LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo II
SOBRE LOS GRADOS DE NUESTRO CONOCIMIENTO

1. Conocimiento intuitivo
Como todo nuestro conocimiento consiste, según se ha dicho, en la visión que tiene la mente de sus propias ideas, lo cual supone la mayor luz y certidumbre de que nosotros, con nuestras facultades, somos capaces en el camino del conocimiento, quizá no resulte inútil el considerar un poco los grados de esta evidencia. Me parece que la diferencia que hay en la claridad de nuestro conocimiento depende de las diferentes maneras de percepción de la mente sobre el acuerdo o desacuerdo de cualquiera de sus ideas. Porque si reflexionamos sobre nuestras maneras de pensar encontraremos que algunas veces la mente percibe el acuerdo o desacuerdo de dos ideas de un modo inmediato y por sí mismas, sin la intervención de ninguna otra: a esto pienso que se le puede llamar conocimiento intuitivo. Pues en estas ocasiones, la mente no se esfuerza en probar o en examinar, sino que percibe la verdad como el ojo la luz, solamente por- que se dirige a ella. Así la mente percibe que lo blanco no es lo negro, que un círculo no es un triángulo, que tres son más que dos e igual a uno más dos. Tales clases de verdades la mente las percibe a primera vista a partir de las ideas juntas, por mera intuición, sin la intervención de ninguna otra idea, y esa especie de conocimiento es el más claro y el de mayor certidumbre de que la debilidad humana es capaz. Esta parte del conocimiento es irresistible y, como la brillante claridad del sol, se impone inmediatamente a la percepción, en el mismo momento en que la mente se vuelve en esta dirección; y sin dejar lugar a la vacilación, la duda o el examen, la mente queda totalmente impregnada de su clara luminosidad. Y es de esta in- tuición de la que dependen toda la certidumbre y evidencia de la totalidad de nuestros conocimientos; certidumbre que todo el mundo encuentra tan evidente que no se imagina una mayor y, por tanto, no se necesita una mayor. Porque un hombre no puede concebirse como capaz de una certidumbre más grande que la de conocer que cualquier idea en su mente es tal como él percibe que es, y que dos ideas, en las que percibe una diferencia, son diferentes y no precisa- mente las mismas. El que exija una certeza mayor que ésta no sabe lo que pide, y demuestra tan sólo que tiene el propósito de ser escéptico, sin ser capaz de lograrlo. Realmente depende tanto la certidumbre de esta intuición, que, en el siguiente grado de conocimiento que yo llamo demostrativo, esta intuición resulta necesaria en todas las conexiones de las ideas inmediatas, sin las cuales no podemos alcanzar conocimiento y certidumbre.
2. Conocimiento demostrativo
El segundo grado de conocimiento es aquel en que la mente percibe el acuerdo o desacuerdo de cualquier idea, pero no inmediatamente. Aunque siempre que la mente percibe el acuerdo o desacuerdo de cualquiera de sus ideas se produce un conocimiento cierto, sin embargo no siempre ocurre que la mente advierta ese acuerdo o desacuerdo, aun cuando sea descubrible. En este caso, la mente permanece en ignorancia o, al menos, no va más lejos de una conjetura probable. La razón por la que la mente no siempre puede percibir inmediatamente el acuerdo o desacuerdo de dos ideas es porque esas ideas, respecto a las cuales se inquiera su acuerdo o desacuerdo no pueden ser reunidas por ella para hacerlo patente. Entonces, en este caso, cuando la mente no puede reunir sus ideas por una comparación inmediata, para percibir su acuerdo o desacuerdo, o por una yuxtaposición o aplicación la una de la otra, se ve obligada mediante la intervención de otras ideas (de una o de más, según los casos) a descubrir el acuerdo o desacuerdo que busca; y a esto es a lo que llamamos raciocinar. De esta manera, cuando la mente desea saber el acuerdo o des- acuerdo en magnitud entre los tres ángulos de un triángulo y dos rectos, no puede hacerlo por medio de una mirada inmediata y comparándolos entre sí, porque los ángulos de un triángulo no pueden tomarse en conjunto y compararse con otro u otros dos ángulos; y de esta manera, la mente no tiene un conocimiento inmediato o intuitivo. En este caso la mente necesita acudir a otros ángulos, con respecto a los cuales los tres ángulos de un triángulo tengan una igualdad, y una vez haya descubierto que son iguales a dos rectos, llegue al conocimiento de que los anteriores eran también iguales a dos rectos.
