LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo III
DE LOS TÉRMINOS GENERALES
1. La mayor parte de las palabras son términos generales
Siendo particulares todas las cosas existentes, tal vez sea
razonable el considerar que las palabras, que deben conformarse a las cosas,
también lo sean -me refiero a su significado; sin embargo, vemos que es muy
al contrario. La mayor parte de las palabras que forman todos los lenguajes son
términos generales; lo cual no ha sido efecto de la negligencia o la fortuna,
sino de la razón y la necesidad.
2. Resulta imposible que cada cosa particular tenga un nombre
En primer lugar, es imposible que cada cosa particular
tenga un nombre peculiar distinto, porque, como la significación y el uso de las palabras dependen de la
conexión que la mente establece entre esas ideas y los sonidos que utiliza como
signos suyos, es necesario, en la aplicación de los nombres a las cosas, que
la mente pueda tener ideas distintas de las cosas, y retener el nombre
particular que pertenece a cada una, con su apropiación particular a esa idea.
Pero está por encima del poder humano la capacidad de forjar y retener ideas
distintas de todas las cosas particulares con las que entramos en contacto; cada
pájaro y cada bestia que el hombre ve; cada árbol o planta que afecta sus
sentidos, no podrían tener un lugar en el entendimiento más espacioso. Si
parece un caso prodigioso de memoria, el que algunos generales hayan sido capaces de llamar por su nombre propio a cada uno de los soldados de su ejército,
con facilidad podemos encontrar una razón por la que los hombres jamás
quisieron inventar un nombre para cada una de las ovejas de su rebaño, o para
cada cuervo que vuele sobre sus cabezas, ni, mucho menos, para cada hoja de las
plan- tas, o grano de arena que vieran.
3. Aunque eso fuera posible, resultaría inútil
En segundo lugar, si fuera posible, sería inútil, ya que no
serviría al fin principal del lenguaje. En vano los hombres amontonarían
nombres de cosas particulares, que no les servirían para nada al comunicar
sus pensamientos. Los hombres aprenden nombres, y los usan en la conversación
con otros hombres, tan sólo para que se les entienda, lo cual, únicamente, se
logra cuando, por el uso o el consenso, el sonido que mis órganos del habla
producen provoca en la mente de quien lo escucha la idea a la que lo aplico en
la mía, cuando hablo. Esto no se consigue aplicando nombres a las cosas
particulares, de las que yo solamente tenga en la mente sus ideas, pues los
nombres de esas cosas podrían no ser significativos o inteligibles para el oyente que no estuviera al tanto de todas esas
particularísimas cosas que han
caído bajo mi observación.
4. Admitiendo que esto resultara factible
En tercer lugar, y aun admitiendo que esto resultara
factible (lo que no creo), convendría además advertir que un hombre para una
cosa particular no sería dé gran utilidad para el desarrollo del conocimiento,
el cual, aunque esté fundado en las cosas particulares, se amplía por
concepciones generales, a las que las cosas quedan sujetas, una vez reducidas a
clases bajo nombres genéricos. Estas concepciones, con los nombres que les
pertenecen, se encierran dentro de ciertos límites, y no se multiplican a
cada momento más allá de lo que la mente puede retener, o el uso requiere. Y
por ello, en los nombres generales, los hombres se han detenido de manera
especial, pero no tanto que les haya impedido el distinguir las cosas particulares por sus nombres apropiados allí donde la
conveniencia lo exige. Y por
eso, en su propia especie, que es con lo que más relación tienen, y donde mayores ocasiones se les presentan de hacer mención de personas particulares,
utilizan los nombres propios, y los distintos individuos tienen denominaciones distintas.
5. Qué cosas tienen nombres propios y por qué
Además de las personas, se da también con frecuencia
nombres peculiares a los países, los ríos, las montañas y otras clases
parecidas de lugares, y ello por las mismas razones, puesto que se trata de
cosas que los hombres tienen que señalar con frecuencia de manera particular,
y, como quien dice, de presentar ante otros hombres en las conversaciones que
sostienen entre sí. Y yo no dudo que, si hubiera razones para mencionar
caballos de manera particular, y con la misma frecuencia como tenemos que mencionar a hombres
particulares, tendríamos nombres propios para aquellos que nos serían tan
familiares como los que tenemos para los otros, y el nombre de Bucéfalo
sería de uso tan común como Alejandro. Y por ello vemos que, entre los jockeys,
éstos tienen sus nombres propios para conocerlos y distinguirlos tan
comúnmente como los tienen los criados; porque, entre ellos, son frecuentes
las alusiones a este o aquel caballo en particular cuando no está a la vista.
