LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo II
ACERCA DE LA SIGNIFICACIÓN DE LAS PALABRAS
1. Las palabras son signos sensibles, necesarios para la comunicación de
ideas
El hombre, aunque tenga gran variedad de pensamientos, y de
tal clase que de ellos otros hombres, al igual que él, puedan recibir provecho
y satisfacción, sin embargo, tiene alojados en su pecho estos pensamientos,
escondidos e invisibles a la mirada de los demás hombres, de tal manera que no
se pueden manifestar por sí solos. Pero como el
confort y progreso de la sociedad no se podían lograr sin la comunicación de
los pensamientos, se hizo necesario que el hombre encontrara unos signos
externos sensibles, por los que esas ideas invisibles, de las que están hechos
sus pensamientos, pudieran darse a conocer a los demás hombres. Y para
cumplir este fin, nada más a propósito, tanto por su riqueza como por su
rapidez, que aquellos sonidos articulados de los que se encontró dotado y
podía producir con tanta facilidad y variedad. De esta manera es como podemos
llegar a imaginar cómo las palabras, tan bien adaptadas por naturaleza a aquel
fin, llegaron a ser empleadas por los hombres para que sirvieran de signos de sus ideas; y no porque
hubiese
relación entre determinadas ideas y los sonidos articulados, pues en ese caso
existiría un único lenguaje entre todos los hombres, sino por una imposición
voluntaria, por la que una palabra se convierte, de forma arbitraria, en el
signo de una idea determinada. De esta forma, el uso de las palabras consiste en
que sean las señales sensibles de las ideas, y las ideas que se significan
por aquéllas son su significación propia e inmediata.
2. Las palabras, en su
significación inmediata, son los signos sensibles de
quien las usa
Dado que el uso que los hombres hacen de esas señales es o
para registrar sus propias ideas en auxilio de la memoria, o, por así decirlo,
para extraer sus ideas y exponerlas a la vista de los demás hombres, las
palabras, en su significación primera o inmediata, no significan nada, excepto
las ideas que están en la mente del que las emplea, por muy imperfecta o descuidadamente que esas ideas se hayan recogido de las cosas que se suponen
representan. Cuando un hombre se dirige a otro, es para que éste le entienda; y
la finalidad del habla consiste en que aquellos sonidos puedan, en cuanto
señales, dar a conocer sus ideas al oyente. Resulta, por tanto, que las
palabras son las señales o signos de las ideas del hablante, y nadie puede
aplicarlas, como señales, a ninguna cosa inmediatamente, si no es a las ideas
que él mismo tiene. Pues ello supondría convertirlas en signos de sus propias
percepciones, y, sin embargo, aplicarlas a otras ideas distintas, lo que
equivaldría a hacerlas signos y no signos de sus ideas al mismo tiempo, y a
que así, de hecho, carecieran de significación. Siendo las palabras signos
voluntarios, no pueden ser signos voluntarios impuestos por el que desconoce las
cosas. Ello supondría hacerlas signos de nada, sonidos sin significación. Un
hombre no puede hacer de sus palabras los signos o cualidades de las cosas, o de las concepciones en la mente
de los otros hombres, si él mismo no tiene ninguna idea de ello. Hasta el
momento en que él no tenga algunas ideas propias, no puede suponer que correspondan a las concepciones de otro hombre, ni podrá usar signos para ellas:
serían signos de lo que desconoce, y, por tanto, de nada. Pero cuando se
representa a sí mismo las ideas de otros hombres por algunas ideas propias, si
consiente en darles los mismos nombres que otros hombres, sigue dándoles
nombres a sus propias ideas, a las ideas que tiene, no a las que no tiene.
3. Algunos ejemplos de esto
Esto es tan necesario en el empleo del lenguaje, que a este
respecto el conocedor y el ignorante, el letrado y el analfabeto, usan de un
mismo modo las palabras al hablar (cuando tienen algún significado). Y éstas,
en boca de quien sea, significan las ideas del que las emplea, por medio de las
que expresa estas ideas. El niño que solamente tiene noticia del metal llamado
oro por su brillante color amarillo, aplicará la palabra oro tan sólo a la
idea de este color, y a nada más. Y, por tanto, denominará con el mismo color
la cola del pavo real. Pero otro que haya observado más detenidamente
añadirá al amarillo brillante la idea de gran peso, y entonces, al usar la
palabra oro, significará la idea compleja de una sustancia que es
amarilla brillante y de gran peso. Otra persona añadirá la fusibilidad a esas
cualidades, con lo que la palabra oro pasará a significar un cuerpo, brillante,
amarillo, fusible y muy pesado. Aún habrá otro que añada la cualidad de
maleable. Cada una de esas personas usa la misma palabra oro cuando tiene la
ocasión de expresar la idea a la que la ha aplicado; pero resulta evidente que
cada uno puede aplicarla tan sólo a su propia idea, y no convertirla en signo
de una idea compleja que no tenga.
4.
Las palabras, con frecuencia, hacen referencia en
secreto, y en primer lugar, a las ideas que están en la mente de otros hombres
Pero aun cuando las palabras, según las usan los hombres,
sólo puedan significar propia e inmediatamente las ideas que están en la
mente del hablante, sin embargo, hacen en su pensamiento una referencia secreta a otras dos cosas.
