LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo VIII
ACERCA DE LAS PROPOSICIONES FRÍVOLAS

1. Algunas proposiciones no aportan nada a nuestro conocimiento
El que las máximas de las que he tratado en el capítulo anterior sean de tanta utilidad como generalmente se supone, es un asunto que dejo a la consideración de los demás. Creo, sin embargo, que una cosa puede afirmarse con plena confianza: que hay proposiciones universales que, aunque sean ciertamente verdaderas, sin embargo, no aportan ninguna luz a nuestro entendimiento, y en nada aumentan nuestro cono- cimiento. Tales proposiciones son:
2.
En primer lugar, todas las proposiciones de identidad
Resulta obvio que estas proposiciones, puramente idénticas, no contienen, a primera vista, ninguna instrucción en sí mismas. Pues cuando afirmamos el mismo término de sí mismo, ya sea puramente verbal, ya que contenga alguna idea real y clara, nada nos enseña que no hubiéramos conocido antes con certidumbre, independientemente de que tal proposición sea formulada por nosotros, o nos sea propuesta por otras personas. Realmente, aquella que es la proposición más general, es decir, «lo que es, es», puede servir algunas veces para mostrar a un hombre lo absurdo que es el que, por medio de circunloquios o de términos equívocos, intente negar, mediante ejemplos particulares, la misma cosa de sí misma; porque nadie podrá desafiar de una manera tan abierta al sentido común como para afirmar mediante palabras llanos alguna contradicción visible y directa; o, si lo hace, cualquier hombre tendrá una excusa más que justificada para interrumpir la discusión que con él mantiene. Sin embargo, pienso que puedo afirmar que ni esa máxima tan generalmente aceptada ni ninguna otra proposición de identidad nos enseña cosa alguna; y aunque en esta clase de proposiciones esta solemne y celebrada máxima, que se considera el fundamento de toda demostración, puede utilizarse, y a menudo se utiliza, para confirmarlas, sin embargo, todo lo que se consigue probar no es más que esto: que una misma palabra puede afirmarse de sí misma sin ninguna duda de la verdad de semejante proposición, y, por tanto, con toda certidumbre; y permítaseme añadir, también sin ningún conocimiento real.
3. Ejemplos
Porque, según esto, cualquier persona muy ignorante, pero que pueda formular una proposición, y que sepa lo que quiere decir cuando afirma sí o no, podrá formular uniones de proposiciones de cuya verdad puede estar segura de manera infalible, y, sin embargo, no saber una sola cosa en el mundo; como, por ejemplo, «que un alma es un alma», «un espíritu es un espíritu», «que un fetiche es un fetiche», etc. Ya que todas estas proposiciones son equivalentes a la proposición «lo que es, es», es decir, lo que tiene existencia, tiene existencia, o quien tiene alma, tiene alma. Pero ¿qué es esto sino jugar con las palabras? Es como un mono que se pasara una ostra de una mano a otra y que, si tuviera posibilidad de emplear palabras, pudiera decir: «la ostra en la mano derecha es el sujeto, y la ostra en la mano izquierda es el predicador, y de esta manera podría formular una proposición sobre la ostra evidente por sí misma, es decir, la ostra es la ostra, y, sin embargo, no adquiriría mediante esto un ápice más de conocimiento. Esta manera de comportarse significaría tanto para satisfacer el hambre del mono como para el entendimiento del hombre, y tanto aprovecharía el uno en sus conocimientos corno el otro en su figura.
