LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo VI
ACERCA DE LAS PROPOSICIONES UNIVERSALES, DE SU VERDAD Y DE SU CERTIDUMBRE

1. Es necesario para el conocimiento el tratar de las palabras
Aunque el examinar y el juzgar las ideas por sí mis- mas, dejando de lado los nombres, sea el camino mejor y más seguro para alcanzar un conocimiento claro y distinto, sin embargo, a causa de la costumbre tan implantada de emplear sonidos en lugar de ideas, creo que aquella fórmula raramente se utiliza. Cualquiera puede observar cuán común es que se empleen nombres en lugar de las ideas mismas, incluso cuando los hombres piensan y razonan para sí mismos, especial- mente si esas ideas son muy complejas y están forma- das por un gran número de ideas simples. Esto provoca el que la consideración de las palabras y de las proposiciones sea una parte tan necesaria de cualquier tratado sobre el conocimiento, que resulta muy difícil hablar inteligiblemente de lo uno sin explicar lo otro.
2.
Las verdades generales resultan muy difícil de entender, a no ser en proposiciones verbales
Ya que todo el conocimiento que tenemos es sola- mente de verdades particulares o generales, es evidente que pese a todo lo que pueda hacerse para alcanzar aquéllas, éstas, que son las que, con razón, más se desean, nunca podrán ser perfectamente conocidas, y raramente podrán ser aprehendidas, si no es concibiéndolas y expresándoles por medio de palabras. Por tanto, no queda fuera de nuestras intenciones dentro del examen de nuestro conocimiento el que investiguemos la verdad y la certidumbre de las proposiciones universales.
3.
La certidumbre es doble: de la verdad y del conocimiento
Pero para que en este, caso no nos encontremos perdidos por lo que constituye, en cualquier ocasión, el peligro, me refiero a la dubitabilidad de los términos, resulta necesario advertir que la certidumbre es doble: la certidumbre de la verdad y la certidumbre del conocimiento. Hay certidumbre de verdad cuando las palabras se unen en proposiciones de manera que expresen exactamente el acuerdo o desacuerdo de las ideas que significan, tal y como realmente es. La certidumbre del conocimiento estriba en percibir el acuerdo o el desacuerdo de las ideas, según han sido expresadas en cualquier proposición. Esto es lo que usualmente denominamos conocer, o estar seguros de la verdad de cualquier proposición.
4. No se puede conocer que ninguna proposición es verdadera mientras no sea conocida la esencia real de cada especie mencionada
Ahora bien, puesto que no podemos estar seguros de la verdad de cualquier proposición general, en tanto que no conozcamos los límites precisos y el alcance de las especies que significan sus términos, es necesario que sepamos la esencia de cada especie, que es lo que la constituye y la limita.
Esto no es difícil de hacer en todas las ideas simples y en los modos, pues como en estos casos la esencia real y la nominal son las mismas, o, lo que viene a ser igual, la idea abstracta significada por el término general es la única esencia y límite que pueda tener o que puede suponerse a cada especie, no es posible que exista duda sobre la extensión de la especie o sobre las cosas que ese término comprende, las cuales, evidentemente, son todas las que tienen una conformidad exacta con la idea significada y no con ninguna otra.
