LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo X
ACERCA DE NUESTRO CONOCIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE UN DIOS

1. Somos capaces de conocer con certeza que existe un Dios
Aunque Dios no nos ha dado ninguna idea innata sobre El mismo; aunque no nos imprimió ningunos caracteres originales en nuestras mentes por los que podamos contemplar su existencia, sin embargo, como nos dotó de estas facultades que nuestras mentes poseen, no se ha quedado sin nuestro reconocimiento, desde el momento en que tenemos sentidos, percepción y capacidad de razonamiento, y en que no podemos carecer de una prueba tan clara de El, puesto que lo llevamos en nosotros mismos. Ni podemos tampoco quejamos con justicia de nuestra ignorancia en este punto tan trascendental, puesto que nos ha dotado suficientemente de los medios para descubrirlo y conocerlo, en la forma en que sea necesario para los fines de nuestro ser, y para el importante asunto de nuestra felicidad. Pero aunque ésta sea la verdad más obvia que la razón puede descubrir y aunque su evidencia sea (si no me equivoco) igual a la certidumbre matemática, sin embargo, requiere meditación y atención, y la mente debe aplicarse regularmente a deducirla de alguna parte de nuestro conocimiento intuitivo, o, de lo contrario, estaríamos en una incertidumbre e ignorancia tan grande de ello, como de otras proposiciones cualesquiera, con respecto a las cuales fuéramos capaces de una clara demostración. Para mostrar, por tanto, que somos capaces de conocer, es decir, de estar seguros de que hay un Dios, y para mostrar cómo podemos llegar a esta certidumbre, pienso que no necesitamos ir más allá de nosotros mismos, y de nuestro conocimiento indubitable que tenemos de nuestra propia existencia.
2. Porque el hombre sabe que él mismo existe
Pienso que está fuera de cualquier disputa que el hombre tiene una idea clara de su propia existencia, que sabe que existe con certidumbre y que es algo. El que pueda dudar si es algo o no, pienso que no merece la pena hablar con él, lo mismo que tampoco sea hablar con la nada, ni intentaría convencer al que no existe de que es algo. Si alguien tiene la pretensión de ser tan escéptico como para negar su propia existencia (pues dudar de ella es materialmente imposible), dejésele disfrutar su amada felicidad de no ser nada, hasta que el hambre o algún otro dolor le convenza de lo contrario. Pienso, por tanto, que puedo tomar como una verdad, de la que cada uno estará seguro más allá de toda libertad de duda permisible en un conocimiento cierto, que todo el mundo sabe que «es algo que actualmente existe».
3. También sabrá que la nada no puede producir un ser; por tanto, que tiene que existir algo producido por la eternidad
Por lo mismo, el hombre sabe, por una certidumbre intuitiva, que la pura nada no puede producir mejor un ser real que el que sea igual a dos ángulos rectos. Si hay algún hombre que no sepa que la nada o la ausencia de todo ser no puede ser igual a dos ángulos rectos será imposible que pueda conocer cualquier demostración de Euclides. Si, por tanto, sabemos que hay algún ser real, y que la nada no puede producir ningún ser real, resulta una demostración evidente que ha existido algo desde la eternidad, puesto que lo que no ha existido desde la eternidad tuvo un comienzo, y lo que tuvo un comienzo debió ser producido.
4.
Y ese Ser Eterno debe ser el más poderoso
Además, resulta evidente que lo que tuvo su ser y su principio de otro, debe tener también todo cuanto contiene ese ser, y todo cuanto le pertenece. Todas las potencias que tenga las habrá recibido y tendrán su origen en la misma fuente. Esta fuente eterna, por tanto, de todas las cosas deberá ser también la fuente de origen de toda potencia, y de esta manera este ser eterno tendrá que ser también.
