LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo XI
DE LOS REMEDIOS CONTRA
LAS YA MENCIONADAS IMPERFECCIONES Y ABUSOS DE LAS PALABRAS
1. Debe buscarse los remedios
Hemos examinado largamente las imperfecciones naturales y
artificiales de los idiomas; y puesto que el habla es el gran vínculo que
mantiene unida la sociedad, y el conducto común por el que se transmiten los
avances del conocimiento de hombre a hombre y de una generación a otra,
merecería nuestras más importantes reflexiones el considerar qué remedios
se pueden encontrar contra esos inconvenientes a los que antes aludíamos.
2.
No resulta fácil hallarlos
No soy tan vanidoso como para pensar que alguien pueda
intentar una reforma perfecta de los idiomas del mundo, ni siquiera del de su
propio país, sin caer en la ridiculez. Exigir que los hombres usen sus palabras
de manera constante en el mismo sentido, y para expresar únicamente ideas
determinadas y uniformes, supondría pensar que todos los hombres tienen las
mismas nociones, y que sólo deberían hablar de lo que tuvieran ideas claras y
distintas; lo cual no debe ser esperado por nadie sino por aquel que tenga la
vanidad suficiente para imaginar de qué puede prevalecer sobre los hombres
que sean muy prudentes o muy callados. Y debe tener muy poca experiencia en el
mundo el que piense que una gran volubilidad en el lenguaje sólo va acompañada
de un buen entendimiento, o que el mucho o el poco hablar de los hombres
guarda proporción con sus conocimientos.
3. Sin embargo, son necesarios para aquellos que buscan la verdad
Pero aunque sea necesario dejar al mercado y al cambio de
moneda sus propias formas de expresarse, y no se pueda privar a la sabiduría de
sus antiguas prebendas; aunque las escuelas y los provistos del recurso de la
argumentación tomen tal vez a mal cualquier cosa que disminuya la extensión
o reduzca el número de sus disputas, sin embargo, pienso que quienes
pretendan con seriedad la búsqueda de la verdad y su mantenimiento tendrán que sentirse obligados a estudiar
en qué manera pueden expresarse sin la oscuridad, sin la duda, sin los
errores a los que las palabras de los hombres están por naturaleza expuestos,
si no se tiene la precaución necesaria.
4. El mal uso de las palabras, causa frecuente de errores
Porque el que haya considerado detenidamente los errores y la
oscuridad, los equívocos y la confusión que están diseminados por el mundo
por un empleo erróneo de las palabras, encontrará algunas razones para dudar
que el lenguaje, tal y como ha sido empleado, haya contribuido más al
adelantamiento o retraso del conocimiento entre el género humano. ¿Cuántos hay que, al pensar sobre las cosas, sólo fijan sus pensamientos en las
palabras, especialmente cuando quieren aplicar su atención a asuntos
relacionados con la moral? ¿Y quién, entonces, podrá asombrarse si los
resultados de tales contemplaciones y razonamientos, sobre apenas algo más que
sonidos, en tanto que las ideas que van anexas a ellos son muy confusas o incomprensibles, o quizá inexistentes; quién podrá
asombrarse, digo, de que
tales pensamientos y razonamientos terminen solamente en oscuridad y errores,
sin ningún juicio claro o conocimiento?
5.
Los hombres se han mostrado más obstinados
Este inconveniente lo sufren los hombres debido al mal uso de
las palabras, en sus meditaciones particulares; pero la mayor parte de los
desórdenes que se siguen de esto son más manifiestos en las conversaciones,
discursos y controversias que mantiene con los demás. Porque como el lenguaje
es el gran conducto por el que los hombres se comunican sus des- cubrimientos,
razonamientos y conocimientos, el que haga un uso erróneo de él, aunque no corrompa las fuentes
del conocimiento, que están en las cosas mismas, sin embargo, consigue, hasta
donde le está permitido, romper o detener los accesos por los que se
distribuye al uso público y al bien del género humano. Quien emplea las
palabras sin un significado claro y determinado, ¿qué es lo que hace sino
llevar a los demás, y así mismos, por la senda del error? Y quien lo haga de
manera intencionada, deberá ser tenido como enemigo de la verdad y del
conocimiento. Y quién podrá sorprenderse, entonces, de que las ciencias y
todas las partes del conocimiento hayan quedado tan sobrecargadas de términos
oscuros y equívocos, y de expresiones desprovistas de significado y dudosas,
capaces de conseguir que los más atentos o despiertos sean pocos menos, o nada
en absoluto, sabios u ortodoxos, puesto que la sutileza, en aquellos que hacen
profesión de enseñar o defender la verdad, ha pasado hasta tal punto por ser
una virtud; virtud, en efecto, que consistiendo en su mayor parte en nada sino
el falaz e ilusorio uso de términos oscuros o engañosos, sólo consigue que
los hombres sean más presuntuosos en su ignorancia y más obstinados en sus
errores.