Pero en las sustancias, donde una esencia real, distinta de la nominal, se supone que constituye, determina y delimita a la especie, el alcance de la palabra general es muy incierto, porque al no conocer esta esencia real no podemos saber qué es lo que no es de esa especie y, en consecuencia, lo que se puede afirmar o no con certidumbre de ella. Y de esta manera, cuando hablamos de un hombre, del oro o de cualesquiera otra especie de sustancias naturales, como supuestamente constituidas por una esencia real y precisa que la naturaleza imparte de manera regular a cada individuo de esa, y por la cual ese individuo pertenece a esa especie, no podemos estar seguros de la verdad de esa afirmación o negación que hagamos sobre ella. Porque hombre u oro, tomados en este sentido, y usados para especies de cosas, constituidas por esencias reales, diferentes de la idea compleja que hay en la mente del hablante, significan no sabemos qué cosa, y la extensión de esas especies, a partir de unos límites semejantes, es tan desconocida e indeterminada que resulta imposible afirmar con certidumbre que todos los hombres son racionales, o que todo oro es amarillo. Pero cuando la esencia nominal se mantiene en los límites de cada especie, y cuando los hombres no extienden la aplicación de cualquier término general más allá de las cosas particulares en las que está la idea compleja significada por ese término, entonces no están en peligro de equivocar los límites de cada especie ni pueden dudar, por este motivo, sobre si una proposición es verdadera o no. He querido explicar esta incertidumbre de las proposiciones mediante esta forma escolástica y utilizar los términos esencia y especie de manera intencionada, con el propósito de mostrar lo absurdo e inconveniente que resulta el pensar en ellos como cualquier otra clase de realidades que no sean las meramente abstractas con sus nombres. Suponer que las especies de las cosas sean algo distinto a su clasificación bajo nombres generales, según que estén de acuerdo con diversas ideas abstractas de las cosas que nosotros designamos mediante esos nombres, es confundir la verdad e introducir la incertidumbre en todas las proposiciones generales que podamos hacer sobre ellas. Por tanto, aunque este asunto pueda explicarse mejor a la gente que no esté imbuida del aprendizaje escolástico, sin embargo, como esas nociones falsas de las esencias y las especies se han radicado tan profundamente en la mente de la mayor parte de los hombres que han recibido unas migajas de la ciencia que ha prevalecido en esta parte del mundo, deben ser extendidas y luego desechadas, para que de esta manera pueda prevalecer el uso de las palabras que conlleva la certidumbre.
5. Esto se refiere más particularmente a las sustancias
Cuando los nombres de las sustancias intentan significar especies que están supuestamente constituidas por esencias reales que no conocemos, entonces se muestran incapaces de llevar la certidumbre a nuestro entendimiento. De esta manera no podemos tener ninguna certidumbre sobre la verdad de las proposiciones generales formuladas con semejantes términos. La razón de esto resulta evidente: ¿cómo podremos estar seguros de que esta cualidad o aquélla están en el oro, cuando no sabemos lo. que es o lo que no es el oro? Según esta manera de hablar, nada es oro, sino aquello que participa de una esencia que nosotros no conocemos y que no podemos saber dónde se encuentra y dónde no se encuentra, por lo que nunca podremos estar seguros de si cualquier fragmento de materia existente en el mundo es o no es, en este sentido, oro, ya que somos totalmente ignorantes de si tiene o no eso que hace que algo sea llamado oro, es decir, esa esencial real del oro de la que en absoluto tenemos ninguna idea. Esto nos resulta tan imposible de saber como lo sería para un ciego el saber qué flor tiene o no tiene el color de la flor llamada pensamiento, cuando no tiene ninguna idea del color de esa flor. O si nosotros pudiéramos saber con seguridad (lo que no resulta posible) dónde se halla una esencia real que no conocemos, por ejemplo, en qué fragmento de materia se encuentra la esencia real del oro, incluso en ese caso no podríamos tener la certeza de que se pudieran afirmar esta o aquella cualidad del oro con verdad, ya que nos resulta imposible el saber que esta o aquella cualidad o idea tengan una conexión necesaria con una esencia real de la que nosotros no tenemos ninguna idea, cualquiera que sea la especie que se imagine como constituyente de esa esencia real supuesta.
6.
Solamente la verdad de unas cuantas proposiciones universales sobre las sustancias puede ser conocida
De otra parte, cuando se emplean los nombres de las sustancias de la manera adecuada para las ideas que los hombres tienen en sus mentes, aunque conllevan una significación clara y determinada, no pueden servirnos para establecer muchas proposiciones universales de cuya verdad podamos estar seguros. Y no porque al usarlas no estemos seguros de qué cosas son las que significamos por medio de ellas, sino porque las ideas complejas que significan suponen tales combinaciones de ideas simples que no conllevan ninguna
conexión o repugnancia descubribles, excepto en lo que se refiere a un grupo muy limitado de ideas diferentes.