5. Y el que más conocimiento tiene
Además, el hombre encuentra en sí mismo la percepción y el conocimiento. Nosotros podemos avanzar un paso más y tener la certidumbre de que no existe solamente un ser, sino que, al mismo tiempo, este ser existente está dotado de inteligencia y es capaz de conocimiento. Hubo un momento, pues, en que no éramos capaces de conocimiento y en el que el conocimiento empezó a ser, o, más bien, en que desde la eternidad hubo un Ser capaz de conocimiento. Si se dice que hubo un tiempo en que ningún ser tenía conocimiento alguno, cuando el Ser eterno no estaba dotado de todo entendimiento, replicaré que era imposible que hubiera habido alguna vez, en ese caso, ningún conocimiento, pues es imposible que las cosas absolutamente carentes de conocimiento, y que operan ciegamente, y sin ninguna percepción, puedan haber producido un ser dotado de conocimiento, lo mismo que resulta imposible que un triángulo haga por sí mismo que sus tres ángulos sean mayores a dos rectos. Porque tan repugnante resulta para la idea de materia sin sentido el poder incluir en sí misma la sensación, la percepción y el conocimiento, como repugnante es a la idea de triángulo el que pueda incluir unos ángulos mayores a dos ángulos rectos.
6.
Y, por tanto, Dios
De esta manera, a partir de la consideración sobre nosotros mismos y sobre lo que nosotros encontramos infaliblemente en nuestra propia constitución, nuestra razón nos lleva al conocimiento de la siguiente verdad segura y evidente: que existe un Ser eterno, todopoderoso y sapientísimo, y que no tiene la mayor importancia el que se le llame Dios o no. La cosa es evidente y, si se considera esta idea con detenimiento, será fácil deducir de ella todos estos otros atributos que deberemos atribuir a este Ser eterno. Y si, con todo, existe alguien tan insensatamente arrogante como para suponer que solamente el hombre es capaz de conocimiento y sabiduría, y, sin embargo, es el producto de la mera ignorancia y de la casualidad, y que todo el resto del universo se mueve solamente a partir de un ciego azar, le rogaré que considere con detenimiento esta máxima, muy racional y coherente, de Tulio (De legibus, libro 2). «¿No resulta evidente que nadie puede ser tan estúpidamente arrogante como para pensar que tiene en él mismo una mente y un entendimiento, y, sin embargo, no existe ninguna que esté por encima de todo el universo?, o como para pensar que estas cosas que difícilmente puede llegar a comprender con toda la penetración de su ingenio, se mueven sin ninguna razón» («Quid est enin verius, quam neminem esse oportere tam estultem arrogantem, ut in se mentem et rationem putet in esse, in caelo mundoque non putet? Aut ea quac vix summa igenii ratione comprehendat, nulla ratione moveri putet?»)
A partir de lo que se ha dicho, resulta evidente para mí que tenemos un conocimiento más cierto de la existencia de Dios que de cualquier otra cosa que nuestros sentidos nos puedan descubrir de manera inmediata. Más aún, creo que puedo afirmar que conocemos con mayor certidumbre que existe un Dios que cualquier otra cosa que esté fuera de nosotros. Y cuando digo «conocemos», quiero decir que hay un conocimiento de ello a nuestro alcance, el cual no podemos dejar de percibir si aplicamos nuestras mentes a él, igualmente que lo hacemos en otras investigaciones distintas.
7.
Nuestra idea del Ser más perfecto no es la única prueba de la existencia de Dios
No me voy a detener aquí a examinar hasta qué punto la idea del Ser más perfecto, que el hombre se forja en su mente, es una prueba o no de la existencia de Dios, Pues, como los temperamentos de los hombres son muy diferentes, al igual que lo son la aplicación de sus pensamientos, algunos argumentos prevalecen en unos aspectos, y otros en otros, para confirmar la misma verdad. Y, con todo, creo que hay algo que puedo afirmar, y es que es una manera equivocada de establecer esta verdad y de acallar a los ateos, el hacer radicar un punto de vista tan importante como éste en un solo fundamento, y el tomar como prueba única de la existencia de Dios la idea que algunos hombres tienen en sus mentes, ya que es evidente que otros no tienen ninguna idea, y que la que otros tienen es peor que si no tuvieran ninguna, además de que muchos tienen ideas muy diferentes; digo, pues, que es una forma equivocada el mantenerse en una argumentación; por muy cara que nos sea, o el pretender acallar o invalidar todos los demás argumentos, como si fueran débiles o falaces, aun cuando sean de tal calibre que nos hagan ver clara y palpablemente la existencia de Dios, a partir de la reflexión sobre nuestra propia existencia y sobre las partes sensibles del universo, argumentos que son tan claros y se ofrecen de una manera tan contingente a nuestro pensamiento que me resulta imposible que un hombre reflexivo los deje de admitir. Porque pienso que es una verdad tan cierta y clara el que las perfecciones invisibles de Dios se han hecho tan visibles desde la creación del mundo a partir de sus obras, como su poder y divinidad eternos. Pero aunque nuestro propio ser nos proporciona, según ya he mostrado, una prueba evidente e irrefutable sobre la Divinidad, prueba que pienso que nadie podrá dejar de admitir por su evidencia siempre que la examine tan cuidadosamente como lo haría con cualquier otra demostración compuesta de muchas premisas, sin embargo, como nos encontramos con una verdad tan fundamental y de tantas consecuencias, como que toda la religión y la moral genuina dependen de ella, no dudo que mi lector sabrá perdonarme si vuelvo sobre alguno de los argumentos ya dados, e incluso si me detengo un poco más en los mismos.
