LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo IX
ACERCA DE NUESTRO CONOCIMIENTO SOBRE LA EXISTENCIA

1. Las proposiciones generales que son ciertas no se refieren a la existencia
Hasta aquí nos hemos limitado a considerar la esencia de las cosas, las cuales, puesto que sólo son ideas abstractas alojadas en nuestros pensamientos a partir de toda existencia particular (lo cual es una operación propia de la mente al abstraer, o sea, al considerar una idea bajo la forma de existencia que tiene en el entendimiento), no nos aporta ningún conocimiento sobre la existencia real. Por este método podemos «llegar a darnos cuenta de que las proposiciones universales, de cuya verdad o falsedad podemos tener un conocimiento cierto, no se refieren a la existencia, ya que, además, todas las afirmaciones particulares o las negaciones, que no podrían ser ciertas si las hiciéramos generales, se refieren únicamente a la existencia; con lo que éstas sólo dan a conocer la unión o separación accidentales de las ideas en las cosas existentes, las cuales, en su naturaleza abstracta, no tienen ningún vínculo o repugnancia que nos sean conocidas.
2.
Triple conocimiento de la existencia
Pero dejando la naturaleza de las proposiciones Y las distintas maneras de predicación, para que se consideren de una manera más extensa en otro lugar, vamos ahora a investigar sobre nuestro conocimiento acerca de la existencia de las cosas, y sobre la manera en que llegamos a él. Así pues, digo que tenemos un conocimiento de nuestra propia existencia por intuición, de la existencia de Dios, por demostración, y de las otras cosas, por sensación.
3.
El conocimiento de nuestra propia existencia es intuitivo
En lo que se refiere a nuestra propia existencia, la percibimos tan llana y ciertamente que ni se necesita, ni es susceptible de prueba alguna, pues nada puede sernos más evidente que nuestra propia existencia. Pienso, razono, siento placer y dolor, ¿puede acaso alguna de estas cosas serme más evidente que mi propia existencia? Si dudo de todas las otras cosas, esa misma duda hace que yo me aperciba de mi propia existencia, sin permitirme dudar de ella. Pues si me doy cuenta de que siento dolor, resulta evidente que tengo una percepción tan cierta de mi propia existencia como de la existencia del dolor que siento; o, si me doy cuenta de que dudo, tengo una percepción tan cierta de la existencia de la cosa en duda como de ese pensamiento que llamo «duda». Así pues, la experiencia nos convence de que tenemos un conocimiento intuitivo de nuestra propia existencia, y una percepción interna infalible de que existimos. En todo acto de sensación, de razonamiento, de pensamiento, somos consecuentes para nosotros mismos de que nuestro propio ser es, y en este asunto llegamos a adquirir la mayor certeza posible.

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