7.
Porque la coexistencia necesaria de las ideas simples en las sustancias sólo se puede conocer en unos cuantos casos
Las ideas complejas que nuestros nombres de las especies de las sustancias propiamente significan son colecciones de aquellas cualidades que hemos observado que coexisten en un substrato desconocido al que llamamos sustancia. Pero qué otras cualidades coexisten necesariamente con tales combinaciones es algo que no podremos saber con certeza, a menos que podamos descubrir su dependencia natural, con respecto a la cual nuestras posibilidades de penetración son muy escasas, por lo que toca a sus cualidades primarias; y en todas sus cualidades secundarias no podemos descubrir conexión alguna, por las razones mencionadas en el capítulo III, es decir: 1. Porque ignoramos la constitución real de las sustancias de la que depende, particularmente, cada una de las cualidades secundarias. 2. Y aunque nosotros la conociéramos, únicamente nos serviría para un conocimiento experimental, y no para un conocimiento universal, y no alcanzaría con certidumbre más allá de los meros enunciados, ya que nuestros entendimientos no pueden descubrir ninguna conexión concebible entre cualquier cualidad secundaria y cualquier modificación de sus cualidades primarias. Y por todo ello, son muy pocas las proposiciones generales que se pueden hacer sobre las sustancias que puedan conllevar una certeza indubitable.
8. Ejemplo con el oro
«Que todo sea fijo» es una proposición de la que no podemos tener certidumbre, aunque sea admitida de manera universal. Ya que si, según la fantasía inútil
de las escuelas, cualquiera puede imaginar que el término oro significa una especie de cosas establecidas por la naturaleza mediante una esencia real que le pertenece, es evidente que no sabe qué sustancias particulares son de esa especie, y de esta manera no podrá establecer con certidumbre ninguna afirmación universal sobre el oro. Pero si intenta que el término oro signifique una especie determinada por su esencia nominal, siendo la esencia nominal, por ejemplo, la idea compleja de un cuerpo de un cierto color amarillo, maleable, fusible y más pesado que cualquiera de los otros cuerpos conocidos, en este empleo adecuado de la palabra oro no hay dificultad alguna para saber lo que es o no es realmente oro. Pero, con todo, ninguna otra cualidad podrá establecerse con certeza o negarse de manera universal, en lo que al oro se refiere, a no ser aquellas que tengan una conexión evidente o una incompatibilidad con esa esencia nominal. Como la fijeza, por ejemplo, no tiene ninguna conexión necesaria, que nosotros podamos descubrir, con el color, peso o cualquier otra idea simple de las que componen nuestra idea compleja, o con todo el conjunto de ideas, resulta imposible que podamos saber con certeza la verdad de la proposición antes formulada, es decir, que todo oro es fijo.
9. No hay una conexión descubrible necesariamente entre la esencia nominal del oro y otras ideas simples
Como no existe ninguna conexión descubrible entre la fijeza y el color, el peso y las otras ideas simples de esa esencia nominal del oro, de la misma manera, si hacemos nuestra idea compleja del oro un cuerpo amarillo, fusible, dúctil, pesado y fijo, estaremos, por los mismos motivos, inseguros respecto a la solubilidad en aqua regia. Por la misma razón en que nunca podremos, por la consideración de las ideas mismas, afirmar o negar con certidumbre de un cuerpo, cuya idea compleja contenga el color amarillo, gran peso,
ductilidad, fusibilidad y fijeza, que es soluble en aqua regia, y lo mismo podríamos decir del resto de sus cualidades. Me sentiría muy satisfecho de encontrar una afirmación general sobre cualquier cualidad del oro, de la que se pudiera tener la seguridad de que es verdadera. Y no dudo que se me formulará la siguiente pregunta. ¿acaso no es una proposición universal la que establece que «todo oro es maleable»? A esto respondo que es una proposición muy cierta, siempre y cuando la maleabilidad sea una parte de la idea compleja que la palabra oro significa. Pero todo lo que se afirma aquí acerca del oro no es nada más que ese conjunto de sonidos significan una idea en la que está contenida la de la maleabilidad; y ésta es una verdad y una certidumbre de la misma clase que la que establece que un centauro es un cuadrúpedo. Pero si la maleabilidad no forma parte de la esencia específica que significa la palabra oro, resulta evidente que el que «todo oro es maleable» es una proposición que no contiene certidumbre. Porque suponiendo que la idea compleja de oro esté formulada de todas las demás cualidades que se quiera, la maleabilidad no parecerá depender de esa idea compleja, ni se seguirá de ninguna de las ideas simples contenidas en ella. Y dado que la conexión que tiene la maleabilidad (si es que tiene alguna) con esas otras cualidades, se debe sólo a la intervención de la constitución real de sus partes insensibles, la cual, puesto que no la conocemos, resulta imposible que podamos percibir esa conexión, a menos que seamos capaces de descubrir lo que las une a todas.
