LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo VI
ACERCA DE LOS NOMBRES DE LAS SUSTANCIAS
1. Los nombres comunes de las sustancias significan clases
Los nombres comunes de las sustancias, al igual que los otros
términos generales, significan clases: lo cual no representa otra cosa que el
ser signos de ideas complejas tales que en ellas concuerden o puedan
concordar
varias sustancias particulares, en virtud de lo cual pueden quedar comprendidas
en una concepción común, y ser significadas por un nombre. He dicho que
concuerden o puedan concordar, porque aun cuando sólo exista un sol en el
mundo, sin embargo, abstraída la idea del ser de manera que más sustancias
(en el caso de que existieran varias) pudieran cada una coincidir en ella, tanto
constituiría esa idea una clase como si hubiese tantos soles como estrellas. No
carecen de razón aquellos que piensan que los hay, y que cada estrella fija
puede responder a la idea significada por el nombre de sol, para aquel que esté
situado a la debida distancia; lo cual, en cualquier caso, puede mostrarnos
hasta qué grado las clases o, si se prefiere, los géneros y las especies de
las cosas (pues esos términos latinos no significan para mí otra cosa que la
palabra clase) dependen del tipo de colecciones de ideas que los hombres han
formado, y no la naturaleza real de las cosas; pues no resulta imposible que,
ha- blando con propiedad, un sol sea para uno lo que una estrella sea para otro.
2. La esencia de cada clase de sustancia es nuestra idea abstracta a la que
se aneja el nombre
La medida y el límite de cada clase o especie, por donde se
constituye en esa clase particular y se distingue de las otras, es lo que
llamamos su esencia, que no es nada más que la idea abstracta a la que va anejo
el nombre, de manera que todo lo que esté contenido en esa idea es lo esencial
a esa clase. Esta, aunque sea toda la esencia de las sustancias naturales que
nosotros conocemos, o por la que las distinguimos en clases, sin embargo, la
denomino con un nombre peculiar, la esencia nominal, para distinguirla de la
constitución real de las sustancias, de la que dependen esta esencia nominal
y todas las propiedades de esa clase, la cual puede ser llamada, corno se ha dicho, la
esencia
real. Por ejemplo, la esencia nominal del oro es esa idea compleja que significa
la palabra oro, a saber: un cuerpo amarillo, de un cierto peso, maleable,
fusible y fijo. Pero la esencia real es la constitución de las partes
insensibles de ese cuerpo, de la que esas cualidades y todas las demás
propiedades del oro dependen. Queda patente que se trata de dos cosas
diferentes, aun cuando ambas reciban el nombre de esencias.
3. La esencia nominal y la real son diferentes
Porque, aunque quizá el movimiento voluntario, la sensación
y la razón, unidos a un cuerpo de cierta forma, sea la idea compleja a la que
yo y los demás anexamos el nombre de hombre, y sea así la esencia nominal de
la especie llamada de esta manera, nadie podrá decir, sin embargo, que esa idea
compleja es la esencia real y la fuente de todas aquellas operaciones que se
encuentran en cualquier individuo de esa clase. El fundamento de todas esas
cualidades que constituyen los ingredientes de nuestra idea compleja es algo
totalmente diferente; y si poseyéramos un conocimiento de esa constitución
del hombre, de la que manan sus facultades de movimiento, sensación, razonamiento, y demás potencias, y de la que su forma tan regular depende, tal como
es posible que los ángeles lo posean y que con toda seguridad tiene su Hacedor, tendríamos otra idea distinta de su esencia de la que ahora se contiene
en nuestra definición de esa especie, sea la que fuera; y nuestra idea de
cualquier hombre individual sería tan diferente de lo que es ahora, como es la
de quien conoce todos los mecanismos y engranajes del famoso reloj de
Estrasburgo de la que un campesino tiene de éste, el cual tan sólo ve el
movimiento de las manecillas, escucha las campanadas y observa únicamente
algunas de sus apariencias externas.
4. Nada es esencial para los individuos
Que la esencia, en el uso normal de la palabra, se relaciona
a las clases, y que se la considera en los seres particulares no más allá que
en cuanto ordenados en clases, se deduce de lo siguiente: quitemos las ideas
abstractas tan sólo por las que clasificamos a los individuos, y por las que
los agrupamos bajo nombres comunes, y entonces el pensamiento de algo que les
sea esencial se desvanece inmediatamente: no tenemos ninguna noción. Es
necesario para mí ser como soy; Dios y la naturaleza me han hecho así; pero no
hay nada que yo tenga que sea esencia a mí. Un accidente o una enfermedad
pueden alterar mucho mi color o aspecto; una fiebre o caída me pueden privar
de la razón, de la memoria o de ambas; y una apoplejía me puede dejar
sin sentidos, sin entendimiento o sin vida. Otras criaturas de mi forma pueden
haber sido hechas con más y mejores, o con menos y peores cualidades que yo; y
otras pueden tener razón y sensación en una forma y en un cuerpo muy
diferentes del mío. Nada de todo esto es esencial para uno u otro, ni para
ningún individuo, hasta que la mente lo refiere a alguna clase o especie de
cosas, y entonces, en ese momento, de acuerdo con la idea abstracta de esa
clase, se descubre que algo es esencial. Examine cualquiera sus propios
pensamientos, y podrá encontrar que tan pronto como suponga o hable de lo esencial, la consideración de alguna especie o de alguna idea compleja
significada por algún nombre general le vendrá a su mente; y es en este
sentido en el que se dice que esta o aquella cualidad es esencial. Así que si
se pregunta para más o para cualquier otro ser corpóreo particular, estar
dotado de razón, contestaré que no; no más necesariamente que es esencial
para esta cosa blanca en la que escribo el tener palabras escritas en ella. Pero
si se ha de incluir ese ser particular en la clase hombre, y ha de llevar el
nombre de hombre, entonces la razón resulta esencial para él, suponiendo que
la razón sea una parte de la idea compleja que significa el nombre de hombre; de la misma manera
que es esencial para esta cosa sobre la que escribo el contener palabras, si la
quiero dar el nombre de tratado e incluirlo dentro de esa especie. Así que lo
esencial y lo no esencial se refiere solamente a nuestras ideas abstractas y a
los nombres que a éstas se les anexan, lo cual no significa otra cosa que esto:
que cualquier cosa particular que no conlleve esas cualidades que están
contenidas en la idea abstracta que significa cualquier término general, no
puede ser clasificada dentro de esa especie, ni ser llamada por ese nombre,
desde el momento en que esa idea abstracta es la misma esencia de esa especie.
5. Las únicas esencias percibidas por nosotros en las
sustancias
individuales son aquellas cualidades que las autorizan a recibir sus nombres
Así, si la idea de cuerpo es para algunas personas la mera
extensión o el espacio, entonces la solidez no es esencial para el cuerpo; si
otros hacen que la idea a la que dan el nombre de cuerpo sea la solidez y la
extensión, será esencial para el cuerpo la solidez. Por ello, tan sólo
aquello que forma parte de la idea compleja de una especie significada por el
nombre se debe considerar como esencial, sin lo cual ninguna cosa particular
puede quedar comprendida en esa especie, ni estar autorizada para recibir ese
nombre, Si pudiéramos encontrar una porción de materia con todas las
cualidades que tiene el hierro, a excepción de la atracción por el imán, de
manera que no fuera atraída por él ni recibiera ninguna modificación de su
causa, ¿habría alguien que preguntara si le faltaba algo esencial? Sería
absurdo preguntar si una cosa realmente existente carecía de algo esencial para
ella. O preguntarse si esto implicaba una diferencia especial o específica
o no, ya que no tenemos otra medida de lo esencial o específico que no sean
nuestras ideas abstractas. Y hablar de diferencias específicas en la naturaleza, sin referencia a ideas generales en nombres, es
hablar de manera ininteligible. Pues yo preguntaría a cualquiera: ¿qué es
necesario para que se produzca una diferencia esencial en la naturaleza entre
dos seres particulares cualesquiera, sin ninguna referencia a una idea
abstracta, que es considerada como la esencia y el modelo de la especie? Y si se
abandonan totalmente todos esos modelos y patrones, se podrá comprobar que
los seres particulares, considerados únicamente en sí mismos, tienen todas
las cualidades de una manera igualmente esencial; y todo será esencial en cada
individuo, o, lo que es lo mismo, nada le será esencial. Pues aunque pueda ser
razonable preguntar si la atracción al imán es esencial para el hierro, creo,
sin embargo, que resulta muy impropio y poco significativo preguntar si es
esencial a una porción determinada de materia con la que corto ni¡ pluma,
sin considerarla bajo el nombre de hierro, o como perteneciente a cierta
especie. Y si, como se ha dicho, nuestras ideas abstractas, que tienen nombres
anexados a ellas, son los límites de las especies, nada puede ser esencial,
excepto lo que esté contenido en esas ideas.
6. Incluso las esencias reales de las sustancias
individuales implican clases potenciales
Es verdad que con frecuencia me he referido a unas esencias
reales, distintas en las sustancias de las ideas abstractas de dichas
sustancias, a las que he denominado sus esencias nominales. Por esta esencia
real significo la constitución real de cualquier cosa, la cual es el
fundamento de todas aquellas propiedades que están combinadas, y que se
encuentran coexistiendo, de manera constante, con la esencia nominal; esa constitución particular que cada cosa tiene en sí misma, sin ninguna relación con
nada que esté fuera de ella. Pero la esencia, incluso en este sentido, se
refiere a una clase y supone una especie. Pues siendo ésta una constitución real de donde dependen las propiedades,
necesariamente supone una clase de cosas, ya que las propiedades pertenecen
únicamente a las especies y no a los individuos; suponiendo que la
esencia nominal del oro sea un cuerpo de un color y un peso peculiares, dotado
de maleabilidad y fusibilidad, la esencia real es esa constitución de las
partes de materia de las que esas cualidades y su unión dependen; y es
también el fundamento de su solubilidad en aqua regia y de las demás
propiedades que están comprendidas en esa idea compleja. He aquí esencias y
propiedades, pero todas basadas en la suposición de una clase o idea
abstracta general, que se considera como inmutable; pues no existe ninguna
porción individual de materia a la que ninguna de esas cualidades esté tan
anexada como para ser esencial o inseparable de ella. El que le sea esencial le
pertenece como una condición por la que es de esta clase o de aquélla; pero
elimínese la consideración de estar clasificada bajo el nombre de alguna idea
abstracta, y nada habrá entonces necesario para ella, ni inseparable suyo.
