LIBRO III DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
Capítulo VIII
ACERCA DE LOS TÉRMINOS ABSTRACTOS Y DE LOS CONCRETOS
1.Los términos abstractos no son predicables el uno, del otro y por qué
Las palabras normales del lenguaje, y el uso común que
hacemos de ellas, habrían podido aportarnos alguna claridad sobre la
naturaleza de nuestras ideas, si se hubieran considerado con la debida
atención. Según se ha indicado, la mente tiene el poder de abstraer sus
ideas, y convertirles así en esencias, en esencias generales, por las que se distinguen las clases de cosas. Pero como cada idea
abstracta es distinta, de manera que, en dos de ellas, una jamás podrá ser la
otra, la mente podrá, por su conocimiento instintivo, percibir la diferencia;
por eso, en las proposiciones, no existen dos ideas totales que puedan afirmarse
la una de la otra. Esto mismo lo podemos ver en el uso normal del lenguaje que
no permite que dos palabras abstractas, o nombres de ideas abstractas, puedan
afirmarse la una de la otra. Pues aunque su parentesco parezca muy cercano, y
aunque sea cierto que el hombre es un animal racional, blanco, sin embargo, cada
cual puede percibir la falsedad de estas proposiciones nada más escucharlas:
«la humanidad es racionalidad, o animalidad, o blancura»; y esto es tan
evidente como cualquiera de las máximas más admitidas lo son. Todas nuestras
afirmaciones solamente son inconcretas, lo cual supone afirmar no que una idea
abstracta es igual a otra, sino que una idea abstracta está unida a otra; las
cuales ideas abstractas, en las sustancias, pueden ser de cualquier clase, y en
todo lo demás no son sino relaciones. En las sustancias, las más frecuentes
son las potencias; por ejemplo, «un hombre es blanco» significa que la cosa
que tiene la potencia de un hombre tiene también en ella la esencia de la blancura, que no es sino la potencia de producir la blancura en alguien cuyos ojos
puedan descubrir objetos ordinarios; o «un hombre es racional» significa
que la misma cosa que tiene la esencia de un hombre tiene también la de
racionalidad, es decir, la potencia de razonar.
2. Muestran la diferencia de nuestras ideas
Esta distinción de los nombres nos muestra también la
diferencia de nuestras ideas; porque, si la observamos, encontraremos que
nuestras ideas simples tienen todas nombres abstractos lo mismo que nombres
concretos, pues los unos (para emplear el lenguaje de los
gramáticos) son los sustantivos, mientras que los otros, los adjetivos: blancura y blanco, dulzura y dulce. Lo mismo ocurre con
nuestras ideas de modos y relaciones, como justicia y justo, igualdad e igual,
sólo que con esta diferencia: que algunos de los nombres concretos de
relaciones, principalmente entre los hombres, son sustantivados (como paternidad
y padre), lo cual resulta fácil de explicar. Sin embargo, en cuanto a
nuestras ideas de sustancias, tenemos muy pocos o ningún nombre abstracto. Pues
aunque las escuelas hayan introducido los de animalitas, humanitas,
corporietas y algunos otros más, sin embargo, éstos resultan poquísimos
en relación con el infinito número de nombres de sustancias, respecto a
los cuales las escuelas nunca fueron tan ridículas de intentar acuñar como
nombres abstractos; y esos pocos que las escuelas forjaron y pusieron en boca de
sus alumnos no han podido obtener todavía el consenso del uso común, ni la
autorización de la aprobación pública. Lo cual me parece que, al menos,
insinúa una confesión de todo el género humano, de que no tiene ninguna
idea de las esencias reales de las sustancias, puesto que no tienen nombres
para dichas ideas, pues habrían tenido sin duda tales nombres, de no ser
porque la conciencia de su propia ignorancia sobre ellos los mantuvo apartados
de un intento tan inútil. Y por eso, aunque tenían ideas suficientes para
distinguir el oro de una piedra, y el metal de la madera, sin embargo, sólo
muy tímidamente se aventuraron con términos como aurietas y saxietas,
metalleitas y lignietas, u otros nombres similares, con los que pretendieron
significar la esencia real de aquellas sustancias de las que ellos sabían que
carecían de ideas. Y en verdad fue la doctrina de las formas sustanciales, y la
confianza de las personas que pretendían saber lo que ignoraban, lo que
motivó y después introdujo los términos de animalitas y humanitas, y
otros semejantes, términos que, sin embargo, no fueron mucho más allá de sus
propias escuelas, y jamás lograron penetrar en hombres de buen entendimiento.
Con todo, humanitas era una palabra de uso familiar entre los romanos, pero en un
sentido muy diferente, ya que no significaba la esencia abstracta de ninguna
sustancia, sino el nombre abstracto de un modo, siendo su concreto humanos,
no homo.