10. En la medida en que puede conocerse tal conexión, en esa misma medida pueden ser ciertas las proposiciones universales
Pero esto no tiene sino un alcance muy limitado. Así pues, mientras más sean las cualidades coexistentes que unamos dentro de una idea compleja, bajo un solo nombre, más precisa y determinada será la significación de esa palabra, y, sin embargo, no por eso la hacemos más capaz de una certidumbre universal, en lo que respecta a otras cualidades no contenidas en nuestra idea compleja, desde el mismo momento en que no percibimos la conexión o dependencia de una con respecto a las otras, ya que ignoramos la constitución real en la que están fundadas, al igual que la manera en que fluyen de ella. Porque la parte más importante de nuestro conocimiento respecto a las. sustancias no es, como en las otras cosas, no gira sobre la mera relación de dos ideas que puedan existir por separado, sino que lo hace sobre la necesaria conexión y coexistencia de algunas ideas distintas en el mismo sujeto, o de su repugnancia para coexistir de esta manera. Si pudiéramos comenzar desde el otro lado y descubrir en qué consiste un cierto color, o qué es lo que hace que un cuerpo sea más ligero o más pesado, cuál es la textura determinada de las partes que lo hace maleable, fusible y fijo, y capaz de disolverse en tal o cual líquido y no en otro; digo, que si tuviéramos una idea tal acerca de esos cuerpos, y pudiéramos percibir en qué consisten originariamente todas las cualidades sensibles y cómo se producen, podríamos forjarnos unas ideas tales de ellos que serían capaces de proporcionarnos materiales de un conocimiento más general, al tiempo que nos permitirían establecer proposiciones universales, las cuales conllevarían una verdad y una certidumbre generales. Pero mientras nuestras ideas complejas de las clases de sustancias estén tan alejadas de las constituciones reales internas de las que dependen sus cualidades sensibles, y en tanto no estén formadas sino por una colección imperfecta de esas cualidades aparentemente sensibles que nuestros sentidos pueden descubrir, tan sólo serán unas cuantas las proposiciones generales que podamos formular sobre las sustancias de cuya verdad real podamos tener certidumbre, ya que son muy escasas las ideas simples de cuya conexión y necesaria coexistencia podamos tener un conocimiento cierto e indubitable. Y, me imagino que entre todas las cualidades
secundarias de las sustancias y entre todas las potencias que se relacionan con ellas, no existen dos que se puedan citar cuya existencia necesaria o repugnancia a coexistir pueda ser conocida de manera indudable, si no son aquellas cualidades que, por ser de un mismo sentido, necesariamente se excluyen unas a las otras, como antes he demostrado. Y pienso que nadie, a partir del color de un cuerpo cualquiera, podrá saber con certidumbre cuál es su color, su sabor, su sonido o sus cualidades tangibles, ni qué alteraciones puede producir en otros cuerpos o recibir de ellos. Y lo mismo podría afirmarse con respecto al sabor, a los sonidos, etc. Como los nombres específicos que utilizamos para designar las sustancias significan colecciones de esa clase de ideas, no debe asombrarnos que no seamos capaces de formar con ellos sino un número muy limitado de proposiciones generales de una certeza real indudable. Y, sin embargo, en la misma medida en que alguna idea compleja de cualquier clase de sustancias contenga en ella cualquier idea simple, cuya necesaria coexistencia con las demás pueda ser descubierta, en esa misma medida podrán las proposiciones universales acerca de ella ser establecidas con certidumbre. Así, por ejemplo, cualquiera que pueda descubrir una conexión necesaria entre la maleabilidad y el color o peso del oro, o cualquier otra parte de la idea compleja significada por ese nombre, podrá establecer una proposición cierta y universal sobre el oro en este sentido; y la verdad real de esta proposición que establece que «todo es maleable», sería tan exacta como esta otra: «los tres ángulos de todo triángulo rectángulo son iguales a dos rectos».