Además, en cuanto a las esencias reales de las sustancias, únicamente
suponemos su ser, sin saber con exactitud lo que son. Pero lo que las une a las
especies es la esencia nominal, de la que son el fundamento y la causa
supuestos.
7. La esencia nominal nos limita las especies
La próxima cosa que es necesario considerar es por cuál de
esas esencias son determinadas las sustancias en clases o especies, y,
evidentemente, es por la esencia nominal. Pues eso sólo, que es la señal de
la clase, es lo que el nombre significa. Por tanto, resulta imposible que las
clases de cosas, que ordenamos bajo nombres generales, puedan ser determinadas
por otra cosa distinta a esa idea cuyo nombre ha sido designado como signo suyo;
y esto es, según hemos venido mostrando, lo que nosotros llamamos esencia
nominal. ¿Por qué decimos que esto es un caballo y ésa una mula,
que esto es un animal y eso una hierba? ¿Cómo sucede que una cosa particular
llegue a ser de esta clase o aquélla, sino porque tiene esa esencia nominal, o,
lo que es igual, porque se conforma a esa idea abstracta a la que va anexo el
nombre? Me gustaría que cada uno reflexionara sobre sus propios pensamientos
cuando escuche o emplee alguno de esos nombres de sustancias, para saber qué
clase de esencias significan.
8. Cómo formamos la naturaleza de las especies
Y que las especies de las cosas no sean para nosotros sino
el ordenarlas bajo distintos nombres, según las ideas complejas existentes en
nosotros, y no según las esencias precisas, distintas y reales que hay en las
cosas mismas, se deduce de lo siguiente: que encontramos que muchos de los
individuos que han sido clasificados dentro de una clase, designados por un
nombre común, y considerados por eso como de una especie, tienen, con todo,
cualidades que dependen de su constitución real, en las que difieren tanto
entre ellos como con respecto a otros individuos con los que se encuentran
diferencias específicas. Esto, que es fácil de observar para todos los que se
relacionan con los cuerpos naturales, y en especial para los químicos, quienes,
con frecuencia, se convencen de ello por sus tristes experiencias, cuando
buscan, la mayor parte de las veces en vano, en un trozo de azufre, antimonio o
vitriolo, las mismas cualidades que habían encontrado en otros fragmentos.
Pues, aunque sean cuerpos de la misma especie, teniendo la misma esencia nominal bajo el mismo nombre, sin embargo, muestran
muchas veces, después de
algunos exámenes, cualidades tan diferentes de un tipo u otro, como para
frustrar las esperanzas y trabajos de los químicos más cuidadosos. Pero si
las cosas se distinguieran en especies, según sus esencias reales, resultaría
tan imposible encontrar propiedades diferentes en dos sustancias individuales de la misma especie, como lo es encontrar propiedades diferentes en dos
círculos o en dos triángulos equiláteros. La esencia para nosotros es propiamente esto, lo que determina toda particularidad de esta clase o
aquélla, o, lo que es lo mismo, de éste o aquel nombre general; y ¿qué otra
cosa puede ser sino esa idea abstracta a la que está anexado el nombre; y
así, en realidad, no guarda más relación esa esencia con el ser de las cosas
particulares que con sus denominaciones generales?
9. No conocemos la esencia real
Por tanto, nosotros no podemos ordenar y clasificar las cosas
y, en consecuencia, darles denominaciones (que es la finalidad de la
clasificación por sus esencias reales desde el momento en que éstas nos son
desconocidas. Nuestras facultades no nos conducen más allá en el
conocimiento y distinción de las sustancias de una colección de aquellas ideas
sensibles que podemos observar en ellas; la cual, aunque se forme con la mayor
diligencia y exactitud de la que seamos capaces, está, sin embargo, más
lejos de la verdadera constitución interna de la que fluyen esas cualidades,
que, como ya dije, lo está la idea de un campesino del mecanismo interno de
aquel famoso reloj de Estrasburgo, del que tan sólo ve su forma externa y sus
movimientos. No hay planta o animal tan insignificantes que no siembren la
confusión en los más preclaros entendimientos; pues aunque el uso familiar de
las cosas con las que pisamos, o el hierro que manejamos todos los días, en
seguida encontramos que su hechura nos es desconocida, y que no podemos dar
razón de las diferentes cualidades que encontramos en ellos: resulta evidente
que su constitución interna, de la que dependen sus propiedades, nos es
desconocida. Pues para quedarnos tan sólo en las cosas más groseras y obvias
que podamos imaginar, ¿cuál es la textura de las partes, esa esencia real que hace fusibles al plomo y al
antimonio, y no a la madera o a las piedras? Y ¿qué es lo que hace maleables
al plomo y al hierro, sin que lo sean el antimonio y las piedras? Y, sin
embargo, cuán infinitamente cortos resultan estos ejemplos respecto a los
finísimos mecanismos e inconcebibles esencias reales de las plantas y
animales, es algo que todo el mundo sabe. Los recursos empleados por el
sapientísimo y todopoderoso Dios en la grandiosa fabricación del universo y en
cada una de sus partes, exceden más la capacidad y comprensión del hombre más
inquisitivo e inteligente, que el mejor artificio del hombre más ingenioso
supera las concepciones de la más ignorante de las criaturas racionales. En
vano, pues, pretendemos ordenar las cosas en clases y disponerlas en
determinadas especies bajo nombres, por sus esencias reales, que tan lejos
están de ser descubiertas o comprendidas. Un ciego que intentara clasificar
las cosas por sus colores o el que, habiendo perdido el olfato, quisiera
distinguir una lila de una rosa por su aroma, actuarían de la misma manera
que el que quisiera clasificar las cosas por una constitución interna que
él desconoce. El que piense que puede distinguir una oveja de una cabra por sus
esencias reales que le son desconocidas, deberá probar sus habilidades en
esas especies llamadas casuario y querenquinquio, y determinar, por sus
esencias reales internas, los límites de esas especies, sin conocer las ideas
complejas de cualidades sensibles que significan cada uno de esos nombres en los
países en que se encuentran dichos animales.
10. Ni las formas sustanciales
que aún conocemos menos
Por tanto, aquellos a los que se ha enseñado que las
diversas especies de sustancias tienen sus distintas formas sustanciales
internas, y que eran esas formas las que producían la distinción de las sustancias
dentro de
sus verdaderos aspectos y géneros, están aún más apartados del camino ya
que ocupan sus mentes en fútiles investigaciones en pos de las formas
sustanciales, totalmente ininteligibles y de las que apenas alcanzamos una oscura o
confusa concepción general.
11. Que la esencia nominal es aquello por lo que distinguimos las
especies de las sustancias resulta aún más evidente a partir de nuestras
ideas de los espíritus finitos y de Dios
Que nuestro clasificar y distinguir las sustancias naturales en especies consista en las esencias nominales que fabrica la mente, y
no en las esencias reales que se han de encontrar en las cosas mismas, es aún
más evidente a partir de nuestras ideas sobre los espíritus. Pues al adquirir
la mente solamente por medio de la reflexión sobre sus propias operaciones esas
ideas simples que atribuye a los espíritus, ni tiene ni puede tener ninguna
otra noción sobre el espíritu si no es atribuyendo todas esas
operaciones que encuentra en sí misma a una clase de seres, sin ninguna
consideración de la materia. E incluso la más perfecta noción que tenemos
acerca de Dios no es sino la atribución de las mismas ideas simples que hemos
obtenido por reflexión sobre lo que encontramos en nosotros mismos, y que
concebimos con más perfección que la que tendríamos si estuvieran ausentes,
atribuyendo, según decía, esas ideas simples a Dios en un grado ¡limitado.
Habiendo obtenido de esta manera por la reflexión sobre nosotros mismos las
ideas de existencia, de conocimiento, de poder y de placer, cada una de las
cuales encontramos que es mejor tener que desear, y que es mejor que tengamos lo
más posible de cada una, reuniéndolas todas y llevando una de ellas al
infinito, es como tenemos la idea compleja de un Ser eterno, omnisciente,
omnipotente, infinitamente sabio y feliz. Y aunque se nos dice que existen diferentes especies
de ángeles, sin embargo, no sabemos cómo forjar ideas específicas distintas
acerca de ellos; y no porque no podamos imaginar la existencia de más especies de una de espíritus, sino porque no teniendo más ideas simples (ni
siendo capaces de forjar más) aplicables a esos seres, con excepción de esas
pocas que tomamos de nosotros mismos, y de las acciones de nuestra propia mente
al pensar, y al sentirse dichosa, y al mover diversas partes de nuestro
cuerpo, no podemos distinguir de ninguna otra manera en nuestras concepciones
las distintas especies de espíritus, las unas de las otras, si no es
atribuyéndoles esas operaciones y poderes que encontramos en nosotros mismos en
un grado más bajo o más alto; y así no tenemos ideas específicas muy
distintas de los espíritus, excepto únicamente de Dios, a quien atribuimos
tanto la duración como todas esas otras ideas en grado infinito, en tanto que a
los otros espíritus lo hacemos de un modo limitado. Y me parece que hasta donde
mi modestia alcanza a imaginar, no hacemos ninguna diferencia en nuestras ideas
entre Dios y aquellos, por el número de ideas simples que tuviéramos del uno
y no de los otros, sino tan sólo por la infinitud. Todas las ideas particulares
de la existencia, del conocimiento de la voluntad, de la potencia, del
movimiento, etcétera, siendo ideas derivadas de las operaciones de nuestra
mente, se las atribuimos a toda clase de espíritus, con la única diferencia
de grados; y hasta el máximo que podamos imaginar, incluso hasta el infinito,
cuando deseamos forjarnos lo mejor que podamos una idea del Ser Primero, quien,
sin embargo, en verdad está infinitamente más remoto por la esencia real de
su naturaleza del ser creado más elevado y perfecto, que lo pueda estar el
hombre más excelso, el más puro serafín, de la parte más despreciable de
materia y, en consecuencia, tiene que exceder infinitamente lo que nuestro
pobre entendimiento puede concebir acerca de El.
12. Probablemente hay innumerables especies de espíritus finitos
No resulta imposible concebir, ni repugna a la
razón, que
pueda haber muchas especies de espíritus, tan separadas y diversificadas unas
de las otras por distintas propiedades de las que no tenemos ninguna idea,
como las especies de las cosas sensibles se distinguen las unas de las otras por
cualidades que conocemos y observamos en ellas. Que pueda existir un número
mayor de especies de criaturas inteligibles sobre nosotros, que las que hay,
sensibles y materiales, debajo de nosotros, es algo que me parece probable por
lo siguiente: que en todo el mundo visible corpóreo no vemos abismos o lagunas.
