LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo III
ACERCA DEL ALCANCE DEL CONOCIMIENTO HUMANO

1. Primero. El alcance de nuestro conocimiento no sobrepasa el de nuestras ideas
Puesto que el conocimiento, como se ha dicho, consiste en la percepción del acuerdo o desacuerdo de cualesquiera de nuestras ideas, de aquí se deduce que, en primer lugar, no podemos tener conocimiento más allá de las ideas que tenemos.
2. Segundo. No se extiende más allá de la percepción de su acuerdo o desacuerdo
En segundo lugar, que no podemos tener ningún conocimiento más allá de la percepción que tenemos del acuerdo o desacuerdo. Esta percepción puede ser:
1. O por intuición, o por la comparación inmediata de dos ideas cualesquiera. 2. Por razonamiento, examinando el acuerdo o desacuerdo de dos ideas median- te la intervención de algunas otras. 3. Por sensación, percibiendo la existencia de cosas particulares; de aquí también se sigue:
3
. Tercero. El conocimiento intuitivo no se extiende a todas las relaciones de todas nuestras ideas
En tercer lugar, que no podemos tener un conocimiento intuitivo que se extienda a todas nuestras ideas, y a todo lo que quisiéramos saber sobre ellas; porque no podemos examinar y percibir todas las relaciones que tienen unas con otras por yuxtaposición o por la comparación inmediata entre ellas. Así, teniendo las ideas de un triángulo obtuso y de otro agudo, ambos trazados sobre bases iguales, y entre paralelas, podré, por conocimiento intuitivo, percibir que uno no es el otro, pero no podré saber, de esa manera, si son o no iguales. Porque el acuerdo o des- acuerdo en igualdad nunca puede percibiese mediante una comparación inmediata: la diferencia de formas hace a sus partes incapaces de una aplicación exacta inmediata; y por ello se hace necesaria la intervención de algunas cualidades para medirlas, que es la demostración o conocimiento racional.
4. Cuarto. Ni nuestro conocimiento demostrativo
En cuarto lugar, se sigue de lo que se ha analizado anteriormente, que nuestro conocimiento racional no puede alcanzar a toda la extensión de nuestras ideas, porque entre dos ideas diferentes que quisiéramos examinar no siempre podríamos encontrar otras intermedias que podamos conectar, una a la otra, con un conocimiento intuitivo en todas las partes de la deducción; y siempre que esto nos falte, nos quedaremos cortos en nuestro conocimiento y demostración.
5. Quinto. El conocimiento sensible es más estrecho que los otros dos
En quinto lugar, puesto que el conocimiento sensible no va más allá de la existencia de las cosas que actualmente están presentes ante nuestros sentidos, es todavía mucho más estrecho que los dos anteriores.
6.
Sexto. Nuestro conocimiento es, por tanto, más estrecho que nuestras ideas
En sexto lugar, de todo lo que aquí se ha dicho se evidencia que el alcance de nuestro conocimiento resulta corto no sólo con respecto a la realidad de las cosas, sino incluso con respecto a la extensión de nuestras propias ideas. Y aunque nuestro conocimiento esté limitado a nuestras ideas, y no puede sobrepasarlas ni en extensión ni en perfección, y aunque éstos sean unos límites muy estrechos en relación con el alcance del Ser total, y muy corto en relación con el conocimiento que podemos justamente imaginar existe en otros entendimientos creados, no sujetos a la poca y estrecha información recibida por unas cuantas, y no muy agudas, vías de percepción, tales como nuestros sentidos, sin embargo, resultaría beneficioso para nosotros que nuestro conocimiento fuera tan amplio como nuestras ideas, y que no hubiera tantas dudas y preguntas sobre las ideas que tenemos, puesto que pienso que ni ahora ni nunca en este mundo podremos resolverlas. Mas, a pesar de esto, no pongo en cuestión que el conocimiento humano, en las circunstancias presentes de nuestro ser y de nuestra constitución, puede llevarse mucho más. lejos de lo que hasta aquí lo ha sido, siempre que los hombres se propongan, con sinceridad y libertad de mente, emplear toda esa industria y esos esfuerzos mentales, para mejorar sus medios en el descubrimiento de la verdad, medios que emplean para adornar la falsedad, para mantener un sistema, un interés determinado o un partido con el que se han comprometido. Pero, después de todo, pienso que puedo, sin que suponga afrenta para la perfección humana, afirmar que nuestro conocimiento nunca podrá alcanzar todo lo que quisiéramos saber en torno a esas ideas que tenemos, ni podremos resolver todas las dificultades y cuestiones que puedan surgir sobre ellas. Tenemos las ideas de un cuadrado, un círculo y de igualdad; y, sin embargo, tal vez nunca podamos encontrar un círculo igual a un cuadrado, y conocer con certeza que lo es. Tenemos las ideas de materia y de pensamiento, pero posiblemente nunca seamos capaces de saber si cualquier ente puramente material piensa o no, ya que resulta imposible, por la contemplación de nuestras propias ideas y sin ayuda de la revelación, descubrir si la Omnipotencia no ha dotado a algún sistema de materia, debidamente dispuesto, de la potencia de percibir y pensar, o si no ha unido y fijado a una materia así dispuesta una sustancia inmaterial con capacidad de pensar. Pues con respecto a nuestras nociones, no está mucho más alejado de nuestra comprensión el concebir que Dios, si quiere, puede sobre- añadir a la materia una facultad de pensamiento, que el que pueda añadir a otra sustancia la facultad de pensar, ya que nosotros no sabemos ni en qué consiste el pensar ni a qué clase de sustancias el Todopoderoso ha considerado a bien el darles ese poder, que no se puede hallar en ningún ser creado si no es únicamente por el favor y la bondad del Creador. Pues no veo contradicción en que el Primer y Eterno Ser pensante, Espíritu Omnipotente, pudiera dotar, si quisiera, a ciertos sistemas de materia insensible, reunidos de la manera que estimara conveniente, de algún grado de percepción, sensación y pensamiento, aunque pienso que ya he demostrado (lib. IV, cap. X, epígrafe 14) que supone una contradicción el pensar que la materia (que por su naturaleza está evidentemente vacía de sensación y pensamiento) pueda ser este eterno primer Ser pensante. Así, pues, ¿qué certidumbre de conocimiento se puede tener de que algunas percepciones, tales como el placer y el dolor, no puedan encontrarse en algunos cuerpos en sí mismos, después de haber sido movidos y modificados de cierta manera, lo mismo que se encuentran en una sustancia inmaterial por el movimiento de las partes del cuerpo? El cuerpo, hasta donde podemos concebirlo, no es capaz sino de golpear y de afectar a un cuerpo, y el movimiento, según lo que podemos alcanzar de nuestras ideas, no es capaz de reducir otra cosa sino movimiento; así que cuando admitimos que el cuerpo produce placer o dolor, o la idea de un color o de un sonido, nos vemos obligados a abandonar nuestra razón, a ir más allá de nuestras propias ideas, y a distribuirlo todo al buen deseo de nuestro Creador. Porque desde el momento en que es preciso que admitamos que El ha anejado ciertos efectos al movimiento que no podíamos imaginar que produjera el movimiento, ¿qué razón podemos tener para concluir que no ha ordenado que se produzcan esos efectos en un sujeto que no podemos concebir como capaz de ellos, como en un sujeto acerca del cual no podemos concebir cómo opera en 61 el movimiento de la materia? Cuando digo esto, no lo hago para disminuir la creencia en la inmortalidad del alma: aquí no estoy hablando de probabilidad, sino de conocimiento; y pienso que no sólo es adecuado para la modestia de la filosofía el no pronunciarse magistralmente, cuando se carece de esa evidencia que produce