TEETETO o DE LA CIENCIA
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EUCLIDES, TERPSIÓN

EUCLIDES.-¿Hace poco o hace mucho, Terpsión, que has llegado del campo?

TERPSIÓN.-Hace ya mucho tiempo. Y, precisamente, te andaba buscando y me sorprendía no encontrarte.

EUCLIDES.-Es que no me hallaba en la ciudad.

TERPSIÓN.-¿Dónde estabas, entonces?

EUCLIDEs.-Bajaba yo hacia el puerto, cuando me encontré con Teeteto, que era llevado desde el campamento de Corinto hacia Atenas.

TERPSIÓN.-¿Vivo o muerto?

EUCLlDES.- Vivo, aunque ya con gran trabajo. Realmente, su estado es grave, mas que por sus heridas, por haber contraído la infección de que ha sido presa el ejército.

TERPSIÓN.-¿Se trata acaso de la disentería?

EUCLÍDEs.-En efecto.

TERPSIÓN.-Si es así, un gran hombre va a dejarnos.

EUCLÍDES.-Un hombre de bien, Terpsión, del que aún hace un momento se elogiaba sin regateo su valor en esta batalla.

TERPSIÓN.-Y nada de extraño tiene. Sorpresa sería que hubiese ocurrido lo contrario. Sin embargo, ¿cómo no ha hecho un descanso aquí, en Megara?

EUCLIDES.-Quería llegar en seguida a su casa; mis súplicas y consejos en aquel sentido no han movido en absoluto su voluntad. Me limité, pues, a acompañarle, y ya de regreso, venía a mi memoria la maravillosa previsión de Sócrates, que también se mostró feliz al juzgarle. Creo recordar que fue poco antes de su muerte cuando Sócrates conoció a Teeteto, todavía adolescente. No más verle y tratar con él, su admiración por su porte creció de punto. Y cuando yo fui a Atenas me dio a conocer toda la conversación que había tenido con el (bien enjundiosa por cierto) y llegó a decirme que Teeteto sería famoso, si alcanzaba una edad prudente.

TERPSIÓN.-No se equivocaba, según parece. Pero ¿podrás tú referir esa conversación?

EUCLIDES.-No, ¡por Zeus!. mi memoria no daría cuenta de ella. Pero ya entonces. aprovechando aquella visita. ordené por escrito mis recuerdos, y luego. en los ratos de ocio, redacté cuanto reavivaba mi memoria. Y aun no contento con esto, cada vez que yo volvía a Atenas, preguntaba de nuevo a Sócrates sobre extremos que difícilmente recordaba. De modo que casi puede decirse que ha quedado recogida toda la conversación.

TERPSIÓN,-En efecto, eso mismo le he oído, decir en otra ocasión. Sin embargo, aunque, era mi intención pedirte que me la mostrases, mi deseo no pudo cumplirse hasta ahora. ¿Qué impide. pues, que tratemos ya de ella, al menos, bien necesitado estoy de descanso, que no en balde acabo de llegar del campo.

EUCLIDES.- También yo he acompañado a Teeteto hasta Erineo, de modo que no me vendrá mal lo que tú pides. Entremos y mi esclavo se encargará de la lectura en tanto nosotros descansamos.

TERPSIÓN:-.!Tienes razón.!

EUCLIDES.-Aquí está el libro, Terpsión. Lo he redactado de tal manera que no aparece en él Sócrates como narrándome la conversación, sino reproduciéndola como si hablase directamente con sus interlocutores, el geómetra Teodoro y Teeteto. Para evitar el inconveniente que supondría traer a colación entre los argumentos expresiones socráticas tales como ((yo decía), o «yo dije), o contestaciones del tenor de ,(convino)) o «(no se mostró de acuerdo», expuse por escrito el diálogo sin alterarlo en nada, dando de lado a todas aquellas fórmulas.

TERPSIÓN.- Y no has estado desacertado en eso, Euclides.

EUCLIDES.-Entonces, esclavo, coge el libro y lee.

SÓCRATES, TEODORO, TEETETO

SÓCRATES.-Si yo tuviese en más estima a los de Cirene. Teodoro, te preguntaría por ellos y por sus cosas y trataría dc saber si entre los jóvenes de allí hay algunos que demuestran interés por la geometría o por algunas ramas de la filosofía. Pero es bien cierto que no les tengo en tanto aprecio como a los de aquí, de ahí que me preocupe más averiguar cuales de nuestros jóvenes están en condiciones de sobresalir. Esto es lo que pretendo indagar en la medida de mis fuerzas y por ello interrogo a todos aquellos con los que nuestros jóvenes tienen relación. No pocos, y con justicia. viven ligados a ti, entre otras cosas por tu honrosa condición de geómetra. Si, pues, has encontrado entre estos a alguno digno de alabanza, sería grato motivo que me informases de el.

