen motivo para encubrir su ignorancia, mediante un curioso  e inexplicable juego de palabras confusas, y para procurarse la admiración de los demás por medio de términos ininteligibles, tanto más capaces de producir asombro cuanto más difíciles resultan de comprenderse. Empero, como se puede ver en toda la historia, esos doctores tan profundos no fueron ni más sabios ni más útiles que sus vecinos, y trajeron muy poca utilidad a la vida humana o las sociedades en que vivieron, a no ser que la acuñación de palabras nuevas si la producción de objetos a los que aplicarlas, o el confundir y oscurecer la significación de las antiguas, provocando que todas las cosas sean causas de polémicas y disputas, sea algo beneficioso para la vida del hombre, o digno de la alabanza y el galardón.
9.
Este saber es muy poco beneficioso para la sociedad
Porque por encima de todos estos sabios polemizantes, de todos estos doctores sapientísimos, fue a estadistas no escolásticos a los que los gobiernos del mundo debieron su paz, su seguridad y sus libertades; y del iletrado y minusvalorado mecánico (nombre que se desprecia) fue de donde recibieron los avances en las artes útiles. Sin embargo, esta ignorancia artificiosa y esta jerga cultista prevalecieron poderosamente en estos últimos tiempos por el interés y el artificio de quienes no han sabido encontrar un camino más fácil de mantenerse en esa autoridad y dominio que han alcanzado que el de divertir a los hombres de negocios y a los ignorantes con palabras confusas, o empleando el ingenio y el ocio en intrincadas disputas sobre términos ininteligibles, manteniéndolos perpetuamente en esos intrincados laberintos. Además, no existe mejor manera de conseguir la entrada o sostener la defensa de cualquier extraña y absurda doctrina que el de envolverla con una legión de palabras oscuras, dudosas e indefinidas; lo cual, sin embargo, convierte a esos refugios más en guaridas de ladrones o en madrigueras de zorros que en fortalezas de valerosos guerreros. Y si resulta difícil desalojarlos no es por su fuerza, sino por las zarzas y las espinas y la espesura de la maleza con que se han envuelto, pues como la verdad no es inaceptable para la mente, no le queda otra defensa a lo absurdo que la oscuridad.
10.
Pero destruye los instrumentos del conocimiento y la comunicación
De esta manera, la docta ignorancia y ese arte de apartar a los hombres del conocimiento verdadero se ha propagado en el mundo (incluso entre las personas más inquisitivas) y, pretendiendo esclarecer el entendimiento, lo ha confundido en gran medida. Pues vemos que otros hombres bien intencionados y sabios, cuya educación y circunstancias no les han permitido adquirir esa «sutileza», pueden comunicarse de manera inteligible con los demás, y beneficiarse del lenguaje en su uso normal. Pues aunque los hombres iletrados entienden suficientemente bien las palabras blanco, negro, etc., y poseen constantes nociones de las ideas que esas palabras significan, sin embargo hay filósofos que tuvieron la suficiente erudición y sutileza como para probar que la nieve era negra, es decir, para probar que lo blanco era negro. Y como ellos tenían la ventaja de poder destruir los instrumentos y significados del discurso, de la conversación, de la instrucción y de la sociedad, no han hecho, con su gran arte y sutileza, sino embrollar y confundir la significación de las palabras, y de esta manera han hecho el lenguaje menos útil de lo que sus verdaderos defectos lo habían hecho; talento que el iletrado no ha conseguido alcanzar aún
11.Resulta tan útil como confundir los sonidos que significan las letras del alfabeto
Estos doctos hombres han instruido el entendimiento de los hombres y han aportado beneficios a sus
vidas, en tan gran medida como el que hubiera alterado el significado de las letras conocidas y, mediante alguna sutil prueba de cultura, muy por encima de la capacidad de los ¡letrados de los obtusos y de los vulgares, mostrara en su manera de escribir que podía poner A en lugar de B, D en lugar de E, etc., con no poca admiración y provecho para sus lectores. Pues es tan absurdo poner negro, que es una palabra aceptada para significar una idea sensible, poner esa palabra, digo, para una idea distinta o contraria, por ejemplo, decir que la nieve es negra, como poner el signo A, que es una letra aceptada para significar la modificación de un sonido, producida por cierto movimiento de los órganos del habla, en lugar de B, que se ha acordado signifique otra modificación diferente de sonido, hecha por otros movimientos distintos de los órganos del habla.
12.