el conocimiento, sino también que resulta útil para nosotros el discernir hasta dónde alcanza nuestro conocimiento; pues como el estado en que estamos actualmente no es un estado de visión, debemos contentarnos, en muchas ocasiones, con la fe y la probabilidad, y no debemos mostrarnos sorprendidos, en la cuestión actual sobre la inmaterialidad del alma, si nuestras facultades no pueden llegar a una certidumbre demostrativa. Todos los grandes fines de la moralidad y de la religión están lo suficientemente seguros sin la necesidad de una prueba filosófica sobre la inmaterialidad del alma, puesto que resulta evidente que quien aquí nos hizo subsistir en un principio, como seres sensibles e inteligentes, y nos mantuvo durante varios años en este estado, puede restablecernos, y así lo hará, a un estado semejante de sensibilidad en otro mundo, y hacer que seamos capaces de recibir la retribución que ha designado a los hombres según sus obras en esta vida. Y, por tanto, no resulta de una necesidad tan imperiosa llegar a determinar una cosa u otra en este asunto, como algunos paladines, demasiado celosos o de la materialidad o de la inmaterialidad del alma, han conseguido que la gente llegue a creer. Unos de los cuales, estando demasiado inmersos en sus pensamientos sobre la materia, no pueden admitir la existencia de algo que no sea material; y otros, desde la otra posición, no pueden ver que la cogitación esté dentro de las potencias naturales de la materia, y después de haberla examinado una y otra vez con el mismo empeño tienen la seguridad de concluir que la Omnipotencia misma no puede dotar de percepción y pensamiento a una sustancia que tenga la modificación de la solidez. El que considere lo difícil que resulta conciliar en nuestros pensamientos la sensación con la materia extensa, o la existencia con cualquier cosa que no tenga ninguna extensión, tendrá que confesar que está muy lejos de saber con exactitud lo que sea el alma. Esta cuestión me parece que está bastante lejos del alcance de nuestro conocimiento, y el que se permita a sí mismo dejarse llevar libremente a la consideración y contemplación de las oscuras e intrincadas partes de cada hipótesis, difícilmente encontrará que su razón sea capaz de determinarlo de una manera fija, bien a favor, bien en contra de la materialidad del alma. Ya que, de cualquier forma que la considere, bien como una sustancia sin extensión, bien como una materia extensa pensante, la dificultad para concebir cualquiera de estos dos supuestos lo llevará, mientras tenga en la mente sólo uno de estos pensamientos, hacia el supuesto contrario, Este es un camino erróneo que siguen algunos hombres, quienes, debido a lo inconcebible que encuentran una de estas hipótesis, caen violentamente en la contraria, aunque ésta resulte tan ininteligible como la anterior para un entendimiento desprovisto de prejuicios. Esto no sólo resulta útil para mostrar la debilidad y pocos alcances de nuestro conocimiento, sino también para señalar el insignificante triunfo de esa clase de argumentos que, extraídos de nuestros propios puntos de vista, pueden convencernos de que no podemos encontrar ninguna certidumbre en ninguna de las dos hipótesis; pero que por eso mismo en nada ayudan a la búsqueda de la verdad al conducirnos a la opinión opuesta, la cual, después de un análisis, se encontrará repleta de las mismas dificultades. Porque, ¿qué seguridad, qué ventaja puede nadie obtener de evitar los aparentes absurdos y, para él, reglas irremontables que encuentra en una opinión, cuando toma la opinión contraria, fundada en algo tan completamente inexplicable y tan lejos de su comprensión como la anterior? Está fuera de toda duda que en nosotros hay algo que piensa; nuestras mismas dudas sobre lo que eso sea confirman la certeza de su existencia; sin embargo, debemos conformarnos con la ignorancia de la clase de ser que sea. Pues el ser escéptico en esto sería tan poco razonable como es, en la mayor parte de los casos, estar seguros de que algo no existe tan sólo porque no podemos comprender su naturaleza. Pues me gustaría saber qué sustancia existente hay que no tenga algo manifiestamente incomprensible para nuestro entendimiento. ¿En cuánto no nos excederán en el conocimiento otros espíritus, capaces de ver y de conocer la naturaleza y la constitución interna de las cosas? Y si a esto añadimos una comprensión más amplia, que los haga capaces de ver de una sola mirada la conexión y el acuerdo entre muchas ideas, y que repentinamente los provea de pruebas intermedias, las cuales nosotros vamos encontrando por separado, mediante pasos muy lentos y tras muchos tanteos en la oscuridad, y que con tanta frecuencia se nos olvidan antes de encontrar otra prueba, podemos, de esta manera, imaginar en parte la felicidad de los espíritus de rango superior, que poseen una visión más rápida y penetrante, así como un campo más extenso de conocimientos.
Pero para volver a nuestra argumentación, digo que nuestro conocimiento no está limitado solamente por la pobreza e imperfección de las ideas que tenemos, y que empleamos en torno suyo, sino que también en eso se queda corto. Pero veamos ahora hasta dónde alcanza.
7.
Hasta dónde alcanza nuestro conocimiento
Las afirmaciones o negaciones que hacemos sobre las ideas que tenemos pueden, según antes lo indiqué en general, reducirse a estas cuatro clases: identidad, coexistencia, relación y existencia real. Ahora examinaré el alcance de nuestro conocimiento en cada uno de estos casos.
8.
Primero, nuestro conocimiento de identidad y diversidad en las ideas alcanza hasta donde llegan las ideas mismas
En cuanto a la identidad y diversidad, esta manera de acuerdo o desacuerdo de nuestras ideas, nuestro conocimiento intuitivo alcanza hasta donde llegan nuestras ideas mismas; y no puede haber ninguna idea en la mente sin que ésta perciba de inmediato, y por un conocimiento intuitivo, que es lo que es y que es diferente de las otras.
9.
Segundo, respecto a la coexistencia, alcanza muy poco
En cuanto a la segunda clase, que es el acuerdo o desacuerdo de nuestras ideas en coexistencia, nuestro conocimiento tiene un alcance muy corto, aunque en esto consista la parte más grande e importante de nuestro conocimiento sobre las sustancias. Pues nuestras ideas de las especies de las sustancias, según he mostrado, no son sino colecciones de ideas simples unidas en un sujeto, y que de esta manera coexisten juntas. Por ejemplo, nuestra idea de llama es un cuerpo caliente, luminoso y que se mueve hacia arriba; nuestra idea de oro, un cuerpo pesado hasta cierto grado, amarillo, maleable y fusible; así pues, éstas u otras ideas complejas semejantes a éstas, significan en la mente de los hombres los dos nombres de esas sustancias diferentes, la llama y el oro. Cuando queremos saber algo más sobre éstas o sobre otras sustancias cualesquiera, lo que preguntamos es esto: ¿qué otras cualidades o potencias tienen o no tienen estas sustancias? Lo cual no es sino saber que otras ideas simples coexisten o no coexisten con las ideas que forman aquella idea compleja.
10.
La conexión entre la mayor parte de las ideas simples en las sustancias es desconocida
Esta, aunque constituye una de las partes más importantes y considerables de la ciencia humana, es, sin embargo, muy estrecha y casi nada. La razón de ello estriba en que la mayor parte de las ideas simples que constituyen nuestras ideas complejas de sustancias son de tal naturaleza que no llevan consigo, en su propia naturaleza, ninguna conexión visible y necesaria, ni ninguna incompatibilidad respecto a otra idea simple, cuya coexistencia con las de la idea compleja quisiéramos conocer.