TEODORO.-Creo en verdad, Sócrates, que podrás dispensar favorable atención a mis palabras si te hablo de las condiciones de un adolescente de tu ciudad. Si realmente brillase por su hermosura, temería prodigar con exceso mi oratoria, no fuese que yo pareciera estar deseoso de él. Pero no es este el caso (y no siento aflicción por ello), pues realmente no es hermoso. Por su nariz chata y sus ojos saltones tiene cierta semejanza contigo. aunque esos rasgos los presente menos acentuados que tú. Hablo sin recato alguno, ya que, de todos cuantos he encontrado hasta ahora (y he tenido ya relación con muchísimos), no he visto a ninguno que disfrutase de una naturaleza tan maravillosa. Fácil para aprender, cual ningún otro, y con una dulzura sin igual, posee también un valor con el que aventaja a todos. Tengo para mi que no se ha dado otro ejemplo como el, ni creo que llegue a darse. Pues quienes poseen su agudeza, su sagacidad y su memoria se inclinan con mucha mayor facilidad hacia la cólera y se ven llevados a bandazos como navíos sin lastre, dominados más por el extravío que por el valor. Y aun aquellos que pasan por más serios tienen una inclinación hacia los estudios mucho mas ahíta de indolencia y de olvido. Este, en cambio, se comporta tan sencilla, lisa y eficazmente en sus estudios y demuestra tal mansedumbre en sus indagaciones que más semeja el fluir silencioso del aceite, pues hasta tal punto es digna de admiración, en un joven de tal edad, esa manera de conducirse.

SÓCRATES.-Venturosa nueva. Mas ¿de qué conciudadano nuestro es hijo?

TEODORO.-Me quedé con su nombre, pero nada más sé de él. Sin embargo, ahí le tienes, en medio de todos esos que se acercan. Sin duda, tanto él como sus compañeros acaban de ungirse de aceite en el lugar de las carreras y, una vez terminada la unción, vienen ya hacia aquí. Obsérvale y dime si le conoces.

SÓCRATES.-Sí, le conozco. Se trata del hijo de Eufronio de Sunion, un hombre, querido, de las características que tú ves en su hijo, especialmente considerado y que ha dejado una herencia muy saneada. Desconozco, no obstante, el nombre del adolescente.

TEODORO.-Su nombre es Teeteto, Sócrates, y su hacienda, a lo que parece, fue dilapidada por algunos tutores suyos. Sin embargo, Sócrates, aun en lo referente a cuestiones de dinero es hombre de espíritu muy liberal.

SÓCRATES.-Hombre bien nacido querrás decir. Pídele que se siente a nuestro lado.

TEODORO.-Dicho y hecho. Teeteto, acércate hasta Sócrates.

SÓCRATES.-Perfectamente, Teeteto, pues así podré contemplarme a mi mismo y ver mi propio rostro; ya que Teodoro afirma que se parece al tuyo. Ahora bien: supón que cada uno de nosotros tuviese su lira y que él las estimase acordes, ¿prestaríamos inmediata aprobación a sus palabras o examinaríamos si tiene merecimientos para hablar de música?

TEETETO.-Procederíamos a tal examen.

SÓCRATES.-Y daríamos crédito a sus palabras si le comprobásemos con sentido musical; de otro modo, esta fe ya no tendría objeto.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Pienso ahora que si algo nos importa la semejanza de rostros, hemos de considerar si habla o no como un técnico en pintura.

TEETETO.-Eso me parece a mí.

SÓCRATES.-¿Admitimos que Teodoro sea pintor?

TEETETO.-Yo, por lo menos, no puedo admitirlo.

SÓCRATES.-¿Y geómetra?

TEETETO.-Eso, con toda certidumbre.

SÓCRATES.-¿Y astrónomo, calculador, músico y maestro, en fin, en lo relativo a la educación?

TEETETO.-Soy de esa opinión.

SÓCRATES.-Cuando dice, pues, que nuestros cuerpos tienen alguna semejanza entre si, sea para bien o para mal, no es digno en modo alguno de que le prestemos atención.

TEETETO.-Quiza no.

SÓCRATES.-Supón ahora que lo que alaba de uno de nosotros es la virtud y la sabiduría del alma. ¿No sería conveniente que aquel que escuchase esos elogios procurase examinar al ensalzado, y que este, por su parte, se mostrase dispuesto a descubrirse a sí mismo?

TEETETO.-Desde luego, Sócrates.