Este arte ha confundido la religión y la justicia
No se ha detenido este daño en las sutilezas lógicas, o en las curiosas y vanas especulaciones, sino que ha invadido los más importantes cimientos sobre los que se asienta la vida y la sociedad, ha oscurecido y confundido las verdades materiales de las leyes humanas y divinas, ha traído la confusión, el desorden y la incertidumbre a los asuntos relacionados con los hombres, y si no las ha destruido, al menos ha hecho inútiles en gran medida, estas dos grandes importantes normas: la religión y la justicia. ¿Para qué han servido, si no, la mayor parte de los comentarios y de las disputas sobre las leyes humanas y divinas, sino para hacer su significado más dudoso y su sentido más confuso? ¿Cuál ha sido el efecto de toda esa multitud de distinciones curiosas, de esas amenas sutilezas, sino la oscuridad e incertidumbre, que hacen más ininteligibles las palabras y dejan más desorientado al lector? ¿Por qué ocurre que los príncipes son comprendidos por sus criados cuando les hablan y escriben, y no lo son cuando dictan las leyes a su pueblo? Y, según advertí antes, ¿acaso no ocurre que muchas veces un hombre de capacidad normal comprende perfectamente un texto, o una ley que acaba de leer, hasta que consulta a un expositor o a un abogado, quienes, después de gastar el tiempo en explicarlos, hacen que las palabras no signifiquen nada en absoluto, o que signifiquen lo que ellos quieran?
13. Y no debe pasar por un saber
No voy a examinar aquí si algunos han sido los causantes de todo esto por el interés de sus profesiones; pero me gustaría que se considerase si no sería bueno para el género humano, cuyo mayor interés está en conocer las cosas como son y en actuar como deben, y no en gastar sus vidas en hablar sobre ellas, dando vueltas y jugando con las palabras, si no sería bueno, digo, que el uso de las palabras fuese llano y directo, y que el lenguaje, que nos ha sido dado para perfeccionar el conocimiento y unirnos a la sociedad, no se empleara en destruir la verdad y camuflar los derechos de los pueblos, para sembrar tinieblas y hacer ininteligibles a la vez la moral y la religión o, al menos, si tiene que suceder así, ¿no tendrían que dejar de tenerse como ciencia y conocimiento?
14.
Tomar las palabras por las cosas
Otro gran abuso en las palabras consiste en tomarlas por cosas. Esto, aunque en alguna medida concierne a todos los nombres en general, afecta, sin embargo, de manera más específica a los de las sustancias. Caen con más frecuencia en este abuso aquellos hombres que reducen sus pensamientos a un sistema único cualquiera, y se entregan a la firme creencia de la perfección de cualquier hipótesis recibida, por lo que se llegan a convencer de que los términos de esa secta son tan adecuados a la naturaleza de las cosas, que corresponden perfectamente a su existencia real. ¿Quién que haya sido educado dentro de la filosofía peripatética no piensa que los diez nombres bajo los que se han clasificado los diez predicamentos están exactamente de acuerdo con la naturaleza de las cosas? ¿Quién hay de esta escuela que no esté convencido de que las formas sustanciales, las almas vegetativas, el horror al vacío, las especies intencionales, etc., son algo real? Estas palabras los hombres las han aprendido desale muy pronto en sus estudios, y han visto cómo sus maestros y los sistemas hacían gran hincapié sobre ellas, por lo que no pueden abandonar la opinión de que son términos conforme a la naturaleza, que representan algo realmente existente. Los platónicos tienen su alma del mundo, y los epicúreos la tendencia hacia el movimiento en sus átomos cuando están en reposo. Y apenas existe una secta filosófica que no tenga un conjunto de términos que los demás no entienden. Pero esta jerigonza, que por la debilidad del entendimiento humano sirve ya bien para paliar la ignorancia de los hombres y para cubrir sus errores, llega a parecer, por el uso familiar que hacen de ella los de un mismo clan, la parte más importante del lenguaje, y sus términos los más significativos de todos; y si llegaran a prevalecer, por la influencia de esa doctrina, los de «vehículos aéreos y etéreos», y fueran aceptados de forma general, no dudo que esos términos impresionarían las mentes de los hombres de modo que les convencerían de la realidad de dichas cosas, al igual que ha ocurrido hasta ahora con las formas y las especies intencionales de los peripatéticos.