Primero, ellos suponen que las palabras son también señales
de las ideas en las mentes de otros hombres con los que se comunican, porque de
lo contrario se expresarían en vano y no podrían hacerse comprender, si los
sonidos que aplican a una idea fueran como los que aplica a otra idea el que les
escucha, lo que supone hablar dos idiomas diferentes. Pero, en este sentido, los
hombres no reparan, de manera usual, en si la idea que tienen en la mente es la
misma que la del que dialoga con ellos, sino que se dan por satisfechos con
pensar que es suficiente con usar las palabras, según se imaginan, en la
acepción común del len- guaje; y de ese modo. piensan que la idea de la que
han hecho un signo a esa palabra es precisamente la misma a la que aplican ese
nombre los hombres entendidos de ese país.
5.
En segundo lugar, a la realidad de las cosas
Porque, como los hombres no quisieran que se pensara que
hablan tan sólo a partir de sus propias imaginaciones, sino de las cosas tal
como son en la realidad, imaginan por ello frecuentemente que sus palabras
también significan la realidad de las cosas. Pero como esto hace relación más
particularmente a las sustancias y a sus nombres, del mismo modo que lo anterior se refiere quizá a las ideas simples y a los modos, nos referiremos de
manera más extensa a esas dos maneras diferentes de aplicar las palabras cuando
tratemos, de forma particular, los nombres de los modos mixtos y
de las sustancias. Permítaseme, sin embargo, decir
aquí que suponer perverit el uso de las palabras y acarrear inevitable
confusión y oscuridad en su significado, el hacer que signifiquen cualquier
otra cosa que las ideas que tenemos en nuestra mente.
6. Las palabras, por el uso, provocan las ideas de los objetos
Asimismo, conviene tener en cuenta, en lo que se refiere a
las ideas, lo siguiente:
Primero, que, al ser los signos de las ideas de los hombres,
y por este motivo los instrumentos de los cuales se valen para comunicar sus
concepciones, y expresar a los demás esos pensamientos e imaginaciones que se
encierran en sus pechos, sucede que, por el uso constante, llegan a establecer
cierta conexión entre los sonidos y las ideas que significan, de tal manera
que los nombres, apenas oídos, provocan casi inmediatamente ciertas ideas,
como si, en efecto, hubieran operado sobre nuestros sentidos los mismos objetos que las provocan. Lo cual es manifiestamente así respecto a todas las
cualidades sensibles obvias, y respecto a todas las sustancias que se nos
ofrecen de manera frecuente y familiar.
7. Las palabras se usan muchas veces sin significado
Segundo, dado que la significación propia e inmediata de
las palabras son las ideas en la mente de los hablantes, con todo, porque
llegamos a aprender por la costumbre ciertos sonidos articulados desde la cuna,
y siempre los tenemos a mano en nuestra memoria, y dispuestos en la lengua, sin
que, a pesar de todo, tengamos siempre el cuidado de examinar o de establecer
perfectamente su significación, resulta con frecuencia que los hombres,
incluso cuando se aplican a una consideración más atenta, fijan más sus pensamientos en las palabras que en las cosas, Y dado que
muchas palabras se aprenden antes de conocer las ideas que
significan, algunos, y no sólo los niños sino también algunos hombres,
pronuncian algunas palabras como los loros, tan sólo porque las han aprendido y
se han acostumbrado a sus sonidos. Pero desde el momento en que las palabras
son útiles y significativas, hay una conexión constante entre el sonido y la
idea, y la indicación de que la una está significada por la otra. Y sin esta
aplicación de las palabras, ellas no son nada, sino meros ruidos sin
significado.
8. La significación de las palabras es totalmente arbitraria,
y no la consecuencia de una conexión natural
Las palabras, debida al uso prolongado y familiar, como ya
se ha dicho, llegan a provocar en los hombres ciertas ideas de manera tan
constante y rápida, que éstos se inclinan a suponer que existe una conexión
natural entre unas y otras. Pero que sólo signifiquen las ideas particulares
de los hombres, y ello por una imposición totalmente arbitraria, resulta evidente por el hecho de que con frecuencia las palabras dejan de provocar en otros
(incluso en aquellos que emplean el mismo lenguaje) las mismas ideas que habíamos tomado por signos. Y todo hombre tiene una inviolable libertad para
hacer que las palabras signifiquen las ideas que quiera, pues nadie tiene el
poder de hacer que otros tengan en sus mentes las mismas ideas que él tiene,
cuando usan las mismas palabras que él. Y, por ello, hasta el gran Augusto, el
señor de un poderío que gobernaba el mundo, tuvo que reconocer que era
incapaz de inventar una nueva palabra latina, es decir, que no podía decretar
de manera arbitraria qué sonido debería ser signo de una idea en el lenguaje
común de sus súbditos. Es verdad que el uso común, por un tácito acuerdo,
adecúa determinados sonidos a ciertas ideas en todos los idiomas, lo cual
limita la significación de esos sonidos hasta el punto de que, a no ser que un
hombre lo aplique a una misma idea, no habla con propiedad; y permítaseme
añadir que, a no ser que las palabras de un hombre provoquen en el oyente las
mismas ideas que él quiere significar al hablar, ese hombre no se expresa de un
modo inteligible. Pero, cualesquiera que sean las consecuencias del uso
diferente que el hombre haga de las palabras, bien con respecto a su significado
general, bien respecto al sentido particular de la persona a quien las dirige,
una cosa es cierta: que su significación, en el uso que se hace de ellas,
está limitada a sus ideas, y no pueden ser signos de ninguna otra cosa.