SÓCRATES.-Pues es llegado el momento, querido Teeteto, de que descubras tu alma y de que yo la examine. Y has de saber que Teodoro, hombre pródigo en alabanzas delante de mí a tantos y tantos extranjeros y atenienses, no ha hecho de ninguno el elogio que te acaba de dedicar a ti.

TEETETo.-Bien está, Sócrates; pero cuida que no te haya gastado una broma al decir todo eso.

SÓCRATES.-No acostumbra Teodoro proceder así. Por tanto, mal harás si rehúsas tu aprobación a sus palabras, aduciendo que no habla en serio. Con ello, solo lograrías que diese testimonio de ellas, sin que nadie, por otra parte, las pusiese en entredicho. Ten, pues, confianza y mantente en lo dicho.

TEETETO.-Deberé hacerla así, si tú te empeñas en ello.

SÓCRATES.-Vamos a ver, contéstame: ¿aprendes geometría con Teodoro?

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-¿Y también astronomía, armonía y calculo?

TEETETO.-Eso al menos procuro yo.

SÓCRATES.-Y yo hijo mío, no solo con este, sino con todos aquellos que estimo entendidos en alguna de esas disciplinas. Sin embargo, por muy mesurado que me muestre en todas las demás cosas, algo al fin me dejará perplejo, sobre lo cual quisiera tratar contigo y con los que aquí se encuentran. Dime, pues: ¿no consiste el aprender en volverse más sabio en aquello que se aprende?

TEETETO.-¿Cómo no?

SÓCRATES.-Yo, al menos, creo que los sabios son sabios gracias a la sabiduría.

TEETETo.-Naturalmente.

SÓCRATES.-¿Y acaso difiere esto en algo J de la ciencia?

TEETETO.-¿Qué cosas?

SÓCRATES.-La sabiduría. ¿O es que no somos conocedores de aquellas cosas en las que precisamente somos sabios?

TEETETO.-En absoluto.

SÓCRATES.-¿Son, por tanto, la misma cosa, la ciencia y la sabiduría?

TEETETO.-Si.

SÓCRATES.-He aquí lo que me llena de perplejidad y no acierto a comprender suficientemente: ¿qué puede ser la ciencia? ¿Encontraríamos una respuesta a esta pregunta? ¿Qué contestáis vosotros? ¿Quién de entré nosotros será el primero en hablar? El que cae en falta, una y mil veces, asno se sentará, como dicen los niños cuando juegan a la pelota. Pero el que hace el recorrido sin falta, ese será nuestro rey y dispondrá la cuestión a su antojo. ¿Por qué calláis? ¿Acaso es posible que me vuelva rústico con estos alardes dialécticos, deseoso como estoy de que germine, en nosotros un diálogo que afirme nuestra amistad y nuestro trato?

TEODORO.-En modo alguno, Sócrates, podría ser rústica esa solicitud, aunque lo que le conviene es interesar respuesta de alguno de estos jóvenes. Yo, desde luego, no tengo práctica de estos juegos dialécticos y, por mi edad, no sería capaz de adquirida. A esos jóvenes debe ofrecérsele con generosidad para su mayor provecho; pues el progreso, en todas las cosas, corresponde a la juventud. Prosigue preguntando a Teeteto, ya que has empezado por él y no le dejes de mano.

SÓCRATES.-Oye bien, Teeteto, lo que acaba de decir Teodoro. Pienso que no querrás desobedecerle y que además no sería justo que un hombre más joven, como tú, olvidase las enseñanzas de un hombre sabio. Danos, pues, una buena y generosa contestación: ¿qué cosa te parece ser la ciencia?

TEETETO.- Ya que así lo ordenáis, Sócrates, será preciso obedecer. Ahora bien, si yo me equivoco, vosotros mismos os encargaréis de rectificarme.

SÓCRATES.-Desde luego, si realmente somos capaces de ello.

TEETETO.-A mi me parece, en efecto, que con Teodoro puede aprenderse cualquier de de las ciencias que cito: la geometría y todas las que tu mencionabas hace poco. El arte del zapatero y, a la vez, las técnicas de los demás artesanos, tomadas en conjunto o una a una, no son sino ciencias.

SÓCRATES.-Buena respuesta, querido; te inquirimos una cosa y nos contestas con generosidad y esplendidez; en lugar de lo simple nos ofreces los abigarrado.

TEETETO.-¿Qué quieres decir con eso, Sócrates?

SÓCRATES.-Posiblemente, nada. Pero, no obstante, me explicaré mejor. Cuando te refieres a la zapatería, ¿quieres hablar de otra cosa que no sea la ciencia de hacer calzado?

TEETETO.-En modo alguno.

SÓCRATES.-¿Y qué es para ti la carpintería? Creo que la estimarás como la ciencia que enseña a fabricar objetos en madera.

TEETETO.-Eso mismo.