Sé que hay quienes se preocupan bastante por las proposiciones de identidad que son de suyo evidentes, y que piensan que prestan un gran servicio a la filosofía al tratar sobre ellas. Y lo hacen como si éstas encerraran todo el conocimiento, y como si el entendimiento solamente llegara a la verdad por ellas. Confieso, tan llanamente como cualquier otro, que todas ellas son verdaderas y evidentes por sí mismas. Y además declaro que el fundamento de todo nuestro conocimiento radica en la facultad que tenemos de percibir que una misma idea es la misma idea, y de distinguirla de las que son diferentes, tal como he demostrado en el capítulo anterior. Pero cómo se reivindica así el uso que se pretende hacer de las proposiciones de identidad para el desarrollo de los conocimientos, calificándolo de frívolo, es algo que no alcanzo a ver y por más que alguien repita tantas veces como guste que «la voluntad es la voluntad», o por más importancia que pongan en este pensamiento, tampoco llego a comprender en qué puede esto significar un avance para el desarrollo de nuestro conocimiento; lo mismo podría decir de un número infinito de proposiciones semejantes. Déjese a un hombre formular, según sus posibilidades lingüísticas, tantas proposiciones del tenor de las siguientes: «una ley es una ley», «una obligación es una obligación», «el derecho es el derecho», «lo injusto es lo injusto», y ¿en qué medida le ayudarán estas proposiciones y otras semejantes para su conocimiento de la ética, o qué instrucción le aportará, a él o a otros, en el conocimiento de la moral? Quienes desconocen, y quizá siempre se mantengan en su ignorancia, lo que es lo justo y lo injusto nunca podrán formular con igual seguridad proposiciones sobre esto, ni conocer su verdad de manera tan infalible como quien posea una mayor instrucción sobre la moral y sus normas. Pero ¿qué progreso pueden aportar al conocimiento de las cosas necesarias o útiles para su conducta semejantes proposiciones?
Seguramente se considerarán poco menos que unos frívolos a quienes para iluminar el entendimiento en
cualquier parte del conocimiento se ocuparan en las proposiciones de identidad, e insistieran en máximas como la siguiente: «la sustancia es la sustancial, y «el cuerpo es..el cuerpo»; «el vacío es el vacío», y «un torbellino es un torbellinos «un centauro es un centauro», y «una quimera es una quimera», etc. Porque aunque todas éstas y otras semejantes son igualmente verdaderas, igualmente ciertas e igualmente evidentes por sí mismas, sin embargo, no pueden menos que ser tildadas de frívolas cuando se pretende utilizarlas como principio de instrucción, y cuando se ofrecen como ayudas para el desarrollo del conocimiento, ya que no enseñan nada, a quién tiene la capacidad de discurrir, que no supiera antes, es decir, que el mismo término es el mismo término, y que la misma idea es la misma idea. Y, en base a esto, es por lo que he llegado a pensar, y aún sigo pensando, que el ofrecer y el inculcar semejantes proposiciones para dar nueva luz al entendimiento, o para abrir el conocimiento a las cosas, no es sino una frivolidad.
Radica la instrucción en algo muy diferente, y el que intente ampliar su mente o la de otro con verdades que aún no conoce, tendrá que hallar unas ideas intermedias y ponerlas en un orden tal, las unas junto a las otras, que el entendimiento puede percibir el acuerdo o desacuerdo de aquellas ideas que están en cuestión. Las proposiciones que tal cosa hacen son instructivas, pero están muy lejos de afirmar el mismo término de sí mismo, lo cual no es una manera adecuada de alcanzar ninguna clase de conocimiento ni de que otros la alcancen. En nada más puede ayudar que lo que auxiliaría a una persona que estuviera aprendiendo a leer el formularle unas proposiciones como éstas: «una A es una A» y «una B es una B», lo cual cualquier hombre puede saber tan bien como el maestro de escuela, y, sin embargo, jamás en su vida poder llegar a leer una sola palabra. Y estas pro- posiciones, y otras proposiciones de identidad semejantes, en nada contribuyen a adquirir la habilidad de leer, sea cual fuere el uso que podamos hacer de ellas.
