LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo XVII
ACERCA DE LA RAZÓN

1. Varias significaciones de la palabra razón
La palabra razón tiene, en la lengua inglesa, diferentes significaciones. Algunas veces se toma como un principio claro y verdadero; otras, como deducciones claras y correctas de aquellos principios; y en otros casos, como la causa, y en especial como la causa final. Pero la consideración que yo quiero hacer aquí tendrá una significación diferente de todas aquéllas, y será, en cuanto significa una facultad del hombre, esa facultad por la que se supone que el hombre se distingue de las bestias, y en la que resulta evidente que las excede en gran manera.
2.
En qué consiste el razonar
Si el conocimiento general, según se ha mostrado, consiste en una percepción del acuerdo o desacuerdo de nuestras propias ideas, y si el conocimiento de la existencia de todas las cosas fuera de nosotros (a ex- cepci6n únicamente de Dios, cuya existencia todo hombre puede conocer con certidumbre y demostrársela a sí mismo a partir de su propia existencia) se obtiene únicamente por los sentidos, ¿qué resquicio hay para el ejercicio de cualquier otra facultad nuestra, que no sean el sentimiento exterior y la percepción interior? ¿Para qué necesitamos, entonces, la razón? Creo que para mucho, tanto para la ampliación de nuestro conocimiento como para regular nuestro asentimiento. Porque tiene relación, a la vez, con el conocimiento y con la opinión, y resulta necesaria para auxiliar a todas nuestras facultades intelectuales, y a la vez para contener dos de ellas, es decir, la sagacidad y la ilación. Mediante la primera, encuentran las que están fuera; y a través de la otra ordena las ideas intermedias de manera que puedan descubrir qué conexiones existen en cada eslabón de la cadena que une los dos extremos, y así presenta a la vista la verdad pretendida, que es lo que llamamos ilación o inferencia, y que no consiste en otra cosa que en la percepción de la conexión que hay entre las ideas en cada paso de la deducción. Por lo cual, la mente llega a ver el acuerdo cierto o el desacuerdo de dos ideas cualesquiera, lo mismo que en la demostración que la lleva al conocimiento, o únicamente una conexión probable, a la que concede su asentimiento o se le niega, como ocurre en la opinión. Los sentidos y la intuición tienen un camino muy limitado. La mayor parte de nuestro conocimiento depende de la deducción y de las ideas intermedias; y en aquellos casos en los que en lugar de conocimiento únicamente tenemos para sustituirlo el asentimiento, y tenemos que tomar algunas proposiciones como verdaderas, sin estar seguros de que lo sean, necesitamos encontrar, examinar y comparar los fundamentos de su probabilidad. En los dos casos la facultad que busca los medios y que los aplica correctamente, para descubrir la certidumbre en el uno y la probabilidad en el otro, es lo que denominamos razón. Pues al igual que la razón percibe la conexión necesaria e indubitable de todas las ideas o pruebas, en cada paso de cualquier demostración que produce conocimiento, así también percibe la conexión probable que hay entre todas las ideas o pruebas en cada paso de un discurso, al que piensa se lo debe dar asentimiento. Este es el grado más bajo de lo que podernos llamar razón. Porque cuando la mente no percibe esta conexión probable, cuando no discierne si existe o no tal conexión, las opiniones de los hombres no son producto del juicio o consecuencias de la razón, sino los efectos de la casualidad y del azar, en una mente dispuesta a todas las aventuras, sin ningún juicio ni dirección.
3.
La razón en sus cuatro grados
De manera que podemos considerar que existen estos cuatro grados en la razón: el primero y más alto es el descubrimiento y el hallazgo de verdades; el segundo, la disposición regular y metódica de ellas, y su colocación en un orden claro y adecuado que permita percibir su conexión y su fuerza de manera clara y fácil; el tercero consiste en la percepción de su conexión, y el cuarto, en establecer una conclusión correcta. Estos distintos grados se pueden observar en cualquier demostración matemática, pues una cosa es percibir la conexión de cada parte, según la demostración que otro realiza, y otra cosa diferente percibir la dependencia de la conjunción con respecto a todas las partes; una tercera cosa es realizar una demostración clara y precisa por uno mismo, y algo muy diferente de todo ello es el haber encontrado aquellas ideas intermedias o pruebas por las que se realizó.
4. Sobre si el silogismo es el gran instrumento de la razón: primera causa para dudarlo
Hay otra cosa que deseo considerar en lo que a la razón se refiere, y es que si el silogismo es, como generalmente se cree, su instrumento adecuado y la manera más útil para ejercitar esta facultad. Las causas que tengo para dudarlo son las siguientes:
Primero, porque los silogismos únicamente sirven a la razón en las ocasiones antes mencionadas, esto es, para mostrar la conexión de las pruebas en un solo caso, y no en más; pero tampoco en esto son de gran
utilidad, puesto que la mente puede percibir dicha conexión, si realmente existe, tan fácilmente o quizá mejor que con ellos.
Si observamos los actos de nuestras propias mentes, encontraremos que razonamos mejor y más claramente cuando nos limitamos a observar la conexión de las pruebas sin reducir nuestro pensamiento a ninguna regla de silogismo. Y por ello podemos advertir que hay muchos hombres que razonan con gran claridad y corrección, que no conocen cómo se hace un silogismo. Quien investigue sobre muchas partes de Asia y de América podrá encontrar hombres que quizá razonan de una manera tan aguda como él mismo, y que nunca oyeron hablar de silogismos, ni pueden reducir ningún argumento a esas formas, y pienso que no existe casi nadie que formule silogismos al razonar con él mismo. Realmente, el silogismo se utiliza en ocasiones para descubrir alguna falacia que se oculta en una floritura retórica, o que se encuentre tras una frase esmerada; o para mostrar un absurdo despojándolo de toda su deformidad, y reduciéndolo al verdadero lenguaje. Pero la debilidad o la falacia de tales cosas que se encuentran en algunos discursos no se muestran mediante las formas artificiales que llevan, sino a aquellos que han estudiado concienzudamente los modos y las figuras y a quienes han examinado las distintas maneras mediante las que se puede reunir tres proposiciones, para llegar a saber cuál de ellas nos permite establecer una conclusión correcta y cuál no, y a partir de qué fundamentos esto ocurre así. Todos los que han considerado tan detenidamente los silogismos como para ver las razones por las que tres proposiciones reunidas de una manera determinada producen una conclusión correcta, y el porqué de que entre otros casos no la produzcan, pienso que tienen la certeza de las conclusiones que extraen de las premisas, dentro de los usuales modos y figuras. Pero quienes no han avanzado tanto en estas formas no tendrán la seguridad, en virtud de un silogismo, de la conclusión que ciertamente se debe seguir de las
premisas; únicamente supondrán que es así por una confianza implícita en sus profesores y en aquellas formas de argumentación, lo cual puede ser creencia, pero no certidumbre. Ahora bien, si entre todo el género humano son muy pocos los que pueden hacer silogismos en comparación con los que no pueden realizarlos, y si entre los pocos que han aprendido la lógica existe solamente un número muy pequeño que hagan algo más que creer que los silogísmos, reducidos a los modos y a las figuras, pueden determinar conclusiones correctas, sin saber ciertamente que sean así, los silogísmos, digo, tomados en este sentido, son el instrumento propio de la razón y si los medios de llegar al conocimiento, se deducirá de aquí que antes de Aristóteles no existía ningún hombre que conociera o pudiera conocer ninguna cosa por medio de la razón, y que a partir de la invención de los silogismos no existe un hombre entre diez mil que lo pueda hacer.