SÓCRATES.-En ambos casos lo que haces es definir el objeto de cada una de estas ciencias.

TEETETO.-En efecto

SÓCRATES.-Sin embargo, Teeteto, no era esto lo que se te preguntaba; no se trataba de saber cual es el objeto de la ciencia ni cuantas ciencias hay. La pretensión, al interrogarte, no consistía en que nos enumerases las ciencias, sino en saber lo que ellas es.

TEETETO.-Muy justo, desde luego.

SÓCRATES.-Pues sigue prestando atención. Supón que se nos interroga sobre algo intrascendente y fácil, por ejemplo, sobre lo que es el barro. ¿No sería ridículo que empezásemos a considerar si se trata del barro de los alfareros, o del de los constructores de hornos, o del de los que hacen los ladrillos?

TEETETO.- Indudablemente.

SÓCRATES.-Y lo sería si pensamos que la persona que interroga coincide con nuestra respuesta cuando hablamos del barro, bien añadiéndole esa noción de fabricantes de maniquíes o cualesquiera otros artesanos. ¿O juzgas que puede llegar a comprenderse el nombre de un objeto, si no se sabe lo que es el objeto?

TEETETO.-De ninguna manera.

SÓCRATES.-Así, pues, nada puede decirse de la ciencia del calzado cuando no se sabe lo que es la ciencia.

TEETETO.-A buen seguro.

SÓCRATES.-Está claro que nada podrá saberse sobre el arte del zapatero o de cualquier otro, si no se sabe lo que es la ciencia.

TEETETO.-Asi es.

SÓCRATES.-Ridícula respuesta se da, por tanto, a quien pregunta por la ciencia, cuando se le habla, en su lugar, de una cualquiera de las artes. Porque se nombra, en efecto, una ciencia determinada, pero no se contesta debidamente a la pregunta.

TEETERO.-Eso parece.

SÓCRATES.-Por otro lado, siendo posible una contestación intrascendente y breve lo que se hace es escoger un camino que no tiene fin. Así, en lo que concierne al barro, cabía contestar de una manera ligera y simple, diciendo, por ejemplo, que es tierra amasada con agua, sin preocuparse para nada de su empleo.

TEETETO.-Ahora si que veo clara la cuestión, Sócrates, y se parece mucho a las que nos ocupó hace un momento, cuando discutíamos tú y yo, mejor dicho ese Sócrates homónimo tuyo.

SÓCRATES.-¿A que te refieres Teeteto?

TEETETO.-Al hablarnos de las potencias, mostraba Teodoro que las de tres y cinco pies no son, en cuanto a su longitud, simétricas a las de uno, extremo este que comprobaba al tratarlas una a una hasta llegar a la de diecisiete pies. Pero de aquí no pasaba. Se nos ocurrió pensar entonces, puesto que el número de potencias aparecía como infinito, que convendría unirlas en una sola, con la cual pudiese designarse a todas ellas.

SÓCRATES.-¿Y encontrasteis el término adecuado para esa designación?

TEETETO.-Yo creo que si; pero tú podrás confirmarlo.

SÓCRATES.-Explícate.

TEETETO.-Consideramos al número todo él de dos modos: el que cabe expresar en un producto de igual por igual y que representamos por la figura del cuadrado, dándole el nombre de cuadrado y equilátero.

SÓCRATES.-Bien dices, en verdad.

TEETETo.-El número que aparece intermedio entre los de este grupo, como, por ejemplo, el tres, el cinco, y todo aquel que no puede expresarse en un producto de igual por igual, sino en un producto de mayor por menor o de menor por mayor, lo representamos siempre por una figura de lados desiguales, o lo que es lo mismo por la figura de un rectángulo, denominándole, por tanto, número rectangular.

SÓCRATES.-Excelente. Pero veamos en qué para esto.

TEETETO.-Todas las líneas que constituyen un número cuadrado, de lados iguales y plano, son consideradas por nosotros como longitudes. Todas aquellas otras que constituyen un cuadrado producido por dos factores desiguales, las llamamos potencias, ya que, si las miramos según su longitud, no parecen proporcionadas a las primeras, pero si, en cambio, desde el punto de vista de las superficies. Otro tanto razonamos para los sólidos.

SÓCRATES.-Nada más cierto, hijos míos. Ahora creo en verdad que Teodoro no podrá ser acusado de falso testimonio.

TEETETO.-Realmente, Sócrates, lo que tú cuestiones sobre la ciencia no cabría contestarlo con los argumentos aducidos para la longitud y la potencia. Y esto es lo que me parece que tú buscas; de modo que ya tienes de nuevo a Teodoro convertido en un mentiroso.