6. Controversias sobre sonidos
Detengámonos en los libros sobre cualquier clase de
controversia, y podremos observar que el efecto de los términos oscuros,
indeterminados o equívocos, no es nada más que ruido y controversia
sobre sonidos, sin convencer o mejorar el entendimiento del hombre. Porque si no
existe un acuerdo entre el hablante y el oyente sobre la idea que la palabra
significa, el argumento no será sobre cosas, sino sobre nombres. Cuantas
veces se use una palabra cuyo significado no es igualmente aceptado entre ellos,
sus entendimientos no tendrán por objeto nada en lo que estén de acuerdo,
sino únicamente los sonidos, ya que las cosas sobre las que ellos piensan en ese momento, y que han
expresado por esa palabra, son totalmente diferentes.
7. Ejemplos: murciélago y pájaro
El que un murciélago sea o no un pájaro no supone preguntar
si un murciélago es otra cosa de lo que efectivamente es, o si tiene otras
cualidades de las que, de- hecho, tiene; porque sería bastante absurdo poner
esto en duda. La cuestión, sin embargo, es: 1) entre quienes saben que no
tienen sino ideas imperfectas de una o de ambas de esas clases de cosas que se
suponen significan esos nombres. Y entonces es una investigación real sobre la
naturaleza de un pájaro o de un murciélago, para hacer las ideas imperfectas
que tienen sobre éstos más completas, al examinar si todas las ideas simples
combinadas, a las que dan el nombre de pájaro, se encuentran todas en un
murciélago; pero ésta es una cuestión solamente de investigadores (no de
querellantes) que ni afirman ni niegan, sino que examinan, o 2) es una cuestión
entre querellantes, de los que el uno afirma y el otro niega que un murciélago
sea un pájaro. Y entonces la cuestión estriba únicamente en el significado de
una o de ambas palabras; pues al no tener ambos la misma idea compleja a la que
dan esos nombres, uno mantiene y el otro niega que esos dos nombres se puedan
afirmar el uno del otro. Si estuvieran de acuerdo en el significado de esos dos
nombres sería imposible que disputaran sobre ellos, porque podrían ver de forma nítida e inmediata (si se acordara entre ellos) si todas las ideas simples
del nombre más general de pájaro se encuentran o no en la idea compleja de
murciélago: de esta manera no cabría ninguna duda sobre si un murciélago era o
no un pájaro. Y aquí deseo que se considere, y que se examine cuidadosamente,
si la mayor parte de las disputas del mundo no son meramente verbales, y en
torno a la significación de las palabras; y si definiendo correctamente sus
términos y reduciéndolos a las colecciones determinadas de ideas
simples que significan (como debe hacerse cuando se quiere que signifiquen
algo), esas disputas no terminarían por sí mismas, y de inmediato mostrarían su inutilidad. Dejo, entonces, a la consideración del lector el que
compruebe en qué estriba la maestría de las disputas, y cuán bien se emplea
para ventaja de ellos mismos o de otros, cuya preocupación no es sino la vana
ostentación de sonidos; es decir, de los que emplean sus vidas en disputas y
controversias. Cuando vea que cualquiera de esos combatientes desnuda todos
sus términos de ambigüedad y oscuridad (lo cual puede hacer cualquiera con las
palabras que usa), lo consideraré un campeón del conocimiento, de la
verdad y de la paz, y no un esclavo de la vanagloria, de la ambición o de su
secta.
8. Remedios
Para remediar estos defectos del habla antes
mencionados, y
para prevenir los inconvenientes que de ellos se derivan, pienso que será de
alguna utilidad la observancia de las siguientes reglas, en tanto alguien más
capacitado juzgue conveniente detenerse más en este asunto, y deje agradecido
al mundo con sus reflexiones.
Primero. No usar palabras sin una idea anexa a ellas. En
primer lugar, todo hombre deberá preocuparse de no emplear ninguna palabra
sin significado, ningún nombre sin ninguna idea que lo signifique. Esta regla
no parecerá totalmente innecesaria para cualquiera que se moleste en recordar
con cuánta frecuencia se ha encontrado en los discursos de los demás
palabras como instinto, simpatía, antipatía, de tal manera que fácilmente
puede llegar a la conclusión de que quienes las emplearon no tenían en la
mente ninguna idea a la que aplicarlas, sino que usaron estas palabras como
meros sonidos, los cuales, generalmente, les sirvieron como razones en aquellos
momentos. Y no es que esas palabras, u otras similares,
carezcan de significaciones muy propias en las que puedan ser usadas, sino que,
no existiendo ninguna conexión natural entre las palabras y las ideas,
aquéllas, y cualesquiera otras, pueden aprenderse por rutina y ser pronunciadas o
escritas por hombres que no tienen en sus mentes ideas a las que las hayan
anexado, y que pretendan significar; lo cual necesariamente debieran hacer,
siempre que los hombres quisieran hablar de manera inteligible, aunque fuera
consigo mismos.