8. Recapitulando algunas cosas sobre la Eternidad
Ninguna verdad es más evidente que la que establece que tiene que existir algo sobre la eternidad. Nunca he oído a nadie tan falto de razón, ni a nadie que supusiera una contradicción tan manifiesta como para admitir un tiempo en el que existiera una nada perfecta. Pues sería el mayor de todos los absurdos el imaginar que la pura nada, la negación perfecta y ausencia de todo ser, pudiera una vez producir cualquier existencia real.
Así pues, siendo inevitable que toda criatura racional llegue a la conclusión de que «algo» ha existido desde la eternidad, veamos a continuación «qué clase de cosa» tiene que ser ello.
9. Dos clases de seres, cogitantes y no cogitantes
Existen únicamente en el mundo dos clases de seres que el hombre pueda conocer o imaginar:
En primer lugar, aquellos que son puramente materiales, desprovistos de sentidos, percepción o pensamiento, como lo son los recortes de nuestras barbas o de nuestras uñas.
En segundo lugar, los seres sensibles, dotados de pensamiento y de percepción, tal y como nos encontramos a nosotros mismos. A los cuales, si os parece, los denominaremos de ahora en adelante seres «cogitantes» y seres «no cogitantes»; términos que para nuestras intenciones presentes quizá sean mejores que los de material e inmaterial, más adecuados para otros fines.
10.
Un ser no cogitante no puede producir un ser cogitante
Por tanto, si debe haber algo eterno, veamos qué clase de ser tiene que ser. Y en este sentido parece totalmente obvio para la razón que necesariamente deberá ser un ser cogitante; porque tan imposible es concebir que alguna vez la pura materia no cogitante pudiera producir un ser inteligente y pensante, como el que la nada produzca la materia por sí misma. Supongamos un fragmento cualquiera de materia, grande o pequeño, eterno y veremos que, en sí mismo, es incapaz de producir cosa alguna. Por ejemplo, supongamos que la materia del primer pedrusco que encontremos sea eterna, con sus partes firmemente unidas y estables en reposo. Pero si no hubiera ningún otro ser en el mundo, ¿permanecerían eternamente de esta manera, siendo una masa muerta e inactiva? ¿Acaso resulta posible concebir que puedan otorgarse a sí mis- mas el movimiento, siendo pura materia, o que puedan producir algo? La materia, pues, por su propia fuerza, no puede producir por sí misma, ni mucho menos, el movimiento; el movimiento que tienen también deberá provenir de la eternidad, o bien tendrá que ser producido y añadido a la materia por algún otro ser más poderoso que la materia, puesto que, con toda evidencia, la materia no tiene el poder de producir el movimiento por sí misma. Pero supongamos que el movimiento es eterno también; sin embargo, la materia no cogitante y el movimiento, sean cuales fueren los cambios que puede producir en la forma y en el volumen, jamás podrá decir el pensamiento. Tan lejos está el conocimiento de poderse producir a partir del poder del movimiento y de la materia como remota está la materia de poderse producir por el poder del no ser o de la nada. Y apelo a la reflexión de cada uno para que diga si no es tan fácil de concebir una materia producida a partir de la nada como un pensamiento producido a partir de la mera materia cuando antes de él no existía ninguna cosa semejante al pensamiento, o a un ser inteligente. Divídase la materia en cuantas partes se quiera (lo cual tendemos a imaginar corno una especie de espiritualización para hacer de ella algo pensante), varíese la forma y el movimiento a placer, hágase con ella un globo, un cubo, un cono, un prisma, un cilindro, etc, cuyos diámetros no sean sino la millonésima parte de un gry, y esa partícula no operará sobre los otros cuerpos