11. Las cualidades que forman nuestras ideas complejas de las sustancias dependen, en su mayor parte, de causas externas, remotas e imperceptibles
En el caso de que nosotros tuviéramos unas ideas tales de las sustancias corno para conocer qué constituciones reales producen esas cualidades sensibles que encontramos en ellas, y de qué manera esas cualidades emanan de ellas, podríamos, por las ideas específicas de sus esencias reales en nuestras mentes, encontrar con mayor certidumbre sus propiedades y descubrir qué cualidades tienen y cuáles no tienen, que como lo hacemos por nuestros sentidos. Y de esta manera no sería necesario, para conocer las propiedades del oro, que el oro existiera y que realizáramos experimentos en él, al igual que no resulta necesario, para conocer las propiedades de un triángulo, el que éste exista en alguna materia, ya que la idea en nuestra mente bastaría en ambos casos. Pero tan lejos estamos de poder penetrar en los secretos de la naturaleza que apenas nos hemos aproximado nunca a la entrada que conduce hacia ellos. Porque tendemos a considerar a las sustancias con las que nos encontramos cada una como una cosa completa por sí sola, que en sí misma tiene todas las cualidades, e independiente de las demás, que, la mayor parte de las veces, nos pasan desapercibidas las operaciones de esos fluidos invisibles que las rodean, y de cuyos movimientos y operaciones dependen la mayoría de esas cualidades que advertimos en ellas, y a las que hacemos marcas inherentes de distinción por las que las denominamos y las conocemos. Póngase una pieza de oro en cualquier sitio, sola y separada del alcance y la influencia de los otros cuerpos, e inmediatamente perderá todo su peso y color, y quizá también su maleabilidad, la cual, según me consta, puede cambiarse en una perfecta friabilidad. El agua, en la cual la fluidez es una cualidad esencial para nosotros, dejaría de ser un fluido en cuanto se la dejara sola. Pero si los cuerpos inanimados deben tanto de su actual estado a otros cuerpos que están fuera de ellos, hasta el punto que no serían lo que aparentan ser para nosotros si esos cuerpos que los rodean se removieran, más aún sucede esto con los vegetales que se nutren, crecen y producen hojas, flores y semillas en una sucesión constante. Y si examinamos con detalle el estado de los animales,
podremos descubrir que su dependencia con respecto a la vida, al movimiento y a las cualidades más importantes que se pueden observar en ellos, radica de tal manera en causas extrínsecas y en cualidades de otros cuerpos que no forman parte de ellos, que no pueden subsistir ni un solo momento sin ellos, aunque, a pesar de ello, se pone muy poca atención en esos cuerpos de los que dependen, y no forman parte de las ideas complejas que nos formamos de tales animales. Quítese el aire durante un solo minuto a la mayor parte de las criaturas vivientes, y en seguida perderán el sentido, la vida y el movimiento. Esta necesidad que tenemos de respirar nos ha obligado a reconocer este hecho. Pero cuántos otros cuerpos extrínsecos y posiblemente mucho más remotos existirán, de los que dependan los resortes de estas admirables máquinas, aunque vulgarmente no los observemos ni les dediquemos siquiera un pensamiento, y cuántos de esos cuerpos no existirán sin que la más severa investigación los logre descubrir nunca. Los habitantes de esta porción del universo, aunque alejados tantos millones de millas del sol, dependen, sin embargo, en tan gran medida del movimiento debidamente templado de las partículas que emanan o son agitadas por este astro, que si se cambiara, aunque fuera en una ínfima cantidad, la distancia que actualmente lo separa de la tierra, y se colocara a ésta un poco más cerca o más lejos de esta fuente de calor es más que probable que la inmensa mayoría de los animales que en ella existen perecieran inmediatamente, pues a menudo podemos comprobar cómo son destruidos por un exceso o una falta de calor solar, cuando quedan