SÓCRATES.-¿Pues qué? Supón que te hubiese ensalzado como corredor y que afirmase no haber encontrado otro que te aventajase, ¿piensas que sería menos verdadero el elogio por el hecho de que te venciese en la carrera un competidor en la plenitud de las fuerzas?

TEETETO.- Yo, al menos, no lo pienso así.

SÓCRATES.-¿Crees entonces, como decía yo hace un momento, que la ciencia sea un descubrimiento sin importancia, al que no interesan en modo alguno los espíritus privilegiados?

TEETETO.-No, ¡por Zeus!, a mi juicio debe contar con los espíritus privilegiados.

SÓCRATES.-Confía, pues, en ti mismo y piensa que Teodoro está en lo cierto. No cejes en nada en tu propósito y procura dar razón de lo que es la ciencia.

TEETETO.-Toda mi buena voluntad, Sócrates, estará a prueba

SÓCRATES.-¡Adelante!, ya que tú mismo nos das hábilmente la pauta para ello. Intenta si acaso tomar como modelo la contestación sobre las potencias y, al modo como entonces comprendías su pluralidad bajo una forma única, busca también una razón para la pluralidad de las ciencias.

TEETETO.-Pues debes saber, Sócrates, que ya muchas veces me entregué a tales consideraciones, movido ciertamente por el eco de tus preguntas. Pero ni he podido convencerme a mi mismo de manera suficiente de lo que digo, ni hallar en las respuestas que oigo la exactitud que tú buscas, ni, por ejemplo, alejarme de esta preocupación.

SÓCRATES.-Parece, querido Teeteto, que, sufres los dolores, no del vacío, sino de lo lleno.

TEETETO.-No podría decírtelo, Sócrates: te hablo solamente de lo que yo experimento.

SÓCRATES.-Vamos a ver, risible muchacho: ¿no has oído decir que soy hijo de una comadrona llamada Fenareta, bien noble e imponente?

TEETETO.-Sí, lo he oído.

SÓCRATES.-¿Y te has informado también de que yo ejerzo ese mismo arte?

TEETETO.-En modo alguno?

SÓCRATES.-Pues quede constancia de ello, aunque no quisiera que me acuses ante los demás. Bien ajenos están, querido, a mi dominio de este arte, y ellos, que realmente no saben nada, no dicen esto mismo de de mí, sino que soy un hombre extraño, que deja a los otros en la incertidumbre. ¿O no has oído decir esto?

TEETETO.-Sí, desde luego.

SÓCRATES.-¿Quieres que te diga el motivo?

TEETETO.-De muy buen grado.

SÓCRATES.-Recuerda por un momento las costumbres de las comadronas y fácilmente comprenderás lo que quiero decirte. Sabes, sin duda, que no se dedican a este menester las mujeres que todavía pueden concebir y dar a luz, sino las que ya no son capaces de engendrar.

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Artemis, según se dice, pasa por causante de esto, y aun sin haber tenido hijos es ella la que preside los partos. Sin embargo, no concedió este poder a las mujeres estériles, ya que realmente la naturaleza humana es demasiado débil para dominar un arte del que no tiene experiencia. Solo, pues, le encomendó esta tarea a las mujeres que, por la edad, ya no pueden engendrar, honrando así en ellas su imagen.

TEETETO.- Verosimilmente.

SÓCRATES.-¿Y no será conveniente y necesario antes que hablar de las mujeres capaces o no de engendrar, referirse sobre todo a las comadronas o a las otras?

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Ciertamente, las comadronas saben aplicar drogas y fórmulas mágicas para despertar los dolores del parto o hacerlos más suaves, a discreción; incluso llevar a buen fin los partos mas difíciles y, si les parece conveniente, hacer abortar, producir efectivamente el aborto.

TEETETO.-Así es.

SÓCRATES.- Te habrás dado cuenta, además, de que son ellas las más hábiles casamenteras, poseen una especial sabiduría para reconocer qué mujer debe unirse a qué hombre para la procreación de los mejores hijos.

TEETETO.-Nada sabía de esto.

SÓCRATES.-Pues créeme, alardean más de esto que de saber cortar el cordón umbilical.¿Y tu que opinas? ¿estimas que es propio del mismo arte cuidar y recoger los frutos de la tierra y conocer que planta y qué semilla debe arrojarse en una determinada tierra?

TEETETO.-No, no creo que pertenezca al mismo arte.

SÓCRATES.-Cuando se trata de la mujer, querido, ¿piensas que ese arte es diferente del que supone la recogida?

TEETETO,-No es verosímil.