Todo el descenso, desde nosotros hacia abajo, es por pasos graduales, y por
una serie continua de cosas que difieren muy poco, en cada grado, las unas de
las otras. Existen peces alados que no extrañan las regiones aéreas; aves que
habitan en el agua, cuya sangre es £ría como la de los peces y cuya carne es
de un sabor tan parecido, que hasta los más escrupulosos se permiten comerla en
los días de vigilia. Hay animales tan cercanos a la estirpe de las aves y de
las bestias que están a medio camino entre ambos: los anfibios, que aúnan las
propiedades de los terrestres y los acuáticos. Las focas habitan en la tierra y
el mar, y los puercos marinos tienen la sangre caliente y las entrañas de un
cerdo, sin hacer mención de lo que se dice sobre la existencia de sirenas y
tritones. Existen algunos brutos que parecen tener tanto conocimiento y razón
como algunos de los que se denominan hombres; y los reinos animal y vegetal
están tan estrechamente entrelazados, que si tomamos el más bajo del primero y
el más elevado del segundo, apenas se observa una pequeña diferencia entre
ambos. Y así, hasta llegar hasta las partes más baja e inorgánicas de la
materia, podemos encontrar por cualquier parte que las diversas especies están
unidas, y que tan sólo difieren en grados irrelevantes. Y cuando consideramos la infinita sabiduría y poder del
Hacedor, tenemos motivo para pensar que está en consonancia con la magnífica
armonía del universo, así como con el grandioso designio e infinita bondad del
Arquitecto, el que las especies de criaturas también pueden, gradualmente,
ascender desde nosotros hacia su infinita perfección, del mismo modo en que
observamos cómo descienden desde nosotros hacia abajo también de manera
gradual. Por todo lo cual, si es probable, tenemos buena razón para
persuadirnos de que existen más especies de criaturas por encima de nosotros
que por abajo, pues estamos, en grado de perfección, mucho más alejado del ser
infinito de Dios que del estado más ínfimo del ser y que se acerque a la nada.
Y, sin embargo, no poseemos ninguna idea clara y distinta, por las razones antes
expuestas, de todas esas especies distintas.
13. Con los ejemplos del agua y del hielo, se prueba que la esencia nominal es
la de las especies, según habíamos afirmado
Pero para volver a las especies de las sustancias corporales,
si le preguntas a cualquiera si el hielo y el agua son dos especies distintas
de cosas, no dudo que respondería en un sentido afirmativo, y no se puede negar
que el que dijera que son dos especies distintas estaría en lo cierto. Pero
si un inglés criado en Jamaica, que quizá nunca hubiese visto ni oído hablar
del hielo, al llegar a Inglaterra en invierno encontrara que el agua que
había puesto durante la noche en una vasija estaba helada por la mañana, y no
conociendo ningún nombre peculiar que aplicar a este fenómeno, la llamara
agua endurecida, pregunto: ¿sería para él una nueva especie, diferente del
agua? Pienso que, en este caso, se me respondería que no era una nueva especie
para él, como tampoco lo es la gelatina congelada, cuando está fría, de la
misma gelatina fluida y caliente; ni el oro líquido en el horno
es una especie distinta del oro duro en manos del artífice. Y si esto es así,
es evidente que nuestras especies distintas no son sino distintas ideas
complejas, con nombres distintos anexados a ellas. Verdad es que toda sustancia
existente tiene su constitución peculiar de donde dependen esas cualidades
sensibles y potencias que observamos en ella; pero el ordenar las cosas en
especies (lo que no supone sino el clasificarlas bajo diversos títulos) lo
hacemos nosotros de acuerdo con las ideas que tenemos sobre ellas; lo cual,
aunque basta para distinguirlas por medio de nombres, de manera que podamos
hablar de ellas cuando no las tenemos presentes, sin embargo, si suponemos que
se hace de acuerdo con sus constituciones reales internas y que las cosas
existentes se distinguen por la naturaleza en especies por sus esencias reales,
según como las distinguimos en especies por nombres, quedaremos ex- puestos a
cometer grandes errores.
14. Dificultades que entraña la suposición de cierto
número de esencias
reales
Una cruda suposición. Para distinguir los seres sustanciales en especies, de acuerdo con la suposición
habitual de que existen
ciertas esencias precisas o formas de las cosas, por las que todos los
individuos existentes se distinguen por naturaleza en especies, son necesarias las condiciones siguientes:
15. Primero
Sería necesario estar seguros de que la naturaleza, en la
producción de las cosas, siempre se propone que participen de ciertas esencias
ordenadas y establecidas, que tendrían que ser los modelos de todas las cosas
que han de ser producidas. Esto, en el sentido crudo
en que habitualmente se propone, necesitaría de una explicación más convincente antes de poder consentir en ello totalmente.
16. Segundo
nacimientos
monstruosos
Sería necesario saber si la naturaleza logra siempre esas
esencias que se propone en la producción de las cosas. Los nacimientos
anormales y monstruosos, que se han podido observar en las diversas clases de
animales, nos darán siempre una razón para dudar de una o de ambas
condiciones.
17. Tercero, ¿son los monstruos en realidad una especie distinta?
Se debería determinar si eso que llamamos monstruos son
realmente una especie distinta, de acuerdo con la noci6n escolástica de la
palabra especie, ya que es seguro que todo lo existente tiene su constitución
particular. Y, sin embargo, encontramos que algunas de esas producciones
monstruosas no tienen sino pocas o ninguna de esas cualidades que se suponen
resultan, y acompañan, de la esencia de esa especie de la que originariamente
se derivan y a la cual parecen pertenecer.
18. Cuarto, los hombres pueden carecer de ideas di las esencias reales
Las esencias reales de esas cosas que distinguimos en
especies, y a las que damos nombres una vez que han sido distinguidas de esta
manera, debieran ser conocidas; ergo, deberíamos tener ideas acerca de ellas.
Pero desde el momento en que somos ignorantes con respecto a esos cuatro puntos,
las supuestas esencias reales de las cosas no nos sirven de ayuda para
distinguir las sustancias
en especies.
19. Quinto, nuestras esencias nominales de las
sustancias no
son colecciones perfectas de las propiedades que fluyen de sus esencias reales
La única ayuda imaginable en este caso sería que, una vez
que se habían formado ideas complejas perfectas de las propiedades de las
cosas que fluyen de sus diferentes esencias reales, pudiéramos distinguirlas en
especies. Pero esto no puede hacerse, pues, como ignoramos la esencia real
misma, resulta imposible conocer todas esas propiedades que fluyen de ella, y
que tan unidas están a ella, de manera que, faltando cualquiera de ellas,
podamos concluir con certeza que esa esencia no está allí y que, por tanto, la
cosa no es de esa especie. Nunca podremos saber cuál es el número preciso de
propiedades que dependen de la esencia real del oro, faltando una de las cuales,
la esencia real del oro, y, en consecuencia, el oro no estaría allí a no ser
que conociéramos la esencia real misma del oro, y por ella determináramos su
especie. Deseo que se entienda que uso la palabra oro para designar un fragmento
particular de materia; la última guinea que ha sido acuñada. Pues si
se tomara aquí en su significado ordinario, por esa idea compleja que yo o
cualquier otro llamamos oro, es decir, por la esencia nominal del oro, sería
una jerigonza; tan difícil resulta mostrar los distintos significados e
imperfecciones de las palabras, cuando no tenemos otra cosa que palabras para
hacerlo.
20. Los nombres no dependen de las esencias reales
Por todo lo cual resulta evidente que nuestro distinguir
las sustancias en especies por medio de nombres no se funda en sus
esencias reales, y que no podemos pretender ordenarlas y reducirlas
exactamente a
especies, de acuerdo con diferencias esenciales internas.
21. Pero contienen una colección tal de ideas
simples como la
que nosotros hemos hecho que signifiquen los nombres
Pero como, según se ha señalado repetidamente, tenemos
necesidad de palabras generales, aunque no conozcamos las esencias reales de las
cosas, todo cuanto podemos hacer es reunir aquel número de ideas simples
cuando, mediante un examen, las encontramos unidas a las cosas existentes, y
formar de este modo una sola idea compleja. La cual, aunque no sea la esencia
real de ninguna sustancia existente, es, sin embargo, la esencia específica a
la que pertenece nuestro nombre, y se puede intercambiar con él; por lo que
podemos al menos probar la verdad de esas esencias nominales. Por ejemplo, hay
quien afirma que la esencia del cuerpo es la extensión. Si es así, nunca
podríamos equivocarnos al poner la esencia de la cosa en lugar de la cosa
misma. Cambiemos, pues, extensión por cuerpo, y cuando queramos afirmar que los
cuerpos se mueven, digamos que se mueve la extensión: he aquí lo que
resulta. El que dijere que una extensión mueve por impulso a otra extensión,
mostraría suficientemente, en razón de su misma expresión, lo absurdo de
una noción semejante. La esencia de cualquier cosa en relación con nosotros es
la totalidad de la idea compleja comprendida y marcada por ese nombre; y en las
sustancias, además de las distintas ideas simples que las forma, la confusa
idea de sustancia es siempre una parte, o de un soporte desconocido o de su
vinculación; por tanto, la esencia de cuerpo no es la mera extensión, sino
una extensa cosa sólida; y decir que una cosa sólida extensa se mueve, o
impele a otra, es todo lo mismo y tan inteligible corno decir que un cuerpo se
mueve o impele a otro. De la misma manera, afirmar que un animal racional es capaz de
conversación, es igual que si dijéramos que lo es un hombre; pero nadie podrá
decir que la racionalidad es capaz de conversación, porque no forma la totalidad de la esencia a la que damos el nombre de hombre.