de un volumen proporcionado a ella, que como lo hacen los de un diámetro de una pulgada o de un pie de diámetro; y se podrá tener una expectativa tan racional para esperar que se pueda producir la sensación, el pensamiento y el conocimiento, mediante la unión de un determinado número de partículas gruesas de materia que tengan cierta forma y movimiento, como mediante la unión de las partículas más diminutas que en cualquier parte existan. Estas se golpean, se impulsan y se resisten, las unas de las otras, de la misma manera que aquellas otras más grandes, y ello no podría ser de otra forma, Así que si suponemos que nada hubo en un principio o que fuera eterno, será imposible que la materia haya empezado a ser; y si suponemos como eterna a la mera materia, desprovista de movimiento, resulta imposible que pueda haber llegado a ser nunca el movimiento; de la misma manera, si suponemos sólo la materia y el movimiento como primeros o eternos, jamás podría haber llegado a ser el pensamiento. Porque es imposible concebir que la materia, con o sin movimiento, pueda tener originariamente en ella misma, y a partir de ella misma, la percepción y el conocimiento, como se deduce con evidencia a partir de que, entonces, la sensación, la percepción y el conocimiento tendrían que ser propiedades eternamente inseparables de la materia y de. cada una de sus partículas. Por no añadir que aun cuando nuestra concepción general o específica de la materia nos hace hablar de ella como de una sola cosa, la verdad es que, realmente, toda la materia no es una única cosa individual, ni tampoco existe algo semejante como un ser material, o como un cuerpo individual que podamos conocer o llegar a concebir. Y, por tanto, sí la materia fuera el eterno y primer ser cognitivo, no podría haber ningún ser cognitivo, eterno e infinito, sino que existiría un número infinito de seres eternos, finitos y cogitativos, independientes los unos de los otros, de fuerza limitada y de pensamientos distintos, los cuales nunca serían capaces de producir ese orden, esa armonía y esa belleza que se encuentran en la naturaleza. Por tanto, ya que es preciso que el primer ser eterno sea necesariamente un ser cogitante, y que sea lo que fuere, el principio de todas las cosas debe contener, al menos, todas las perfecciones que después puedan existir, puesto que no podría nunca dar a otro ninguna perfección que no tuviera en sí mismo, ni en un grado más alto, resulta totalmente necesario llegar a la conclusión de que el primer ser eterno no puede ser la materia.
11.
Por tanto, ha existido un ser cogitante eterno
Si, por tanto, es evidente que algo debe existir necesariamente desde la eternidad, también resulta evidente que ese algo debe ser necesariamente un ser cogitante. Porque tan imposible es que la materia no cogitante pueda producir un ser cogitante, como que la nada, o la negación de todos los seres, pueda producir un ser positivo o la materia.
12. Los atributos de los seres cogitantes eternos
Aunque este descubrimiento de la necesaria existencia de una mente eterna no nos lleve forzosamente al conocimiento de Dios, puesto que de allí se sigue que todos los otros seres cognoscentes, dotados de un principio, deben depender de El, y no tendrán otras formas de conocimiento o alcance de potencia sino el que les ha sido dado, y, por tanto, que si El hizo a todos esos seres tambien hizo a las partes menos dotadas del universo ( todos los seres inanimados, por los
que queda establecida su omnisciencia, su potencia y su providencia, y de los que se siguen todos sus demás atributos ), sin embargo, aunque a partir de esto podamos aclarar este asunto, para avanzar un poco más, examinaremos las dudas que pudieran argüirse en contra.