6. Cómo se hacen las palabras generales
El siguiente tema que debemos abordar es cómo se forjan las
palabras generales. Porque, desde el momento en que todas las cosas existentes
son sólo particulares, ¿cómo llegamos a forjar términos generales, o en
qué lugar encontraremos esas naturalezas generales que se suponen están
significadas por esos términos? Las palabras se llegan a hacer generales porque son los signos de las ideas generales; y las ideas se convierten en
generales cuando se separan de las circunstancias de tiempo y lugar y de
cualquier otra idea que pueda determinarlas a ellas a esta o aquella existencia
particular. Por esta vía de abstracción se habilita a las ideas para
representar a más de un individuo; cada uno de los cuales, desde el momento
en que se conforma a la idea abstracta (por así decir) de esa clase.
7. Orígenes de nuestras nociones y nombres
Sin embargo, para deducir más claramente esto, tal vez no
resulte del todo inadecuado remontarnos hasta los orígenes de nuestras nociones
y nombres, y observar los grados por los que procedemos y las etapas por las
que ampliamos nuestras ideas desde la primera infancia. Nada resulta más
evidente que las ideas que se forman los niños sobre las personas que tienen trato con
ellos, por emplear solamente este ejemplo, son como las personas mismas, sólo
que particulares. Las ideas de la nodriza y de la madre están perfectamente
grabadas en sus mentes, y representan, como si se tratase de retratos de esas
personas, tan sólo a estos individuos. Los nombres que ellos escuchan por vez
primera se limitan a designar a estos individuos, y estos nombres de nodriza y
mamá, que el niño emplea, únicamente designan a estas personas. Después,
cuando en virtud del tiempo y el trato prolongado observa que existen en el
mundo muchas otras cosas que, por algún acuerdo común en la forma y en otras
cualidades se parecen a su padre y a su madre, y a esa persona con las que se
relaciona, se hace una idea en la que descubre que participan todos esos
individuos, y a la que, por ejemplo, dan el nombre de hombre, como los demás. Y
de esta manera llegan a tener un nombre general y una idea general; en ella,
éstos no inventan nada nuevo, sino que abandonan los aspectos parciales o
particulares de cada una de estas personas, Pedro o Jaime, María o Juana,
dejándolos al margen de la idea compleja, y reteniendo tan sólo lo que es
común a todas ellas.
8.Nuestras ideas complejas se definen por las propiedades contenidas en ellas
De la misma manera en que llegan a adquirir el nombre general
y la idea de hombre, fácilmente avanzan hacia nombres y nociones más
generales. Pues al observar las distintas cosas que difieren en la idea de
hombre, y que no podrían quedar por ello comprendidas bajo un mismo nombre,
pero que, sin embargo, tienen ciertas cualidades que también convienen al
hombre, manteniéndolas como sólo una idea, han forjado otra idea aún más
general, a la que asignan un nombre que convierten en un término de una extensión más comprensiva. Y esta nueva idea no se logra
por ninguna nueva adición, sino tan sólo, como en el caso
anterior, dejando al margen la forma y algunas otras propiedades que se incluyen
en el término hombre, y reteniendo tan sólo la noción de cuerpo, como algo
dotado de vida, sentidos y movimiento espontáneo, todo lo cual está
comprendido por el nombre animal.