9. Segundo remedio: tener ideas distintas anexadas a las
palabras, especialmente en los modos mixtos
En segundo lugar, no es suficiente con que un hombre use
sus palabras como signos de algunas ideas, a las que él las ha anexado, -sino
que esas ideas, si son simples, deben ser claras y distintas; y si son
complejas, deben ser determinadas, es decir, que la colección precisa de ideas
simples esté fijada en la mente, con los sonidos anexados a ella como signo
preciso de esa colección determinada y no de ninguna otra. Esto es muy
necesario en los nombres de los modos, y especialmente en las palabras morales,
las cuales, no teniendo objetos fijos en la naturaleza de donde hayan sido
tomadas sus ideas, como de un objeto original, están sujetas a ser muy
confusas. justicia es una palabra que está en boca de todo hombre, pero con una
significación muy indeterminada y difusa; lo cual será siempre de esta manera
a menos que un hombre tenga en su mente una comprensión distinta de las partes
componentes de que consiste esa idea compleja, y si esta idea es doblemente
compuesta, deberá resol- verla aún más, hasta que finalmente llegue a las
ideas simples que la forman; y a menos que se haga esto, un hombre hará un mal
uso de la palabra, sea justicia, por ejemplo, o cualquier otra. No digo que un
hombre necesite detenerse a recordar y elaborar por completo ese análisis cada vez que se encuentre con la
palabra justicia; pero, al menos, es necesario que haya examinado de tal manera
la significación de ese nombre, y fijado la idea de todas sus partes en su
mente, que pueda hacerlo cuando quiera. Si alguien considera que su idea
compleja de justicia es un cierto tratamiento de su persona o de los bienes de
otro de acuerdo con la ley, y no tiene una idea clara y distinta de lo que sea
la ley, la cual forma parte de su idea compleja de justicia, es evidente que su
misma idea de justicia será confusa e imperfecta. Esta exactitud se juzgará,
quizá, como algo muy molesto y, por tanto, la mayor parte de los hombres
pensarán que se les puede excusar de fijar en sus mentes de un modo tan preciso
las ideas complejas de los modos mixtos. Sin embargo, debo decir que hasta que
no se haga, no debe extrañar que tengan gran oscuridad y confusión en sus
propias mentes, y gran número de disputas en sus conversaciones con los demás.
10. Ideas distintas y adecuadas en aquellas palabras que significan sustancias
En los nombres de las sustancias, y para hacer un uso
correcto de ellos, se requiere algo más que ideas meramente determinadas. En
estos casos, los nombres se deben ajustar a las cosas tal como existen. Pero de
esto ya tendré ocasión de hablar más larga y detalladamente. Esta exactitud
es absolutamente necesaria en la búsqueda de un conocimiento filosófico y en
controversias sobre la verdad. Y aunque podría resultar adecuado también
extenderla a las conversaciones comunes y a los asuntos ordinarios de la vida,
sin embargo, pienso que esto resulta mucho pedir. Las nociones vulgares se
adecúan a los discursos vulgares, y ambos, aunque suficientemente confusos, sin
embargo sirven bastante bien para las necesidades del mercado y de la corte.
Los mercaderes y los enamorados, los cocineros y los sastres, tienen palabras
para resolver sus asuntos ordinarios y pienso que, de la
misma manera, deberían tenerlas los filósofos y los amantes de las disputas,
si tienen la intención de en- tender y de ser entendidos con claridad.
11. Tercer remedio: aplicar las palabras a aquellas ideas a las que las ha
anexado el uso común
En tercer lugar, no resulta suficiente con que los hombres tengan ideas,
ideas determinadas para las que han establecido signos; deben tener, además, la
precaución de aplicar esas palabras lo más ajustadamente posible a aquellas
ideas a las que el uso común las ha anexado. Porque no siendo las palabras,
especialmente en los lenguajes ya formados, propiedad privada de ningún
hombre, sino la medida común del comercio y la comunicación, no le es dado a
cualquiera el cambiar a su gusto su curso, ni el alterar las ideas a las que
van anexas; o, al menos, cuando exista una necesidad para ello, tendrá que
avisar de que lo ha hecho. Las intenciones de los hombres al hablar son, o debieran ser, el que se les entendiera, lo que no puede ocurrir sin
explicaciones frecuentes, preguntas y otras incómodas interrupciones de esta
clase, cuando los hombres no siguen el uso común de las palabras. La propiedad
de hablar es lo que permite que nuestros pensamientos entren en las mentes de
los demás con la mayor facilidad y ventaja, y, por tanto, merece alguna parte
de nuestro cuidado y estudio, especialmente en los nombres de palabras morales. La mejor manera de aprender la significación
propia y uso de los
términos es a partir de aquellos que en sus escritos y discursos parecen haber
tenido las nociones más claras, y aplicables a ellas los términos con la
elección más exacta y ajustada. Esta manera de usar las palabras de un hombre,
de acuerdo con la propiedad del lenguaje, aunque no siempre conlleve la suerte
de ser entendida, sin embargo, hace recaer la culpa de ello, la mayor parte de
las veas, en quien es tan desafortunado en su propio
idioma como para no entenderlo cuando es usado de manera correcta.