13. Primero. Si la mente eterna es o no material
Quizá se diga que, aunque resulte tan claro, como una demostración, el hecho de que tiene que existir un Ser eterno, y el que ese ser debe de estar además dotado de conocimiento, no se deduce de allí, sin embargo, que ese ser pensante pueda ser material. Admitamos que sea así, pero, con independencia de ello, se seguirá deduciendo que existe un Dios. Porque si existe un Ser eterno, omnisciente y omnipotente, resulta totalmente cierto que existe un Dios, con independencia de que se imagine a ese Ser material o inmaterial. Pero tal y como yo lo imagino, me parece que el peligro principal de una proposición semejante estriba en lo siguiente: que como no hay ninguna forma de eludir la demostración de que existe un ser eterno cognoscente, los hombres, inclinados a la materia, llegarán a admitir que éste es un ser material, y sin tener en cuenta sus mentes o sus razonamientos a partir de los cuales se demostró la necesidad de la existencia de un ser eterno y cognoscente, argüirán que todo es materia, y negando de esta manera a Dios, llegarán a negar a un Ser eterno y cogitante; lo cual, lejos de confirmar su hipótesis, solamente servirá para destruirla. Porque si, según sus opiniones, puede existir materia eterna sin ningún Ser eterno y cogitante, ellos separan claramente materia y pensamiento, y no suponen ninguna conexión necesaria de la una con respecto al otro, de manera que establecen la necesidad de un espíritu eterno, pero no la necesidad de una materia, puesto que ya se ha probado que inevitablemente hay que admitir un ser eterno y cogitante. Ahora bien, aunque puedan separarse pensamiento y materia, la existencia eterna de la materia no se seguirá de la existencia eterna de un ser cogitante, y, por tanto, su suposición no será una verdadera suposición.
14.
No es material, primero, porque cada una a partículas de materia no es cogitante
Pero veamos ahora hasta qué punto pueden convencerse satisfactoriamente a ellos mismos, o a los de- más, de que ese Ser eterno y pensante es material.
I. Me gustaría preguntarles si creen que toda la materia, cada partícula de la materia, piensa. Esto, pienso, que no es algo que admitirán, pues, de ser así, habría tantos seres eternos pensantes como partículas de materia existen, y de esta manera el número de dioses sería infinito. Sin embargo, si no admiten que la materia, en tanto que materia, esto es, cada parte de materia, es tan cogitante como extensa, tendrán gran dificultad para explicarse a sí mismos las razones por las que hay un ser cogitante, a partir de partículas no cogitantes, al igual que sería difícil explicar la existencia de un ser extenso, partiendo de partes inextensas, si es que se me permite esta contradicción.
15. En segundo lugar, porque una partícula de materia no puede ser cogitante
II. Si todo la materia no tiene capacidad de pensar, entonces, pregunto: ¿es solamente el átomo lo que puede hacerlo? Esto es tan absurdo como lo anterior, pues entonces este átomo de materia tendría que ser por sí solo eterno, o no serlo. Si solamente él fuera eterno, entonces, por sí solo, por un pensamiento poderoso o por su voluntad habría hecho todo el resto de la materia; y de esta manera tendríamos que la creación de la materia se debe a un pensamiento poderoso, lo cual es algo que los materialistas rechazan. Porque si suponen que solamente un átomo pensante produjo todo el resto de la materia, no pueden adscribir esa prominencia a éste sobre ninguna otra circunstancia que no sea la capacidad de pensar, que es la única diferencia que se ha supuesto. Pero admitamos que sea así por alguna otra forma que no hemos llegado en nuestras concepciones, y con todo, nos encontraremos ante una creación, por lo que aquellos hombres seguirán sin poder explicar nada con su gran máxima «ex nihilo nil fit», y si dicen que todo el resto de la materia es igualmente eterno, lo mismo que lo es el átomo pensante, será tanto como decir de lo que a uno le parezca, por muy absurdo que ello sea. Pues suponer que toda la materia es eterna, y admitir que una pequeña parte está, en conocimiento y en potencia, infinitamente por encima del resto, es algo totalmente desprovisto de razón para fundar sobre ello una hipótesis. Cada partícula de materia, en tanto que materia, es capaz de todas las mismas formas y movimientos que lo sea cualquier otra partícula; y yo desafío a cualquier persona para que, en sus pensamientos, añada alguna cosa que la sitúe sobre las demás.
16.