9. Las naturalezas generales no son sino ideas abstractas y parciales de otras
más complejas
Que ésa sea la vía por la que los hombres primero se forjaron
ideas y nombres generales para designarlas, pienso que es algo tan evidente
que no necesita de ninguna otra prueba que la consideración de uno mismo o de
los demás, y del común proceder de las mentes en el conocimiento. Y aquel que
piense que las naturalezas generales o nociones son otra cosa que semejantes
ideas abstractas, y parciales de otras más complejas, tomadas en principio de
otras existencias particulares, me temo que tenga bastante dificultad para
encontrarlas. Pues que me expliquen razonada- mente en qué difiere la idea de
hombre de la de Pedro o Pablo, o la idea de caballo de la de Bucéfalo, si no es
en haberse dejado fuera lo peculiar de cada individuo, y en mantener la parte
de esas ideas complejas particulares de las otras existencias particulares con
las que ellas coinciden con las que se
forja una nueva y distinta idea compleja a la que se da el nombre de animal,
logramos un término más general que abarca a los hombres y a otras
criaturas. Dejemos a un lado las ideas de animal, sentidos y movimiento
espontáneo, y la idea compleja remanente, formada por las ideas simples
remanentes de cuerpo, vida y alimento, deviene en una idea simple todavía más
general que se engloba bajo el término más comprensivo de ser viviente. Y para no
alargarnos más en este particular, tan evidente por sí mismo, es por
idéntico camino por el que la mente procede hacia las ideas de cuerpo, de
sustancia y, por fin, a las de ser, cosa y otros tales términos universales que
significan todas nuestras ideas, cualesquiera que éstas sean. Para terminar
todo este misterio de los géneros y las especies, que tanto ruido meten en las
escuelas, y que, con justicia, tan poca atención reciben fuera de ellas, no son
nada más que ciertas ideas abstractas, más o menos comprensivas, con nombres
anejos a ellas. En todo lo cual es constante e invariable que cada uno de los
términos generales significa una cierta idea, y solamente es una parte de
aquellas que quedan comprendidas en estos términos generales.
10. Por qué se usa generalmente el género en las
definiciones
Esto nos puede indicar las razones por las que, en las
definiciones de las palabras, lo que únicamente supone declarar su
significado, hacernos uso de los géneros, o de la palabra general más
próxima que lo comprenda. Esto no se hace por ninguna necesidad, sino tan
sólo para economizar las distintas ideas simples que la próxima palabra
general o el género significa, o, algunas veces, para evitarnos la vergüenza
de no poder hacerlo. Pero aunque definir por el genus y la differentia
(permítaseme emplear estos términos del arte de la lógica, que, aunque
latinos en su origen, son lo que mejor denotan estas nociones a los que se
aplican), digo, que aunque definir por el genus sea el camino más corto,
no creo que sea seguro que resulte el mejor. Una cosa no admite duda: que no
es el único, y, por tanto, no es absolutamente necesario. Porque no
consistiendo la definición sino en hacer que otro comprenda por las palabras
cuál es la idea significada por el término que se define, una definición
será más perfecta si se enumeran aquellas ideas simples que sé
que están combinadas en la significación del término definido; y si, en lugar
de dicha enumeración, los hombres se han habituado a emplear el término
general más próximo, no ha sido por una necesidad, o en virtud de una mayor
claridad, sino por mayor comodidad y rapidez. Pues yo pienso que para aquel que
desee conocer qué idea se significa con la palabra hombre, si se afirmara que
el hombre era una sustancia extensa sólida, dotada de vida, sentidos, movimiento espontáneo, y de la facultad de razonar, no dudo que el significado
del término hombre se comprendería igualmente bien, y que la idea que define
ese término se conocería al menos tan claramente como cuando se le define como
un animal racional; lo cual, por las distintas definiciones de animal, viviente,
y cuerpo, se reduce a esas ideas que ya hemos enumerado. He seguido, en esta
explicación del término hombre, la definición común de las escuelas; dicha
definición, aunque quizá no sea la más exacta, basta de todos modos para mi
propósito actual. Y cualquiera podrá advertir, en este ejemplo, lo que motivó
la regla de que una definición tiene que consistir de genus y differentia,
y es suficiente para mostrarnos la poca necesidad que existe para establecer
semejante regla, y las desventajas que se deducen de su estricta aplicación.
Porque, como ya se dijo, las definiciones son solamente la explicación que se
da de una palabra por medio de otras palabras, de tal manera que pueda darse a
conocer su sentido o la idea que ella significa, los lenguajes que se han
formado siempre de acuerdo con las reglas de la lógica, de tal forma que cada
palabra pueda tener su significación exacta y claramente expresada por sólo
otras dos palabras. La experiencia nos ha demostrado hasta la saciedad lo
contrario; o bien, los que establecen esa regla no han obrado muy correctamente
desde el momento en que nos han proporcionado tan sólo unas cuantas
definiciones que se amolden a ella. Pero en el siguiente capítulo trataremos
más extensamente de las definiciones.