3.
La demostración depende de pruebas
Estas ideas intervinientes, que sirven para mostrar el acuerdo de otras dos cualesquiera, reciben el nombre de pruebas; y cuando el acuerdo o desacuerdo se percibe de manera clara y llana por medio de ellas, se le llama demostración, puesto que le ha sido mostrado al entendimiento, y la mente ha podido ver que es así. La rapidez que tenga la mente para descubrir esas ideas intermedias (que pueden descubrir el acuerdo o desacuerdo de otras), y para aplicarlas correctamente, es, supongo, lo que se llama sagacidad.
4.
No es tan fácil como el conocimiento intuitivo
Aunque este conocimiento, alcanzado por medio de pruebas intervinientes, sea cierto, sin embargo no alcanza una evidencia tan clara y luminosa, ni un asentimiento tan rápido como el conocimiento intuitivo. Porque, aunque en la demostración la mente llega al final a percibir el acuerdo o desacuerdo de las ideas que considera, no lo consigue, sin embargo, sin trabajo y atención, y necesita más que una mirada pasajera para encontrarlo. Para descubrirlo, se requiere una aplicación constante y una búsqueda, al tiempo que una progresión gradual y medida, antes de que la mente pueda de esta manera alcanzar la certidumbre, y llegue a percibir el acuerdo o repugnancia entre dos ideas, para lo que se necesitan pruebas y el uso de la razón.
5. La conclusión demostrada no se da sin que la duda preceda a la demostración
Otra diferencia entre el conocimiento intuitivo y el demostrativo es que, aunque en este último toda duda desaparece cuando se percibe el acuerdo o el desacuerdo, por medio de la intervención de las ideas inmediatas, sin embargo, antes de la demostración existía la duda, lo que en el conocimiento intuitivo no le puede suceder a una mente que tenga la facultad de la percepción en un grado capaz de observar ideas distintas, de la misma manera que no habrá duda, para el ojo capaz de distinguir lo blanco de lo negro, sobre si la tinta y el papel son de un mismo color; si hay vista en los ojos, se podrán percibir de inmediato y sin titubeos las palabras en ese papel impresas, diferentes de color del papel. E igualmente, si la mente tiene la facultad de distinguir con percepción, podrá percibir el acuerdo o desacuerdo de esas ideas que producen el conocimiento intuitivo. Si los ojos han perdido la facultad de ver, o la mente de percibir, en vano preguntaremos por la rapidez de la mirada de los unos, o por la claridad de la percepción de la otra.
6.
El conocimiento no es tan claro como intuitivo
Verdad es que la percepción producida por la demostración es también muy clara; sin embargo, es con frecuencia una percepción muy disminuida en relación con ese lustre evidente y plena seguridad que siempre acompaña a eso que yo llamo conocimiento intuitivo. Este sería similar a una cara reflejada por varios espejos, de uno a otro, donde, en tanto se mantenga la similitud y el acuerdo con el objeto, se produce el conocimiento; pero sucede que en los reflejos sucesivos se va advirtiendo una pérdida de esa claridad perfecta y de aquella distinción que existían en el primer reflejo; hasta que, finalmente, después de muchos cambios, se produce una gran confusión en las imágenes, y no resulta reconocible a primera vista, especialmente para ojos débiles. Lo mismo sucede con el conocimiento que se ha logrado tras una larga sucesión de pruebas.