15. Ejemplo con materia
Hasta qué punto los nombres tomados en lugar de las cosas son capaces de confundir el entendimiento es algo que podrá descubrir el lector atento de los escritores filosóficos; y eso quizá en palabras poco sospechosas de prestarse a esas confusiones. Voy a usar como ejemplo una sola palabra de las de uso más familiar. ¿Cuántas intrincadas disputas no se han dado sobre la materia, como si hubiera realmente alguna cosa tal en la naturaleza, distinta del cuerpo, pues es evidente que la palabra materia significa una idea diferente de la idea de cuerpo? Pues si las ideas que estos dos términos significan fueran precisamente las mismas, en cualquier ocasión se podría usar indiferentemente el uno por el otro. Pero podemos ver que, si bien resulta adecuado afirmar que hay una materia de todos los cuerpos, no es posible decir que hay un cuerpo de todas las materias. De manera familiar, decimos que un cuerpo es mayor que otro, pero suena mal (y creo que nunca se usa) decir que una materia es mayor que otra. ¿Qué se deduce, entonces, de aquí?, es decir, de que aunque la materia y el cuerpo no sean realmente distintos, sino que donde existe uno existe la otra, sin embargo, materia y cuerpo signifiquen dos concepciones diferentes, en que la una es incompleta y solamente una parte de la otra. Pues cuerpo significa una sustancia sólida y dotada de forma, en tanto que materia no es sino una concepción parcial y más confusa, que me parece se usa para referirse a la sustancia y solidez de un cuerpo, sin referirse a su extensión y forma. Y por eso, cuando nosotros hablamos de materia, hablamos siempre de ella corno una, porque en realidad solamente contiene de una manera expresa la idea de una sustancia sólida, que en todas partes es la misma y uniforme. Siendo ésta nuestra idea de materia, no concebimos mejor ni hablamos de materias diferentes en el mundo que de solideces diferentes, aunque concebimos y hablamos de cuerpos diferentes, pues la extensión y la figura son susceptibles de variaciones. Pero desde el momento en que la solidez no puede existir sin la extensión y la forma, el hablar de materia como algo que realmente existe bajo esta abstracción, ha producido sin lugar a dudas esos oscuros e ininteligibles discursos y disputas, que han llenado las cabezas y los libros de los filósofos en torno a la materia prima; y hasta qué punto esta imperfección o abuso se refiere también a muchos otros términos generales, es algo que dejo a la consideración de los demás. Pienso que lo que sí puedo afirmar es que tendríamos un número mucho menor de disputas en el mundo, si las palabras fueran solamente tomadas como signos de nuestras ideas, y no por las cosas mismas. Pues cuando discutimos sobre materia, o sobre cualquier término semejante, realmente sólo discutimos sobre la idea que expresamos por esos sonidos, sin tener en cuenta si esa idea precisa se conforma con algo realmente existente en la naturaleza o no. Y si los hombres nos dijeran qué ideas son las que significan sus palabras, no habría ni la mitad de esa oscuridad o polémicas que se dan en la búsqueda de la verdad.
16.
Esto hace que los errores se mantengan
Pero cualesquiera que sean los inconvenientes que se siguen de estos errores en el empleo de las palabras, estoy seguro de que, por el uso constante y familiar, se provoca que los hombres acepten nociones muy lejanas de la verdad de las cosas. Resulta un asunto muy arduo el persuadir a alguien de que las palabras de su padre, de su maestro, del reverendo de su parroquia o de aquel insigne doctor no significan nada que tenga una existencia real en la naturaleza, lo cual, quizá, no es una de las menores causas que hacen tan difíciles el que los hombres abandonen por completo sus errores, incluso en opiniones meramente filosóficas, en las que no existe más interés que la verdad. Porque como las palabras que ellos han estado utilizando durante tanto tiempo están firmemente grabadas en sus mentes, no resulta extraño que sean fáciles de suprimir las nociones equivocadas que van anejas a estas palabras.
17.
En quinto lugar, por concederles un significado que no pueden tener
Otro abuso de las palabras consiste en colocarlas en lugar de cosas que éstas ni significan, ni pueden significar. Podemos observar que en los nombres generales de las sustancias, de las que únicamente conocemos sus esencias nominales, cuando los ponemos en proposiciones y afirmamos o negamos algo sobre ellos, muy comúnmente suponemos de manera tácita o pretendemos que significan la esencia real de alguna clase de sustancias. Porque cuando un hombre afirma que el oro es maleable, quiere decir e insinúa algo más que esto: que lo que llamo oro es maleable (aunque realmente no significa más), sino que quiere que se entienda que el oro, es decir, lo que tiene la esencia real del oro, es maleable, lo que supone decir que la maleabilidad depende y es inseparable de la esencia real del oro. Pero para el hombre que no conoce en qué consiste la esencia real, la conexión en su mente sobre la maleabilidad no se establece realmente con una esencia que desconoce, sino con el sonido oro que pone en lugar de ella. De esta manera, cuando decimos que animal rationale es una buena definición de hombre, y que animal implume bipes latis ungibus no lo es, es evidente que suponemos que el nombre hombre significa en este caso la esencia real de una especie, lo que significaría que «animal racional» describe mejor la esencia real que «animal bípedo, de largas uñas e implume». ¿Por qué, si no, puede Platón hacer que la palabra "ávzropos", u hombre, signifique su idea compleja, hecha de la idea de un cuerpo que se distingue de otros por una cierta forma y apariencia externas, con la misma propiedad que Aristóteles forma la idea compleja, a la que da el nombre de "ávzropos", u hombre, uniendo un cuerpo y la facultad de razonar; a no ser que se suponga que el nombre de ávzropos
u hombre, signifique algo distinto de lo que significa, y que se ha puesto en el lugar de alguna otra cosa que la idea de un hombre quiere expresar?