12.
Cuarto remedio: dar a conocer el significado en que las usamos
En cuarto lugar, Puesto que el uso común no ha anexado
visiblemente ninguna significación a las palabras, como para hacer que los
hombres sepan siempre con certidumbre lo que significan exactamente; y como
los hombres, en el desarrollo de sus conocimientos llegan a tener ideas
diferentes a las recibidas de manera vulgar y ordinaria, o bien deben forjar
nuevas palabras (10 cual difícilmente se aventuran los hombres a hacer, por
miedo a ser considerados culpables de afectación o de novelerías), o tienen
que usar palabras viejas, pero con un significado nuevo. Porque después
de la observación de las reglas anteriores, muchas veces resulta necesario,
para fijar la significación de las palabras, declarar su significado, bien
cuando el uso común lo ha dejado en la incertidumbre, o en la vaguedad (como
ocurre en la mayoría de los nombres de las ideas muy complejas), bien el
término, siendo muy material en el discurso, y sobre el que principalmente
gira, está sujeto a duda o equívoco.
13.
Y eso de tres maneras
Lo mismo que las ideas que significan las palabras de los
hombres son de diferentes clases, así también la manera de dar a conocer las
ideas que significan, cuando hay ocasión, es también diferente. Porque aun-
que se piense que definir es la manera más adecuada de dar a conocer el
significado propio de las palabras, hay, sin embargo, algunas palabras que no
pueden ser definidas, así como hay otras cuyo significado preciso no puede
ser establecido mediante definición; y quizá existe una tercera vía, que
participa de alguna
manera en las dos anteriores, como tendremos ocasión de ver
en los nombres de las ideas simples, de los modos y de las sustancias.
14. En las ideas simples, por términos sinónimos o por mostración
Primero. Cuando un hombre usa el nombre de cualquier
idea simple, y se da cuenta de que no ha sido entendido o de que está en
peligro de provocar un equívoco, está obligado, por las leyes de la propiedad y por los mismos fines del lenguaje, a declarar su significado y a dar a
conocer la idea a la que se refiere. Esto, según se ha mostrado, no
puede ser hecho mediante la definición y, por tanto, cuando un término
sinónimo no lo consigue realizar, solamente restan uno de los siguientes
procedimientos. Primero, algunas veces nombrando el sujeto donde se encuentra
esa idea simple, de manera que entiendan el nombre quienes conozcan ese sujeto
y su nombre. Así, para hacer que un campesino entienda lo que significa el
color feuillemorte, será suficiente con decirle que es el color de las hojas
secas que caen en otoño. Segundo. Pero la única manera de dar a entender
la significación del nombre de cualquier idea simple consiste en la
presentación ante los sentidos del sujeto que puede producir esa idea en su
mente y conseguir, de esta manera, que tenga la idea que esta palabra significa.
15. En los modos mixtos, por definición
Segundo. Como los modos mixtos, especialmente aquellos que
pertenecen a la moralidad, son en su mayor parte combinaciones de ideas que la
mente ha reunido según sus propios criterios, y respecto a los cuales no
siempre existen modelos establecidos, la significación de sus nombres no puede
darse a conocer, como la de las ideas simples, mediante ninguna
mostración,
aunque, como compensación, puede ser perfectamente definida de manera
exacta. Pues siendo combinaciones de ideas que la mente del hombre ha reunido de
manera arbitraria, sin ninguna referencia a arquetipos, los hombres pueden, si
lo desean, conocer exactamente las ideas que entran en cada composición, y
de esta manera usar las palabras con una significación segura e indubitable, y
declarar de manera perfecta, cuando sea la ocasión, lo que significan. Esto,
si se considera adecuadamente, es una gran acusación para quienes no hacen
que sus discursos sobre asuntos morales sean muy claros y distintos. Porque
desde el momento en que el significado preciso de los nombres de los modos
mixtos o, lo que es lo mismo, la esencia real de cada especie puede ser
conocido, puesto que no son obra de la naturaleza, sino del hombre, supone una
gran negligencia e incluso perversidad el disertar sobre asuntos morales de
manera incierta y oscura; y esto resulta más disculpable cuando se trata de
sustancias naturales, donde los términos dudosos difícilmente pueden evitarse
por una razón totalmente contraria, como veremos más adelante.