Si aquellos que me increpan por calificar de «frívolas» estas proposiciones hubieran leído y hubieran intentado comprender lo que he escrito más arriba, en un inglés llano, no podrían sino haber visto que por proposiciones de identidad solamente entiendo aquellas en que el mismo término, significando la misma idea, se afirma de sí mismo; lo cual es lo que creo que debe entenderse con propiedad, como proposiciones de identidad; y creo poder continuar afirmando con seguridad, en lo que a ellas se refiere, que el proponerlas como algo instructivo no es más que una frivolidad. Porque nadie que esté en el uso de su razón podrá dejar de advertirlas cuando sea necesario que se adviertan y, una vez que tenga noticias de ellas, no podrá dudar de su verdad.
Pero si los hombres quieren llamar proposiciones de identidad a aquellas en que el mismo término no es afirmado por sí mismo, que juzguen otros si aquellos hablan con más propiedad de lo que yo lo hago. Pues una cosa resulta cierta, y es que todo cuanto dicen sobre las proposiciones que no son de identidad, tal como yo empleo este término, no se refiere ni a mí ni a cuanto tengo dicho, puesto que todo lo que he afirmado queda referido a proposiciones en las que el mismo término es afirmado de sí mismo; y me gustaría encontrar un ejemplo en que haya sido posible utilizar una de ellas para avance y desarrollo de cualquier conocimiento. Ejemplos de otra clase, sea cual fuete el uso que de ello se hace, no me conciernen desde el momento en que no se trata de aquellas proposiciones a las que llamo de identidad.
4. En
segundo lugar, las proposiciones en las que cualquier idea compleja se predica del todo
Otra clase de proposiciones frívolas es aquella en la que una parte de la idea compleja se predica del nombre del todo, en las que una parte de la definición se predica del nombre definido. Tales son todas las proposiciones en las que el género se predica en la especie, o cuando los términos más comprehensivos se predican de los menos comprehensivos. Porque, ¿qué información, qué conocimiento puede llevar esta proposición, «el plomo es un metal», a un hombre que conoce la idea compleja que el nombre significa, puesto que todas las ideas simples que forman la idea compleja significada por el término metal no son otra cosa que lo que ya antes se comprendía con el nombre de plomo? Además, para un hombre que conoce la significación de la palabra metal, y no la de la palabra plomo, resulta más fácil explicarle el significado de la palabra plomo diciéndole que es un metal, lo cual, mediante sólo una palabra, reúne varias ideas simples, y no ir enumerándole, una por una, todas esas ideas, diciéndole que es un cuerpo muy pesado, fusible y maleable.
5. Como parte de la definición del término definido
Igualmente frívolo es predicar cualquier parte de la definición del término definido o afirmar una de las ideas simples de que está formada la idea compleja del nombre de toda la idea compleja, como «todo oro es fusible». Pues como la fusibilidad es una de las ideas simples que forman la idea compleja significada por el sonido oro, ¿qué es sino jugar con los sonidos el afirmar del nombre oro lo que ya está comprendido en su significación aceptada? Poco menos que ridículo resultaría afirmar gravemente, como una verdad recién descubierta, que el oro es amarillo; y, sin embargo, no alcanzo a ver por qué es más importante decir que el oro es fusible, a menos que la cualidad se hubiera dejado fuera de la idea compleja que el conjunto de sonidos «oro» significa en la conversación común. ¿Qué información puede aportar a nadie el decirle lo que antes se le había dicho ya, o lo que se supone que ya sabía? Pues debo suponer que conozco el significado de una palabra cuando otro la emplea, o si no que éste me tiene que explicar su significado. Y si yo sé que el nombre oro significa la idea compleja de un cuerpo amarillo, pesado, fusible, maleable, no me será de mucha información el afirmar solemnemente una proposición que establezca que todo oro es fusible. Semejantes proposiciones no sirven sino para mostrar la falta de ingenuidad de aquellos que quieren hacer pasar por algo nuevo lo que sólo es la definición de sus propios términos ya explicados, sin llevar con- sigo ningún conocimiento, excepto la propia significación de las palabras, por muy ciertas que éstas sean.
6.
