El diálogo finaliza afirmando, por parte de Sócrates, que toda la discusión, llevada a cabo en este diálogo, no perseguía realmente otra cosa que intentar definir la esencia de la virtud e intentar responder a la pregunta de si tal virtud es una ciencia que puede ser enseñada. Después de todo lo dicho, Sócrates, muestra su perplejidad. Y es que resulta que él, que defendía al principio que la virtud no se podía enseñar, tiene que admitir ahora que toda virtud es ciencia y, por ello, el saber y la enseñanza se convierten en elementos esenciales de la virtud. Por su parte, Protágoras, que comenzaba diciendo que la virtud se podía enseñar, resulta que acaba señalando que las partes de la virtud, en tanto en cuanto eran diferentes e independientes unas de otras, nada tenían que ver con la ciencia y el saber.
Sócrates, ante tal conjunción de ideas, invita en otro momento a Protágoras para volver a debatir acerca de la naturaleza de la virtud con el objeto de intentar averigüar si puede enseñarse o no. La cuestión queda planteada. El Menón ofrece una respuesta más contundente sobre este tema.
(Ver Texto14)

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