18
V. gr., cuando las palabras se ponen en lugar de las esencias reales de las sustancias
Es verdad que los nombres de las sustancias serían mucho más útiles, y las proposiciones sobre ellos mucho más ciertas, si las esencias reales de las sustancias fueran las ideas que tenemos en las mentes y que significan esas palabras. Y es por carecer de esas esencias reales por lo que nuestras palabras conllevan tan escaso conocimiento o certeza en las discusiones sobre ellas; y por lo que la mente, para remediar en lo posible esa imperfección, establece, en virtud de una secreta suposición, que las palabras signifiquen algo con esa esencia real, como si de ese modo se aproximara más a ella. Porque, aunque las palabras hombre u oro no signifiquen en verdad sino una idea compleja de las propiedades reunidas en esta clase de sustancias, sin embargo, apenas hay alguien que al usar estas palabras no suponga que cada uno de esos nombres significa una esencia real de la que aquellas propiedades dependan. Y lejos de que esto disminuya la imperfección de nuestras palabras, por el abuso evidente que hacemos de ello, la aumentamos cuando pretendemos hacer que signifiquen algo que, al no estar dentro de nuestra idea compleja, el nombre que empleamos no puede en modo alguno servir como signo suyo.
19. Por esto pensamos que el cambio en nuestras ideas complejas de sustancias no cambia su especie
Esto nos muestra las razones por las que, en los modos mixtos, cuando se excluye o se cambia cualquiera de las ideas que forman la composición de la idea compleja, resulta ser otra cosa, es decir, de otra especie, como resulta evidente en las palabras homicidio involuntario, asesinato, asesinato premeditado, parricidio, etc. La razón de esto estriba en que la idea compleja significada por el nombre es la esencia real al igual que la esencia nominal, y no existe ninguna secreta referencia de ese nombre para ninguna otra esencia que no sea ésa. Pero no ocurre lo mismo en las sustancias. Porque aunque en esa que llamamos oro uno incluya en su idea compleja lo que otro excluye, y viceversa, sin embargo, los hombres no piensan habitualmente que haya cambiado la especie; porque en sus mentes secretamente refieren ese nombre y lo suponen anejo a la esencia real inmutable de una cosa existente, de la que dependen esas propiedades. Quien añada a su idea compleja de oro la fijeza y la solubilidad en aqua regia, que no había incluido antes, no se piensa que haya cambiado las especies, sino que únicamente tienen una idea más perfecta al haberse añadido una idea simple más, la cual, de hechos siempre se junta con aquellas otras de las que estaba formada su idea compleja anterior. Pero esta referencia del nombre a una cosa, de la que no tenemos la idea, está tan lejos de ayudarnos en nada que únicamente sirve para envolvernos en dificultades mayores aún. Pues por esta tácita referencia a la esencia real de las especies de los cuerpos, la palabra oro (que significando una más o menos perfecta colección de ideas simples, sirve para designar bastante bien esa clase de cuerpo en la conversación normal) llega a no tener significación alguna, al usarse para algo de lo que no tenemos ninguna idea, de manera que no podemos significar nada cuando no tenemos presente al cuerpo mismo. Porque aunque se piense que es lo mismo, sin embargo, si se considera detalladamente, se encontrará una gran diferencia en discutir sobre el oro en cuanto a nombre y en hacerlo sobre una parte de este mismo cuerpo, por ejemplo, una hoja de oro colocada ante nosotros, y eso aunque en la conversación nos veamos forzados a sustituir el nombre por la cosa.