16. La moral es susceptible de demostración
A partir de estos presupuestos, tengo el atrevimiento de
pensar que la moral es susceptible de demostración, lo mismo que las
matemáticas, puesto que la esencia real precisa de los asuntos morales
significados por las palabras puede ser perfectamente conocida, de manera que se
puede descubrir con certidumbre la congruencia o incongruencia de las cosas
mismas, que es en lo que consiste el conocimiento perfecto. Y que no se objete
que los nombres de las sustancias se emplean con frecuencia en la moral, al
igual que los de los modos, de donde se derivará la oscuridad. Porque en lo
que se refiere a las sustancias, sus diversas naturalezas, cuando entran en discursos morales, no
se deben investigar tanto como se podría suponer. Por
ejemplo, cuando decimos que el hombre está sujeto a la ley, no queremos decir
otra cosa con el término hombre que una criatura corpórea y racional, sin
tener en cuenta cuál sea la esencia real o las demás cualidades de esta
criatura. Y, por tanto, que un niño o un imbécil sean un hombre, en un
sentido físico, puede ser un asunto que origine tantas disputas como se quiera
entre los naturalistas, pero no concierne en nada al hombre moral, como puedo
llamarlo, que es esta idea inamovible e inmutable de un ser corporal y racional.
Porque si existiera un mono, o cualquier otra criatura, a la que se le
descubriera un uso de razón, de tal manera que fuese capaz de entender signos
generales y de deducir las consecuencias de ideas generales, no hay duda de que
quedaría sujeto a la ley, y en este sentido sería «un hombre», por mucho que
su aspecto difiriera de las demás criaturas que llevan ese nombre. Los nombres
de las sustancias, si se emplean de la manera en que se deben, no pueden
provocar más disturbios morales que los discursos matemáticos; pues si el
matemático nos habla de un cubo o globo de oro, o de cualquier otro cuerpo, él
tiene su idea clara y determinada, que no varía, aunque pueda por error
aplicarse a un cuerpo particular que no le pertenece.
17. Las definiciones pueden hacer que los discursos morales sean claros
Esto lo he mencionado de pasada para mostrar las
consecuencias que se deriven para los hombres, en los nombres de los modos
mixtos y, en consecuencia, en todos los discursos morales, por definir sus
palabras cuando la ocasión se presenta, pues de esta manera el conocimiento
moral puede alcanzar gran claridad y certidumbre. Y supone un exceso de
ingenuidad (por no decir de algo peor) rehusarse a hacerlo, puesto que la
definición es la única manera por la que se puede conocer el significado preciso de las palabras morales, y una
vía por la que este significado puede conocerse con certeza y sin dar lugar a
refutaciones sobre él. Y por eso la negligencia o la malicia del género humano es inexcusable, si sus discursos sobre asuntos morales no son mucho más
claros que los de filosofía natural, ya que se trata de ideas en la mente, de
las cuales ninguna es falsa o desproporcionado, puesto que no tienen como
arquetipos seres exteriores los que deban referirse y guardar correspondencia.
Resulta mucho más fácil para los hombres forjarse en la mente una idea, que
será el modelo al que darán el nombre de justicia, y dar esa denominación a
todas las acciones que se ajusten a ese modelo, que habiendo visto a
Arístides, formarse una idea que sea exactamente en todos los aspectos como
éste, que será como es, por muchas ideas que los hombres quieran formarse de
él. Para el primer ejemplo, ellos no necesitan sino conocer la combinación
de ideas que han reunido en sus propias mentes; para el segundo, deberá
investigar toda la constitución abstrusa y oculta de la naturaleza, y las
distintas cualidades de una cosa que existe al margen de ellos.
18. Y ésta es la única manera por la que se puede conocer el significado de los
modos mixtos
Otra razón que recalca la necesidad de definición de los
modos mixtos, especialmente de las palabras morales, es la que mencioné un poco
más arriba, es decir: que es la única manera por la que el significado de la
mayor parte de ellos puede ser conocido con certidumbre. Pues como las ideas que
significan son en su mayor parte de tal naturaleza que sus partes componentes no
existen nunca juntas, sino dispersas y mezcladas con otras, únicamente es la
mente la que las reúne y les da la unidad de una idea; y sólo por palabras,
enumerando las distintas ideas simples que la mente ha reunido, es como podemos
dar a conocer a los demás lo que esos nombres significan, ya que la ayuda
de los sentidos no nos sirve de mucho en este caso, mediante la proposición de
objetos sensibles para mostrar las ideas significadas por esos nombres, como
ocurre con frecuencia en los nombres de ideas simples sensibles, y también, en
algún grado, en los de las sustancias.
19. En las sustancias de dos maneras: mostrando y definiendo
Tercero. En cuanto a explicar el significado de los nombres
de las sustancias, tal como denotan las ideas que tenemos en sus distintas
especies, se deben emplear, en muchos casos, los dos medios antes mencionados, es decir, la mostración y la definición. Pues al existir normalmente
en cada clase algunas cualidades dominantes, a las que suponemos van anejas
las otras ideas que forman nuestra idea compleja de esa especie, damos el nombre
específico, osadamente, a aquella cosa en la que se encuentra esa marca característica que hemos tomado como la idea más
distintiva de esa especie. Estas
ideas dominantes o características (como puedo llamarlas) son, en las clases
de animales o vegetales (vid. supra, cap. VI, epígrafe 29, y cap. IX,
epígrafe 15), por lo común la forma, y en los cuerpos inanimados, el color; en
algunos otros, la forma y el color juntos.