Ejemplos con las palabras hombre y palafrén
«Todo hombre es un animal, o cuerpo viviente»; he aquí una proposición tan cierta como la que más lo pueda ser, y que, sin embargo, no contribuye más al conocimiento de las cosas que si se afirma que un palafrén es un caballo o un animal que se mueve al paso y que relincha, puesto que se trata de definiciones que solamente explican el significado de las palabras; y la proposición que enuncié antes solamente me hace conocer esto: que el cuerpo, los sentidos y movimiento, o las potencias de sentir y de moverse, son tres ideas que incluyo de manera constante en la significación de la palabra hombre, y cuando no se encuentren incluidos en él, el nombre hombre no se refiere a la misma cosa; y lo mismo podría decir de la otra proposición, a saber: que el cuerpo, los sentidos y la forma peculiar de caminar, junto a una cierta clase de voz, son algunas de las ideas que siempre incluyo y significo mediante el término palafrén; y cuando ellas no se encuentran unidas a ese término, la palabra palafrén no pertenece a esa cosa. Lo mismo sucede cuando un término que significa una o más ideas simples que forman en conjunto la idea compleja que se llama hombre, se afirma del término hombre. Así, por ejemplo, supongamos que un romano ha significado mediante el término homo todas estas ideas distintas unidas en un solo sujeto: corporietas, sensibilitas, potencia se movendi, rationalitas, risibilitas; sin duda habría podido afirmar, con total certidumbre y de manera universal, algunas ideas más, todas ellas unidas a la palabra hombre, pero no habría conseguido sino explicar que el término homo comprende, en su país, todas estas ideas en su significado. Igualmente, un caballero andante que, mediante el término palafrén, significara estas ideas: un cuerpo de cierta forma, cuadrúpedo, con sentidos, movimiento que marcha al paso, que relincha, que es blanco y que suele llevar una mujer a su grupa, podría con la misma certidumbre universal afirmar también cualquiera de todas esas ideas, o todas ellas conjuntamente de la palabra palafrén. Pero no nos enseñaría mucho, sino que la palabra palafrén, en su lengua romance, significaba todas estas cosas, y que no debía aplicarse a nada que no reuniera todas aquellas ideas. Pero el que quiera decirme que cualquier cosa dotada de sentidos, movimiento, razón y risa es algo que tiene actualmente una noción de Dios, o que es susceptible de caer en la modorra a causa del ocio, realmente me formula una proposición instructiva, porque como el tener la noción de Dios, o el sumirse en el sueño a consecuencia del ocio, no están contenidas en la idea significada por la palabra hombre, semejantes proposiciones nos enseñan más que lo que la palabra hombre significa estrictamente, y, por tanto, el conocimiento que con. tienen va más allá de lo puramente verbal.
7.
Por esto, no nos enseñan más que la significación de las palabras
Antes de que un hombre formule cualquier proposición, se supone que comprende los términos que en ella utiliza, pues de otro modo hablaría como un papagayo, emitiendo ruidos solamente por imitación y repitiendo ciertos sonidos que había aprendido de otros, pero no como una criatura racional que los utiliza como signos de las ideas que tiene en su mente. De la misma manera, se supone que el oyente comprende los términos que utiliza el hablante, pues, de lo contrario, su charla sería una jerigonza, que producía un ruido ininteligible. Y por eso juega con las palabras frívolamente el que formula una proposición, la cual, una vez hecha, no contiene más que uno de los términos, que se supone que ya conocía quien la escuchaba, como, por ejemplo, un triángulo tiene tres lados, o el azafrán es amarillo. Y esto no es tolerable más que, en el caso en que un hombre intente explicar sus términos a quien no los entiende; y, en este caso, se limita a enseñar el significado de ese término y el uso de ese signo.