SÓCRATES.-C1aro que no lo es. Y comoquiera que esa unión ilegal y sin arte de hombres y mujeres, a la que se da el nombre de prostitución, es de hecho indeseable, también se ha producido la aversión contra personas tan dignas como son las comadronas. Temen ellas, en efecto, caer en esa suposición por la práctica de su arte, cuando realmente es a las comadronas, y únicamente a estas, a las que corresponde el trato casamentero.

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATES.-Pues bien: si hasta ahí llega la tarea de las comadronas, no menor es la mía. Porque no ocurre con las mujeres que, unas veces den a luz de manera ficticia y otras de manera real, y que esto no sea fácil de discernir. Si así fuese, el mayor y más importante trabajo de las comadronas sería el de distinguir lo verdadero de lo que no lo es. ¿O no lo crees así?

TEETETO.-Yo, por lo menos, así lo creo.

SÓCRATES.-Mi arte mayéutica tiene seguramente el mismo alcance que el de aquellas, aunque con una diferencia y es que se practica con los hombres y no con las mujeres, tendiendo además a provocar el parto en las almas y no en los cuerpos. La mayor atracción de este arte es que permite experimentar a todo evento si es una imagen falsa, fecunda y verdadera, la que engendra la inteligencia del joven. A mí me ocurre con esto lo mismo que a las comadronas: no soy capaz de engendrar la sabiduría, y de ahí la acusación que me han hecho muchos de que dedico mi tiempo a interrogar a los demás sin que yo mismo me descubra en cosa alguna, por carecer en absoluto de sabiduría, acusación que resulta verdadera. Mas la causa indudable es esta: la divinidad me obliga a este menester con mi prójimo, pero a mi me impide engendrar. Yo mismo, pues, no soy sabio en nada, ni está en mi poder o en el de mi alma hacer descubrimiento alguno. Los que se acercan hasta mí semejan de primera intención que son unos completos ignorantes, aunque luego todos ellos, una vez que nuestro trato es más asiduo, y que por consiguiente la divinidad es es más favorable, progresan con maravillosa facilidad, tanto a su vista como a la de los demás. Resulta evidente, sin embargo, que nada han aprendido de mí y que, por el contrario, encuentran y alumbran en si mismos esos numerosos y hermosos pensamientos.
¡Ah!, pero la causa de tal engendro somos la divinidad y yo mismo. Más claro todavía: hay muchos que han desconfiado este poder y se han confiado a sí mismos; pronto han tenido que convencerse por sí o por otros de que me han abandonado antes de lo que debían y de que, a cambio de mi mayeutica, han alcanzado abortos múltiples con sus nefastas compañías, sin dar por su parte otra cosa, que malos alimentos. Y haciendo más caso a las falsas apariencias que a lo verdadero, no consiguieron sino la calificación de ignorantes tanto para si mismos como para los demás. En este número hemos de contar a Arístides, hijo de Lisímaco, y a muchos otros. Todos ellos, cuando vuelven de nuevo para implorar mi amistad, cometen innumerables extravagancias; y con unos, cierto es, el espíritu divino me prohibe toda relación, mientras que con otros accede a su trato y a que por medio de él florezcan otra vez espléndidamente. La experiencia de los que tienen relación conmigo es análoga a la de las mujeres en trance de dar a luz: sienten, en efecto, los mismos dolores, llegan al colmo de su perplejidad y los tormentos que les dominan de día y de noche son mucho más fuertes que los de aquellas mujeres. Y mi arte, precisamente, es capaz de despertar o de adormecer estos dolores, con ese tratamiento aludido. Sin embargo, hay algunos, Teeteto, que no parecen encerrar fruto; sé bien que estos no me necesitan en nada, pero les prodigo mi benevolencia y, con la ayuda de la divinidad, prejuzgo casi exactamente cuál es la compañía que les conviene. Así, a unos los he entregado a Pródico, y a otros, a otros hombres sabios y de inspiración divina. Mas ¿a qué viene, querido, toda esta información?
Mi sospecha, y en esto concuerdo contigo, es que tú mismo estás entrando en los dolores de la gestación, Entrégate, pues, a mí como el hijo de una comadrona, que quiere hacer a la vez de comadrón: contesta ahora a mis preguntas con el mejor celo y disposición, y si al examinar alguna de las cosas que tú dices me parece encontrar algo ficticio y no verdadero, ten por seguro que lo apartaré y lo rechazaré, sin que esto dé motivo para que te irrites, cual hacen las mujeres primerizas. Ya se ha dado el caso con muchos, mi admirado amigo, que han llegado hasta mí tan llenos de
desconfianza que han debido luego morder su insolencia, una vez disipada la primera de sus bagatelas. No creen, con todo, que haga esto por su bien, pues están muy lejos de pensar que los dioses ahorren hostilidad hacia los hombres y que yo mismo me muestre condescendiente hacia ellos. Y la verdad es que la justicia divina me impide todo trato con la mentira, y el encubrimiento a ultranza de la verdad. Volvamos, por tanto, Teeteto a la cuestión de principio, y procura decirme lo que es la ciencia. No quieras alegar tu impotencia porque, si la divinidad te ayuda y te da fuerzas, es claro que podrás contestar.