11.
Especialmente de las cualidades secundarias de los cuerpos
Las ideas de las que están formadas nuestras ideas complejas de las sustancias, y acerca de las cuales nues
tro conocimiento sobre las sustancias más se ocupa, son aquellas de las cualidades secundarias. Y como todas ellas dependen (según se ha mostrado) de las cualidades primarias de sus partículas insensibles o, si no es de ello, de algo más lejano de nuestra comprensión, resulta imposible que sepamos cuáles tienen entre sí una unión necesaria o una incompatibilidad. Pues no sabiendo cuál es su origen, ni conociendo el tamaño, forma y textura de las partes de las que dependen, y de las que provienen esas cualidades que forman nuestra idea compleja del oro, es imposible que sepamos qué otras resultan de ellas, o son incompatibles con la misma constitución de las partículas insensibles del oro, de manera que, en consecuencia, deban siempre coexistir con la idea compleja que tenemos del oro, o ser incompatibles con ella.
12. Porque no podemos descubrir la conexión necesaria entre las cualidades secundarias y las primarias
Además de esta ignorancia sobre las cualidades primarias de las partes insensibles de los cuerpos, de las que dependen todas las cualidades secundarias, hay otra clase de ignorancia todavía mayor y más irremediable que nos sitúa lejos de un conocimiento cierto sobre la coexistencia o incoexistencia (si se puede afirmar así) de diferentes ideas en un mismo sujeto; y es ésta que no hay ninguna conexión descubrible entre las cualidades secundarias y aquellas cualidades primarias de las que dependen.
13
. No tenemos ningún conocimiento perfecto de sus cualidades primarias
Que el tamaño, la forma y el movimiento de un cuerpo pueda causar un cambio en el tamaño, la forma y el movimiento de otro, es algo que no excede nuestra concepción; que las partes de un cuerpo estén separadas por la intrusión de otro, y que el cambio del reposo al movimiento se deba a un impulso, son cosas, al igual que otras semejantes, que se nos ofrecen como con una cierta conexión. Y si conociéramos esas cualidades primarias de los cuerpos, tendríamos motivos para esperar que podríamos llegar a conocer más sobre las operaciones de los cuerpos, los unos respecto a los otros. Pero como nuestra mente no es capaz de descubrir ninguna conexión entre esas cualidades primarias de los cuerpos y las sensaciones que se producen en nosotros a causa de ellos, nunca podremos llegar a establecer reglas ciertas e indudables sobre la consecuencia o coexistencia de ninguna de las cualidades secundarias, aunque pudiéramos descubrir el tamaño, forma o movimiento de aquellas partes que inmediatamente las producen. Estamos tan lejos de saber qué forma, qué tamaño o movimiento de partes produce un color amarillo, un sabor dulce o un sonido agudo, que no podemos de ninguna manera concebir cómo cualquier tamaño, forma o movimiento de cualesquiera partículas pueden, posiblemente, producir en nosotros la idea de cualquier color, sabor o sonido, cualquiera que éstos sean. No existe ninguna conexión concebible entre lo uno y lo otro.
14.
En vano buscamos un conocimiento cierto y universal
Así, pues, inútilmente nos esforzaremos por descubrir por medio de nuestras ideas (el único camino cierto de un conocimiento verdadero y universal) qué otras ideas deben encontrarse constantemente unidas a las de nuestras ideas complejas de cualquier sustancia, ya que no conocemos ni la constitución real de las partículas minúsculas de las que dependen sus cualidades, ni, aunque lo conociéramos, podríamos descubrir ninguna conexión necesaria entre ellas y cualesquiera de las cualidades secundarias, lo cual resultaría necesario conocer antes de saber con certidumbre su coexistencia necesaria. Así que, dejando que sean lo que fueren nuestras ideas complejas de cualquier especie de sustancia, no podemos, partiendo de las ideas simples que forman esas ideas complejas, determinar con certeza la coexistencia necesaria de ninguna otra cualidad cualquiera. Nuestro conocimiento, en todas esas investigaciones, no alcanza mucho más allá que nuestra experiencia. Es cierto que algunas cualidades primarias tienen una dependencia necesaria y una conexión visible entre sí, como es que la forma necesariamente supone extensión; o que el recibir o comunicar movimiento por impulso supone la solidez. Pero aunque éstas tal vez algunas otras de nuestras ideas tengan esa dependencia, sin embargo son tan pocas las que tienen una conexión visible entre sí, que únicamente podemos descubrir por intuición o por demostración la coexistencia de muy pocas de las cualidades que se encuentran unidas en las sustancias, y solamente nos queda la ayuda de nuestros sentidos para que nos hagan conocer las cualidades que contienen. Porque de todas las cualidades que coexisten en el sujeto, sin esa dependencia y conexión evidente de sus ideas unas con otras, no podemos saber que dos de ellas coexistan con más certidumbre de la que la experiencia, a través de nuestros sentidos, nos informa. Así que aunque veamos el color amarillo y, después de un ensayo, encontremos el peso, la maleabilidad, la fusibilidad y la fijeza unidos en un trozo de oro, sin embargo, como ninguna de esas ideas tiene una dependencia evidente o una conexión necesaria con las demás, no podemos saber con certidumbre que donde estén cuatro de esas ideas, la quinta se encontrará también allí, aunque esto sea muy probable, ya que la probabilidad más elevada no asegura la certidumbre, sin la cual no puede existir un conocimiento verdadero. Porque esta coexistencia no puede ser conocida más allá que en cuanto percibido, y no puede ser percibido en sujetos particulares, sino mediante la observación de nuestros sentidos o, en general, por la conexión necesaria de las ideas mismas.
15.
Nuestro conocimiento es mayor de la repugnancia a la coexistencia
En cuanto a la incompatibilidad o repugnancia a la coexistencia, nosotros podemos saber que cualquier sujeto no puede tener de cada clase de cualidades primarias más que una a la vez. Por ejemplo, cada extensión particular, figura, número de partes, movimiento, excluyen todos los demás de la misma clase. Igual afirmación se puede hacer de todas las ideas sensibles peculiares a cada sentido, pues cualquier clase que esté presente en un sujeto excluye todas las demás de la misma especie; por ejemplo, ningún sujeto puede tener dos olores o dos colores a la vez. Ante esto algunos preguntarán si no es verdad que el ópalo o la infusión de lignum nephriticum tienen dos colores a la vez. A lo cual contesto que estos cuerpos, para ojos situados en lugares diferentes, pueden en efecto reflejar colores diferentes a la vez; pero, al mismo tiempo, me tomo la libertad de señalar que para ojos situados en lugares diferentes, son diferentes las partes del objeto, las que reflejan las partículas de luz y que, en consecuencia, no es la misma parte del objeto, y por ello tampoco el mismo sujeto el que aparece amarillo y azul al mismo tiempo. Pues tan imposible resulta que la misma partícula de un cuerpo cualquiera pueda, al mismo tiempo, modificar de manera diferente o reflejar los rayos de luz, como lo sería que tuviera dos formas diferentes o dos contexturas a la vez
16.