20. La causa de este abuso está en la suposición de que la naturaleza no obra siempre de manera regular al definir los límites de las especies
Pienso que lo que predispone tanto a los hombres para sustituir sus nombres por las esencias reales de las especies, es la suposición antes mencionada de que la naturaleza obra de una manera regular en la producción de las cosas, y establece los límites de cada una de esas especies dando exactamente la misma constitución real interna a cada individuo que nosotros clasificamos bajo un nombre general. Pero cualquiera que observe sus diferentes cualidades, podrá difícilmente dudar que muchos de esos individuos, llamados por el mismo nombre, son, en su constitución interna, tan distintos unos de los otros como diferentes de aquellos individuos que han sido clasificados bajo nombres específicos diferentes. Sin embargo, esta suposición de que la misma y precisa constitución interna va siempre unida al nombre específico mismo, hace que los hombres tomen esos nombres corno representativos de esas esencias reales, aunque, de hecho, no significan sino las ideas complejas que tienen en sus mentes cuando los usan. De manera que, por decirlo así, significando una cosa y suponiéndola o colocándola en el lugar de otra, no pueden, con tal uso, sino ser causa de muchísima confusión o incertidumbre en los discursos de los hombres, y en especial en aquellos que están plenamente imbuidos en la doctrina de las formas sustanciales, por la que ellos imaginan firmemente que se determinan y distinguen las distintas especies de cosas.
21. Este abuso contiene dos suposiciones falsas
Pero aunque sea pretencioso y absurdo hacer que nuestros nombres signifiquen ideas que no tenemos, o (lo que es lo mismo) esencias que no conocemos, lo que supone, en efecto, hacer a nuestras palabras signos de nada, sin embargo resulta evidente, para cualquiera
que reflexione un poco sobre el uso que los hombres hacen de sus palabras, que nada es más frecuente. Cuando un hombre, si esta o aquella cosa que ve, sea un simio o un feto monstruoso, es o no un hombre, es evidente que la cuestión no estriba en si ese ser particular se ajusta a la idea compleja que expresa por el nombre de hombre, sino si contiene la esencia real de una especie de cosas que él supone significa el nombre de hombre. En esta manera de usar los nombres de las sustancias se contienen las siguientes suposiciones falsas:
Primero, que hay ciertas esencias precisas según las cuales la naturaleza hace todas las cosas particulares, y por las que éstas se distinguen en especies. Que todo tenga una constitución real, por la que es lo que es, y de la que dependen sus cualidades sensibles, es algo que no ofrece duda; pero pienso que ha sido probado que esto no establece la distinción de las especies, según las clasificamos, ni los límites de sus nombres.
Segundo, esto insinúa también, tácitamente, que tenemos ideas de esas propuestas esencias. Porque ¿a qué propósito, si no, se inquiere si esta o aquella cosa tiene la esencia real de la especie hombre, si no supiéramos que existe una semejante esencia específica conocida? Lo cual, sin embargo, es totalmente falso, y, por tanto, una semejante aplicación de los nombres cuando queremos que signifiquen ideas que no tenernos, debe necesariamente causar gran desorden en los discursos y razonamientos sobre ellos, y suponer un gran inconveniente en nuestra comunicación por palabras.
22. Al proceder mediante la suposición de que las palabras que usamos tienen una significación cierta y evidente que los hombres deben entender necesariamente
En sexto lugar, aún queda otro abuso más general, aunque tal vez menos observado, de las palabras que
consiste en que los hombres, acostumbrados por un uso familiar a anexarlas a determinadas ideas, tienden a imaginar que existe una conexión tan cercana y necesaria entre los nombres y el significado con el que los usan, que suponen atrevidamente que uno no puede sino entender lo que significan, y que por tanto uno debe aceptar las palabras como si no hubiera duda de que, en el uso de esos sonidos comunes recibidos, el hablante y el oyente tenían necesariamente las mismas ideas precisas. De donde deducen que cuando han usado en el discurso algún término, han puesto, como si dijéramos, delante de los demás la misma cosa de la que están hablando. Y de esta manera, tomando las palabras de los otros como si naturalmente significaran justo lo que ellos están acostumbrados a aplicarlas, nunca se molestan en explicar sus propios significados, o en entender claramente el significado de los demás. De aquí proceden comúnmente tanto ruido y tantas querellas que en nada sirven a la información, en tanto los hombres tomen las palabras como señales constantes y regulares de nociones aceptadas, cuando realmente no son sino signos voluntarios e inestables de sus