Pero Dios no ha sido tan descuidado con los hombres como para hacerlos únicamente unas criaturas bípedas, y como para dejar a Arist6teles que los hiciera racionales, es decir, que hiciera racionales a esos pocos que consiguiera que examinaran los fundamentos de los silogismos, de manera que vieran que entre trescientas formas en las que se pueden reunir tres proposiciones no hay sino unas catorce de las que se pueda estar seguro de que la conclusión es correcta, y sobre qué fundamentos esto es así que, en estos pocos casos, la conclusión es cierta y en los otros no lo es. Dios ha sido más bondadoso que eso con el género humano. Ha dotado a los hombres de una mente que pueda razonar sin que tenga que estar aconsejada por los métodos del silogismo; el entendimiento no aprende a razonar por estas reglas, ya que tiene una facultad natural para percibir la coherencia o la incoherencia de sus ideas, y puede clasificarlas correctamente sin que sean necesarias unas repeticiones tan confusas. No digo esto para disminuir la importancia de Aristóteles, a quien tengo por uno de los hombres más grandes de la antigüedad, al que pocos han igualado en agudeza y en amplitud de miras, en penetración de pensamiento y en fuerza de juicio; y quien, por la misma invención de formas de argumentación por las que se puede mostrar que la conclusión ha sido inferida correctamente, prestó un gran servicio a quienes no tenían ningún reparo en negar todas las cosas. Y asimismo admito en realidad que todo razonamiento correcto se puede deducir a sus formas de silogismo. Pero, con todo, creo que sin que sea un demérito para él, puedo decir con verdad que estas formas no son ni el único ni el mejor modo de razonar para llevar a aquellas verdades que deseamos encontrar y de las que queremos hacer el mejor uso en nuestra razón para la obtención de conocimiento. Y resulta evidente que él mismo encontró que algunas formas eran concluyentes y que otras no lo eran, y no por medio de esas formas mismas sino por el camino original del conocimiento, es decir, por el acuerdo visibles de las ideas. Dígase a una campesina que el viento proviene del sudoeste, y que el cielo nublado amenaza lluvia y comprenderá fácilmente que no resulta adecuado para ella el salir con vestidos ligeros en un día semejante, después de haber tenido fiebre. Ella verá con toda claridad la conexión probable entre todas las cosas siguientes. el viento del sudoeste, las nubes, la lluvia, el hecho de mojarse, el coger un resfriado, la recaída y el peligro de muerte, sin necesidad de reunirlo todo en una cadena artificioso y engorrosa de diversos silogismos, que no servirían sino para llenar la mente, la cual actúa sin ellos con mayor claridad y agilidad de un pensamiento a otro; y la probabilidad que ésta percibirá fácilmente en las cosas mismas en su estado natural se perdería totalmente si ese argumento fuera formulado de una manera erudita y que le propusiera mediante modos y figuras. Pues ello muchas veces sirve para confundir las conexiones, v pienso que cualquiera puede percibir en las demostraciones matemáticas que el conocimiento que se obtiene con ellas se realiza de una manera más corta y clara que con el empleo de silogísmos.
Se considera que la diferencia es el acto más importante de la facultad racional, y de hecho es así cuando se hace correctamente. Pero la mente, bien por el deseo de ampliar su conocimiento, bien por la tendencia que muestra en favorecer las opiniones que ha recibido en alguna ocasión, se muestra muy atrevida a la hora de realizar inferencias; y, por tanto, muchas veces se da una prisa excesiva antes de percibir la conexión de las ideas que deben reunir los dos extremos.
Inferir no es nada más que formular una proposición como verdadera, extrayéndola de otra que es verdadera, es decir, ver o suponer esa conexión de las dos ideas de la proposición inferida, v. g., supongamos que sea la proposición establecida «los hombres serán castigados en el otro mundo», y que de ella infiramos esta otra: «por tanto, los hombres pueden determinarse a sí mismos». La cuestión ahora estriba en saber sí la mente ha realizado bien o mal esta inferencia; si la ha realizado descubriendo las ideas intermedias, y teniendo en cuenta la conexión que entre ellas hay, situadas en el orden debido, ha procedido de manera racional y ha formulado una inferencia correcta. Si la ha hecho sin semejante consideración, en ese caso más que formular una inferencia que se pueda mantener o una inferencia razonable, ha mostrado un deseo de que sea así o de que se tome como tal. Pero en ningún caso es el silogismo lo que le ha hecho descubrir esas ideas, o le ha mostrado la conexión existente entre ellas; ya que es necesario que la mente las haya des- cubierto, y que la conexión haya sido percibido en cualquier lugar, antes de que racionalmente se pueda utilizar en el silogismo, a no ser que se diga que cualquier idea, sin considerar la conexión que pueda tener con otra, cuyo acuerdo se podría mostrar por ella, sea suficiente en los silogismos, y se pueda utilizar al azar como medius terminus para probar cualquier conclusión. Pero esto creo que no lo dirá nadie porque es en virtud del acuerdo percibido de las ideas intermedias con los extremos por lo que puede llegarse a concluir que están de acuerdo los extremos; y, por tanto, cada idea intermedia debe ser tal que en toda cadena tenga una conexión visible con aquellas dos entre las que está situada, ya que sin esto no se puede inferir o extraer una conclusión. Porque donde quiera que cualquier eslabón de la cadena se haya perdido y ya no tenga ninguna conexión, desaparecerá toda la fuerza, y no habrá ninguna facultad de inferir o extraer nada. En el ejemplo antes mencionado, ¿qué es lo que muestra la fuerza de la inferencia, y en consecuencia su razonabilidad, sino la visión de la conexión de todas las ideas intermedias que se extraen de la conclusión o de la proposición inferida? Por ejemplo, «los hombres serán castigados», «el justo castiga», «el castigo es justo», «el castigado podría haber actuado de otra manera», «libertad», «autodeterminación», por cuyo encadenamiento de ideas, de esta manera visibles, y conectadas entre sí, de manera que cada idea intermedia esté de acuerdo con cada una de aquellas dos entre las que está inmediatamente situada, las ideas de hombre y de autodeterminación aparecen así conectadas, es decir, que esta proposición, «los hombres pueden autodeterminarse», se saca o se infiere de aquella otra que establecía que «ellos serán castigados en el otro mundo». Porque viendo aquí la mente la conexión que hay entre la idea del castigo de los hombres en el otro mundo, y la idea de Dios castigador; entre el Dios castigador y la justicia de su castigo; entre la justicia del castigo y el delito; entre el delito y la facultad de haber actuado de otro modo; entre la facultad de haber actuado de otro modo y la libertad, y entre la libertad y la autodeterminación, ve la conexión que hay entre el hombre y la autodeterminación.