Nuestro conocimiento de la coexistencia de las potencias en los cuerpos no alcanza sino muy poco
Pero en cuanto a las potencias de las sustancias para cambiar las cualidades sensibles de otros cuerpos, que es lo que constituye una gran parte de nuestras investigaciones sobre ellos, y una rama no desdeñable de nuestro conocimiento, dudo mucho que nuestro conocimiento alcance mucho más que nuestra experiencia, o que podamos llegar a descubrir la mayoría de esas potencias, y a tener la certeza de que están en un sujeto cualquiera, por medio de la conexión con cual- quiera de esas ideas que para nosotros forman su esencia. Porque las potencias activas y pasivas de los cuerpos, y sus formas de operar, consisten en una contextura y en un movimiento de partes que nosotros no podemos llegar a conocer por ningún medio; y únicamente en unos cuantos casos podemos percibir su dependencia o repugnancia con respecto a cualquiera de esas ideas que constituyen la idea compleja que tenemos de esa clase de cosas. Aquí me he atenido a la hipótesis corpuscular, por ser la que se supone que va más lejos en una explicación inteligible de las cualidades de los cuerpos, y me temo que la flaqueza del entendimiento humano no sea capaz de encontrar otra con la que sustituirla, y que nos pueda ofrecer un descubrimiento más completo y claro de la conexión necesaria y de la coexistencia de las potencias que se observan unidas en varias clases de ellos. Al menos, una cosa es segura. que, sea cual fuere la hipótesis más clara y verdadera (asunto que no debo determinar yo), nuestro conocimiento sobre las sustancias corporales avanzará muy poco por cualquiera de ellas, hasta que no nos hagan ver qué cualidades y potencias de los cuerpos tienen una conexión necesaria o una repugnancia entre ellos; lo cual, en el actual estado de la filosofía, pienso que no nos es conocido sino en un grado ínfimo. Y dudo que con nuestras actuales facultades seamos alguna vez capaces de adelantar mucho más en nuestro conocimiento general (no digo en experiencia particular). Nosotros dependemos, en los asuntos de esta clase, de la experiencia, y en este sentido cualquier progreso es deseable. Podemos comprobar fácilmente los esfuerzos y avances que los hombres más generosos han realizado en este camino, y si otros, especialmente los filósofos del fuego, que así lo han pretendido, hubieran sido tan honrados en sus observaciones y tan sinceros en sus informes como tienen que serio los que se autodenominan filósofos, conoceríamos mucho mejor los cuerpos que existen a nuestro alrededor, y sería mucho mayor nuestra penetración en sus potencias y operaciones.
17.
Nuestro conocimiento sobre las potencias que coexisten en los espíritus es aún más estrecho
Si nos encontramos tan perdidos con respecto a las potencias y operaciones de los cuerpos, pienso que será fácil concluir que es mucha mayor la oscuridad en la que nos encontramos con respecto a los espíritus, de los cuales no tenemos naturalmente ninguna idea a excepción de la que podemos sacar de nuestro propio espíritu, al reflexionar sobre las operaciones de nuestra alma, que está en nosotros en la medida en que aquéllas entran dentro de nuestra observación. Pero ya dejé a la consideración de mi lector hasta qué punto es ínfimo el rango de los espíritus que habitan en nuestro cuerpo dentro de esas diversas, y posiblemente innumerables, clases de seres nobles, y hasta qué punto se quedan cortos ante las cualidades y perfecciones de los querubines y serafines, y de otras tantas infinitas clases de espíritus que están por encima de nosotros.
18.
Tercero. No es fácil determinar el alcance de nuestro conocimiento con respecto a las relaciones de las ideas abstractas
En cuanto a la tercera clase de nuestro conocimiento, es decir, el acuerdo o desacuerdo de cualquiera de nuestras ideas, en cualquier otra relación, resulta muy difícil determinar, al tratarse del campo más extenso o de nuestro conocimiento, hasta dónde puede alcanzar. Porque como los avances que se hacen en esta parte del conocimiento dependen de nuestra capacidad para descubrir esas ideas intermedias que pueden mostrar las relaciones y correlatos de ideas cuya coexistencia no se considera, resulta muy difícil afirmar cuándo hemos llegado al final de tales descubrimientos, y cuándo la razón cuenta con toda la ayuda de que es capaz para dotarse de pruebas o para examinar el acuerdo o desacuerdo de ideas muy remotas. Quienes no conozcan el álgebra no pueden imaginar las maravillas que se pueden realizar con él, y no es fácil imaginar qué otros adelantos y ayudas que ayuden a superar otras partes del conocimiento podrá encontrar en adelante la sagaz mente humana. Pero, al menos, de una cosa estoy seguro: que las ideas de cantidad no son las únicas susceptibles de demostración y conocimiento, y que tal vez otras partes más útiles de contemplación podrán ofrecernos la certidumbre si los vicios, las pasiones y el interés dominante no se oponen o amenazan tales propósitos.
La idea de un Ser Supremo, infinito en poder, en bondad y en sabiduría, cuya obra somos nosotros, y de quien dependemos, y la idea de nosotros mismos, como criaturas dotadas de entendimiento y racionales, siendo como son claras para nosotros, supongo que, bien consideradas y llevadas hasta sus últimas consecuencias, podrían ofrecernos un fundamento para nuestras obligaciones y las reglas de nuestras acciones que sería suficiente para colocar a la moral entre las ciencias capaces de demostración. Por lo que no dudo que se podrán establecer, a partir de proposiciones evidentes por sí mismas, y por unas consecuencias necesarias tan incontestables como las de los matemáticos, las medidas del bien v del mal, en tanto en cuanto se apliquen con la misma indiferencia y atención con que lo hacen los que se dedican a otras ciencias. La relación de los otros modos se puede percibir con igual certidumbre que la del número y la de la extensión; y no llego a comprender por qué
no han de ser capaces de demostración si se adecúan métodos para examinar y descubrir su acuerdo o desacuerdo. «Donde no haya propiedad, no hay injusticia», es una proposición tan cierta como cualquier demostración de Euclides, pues como la idea de propiedad es la de un derecho a algo, y la idea a la que se da el nombre de injusticia es la invasión o la violación de ese derecho, es evidente que una vez establecidas esas ideas, y una vez anexados a ellas esos nombres, puedo saber con certeza que esa proposición es verdadera, al igual que sé que lo es la que establece que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos. Veamos ahora otra cosa: «ningún gobierno permite la libertad absoluta». Como la idea de gobierno es el establecimiento de la sociedad bajo ciertas reglas o leyes que requieren la conformidad de los gobernados, y como la idea de libertad absoluta es que cada uno haga lo que le plazca, yo puedo tener una certidumbre de aquella proposición tan grande como la de cualquier proposición matemática.
19. Dos cosas han hecho pensar que las ideas morales son indemostrables: su dificultad para las representaciones sensibles y su complejidad
Lo que a este respecto ha concedido ventaja a las ideas de cantidad y ha hecho que sean más susceptibles de certeza y de demostración, es:
Primero, que éstas pueden ponerse y representarse por signos sensibles que tienen una correspondencia mayor y más cercana con ellas que la de cualquier pa- labra o sonido. Los dibujos de diagramas son copias en el papel de las ideas de la mente, y no están su- jetos a la incertidumbre que conllevan las palabras en su significación. Los dibujos de un ángulo, un círculo o un cuadrado están expuestos a la vista y no pueden inducir a equívoco: permanecen inmutables, y pueden examinarse con detenimiento, y la demostración se puede revisar de manera que todas sus partes pueden
ser repasadas más de una vez, sin ningún peligro de que se produzca un cambio en la idea. Esto no ocurre de la misma manera en las ideas morales: carecemos de signos sensibles que las recuerdan, y por los que nosotros podamos dejarlas representadas; solamente tenemos palabras para expresarías, las cuales, aunque permanecen invariables después de haber sido escritas, sin embargo, significan ideas que pueden cambiar en un mismo hombre, y resulta muy raro que no sean distintas en personas diferentes.