11. Lo general y lo universal son criaturas del
entendimiento y
no pertenecen a la real existencia de las cosas
Para volver a las palabras generales, es claro, e por todo lo que se ha
dicho, que lo general y lo universal no pertenecen a la existencia real de las
cosas, sino sólo a los signos, sean Palabras o ideas. Como
ya Se dijo, las palabras son generales
cuando se usan como signos de ideas generales, y de esta manera se pueden
aplicar indiferentemente a muchas cosas particulares; y las ideas son generales
cuando se forman para representar muchas cosas particulares; Pero la universalidad no pertenece a las cosas mismas, todas las cuales son particulares en su
existencia, incluso aquellas palabras e ideas que son generales en, su significación. por
ello cuando abandonamos lo particular, las generalidades
que quedan son tan sólo criaturas de nuestra propia hechura: su naturaleza
general no es más que la capacidad que se les otorga por el entendimiento de
significar o representar muchas particulares. Porque su significación no es sino
una relación que la mente humana les añade.
12. Las ideas abstractas son las esencias de los géneros y de las especies
El siguiente ejemplo que debe .remos considerar es qué clase de significación es la que tienen las palabras
generales. Porque es evidente que no significan simplemente una cosa
particular, ya que entonces no serían términos generales, sino nombres
propios; por otra parte, es también evidente que no significan una pluralidad,
puesto que entonces significarían lo mismo hombre y hombres y la distinción
que los gramáticos llaman número resultaría superflua e inútil, Acontece,
entonces, que lo que las palabras generales significan es una clase de cosas; y cada una de ellas significa eso por ser el signo de una idea abstracta que tenemos en la mente, y
dicha idea, en tanto en cuanto las cosas existentes se conforman a ella, caen
bajo ese nombre, o, lo que es igual, son de esa clase. De lo que se deduce que
las esencias de las diversas clases, o de las especies de las cosas (si se
prefiere el término latino), no son sino esas ideas abstractas. Porque, como
el tener la esencia de cualquier especie es lo que hace que una cosa sea de esa
especie, y como la conformidad con la idea, a la que se añade el nombre, es
lo que da el derecho a llevar ese nombre, el tener la esencia y el guardar esa
conformidad tienen que ser necesariamente lo mismo, pues el ser de cualquier especie y el tener el derecho al nombre de esa especie es la misma cosa. Así, por
ejemplo, ser un hombre, o la especie hombre, y tener el derecho al nombre de
hombre, es todo lo mismo. Además, puesto que nada puede ser un hombre o tener
el derecho a ser llamado hombre, sino lo que se conforma con la idea abstracta
significada por el nombre de hombre, ni tampoco puede ser un hombre, o tener
el derecho a la especie hombre, sino lo que tenga la esencia de esa especie,
se deduce que la idea abstracta que el nombre significa y la esencia de la
especie es todo uno y lo mismo. A partir de aquí es fácil advertir que las
esencias de las clases de cosas, y consecuentemente su clasificación, es
obra del entendimiento que abstrae y forja esas ideas generales.