7. Cada paso en la demostración del conocimiento requiere una evidencia intuitiva
Ahora bien, en cada paso que da la razón en el conocimiento demostrativo, hay un conocimiento intuitivo sobre el acuerdo o desacuerdo que pretende con respecto a la próxima idea intermedia que utiliza como prueba; pues si no ocurriera de esta manera, entonces ese paso también requeriría una prueba, ya que sin la percepción de dicho acuerdo o desacuerdo no se produce ningún conocimiento. Y si se percibe por sí mismo, entonces es un conocimiento intuitivo; pero si no se percibe por sí mismo, hará falta la intervención de alguna idea que muestre, como medida común, su acuerdo o desacuerdo. De aquí se deduce que cada paso en el razonamiento que produzca conocimiento tiene una certidumbre intuitivo; la cual certidumbre, cuando es percibido por la mente, hace que no se requiera nada sino su recuerdo, para que el acuerdo o desacuerdo de las ideas en torno a nuestra investigación sea visible y cierto, Así, para hacer cualquier demostración resulta necesario percibir el acuerdo inmediato entre las ideas que intervienen, por lo que se conoce el acuerdo o desacuerdo de las dos ideas que se examinan, de las cuales una es siempre la primera y la otra la última en el enunciado. Esta percepción intuitivo del acuerdo o desacuerdo de las ideas intermedias, en cada paso y progresión de la demostración, debe ser retenida con exactitud en la mente, y todo hombre deberá estar seguro de que no omite ninguna parte. Lo cual, cuando son deducciones muy largas, y en las que se usan muchas pruebas, la memoria no siempre puede retenerlo de manera tan real y exacta; por ello suele suceder que este conocimiento es más imperfecto que intuitivo, y los hombres, a me- nudo, toman por demostraciones meras falsedades.
8.
De aquí provienen los errores «ex praecognitis» y «praeconcessis»
La necesidad de este conocimiento intuitivo en cada paso del razonamiento científico o demostrativo me imagino que ha dado ocasión a ese axioma erróneo que dice que todo razonamiento es «praecognitis et praeconcessis», al cual tendré ocasión de referirme extensamente y de demostrar su falsedad cuando llegue a considerar las proposiciones, y en especial esas proposiciones que se denominan máximas, hasta demostrar que es un error el suponer que ellas son el fundamento de todo nuestro conocimiento y de todos nuestros razonamientos.
9.
La demostración no se limita a las ideas de la cantidad matemática
Generalmente se ha tomado como una verdad indudable que las matemáticas son las únicas capaces de certidumbre demostrativa. Pero corno el que tal acuerdo o desacuerdo sea intuitivamente percibido no es, según mi opinión, un privilegio exclusivo de las ideas de número, extensión y forma, puede ser que la carencia de un buen método y aplicación por parte nuestra, y no la falta de evidencia suficiente en las cosas, sea lo que explique la causa de que se haya pensado que la demostración tenga tan poco que ver con las otras partes del conocimiento, y que hayan sido tan pocos los que lo han intentado, a excepción de los matemáticos. Pues sean cuales fueren las ideas que tengamos, allí donde la mente pueda percibir el acuerdo o desacuerdo de dos ideas cualesquiera, allí mismo la mente es capaz de un conocimiento intuitivo; y donde pueda percibir el acuerdo o desacuerdo de dos ideas, mediante una percepción intuitivo del acuerdo o desacuerdo que mantienen con cualesquiera ideas intermedias, allí la mente es capaz de demostración, la cual no se limitará a las ideas de extensión, figura, número y de sus modos.
10.
Por qué se ha pensado que es tan limitada
La razón por la que se ha intentado generalmente la demostración sólo para éstas, y por la que se ha supuesto que únicamente es conveniente para ellas, me imagino que ha sido no sólo la utilidad general de esas ciencias, sino porque, al compararse la igualdad o el exceso, los modos de los números han ofrecido con claridad muy perceptible hasta la mínima diferencia. Y aunque en extensión cada una de estas mínimas diferencias no sean tan perceptibles, sin embargo la mente ha encontrado las vías para examinar y hacer patente por medio de la demostración la igual- dad precisa entre dos ángulos, o extensiones o formas; y ambas cosas, es decir, los números y las formas, pueden describirse por señales visibles y duraderas, por las que las ideas bajo consideración quedan perfectamente determinadas, lo que en su mayor parte no sucede cuando se designan solamente por nombres y palabras.
11.