En segundo lugar, otra cosa que acarrea las más grandes dificultades en la ética es que las ideas mora- les son, por lo general, más complejas que las de las figuras que normalmente se consideran en las matemáticas. De aquí se deducen estos dos inconvenientes: primero, que sus nombres son de una significación más incierta, pues no resulta tan fácil concordar en la colección precisa de ideas que significan, y de esta manera el signo que se necesita emplear siempre para la comunicación de esas ideas, y muchas veces para el pensamiento, no conlleva la misma idea de una manera constante. Esto acarrea el mismo desorden, confusión y errores que se provocarían si un hombre, queriendo demostrar algo sobre un heptágono, omitiera en su diagrama alguno de sus ángulos o, por descuido, trazara una figura con un ángulo más de los que tienen las figuras designadas con ese nombre, figura en la que él estaba pensando cuando quiso hacer su demostración. Esto es algo que sucede con bastante frecuencia y que resulta difícil de evitar en las ideas morales muy complejas, en las que, reteniéndose el mismo nombre, se incluye o se excluye un ángulo, es decir, una idea simple en la misma idea compleja (que continúa llamándose por el mismo nombre), unas veces más que otras. Segundo. De la complejidad de estas ideas morales se sigue otro inconveniente, a saber: que la mente no puede retener fácilmente esas combinaciones precisas de una manera tan exacta y perfecta como sería necesario para el examen de los hábitos y correspondencias, acuerdos o desacuerdos
de algunas de ellas entre sí; y, en especial, cuando se tiene que juzgar por medio de extensas deducciones la intervención de algunas otras ideas muy complejas para mostrar el acuerdo o desacuerdo entre dos ideas remotas.
La gran ayuda que en contra de esto encuentran los matemáticos en los diagramas y figuras, dibujos que permanecen inalterables, resulta bastante evidente, y, de otra manera, la memoria tendría gran dificultad para retener aquellos dibujos de manera exacta, cuando la mente los fuera recorriendo en todas sus partes, paso a paso, para examinar sus correspondencias. Y aunque operando con cifras elevadas, en la adición, multiplicación o división, cada parte es tan sólo una progresión de la mente que pasa revista a sus propias ideas, y que considera su acuerdo o desacuerdo, y aunque la resolución del problema no es sino el resultado del todo, compuesto de unos particulares tales de los que la mente tiene una clara percepción, sin embargo, sin la designación de las distintas partes por signos cuya significación precisa es perfectamente conocida, signos que permanecen a la vista cuando han escapado a la memoria, resultaría casi imposible llevar tal cúmulo de ideas a la mente sin confundir o dejar escapar alguna parte de la operación, y de este modo hacer que todos nuestros razonamientos fueran inútiles. En tales casos las cifras o los signos no son los que ayudan a la mente a percibir el acuerdo de dos o más números cualesquiera, su igualdad o sus pro- porciones; eso sólo lo tiene la mente por intuición de sus propias ideas de los números mismos. Pero los caracteres numéricos son una ayuda para que la memoria pueda registrar y retener las distintas ideas sobre las que se hace la demostración, por medio de la cual un hombre puede saber hasta qué punto ha llegado su conocimiento intuitivo en el examen de lo particular, de manera que pueda, sin confusión, dirigirse hacia lo que todavía le es desconocido y, finalmente, tener, de una sola ojeada, el resultado de todas sus percepciones y razonamientos.
20. Remedios para muestras dificultades
Una parte de esas desventajas de las ideas morales que han hecho que se piense que no son susceptibles de demostración, se podría, en buena medida, remediar mediante definiciones, fijando la colección de ideas simples que cada término debiera significar, y usando después esos términos de una manera fija y constante en esa colección precisa. Además, no resulta fácil prever qué métodos podrá sugerir el álgebra, u otra ciencia semejante, para remediar las demás dificultades. Y tengo la seguridad de que si los hombres trataran de los asuntos morales con el mismo método e indiferencia con los que se enfrentan a las verdades matemáticas, encontrarían que aquélla tiene una conexión más estrecha, una consecuencia más necesaria a partir de nuestras ideas claras y distintas y que son susceptibles de una demostración más cercana a la perfección de lo que comúnmente se imagina. Pero no es de esperar grandes cosas en este sentido en tanto los deseos de fama, de riqueza o de poder lleven a los hombres a abrazar las opiniones que están más de moda, y a buscar después argumentos bien para realzar su belleza, bien para barnizarlas y cubrir sus deformidades, sin pensar que nada hay más bello para el ojo como la verdad lo es para la mente, ni nada tan deforme e irreconciliable para el entendimiento como la mentira. Pues aunque existan muchos hombres que puedan unirse con cierta satisfacción a una esposa de escasa belleza, ¿quién puede haber con la osadía suficiente para admitir que se ha desposado con la falsedad y que ha recibido en su pecho algo tan horrible como la mentira? Mientras los hombres de los partidos consigan que todos los hombres que caigan bajo su férula comulguen con sus mismas doctrinas, sin permitirles que examinen su verdad o su falsedad, impidiendo de esta manera que la verdad se imponga en el mundo, y que los hombres la busquen libremente, ¿qué adelantos se pueden esperar, qué grandes luces se pueden pedir a las ciencias morales?
Aquellos individuos que están en tal situación, sea donde fuere, deberían esperar, con el cautiverio egipcio, las tinieblas egipcias, si no fuera porque Dios ha prendido su luz en la mente de los hombres, la cual es imposible que se extinga totalmente por el soplo o el poder de ningún hombre.
21.
Cuarto, de las tres existencias reales de las que tenemos un conocimiento cierto
En cuanto a la cuarta clase de nuestro conocimiento, es decir, de la existencia real y efectiva de las cosas, tenemos un conocimiento intuitivo de nuestra propia existencia, y un conocimiento demostrativo de la existencia de Dios; de la existencia de cualquier otra cosa no tenemos sino un conocimiento sensible, que no va más allá de los objetos presentes a nuestros sentidos.
22.
Nuestra ignorancia es grande
Siendo nuestro conocimiento tan estrecho, como ya he mostrado, quizá obtengamos alguna luz acerca del estado actual de nuestra mente si nos asomamos un poco al lado oscuro y echamos una mirada a nuestra ignorancia, la cual, como es infinitamente más grande que nuestro conocimiento, puede servir para acallar las disputas y para incrementar el conocimiento útil si, después de haber descubierto hasta qué punto tenemos ideas claras y distintas, confiamos nuestros pensamientos a la contemplación de aquellas cosas que estén dentro del alcance de nuestro entendimiento, y no nos lanzamos a un abismo de tinieblas (donde no tendríamos ojos para ver ni facultades para percibir cosa alguna), empujados por la presunción de que nada está más allá de nuestra comprensión. Pero para convencernos de la locura de una pretensión semejante, no se necesita ir muy lejos. El que algo sabe, lo primero que sabe es esto: que no necesita buscar mucho para encontrar ejemplos de su ignorancia. Las cosas más sencillas y obvias que se nos presentan tienen su lado oscuro que no resulta penetrable para la mirada más aguda. Los más esclarecidos y amplios entendimientos de los hombres pensantes se encuentran confundidos y perdidos ante cada partícula de materia. Y encontraremos que esto resulta menos sorprendente cuando consideremos las causas de nuestra ignorancia, las cuales, por lo que ya se ha dicho, supongo que se admitirá que son estas tres:
Primera, carencia de ideas.