20. Nuestras ideas de las cualidades dominantes de las sustancias
se obtienen mejor por mostración
Estas cualidades sensibles dominantes son las que constituyen
los principales ingredientes de nuestras ideas especificas, y, en consecuencia, la
parte más observable e invariable en las definiciones de nuestros nombres
específicos, según se atribuyen a clases de sustancias que caen bajo nuestro conocimiento.
Pues aunque el sonido hombre sea, por su naturaleza, tan adecuado
para significar una idea compleja hecha a partir de la animalidad y
racionalidad, unidas en un mismo sujeto, como para significar cualquier otra combinación de ideas, sin embargo, usado como una marca para significar una clase
de criaturas que contamos dentro de nuestra propia especie, quizá sea tan
necesario incluir la forma exterior en nuestra idea compleja significada por
la palabra hombre como cualquier otra que encontremos en ella; y, por tanto, no
es fácil demostrar por qué no es una buena definición del nombre hombre la de
animal implume bipes latis unguibus que hiciera Platón, para
significar esa clase de criaturas porque es la forma como cualidad dominante la
que más parece determinar esa especie, y no la facultad de razonar que en
un principio no aparece, y en algunos no lo hace nunca, Y si no se admite que
esto sea así, no veo cómo se puede eximir del cargo de asesinato a los que
matan a los nacimientos monstruosos (como nosotros les llamamos), a causa de su
forma extraordinaria, sin saber si tienen o no un alma racional, lo cual no se
puede discernir mejor en un niño bien formado que en otro mal formado, en el
momento de su nacimiento. ¿Y quién podrá decirnos que un alma racional no
pueda morar en un lugar determinado, o que no puede unirse o informar ninguna
otra clase de cuerpo, sino aquel que ofrece precisamente una estructura externa
determinada?
21.
Y difícilmente pueden darse a conocer de otro modo
Ahora bien, estas cualidades dominantes se dan mejor a
conocer mediante la mostración, y difícilmente pueden conocerse de otro modo.
Porque la forma de un caballo o de un casuario no pueden imprimirse en la mente
por medio de palabras, sino de una manera ruda e imperfecta, en tanto que la
vista de esos animales es mil veces mejor; y la idea del color particular del oro no se consigue por ninguna descripción de
él, sino únicamente por el frecuente ejercicio de la vista, como resulta
evidente en quienes están acostumbrados a este metal, que frecuentemente
pueden distinguir, tan sólo mediante su vista, cuando se trata de oro
verdadero o falso, la verdad de la adulteración, mientras que otros (que
poseen unos ojos igual de buenos, pero que por no adiestrarlos no han conseguido la idea precisa de ese amarillo tan peculiar) no podrían percibir
diferencia alguna. Y lo mismo puede decirse de aquellas otras ideas simples,
peculiares en su especie para una cierta sustancia, para cuyas ideas precisas
no existen nombres peculiares. El sonido resonante peculiar del oro es distinto
del de los otros cuerpos, y no tiene ningún nombre en particular anexado a él,
al igual que el amarillo particular que pertenece a ese metal.
22. Las ideas de las potencias de las sustancias se conocen mejor por definición
Pero porque la mayor parte de las ideas simples que forman
nuestras ideas específicas de sustancias sean potencias que no son obvias a
nuestros sentidos en las cosas tal y como aparecen ordinariamente, por eso, en
la significación de nuestros nombres de sustancias, alguna parte de esa
significación puede ser mejor conocida mediante la enumeración de aquellas
ideas simples que por vía de la mostración de la sustancia misma. Porque el
que además del color brillante que ha observado en el oro por la vista pueda
tener las ideas de gran ductilidad, fusibilidad, fijeza y solubilidad en aqua
regia, tendrá una idea más perfecta del oro, después de mi enumeración
de esas cualidades, que la que puede obtener de la contemplación de ese
metal, imprimiendo en su mente de ese modo sólo las cualidades más obvias.
Pero si la constitución formal de esta cosa brillante, pesada y dúctil (de
donde fluyen todas sus propiedades) estuviera abierta a nuestros sentidos como lo está la
constitución formal de un triángulo o su esencia, el significado de la palabra
oro podría establecerse tan fácilmente como el de un triángulo.
23. Una reflexión sobre el conocimiento de las cosas corpóreas
que poseen los espíritus separados de los cuerpos
De aquí podemos darnos cuenta de cuánto depende de nuestros
sentidos el fundamento de todo nuestro conocimiento sobre las cosas corporales.
Pues hasta qué punto los espíritus, separados de los cuerpos (cuyo
conocimiento e ideas sobre estas cosas son ciertamente mucho más perfectos
que los nuestros), las conocen, es algo de lo que no tenemos ninguna noción o
idea. Todo el alcance de nuestro conocimiento o imaginación no sobrepasa
nuestras propias ideas, limitadas a nuestras vías de percepción. Sin
embargo, con todo, no puede ponerse en duda que los espíritus de rango más
elevado que los sumidos en la materia puedan tener ideas tan claras de la
constitución radical de las sustancias como las que nosotros tenemos de un
triángulo, y de esta manera perciban todas las propiedades y operaciones que
emanan de ellas; pero la manera en que adquieren este conocimiento es algo que
excede todas nuestras concepciones.