8. Pero no nos enseñan ningún conocimiento real
De esta manera podemos conocer la verdad de dos clases de proposiciones con una certidumbre. Unas son aquellas proposiciones frívolas que conllevan alguna certeza, pero que solamente es una certeza verbal, que en nada nos instruye. En segundo lugar podemos conocer la verdad, y, por tanto, tener certidumbre de proposiciones que afirman alguna cosa de otra, lo cual es una consecuencia necesaria de su idea compleja precisa, pero que no la incluyo; por ejemplo, que el ángulo exterior de todos los triángulos es mayor que cualquiera de los ángulos internos opuestos. Porque como esa relación entre el ángulo de fuera y los otros ángulos internos opuestos no forma parte de la idea compleja significada por el nombre triángulo, ésta es una verdad real, y conlleva un conocimiento instructivo y real.
9. Las proposiciones generales sobre la sustancia son frecuentemente frívolas
Como no tenemos sino un conocimiento muy pequeño, o ninguno, sobre las combinaciones de ideas
simples que existen juntas en las sustancias, si no es por medio de nuestros sentidos, no podernos establecer ninguna proposición universal cierta sobre ello, más allá de lo que en nuestras esencias nominales nos permiten. Y como esas esencias nominales no contienen sino muy pocas e inconsistentes verdades, con respecto a las que dependen de su constitución real, las proposiciones generales que se formulan sobre las sustancias, si son ciertas, resultan frívolas en su mayor parte; y si son instructivas son inciertas, y de tal naturaleza que no podemos tener ningún conocimiento de su verdad real, por mucho que nos ayuden la observación constante y la analogía en nuestros juicios. Además, puede ocurrir que muchas veces nos encontremos con discursos muy claros y coherentes, pero que nada nos aportan. Pues resulta evidente que los nombres de los entes sustanciales, al igual que los otros, desde el momento en que tienen unas significaciones muy relativas unidas a ellos, pueden, con gran verdad, unirse de manera afirmativa o negativa en las proposiciones, según que sus definiciones relativas les permitan unirse de esta minera y que las proposiciones que constan de unos términos tales puedan, con la misma claridad, ser deducidas las unas de las otras que aquellas que nos aportan las verdades más reales; y todo ello sin que tengamos ningún conocimiento sobre la naturaleza o realidad de las cosas que existen fuera de nosotros. Mediante este método cualquiera puede hacer demostraciones y establecer, mediante palabras, proposiciones indubitables, y, sin embargo, no avanzar ni un peldaño en el conocimiento de la verdad de las cosas; v. g., el que habiendo aprendido el significado de las siguientes palabras con sus acepciones ordinarias, mutuas y relativas anexas a ellas, es decir, sustancia, hombre, animal, forma, alma, vegetativo, sensitivo y racional, pueda establecer perfectamente proposiciones sobre el alma que sean indubitables, sin conocer en absoluto lo que sea el alma realmente.
Y de esta manera cualquier hombre podrá encontrar un número infinito de proposiciones, razonamientos y conjunciones en los libros de metafísica, de teología y en algunos otros de filósofos naturalistas; y con todo tendrá un conocimiento tan pequeño de Dios, de los espíritus o de los cuerpos como el que tenía antes de consultar a estos autores.
10. Por qué
Aquel que tenga la libertad de definir, es decir, de determinar el significado de los nombres de las sustancias (lo que ciertamente hace todo hombre que lo establece para significar sus propias ideas) y quien determine su significado al azar, tomándolos de su imaginación o de la de otros hombres, y no a partir del examen o de la investigación de la naturaleza y de las cosas mismas, podrá, sin gran dificultad, demostrarlo el uno con respecto al otro, según los distintos respectos y las relaciones mutuas que les ha dado. Por ello, sea que las cosas estén de acuerdo en su propia naturaleza, sea que no lo estén, necesitará no prestar atención sino a sus propias nociones y a los nombres que les ha asignado; pero no incrementará, por ello, más su propio conocimiento que el opulento que, tomando una bolsa de monedas, a unas las llama libras, y las coloca en su lugar; a otras, que sitúa en otro lugar, las denomina chelines, y llama peniques a las que sitúa en un tercer lugar. Y actuando de esta manera podrá indudablemente tener una relación exacta que expresará mediante una gran suma, según el lugar en que las ha colocado y de acuerdo con el mayor o menor valor que les ha asignado; sin llegar a ser ni un ápice más rico, o sin que incluso conozca cuánto vale una libra, un chelín o un penique, sino que la primera contiene veinte veces al segundo y que el otro contiene al tercero doce veces; que es lo que un hombre puede hacer también con la significación de las palabras otorgándoles un valor mayor o menor, o igualmente comprehensivo, las unas con respecto a las otras.