Segunda, carencia de una conexión descubrible entre las ideas que tenemos.
Tercera, carencia en la búsqueda y en el examen de nuestras ideas.
23.
Primero, una de las causas de nuestra ignorancia es la carencia de ideas, carencia de unas ideas simples que otras criaturas en otras partes del universo pueden tener
Hay algunas cosas, y no pocas, de las que somos ignorantes por falta de ideas.
Primero, todas las ideas simples que tenemos se limitan (como he mostrado) a aquellas que recibimos de los objetos corporales por sensación, y de las operaciones de nuestras mentes en cuanto objetos de reflexión. Pero cuán desproporcionados sean estos escasos y estrechos conductos respecto a la enorme extensión de todos los seres, es algo de lo que no será difícil que queden persuadidos quienes no sean tan estúpidos para pensar que su propio alcance es la medida de todas las cosas. Qué otras ideas simples podrán tener las criaturas en otras partes del universo mediante el auxilio de sentidos y facultades más perfectos de los que nosotros tenemos, o diferentes de
los nuestros, no es algo que nosotros debamos determinar. Pero decir o pensar que tales no existen, porque no podemos concebirlas, no es mejor argumento que el de un ciego que afirmara que no existen los colores ni la vista, porque él carece de una idea sobre ellos, y porque no tiene ninguna posibilidad de formarse una noción sobre el acto de ver. La ignorancia y oscuridad que hay en nosotros no limita el conocimiento de los demás, al igual que la ceguera de un topo no es un argumento contra la aguda mirada del águila. El que quiera considerar el infinito poder, la sabiduría y la bondad del Creador de todo lo existente encontrará motivos para pensar que esas excelencias no están limitadas a la formación de una criatura tan deleznable, insignificante e impotente como es el hombre, quien, con toda probabilidad, es una de las más ínfimas criaturas dotadas de intelecto. Por tanto, nosotros ignoramos qué facultades tengan otras especies de criaturas para penetrar en la naturaleza y en la constitución interna de las cosas, o qué ideas, diferentes de las nuestras, pueden recibir de ellas. Pero sí sabemos con certeza que necesitamos otras perspectivas de las cosas además de las que ya tenemos para poder hacer unos descubrimientos más perfectos de ellas. Y podemos llegar a convencernos de que las ideas que podemos obtener a partir del alcance de nuestras facultades resultan muy desproporcionadas con respecto a las cosas, desde el momento en que se nos oculta una idea positiva, clara y distinta de la sustancia misma, que es el fundamento de todo lo demás. Pero como la carencia de ideas de esta clase es una parte al tiempo que la causa de nuestra ignorancia, esta carencia no puede ser descrita. Tan sólo pienso que se podría afirmar, de manera confidencial, que el mundo intelectual y el sensible son perfectamente semejantes en esto: en que la parte que vemos de ambos no guarda proporción con la parte que se nos oculta, y que cuanto podemos alcanzar con nuestros ojos o nuestros pensamientos no es sino un punto, casi nada en comparación con el resto.
24. La carencia de ideas simples de los hombres resulta porque los objetos están muy remotos
Segundo, otra causa importante de la ignorancia es el carecer de ideas que somos capaces de tener. Y como la carencia de ideas que nuestras facultades son inca- paces de darnos nos priva totalmente de unas perspectivas de las cosas que es razonable pensar que otros seres poseen, seres más perfectos que nosotros y de los que no tenemos ninguna noticia, del mismo modo, digo, la carencia de ideas de la que ahora hablo nos mantiene en la ignorancia de ciertas cosas que concebimos como capaces de ser conocidas por nosotros, Tenemos ideas del volumen, de la forma y del movimiento; pero aunque no carecemos de ideas de esas cualidades primarias de los cuerpos en general, sin embargo, como desconocemos cuáles son el volumen, la forma y el movimiento en particular de la mayor parte de los cuerpos del universo, ignoramos las diversas potencias, eficacias y modos de operar mediante los que se producen los efectos que diaria- mente podemos comprobar que se producen. Estos permanecen ocultos para nosotros, algunos por estar demasiado remotos, otros por ser demasiado pequeños. Cuando consideramos la enorme distancia de las partes conocidas y visibles del mundo, y las razones que tenemos para inferir que cuanto queda dentro del marco de lo conocido no es sino una ínfima parte del universo, entonces descubrimos el inmenso abismo de nuestra ignorancia. ¿Qué son los ensamblajes particulares de las grandes masas de materia que constituyen el magnífico marco de los seres corporales? ¿Qué extensión tienen? ¿Cuál es su movimiento y cómo se continúa y comunica? ¿Qué influencia ejercen las unas sobre las otras? Estas son algunas de las cuestiones en las que nuestros pensamientos se pierden desde el mismo instante en que las contemplan. Pero si disminuimos nuestras contemplaciones y confinamos nuestros pensamientos dentro de esta pequeña parcela  - me refiero a nuestro sistema solar
y a las masas de materia más evidentes que se mueven en su torno ---, cuántas distintas clases de vegetales, de animales y de seres corporales inteligentes, infinitamente diferentes de éstos que habitan en nuestro pequeño mundo terrenal, pueden existir probablemente en otros planetas, de los que nada podemos saber, ni siquiera de sus formas externas ni de sus partes, mientras nosotros estemos confinados en esta Tierra, pues no existen formas naturales, ni por sensación ni por reflexión, para que podamos concebir en nuestras mentes ideas ciertas sobre ellos. Están fuera del alcance de aquellas vías de nuestro conocimiento; y qué clase de construcciones y habitantes contengan aquellas mansiones es algo que ni siquiera podemos columbrar, y menos tener ideas claras y distintas de ello.
25.
O por su pequeñez
Si una gran parte o, mejor dicho, la casi totalidad de las diversas especies de cuerpos del universo escapan a nuestros conocimientos por su alejamiento, hay otros que nos están no menos vedados por su pequeñez. Como estos corpúsculos insensibles son las partes activas de la materia y los grandes instrumentos de la naturaleza, de la que dependen no sólo en todas sus cualidades secundarias sino también la mayor par- te de sus operaciones naturales, nuestra falta de ideas precisas y distintas sobre sus cualidades primarias nos mantiene en una ignorancia incurable con respecto a lo que deseamos saber sobre ellos. No dudo que si pudiéramos descubrir la forma, el tamaño, la contextura y el movimiento de las partes minúsculas constitutivas de dos cuerpos cualesquiera podríamos conocer, sin necesidad de pruebas varias de sus operaciones, del mismo modo que conocemos las propiedades de un cuadrado o de un triángulo. Si conociéramos las pro- pensiones mecánicas de las partículas de ruibarbo, de la cicuta, del opio y de un hombre, de la misma manera que un relojero conoce un reloj, y por qué realiza sus operaciones, y conoce también las propiedades de una lima que, por su acción, puede cambiar la forma de cualquiera de sus mecanismos, seríamos capaces de afirmar que el ruibarbo purga a un hombre, que la cicuta lo mata y que el opio le produce somnolencia, del mismo modo que un relojero puede afirmar que un trocito de papel, puesto en el balancín, impide que ande el reloj hasta que sea removido; o que si alguna de sus partes han sido rebajadas por una lima, la maquinaria permanece completamente quieta y el reloj ya no anda más. Quizá entonces podríamos saber por qué se disuelve la plata en aqua fortis y el oro en aqua regia, y no viceversa, con menos dificultad de la que supone para un cerrajero el saber por qué la vuelta de una llave abre una cerradura y no lo hace la vuelta de otra llave. Pero mientras carezcamos de unos sentidos lo bastante agudos como para descubrir las diminutas partículas de los cuerpos, y para proporcionarnos ideas de sus propensiones mecánicas, no podremos ir más allá en este desconocimiento de sus propiedades y de sus formas de operar; y no podemos tener más seguridad sobre este, asunto que la que puedan proporcionarnos algunos experimentos. Y nunca podremos estar seguros de que éstos tendrán el mismo éxito en otra ocasión. Esto dificulta nuestro conocimiento certero sobre las verdades universales relativas a los cuerpos naturales, y hace que nuestra razón nos lleve muy poco más allá de asuntos particulares de hecho.