Ahora bien, pregunto si la conexión de los extremos no se ve más claramente en esta disposición simple y natural que en las confusas repeticiones y en la amalgama de cinco o seis silogismos. Pido perdón por calificarlo de amalgama en tanto que alguien, después de haber reducido estas ideas a silogismos, pueda afirmar que están menos amontonadas y que su conexión es más visible cuando han sido así trastocadas, repetidas y tejidas en un gran espacio de formas artificiosas que cuando aparecen en un orden nuevo, simple y natural como el que aquí presentamos, donde cada uno puede verlas, y según el cual deben ser vistas antes de ser encadenadas en forma de silogismos. Porque el orden natural de las ideas que están en conexión debe dirigir el orden de los silogismos, y un hombre tiene que ver la conexión de cada idea intermedia con aquellas con las que las conecta, antes de que pueda, con razón, emplearlas en un silogismo. Y cuando todos estos silogismos se hayan formulado, ni los que sean expertos en lógica, ni los que no lo sean, verán la fuerza de argumentación, es decir, la conexión de los extremos, mejor que antes. Porque aquellos hombres que no son duchos en este arte ni conocen las formas verdaderas del silogismo y sus razones, no pueden saber si han sido formulados correctamente y de manera concluyente los modos y las figuras o no, de manera que en nada le pueden ayudar las formas en que han sido colocados, aunque por el orden natural, en que la mente podría juzgar de sus respectivas conexiones, como ha sido trastocado, la ilación resulta mucho más incierta que sin ellos. Y en lo que se refiere a los mismos lógicos, éstos ven la conexión de cada idea intermedia con aquellas entre las que está situada (de donde depende la fuerza de la inferencia) tan clara- mente después de que el silogismo se ha formulado como antes, o no la ven en absoluto. Porque un silogismo ni muestra ni refuerza la conexión de dos ideas intermedias reunidas, sino que solamente cuando la conexión ha sido vista ya entre ellas demuestra qué conexión tienen los extremos entre sí. Pero qué conexión tengan una idea intermedia con otra de los extremos en el silogismo, eso ni lo muestra el silogismo ni lo puede mostrar. Es la mente solamente la que percibe o puede percibir que están en yuxtaposición mediante la contemplación únicamente, sin recibir ninguna ayuda de la forma silogística o luz en absoluto; esta forma sólo muestra que si la idea intermedia está de acuerdo con aquellas dos entre las que
está inmediatamente situada, entonces las ideas remotas, o extremas, según se denominan, también estarán de acuerdo; y, por tanto, la conexión inmediata de cada idea con las que se aplica a cada lado y de la que depende la fuerza del razonamiento, se observa igualmente bien antes que después de formular el silogismo, pues, si no, el que hace el silogismo nunca podría verla. Esta conexión, según se ha observado ya, únicamente se percibe por el ojo o la facultad perceptible de la mente, al echar una ojeada a las que están reunidas por yuxtaposición, mediante cuya ojea- da observa si cualesquiera dos ideas lo están igual- mente, siempre que aparezcan juntas en una proposición, con independencia de que esa proposición esté situada como la mayor o la menor en un silogismo o no lo esté.
¿Qué utilidad tienen entonces los silogismos? Contesto que su uso más importante y principal está en las escuelas, donde los hombres se permiten sin ninguna vergüenza negar el acuerdo entre ideas que claramente lo muestran; o fuera de las escuelas, donde los utilizan aquellos que, habiendo aprendido de ellas, niegan la conexión de las ideas cuando para ellos mismos es visible. Pero para el que busca sinceramente la verdad sin otro propósito que el de encontrarla, ninguna necesidad hay de esas formas silogísticas para convencerle de la fuerza de la inferencia, la verdad de la cual y su razonabilidad se mostrarán más claramente en un orden simple y claro de ideas. De aquí se deduce el porqué de que los hombres, en sus investigaciones sobre la verdad, nunca usen silogismos para convencerse a sí mismos o para enseñar a los demás que se muestran deseosos de aprender. Porque antes de que puedan ponerlas en forma de silogismo deben ver la conexión existente entre las ideas intermedias y las otras dos ideas entre las que están situadas y a las que se aplican para mostrar su acuerdo; y cuando perciben este acuerdo, observan si la inferencia es buena o no, de manera que el silogismo llega demasiado tarde para establecerlo. Porque para usar otra vez el
ejemplo anterior, pregunto si la mente, cuando considera la idea de justicia, la sitúa como una idea intermedia entre el castigo de los hombres y el delito del castigado (y en tanto no lo considere así, la mente no puede hacer uso de ella como un medios terminus), no ve claramente la fuerza y extensión de la inferencia, que cuando ha sido formulada en un silogismo. Por mostrarlo en un ejemplo muy sencillo y claro, admitamos que el término «animal» sea la idea intermedia o medios terminus que la mente utiliza para mostrar la conexión entre homo y vivezas. Entonces, pregunto si la mente no ve más rápida y claramente esa conexión en la idea simple y en la posición natural de esa idea en el medio, de esta manera:

Homo-Animal-Vivens,

que en este otro caso más complejo,

Animal-Vivens-Homo-Animal,

que es la Posición que estas ideas tienen en un silogismo para mostrar la conexión entre homo y vivens, por la intervención de animal.