expuestos a esta situación en alguna parte de nuestro diminuto globo terráqueo. Las cualidades que se observan en una piedra imán deben necesariamente tener su origen mucho más allá de los límites de este cuerpo; y los trastornos que a menudo se observan en distintas clases de animales por causas invisibles, y la muerte segura que (según se dice) alcanza a algunos de ellos cuando traspasan la línea del Ecuador, o a otros cuando traspasan los límites de un país vecino, muestran con toda evidencia que el concurso de las operaciones de diversos cuerpos, con los que apenas parecen tener relación esos animales, es absolutamente necesario para hacer que sean lo que nos parece que son, y para conservar aquellas cualidades por las que los conocemos y distinguimos. Estamos, pues, totalmente perdidos cuando pensamos que las cosas contienen en sí mismas las cualidades que vemos en ellas; y en vano buscaremos en el cuerpo de una mosca o de un elefante esa constitución de la que dependen aquellas cualidades y potencias que observamos en ellos. Pues para entenderlos correctamente quizá fuera preciso no sólo buscar más allá de esta tierra y esta atmósfera nuestras, sino incluso más allá del sol o de la estrella más remota que nuestros ojos hayan podido alcanzar. Porque nos resulta imposible determinar hasta qué punto el ser y las operaciones de las sustancias particulares de este mundo nuestro dependen de causas que están fuera de nuestra vida. Nosotros vemos y percibimos algunos de los movimientos y operaciones groseras de las cosas que están en derredor nuestro; pero de dónde proceden las corrientes que mantienen en movimiento y conservan todas estas delicadas máquinas, y de qué manera se mantienen o modifican, es algo que escapa a nuestra comprensión y aprehensión; y las partes más importantes y los mecanismos, si se me permite llamarlos así, de esta magnífica estructura del universo, es muy posible que puedan tener entre sí una conexión y dependencia tales en sus influencias y operaciones, que tal vez las cosas aquí, en nuestra morada, tendrían un aspecto totalmente diferente, y dejarían de ser lo que son, si alguna de las estrellas o de los inmensos cuerpos, que están a una distancia incomprensiblemente lejana de nosotros, dejara de existir o de moverse como lo hace. Una cosa es cierta: las cosas, aunque parezcan muy absolutas y enteras en sí mismas, no son sino fragmentos de otras partes de la naturaleza, por las que advertimos la existencia de aquéllas. Sus cualidades observables, sus acciones y potencias dependen de algo que está fuera de ellas, y no conocemos ninguna parte tan completa y perfecta de la naturaleza que no deba su ser y sus excelencias a sus vecinos; y por ello no debemos confinar nuestros pensamientos a lo superficial de cualquier cuerpo, sino que debemos mirar mucho más allá para comprender perfectamente aquellas cualidades que están en él.
12.
Nuestras esencias nominales de las sustancias suministran todas las proposiciones universales sobre ellas, que son ciertas
Si esto es así, no resulta extraño que nosotros tengamos unas ideas tan imperfectas de las sustancias, y que nos sean desconocidas las esencias reales de las que dependen sus propiedades y operaciones, No podemos descubrir ni siquiera el tamaño, la forma y la textura de las partes activas que realmente están en ellas, y mucho menos los diferentes movimientos y los impulsos que otros cuerpos exteriores les producen, de donde dependen y por los que se forman la mayor parte y la más importante de esas cualidades que podemos advertir en las sustancias, y de las cuales se forman nuestras ideas complejas sobre ellas. Esta consideración, por sí sola, es suficiente para poner fin a todas nuestras esperanzas de tener ideas de las esencias reales; en tanto carecemos de éstas, las esencias nominales que usamos para sustituirlas no servirán sino para proporcionarnos un conocimiento general muy pobre, o unas proposiciones universales capaces de muy poca certidumbre.