13. Son obra del entendimiento, pero tienen su fundamento en la similitud de
las cosas
No quisiera que se pensara que he olvidado, ni mucho menos
niego, que la naturaleza, al producir las cosas, hace muchas de ellas
semejantes; nada hay más obvio, especialmente en las razas animales y en todos
los seres que se reproducen por simiente. Sin embargo, creo que podemos afirmar
que su clasificación bajo ciertos nombres es un producto del entendimiento, motivado por la similitud que observa entre ellos, para elaborar las
ideas abstractas y establecerlas en la mente con ciertos nombres para cada una
de ellas, como modelos o formas (porque en este sentido la palabra forma tiene
una significación muy adecuada), a las que, en la medida en que las cosas
particulares existentes se conforman, en esa misma medida se dicen de tal o
cual especie, tiene la denominación correspondiente, o son incluidas en esa
clase. Pues cuando decimos éste es un hombre, eso es un caballo; esto es la
justicia, aquello la crueldad; esto es un reloj, aquello una prensa, qué es
lo que hacemos sino clasificar las cosas bajo diversos nombres específicos, en
tanto en cuanto dichas cosas se conforman con aquellas ideas abstractas de las
que las hemos hecho signos. Y ¿qué son las esencias de esas especies, fija-
das y marcadas por ciertos nombres, sino esas ideas abstractas que existen en la
mente, que son, como si dijéramos, los vínculos entre las cosas particulares
existentes y los nombres bajo los que deben quedar clasificadas? Y cuando los
nombres generales tienen cualquier conexión con los seres particulares, esas
ideas abstractas constituyen el medio que establece su unión, así que la
esencia de las especies, tal como la distinguimos y denominamos, no pueden ser
otra cosa que esas ideas abstractas que tenemos en la mente. Por tanto, las
supuestas esencias reales de las sustancias, si difieren de nuestras ideas
abstractas, no pueden ser las esencias de las especies en que clasificamos a las
cosas. Pues dos especies pueden ser una tan bien como dos esencias diferentes
pueden ser la esencia de una especie; y quisiera saber cuáles son las
alteraciones que puedan hacerse o, no en un caballo, o en el plomo, sin que
ninguna de esas dos cosas se haga de otra especie. Cuando determinamos las
especies de las cosas por nuestras ideas abstractas, resulta fácil resolver
esta cuestión; pero si alguien pretende basarse en esto por las supuestas
esencias reales, supongo que se verá totalmente perdido, y nunca será capaz
de imaginar cuando una cosa deja precisamente de ser de la especie del plomo o
de la del caballo.
14. Cada idea abstracta distinta es una esencia
distinta
Nadie deberá sorprenderse si yo digo que esas esencias o
ideas abstractas (que son las medidas del nombre y los límites de las
especies) son la obra del entendimiento, si se tiene en cuenta que, al menos
las complejas, son muchas veces, y para la mayoría de los hombres, colecciones
diferentes de ideas simples; de donde se infiere que lo que para un hombre es
codicia, no lo es para otro. Pero incluso en las sustancias, donde las ideas
abstractas parecen haber sido tomadas de las cosas mismas, no siempre son
iguales; ni aun en el caso de la especie que nos es más familiar, y con la que
tenemos el más íntimo contacto, ya que más de una vez se ha puesto en duda
que el feto nacido de mujer sea hombre, hasta el punto que se ha debatido si
debería o no bautizársele y alimentársele, todo lo cual no ocurriría si la
idea abstracta o esencia a la que pertenece el nombre de hombre fuese obra de la
naturaleza, y no el resultado de una incierta y heterogéneo colección de ideas
simples que el entendimiento reunió y a las que, abstrayéndolas, dotó de
un nombre. Así que, realmente, cada idea abstracta distinta es una esencia
distinta, y los nombres que se usan para tales ideas distintas son los nombres
de cosas esencialmente diferentes. De esta manera un círculo es tan
esencialmente distinto de un óvalo, como una oveja de un chivo; y la lluvia es
tan esencialmente distinta de la nieve, como el agua lo es de la tierra, pues
resulta imposible que la idea abstracta que es la esencia de lo uno sea
comunicada a lo otro. Y así, dos ideas abstractas cualesquiera, que varíen la
una de la otra en cualquier parte, y que tengan dos nombres distintos anejos a
ellas, constituyen dos clases diferentes, o, si se prefiere, dos especies
distintas, tan esencialmente diferentes como lo pueden ser las dos palabras más
remotas u opuestas del mundo.
15. Algunas significaciones de la palabra esencia
Desde el momento en que algunos (y no sin razón) piensan que
las esencias de las cosas son totalmente desconocidas, parece oportuno
considerar las distintas significaciones de la palabra esencia.
En primer lugar, se puede considerar que la esencia es
cualquier cosa, en virtud de lo cual es lo que es. Y así la
constitución real e interna de las cosas (generalmente desconocida en las
sustancias), de la que dependen sus cualidades que se pueden descubrir, puede
llamarse su esencia. Esta es la significación propia y original de la palabra,
tal y como se desprende de su formación, ya que esencia, en su
denotación primaria, significa propiamente ser. Y todavía se emplea en este
sentido, cuando nos referimos a la esencia de las cosas particulares sin darles
ningún nombre.