Modos de cualidades no demostrables
Pero en otras ideas simples cuyos modos y diferencias se forman y se computan por grados y no por cantidades, no hacemos una distinción tan diáfana y exacta de sus diferencias como para percibir o encontrar formas de medirlas en su justa igualdad, o en sus diferencias más pequeñas. Porque como esas otras ideas simples son apariencias o sensaciones producidas en nosotros por el tamaño, figura, número y movimiento de diminutos corpúsculos imperceptibles por separa- do, sus diferentes grados también dependen de la variación de algunas o de todas esas causas; lo cual, como no puede ser observada por nosotros, esa variación en las partículas de la materia de las que cada una es demasiado sutil como para ser percibido, resulta imposible para nosotros el tener alguna medida exacta de los diferentes grados de esas ideas simples. Porque, suponiendo que la sensación o idea que denominamos blancura se produzca en nosotros por un determinado número de glóbulos que, girando sobre su propio centro, hieren la retina del ojo con un cierto grado de rotación y de velocidad progresiva, fácilmente se deducirá de esto que las partes más superficiales de un cuerpo han sido mejor dispuestas para reflejar un mayor número de glóbulos de luz, y para comunicarles esa rotación, que es la adecuada para producir en nosotros esa sensación de blanco, cuanto más blanco aparezca ese cuerpo, mientras que una superficie igual envíe a la retina el mayor número de semejantes corpúsculos con esa especie peculiar de movimiento. No digo que la naturaleza de la luz consista en unos pequeñísimos glóbulos redondos, ni que la luz de la blancura sea una textura especial de las partes que dé a esos glóbulos una cierta rotación cuando los refleja, pues no estoy tratando ahora de la luz y de los colores en un sentido físico. Pero creo que puedo afirmar que no concibo (y me gustaría que quien pueda hacerlo inteligible lo hiciera) cómo los cuerpos que están más allá de nosotros pueden, de alguna manera, afectar a nuestros sentidos, si no es por el contacto inmediato de los mismos cuerpos sensibles, como en el gusto y el tacto, o por el impulso de algunas partículas sensibles que proceden de ellos, como en el caso de la vista, oído y olfato; y este impulso, siendo diferente según sea la causa de la diferencia el tamaño, figura y movimiento, producirá en nosotros esta variedad de sensaciones.
12
. Partículas de luz e ideas simples de colores
Pero sean unos glóbulos, o sea o no el movimiento rotatorio sobre sus propios centros lo que produce en nosotros la idea de blancura, una cosa es cierta. que mientras mayor sea el número de partículas de luz reflejadas por un cuerpo, con el fin de comunicarle ese movimiento particular que produce en nosotros la sensación de blancura, y posiblemente también la mayor rapidez de ese movimiento particular, la blancura será mayor en el cuerpo que refleje un número más grande, lo que resulta evidente en una misma hoja de papel puesta a la luz solar, a la sombra o en un lugar oscuro; pues en cada uno de estos casos se producirá en nosotros la idea de blancura en un grado diferente.
13.
Las cualidades secundarias de las cosas no se descubren por demostración
Pero como no se conoce el número de partículas, ni su movimiento, para producir un grado determinado de blancura, no podemos demostrar la igualdad exacta de dos grados cualesquiera de blancura; porque como carecemos de un patrón seguro para medirlos, y no podemos distinguir cada una de las diferencias reales más pequeñas, la única ayuda que tenemos proviene de nuestros sentidos, que en este punto son seguros. Pero donde la diferencia sea tan grande como para producir en la mente unas ideas claramente distintas, cuyas diferencias puedan ser perfectamente retenidas, allí, esas ideas de los colores, como se ve en sus diferentes clases, como el azul y el rojo, son tan capaces de demostración como las ideas de número y extensión. Todo lo que he dicho de la blancura y los colores pienso que es igualmente verdadero en todas las cualidades secundarias y en sus modos.
14.