22. Nuestras ideas abstractas son para nosotros la medida de las
especies, lo que se explica con la idea de hombre
Existen criaturas en el mundo que tienen una forma similar
a la nuestra, pero están cubiertas de pelo y carecen de lenguaje y razón. Hay
criaturas, como se ha dicho (sit fides penes authorem, pero no parece
haber contradicción para que existan tales) que, teniendo lenguaje, razón y una
forma en todo similar a la nuestra, poseen colas cubiertas de pelo; otras hay
en que los varones no tienen barba, y otras en que las hembras la tienen. Si
se preguntara si todos ellos son hombres o no, si son todos de la especie
humana, sería evidente que la pregunta se refería sólo a la esencia nominal;
pues aquellas a las que conviene la definición de la palabra hombre, o la idea
compleja que esa palabra significa, son hombres, mientras que las otras no. Pero
si lo que se inquiere es la supuesta esencia real, y si la constitución interna
y estructura de esas diversas criaturas es específicamente diferente, nos es
absolutamente imposible responder, ya que ninguna parte de aquélla entra en
nuestra idea específica; solamente que tenemos motivo para pensar que donde
las facultades o la estructura externa sean tan diferentes, la constitución
interna no es exactamente la misma. Pero en vano nos preguntaremos cuál es la
diferencia en la constitución real interna que conlleva una diferencia
específica, mientras que nuestras medidas de las especies sean, como lo son,
solamente nuestras ideas abstractas que conocemos, y no es esa constitución interna que no forma parte de ellas. ¿Acaso la sola diferencia
del pelo
sobre la piel puede ser una señal de constitución específica interna diferente
entre un idiota y un simio, cuando ellos coinciden en forma, en la ausencia de
razón y habla? ¿No será la ausencia de razón y de habla una señal para
nosotros de una constitución real diferente y de especie, entre un idiota y un
hombre razonable? Y así ocurre respecto a lo demás, si nosotros pretendemos
que la distinción de las especies o clases está firmemente establecida por la
estructura real y por la secreta constitución de las cosas.
23. No se distingue los animales
Que nadie diga que la potencia de propagación en los
animales por el ayuntamiento del macho y la hembra, y en las plantas por las
semillas, mantiene las supuestas especies reales distintas y enteras. Pues si
esto fuera cierto, no nos ayudaría más en la distinción de las especies de
las cosas que en lo que se refiere a las familias de animales y vegetales, y
¿qué deberíamos hacer con respecto al resto? Pero tampoco es suficiente
para aquellos casos, pues, si la historia no miente, han existido mujeres que
han concebido de simios, y por esa medida se nos plantea una nueva cuestión, la
de qué especie real será en la naturaleza el producto de dicha unión; y
tenemos algunas razones para pensar que ello no es imposible, puesto que las
mulas y onotauros, productos de la unión de un asno y una yegua y de un toro y
una yegua son tan frecuentes en el mundo. Y una vez tuve ocasión de ver una
criatura que era el producto de un gato y una rata y que tenía
características de ambos, por lo que la naturaleza no parecía haberse ceñido
al modelo de ninguno de los dos, sino que mezcló confusamente a ambos. A todo
lo cual, el que añada las monstruosas producciones que se encuentran de manera
tan frecuente en la naturaleza, encontrará dificultades, incluso en las razas
de animales, para determinar, por medio de la estirpe, de qué especie proviene cada nacimiento de
animal; y se encontrará totalmente perdido acerca de la esencia real que él
piensa se transmite con toda seguridad por generación y que sólo tiene derecho
al nombre específico. Pero es más, si las especies de animales y plantas se
distinguieran solamente por la propagación, ¿tendría que ir a las Indias para
ver a los progenitores del uno, y a la planta de la que fue cosechada la semilla
que produjo al otro, para saber si esto es un tigre y aquello té?
24. Ni por formas sustanciales
Desde este punto de vista, resulta evidente que las mismas
colecciones que los hombres han hecho de las cualidades sensibles constituyen
las esencias de las distintas clases de sustancias, y que sus estructuras reales
internas no son consideradas por la mayor parte de los hombres al clasificarlas.
Y mucho menos aún pensaron en ciertas formas sustanciales a no ser aquello
que en esta parte del mundo han aprendido el lenguaje de las escuelas; y, sin
embargo, esos hombres ignorantes, que no intentan penetrar en las esencias
reales, y que no se preocupan acerca de las formas sustanciales, sino que se
conforman con conocer unas cosas por otras por medio de sus cualidades
sensibles, a menudo conocen mejor sus diferencias, pueden distinguirlas más
claramente por sus usos, y saben mejor lo que pueden esperar de cada una, que
esos hombres cultivados y sutiles que penetran en las entrarías de las cosas y
tan confidencialmente nos hablan de algo más oculto y esencial.
25. Las esencias específicas que comúnmente son forjadas por los hombres
Pero suponiendo que las esencias reales de las sustancias fueran
descubribles por aquellos que se aplicaran seriamente a esa investigación, no podríamos pensar,
sin embargo, de manera razonable que la clasificación de las cosas por nombres
generales estuviera regulada por esas constituciones reales internas, ni por
nada que no sean sus apariencias obvias, pues los lenguajes, en todos los
países, se establecieron mucho antes que las ciencias. Por esto es por lo que
no han sido los filósofos, ni los lógicos u otros que se hayan ocupado acerca
de las formas y las esencias, los que establecieron los nombres generales que
están en uso entre las diversas naciones de los hombres, sino que esos
términos más o menos comprensivos han recibido, en su mayor parte y en todos
los idiomas, su origen y significado de gente ignorante e inculta que
clasificaron y denominaron las cosas por las cualidades sensibles que
encontraron en ellas, para de esta manera significarías a los otros cuando
estuvieran ausentes, y siempre que tenían la ocasión de mencionar una clase o
cosa particular.
26. Por eso son muy diversas e inciertas en las ideas de diferentes hombres
Puesto que es evidente que nosotros clasificamos y nombramos
las sustancias por sus esencias nominales y no por sus esencias reales, lo
siguiente que debemos considerar es cómo y por quién se hacen esas esencias.
En cuanto a lo último, resulta evidente que las hace la mente y no la
naturaleza, pues si fueran obra de la naturaleza no podrían ser tan varias y diferentes en los distintos hombres como la experiencia nos dice que lo son.
Pues si examinamos esto, encontraremos que la esencia nominal de cualquier
especie de sustancia no es la misma en todos los hombres, ni siquiera aquella
que nos es más íntimamente familiar entre todas. No sería posible que la idea
abstracta a la que se da el nombre de hombre fuera diferente en los distintos
hombres si fuera una obra de la naturaleza; y que para uno fuera un «animal
rationale», y para otro, «animal implume bipes latis
unguibus». Aquel que
una el nombre de hombre a una idea compleja, formada de movimiento espontáneo
y sensación, unidos a un cuerpo de una forma determinada, tiene de esa manera
una cierta esencia de la especie hombre; y aquel que, después de un examen
más minucioso, añada la racionalidad, tendrá otra esencia de la especie que
él llama hombre; por lo que para uno será verdadero hombre, en tanto que para
otro, el mismo individuo, no lo será. Pienso que no puede haber nadie que
admita que esta figura erguida, tan bien conocida, constituya la diferencia
esencial de la especie hombre; y, sin embargo, con cuánta frecuencia los
hombres determinan las clases de animales por su aspecto exterior más bien que
por su descendencia, es algo bastante evidente, puesto que más de una vez se ha
discutido el que ciertos fetos humanos deberían o no recibir el
bautismo, tan sólo por la diferencia de su configuración externa con respecto
a la que comúnmente ofrecen los recién nacidos, sin saber si no eran tan
capaces de razón como los niños vaciados en otro molde, alguno de los cuales,
aunque tuvieran apropiada, en toda sus vidas son capaces de dar más muestras de
razón que las que ofrecen un simio o un elefante, y nunca muestran ningún
signo de estar movidos por un alma racional. Por lo que resulta evidente que
la forma exterior, que era lo que faltaba, y no la facultad de razonar, que
nadie podría saber si faltaría a su debida sazón, fue lo que se tomó como
esencial de la especie humana. El docto teólogo y el jurista deberán, en tales
casos, renunciar a su sagrada definición de «animal rationale», y sustituirla
por alguna otra esencia de la especie humana. Monsieur Menage nos lo ilustra
con un ejemplo que nos parece apropiado para esta ocasión: «Cuando nació el
abate de Saint Martin - dice - poseía en tan escasa medida la forma de un
hombre que más bien parecía un monstruo. Durante algún tiempo se anduvo
deliberando sobre si le debería bautizar o no. Sin embargo, fue bautizado y
provisionalmente se le declaró hombre
(hasta que el tiempo mostrase lo que debía mostrar). Tan extrañamente había
sido formado por la naturaleza, que durante toda su vida fue llamado el abate
Malotru; es decir, mal-hecho. Era natural de Caen» (Menagiana, 278, 430).
Podemos ver cómo este niño estuvo muy cerca de ser excluido de la especie hombre simplemente por su aspecto. Tal como era casi no se escapa, y es seguro que
de ser su forma exterior un poco más extraña, habría sido expulsado y se le
habría ejecutado como algo que no era digno de pasar por un hombre. Y, sin
embargo, no se puede dar ninguna razón para que, porque las facciones de su
rostro estuvieran un tanto alteradas, porque su cara fuera un poco alargada, su
nariz chata, o su boca muy grande, no se alojara en él un alma racional, ni
para que esas facciones no hubieran podido compadecerse, así como el resto de
su mala figura, con esa alma y esas cualidades que lo hicieron, desfigurado y
todo, capaz de llegar a ser un dignatario dentro de la Iglesia.
27. Las esencias nominales de las sustancias
particulares son indeterminadas
por naturaleza
Me gustaría saber, entonces, en qué consisten los precisos
e inamovibles límites de esa especie. Resulta evidente, si examinamos el
asunto, que la naturaleza no ha hecho, ni establecido, ninguna cosa semejante
entre los hombres. Es claro que no conocemos la esencia real de esa sustancia
ni de ninguna otra, y, por tanto, tan indeterminadas son nuestras esencias nominales, que nosotros hemos fabricado, que si
se preguntara a algunos hombres
sobre algún feto de forma extraña que acabara de nacer, si era o no un hombre,
no me cabe duda de que nos encontraríamos con respuestas diferentes. Esto no
podría suceder si las esencias nominales, por las que limitamos y
distinguimos las especies de las sustancias, no estuvieran hechas por los hombres con cierta libertad, sino que hubieran sido
exactamente copiadas de los límites precisos establecidos por la naturaleza,
por medio de los cuales habría distinguido todas las sustancias en especies de-
terminadas. ¿Quién podría afirmar a qué especie pertenecía ese monstruo
del que hace mención Liceto (Lib1, cap. 3), que tenía la cabeza de hombre y
el cuerpo de cerdo? ¿O aquellos otros que con cuerpos de hombre tenían cabezas
de bestias como perros, caballos, etc.? Si alguna de esas criaturas hubiera
vivido y hubiese podido hablar, la dificultad habría aumentado aún más. Si
la parte superior hasta la cintura hubiera sido de forma humana, y la de abajo
de cerdo, ¿supondría un asesinato su destrucción? ¿O se debería consultar
al obispo para saber si tenía lo suficiente de humano como para ser llevado a
la pila bautismal? Según me han dicho, un caso semejante sucedió en Francia
hace algunos años. Así de inciertos son los límites de las especies animales
para nosotros, que no tenemos otras medidas que las ideas complejas de nuestra
propia cosecha; y así de alejados nos encontramos de un conocimiento exacto
de lo que sea el hombre, aunque quizá se tenga como signo de gran ignorancia el
dudar sobre ello. Y, sin embargo, me parece, y puedo afirmar, que los límites
ciertos de esa especie están tan lejos de ser determinados, y el número
preciso de ideas simples que forman su esencia nominal tan lejos de ser
establecido y conocido, que todavía pueden originarse dudas muy graves acerca
de ello. Y me imagino que ninguna de las definiciones de la palabra hombre que
hasta el momento tenemos, ni ninguna de las descripciones de esa clase de
animal, son tan perfectas y exactas como para que dejen satisfecha a una persona
inquisitivo; ni mucho menos para obtener un consenso general, y ser aquello que
los hombres aceptarían en todas partes como base de las decisiones en las casos
y en las determinaciones de vida o muerte, de bautismo o no bautismo, en las distintas circunstancias que puede acontecer.