13.
El juicio de probabilidades sobre las sustancias puede alcanzar más lejos, pero eso no es conocimiento
No debe sorprendernos, por tanto, si la certidumbre se encuentra en muy pocas proposiciones generales que se establecen sobre las sustancias: nuestro conocimiento sobre sus cualidades y propiedades muy rara vez va más allá de lo que nuestros sentidos pueden alcanzar a informarnos. Posiblemente los hombres inquisitivos y observadores puedan, por la fuerza de su juicio, penetrar más allá, y a partir de las probabilidades que ofrece una observación más profunda, y de algunas conjeturas bien aunadas, puedan vislumbrar correctamente lo que la experiencia aún no les había descubierto. Pero esto todavía sigue siendo una mera conjetura, y al tener únicamente el valor de una opinión, carece de la certidumbre que se requiere para el conocimiento. Porque todo conocimiento general radica sólo en nuestros propios pensamientos, y únicamente consiste en la contemplación de nuestras propias ideas abstractas. Dondequiera que percibamos un acuerdo o desacuerdo entre ellas, tendremos un conocimiento general; y colocando los nombres de esas ideas, de manera adecuada, dentro de las proposiciones, podremos pronunciar con certidumbre verdades generales, Pero como las ideas abstractas de las sustancias significadas por sus nombres específicos, cuando tienen una significación distinta y determinada, tienen una conexión descubrible o una inconsistencia solamente con unas cuantas ideas distintas, la certidumbre de las proposiciones universales sobre las sustancias es muy estrecha y muy escasa respecto al punto principal de las investigaciones sobre ellas; y apenas hay un nombre de sustancias, sea la que fuere la idea a la que se aplica, del que podamos decir con generalidad y certidumbre que tiene o no tiene esta o aquella cualidad que pertenece a él, y que coexiste de manera constante o incompatible con esa idea, dondequiera que se encuentre.
14. ¿Cuál es el requisito para nuestro conocimiento de las sustancias?
Antes de que podamos tener un conocimiento aceptable de esta clase, debemos saber, en primer lugar,
qué cambios producen las cualidades primarias de un cuerpo en otro regularmente, y, en segundo lugar, deberemos conocer qué cualidades primarias de cualquier cuerpo producen ciertas sensaciones o ideas en nosotros. Esto, realmente, no supone otra cosa que conocer todos los efectos de la materia bajo sus diversas modificaciones de volumen, forma, cohesión de sus partes; movimiento y reposo, Lo cual, como pienso que todo el mundo admitirá, es totalmente imposible que lo conozcamos, a no ser por la revelación. Y aunque nos fuera revelado la clase de forma, volumen y movimiento de los corpúsculos que pueden producir en nosotros la sensación del color amarillo, y qué clase de forma, volumen y textura de las partes en la superficie de cualquier cuerpo son adecuados para dar a esos corpúsculos el movimiento que produce ese color, eso no resultaría suficiente para que pudiéramos establecer con certeza proposiciones universales sobre sus distintas clases, a no ser que tuviéramos facultades lo suficientemente agudas para percibir el volumen, la forma, la textura y el movimiento de los cuerpos, en todas las partes diminutas, por medio de las cuales operan sobre nuestros sentidos, y de esta manera pudiéramos formarnos nuestras ideas abstractas sobre ellos. He mencionado aquí solamente las sustancias corporales, cuyas operaciones parecen encontrarse a un nivel más asequible para nuestro entendimiento. Pues en lo que se refiere a las operaciones de los espíritus, tanto en los pensamientos como en el movimiento de los cuerpos, nos encontramos en la más absoluta de las ignorancias; aunque tal vez cuando hayamos aplicado nuestros pensamientos de manera más cercana a la consideración de los cuerpos y de sus operaciones, y hayamos examinado hasta dónde alcanzan nuestras nociones, incluso con respecto a éstas, con alguna claridad más allá de los hechos sensibles, nos sentiremos obligados a confesar que, también en este sentido, nuestros descubrimientos sólo van un poco más allá de la ignorancia y la incapacidad más perfectas.