26.
De aquí se evidencia que no hay una de los cuerpos
Y, por tanto, me inclino a dudar que, por mucho que el ingenio humano pueda avanzar la filosofía útil y experimental en las cosas físicas, esté a nuestro alcance el conocimiento científico, ya que carecemos de unas ideas perfectas y adecuadas de aquellos cuerpos que están muy cerca de nosotros y más bajo nuestro alcance. De aquellos que hemos clasificado bajo nombres, y que creemos conocer muy bien, no tenemos sino ideas muy imperfectas e incompletas. Tal vez tengamos ideas distintas de las diversas clases de cuerpos que caen bajo el examen de nuestros sentidos, pero ideas adecuadas me parece que no tenemos de ninguno de ellos. Y aunque las primeras de ésas puedan servirnos para el uso común y las disertaciones, sin embargo, mientras carezcamos de las últimas no estaremos capacitados para un conocimiento científico, ni seremos capaces de descubrir verdades generales, instructivas e indudables sobre ellos. Certidumbre y demostración son cosas a las que, en estos asuntos, no debemos aspirar. Por el color, la forma, el gusto y el olfato, y demás cualidades sensibles, tenemos ideas tan claras y distintas de la salvia y de la cicuta como las que tenemos de un círculo y de un triángulo; pero como no tenemos ideas de las cualidades primarias particulares de las partículas de esas dos plantas, ni de otros cuerpos que podríamos aplicarles, no podríamos decir qué efectos pueden producir, ni, cuando llegamos a advertir esos efectos, podemos adivinar, y menos todavía conocer, de qué manera se producen. De esta manera, como no tenemos idea de las afecciones mecánicas particulares de las partículas de los cuerpos que están dentro de nuestra vista y alcance, ignoramos sus constituciones, potencias y operaciones; y en cuanto a los cuerpos más remotos todavía somos más ignorantes, al no conocer sus formas exteriores ni las partes sensibles y groseras de su constitución.
27.
Mucho menos una ciencia de los espíritus incorpóreos
Así pues, desde un principio podemos observar cuán desproporcionado resulta nuestro conocimiento con respecto a toda la extensión de los seres materiales; a lo cual, si añadimos la consideración de que el número infinito de espíritus que pueden existir, y que probablemente existen, que se encuentran todavía más alejados de nuestro conocimiento, puesto que no tenemos ningún conocimiento de ellos, ni podemos formarnos ningunas ideas distintas de sus distintos rangos y clases, encontraremos entonces que esta causa de nuestra ignorancia nos oculta, dentro de una oscuridad impenetrable, casi todo el mundo intelectual, un mundo que ciertamente es mayor y más bello que el material. Pues con exclusión de unas cuantas y, si se me permite llamarlas así, superficiales ideas de los espíritus, que hemos obtenido mediante reflexión sobre el nuestro, y, de allí, hemos deducido, lo mejor que podíamos, la idea del Padre de todos los espíritus, su eterno e independiente Autor, carecemos de noticias ciertas de la existencia de otros espíritus, a no ser las obtenidas a través de la revelación. Los ángeles y todas sus clases están naturalmente más allá de nuestros descubrimientos, y todas esas inteligencias, de las que probablemente haya más órdenes que de las sustancias corporales, son cosas de las que nuestras facultades naturales no pueden darnos en absoluto noticias ciertas. De que haya mentes y seres pensantes en otros hombres, así como en sí mismo, es algo de lo que todo hombre tiene motivos suficientes, tanto por sus palabras como por sus hechos, para estar seguro; y el conocimiento de su propia mente no permite que ningún hombre se considere ignorante de la existencia de Dios. Pero ¿quién hay que pueda, por sus propias investigaciones y afanes, llegar a conocer que existen grados de seres espirituales entre nosotros y el gran Dios? Y mucho menos aún podemos tener ideas distintas de sus diferentes naturalezas, condiciones, estas dos, potencias y distintas constituciones en las que estén de acuerdo o difieran entre sí y con respecto a nosotros. Por tanto, en lo que se refiere a sus diferentes especies y propiedades, nosotros estamos en la más absoluta de las ignorancias.
28. Segundo. Otra causa: la carencia de una conexión descubrirle entre las ideas que tenemos
En segundo lugar hemos visto qué parte tan pequeña de los seres sustanciales que existen en el universo queda abierta a nuestro conocimiento por falta de ideas. A continuación tenemos otra causa de ignorancia de no menor importancia, y es la falta de una conexión descubrible entre aquellas ideas que tenemos. Pues en el momento en que esto nos falta, somos absolutamente incapaces de un conocimiento universal y cierto, y, como en el caso anterior, quedamos reducidos a la observación y al experimento; las cuales no hace falta explicar lo estrechas y limitadas que son, y lo lejos que están del conocimiento general. Voy a dar algunos ejemplos de esta causa de nuestra ignorancia y seguiré adelante. Resulta evidente que el volumen, la forma y el movimiento de diversos cuerpos que hay en torno a nosotros nos producen distintas sensaciones, como son los colores, sonidos, sabores, olores, placer y dolor, etc. Como estas afecciones mecánicas de los cuerpos no tienen ninguna afinidad con las ideas que producen en nosotros (ya que no hay ninguna conexión concebible entre cualquier impulso de cualquier clase de cuerpo y cualquier percepción de color u olor que tenemos en la mente), no podemos tener un conocimiento distinto de tales operaciones Más allá de nuestra experiencia, ni podemos razonar sobre ellas, sino en tanto que efectos que se producen por el mandato de un Agente infinitamente sabio que sobrepasa nuestra comprensión de manera total. Y al igual que las ideas de las cualidades secundarias sensibles que tenemos en las mentes no pueden ser deducidas por nosotros a partir de causas corporales, ni se puede encontrar ninguna correspondencia o conexión entre ellas y aquellas cualidades primarias que (según nos muestra la experiencia) las producen en nosotros, as! también, desde otro punto de vista, las operaciones de nuestra mente sobre nuestros cuerpos son inconcebibles. De qué manera cualquier pensamiento puede producir un movimiento en un cuerpo es algo tan remoto de la naturaleza de nuestras ideas, como el que cualquier cuerpo pueda producir un pensamiento en la mente. Y jamás podría descubrirnos la mera consideración de las cosas mismas que sea así, si no fuera porque la experiencia nos convence de ello. Aunque estas cosas, y otras similares, tengan una conexión constante y regular en el curso ordinario de las cosas, sin embargo, como esta conexión no es descubrible en las ideas mismas, que no parecen tener ninguna dependencia necesaria la una con respecto a la otra, no podemos atribuir su conexión a ninguna cosa que no sea la determinación de ese Agente Omnipotente que ha hecho que sean así, y que operen como lo hacen, de una manera que resulta difícil de concebir para nuestros débiles entendimientos.