propias ideas. Y, sin embargo, los hombres se extravían si en el discurso o en una disputa (en las que a menudo se hace absolutamente necesario) se les pregunta el significado de los términos que emplean; aunque las argumentaciones que todos los días pueden advertirse en las conversaciones hacen evidente que sólo existen unos cuantos nombres de ideas complejas que dos hombres usen para designar precisamente la misma colección de ideas. Resulta sumamente difícil encontrar una palabra que no sea un claro ejemplo de esto. Vida es uno de los términos familiares, y casi resulta imposible encontrar a nadie que no se ofendiera si se le preguntara lo que quería significar con él. Y, sin embargo, cuando surge la cuestión de si una planta que se ha desarrollado de una semilla tiene vida, si el embrión de un huevo antes de su incubación, o un hombre privado de sentidos y movimientos tienen o no vida, es fácil advertir que no siempre acompaña una idea clara, distinta y fija al empleo de una palabra tan conocida como es ésta de vida. Algunos hombres tienen comúnmente ciertas concepciones groseras y confusas, a las que aplican las palabras comunes de su lenguaje, y que un empleo tan difuso de sus palabras le sirve adecuadamente para sus discursos o asuntos habituales. Pero esto no basta para las investigaciones filosóficas: el conocimiento y el razonamiento requieren ideas precisas y determinadas. Y aunque los hombres no serán tan inoportunamente ingenuos como para no entender lo que dicen los demás y no exigir una explicación de sus términos, ni tan críticos a ultranza como para corregir a los demás en el uso de las palabras que reciben de éstos, sin embargo, cuando se aúnan verdad y conocimiento en un asunto, no veo qué falta se puede cometer por exigir la explicación de términos cuyo sentido parece dudoso, o por qué un hombre ha de avergonzarse por su ignorancia sobre el sentido de las palabras que otro emplea, puesto que no tiene otra manera de informarse de su significado que no sea la explicación del otro. Este abuso de tomar las palabras sin examen en ninguna parte se ha extendido tanto, ni ha tenido tan perjudiciales efectos, como entre los hombres de le- tras. La multiplicación y la obstinación en las disputas, que tanto han perjudicado el mundo intelectual, no obedecen más que a este uso de las palabras. Pues aunque generalmente se crea que hay una gran diversidad de opiniones en los libros y distintas controversias que existen en el mundo, sin embargo, lo único que encuentro que hacen los hombres doctos de diferentes bandos es, en sus argumentaciones encontradas, hablar lenguajes diferentes. Y me inclino a pensar que cuando cualquiera de ellos abandona los términos y piensa sólo en las cosas, sabiendo lo que piensa, piensa lo mismo que los demás, aunque quizá sean diferentes sus intenciones.
23.
Los fines del lenguaje son primero transmitir muestras ideas
Para concluir estas consideraciones sobre la imperfección y abuso del lenguaje, estableceré los tres fines principales en nuestros discursos con los demás, a saber: primero, dar a conocer los pensamientos de un hombre o sus ideas a otro; segundo, hacerlo con la mayor celeridad y facilidad posibles, y tercero, transmitir el conocimiento de las cosas: se abusa o se hace un uso deficiente del lenguaje cuando no se cumple cualquiera de estos tres fines.
Primero, las palabras incumplen el primero de estos fines, y no colocan abiertamente las ideas de un hombre a la vista de otro en los siguientes casos: 1., cuando los hombres ponen en su boca nombres sin tener ninguna idea determinada en su mente, ideas de las que esos nombres son los signos; 2., cuando aplican los nombres comúnmente recibidos de cualquier lenguaje a ideas a las que el uso común de ese lenguaje no las aplica, o 3., cuando las aplican de una forma muy inestable, haciendo que ahora signifiquen una idea y luego otra.
24.
Hacerlo rápidamente
Los hombres no consiguen comunicar sus pensamientos con la rapidez y facilidad que se pudiera, cuando tienen ideas complejas sin tener nombres distintos para las mismas. Esto, a veces, es culpa del mismo lenguaje, que no tiene todavía un sonido que se aplique a semejante significación, y en otras ocasiones es culpa del hombre, que aún no ha aprendido el nombre de la idea que quiere comunicar a otro.
25. Tercero, transmitir así el conocimiento de las cosas

No existe un conocimiento de las cosas transmitido por las palabras de los hombres, cuando sus ideas no se ajustan a la realidad de las mismas. Aunque este defecto tenga su origen en nuestras ideas, las cuales no se conforman tanto a la naturaleza de las cosas como la atención, el estudio y la aplicación, sin embargo, no deja de hacerse extensivo también a nuestras palabras, cuando las empleamos como signos de entes reales, que, con todo, nunca tuvieron ninguna realidad o existencia.
26.