28. Pero no son tan arbitrarias como los modos mixtos
Pero aunque esas esencias nominales de las sustancias son
elaboradas por la mente, no se hacen, sin embargo, de una manera tan arbitraria
como las de los modos mixtos. Para la elaboración de cualquier esencia nominal
es necesario, en primer lugar, que las ideas en que consisten tengan una unión
como para hacer una sola idea, por muy compuesta que sea. En segundo lugar, que
las ideas particulares unidas de esta manera sean exactamente las mismas, ni
más ni menos. Pues si dos ideas complejas abstractas difieren en el número o
en la clase de sus partes componentes, constituyen dos esencias diferentes, y no
una y la misma esencia. En el primero de estos casos, la mente, al formar sus
ideas complejas de las sustancias, tan sólo sigue a la naturaleza, y no junta
ninguna de ellas que no tengan una unión en la naturaleza. Nadie une el balido
de una oveja con la forma de un caballo, ni el color del plomo con el peso y la
fijeza del oro, para formar de esta manera las ideas complejas de unas
sustancias reales cualesquiera, a no ser que desee llenar su mente con quimeras
y sus discursos con palabras ininteligibles. Los hombres, observando ciertas
cualidades que siempre se dan unidas y conjuntamente, han copiado la
naturaleza de manera que de unas ideas así reunidas han formado sus ideas
complejas de sustancias. Porque aunque los hombres pueden forjar las ideas
complejas que deseen, y darles los nombres que les plazcan, sin embargo, si
quieren que se les entienda cuando hablan de cosas realmente existentes, tienen,
en algún grado, que conformar sus ideas a las cosas de las que quieren hablar,
pues si no el lenguaje dé los hombres sería como el de Babel; y siendo cada'
palabra solamente inteligible para el hombre que la emplea, ya no serviría para
la conversación ni para los asuntos ordinarios de la vida, si las ideas por
ellas significadas no respondieran de alguna manera a las apariencias comunes y estuvieran conformes a las
sustancias, según realmente
existen.
29. Nuestras esencias nominales de sustancias
generalmente
constan de unas cuantas cualidades obvias observadas en las cosas
En segundo lugar, aunque la mente humana, al forjar sus
ideas complejas a partir de las sustancias, nunca reúne ningunas que no existan
realmente o que no se suponga que coexisten, y de esta manera, en verdad,
reclama a la naturaleza esa unión como de prestado, sin embargo, el número que
combina depende de la diferencia en esmero, industria o imaginación de quien
los combina. Los hombres, por regla general, se contentan con unas cuantas
cualidades sensibles obvias, y a menudo, si no siempre, desechan otras tan palpables y firmemente unidas como aquellas que toman. Existen dos clases de
sustancias sensibles: una de los cuerpos organizados que se propagan por
simiente, y respecto a éstos la forma exterior constituye la cualidad
principal para nosotros, y la parte más característica que determina la
especie. Por ello, en los vegetales y animales, una sustancia extensa y
sólida> de esta u otra forma externa, sirve generalmente para el caso. Pues
aunque algunos hombres hagan hincapié en su definición de «animal rationale»,
sin embargo, si apareciera una criatura dotada de lenguaje y de razón, pero que
no participara de la forma externa usual del hombre, creo que a duras penas
pasaría por ser un hombre, por mucho que fuera un «animal rationale» Y si la
burra de Balaam hubiera conversado tan racionalmente con su amo como lo hizo
en una ocasión, dudo que existiera alguien que lo creyera merecedor del nombre
de hombre, o que afirmara que era de su misma especie. Y lo mismo que respecto a
los vegetales y a los animales es la forma exterior, así en la mayor parte de
los otros cuerpos, no propagados por simiente, es el color en lo que más nos
fijamos y lo que más nos guía. Así, donde encontramos el color del pro
nos inclinamos a imaginar que se encuentran allí todas las demás cualidades
comprendidas en esa idea compleja; y comúnmente tomamos esas dos cualidades
obvias, la forma y el color, como unas ideas tan inherentes, que al ver un buen
cuadro afirmamos en seguida: esto es un león, ésa es una rosa; esto es una
copa de oro, ésta de plata, tan sólo por las diferentes figuras y colores
que el pincel presenta al ojo humano.
30. Por muy imperfectas que sean,
sirven para la conservación
Pero aunque esto sea suficiente para concepciones groseras y
confusas, y para formas inadecuadas de hablar y de pensar, sin embargo, los
hombres se hallan muy lejos de ponerse de acuerdo sobre el número preciso de
las ideas simples o cualidades, pertenecientes a cualquier clase de cosas,
significadas por el nombre. Y no es de extrañar desde el momento en que se requieren mucho tiempo, esfuerzo, habilidad, inquisición esmerada y un largo
examen para descubrir cuáles y cuántas de esas ideas simples son las que se
hallan unidas de manera constante e inseparable en la naturaleza, y que
siempre se encuentran fundidas en un mismo sujeto. La mayor parte de los
hombres, por andar faltos de tiempo, inclinación o arte para estos asuntos,
incluso en un grado tolerable, se contentan con algunas cuantas obvias y
externas apariencias de las cosas, clasificándolas y distinguiéndolas de esta
manera para los asuntos comunes de la vida, y así, sin un examen más
detallado, les dan nombres, o toman los que ya están en uso. Los cuales, aunque
en la conversación común pasan perfectamente por signos de unas cuantas
cualidades obvias coexistentes, están, sin embargo, muy lejos de comprender en
su sentido establecido un número preciso de ideas simples, y mucho menos
todas aquellas que han sido reunidas por la naturaleza. El que quiera considerar, a pesar de tanto ruido
sobre los géneros y las especies, y de tanta charla inútil sobre las
diferencias específicas, de qué pocas palabras tenemos definiciones
establecidas podrá pensar con razón que esas formas que han provocado tanto
revuelo no son sino quimeras que no nos aportan ninguna luz sobre la naturaleza
específica de las cosas. Y el que desee considerar cuán lejos están los nombres de las sustancias de tener una significación en la que coincidan todos los
que emplean esos nombres, tendrá motivos para concluir que, aunque la esencia
nominal de las sustancias se supone que están copia- das de la naturaleza, sin
embargo, todas, o casi todas, son imperfectas. Pues la composición de esas
ideas complejas es muy diferente en distintos hombres y, por ello, los límites
de las especies no son los que establece la naturaleza, sino el hombre, y eso
suponiendo que en la naturaleza existan tales límites predeterminados. Es
verdad que existen muchas sustancias particulares que han sido hechas por la
naturaleza de tal manera que guardan entre sí cierta conformidad y parecido, de
tal manera que hay un fundamento para clasificarlas en clases. Pero como la
clasificación que nosotros hacemos de las cosas, o la determinación de las
especies, está destinada a darles un nombre y a comprenderlas bajo términos
generales, no alcanzo a comprender cómo puede afirmarse con propiedad que la
naturaleza establece los límites de las especies de las cosas; 0, si ello fuera
así, nuestros límites de las especies no se conforman exactamente a los de la
naturaleza, pues al tener nosotros una necesidad inmediata de los nombres
generales para el uso presente, no aguardamos a un descubrimiento completo de todas esas cualidades que nos mostrarían mejor sus diferencias y similitudes
más sobresalientes, sino que nos- otros mismos dividimos, en razón de ciertas
apariencias obvias, las cosas en especies, a fin de poder comunicar nuestros
pensamientos sobre ellas más fácilmente mediante nombres generales. Porque
como no tenemos conocimiento de ninguna otra sustancia, sino de las ideas
simples que están unidas a ella, y como observamos que diversas cosas
particulares coinciden entre sí en algunas de esas ideas simples, convertimos
en nuestra idea específica ese conjunto y le damos un nombre general,
para que al registrar nuestros pensamientos y en nuestras conversaciones con los
demás podamos designar con una sola palabra todos los individuos que se ajustan
a esa idea compleja, sin tener que enumerar todas las ideas simples que la
componen, y de esa manera no malgastar nuestro tiempo y esfuerzos en descripciones tediosas, que es lo que vernos necesitan los que pretenden
hablar de cualquier clase nueva de cosas para la que aún no tienen un nombre.
31. Las esencias de las especies bajo un mismo
nombre son muy
diferentes en las distintas mentes de los hombres
Pero aun cuando esas especies de sustancias son suficientes
para la conversación común, es evidente que la idea compleja, a la que se
advierte que se ajustan diversos individuos, está formada muy diferentemente
por los distintos nombres: por algunos con mayor exactitud, por otros con
menos. Para algunos esa idea compleja contiene un mayor número de cualidades
que para otros, así que resulta claro que es según la forme la mente. El
amarillo luminoso significa el oro para los niños; otros añadirá el peso, la
maleabilidad, la fusibilidad; y otros unas cualidades distintas que encuentran unidas a ese color amarillo de manera tan constante como el peso y la
fusibilidad. Porque en todas esas cualidades y en otras similares, cada una
tiene tan legítimo derecho de ser incluida en la idea compleja de esa
sustancia, en la que todas están unidas, como cualquier otra. Y por eso
hombres diferentes, omitiendo o incluyendo diversas ideas simples que los
demás no hacen, según el diverso examen, habilidad u observación sobre el asunto, tienen diferentes
esencias del oro, que deben ser, por eso, obra de ellos mismos y no de la
naturaleza.