En segundo lugar, habiéndose ocupado largamente en las
enseñanzas y disputas de las escuelas de los géneros y las especies, la
palabra esencia ha llegado casi a perder su significado original, y, de esta
manera, en lugar de aplicarla a la constitución real de las cosas, ha sido
aplicada casi exclusivamente a la constitución artificial de los géneros y las
especies. Es cierto que, por lo general, se supone una constitución real de las
clases de cosas; y no cabe ninguna duda de que tiene que existir alguna
constitución real de la que debe depender cualquier colección de ideas simples
coexistentes. Pero siendo evidente que las cosas se clasifican bajo nombres en
clases o especies, tan sólo cuando se conforman con ciertas ideas abstractas, a
las que hemos añadido esos nombres, la esencia de cada género o clase llega a
no ser otra cosa que la idea abstracta significada por el nombre general o
clasificador (si se me permite usar un término semejante por lo mismo que de
género he usado general). Y encontraremos que esto es lo que significa la palabra esencia en su uso más
familiar.
Estas dos clases de esencias supongo que no estarán mal designadas si a la
una la denomino real y a la otra nominal.
16. Conexión constante entre el nombre y la esencia
nominal
Existe entre la esencia nominal y el nombre una conexión tan
estrecha que el nombre de cualquier clase de cosa no puede ser atribuido a un
ser en particular si no tiene esa esencia por la que responde a esa idea
abstracta de que el nombre es el signo.
17. La suposición de que las especies se distinguen por sus esencias
reales es vana
En lo que se refiere a las esencias reales de las sustancias corporales (por mencionar éstas solamente) hay, si no me equivoco, dos
opiniones. La una es la de quienes, usando la palabra esencia sin saber para
qué, suponen un cierto número de esas esencias según las cuales están
hechas todas las cosas naturales, y en las que participan de manera exacta cada
una de esas cosas para llegar a ser, de esa manera, de tal o cual especie.
La otra opinión, más racional, es la de quienes consideran que todas las cosas
tienen una constitución real, pero desconocida, de sus partes insensibles, de
la que fluyen aquellas cualidades sensibles que sirven para distinguir las unas
de las otras, según tengamos ocasión de ordenarlas en clases bajo
denominaciones comunes. La primera de estas opiniones, que supone esas esencias
como un cierto número de formas o moldes en que han sido vaciadas todas las
cosas naturales existentes, me imagino que ha constituido un motivo de gran
perplejidad para el conocimiento de las cosas naturales. La frecuente
producción de monstruos en todas las especies animales, y de idiotas y otros
extraños productos en los nacimientos humanos, acarrean
dificultades que son incompatibles con esa hipótesis, desde el momento en que
resulta imposible que dos cosas que participen de la misma esencia real puedan
tener propiedades diferentes, lo mismo que dos figuras que participan de la
misma esencia real de un círculo no pueden tener propiedades diferentes. Sin
embargo, aunque no existieran otras razones en contra, la misma suposición de
que las esencias no pueden ser conocidas, y el hacer de ellas, con todo, algo
que distingue las especies de las cosas, resulta tan completamente inútil y
tan inservible para cualquier parte de nuestro conocimiento, que eso por sí
solo es suficiente para desecharla y para contentarnos con esencias de las
clases o especies de las cosas dentro del alcance de nuestro conocimiento, las
cuales, una vez que se consideren seriamente, se verá, según 'ya dije, que
no son sino aquellas ideas complejas abstractas a las que hemos anexado nombres
generales distintos.
18. La esencia real y la nominal son las mismas en las ideas
simples y en los modos, y difieren en las sustancias
Habiendo distinguido las esencias en nominal y real, podemos
observar que siempre son las mismas en las especies de las ideas simples y de
los modos; mientras que, en las sustancias, son completamente diferentes.