Cómo las palabras de los hombres fallan en todos estos aspectos: primero, cuando las usamos sin ninguna idea
El que tenga, en cualquier lenguaje, palabras que no correspondan con ideas distintas en la mente a las que las aplique, solamente emitirá ruidos sin ningún sentido ni significado cuando las use en sus discursos. Y por muy sabio que pueda parecer por el empleo de palabras difíciles o de términos doctos, no estará más avanzado en conocimiento de lo que lo estaría en erudición quien tuviera como únicos estudios con los títulos de los libros sin poseer sus contenidos. Porque todas estas palabras, aunque estén puestas en el discurso según las reglas correctas de la construcción gramatical, o con la armonía de períodos bien adornados, no son sino sonidos vacíos y nada más.
27.
Segundo, cuando las ideas complejas no son sino nombres anexados a ellas
El que tenga ideas complejas, sin nombres particulares para las mismas, no estará en una situación mejor que la del librero que tuviera en su tienda gran cantidad de libros en hojas sueltas y sin títulos, pues sólo los podría mostrar a los demás enseñándoles las hojas sueltas una por una. Aquel hombre se encontrará, igualmente, impedido en su discurso por la falta de palabras para comunicar sus ideas complejas, las cuales únicamente podrá dar a conocer mediante la enumeración de las simples que las componen; y de esta manera deberá, con frecuencia, usar veinte palabras para expresar lo que otro hombre podría significar con una.
28.
Tercero, cuando el mismo signo no se emplea para una misma idea
Quien no emplea de manera constante el mismo signo para una misma idea, sino que usa idénticas palabras unas veces con un significado y otras con otro, deberá ser considerado en las escuelas y en la conversación como un hombre de la misma honestidad que el que vende en el mercado o en la Bolsa diversas cosas bajo un mismo nombre.
29.
Cuarto, cuando las palabras se emplean en un sentido diferente del habitual
Quien use las palabras de cualquier lenguaje para significar ideas diferentes de las que dichas palabras se aplican en el uso habitual de un país, aunque su propio entendimiento esté rebosante de verdad y de luz, no podrá por medio de semejantes palabras comunicar nada a los demás, si no define previamente sus términos. Pues aunque los sonidos sean muy conocidos y penetren con facilidad en los oídos de quien los escucha, al significar, sin embargo, otras ideas diferentes de las que normalmente están anexadas a ellos, y que acostumbran provocar en la mente de los oyentes, éstas no podrán dar a conocer los pensamientos de quien así use esos sonidos.
30.
Quinto, cuando son nombres de imaginaciones fantásticas
Quien se imagine para sí ciertas sustancias que nunca han existido, y haya llenado su cabeza con ideas que no tienen ninguna correspondencia con la naturaleza real de las cosas, a las cuales, sin embargo, da nombres establecidos y definidos, podrá llenar sus discursos, y tal vez la cabeza de otro hombre, con las imaginaciones fantásticas de su propio cerebro, pero estará muy lejos de avanzar ni un ápice en el conocimiento real y verdadero.
31.
Quien tenga nombres sin ideas carecerá de sentido en sus palabras y emitirá solamente sonidos vacíos
Quien tenga ideas complejas sin nombres para ellas, carecerá de libertad y prontitud en sus expresiones, y se verá obligado a recurrir a perífrasis. Quien emplee las palabras de manera vaga e incierta será mal interpretado o no será comprendido. Quien aplique sus nombres a ideas diferentes de las del uso habitual, carecerá de propiedad en su lenguaje y éste se convertirá en una jerga sin sentido, y quien tenga ideas de sustancias que no se amolden a la existencia real de las cosas, carecerá en la misma medida de los materiales de un verdadero conocimiento en su entendimiento, y tendrá en su lugar meras quimeras.
32.
Cómo las palabras de los hombres yerran cuando se emplean para significar sustancias
1. En nuestras nociones sobre las sustancias estamos sujetos a las mismas inconveniencias anteriores; por ejemplo, quien emplee la palabra tarántula, sin tener ninguna idea o imagen de lo que significa, pronuncia una palabra correcta, pero sin querer significar nada por ella. 2. Aquel que, en un país recién descubierto, vea diversas clases de animales y vegetales desconocidos hasta entonces para él, podrá tener ideas tan verdaderas acerca de ellos como sobre un caballo o un ciervo; pero solamente podrá de ellos por medio de la descripción, hasta tanto no haya tomado los nombres que les dan los naturales del país, o les dé él mismo nombres. 3. Quien emplee la palabra cuerpo unas veces por mera extensión, y otras por extensión y solidez a la vez, hablará de una manera muy falaz. 4. Quien dé el nombre de caballo a esa idea que el uso común denomina mula, hablará de forma impropia y no será comprendido. 5. Quien piense que el nombre centauro significa algún ser real, se engaña a sí mismo, y confunde las palabras con las cosas.