15.
Mientras nuestras ideas complejas de las sustancias no contengan ideas de sus constituciones reales, no podremos establecer sino muy pocas proposiciones generales ciertas sobre ellas
Una cosa resulta evidente, y es que si las ideas complejas abstractas de las sustancias que sus nombres generales significan no comprenden sus constituciones reales, pueden proporcionarnos una certidumbre universal muy reducida. Porque nuestras ideas sobre las sustancias no están formadas por aquello de lo cual dependen las cualidades que observamos en ellas, y sobre lo que queremos informarnos, o con lo que tienen una conexión cierta; así, por ejemplo, admitamos que la idea a la que damos el nombre de hombre sea, como comúnmente lo es, la de un cuerpo de una forma ordinaria, dotado de sentidos, movimiento voluntario y razón. Siendo ésta la idea abstracta y, en consecuencia, la esencia de nuestra especie hombre, podemos establecer muy pocas proposiciones generales sobre el hombre que signifiquen una idea semejante. Pues como desconocemos la constitución real de la que dependen la sensación, la potencia de movimiento y razonamiento que dependen de esa forma peculiar y por la cual están unidas a un mismo sujeto, solamente hay unas cuantas cualidades con las que podamos percibir que aquéllas tienen una conexión necesaria, y en virtud de lo cual no podríamos afirmar con certeza que todos los hombres duermen a intervalos, que ningún hombre puede nutrirse de maderas y piedras, o que todos los hombres perecen si ingieren cicuta; porque todas estas ideas no tienen ninguna conexión o repugnancia con esta nuestra esencia nominal de hombre, con esta idea abstracta que el nombre significa. Nosotros deberemos en estos casos, y en otros semejantes, ceñirnos a la experimentación en los sujetos particulares, lo cual solamente abarca un espacio muy reducido. En los demás, deberemos contentarnos con la probabilidad; pero no tendremos ninguna certidumbre general mientras nuestra idea específica de hombre no contenga esa constitución real que es la raíz en la que se juntan todas sus cualidades inseparables, y de donde manan. Mientras nuestra idea significada por la palabra hombre no sea sino una colección imperfecta de algunas cualidades sensibles y potencias que hay en él, no habrá ninguna conexión discernible o ninguna repugnancia entre nuestra idea específica y las operaciones que las partes de la cicuta o de las piedras producirán sobre su constitución. Existen animales que pueden comer cicuta sin ningún peligro, y otros que se alimentan de madera y piedras; pero mientras carezcamos de las ideas de las constituciones reales de las distintas clases de animales, de las que dependen esas cualidades y otras similares, no podemos esperar alcanzar la certidumbre en las pro- posiciones universales sobre ellos. Solamente esas pocas ideas que tienen una conexión descubrible con nuestra esencia nominal, o con cualquier parte de ella, pueden proporcionarnos semejantes proposiciones. Pero son tan escasas y de tan poca trascendencia que podemos considerar justamente que nuestro conocimiento general cierto de las sustancias no existe.
16.
Dónde radica la certidumbre general de las proposiciones
Para concluir, las proposiciones generales, sean de la clase que fueren, únicamente son capaces de certidumbre cuando los términos empleados en ellas significan ideas cuyo acuerdo o desacuerdo puede ser descubierto por nosotros según esté expresado en la proposición. Y tendremos la certidumbre de su verdad o falsedad cuando veamos que las ideas significadas por esos términos están de acuerdo o desacuerdo, según se afirman o se niegan las unas de las otras. De aquí podemos inferir que la certidumbre general nunca se encuentra sino en nuestras ideas. Cuando pretendemos alcanzarla en otra parte, en experimento u observaciones fuera de nosotros, nuestro conocimiento no va más allá de lo particular. Pues sólo la contemplación de nuestras propias ideas abstractas puede proporcionarnos un conocimiento general.

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