TEETETO.- Vergonzoso sería, querido Sócrates, que no pusiese todo mi empeño en ello, respondiendo así a lo que tú me ordenas. Me parece a mí, desde luego, que la persona que sabe se da cuenta sensib1emente de lo que, sabe, y tal como lo entiendo ahora, la ciencia no es otra cosa que la sensación.

SÓCRATEs.-Buena y generosa respuesta, hijo mío; porque es necesario, ante todo dejar transparecer así el pensamiento. Veamos, pues, el asunto y examinémoslo conjuntamente; comprobemos si puede obtenerse de ahí algo fecundo o algo estéril. ¿Dices tú que la ciencia es la sensación?

TEETETO.-Si.

SÓCRATES.-Realmente, me parece que has encontrado una razón nada despreciable para enjuiciar la ciencia, razón, que, desde luego ya formulaba Protágoras. El dijo lo mismo que dices tu, aunque con otras palabras. Pues afirmaba que el hombre es la medida de todas las cosas; de las que son como medida de su ser y de las que no son como medida de su no ser. ¿Sin duda, habrás leído esto?

TEETETO.-Sí, lo he leído muchas veces

SÓCRATES.-¿No dice en verdad que las cosas son para mí tal como se me aparecen, y para ti también tal como se te aparecen?

TEETETO.-Desde luego, eso es lo que él afirma.

SÓCRATES.-Es natural, sin embargo, que un hombre sabio no lance afirmaciones gratuitas. Sigámosle, por tanto, en. su desarrollo. ¿No ocurre a veces que el mismo soplo de viento hace a uno tiritar de frío y a otro no y que a uno le acaricia ligeramente y a otro de manera violenta?

TEETETo.-Efectivamente.

SÓCRATES.-¿Qué será entonces el viento en sí mismo? ¿Diremos que es frío o que no es frío? ¿O daremos la razón a Protágoras, afirmando que es frío para aquel que tirita y que no lo es para el otro ¿

TEETETo.-Parece natural.

SÓCRATES,-¿No se mostrará de este modo a cada uno de ellos?

TEETETO.-Lógicamente.

SÓCRATES.-¿Y en esa apariencia consistirá la ciencia?

TEETETO.-C1aro que sí.

SóCRATES.-Entonces, apariencia y sensación son una misma cosa, tanto para el calor, como para los demás estados análogos. Porque las cosas parecen ser tal cual las siente cada uno.

TEETETO -Así parece.

SÓCRATES.-Solo hay, pues, sensación de lo que es, y sensación verídica que constituye ciencia.

TEETETO.-No cabe duda.

SóCRATES.-¿Admitiremos, por las Gracias, que este Protágoras era un compendio de sabiduría, que hablaba enigmáticamente a la chusma y a nosotros mismos, en tanto a sus discípulos enseñaba la verdad, envuelta en el misterio?

TEETETO -¿Qué quieres decir con esto, Sócrates?

SÓCRATES.-Te lo haré presente de manera aceptable. Como lo que es en sí y por sí nada es; no existe cosa alguna que pueda ser denominada rectamente. Supón que tú consideras algo como grande; nada impide que aparezca como pequeño. Si pesado, que se nos muestre como ligero. Con todo ocurrirá exactamente igual; porque de ningún ser podrás afirmar la unidad ni cualidad individual alguna. Todo lo que nosotros decimos que es, es un resultado de la traslación de la mezcla y del movimiento mutuos; de ahí que nuestra afirmación sea falsa porque nada es jamás, sino que siempre está en devenir. Todos los sabios, uno tras :otro (con la excepción de Parménides), llegaron a esta conclusión; cuenta entre ellos a Protágoras, a Heráclito y a Empédoc1es; y ,entre los poetas a los que ocupan la cima en su género, así a Epicarmo en la comedia, y a Homero en la tragedia. Recuerda, por ejemplo, lo que dice Homero:

El Océano, generador de los dioses y su madre Thetis.

Esto nos prueba que todas las cosas son producto de la corriente y del movimiento. ¿O no crees que quiere dar a entender eso mismo?

TEETETO.- Tal me parece a mí.

SÓCRATES.-¿Qué rép1ica, pues, podría oponerse a ese ejército que dirige el caudillo Homero, que no mereciese la duda ajena?

TEETETO.-Dificil sería hallada.