29.
Ejemplos
En algunas de nuestras ideas existen ciertas relaciones, hábitos y conexiones tan visiblemente incluidas en la naturaleza de las ideas mismas, que no podemos concebirlas separadas de ellas por ninguna potencia; y tan sólo con respecto a ellas somos capaces de un conocimiento cierto y universal. Así, la idea de un triángulo rectilíneo necesariamente conlleva la de la igualdad de sus ángulos a dos rectos. Y no podemos concebir que esta relación, que esta conexión entre dos ideas, pueda ser mudable, o que dependa de cualquier potencia arbitraria que así lo haya determinado, o que pueda establecerla de otra manera. Pero como la coherencia y continuidad de las partes de la materia; como la producción de sensaciones en nosotros de colores y sonidos, por el impulso o el movimiento; aún más, como las reglas originales y la comunicación de] movimiento son de tal naturaleza que no podemos des- cubrir ninguna conexión natural con ninguna de las ideas que tenemos, no podemos menos que adscribir- las al deseo arbitrario y a los buenos deseos del Sabio Arquitecto. Pienso que no necesito referirme aquí a la resurrección de los muertos, al estado futuro de nuestro planeta y a otras cosas similares que todo el mundo reconoce que dependen totalmente de la de- terminación de un agente libre. Según podemos advertir, hasta donde alcanza nuestra observación, al proceder algunas cosas de manera regular de una manera constante, podemos concluir que actúan mediante unas leyes que les han sido impuestas, pero que, sin embargo, desconocemos. De manera que, aunque las causas operen de manera constante, y fluyan regularmente los efectos de ellas, sin embargo, como las conexiones y dependencias no son descubribles en nuestras ideas, no podemos sino tener un conocimiento experimental de ellas. Por todo lo cual resulta fácil advertir la oscuridad en la que nos hallamos y lo poco que somos capaces de conocer sobre el ser y las cosas que son. Y, por tanto, no supone ninguna injuria para nuestro conocimiento el que modestamente pensemos que estamos muy lejos de ser capaces de comprender la totalidad de la naturaleza del universo, y todas las cosas que contiene, puesto que no somos capaces de un conocimiento filosófico de los cuerpos que nos rodean y que forman parte de nosotros, puesto que no podemos alcanzar una certidumbre universal sobre sus cualidades secundarias, potencias y operaciones. Todos los días recibimos, a través de nuestros sentidos, di- versos efectos, de los que de esta manera sólo alcanzamos un conocimiento sensitivo; pero en cuanto a las causas, la manera y la certidumbre de su producción, por las dos razones anteriores, debemos conformarnos con ignorarlas. En este asunto no podemos ir más allá de lo que la experiencia particular nos descubre como un asunto de hecho, y conjeturar, por análoga, qué efectos producirán semejantes cuerpos después de otros experimentos. Pero en cuanto a conseguir una ciencia perfecta de los cuerpos naturales (por no hacer mención de los seres espirituales), pienso que estamos tan lejos de ser capaces de una cosa semejante, que considero un trabajo perdido el esforzarse por alcanzarla.
30.
Una tercera causa: la salta de persecución de nuestras ideas
En tercer lugar, cuando no tenemos ideas adecuadas y cuando existe una conexión cierta y descubrible entre ellas, sin embargo, a menudo somos ignorantes porque no perseguimos esas ideas que tenemos o que podemos tener, y porque no buscamos esas ideas intermedias que podrán mostrarnos los hábitos de acuerdo o desacuerdo que hay entre ellas. Y, de esta manera, muchos ignoran las verdades matemáticas no por una imperfección de sus facultades, o por una incertidumbre de las cosas mismas, sino por una falta de aplicación en adquirir, examinar y comparar con los medios adecuados esas ideas. Lo que más ha contribuido a impedir la debida persecución de nuestras ideas, y al encuentro de sus relaciones y de sus acuerdos o desacuerdos, supongo que ha sido el uso incorrecto de las palabras. Es imposible que los hombres puedan buscar o descubrir realmente el acuerdo o desacuerdo de las ideas mismas, mientras sus pensamientos giren o se fijen solamente en sonidos de significación dudosa e incierta. Puesto que los matemáticos abstraen sus pensamientos de los nombres, y se acostumbran a presentar ante su mente las mismas ideas que quieren considerar, y no unos sonidos en lugar de ellas, han evitado, por eso mismo, gran parte de esa perplejidad, errores y confusión que tanto han impedido el progreso de los hombres en otros ámbitos del conocimiento. Pues mientras se mantengan en el uso de palabras de significación indeterminada e incierta, serán incapaces de distinguir lo verdadero de lo falso, lo cierto de lo probable, lo consistente de lo inconsistente, en todas sus opiniones. Y como éste ha sido el destino o la desgracia de la mayor parte de los hombres de letras, el incremento real en el acervo del conocimiento real ha sido muy pequeño, en comparación con las disputas de las escuelas y los escritos de que se ha llenado el mundo, mientras que los estudiosos, perdidos en el gran bosque de las palabras, no han sabido dónde se encontraban, hasta dónde habían llegado sus descubrimientos y qué es lo que esperaban de ellos o del acervo general del conocimiento. Si los hombres, en sus descubrimientos del mundo material, hubieran obrado como lo han hecho con respecto a aquellos del mundo intelectual, rodeándolo todo de la oscuridad de formas dudosas e inciertas de hablar, los volúmenes escritos sobre la navegación y los viajes, las discutidas y multiplicadas teorías sobre las zonas y las marcas, incluso los buques que se hubieran construido y las flotas que se hubieran enviado, nunca nos habrían mostrado un camino más allá de la línea del Ecuador, y las Antípodas resultarían aún tan desconocidas como cuando se tachaba de herejía el creer en su existencia. Pero como ya he hablado suficientemente de las palabras y del uso erróneo o descuidado que de ellas se hace, no diré nada más sobre ellas aquí.
31.
Alcance del conocimiento humano por lo que respecta a su universalidad
Hasta aquí hemos examinado el alcance de nuestro conocimiento por lo que respecta a las distintas clases de seres que existen. Hay otra clase de alcance, con respecto a la universalidad, que también debe ser considerado, y, en este aspecto, nuestro conocimiento sigue la naturaleza de nuestras ideas. Si las ideas cuyo acuerdo o desacuerdo percibimos son abstractas, nuestro conocimiento es universal. Pues lo que se sepa de tales ideas generales será verdadero de cada cosa particular en la que se encuentre esa esencia, es decir, esa idea abstracta; y lo que se sepa una vez de tales ideas será verdadero perpetuamente y por siempre. Así que todo conocimiento general deberá buscarse y encontrarse únicamente en nuestra propia mente, y será tan sólo el examen de nuestras propias ideas lo que nos lo proporcionará. Las verdades que pertenecen a las esencias de las cosas (esto es, a las ideas abstractas) son eternas, y únicamente se encuentran mediante la contemplación de aquellas esencias, así como la existencia de las cosas se conoce sólo por la experiencia. Pero como tengo algunas cosas más que decir en los capítulos en que trataré del conocimiento real y general sobre este asunto, lo dicho bastará por lo que se refiere a la universalidad de nuestro conocimiento en general.

Ensayo
Comentarios 
Cuestionarios