24. Las ideas de las sustancias deben ajustarse
también a las cosas
Cuarto. Pero aunque las definiciones puedan servir para
explicar los nombres de las sustancias, como éstos denotan nuestras ideas, sin
embargo, quedan no sin gran imperfección, en cuanto significan las cosas.
Porque como nuestros nombres de las sustancias no sólo se ponen para significar
nuestras ideas, sino que en último término se emplean para representar las
cosas, de manera que se ponen en su lugar, su significación debe de ajustarse a la verdad de las cosas, así como a las ideas de
los hombres. Y por eso, en las sustancias, no debemos quedarnos siempre en la idea compleja
ordinaria comúnmente recibida como significación de esa
palabra, sino que se debe ir un poco más allá para inquirir en la naturaleza y
propiedades de las cosas mismas, para perfeccionar así hasta donde podamos
nuestras ideas de sus distintas especies; o bien deberemos aprender de
aquellos que estén habituados a esta clase de cosas y tengan experiencia en
ellas. Pues desde el momento en que se intenta que sus nombres signifiquen una
colección de ideas simples tal y como existen en las cosas mismas, y al mismo
tiempo signifiquen las ideas complejas de las mentes de otros hombres, los
cuales significan en su aceptación ordinaria, por tanto, para definir sus
nombres de manera correcta, es necesario investigar en la historia natural y
descubrir, con cuidado y previo examen, sus propiedades. Porque no resulta
suficiente, para evitar los inconvenientes en los discursos y polémicas sobre
los cuerpos naturales y las cosas sustanciales, haber aprendido, a partir de la
propiedad del lenguaje, la idea común, pero muy imperfecta, a la que se
aplica cada palabra, ni mantener esa idea en nuestro uso de las palabras, sino
que deberemos, después de estar de acuerdo con la historia de esa clase de
cosas, rectificar y establecer nuestra idea compleja perteneciente a cada
nombre específico; y en las conversaciones con los demás (cuando observemos un
malentendido) deberemos decirles cuál es la idea compleja que significamos
con ese nombre. Esto resulta especialmente necesario para aquellos que buscan el
conocimiento y la verdad filosófica, desde el momento en que a los niños cuando
no tienen sino un conocimiento muy imperfecto de las cosas, aplicándolas al
azar y sin mucha reflexión, y pocas veces forjan ideas determinadas que sean
significadas por ellas. Esta costumbre (que resulta muy cómoda y sirve perfectamente para los asuntos ordinarios de la vida y la
conversación) hace que los hombres se inclinen a perseverar en ella, de manera que
comiencen con un mal principio, aprendiendo, en
primer lugar y perfectamente, las palabras, pero sin tener las nociones a las
que esas palabras se aplican, o teniéndolas muy vagamente. Por ello llega a
suceder que los hombres que hablan correctamente el lenguaje de su país, es
decir, según las reglas gramaticales de ese idioma, sin embargo hablan de
manera muy impropia sobre las cosas mismas; y, por las argumentaciones en favor
y en contra, hacen muy pocos progresos en el descubrimiento de verdades
útiles y en el conocimiento de las cosas, tal y como son en sí mismas, y no en
nuestra imaginación, y no tiene gran importancia para el desarrollo de
nuestro conocimiento por qué nombre se llamen a las cosas.