Realmente se piensa que el uso del silogismo es necesario hasta por quienes son amantes de la verdad, para mostrarles las falacias que a menudo se encuentran en los discursos floridos, agudos o complicados. Pero que esto es un error, aparecerá cuando consideremos que la razón por la que muchas veces los hombres que sinceramente buscan la verdad y acaban por perderla, cuando aquellos discursos que se llaman retóricos se imponen en ellos, vivamente impresionados por algunas representaciones meta£6ricas, y los hace negligentes al observar cuáles son las ideas verdaderas de las que depende la inferencia, o que no las perciben con facilidad. Ahora bien, para mostrar a estos hombres la debilidad de una argumentación semejante, no se necesita más que desmigarla de las ideas superfluas, las cuales, mezcladas y confundidas con aquellas de las que depende la inferencia, parecen mostrar una conexión donde no la hay, o, por lo menos, esconden el descubrimiento de la falta de dicha conexión; y entonces, desnudar las ideas de las que depende la fuerza de la argumentación en su debido orden; en cuya posición, la mente, al pasarlas revista, ve qué conexión tienen y de esta manera es capaz de juzgar de la inferencia, sin ninguna necesidad de silogismos.
Confieso que es bastante usual utilizar los modos y las figuras en semejantes casos, como si el descubrimiento de la incoherencia de tales discursos tuviera una relación total con la forma silogística; y yo mismo así lo creí hasta que, después de un examen más estricto, he descubierto que el situar las ideas intermedias desnudas y en su debido orden muestra la incoherencia de la argumentación mejor que los silogismos; y eso no sólo porque sitúa en su lugar adecuado cada eslabón de la cadena para la mirada inmediata de la mente, por lo que la conexión se puede observar mejor, sino también porque el silogismo muestra la incoherencia únicamente a aquellos que (y no son uno entre diez mil) perfectamente entienden el modo y las figuras, y las razones sobre las que estas formas se apoyan; en tanto que una debida y ordenada colocación de las ideas de las que se extrae la inferencia hace que todo hombre, sea lógico o no, entienda los términos y tenga la facultad de percibir el acuerdo o desacuerdo de tales ideas (sin el cual, en o fuera del silogismo, no puede percibir la fortaleza o la debilidad, la coherencia o la incoherencia del discurso), ver la falta de conexión en la argumentación y el absurdo de la inferencia.
Y de esta manera he conocido a un hombre que, ignorante de los silogísmos, el cual, solamente con oír un discurso largo, artificioso y plausible, se daba cuenta de la debilidad e inconsecuencia de este discurso que, sin embargo, había impresionado a otros más expertos en los silogismos; y pienso que habrá muy pocos entre mis lectores que no hayan conocido casos semejantes. Y, además, si esto no fuera así, los debates de la mayor parte de los consejos de los príncipes, y
los asuntos de las asambleas, estarían en peligro de no encontrar su destino, puesto que aquellos en los que se cree, y que generalmente tienen la capacidad de persuadir a los demás, no siempre son los que conocen a la perfección las formas del silogismo, o los expertos en modos y figuras. Y si el silogismo fuera el único, o al menos el camino más seguro para detectar las falacias de los discursos artificiosos, no creo que todo el género humano, incluso los príncipes en los asuntos que se refieren a sus coronas y dignidades, hayan estado tan enamorados de la falsedad y del error como para mostrarse negligentes al llevar los silogismos en los debates que se hacían en un momento determinado; o como para pensar que era ridículo el mero hecho de llevarlos a los asuntos graves, lo cual es para mí una clara evidencia de que los hombres de ingenio y penetración, que no quieren malgastar sus energías en disputas absurdas, quieren actuar según los resultados de los debates, y a menudo pagan sus errores con la cabeza o la fortuna, por lo que no debieron encontrar muy útiles aquellas formas escolásticas en el descubrimiento de la verdad y de la falacia, dado que ambas se podrían mostrar de otra manera, e incluso más claramente, a quienes no rehúsan observar lo que visiblemente se les muestra.
Otra causa de duda es si el silogismo es el único instrumento propio de la razón en el descubrimiento de la verdad. En segundo lugar, otra razón que me hace dudar de que el silogismo sea el único instrumento propio de la razón en el descubrimiento de la verdad es que, sea cual fuere la utilidad que se pretenda que tienen los modos y las figuras en el descubrimiento de la falacia (l0 cual ya ha sido considerado anteriormente), aquellas formas escolásticas del discurso no son menos susceptibles de incurrir en la falacia que las formas más sencillas de argumentación; para esto apelo a la observación común, que siempre ha encontrado estos métodos artificiales de razonar más propios para confundir y complicar a la mente que para instruir e informar al entendimiento. Y de aquí
se evidencia el porqué los hombres, incluso cuando se ven silenciados por este método escolástico, rara vez o nunca se convencen y se dejan llevar al punto de vista que los derrotó. Tal vez sea porque ellos consideren que su adversario es un polemista más hábil, pero a pesar de todo nunca quedan persuadidos de la verdad de su propia argumentación y continúan adelante, a pesar de haber sido derrotados con la misma opinión que antes abrigaban, lo cual no lo podrían hacer si esta manera de argumentar llevara consigo la luz y la convicción, e hiciera que los hombres pudieran ver dónde está la verdad. Y por ello se ha pensado que el silogismo es más propio para obtener una victoria en las disputas que para descubrir o confirmar la verdad en las investigaciones serias. Y si bien es cierto que las falacias pueden ocultarse mediante silogismos, lo cual es algo innegable, debe ser otra cosa, y no el silogismo lo que las descubra.
He tenido la experiencia de que cuando algunos hombres no conceden toda la utilidad a algo que antes se pensaba que la tenía, éstos rápidamente gritan que se pretende negarla por completo. Pero para evitar unas imputaciones tan injustas y carentes de fundamento, voy a apresurarme a decir que no estoy dispuesto a privar de ninguna ayuda al entendimiento en la adquisición del conocimiento. Y que si algunos hombres hábiles con los silogismos y acostumbrados a ellos encuentran en éstos una ayuda para su razón en el descubrimiento de la verdad, creo que deben seguir haciendo uso de ellos. Todo lo que intento es que no se adscriban a esas formas más de lo que las pertenece, y se piense que los hombres que no las usan, o no lo hacen totalmente, no tienen ningún uso de sus facultades de razonar por no emplearlas. Algunos ojos necesitan gafas para ver las cosas de manera clara y con distinción; pero por ello no se admitirá la afirmación de que no hay nadie que pueda ver sin ellas, pues se podría pensar que quienes eso afirman pretenden desprestigiar y desacreditar demasiado a la naturaleza. La razón, por su propia penetración y cuando está
ejercitada y es fuerte, usualmente ve con claridad y rapidez sin necesidad de silogismos. Si el uso de estas gafas ha disminuido su visión de manera que no pueda ver sin ellas la consecuencia o inconsecuencia que hay en la argumentación, no seré yo tan irrazonable como para estar en contra de que las empleen. Cada uno sabe lo que mejor conviene a su propia vista, pero que no deduzca de aquí que todos los que no empleen los mismos auxilios que él necesita se encuentran en tinieblas.