33
. Cómo cuando significan modos y relaciones
Generalmente, en los modos y relaciones estamos expuestos tan sólo a incurrir en los cuatro inconvenientes primeros; es decir: 1. Puedo tener en la memoria los nombres de modos, como gratitud o caridad, y, sin embargo, carecer de ideas precisas anexadas en mis pensamientos a esos nombres. 2. Puedo tener ideas y desconocer los nombres que les pertenecen: por ejemplo, puedo tener la idea de un hombre que beba hasta alterar su color y humor, hasta que se traba su lengua, sus ojos enrojecen y sus pies se muestran inseguros, y, sin embargo, no conocer que esa idea recibe el nombre de borrachera. 3. Puedo tener ideas de virtudes y vicios, junto con sus nombres, pero aplicarlos de manera errónea, aplicando, por ejemplo, el nombre frugalidad a la idea que otros llaman y significan con el sonido codicia. 4. Puedo usar cualquiera de esos nombres con inconstancia. 5. Pero, en los modos y relaciones, no puedo tener ideas incompatibles con la existencia de las cosas, por- que, como los modos son ideas complejas forjadas por la mente a su gusto, y como las relaciones no son sino mi manera de considerar o comparar dos cosas entre sí, y, por tanto, una idea de mi propia factura, apenas puede suceder que estas ideas no se amolden a algo existente que no están en la mente como copias de cosas regularmente hechas por la naturaleza, ni como propiedades que inseparablemente fluyan de la constitución interna o esencia de alguna sustancia, sino que, por decirlo así, son patrones alejados en mi memoria, con sus nombres anexados a ellos, para denominar acciones y relaciones, tal como existen. Pero el error surge comúnmente al darle un nombre equivocado a mi concepción, de manera que, usando así palabras en un sentido diferente al que les dan los demás, no soy entendido, sino que se piensa que tengo ideas equivocadas sobre ellas cuando les doy nombres falsos. Solamente si pongo en mis ideas de modos mixtos o relaciones algunas ideas inconsistentes entre sí, me lleno la cabeza de quimeras, puesto que tales ideas, si las examinamos bien, no pueden ni si- quiera existir en la mente, y menos aún puede un ser real ser denominado a partir de ellas.
34.
Séptimo, a menudo se hace también un abuso del lenguaje por las expresiones figuradas
Desde el momento en que el ingenio y la fantasía tienen en el mundo una mejor acogida que la seca verdad y el conocimiento real, las expresiones figuradas y las alusiones en el lenguaje difícilmente podrán ser admitidas como una imperfección o abuso de éste. Admito que en los discursos en los que pretendemos más el placer y el agrado que la información y el aprovechamiento, semejantes adornos tomados de ellos no pueden pasar por faltas. Sin embargo, si queremos hablar de las cosas como son, debemos admitir que todo el arte de la retórica, exceptuando el orden y la claridad, todas las aplicaciones artificiosas y figuradas de las palabras que ha inventado la elocuencia, no sirven sino para insinuar ideas equivocadas, mover las pasiones y para seducir el juicio, de manera que no es sino superchería y, por tanto, por muy laudables o adecuados que puedan ser la oratoria en las arengas y discursos populares, es cierto que en todos los discursos que pretendan informar o instruir debe ser totalmente evitada; y cuando concierne a la verdad o al conocimiento, no puede sino tenerse por gran falta, ya del lenguaje, ya de la persona que hace uso de ella. Cuál y cuán varias sean, es superfluo señalarlo aquí; los libros de retórica, abundantes en el mundo, pueden instruir a los que deseen informarse. Solamente no puedo sino observar lo poco que se preocupan de la conservación y el aprovechamiento de la verdad y del conocimiento, ya que las artes de la falacia son las elegidas y preferidas. Es evidente en qué gran medida los hombres aman el engaño y el ser engañados, puesto que la retórica, ese poderoso instrumento del error y la falacia, tiene sus profeso- res establecidos, es públicamente enseñada y ha sido siempre tenida en gran reputación; y no dudo que se tenga por gran atrevimiento, sino por brutalidad, el que yo haya dicho todo lo anterior en su contra. La elocuencia, como el sexo bello, tiene encantos demasiado atractivos para que se permita hablar en su contra. Y resulta inútil intentar buscar los defectos de aquellas artes de engaño cuando los hombres encuentran placer en ser engañados.

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