25. No resulta fácil hacerlo
Por tanto, sería de desear que los hombres versa- dos en las
investigaciones físicas, y expertos en las diversas clases de cuerpos, pudieran
registrar esas ideas simples en las que ellos observan que los individuos de
cada especie concuerdan constantemente. Esto remediaría, en gran medida, esa
confusión que proviene de que diferentes personas aplican el mismo nombre a una
colección de un número mayor o menor de cualidades sensibles, en proporción
con el grado de conocimiento que tengan de las cualidades de cualquier clase
de cosas que están encuadradas bajo una misma denominación, o según el
cuidado que haya puesto en examinarlas. Pero un diccionario de esta clase que
contenga, como quien dice, una historia natural, requerirá demasiados
colaboradores y demasiado tiempo, esfuerzos, dinero y sagacidad como para que
pueda ser realizado; y en tanto eso se logre, deberemos conformarnos con las
definiciones de los nombres de las sustancias cuando explican el sentido los
hombres que los emplean. Y resultaría bastante adecuado que, cuando se presenta la ocasión, se nos
ofrecieran tales definiciones. Sin embargo, esto no es lo que se hace normalmente,
sino que los hombres hablan entre sí y disputan por medio de palabras, cuyo significado no han establecido entre ellos, dando por
supuesto equivocadamente
que las significaciones de las palabras comunes son algo establecido, y que las
ideas precisas significadas son tan perfectamente conocidas que resultaría
vergonzoso ignorarlas. Ambas suposiciones son falsas pues ni existe nombre de
idea compleja cuyo significado esté determinado tan exactamente que siempre se
use para las mismas ideas precisas, ni debiera sentir vergüenza un hombre por
no tener un conocimiento certero sobre una cosa, cuando emplea los recursos
necesarios para conocerla; y de esta manera no hay descrédito alguno por no
saber cuál es la idea precisa que un sonido significa en la mente de otro
hombre, si él no la declara de alguna otra manera que no sea por el uso de
ese sonido, ya que no existe otra manera cierta de conocerla que no sea por una
declaración semejante. Además, la necesidad de comunicarnos por medio del
lenguaje ha obligado a los hombres a llegar a un acuerdo sobre la significación de las palabras comunes, dentro de unos límites tolerables que
pueden servir para la conversación ordinaria; y de esta manera, no se puede
suponer que un hombre ignore totalmente las ideas que están anexadas a las
palabras por el uso común, en un lenguaje que le sea familiar. Pero como el uso
común no es sino una regla incierta, que, en definitiva, se reduce a las
ideas de los hombres particulares, ocurre que con frecuencia no es sino un
modelo muy variable. Pero aunque un diccionario como el que he mencionado más
arriba requeriría demasiado tiempo, dinero y esfuerzos como para esperarlo en
este siglo, sin embargo, creo que no resulta absurdo el proponer que las
palabras que significan cosas que se conocen y que se distinguen por su forma
exterior debieran expresarse por pequeños dibujos y por grabados. Un vocabulario construido sobre estos presupuestos tal vez
pudiera enseñar, en menos tiempo, y con más facilidad, el
verdadero significado de muchos términos, en especial en los lenguajes de
países o tiempos lejanos, y podría fijar en las mentes de los hombres ideas
más exactas sobre distintas cosas, de las que leemos los nombres en los autores
antiguos, que todos los extensos y laboriosos comentarios de los críticos
doctores. Los naturalistas, que tratan de las plantas y animales, han
experimentado ya los beneficios de esta práctica; y el que haya tenido la
ocasión de consultar con ellos, tendrá que admitir que tiene una idea más
clara del apio o del íbice, por un pequeño grabado de esa hierba o de ese
animal, que la que podría obtener a partir de una extensa definición de los
nombres de ambos. Y, sin lugar a dudas, se tendría también de las palabras strigil
y sistrum si, en vez de los nombres currycomb (almohaza) y cymbal
(címbalo) (que
son los nombres con que las traducen los diccionarios ingleses), se pudieran encontrar en los márgenes pequeños dibujos de esos instrumentos tal y como
los usaban los antiguos. Las palabras toga, túnica y pallium se traducen
fácilmente, pero de esta manera no tenemos ideas más verdaderas de la forma de
esos vestidos entre los romanos que las que poseemos de los rostros de los
sastres que las confeccionaban. Como similares a éstas, que el ojo distingue
por la forma, pudieran tener más fácil acceso a la mente por medio de
dibujos, y se determinaría mejor el significado de tales palabras, que por
medio de otras palabras colocadas en su lugar, o usa- das para definirlas. Pero
esto lo decimos sólo de pasada.
26. Quinto remedio: usar las mismas palabras con un mismo significado
Si los hombres no quieren tomarse la molestia de declarar el
significado de sus palabras, y no aportan las definiciones de sus términos, lo menos que puede
esperarse es que, en todos los discursos en los que un hombre pretende instruir
o convencer a otro, use de manera constante la misma palabra con un sentido
único. Si esto se realiza (a lo que nadie podrá negarse sin gran falta de
honestidad), estarían de más muchos de los libros que se han escrito, se
terminarán gran parte de las controversias existentes; varios de esos abultados
volúmenes, hinchados de palabras ambiciosas que ahora se usan en un sentido y
luego en otro, quedarían reducidos a un espacio muy inferior; y muchas obras
de los filósofos (para no mencionar las de otros), al igual que las de los
poetas, podrían quedar contenidas dentro de una cáscara de nuez.
27. Cuando no se usa de esta manera, la variación debe de explicarse
Pero, después de todo, la provisión de palabras
resulta
tan escasa en comparación con la variedad infinita de los pensamientos, que
los hombres, faltos de términos con los que expresar sus nociones precisas,
pese a sus muchas precauciones, se verán obligados con frecuencia a emplear la
misma palabra con sentidos algo diferentes. Y aunque en la continuación de un
discurso o en el curso de una argumentación apenas hay lugar para la
disgresión sobre una definición en particular, cada vez que una persona varía
el significado de un término, sin embargo, el sentido del discurso será, en
la mayor parte de las ocasiones y siempre que no exista intención de falacia,
suficiente para conducir al lector honrado e inteligente hacía su verdadera
significación. Pero cuando esto no sea suficiente para guiar al lector, será
obligación del escritor el explicar su significado y mostrar en qué sentido ha
empleado ahí ese término.