32. Mientras más generales sean nuestras ideas de las sustancias, serán más
incompletas y parciales
Si el número de las ideas simples que forman la esencia
nominal de la especie más baja, o la primera clasificación de los individuos,
depende de la mente del hombre que las reúne de maneras diversas, es mucho
más evidente que ellos hacen lo mismo en las clases más comprensivas, que
son denominadas géneros por los maestros de la lógica. Estas son ideas complejas imperfectas a voluntad, y a simple vista se advierte que varias de esas
cualidades que se encuentran en las cosas mismas han sido omitidas de las ideas
genéricas. Porque como la mente omite, para formar ideas generales que
comprendan diversas particulares, las de tiempo y lugar, y otras semejantes, que
no pueden ser comunicables a más de un individuo, así para formar otras ideas
aún más generales que puedan comprender diferentes clases, omite esas
cualidades que las distinguen, y solamente incluye en su nueva colección aquellas ideas que sean comunes a diversas clases. La
misma conveniencia que llevó
a los hombres a expresar bajo un mismo nombre porciones diversas de material
amarillo procedente de Guinea y Perú, los induce también a forjar un nombre
que pueda comprender a la vez el oro, la plata y otros cuerpos de clases diferentes. Esto se consigue mediante la omisión de esas cualidades que sean
peculiares de cada clase, y reuniendo una idea compleja hecha de aquellas que
sean comunes a todas; con la cual, habiéndole anexado el nombre de
metal, se constituye un género, la esencia del cual es una idea abstracta que
contiene solamente la maleabilidad y fusibilidad, con ciertos grados de peso y
fijeza, a las que se ajustan diversos cuerpos de distintas especies, si se dejan aparte el color y otras cualidades
peculiares al oro y a la plata, y a otras clases de cuerpos comprendidas bajo
el nombre de metal. Por lo que es evidente que los hombres no siguen exactamente los modelos que les ofrece la naturaleza, cuando forman sus ideas
genéricas de sustancias, puesto que no se puede encontrar ningún cuerpo que
únicamente tenga maleabilidad y fusibilidad, sin ninguna otra cualidad tan
inseparable como ésas. Pero como los hombres persiguen, al formar sus ideas
generales, la eficacia del lenguaje y la rapidez por medio de signos breves
y comprensivos, antes que la verdadera y precisa naturaleza de las cosas tales
como existen, se han propuesto, al forjar sus ideas abstractas, ese fin principalmente; fin que consiste en hacer acopio de
nombres generales y de vario
alcance comprensivo. Así que en todo este asunto de los géneros y las
especies, el género, o lo más comprensivo, no es sino una concepción
parcial de lo que está contenido en la especie; y la especie no es sino una
idea parcial de lo que se encuentra en cada individuo. Y, por tanto, si alguien
piensa que un hombre, un caballo, un animal, una planta, etc., se distinguen por
esencias reales fabricadas por la naturaleza, debe de creerse que la naturaleza es muy liberal en esas esencias reales, forjando una para un cuerpo, otra
para un animal y otra para un caballo, y que todas esas esencias se otorguen con
liberalidad a Bucéfalo. Pero si consideramos de manera, adecuada lo que
ocurre en todo esto de los géneros y las especies, o clases, encontraremos que
no se hace nada que sea nuevo, sino. que aquellos no son sino signos más o
menos comprensivos, por medio de los cuales somos capaces de expresar en unas
cuantas sílabas gran número de cosas particulares, en tanto en cuanto se
ajustan más o menos a las concepciones generales que con ese propósito
hemos formado. Respecto a todo lo cual podemos observar que el término más
general es siempre el nombre de una idea menos compleja, y que cada género no
es sino una concepción parcial de la especie bajo él comprendida, De manera que si
se piensa que esas ideas generales abstractas son completas, éstas tan sólo lo
pueden ser con respecto a cierta relación establecida entre ellas y determinados nombres que se usan para significarías, y no con respecto a nada
existente que haya sido hecho por la naturaleza.
33. Todo esto está acomodado a la finalidad del habla
Esto se ajusta al verdadero fin del lenguaje, que estriba en
la manera más fácil y breve de comunicar nuestras nociones. Pues, de este
modo, el que quiera discurrir sobre las cosas, en cuanto éstas se conforman con
la idea compleja de extensión y solidez, necesitará únicamente emplear la
palabra cuerpo para denotar todo esto. El que desee añadir otras ideas, significadas por las palabras vida, sensación y movimiento espontáneo,
necesitará solamente usar la palabra animal para significar todo lo que
participa de esas ideas; y el que haya formado una idea compleja de un cuerpo,
dotado de vida, sensación y movimiento, más la facultad de raciocinio, y una
cierta forma unida a él, no necesitará más que emplear el breve monosílabo
man (hombre) para expresar todos los particulares que corresponden a esa idea
compleja. Este es el fin propio de los géneros y las especies, y esto hacen los
hombres sin ninguna consideración de las esencias reales, o de las formas
sustanciales, que no entran dentro del alcance de nuestro conocimiento
cuando pensamos en aquellas cosas, ni en la significación de nuestras palabras cuando hablamos con otras personas.
34. Ejemplo en los casuarios
Si yo deseara hablar con alguien de una clase de pájaros que
últimamente vi en el parque de St. james, de unos tres o cuatro pies de altura,
con una extraña cubierta entre las plumas y el pelo, de un color
marrón
oscuro, sin alas, pero en su lugar dos o tres pequeñas ramas apuntando hacia
abajo como brotes de retama, con unas patas largas y grandes, con sólo tres
garras y sin cola, sería necesario que hiciera toda la descripción precedente
si quisiera que los demás pudieran entenderme. Pero cuando se me ha dicho que
el nombre de este animal es casuario, entonces ya puedo hacer uso de esta
palabra para significar en mi conversación toda la idea compleja mencionada en
aquella descripción, aunque por esa palabra, que ahora ha llegado a ser un
nombre específico para mí, no sé más acerca de la esencia real o de la
constitución de esa clase de animales de lo que sabía antes; y seguramente
conocía tanto sobre la naturaleza de esa especie de aves antes de saber su
nombre, como muchos ingleses sobre la naturaleza de los cisnes o las garzas,
que son nombres específicos y muy conocidos de ciertas aves muy conocidas en
Inglaterra.
35.
Los hombres son los que determinan las clases de las sustancias
A partir de lo que se ha dicho, resulta evidente que los
hombres hacen las clases de las cosas. Pues siendo únicamente las esencias
diferentes las que hacen las diferentes especies, es evidente que quienes hacen
esas ideas abstractas que son las esencias nominales forman de igual manera
las especies o clases. Si se pudiera encontrar un cuerpo que tuviera todas las
demás cualidades del oro con excepción de la maleabilidad, no hay duda de
que se suscitarían problemas a la hora de saber si se trataba o no de oro, y,
por tanto, si era de esa especie. Esto únicamente se podría determinar por
esa idea abstracta a la que todo el mundo anexa el nombre de oro, así que
sería verdadero ese oro y pertenecería a esa especie para aquel que no incluyera la maleabilidad en su esencia nominal,
significada por el sonido; y, por el contrario, no sería oro
verdadero, ni pertenecería a esa especie, para quien incluyera la
maleabilidad en su idea específica. ¿Y quién, pregunto, es el que hace esas
diversas especies, incluso bajo un único y mismo nombre, sino los hombres que
forjan dos ideas abstractas diferentes, que no tienen exactamente el mismo
número de cualidades? No es una mera suposición imaginar que pueda existir un
cuerpo en el que se encuentren todas las cualidades del oro con excepción de
la maleabilidad, ya que es cierto que el oro mismo es tan ávido (como dicen los
propios artífices) algunas veces que no soporta mejor el martillo que el propio
cristal. Y lo que hemos afirmado sobre que incluya, o excluya, la maleabilidad
en la idea compleja el nombre de oro cualquier persona, puede decirse también
de su peso específico, de su fijeza y de otras cualidades semejantes; pues sea
lo que fuere lo incluido u omitido, es siempre la idea compleja, a la que se
anexa el nombre, la que determina la especie; y con que una porción
particular de materia responda a esa idea, el nombre de la especie le
pertenecerá verdaderamente, y será de esa especie. Y así, cuando algo es
verdadero oro, es un perfecto metal; por lo que resulta evidente que la
determinación de las especies depende del entendimiento del hombre que se
forma esta o aquella idea compleja.
36. La naturaleza forja las semejanzas de las
sustancias
En resumen, éste es el caso: la naturaleza hace muchas
cosas particulares que coinciden entre sí en muchas cualidades sensibles, y
probablemente también en su estructura y constitución interna; sin embargo, no
es esta esencia real la que las distingue en especies, sino el hombre, quien,
partiendo de las cualidades que encuentra unidas en ellas y en las que observa
convergen a menudo varios individuos, las ordena en clases por medio de nombres,
para la comodidad de tener signos comprensivos bajo los cuales los
individuos,
según su conformidad con esta o aquella idea abstracta, quedan clasificados
como bajo enseñas; así que éste será del regimiento azul, aquél del rojo;
éste será un hombre, aquél un mandril. Y en esto, según mi opinión, estriba
todo este asunto de los géneros y las especies.
37. La clasificación de los seres particulares es obra de los hombres
No digo que la naturaleza, en la constante
producción de
seres particulares, los haga siempre nuevos y varios, sino que, muy
frecuentemente, los hace muy semejantes los unos de los otros. Sin embargo, lo
que resulta indudablemente cierto es que los límites de las especies, por los
que los hombres clasifican a los seres, son obra de los mismos hombres, ya que
las esencias de las especies, que se distinguen por nombres diferentes, son
obra humana, según se ha probado, y muy pocas veces están de acuerdo con la
naturaleza de las cosas de la que toman su origen. De manera que podemos decir
con seguridad que esa forma de clasificar las cosas es obra de los hombres.