11.
Usar las palabras diversamente es juguetear con ellas
Aunque en lo que se refiere a las palabras, y más a las usadas en los discursos, tanto argumentativos como conjunciosos, hay todavía algo que se echa en falta, y que es la peor clase de las frivolidades, pues es la que más nos margina de la certidumbre del conocimiento que esperamos obtener con ellas o encontrar en ellas, es decir, que tan lejos andan los escritores en su mayor parte de iluminarnos sobre la naturaleza y el conocimiento de las cosas, cuanto que emplean sus palabras de una manera incierta y confusa, y por no utilizarlas en una significación igual, constante y determinada, no llegan a establecer deducciones de unas palabras a otras llanas y claras, ni consiguen que sus discursos sean coherentes y claros (por muy poco instructivos que sean), lo cual no sería difícil de obtener si no fuera porque lo encuentran cómodo para ocultar su ignorancia u obstinación bajo la oscuridad y confusión de sus términos; a lo cual contribuyen tal vez la inadvertencia y las malas costumbres en la mayoría de los hombres.
12. Señales de las proposiciones verbales
Primero, la predicación en abstracto. Para concluir, las proposiciones meramente verbales se pueden conocer por las siguientes señales:
Primero, todas las proposiciones en las que dos términos abstractos se afirman el uno del otro no son más que relativas al significado de los sonidos, pues como ninguna idea abstracta puede ser igual a otra,
salvo a sí misma, cuando su nombre abstracto es afirmado de otro término cualquiera, no puede significar nada más que esto: que puede o debe ser llamada por ese nombre, o que esos dos nombres signifiquen la misma idea. Así, si alguien dijera que la parsimonia es la frugalidad, que la gratitud es la justicia, que esta o aquella acción es o no la templanza, por más específica que parezcan estas proposiciones y otras semejantes a primera vista, sin embargo, cuando las desmenucemos y examinemos con esmero en su contenido, nos daremos cuenta que no encierran nada más que el significado de aquellos términos.
13.
Segundo, una parte de la definición es predicada de un término cualquiera
En segundo lugar, todas las proposiciones en las que una parte de la idea compleja que cualquier término significa se predica de ese término, son proposiciones puramente verbales; v, g., decir que el oro es un metal, o que es pesado. De esta manera, todas las proposiciones en las que las palabras más comprehensivas, llamadas géneros, se afirman de aquellas palabras que les están subordinadas, o que son menos comprehensivas, llamadas especies o individuos, son puramente verbales.
Cuando, a partir de estas dos reglas, examinamos las proposiciones que forman los discursos escritos o hablados que normalmente hacemos, podemos observar que tal vez son más de las que comúnmente se sospecha las que son puramente sobre la significación de las palabras, y no conllevan nada, a no ser el uso y la aplicación de esos signos.
Pero hay algo que pienso que puedo formular como una regla infalible, y es que, siempre que la idea distinta que la palabra significa no sea conocida y considerada, y siempre que algo no contenido en la idea no sea afirmado o negado de ella, nuestros pensamientos
se ajustarán totalmente a los sonidos y no serán capaces de lograr una verdad ni falsedad reales. Esto quizá, si lo observamos detenidamente, puede evitarnos bastante pérdida de tiempo y gran cantidad de disputas, y acortar, en gran medida, nuestros padecimientos en pos del conocimiento real y verdadero.

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