5. El silogismo ayuda poco en la demostración y menos aún en la probabilidad
Pero de cualquier forma que acontezca en el cono- cimiento, pienso que puedo afirmar con razón que el silogismo es de mucha menor utilidad, o de ninguna, en las probabilidades. Porque como el asentimiento ha sido determinado por la preponderación, tras una estimación válida de todas las pruebas, considerando todas las circunstancias en uno y otro lado, nada es más inútil para ayudar a la mente en estos casos que los silogismos. Estos, una vez que se han posesionado de una probabilidad asumida o de un argumento tópico, lo persiguen hasta que conducen a la mente fuera de la vista de la cosa que se está considerando, y, forzándola a empeñarse en alguna dificultad remota, la retiene en ella, tal vez confusa y, como quien dice, maniatada mediante una cadena de silogismos, sin permitirle la libertad, ni mucho menos ayudarla a encontrar dónde reside la mayor probabilidad, una vez que todos los aspectos han sido cuidadosamente examinados.
6. No sirve para aumentar nuestro conocimiento, sino para mantener una lucha con el conocimiento que pensamos tener
Supongamos, sin embargo (como tal vez se nos ayuda para convencer a los hombres de sus equívocos y errores  (aunque me gustaría ver a un hombre que haya desechado sus opiniones a causa de los silogismos); sin embargo, en nada ayuda a la razón en esta parte que, si no es su perfección más elevada, es, con todo, su tarea más ardua y en lo que necesitamos una ayuda mayor, es decir, el encontrar las pruebas, y el hacer nuevos descubrimientos. Las reglas del silogismo no sirven para dotar a la mente de aquellas ideas intermedias que pueden mostrar la conexión con otras ideas remotas. Esta manera de razonar no descubre pruebas nuevas, sino que es el arte de exhibir y barajar aquellas antiguas que ya teníamos. La proposición cuarenta y siete del primer libro de Euclides es totalmente cierta, pero su descubrimiento no responde, en mi opinión, a ninguna regla de la lógica común. Un hombre sabe en primer lugar alguna cosa, y entonces es capaz de probarla por medio del silogismo, de manera que el silogismo sigue al conocimiento, y entonces el hombre tiene muy poca o ninguna necesidad de él. Pero fundamentalmente es por el descubrimiento de esas ideas que muestra la conexión con otras distantes por lo que aumenta nuestra cantidad de conocimiento y por lo que avanzan las artes útiles y la ciencia. El silogismo es, en el mejor de los casos, nada más que el arte de batallar con el conocimiento que tenemos sin que suponga nada nuevo para él. Y si un hombre pudiera emplear su razón siempre de esta manera, no sería muy diferente a aquel que, habiendo extraído algo de hierro de las entrañas de la tierra, se dedicara a forjar espadas y a ponerlas en las manos de sus criados para que se batieran e hirieran entre ellos. Si el rey de España hubiera empleado los brazos de su pueblo, y el hierro de su país de esta manera, muy poca cosa habría conseguido de un tesoro que yacía tanto tiempo escondido en las entrañas de América. Y me inclino a pensar que el que utilice toda la fuerza de su razón para blandir solamente silogismos, descubrirá una porción diminuta de esa masa de conocimientos que aún permanece oculta en los ocultos recovecos de la naturaleza, y a los cuales, según pienso también, son más adecuados de mostrárnoslos la razón natural y desnuda (como hasta ahora ha hecho), para aumentar de esta manera la cantidad de conocimientos del género humano, que lo es cualquier conocimiento escolástico que se base en las estrictas reglas de los modos y las figuras.
7. Se deben buscar otras ayudas para la razón que no sean silogísmos
No dudo, sin embargo, que se puedan encontrar otros medios para ayudar a la razón en esta parte tan útil; y a esto me ha animado bastante el juicioso Hooker, que en su Eccl. Pol., libro 1, cap. 6, dice así: «Si se pudiera ayudar al verdadero arte y al conocimiento (con unos auxilios que, y debo confesarlo sinceramente, en esta época del mundo que lleva el nombre de época culta, ni se conocen mucho ni general- mente se tienen en cuenta), habría sin duda tanta diferencia, en lo que a madurez de juicio se refiere, entre los hombres que los emplearan y los hombres que actualmente existen, como entre los hombres actuales y los idiotas.» No pretendo haber encontrado o descubierto aquí ninguna de esas «ayudas adecuadas en el arte de razonar» que este gran hombre de un pensamiento tan profundo menciona; pero hay algo que resulta evidente, y es que el silogismo, y la lógica hoy en boga, que tan bien se conocían en sus días, no puede ser ninguna de esas ayudas a las que él hacía mención. Para mí es suficiente, en un discurso que quizá haya excedido algo sus límites, y del que estoy seguro que es totalmente nuevo y original, con que haya dado ocasión a otros para que caminen tras otros descubrimientos nuevos y con que se empeñen en sus propios pensamientos en el descubrimiento de aquellas ayudas correctas del arte de razonar, el cual, según me temo, no podrán encontrar quienes servilmente se limitan a las reglas y a los dictados de los demás. Pues los caminos trillados conducen a esta clase de grey (según observación de un poeta latino), el pensamiento de la cual no sobrepasa la mera imitación: «Non quo eumdum est, sed quo itur.» Pero me atrevo a decir que esta época está adornada de algunos hombres que poseen la fuerza del juicio y la amplitud de la comprensión, los cuales si emplearan sus pensamientos en estos temas, podrían abrirnos caminos nuevos y desconocidos para el desarrollo del conocimiento.
8.