En tercer lugar, porque es imposible que un sistema de materia no cogitante pueda ser cogitante
III. Así pues, si un solo átomo peculiar no puede ser este ser eterno y pensante, ni tampoco lo puede ser toda la materia, en tanto que materia, es decir, cada partícula de materia no puede serio, sólo nos queda suponer que algún cierto sistema de materia, debidamente unido, sea este Ser eterno y pensante. Esta es, según me imagino, la noción a la que más se inclinan los hombres que piensan en Dios como un Ser material, ya que se les sugiere de un modo más inmediato al concepto ordinario que tienen de sí mismos, y de otros hombres a quienes consideran como seres materiales pensantes. Pero este pensamiento, aunque sea muy natural, no deja de ser menos absurdo que los demás; porque suponer que el Ser eterno y pensante no es sino una composición de partículas de materia, cada una de las cuales es no cogitante, es lo mismo que adscribir toda la sabiduría y el conocimiento de ese Ser eterno únicamente a la yuxtaposición de las partes, lo cual no puede ser más absurdo. Porque las partículas no pensantes de materia, se reúnan de la forma que sea, sin embargo, no pueden añadir a sí mismas ninguna cosa a no ser una nueva relación de posición, lo cual es imposible que les aporte ningún pensamiento y conocimiento.
17.
Y ello, con independencia de que este sistema corpóreo esté en movimiento o en reposo
Pero, es más, o bien este sistema corpóreo tiene todas sus partes en reposo, o es un cierto movimiento de sus partes en lo que su pensamiento consiste. Si está totalmente en reposo, no será sino una masa, y de esta manera no gozará de privilegio alguno sobre un átomo.
Si del movimiento de sus partes, depende su pensamiento, todos sus pensamientos deberán ser inevitablemente accidentales y limitados, puesto que todas las partículas que por su movimiento originan el pensamiento, al carecer ellas mismas de pensamiento, no pueden regular sus propios movimientos, y mucho menos ser reguladas por el pensamiento del todo, ya que ese pensamiento no es la causa del movimiento (pues entonces sería su antecedente, y, por tanto, estaría fuera de él), sino su consecuencia, de manera que se le priva totalmente de libertad, de potencia, de juicio y de todo pensamiento amplio o de toda capacidad de actuación, por lo que un ser pensante semejante no será mejor o más sabio que la pura materia ciega, ya que reducir todo a movimientos arbitrarios de una materia ciega, o a pensamientos que dependen de esos
movimientos arbitrarios de la materia ciega, es la misma cosa: no mencionar la estrechez de unos pensamientos semejantes y de un conocimiento que depende del movimiento de tales partes. Pero no hay necesidad de enumerar otros absurdos e imposibilidades de esta hipótesis (aunque los haya en abundancia) además de los que ya hemos mencionado, puesto que, admitiendo que este sistema pensante abarque toda o parte de la materia del universo, resulta imposible que ninguna partícula pueda conocer su propio movimiento, o el de otra partícula cualquiera, o bien que el todo conozca el movimiento de cada partícula y que, por tanto, regule sus propios pensamientos o movimientos y, en definitiva, que puede resultar ningún pensamiento de un movimiento semejante.
18.
La materia no es co-eterna con una mente eterna
En segundo lugar hay otros que quisieran que la materia fuera eterna, reconociendo, no obstante, que existe un Ser eterno, cogitante e inmaterial. Esto, aunque no niegue que existe un Dios, sin embargo, desde el mismo momento en que niega la primera y principal obra suya, es decir, la creación, es algo que merece la pena considerar más detenidamente. ¿Por qué es preciso que la materia sea eterna? Porque no se puede concebir cómo puede hacerse de la nada. Mas, entonces, ¿por qué no se concibe uno a sí mismo como eterno? Quizá se responderá que porque empezó a existir hace unos treinta o cuarenta años. Pero si pregunto qué es esa persona que empezó a existir entonces, difícilmente se me podrá responder. La materia de la que uno está hecho no empezó a ser entonces, pues, si ello fuera así, no sería eterna, sino que habría empezado a unirse de una materia determinada y en una forma adecuada para construir un cuerpo tal. Pero esta disposición de partículas no constituye ese ser, no forma la cosa pensante que es (pues ahora estoy tratando con alguien que admite un Ser eterno, inmaterial y pensante, pero que admite también una materia no pensante y eterna); entonces, ¿cuándo empezó a existir ese ser pensante? Si jamás comenzó a existir, entonces ha sido siempre algo pensante desde la eternidad, absurdo tan grande no voy a refutar hasta que alguien esté tan desprovisto de