38. Cada idea abstracta, con su nombre, es una
esencia nominal
Hay una cosa que, sin duda, parecerá muy extraña en esta
doctrina, y es que parece deducirse, de cuanto hemos venido diciendo, que cada
idea abstracta, dotada de nombre, forma una especie distinta. Pero ¿qué
podemos hacer, si así lo exige la verdad? Pues así tendrá que ser en tanto
que alguien no nos muestre las especies de cosas limitadas y distinguidas por alguna otra, y no nos permita ver que los términos
generales no significan
nuestras ideas abstractas, sino algo diferentes de ellas. Me gustaría saber por
qué un perro lanudo y uno de caza no son especies tan distintas como lo
son un perro de aguas y un elefante. No tenemos otra idea de la esencia
diferente de un perro de aguas y un elefante de la que tenemos de la esencia
diferente de un perro lanudo y uno de caza; toda la diferencia esencial, por la
que los distinguimos y conocemos, consiste tan sólo en la diferente
colección de ideas simples, a las que hemos dado esos nombres diferentes.
39. Cómo se refieren a los nombres los géneros y
las especies
Hasta qué punto la formación de especies y géneros está
referida a los nombres generales, y hasta qué punto los nombres generales son
necesarios, si no al ser, al menos para completar una especie, y hacer que pase
por tal, se muestra, además de con el ejemplo anterior del hielo y el agua, con
otro muy familiar. Un reloj silencioso y uno con campanas son de la misma
especie para los que tengan un solo nombre para ambos; pero quien tenga el
nombre watch ( Watch en inglés
significa reloj de pulsera o bolsillo, mientras que clock significa
reloj de pared o, en este caso, de campanario) para uno y clock para el otro, y distinga las
ideas complejas a las que pertenecen esos nombres, tendrá dos especies
diferentes. Se podrá decir quizá que el mecanismo interior y la hechura de
ambos son diferentes, y que el relojero tiene una idea clara de ello. Y, sin embargo, es evidente que constituirán una sola especie para el que sólo tenga un
nombre para ambos. Pues ¿qué se necesita en el mecanismo interior para que se
constituya una nueva especie? Hay algunos relojes que han sido fabricados con
cuatro engranajes, mientras que otros lo han sido con cinco; pero ¿es esto
una diferencia especial para el artífice? Algunos tienen cuerdas y husos,
otros no; algunos tienen el balancín suelto, otros regulado por un resorte en espiral
y otros por cerdas de puerco. ¿Son suficientes algunas o todas esas
circunstancias en conjunto para constituir una diferencia específica para el
artífice, que conoce cada una de esas diferencias y otras diferentes que
presentan los mecanismos dentro de la constitución interna de los relojes? Es
totalmente cierto que cada una de aquéllas presenta una diferencia real con respecto a las demás; pero si es o no una diferencia esencial, o una
diferencia específica, es algo que sola- mente se refiere a la idea compleja a
la que se da el nombre de reloj; en tanto todas éstas se conformen con la idea
que el nombre significa, y ese nombre no sea un nombre genérico que abarque
diferentes especies, no serán esencial o específicamente diferentes. Pero si
alguien quiere hacer divisiones más minuciosas, partir de las diferencias que
él sabe existen en la estructura interna de los relojes, y a estas ideas
complejas precisas les da nombres que lleguen a perdurar, éstas constituirán
nuevas especies, para quienes tienen dichas ideas con sus nombres, y podrán
por esas diferencias distinguir los relojes en esas clases diversas, y
entonces el término reloj será un nombre genérico. Sin embargo, no
existirían esas especies diferentes para los hombres que ignoran el
funcionamiento de un reloj, así como sus mecanismos internos, y que no tiene
otra idea de ellos que la de sus formas exteriores y su tamaño, además de
saber que señalan las horas con las manecillas. Pues, para aquellos, todos
esos otros nombres no serían sino términos sinónimos de una misma idea, y
no significarían otra cosa que reloj. justamente lo mismo pienso que acontece
con las cosas naturales. Nadie podrá poner en duda que los engranajes y resortes internos de un hombre racional (si se me permite la expresión) sean
diferentes a los de un imbécil, lo mismo que existe diferencia en la formación
de. un mandril y un imbecil. Pero el que una de esas diferencias o ambas sean
esenciales o específicas, solamente lo podemos saber por su conformidad o disconformidad con la idea compleja que significa el nombre de
hombre; pues solamente de esa manera se puede determinar si
uno o ambos seres son un hombre, o si ninguno lo son.
40. Las especies de las cosas artificiales son menos confusas que las naturales
A partir de lo que se ha dicho, podemos ver el motivo por
el que, en las especies de las cosas artificiales, hay generalmente menos
confusión e incertidumbre que en las naturales. Pues siendo las cosas
artificiales un producto humano que el artífice se propuso hacer, y de¡ que,
por tanto, tiene una idea conocida, se su- pone que el nombre de la cosa no
significa otra idea, ni implica otra esencia que no pueda ser conocida con
seguridad y fácilmente aprendida. Porque como la idea o la esencia de las
diversas clases de cosas artificiales no consiste, la mayor parte de las veces,
en otra cosa que la forma determinada de las partes sensibles, y algunas veces
en un movimiento dependiente de ellas, lo cual el artífice labra con los
materiales que encuentra adecuados para este fin, no sobrepasa el alcance de
nuestras facultades el forjarnos una determinada idea de ello, y fijar así el
significado de los nombres, por los que se distinguen las especies de las
cosas artificiales, con menos dudas, oscuridad y equivocaciones de las que
podemos cometer con respecto a las cosas naturales, cuyas diferencias y
operaciones dependen de los mecanismos que sobrepasan el alcance de nuestros
descubrimientos.
41. Las cosas artificiales de las distintas especies
Perdóneseme aquí el que piense que las cosas
artificiales
son de distintas especies al igual que lo son las naturales, puesto que
encuentro que están ordenadas en clase de una manera totalmente llana, en
razón de diferentes ideas abstractas que tienen sus nombres generales tan distintos los unos de los otros como
aquellos
de las sustancias generales. Pues ¿por qué tenemos que pensar que un reloj y
una pistola no son especies tan distintas la una de la otra como un caballo y
un perro, ya que se expresan en nuestras mentes por ideas distintas, y los
demás les dan nombres distintos?
42. Sólo las sustancias, entre todas las clases de ideas, tienen nombres propios
Hay que tener en cuenta además, en lo que se refiere a las
sustancias, que únicamente ellas, entre todas nuestras clases de ideas, tienen
nombres particulares o propios por los que solamente se significa una cosa
particular. Porque en las ideas simples, en los modos y en las relaciones,
ocurre que los hombres raramente tienen ocasión de mencionar con frecuencia
este o aquel particular cuando están ausentes. Además, la mayor parte de los
modos mixtos, por ser acciones que perecen al nacer, no son tan capaces de
una duración tan larga como las sustancias, las cuales son actores, y en las
que las ideas simples que forman la idea compleja designada por el nombre
tienen una unión permanente.
43. La dificultad que hay en guiar a otro por medio de palabras se deriva de esas
ideas abstractas
Debo pedir perdón al lector por haberme extendido tanto en
este asunto, y quizá con cierta oscuridad. Pero me gustaría que considerara la
gran dificultad que existe para guiar a otro, por medio de palabras, dentro de
los pensamientos de las cosas, cuando las hemos privado de aquellas
diferencias específicas que les otorgamos; las cuales cosas, si no las
nombro, no digo nada, y si las nombro, las tengo que colocar, por ello, dentro
de una clase u otra, y sugerir a la mente la idea abstracta habitual de esa
especie, contradiciendo así mi propósito. Porque hablar de
un hombre, y al tiempo desechar el significado usual del nombre de hombre,
que es nuestra idea compleja anexada usualmente a él, y rogar al lector que
considere al hombre como es en sí mismo, tal y como se distingue de los demás
por su constitución interna o esencial real, es decir, por algo que no conoce,
parece una broma. Y, sin embargo, tal es lo que tiene que hacer aquel que
quiera hablar de las supuestas esencias reales y de las especies de las cosas,
en cuanto se piensan establecidas por la naturaleza, aunque no sea nada más que
para dar a entender que no hay tal cosa significada por los nombres generales
por los que las sustancias se llaman. Pues como es difícil lograr esto por el
conocimiento de los nombres familiares, permítaseme aclarar por medio de un
ejemplo la diferente consideración que tiene la mente de los nombres y de las
ideas específicas, y mostrar cómo las ideas complejas de los modos se
refieren, algunas veces, a arquetipos que están en las mentes de otros seres
inteligentes, o, lo que es lo mismo, a la significación que otros anexan a los
nombres recibidos, y que algunas veces no hacen en absoluto referencia a ningún
arquetipo. Permítaseme también mostrar cómo la mente refiere siempre sus
ideas de sustancias, bien a las mismas sustancias, bien a la significación de
sus nombres, como a arquetipos; y permítaseme asimismo aclarar bien la
naturaleza de las especies o clasificación de las cosas, tal y como las
aprehendemos y las usamos; y la naturaleza de las esencias que pertenecen a esas
especies, lo cual tal vez sea más adecuado para descubrir el alcance y certidumbre de nuestro conocimiento, de lo que en un
principio podíamos imaginar.
44. Ejemplos de modos mixtos llamados
«kinneah» y «niouph»
Supongamos a Adán convertido en un hombre maduro, y dotado
de un buen entendimiento, pero en un país extraño, y rodeado de cosas nuevas y
desconocidas
para él, y sin más dificultades para conocerlas que las que tendría ahora un
hombre de esta época. El se da cuenta de que Lamech está más melancólico de
lo habitual y se imagina que es por una sospecha que tiene de que su mujer Adah
(a la que ama ardientemente) siente demasiada simpatía por otro hombre. Adán
comunica su pensamiento a Eva, y le expresa su deseo de que evite que Adah
cometa una locura, y en esta conversación con Eva emplea dos palabras nuevas:
kinneab y niouph. Al cabo del tiempo, se descubre el error de Adán,
cuando él se entera de que la preocupación de Lamech procede de que ha matado
a un hombre, pero las dos nuevas palabras, kinneab y niouph (la primera
de las cuales significa la sospecha de un marido respecto a la lealtad de su
mujer, y la segunda la deslealtad de la esposa), no pierden sus distintas
significaciones. Resulta evidente, pues, que aquí tenemos dos ideas complejas
distintas de modos mixtos, junto con sus nombres, dos distintas especies de acciones esencialmente diferentes; y entonces pregunto: ¿en qué consistían las
esencias de esas dos especies distintas de acciones? Y resulta claro que
consistían en una combinación precisa de ideas simples, diferentes en la una
de la otra. Y de nuevo pregunto si la idea compleja que había en la mente de
Adán, que él llamó kinneah, era o no adecuada. Y es evidente que lo
era, porque se trata de una combinación de ideas simples que él, sin referirse
a ningún arquetipo, reunió voluntariamente, abstrayéndola y dándole el
nombre de kinneah para expresar brevemente a los demás, por medio de ese
sonido, todas las ideas simples contenidas y reunidas en aquella idea compleja;
por todo ello, resulta evidente que era una idea adecuada. Habiéndose hecho
esta combinación por su propia elección, tenía todo lo que él quiso que
tuviera, así que no pudo por menos que ser una combinación perfecta, y, por
tanto, adecuada, sin referirse a ningún arquetipo que se supusiera debería
representar.