Razonamos acerca de lo particular, y el objeto inmediato de todo nuestro razonamiento no son sino nuestras ideas particulares
Habiendo tenido ocasión de hablar aquí acerca del silogismo en general, de su utilidad en el razonamiento y del progreso de nuestro conocimiento, me parece adecuado, antes de abandonar este tema, manifestar un error palpable que existe en las reglas del silogismo, es decir, que ningún razonamiento silogístico puede ser correcto y concluyente si no hay en él al menos una proposición general. Como si no pudiéramos razonar ni tener conocimiento sobre las cosas particulares cuando, en realidad y bien considerado el asunto, los objetos inmediatos de todo nuestro razonamiento y conocimiento no son sino las cosas particulares. El razonamiento y el conocimiento de todo hombre estriba tan sólo en las ideas que existen en su propia mente, las cuales, realmente, son cada una de ellas existencias particulares; nuestro conocimiento y razonamiento acerca de otras cosas solamente existe en cuanto que aquellas ideas particulares se correspondan con ellos. De esta manera, la percepción del acuerdo o desacuerdo de nuestras ideas particulares es el con- junto y la cúspide de todo nuestro conocimiento. La universalidad no es sino accidental para él, y única- mente consiste en que las ideas que son particulares y de las cuales es objeto son de tal naturaleza que pueden corresponderles más de una cosa particular y pueden ser representadas por ellos. Pero la percepción de¡ acuerdo o desacuerdo de dos ideas cualesquiera, y en consecuencia nuestro conocimiento, es igualmente clara y cierta, independientemente de que ambas o ninguna de esas ideas puedan representar más seres reales que uno, o no lo sean. Una cosa más me gustaría decir sobre el silogismo antes de abandonar el tema, y es que ¿acaso no podrá preguntarse con toda justicia si la forma del silogismo que ahora tiene es la que debiera tener según la razón? Porque como el medios terminus tiene como finalidad unir los extremos, es decir, las ideas intermedias, mediante su intervención, para mostrar el acuerdo o desacuerdo de las dos ideas que están en cuestión, ¿no sería más natural que la posición del medios terminus, para mostrar el acuerdo o desacuerdo de los extremos más claramente y mejor, estuviera situada entre ellos? Lo cual fácilmente se podría hacer mediante la trasposición de las proposiciones, haciendo del medios terminus el predicado de la primera, y el sujeto de la segunda, es decir, de esta manera:

Omnis homo est animal
Omne animal est vivens.
Ergo, omnis homo est vivens

Omne corpus est extensum et solidum.
Nullum extensum et solidum est pura extensio
Ergo, corpus non est pura extensio.

No necesito molestar a mi lector con ejemplos de silogismos cuyas conclusiones son particulares. La misma razón autoriza la misma forma en ellos que en los que la conclusión es general.
9.
Nuestra razón a menudo nos falla
La razón, aunque llegue a penetrar en las profundidades del mar y de la tierra, aunque eleve nuestros pensamientos hasta la altura de las estrellas, y nos conduzca a través de los vastos espacios y amplios salones de esta fábrica misteriosa que es el Universo, sin embargo, se queda muy corta con respecto a que la extensión real del ser corpóreo, y en muchos casos nos falla, como:
Primero, en los casos en los que no tenemos idea. Nos falla totalmente cuando carecemos de ideas, pues no se extiende, ni puede hacerlo, más allá de donde éstas lo hacen. Y, por tanto, allí donde carecemos de ideas, se detiene nuestro razonamiento y llegamos al fin de nuestras posibilidades. Y si, en alguna ocasión, razonamos sobre palabras que no significan ninguna idea, es que únicamente lo hacemos sobre sonidos, y nada más.
10.
Segundo, porque nuestras ideas son a menudo oscuras o imperfectas
Nuestra razón se ve muchas veces confundida o perpleja, a causa de la oscuridad de confusión o imperfección de las ideas en las que se ocupa, y entonces nos hallamos envueltos en grandes dificultades y contradicciones. De esta manera, puesto que no tenemos sino ideas imperfectas sobre la mínima extensión de la materia, ni sobre el infinito, nos encontramos confusos respecto a la divisibilidad de la materia; en tanto que, como tenemos ideas perfectas, claras y distintas del número, nuestra razón no se encuentra con ninguna de aquellas dificultades inextricables sobre los números, ni se ve envuelta en semejantes contradicciones con respecto a ellos. De la misma manera, al no tener sino ideas imperfectas sobre las operaciones de nuestra mente y sobre los orígenes del movimiento o del pensamiento y sobre la forma en que la mente produce el uno o el otro, e ideas muy imperfectas también sobre las operaciones de Dios, caemos en grandes dificultades, en lo que respecta a los agentes creados libres, de los que la razón no puede sentirse totalmente desprendida.
11.
Tercero, porque no percibimos las ideas intermedias para mostrar las conclusiones
Nuestra razón a menudo se detiene, porque no logra percibir aquellas ideas que la podrían servir para mostrar el acuerdo cierto o probable, o el desacuerdo, entre otras dos ideas; y, en esto, las facultades de algunos hombres van mucho más lejos que las de otros. Hasta que no se descubrió el álgebra, ese gran instrumento y ejemplo de la sagacidad humana, los hombres miraban con admiración las distintas demostraciones de los matemáticos antiguos, y sólo con dificultad conseguían pensar que los distintos descubrimientos de aquellas pruebas no fueran sobrehumanos.
12. Cuarto, porque muchas veces actuamos a partir de principios equivocados
La mente, al actuar muchas veces basada en falsos principios, se ve envuelta en absurdos y dificultades, en enredos y contradicciones, sin que sepa cómo verse libre de ellos. En este caso, resultará inútil solicitar la ayuda de la razón, a no ser para descubrir la falsedad de esos principios erróneos y rechazar su influencia. La razón se encontrará más lejos de despertar las dificultades que le sobrevienen a un hombre a causa de unos fundamentos falsos, cuanto más se empeñe en perseverar en ellos, con lo que sólo conseguirá sumirse cada vez en una perplejidad más profunda.
13.
Quinto, porque muchas veces empleamos términos dudosos
Lo mismo que las ideas oscuras e imperfectas conducen a menudo a la razón, igualmente, y por el mismo motivo, las palabras dudosas y los términos inciertos en los discursos y argumentaciones hacen que los hombres, cuando no los entienden correctamente, se equivoquen y caigan en la perplejidad. Pero estos dos defectos son culpa nuestra y no de la razón, aunque sus consecuencias son obvias, y podemos advertir las perplejidades o errores a que llevan a las mentes de los hombres.
14.