Así, una figura que encierra un espacio entre tres líneas es tanto la esencia
real como la esencia nominal de un triángulo; pues, al ser tan sólo la
idea abstracta a la que va anejo el nombre general, sino la misma esencia o ser
de la cosa en sí, es el fundamento de donde fluyen todas sus propiedades, y
al cual se hallan inseparablemente unidas. Pero ocurre de manera muy diferente
cuando se trata de ese fragmento de materia que forma el anillo que tengo en
el dedo, donde esas dos esencias son visiblemente diferentes. Porque de la
constitución real de sus partes insensibles dependen todas esas propiedades de color, peso,
fusibilidad, fijeza, etc., que se pueden observar en él; y esa constitución no
es desconocida, por lo que no teniendo ninguna idea de ella, no tenemos ningún nombre que sea su signo. Pero son su color, peso, fusibilidad, fijeza,
etc.,
lo que hacen que sea oro, o le den derecho a ese nombre, que, por ello, constituye su esencia nominal. Pues ninguna cosa puede
llevar el nombre de oro si no
es aquella cuyas cualidades se conformen con esa idea abstracta compleja a la
que se da ese nombre. Pero más adelante tendremos oportunidad de referirnos con
mayor amplitud a esta distinción de esencias, puesto que pertenece en particular a las sustancias, cuando tratemos sobre sus nombres.
19. Las esencias son ingenerables e incorruptibles
Que semejantes ideas abstractas, y sus nombres, como aquellas
de las que hemos estado hablando, sean esencias, es algo que se puede ver más
claramente al considerar lo que se nos dice con respecto a las esencias, o sea, que son en su totalidad ingenerables e
incorruptibles. Lo cual no resulta
cierto para las constituciones reales de las cosas, que surgen y perecen con
ellas. Todas las cosas existentes, con excepción de su Autor, están sometidas
al cambio, en especial aquellas de las que tenemos conocimiento y que hemos dividido en grupos, bajo distintos nombres y signos. Así lo que hoy es hierba,
mañana será carne de cordero, y, después de unos cuantos días, se
convertirá en parte de un hombre. En todos estos cambios y otros similares es
evidente que la esencia real de las cosas - su constitución de la que dependían
sus propiedades respectivas - ha sido destruida y perece con ella. Pero las
esencias, tomadas de las ideas establecidas en la mente, con nombres añadidos a
ellas, se supone que permanecen constantemente igual, cualquiera que sea el
cambio a que han sido sometidas las sustancias particulares. Pues independientemente de lo que ocurriera con Alejandro o
Bucéfalo, las ideas a las que van anejos los nombres de hombre y de caballo se
supone que permanecen igual; y así las esencias de esas especies se conservan
en su totalidad e indestructibles, cualesquiera que sean los cambios que
experimenten los individuos de esas especies. De donde se infiere que la esencia
de una especie subsiste segura y entera, incluso sin la existencia de un solo
individuo de esa clase. Porque si no existiera en este momento un solo círculo
en el mundo (pues quizá esa figura no exista exactamente trazada en parte
alguna), sin embargo, la idea que ese nombre conlleva no dejaría de ser lo que
es; ni tampoco dejaría de ser un modelo para determinar cuáles de las
figuras particulares con las que nos encontramos tienen o no el derecho a
recibir el nombre de círculo, y de esa manera mostrar cuál de ellas, por tener
esa esencia, pertenece a esa especie. Y aunque no exista, ni jamás haya
existido, en la naturaleza una bestia tal como el unicornio, ni un pez
semejante a la sirena, sin embargo, suponiendo que esos nombres significan unas
ideas complejas abstractas que no conllevarán en sí ninguna incongruencia,
la esencia de una sirena sería tan inteligible como la de un hombre, y la idea
de un unicornio tan segura, tan firme y permanente como la de un caballo. De
todo lo que se ha dicho resulta evidente que la doctrina de la inmutabilidad de
las esencias prueba que sola- mente son ideas abstractas, y que esa doctrina se
funda sobre la relación que se establece entre esas ideas y ciertos sonidos que
son sus signos, y que será verdadera en tanto el mismo nombre pueda tener la
misma significación.
20. Recapitulación
Para terminar, he aquí algunas cosas que quisiera decir muy
brevemente. Todo este gran asunto de los géneros y las especies, y de sus
esencias, se reduce sólo a esto: que los hombres que forman ideas abstractas, y las
fijan en sus mentes con sus nombres, se capacitan de ese modo para considerar
las cosas y discurrir sobre ellas, como si fueran un ramo de flores, para
comunicar de manera más fácil y rápida sus conocimientos, los cuales
avanzarían muy lentamente si sus palabras y pensamientos estuvieran limitados
sólo a lo particular.