El conocimiento sensible de la existencia particular de los seres finitos
Estas dos, es decir, la intuición y la demostración, son los grados de nuestro conocimiento; cuando se
quede corto en uno de éstos, con toda la seguridad con que se acepte, no será sino fe u opinión, pero no conocimiento, al menos en todas las verdades generales. Hay, sin embargo, otra percepción de la mente que se emplea en la existencia particular de los seres finitos que están fuera de nosotros, y que sobrepasando la mera probabilidad, y no alzando, sin embargo, totalmente ninguno de os grados de certidumbre antes establecidos, pasa por el nombre de conocimiento. No puede haber nada con una certeza mayor que el que la idea que recibimos de un objeto exterior esté en nuestras mentes: éste es el conocimiento in- tuitivo. Pero el que haya en nuestra mente algo más que meramente esa idea, el que de aquí podamos inferir la existencia cierta de algo fuera de nosotros que corresponda a esa idea, es lo que algunos hombres piensan que se debe cuestionar; porque los hombres pueden tener en sus mentes semejantes ideas, cuando tales cosas no existen, ni semejantes objetos afectan sus sentidos. Pero pienso que en este sentido estamos dotados de una evidencia que sobrepasa toda duda. Pues yo preguntaría a cualquiera si no está irremediablemente consciente en sí mismo de tener una percepción diferente cuando mira el sol por el día y cuando piensa en él durante la noche; cuando saborea el ajenjo, o huele una rosa, y cuando solamente piensa en ese sabor o en ese perfume. Así pues, encontramos que existe la misma diferencia entre cualquier idea revivida en la mente por la memoria y cualquiera que llega a nuestra mente por los sentidos, que la que existe entre dos ideas distintas. Y si alguien afirmara que un sueño puede provocar lo mismo, y que todas esas ideas pueden ser producidas en nosotros sin los objetos exteriores, estará muy contento de soñar que yo le puedo contestar esto: 1. Que no reviste gran importancia el que le aumente o no sus escrúpulos, porque si todo es un sueño, el razonamiento y las argumentaciones no tienen ninguna utilidad, estando desprovistos de verdad y de conocimiento. 2. Que yo pienso que admitirá que hay una diferencia muy manifiesta entre soñar que está en el fuego, y estar en este momento en él. pero si quiere aparecer tan escéptico como para mantener que lo que yo llamo estar en este momento en el fuego no es más que un sueño, y que, por tanto, no podemos saber con certidumbre si una cosa tal como el fuego existe realmente fuera de nosotros, le responderé que, como encontrarnos con certidumbre que el placer y el dolor se sigue a la aplicación de ciertos objetos en nosotros, de cuya existencia nos apercibimos, o soñamos que nos apercibimos por medio de nuestros sentidos, esa certidumbre es tan grande como nuestra felicidad o nuestra des- gracia, independientemente de las cuales el conocimiento o la existencia no nos interesan. Así que creo podemos añadir a las dos anteriores clases de conocimiento una tercera: el de la existencia de objetos externos particulares; por medio de esa percepción y conciencia que tenemos de la entrada actual de ideas a partir de ellos, y deducir que existen tres grados de conocimiento: intuitivo, demostrativo y sensitivo, en cada uno de los cuales hay diferentes grados y modos de evidencia y de certidumbre.
15.
Aunque las ideas sean claras, no siempre lo es el conocimiento
Pero puesto que nuestro conocimiento está fundado y sólo se ocupa en nuestras ideas, ¿no se seguirá, entonces, que se ajusta a nuestras ideas y que cuando éstas sean claras y distintas, u oscuras y confusas, nuestro conocimiento lo será también? A esto respondo que no; porque como nuestro conocimiento consiste en la Percepción del acuerdo o desacuerdo de dos ideas cualesquiera, su claridad u oscuridad estará en relación con la claridad u oscuridad de esa percepción, y no con la claridad u oscuridad de las ideas mismas. Por ejemplo, un hombre que tenga ideas tan claras de los ángulos de un triángulo, y de la igualdad de dos rectos corno cualquier matemático del mundo, ese hombre podrá tener, sin embargo, una percepción muy oscura del acuerdo que hay entre ellas y, de esta manera, un conocimiento muy oscuro sobre este asunto. Pero las ideas que, en virtud de su oscuridad o de cualquier otro motivo son confusas, no pueden producir ningún conocimiento claro o distinto; pues en la misma medida en que cualesquiera ideas son confusas, la mente no puede percibir con claridad si ellas están de acuerdo o desacuerdo o para expresar lo mismo de una manera menos susceptible de equívoco: el que no tenga ideas determinadas para las palabras que usa, no puede establecer proposiciones sobre aquellas de cuya verdad está seguro.

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