Nuestro grado más alto de conocimiento es el intuitivo, sin razonamiento
Alguna de las ideas que están en la mente lo están de manera tal que pueden ser comparadas inmediatamente por sí mismas entre sí, y en éstas la mente es capaz de percibir ese acuerdo o desacuerdo con la misma claridad con la que se da cuenta de que las tiene. De esta manera, la mente percibe que el arco de un círculo es menor que todo el círculo con la misma claridad con la que ha obtenido la idea de círculo; por tanto, y según ya dije antes, a esto es a lo que llamo conocimiento intuitivo, que es un conocimiento cierto más allá de toda duda, y que no necesita de prueba alguna, siendo la certidumbre más alta de todas las humanas. En esto consiste la evidencia de todas aquellas máximas que nadie ha puesto en duda, sino que todo hombre les concede su asentimiento (como se ha dicho) y además sabe que es verdad tan pronto como se presentan a su entendimiento. En el descubrimiento y asentimiento de estas verdades no hay ningún empleo de la facultad discursiva ni ninguna necesidad de raciocinio, ya que se conocen por un grado superior y más alto de evidencia. Y, si se me permite referirme a cosas desconocidas, pienso que tal debe ser la situación de los ángeles actualmente, y la que tendrán los espíritus de los hombres justos en un estado futuro, en varios miles de cosas que ahora escapan totalmente a nuestras aprehensiones, o por las que nuestra limitada razón, que ha adquirido sobre ellas una débil luz, se debate actualmente en las tinieblas.
15.
El siguiente se obtiene por el razonamiento
Pero aunque tengamos aquí y allá una pequeña porción de esta claridad, algunos destellos de ese brillante conocimiento, sin embargo, la mayor parte de nuestras ideas son de tal clase que no nos permiten discernir su acuerdo o desacuerdo mediante una comparación entre ellas. Y en todas las que tenemos, necesitamos del razonamiento y debemos realizar nuestros descubrimientos a partir del discurso de la inferencia. Ahora bien, éstas son de dos clases, que me voy a tomar la libertad de mencionar una vez más aquí:
Primera, aquellas cuyo acuerdo o desacuerdo, aun- que no pueda percibiese de inmediato, solamente con colocarlas juntas, sin embargo, pueden ser examinadas mediante la intervención de otras ideas con las que se pueden comparar. En este caso, cuando en ambos lados se discierne claramente el acuerdo o desacuerdo de las ideas intermedias con aquellas con las que las queremos comparar, existe una demostración a través de la cual se produce el conocimiento, el cual, aunque sea cierto, no es tan rápido ni tan claro como el conocimiento intuitivo. Porque en éste no hay sino una intuición simple que no deja lugar a ningún equívoco o duda: la verdad se puede percibir perfectamente a distancia. Es verdad que en la demostración también hay intuición, pero ésta no se produce totalmente y al momento, ya que es preciso que exista el recuerdo de la intuición del acuerdo del medium, o idea intermedia, con la que la comparamos antes, cuando la comparamos con la otra. Y mientras más mediums existan, más grande será el peligro del equívoco. Porque cada acuerdo o desacuerdo de las ideas se debe observar o contemplar en cada eslabón de toda la cadena y retener en la memoria tal como es; y la mente debe de estar segura de que no se admita o se sobreentienda ninguna parte de las que sean necesarias para formar la demostración. Esto provoca que algunas demostraciones sean extensas y complejas, y que resulten demasiado difíciles para aquellos que no tienen la fuerza necesaria para percibir con distinción y llevar de manera ordenada en sus cabezas a un número tan grande de particularidades. E incluso aquellos que son capaces de captar unas especulaciones tan intrincadas, a menudo necesitan repasarlas y requieren más de un repaso antes de poder alcanzar la certidumbre. Con todo, cuando la mente retiene con claridad la impresión que tuvo del acuerdo de cualquier idea con otra y de ésta con otra tercera y de ésta con otra cuarta, etc., el acuerdo de la primera y la cuarta supone una demostración que produce un conocimiento cierto, el cual se puede denominar conocimiento racional, por la misma razón que llamábamos al otro conocimiento intuitivo.
16. Segundo. Para remediar esos estrechos límites del conocimiento intuitivo y demostrativo no tenemos más que el juicio basado en los razonamientos probables
Existen otras ideas, cuyo acuerdo o desacuerdo no se puede juzgar sino por la intervención de otras que no tienen un acuerdo cierto con los extremos, y únicamente tienen un acuerdo usual o verosímil; y en estas ideas en las que el juicio se ejercita con propiedad, cuando la mente concede su asentimiento sobre el acuerdo de cualesquiera ideas, mediante la comparación de tales mediums probables. Esto, aunque nunca llegue a ser un conocimiento, ni tan siquiera en su grado más alto, sin embargo, une algunas veces las ideas intermedias de los extremos tan firmemente y la probabilidad es tan clara y fuerte que el asentimiento le sigue tan necesariamente como lo hace el conocimiento con la demostración. La principal excelencia y utilidad del juicio estriba en observar correctamente y en estimar con verdad la fuerza y el peso de cada probabilidad, y después elegir el lado que le parezca más correcto, una vez que el balance está realizado.
17. Intuición, demostración, juicio
El conocimiento intuitivo es la percepción del acuerdo o del desacuerdo cierto de dos ideas que se comparan entre sí de una manera inmediata.
El conocimiento racional es la percepción del acuerdo o desacuerdo cierto entre dos ideas, por la intervención de una o más ideas diferentes.
El juicio es pensar o suponer que dos ideas están de acuerdo o desacuerdo mediante la intervención de una o más ideas, cuyo acuerdo o desacuerdo cierto no es percibido por la mente, sino que es observado como frecuente y habitual por ella.
18. Consecuencias de las palabras y consecuencias de las ideas
Aunque el deducir una proposición de otra, o el realizar ingerencias en las palabras, sea una gran parte del razonamiento, y en lo que usualmente se ocupa, sin embargo, el principal acto de raciocinio consiste en encontrar el acuerdo o desacuerdo de dos ideas entre sí, mediante la intervención de una tercera. Lo mismo que un hombre, por medio de una yarda, encuentra que dos casas tienen la misma longitud, lo cual no sería posible si se intentaran juntar éstas para medir su igualdad por yuxtaposición, las palabras tienen sus consecuencias como signos que son de las ideas: las palabras están de acuerdo o desacuerdo según lo que realmente son, pero no podemos observar esto solamente por las ideas que tenemos.
19. Cuatro clases de argumentos, el primero, «ad verecundiam»
Antes de abandonar este asunto deberíamos reflexionar un poco sobre estas cuatro clases de argumentos, que, igualmente, emplean los hombres en sus raciocinios con los demás para hacer prevalecer su sentimiento o, al menos, para reducir al silencio la oposición de los demás.