entendimiento como para hacerlo suyo. Por tanto, si se puede admitir que una cosa pensante haya sido hecha a partir de la nada (como debe ocurrir con todas las cosas no eternas), ¿por qué no admitir entonces la posibilidad de que una potencia igual haya fabricado de la nada un ser material, a no ser porque la experiencia de lo uno es manifiesta, mientras que la de lo otro no lo es? Aunque nosotros consideremos esto detenidamente, podemos observar que la creación de un espíritu no necesita una potencia menor que la creación de una materia. Y, posiblemente, si nos emancipáramos de ciertas nociones vulgares y eleváramos nuestros pensamientos hasta donde pueden alcanzar, para llegar a una contemplación más detenida de las cosas, nos encontraríamos capaces de observar y de llegar a una concepción vaga de hasta qué punto la materia pudo haber sido hecha en un principio, y cómo llegó a existir mediante el poder de ese primer Ser eterno; pero encontraríamos que el dar principio y existencia a un espíritu es un efecto más inconcebible del poder omnipotente. Con todo, como esto quizá nos alejará demasiado de las nociones sobre las que se funda actualmente en el mundo la filosofía, no sería perdonable apartarse tanto de ella, o inquirir en la misma medida en que lo autoriza la gramática, sobre si la opinión comúnmente establecida se opone a ello; en especial, no quisiera entrar en este lugar en semejantes suposiciones, ya que las doctrinas recibidas son suficientes para nuestros propósitos actuales, .y eliminan cualquier duda sobre que cualquier sustancia, admitiendo la creación o el principio de una que haya sido sacada de la nada, lleva a suponer la creación de otra sustancia cualquiera, a no ser el mismo Creador.
19.
Objeción: la creación a partir de la nada
Pero se me podrá objetar si no es imposible admitir la formación de algo a partir de la nada, ya que no es posible que nosotros podamos concebirlo. A ello respondo que no. Porque no resulta irrazonable el negar el poder de un Ser infinito tan sólo porque no podemos comprender sus operaciones. Existen otros efectos que no podemos negar mediante el mismo razonamiento, porque no podamos concebir la manera en que se producen. No podemos concebir de qué manera pueden impulsar un cuerpo a otro cuerpo, si no es por impulso, y, sin embargo, ello no es óbice para obligarnos a negar que sea posible otro modo, en contra de la experiencia constante que tenemos en nosotros mismos, en todos nuestros movimientos voluntarios que se producen solamente por la libre acción o el pensamiento de nuestras mentes y que no son o pueden ser los efectos de¡ impulso o la determinación del movimiento de la materia ciega en o sobre nuestros cuerpos; pues si fuera así, no estaría en nuestro poder o capacidad de elección el alterarlo. Así, por ejemplo, mi mano derecha escribe mientras mi mano izquierda descansa. ¿Qué es lo que causa el descanso en una y el movimiento en la otra? Nada, sino mi voluntad, un pensamiento de mi mente; y sólo con que mi pensamiento cambie mi mano derecha permanecerá en reposo y comenzará a moverse la izquierda. Esto es algo evidente, que no puede negarse; explíquese y hágase inteligible, y el paso siguiente consistirá en entender la creación. Porque estableciendo una nueva determinación para el movimiento de los espíritus animales (del cual hacen algunos uso para explicar el movimiento voluntario) no se aclara en absoluto la dificultad. Pues alterar la determinación del movimiento no es en este caso más o menos fácil que producir el movimiento mismo, ya que la nueva determinación que se dé a los espíritus animales debe ser producida, o inmediatamente por el pensamiento, o por algún otro cuerpo que se interponga por el pensamiento, cuerpo que no estaba antes en su camino de tal manera que deberá también su movimiento al propio pensamiento; y sea cual fuere la hipótesis que adoptemos, el movimiento voluntario resultará tan ininteligible como lo era antes. En el otro sentido, es supervalorarnos el tratar de reducirlo todo a la es- trecha medida de nuestras sociedades, y en llegar a concluir que son imposibles de realizar todas aquellas cosas cuya manera de hacerse excede a nuestra comprensión. Esto supondría pensar que nuestra comprensión es infinita o que Dios es finito, desde el momento en que limitamos lo que El pueda hacer a lo que nos- otros podemos concebir. Si no se pueden entender las operaciones de la propia mente finita, esa cosa pensante interna, no nos extrañemos de que no se puedan comprender las operaciones de esa mente eterna infinita que hizo y gobierna todas las cosas, y que el universo de los universos no puede contener.

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