45. Estas palabras, «kinneah» y «niouph», fueron siendo
admitidas en el uso común de manera gradual, y entonces el caso sufrió una
ligera alteración
Los hijos de Adán tuvieron las mismas facultades, y, por
tanto, el mismo poder, para formar las ideas complejas de modos mixtos en sus
mentes que quisieran, para abstraerlos, y convertir los sonidos que les
vinieran en gana en sus signos; pero como el uso de los nombres consiste en
proporcionar a otros las ideas que nosotros tenemos, ello no se podría realizar
sino cuando el mismo signo significa la misma idea para aquellos que quieren
comunicar sus pensamientos y discutir entre sí. De esta manera, aquellos hijos
de Adán que encontraron que las palabras kinneah y niouph estaban en el
uso familiar, no pudieron tomar- las como sonidos desprovistos de significado,
sino que necesariamente debieron llegar a la conclusión de que significaban
algo, ciertas ideas, ideas abstractas, puesto que eran nombres generales,
ideas abstractas que serían las esencias de las especies distinguidas por esos
nombres. Por tanto, si ellos pretendían usar esas palabras como nombres de
especies ya establecidas y sobre las que existía un acuerdo, estaban
obligados a conformar en sus mentes las ideas significadas por esos nombres, con
las ideas que significaban en las mentes de los demás hombres, como a sus
modelos y arquetipos. Y verdaderamente entonces sus ideas, esos modos
complejos, estarían muy expuestas a ser inadecuadas, pues aunque estas ideas
sean muy adecuadas pueden no ajustarse exactamente (especialmente si están
formadas por la combinación de muchas ideas simples) a las ideas existentes en
las mentes de otros hombres que emplean los mismos nombres; aunque para esto hay
generalmente un remedio a mano, que consiste en preguntar por el significado de
cualquier palabra, cuando no la entendemos, a quien la usa; pues tan imposible es saber lo que significan con certeza las palabras celos y adulterio
(que, según creo, equivalen a kinneah
y niouph)
en la mente de otro hombre con el que trato
sobre estas cosas, como era imposible, en el principio de los lenguajes, saber
el significado de kinneah y niouph en la mente de otro hombre, sin que
existiera una explicación, ya que son para todo el mundo signos voluntarios.
46. Ejemplos de sustancia en el término
«zahab»
Consideremos ahora de la misma manera los nombres de las
sustancias en su primera aplicación. Uno de los hijos de Adán, que deambulaba
por los montes, encuentra una sustancia brillante que le resulta agradable a
la vista. La lleva a casa de Adán, quien, después de examinarla, encuentra que
es dura, que tiene un brillante color amarillo y un gran peso, Estas quizá
sean, en un principio, todas las cualidades que advierte en aquélla; y
abstrayendo esa idea compleja, que consiste en una sustancia que tiene ese
peculiar color amarillo brillante, y un peso bastante considerable en
relación con su tamaño, le da el nombre de zahab, para denominar y
señalar todas las sustancias que posean esas cualidades sensibles. Resulta
evidente que, en este caso, Adán actúa de una manera completamente diferente
a como lo hizo antes, cuando forjó esas ideas de los modos mixtos a las que dio
los nombres de kinneah y niouph. Pues en aquella ocasión solamente
reunió ideas a partir de su propia imaginación, sin tomarlas de la existencia
de cosa alguna, y les dio nombres para denominar cuanto sucediera acorde con
esas ideas abstractas suyas, sin considerar si tales cosas existían o no: el
modelo que había tomado era obra suya. Pero al formarse la idea de esta nueva
sustancia, actúa de una manera totalmente distinta, pues toma el modelo de la
naturaleza; y de esta manera, para representárselo a sí mismo por la idea que
tiene sobre él, incluso cuando no tenga este modelo delante, no incluye en esta
idea compleja ninguna idea simple que no haya recibido por medio de la
percepción a partir de la cosa misma. Se preocupa de que su idea
esté de
acuerdo con el arquetipo, e intenta que el nombre signifique una idea
así ajustada.
47. Este fragmento de materia, que ha sido
denominado «zahab»
por Adán, siendo totalmente distinto de cualquier otra cosa que él hubiese
visto antes, pienso que indudablemente constituye una especie distinta que
tiene su esencia particular, y que el nombre «zahab» es la marca de esa
especie, nombre que pertenece a todas las cosas que participen de esa esencia
Pero de aquí se hace evidente que la esencia que Adán
significa con el nombre zahab no era otra cosa que un cuerpo duro,
brillante, amarillo y muy pesado. Pero la mente inquisitivo del hombre no se
contenta con el conocimiento de estas, diré, cualidades superficiales, sino
que empuja a Adán a un examen más detallado. Por ello, éste empezará a
golpearla con piedras para ver lo que descubre en su interior; así encontrará que cede a los golpes, pero que no se divide
fácilmente en fragmentos,
que se dobla sin romperse. ¿Y no es en este momento cuando debe añadir la ductilidad a la idea anteriormente forjada para que forme parte de la esencia que
había denominado zahab? Más adelante hallará pruebas de la fusibilidad
y la fijeza. ¿No serán éstas, por la misma razón que las otras lo fueron,
añadidas a la idea compleja que el nombre zahab significa? Si no es
así, ¿qué razón se encontrará para que en unas sea y en otras no? Y si lo
es, entonces todas las demás propiedades, que otros experimentos descubrirán
en esta materia, deberán formar parte, por la misma razón, de los
ingredientes de la idea compleja que significa la palabra zahab, y de esa
manera ser la esencia de la especie designada con ese nombre. Y careciendo de
fin estas propiedades, resulta evidente que la idea formada por este procedimiento será siempre inadecuada con respecto un arquetipo semejante.
48. Las ideas abstractas de las sustancias son siempre imperfectas y, por tanto,
diversas
Pero eso no es todo. También quisiera añadir que los
nombres de las sustancias no solamente tendrían, como de hecho tienen,
diferentes significados cuando son usados por hombres distintos, sino que
también se sospecharía que era así, lo cual resultaría un inconveniente
bastante considerable para el uso del lenguaje. Pues si se supusiera que cada
cualidad distinta que se descubriera en cualquier materia formaba una parte
necesaria de la idea compleja significada por el nombre común que se le da,
se debería seguir que la misma palabra significa cosas diferentes en
hombres distintos, puesto que no se puede poner en duda que diferentes hombres
puedan haber descubierto diversas cualidades en sustancia de una misma
denominación de las que otros nada supieran.
49. Por tanto, para fijar sus
especies nominales, se ha supuesto una esencia real
Para poder evitar esto, los hombres han supuesto una esencia
real perteneciente a cada especie, a partir de la que fluyen esas propiedades,
con la intención de que el nombre de esa especie signifique esa esencia. Pero
no teniendo éstos ninguna idea de esa esencia real en las sustancias, y no
significando nada sus palabras, sino las ideas que tienen, lo que se consigue
mediante este intento es poner el nombre o sonido en lugar y circunstancia de la
cosa que tiene esa esencia real, sin llegar a saber qué es esa esencia real;
y esto es lo que hacen los hombres cuando hablan de especies de cosas,
suponiendo que han sido hechas por la naturaleza y distinguidas por esencias
reales.
50. La cual suposición no es de ninguna utilidad
Cuando afirmamos que todo el oro es fijo, consideremos que
o bien se quiere decir que la fijeza es una parte de la definición, es decir,
parte de la esencia nominal que la palabra oro significa, de manera que la
afirmación «todo el oro es fijo» no contiene nada que no esté significado en
el término oro; o bien se quiere decir que la fijeza, no siendo parte de la
definición del oro, es una propiedad de la sustancia misma, en cuyo caso
resulta evidente que la palabra oro está tomada en lugar de una sustancia, que
tiene la esencia real de una especie de cosas establecida por la naturaleza. Y
en este proceso de sustitución se da una significación tan confusa e incierta
que, aunque esta proposición «el oro es fijo» sea en ese sentido afirmación de algo real, es una verdad que siempre nos fallará en su aplicación
particular, por lo que siempre carecerá de una utilidad real y de certidumbre.
Pues por muy verdadero que sea afirmar que todo oro es fijo, es decir, todo lo
que tenga su esencia real, ¿de qué servirá esto mientras no sepamos lo que es
o no oro en ese sentido? Porque si no conocernos la esencia real del oro,
resulta imposible que podamos saber qué parte de materia tiene esa esencia, y,
en consecuencia, si es o no oro verdadero.
51. Conclusión
Para concluir: la misma libertad que tuvo Adán en un
principio para formar cualquier idea compleja de modos mixtos sin otro modelo
que sus propios pensamientos, han tenido todos los hombres desde entonces. Y
la misma necesidad de conformar sus ideas de sustancias a las cosas externas a
él, como arquetipos hechos por la naturaleza, esa misma necesidad que tuvo
Adán, han tenido todos los hombres desde entonces, a menos que quisieran
engañarse voluntaria- mente. Igualmente, la misma libertad que tuvo
Adán para otorgar cualquier nombre nuevo a cualquier idea, tiene
todavía cualquier persona (especialmente los iniciadores de los lenguajes, si
es que podemos imaginárnoslos), pero con sólo esta diferencia: que, en los
lugares en los que los hombres en sociedad han establecido ya un lenguaje
entre ellos, el significado de las palabras es alterado raramente y con muchas
precauciones. Porque como los hombres han cubierto sus ideas con nombres, y el
uso común ha establecido nombres conocidos para designar ciertas ideas, una
afectada aplicación de esos nombres no podría menos que ser extremadamente
ridícula. Aquel que tenga nuevas nociones podrá, quizá, aventurarse en
ocasiones a acuñar términos nuevos para expresarlas; pero los hombres piensan
que es un tanto atrevido, ya que es incierto que el uso común los pueda hacer
pasar por términos corrientes. Pero en nuestra comunicación con los demás es
necesario que conformemos las ideas que significamos con las palabras vulgares
con su significado conocido y propio (lo que ya hemos explicado ampliamente),
o bien será necesario dar a conocer la nueva significación que les hemos
aplicado.