El primero consiste en recibir las opiniones de aquellos hombres que, por su aprendizaje, por su eminencia, por su poder o por alguna otra causa, han adquirido una reputación y la han asentado con autoridad ante los demás. Cuando los hombres han sido elevados a cualquier clase de dignidad, se considera una falta de modestia, en otros, contradecirles en cualquier asunto, o poner en duda la autoridad de aquellos hombres que ante los demás la tienen. Se suele censurar el que un hombre no abandone rápidamente su propuesta ante la de otros autores ya consagrados, considerándolo como un acto de orgullo desmedido; e igualmente se tiene por gran influencia el que un hombre se atreva a mantener sus propias opiniones en contra de lo que estaba en boga entre los antiguos, o el que lo ponga en la balanza en contra de las doctrinas de algún autor docto, o de algún escritor consagrado. El que basa sus tesis en unas autoridades semejantes, piensa que siempre debe de triunfar en su causa, y se muestra dispuesto a calificar de imprudente a cualquiera que ose contradecirlas. Esto es lo que pienso se puede llamar
«argumentum ad verecundiam».
20. En segundo lugar, otra forma de la que los hombres se valen comúnmente para acallar a los de- más, y para obligarlos a aceptar sus juicios y a recibir las opiniones en debate, estriba en exigir al adversario que admita lo que ellos alegan como una prueba, o que designen otra mejor
Y a esto es a lo que llamo
«argumentum ad ignorantiam».
21. En tercer lugar, «argumentum ad hominem»
Una tercera forma consiste en obligar a un hombre mediante consecuencias extraídas de sus propios principios a concesiones. Esto es lo que ya se conoce con el nombre de «argumentum ad hominem».
22. En cuarto lugar, «argumentum ad judicium»
La cuarta manera consiste en el empleo de pruebas extraídas de los fundamentos del conocimiento o de
la probabilidad. Es a lo que llamo «argumentum ad judicium». Este, entre los cuatro, es el único que conlleva una verdadera instrucción y que nos hace adelantar en el camino del conocimiento. Por las siguientes razones: 1) Porque no se siguen que la opinión de otro hombre sea correcta sólo porque yo, a causa del respeto que le tengo, o en virtud de cualquier otra consideración o concepción que no sea mi propia convicción, quiera contradecirlo. 2) Porque no se quiere decir que otro hombre marche por el camino correcto, ni que yo deba tomar su mismo camino, sólo porque yo no conozca uno mejor. 3) Tampoco se deduce que esté un hombre en el camino correcto sólo porque me haya mostrado que yo estoy en el erróneo. Puede ser que yo sea muy modestos y que por ello no me quiera oponer a las razones de otro hombre. También puede ocurrir que yo sea un ignorante y que no sea capaz de hacer nada mejor. O que yo esté en un error y que el otro me demuestre que es así. Esto tal vez me puede llevar hacia la reflexión de la verdad, pero no me ayuda a hacerlo, pues esto solamente se logra mediante pruebas y argumentos, y mediante la luz que se origina sobre la naturaleza de las cosas mismas y no por causa de mi vergüenza, de mi ignorancia o de mi error.
23.
Por encima, al contrario y de acuerdo con la razón
Por lo que hasta aquí hemos dicho acerca de la razón, creo que somos capaces de hacer algunas conjeturas sobre la definición de las cosas, en cuanto a que estén de acuerdo, que estén por encima o que sean contrarias a la razón. 1) Estarán de acuerdo con la razón aquellas proposiciones cuya verdad podemos descubrir mediante el examen y la búsqueda de ideas que tenemos a partir de la sensación y la reflexión, y que encontramos que son verdaderas o probables mediante una deducción natural. 2) Por encima de la razón estarán aquellas proposiciones cuya verdad o probabilidad no podemos deducir por la razón a partir de aquellos principios. 3) Contrarias a la razón serán aquellas proposiciones que son inconsistentes o irreconciliables con respecto a nuestras ideas claras y distintas. De esta manera la existencia de un Dios está de acuerdo con la razón; la existencia de más de un dios es contraria a la razón; la resurrección de los muertos están por encima de la razón. «Por encima de la razón» es algo que se puede tomar en un doble sentido, es decir, como algo que significa lo que está por encima de la probabilidad, o por encima de la certidumbre; en este sentido extenso, supongo que algunas veces se toma también por «contrario a la razón.
24. La razón y la fe no se oponen, pues la fe debe estar regulada por la razón
Hay otro uso de la palabra razón cuando se opone a la fe; y aunque ésta sea una manera bastante impropia de hablar, sin embargo, el uso común la ha autorizado, por lo que resultaría una locura bastante grande oponerse a ello o intentar remediarlo. Solamente pienso que no será absurdo advertir que, cualquiera que sea la contraposición que se establezca entre fe y razón, la fe no es nada más que un firme asentimiento de la mente, el cual, si está regulado, como es nuestra obligación, no puede ser otorgado a nada que no se sustente en un buen razonamiento, de manera que fe y razón no se pueden oponer. El que crea, sin ninguna razón para creer, puede estar enamorado de sus propias fantasías, pero ni buscará la verdad como debiera ni prestará la debida obediencia a su Creador, que quiso que él hiciera un empleo correcto de las facultades del discernimiento que le había dado para mantenerlo alejado del equívoco o del error. Y el que no lo haga en la medida de su facultad, aunque algunas veces encuentre la verdad, esta verdad no será sino el producto de la casualidad, y no sé decir si la buena suerte de un accidente es una excusa adecuada para subsanar la irregularidad del procedimiento. Una cosa, al menos, es segura, y es que a él se le debe imputar todos los errores en que incurra; mientras que quien emplee las luces y las facultades que Dios le ha dado, y se empeñe sinceramente en el des- cubrimiento de la verdad por los auxilios y habilidades que tiene, puede tener la satisfacción de que, al estar actuando según la obligación de hombre racional, aunque no encuentre la verdad, no por ello perderá su recompensa. Pues quien así actúa, y coloca su asentimiento en la medida en que debe, en cualquier caso o asunto, cree o deja de creer según las normas que su razón le dicta, y el que se comporta de otra manera, transgrede sus propias convicciones, y emplea aquellas facultades que le fueron otorgadas para buscar la evidencia más clara y la probabilidad más gran- de, de manera incorrecta, Pero, con todo, como algunos hombres oponen la fe y la razón, vamos a considerarlas en el capítulo siguiente.

Ensayo
Comentarios 
Cuestionarios