SÓCRATES.-Desde Juego, Teeteto, Porque hay razones suficientes que abonan esta opinión: esto es, que la semejanza del ser y el devenir resulta posible gracias al movimiento, en tanto la del no-ser y el morir viene dada por la calma. El calor y el fuego que, por su parte, son generadores y tutores de todo, aparecen también como producto de la traslación y del frote, y ambos son movimientos. ¿O no consideras así la generación del fuego?

TEETETO.-Claro que sí.

SÓCRATES.-Ciertamente, el linaje de los seres vivos se origina por estas causas.

TEETETO.-¿Qué otras podrían ser?

SÓCRATES.-Bien, veamos ahora: ¿no se destruye la normal constitución del cuerpo por la calma y la pereza, en tanto la gimnasia y el movimiento procuran su salvación?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-¿Y qué otra cosa ocurre con el alma? ¿No son el estudio y el ejercicio, verdaderos movimientos, los que le proporcionan las ciencias, la conservan en su estado y la vuelven mejor? Y al contrario, ¿no es la calma, o ausencia de ejercicio y de estudio, la que le impide aprender, o incluso le hace olvidar lo ya aprendido?

TEETETo.-Sin duda alguna.

SÓCRATES.-El movimiento, por tanto, es un bien, tanto para el alma como para el cuerpo; y lo otro, todo lo contrario.

TEETETO.-AsÍí parece

SÓCRATES.-¿Tendría que decirte todavía que la calma y la bonanza en el mar, y todos los estados semejantes, y aun que las diversas formas de reposo ocasionan descomposición y muerte, mientras que las demás cosas favorecen la conservación? ¿Y habría de poner como remate a todo esto el que te obligase a admitir que Homero no se refiere más que al sol cuando habla de la cadena de oro, mostrando con ello que en tanto se mueve la esfera terrestre y el sol, todo es y todo conserva su ser, entre los dioses y entre los hombres, y que si, al contrario, todo quedase como sujeto e inmóvil, se produciría la destrucción y, como ya se ha dicho, el trastrocamiento de todas las cosas?

TEETETO.-A mi parecer, Sócrates, todo ocurre como tú lo explicas.

SÓCRATES.-Así, en efecto, hay que considerar las cosas, querido amigo. Eso que, con referencia a los ojos, llamas tú color blanco, ni es color blanco en sí, ni lo es fuera ni delante de tus ojos, ni siquiera en lugar alguno. Si fuese de este modo, tendría realmente su puesto y se mantendría en él, en vez de variar continuamente.

TEETETo.-¿Cómo lo explicas?

SOCRATES.-Sigamos con la razón expuesta hace poco y admitiendo por consiguiente que no hay nada en sí ni por sí, comprobaremos que tanto el color blanco, como el negro, como cualquier otro color, es el resultado del acercamiento de los ojos a esa traslación propia que les origina, y habremos de afirmar entonces que todo color existente no es ni lo que se aplica ni lo que es aplicado, sino algo intermedio, adecuado a cada uno. Porque ¿podrías aseverar que tal como se te aparece a ti el color se aparece también a un perro o a cualquier otro animal?

TEETETo.-¡POr Zeus!, no es esa mi opinión.

SÓcRATES.-¿Diremos, pues, que no hay semejanza alguna entre lo que percibe otro y lo que percibes tú? ¿Podrías mantenerlo con fuerza o, si acaso, aún tendrías que afirmar que nada es idéntico para ti, ya que ni tú lo eres contigo mismo?

TEETETO.-Me inclino más por esto último.

SÓCRATES.-Si, por tanto, aquello con lo que nosotros nos medimos o a lo que tocamos era grande, blanco o cálido, así permanecerá en cualquier otra circunstancia, de no experimentar un determinado cambio. Y si alguna de estas cosas que medimos y tocamos sufriese las determinaciones mencionadas, no habría que atribuirlo al hecho de que algo se le aproximase o experimentase modificación, sino al. hecho de que. ella misma sufriese alguna. Bien se ve, querido, que resultan extrañas y risibles estas afirmaciones a que somos llevados tan a la ligera; Protágoras, y todos los que le siguen, las juzgarían de esta manera.

TEETETO.-¿Qué es lo que quieres decir y a qué te refieres?

SÓCRATES.-Permíteme un pequeño ejemplo y tendrás a tu alcance mis razones. Supón que contamos con-seis tablas; si admites otras cuatro puestas al lado, diremos que aquellas son más que estas cuatro y que las superan en una mitad de estas; si doce, afirmaremos que aquellas son menos y precisamente una mitad menos. No creo que haya otra manera de argumentar. ¿O puedes tú ofrecerla?

TEETETO.-Yo, desde luego, no.

SÓCRATES.-Veamos; a la pregunta que formulan Protágoras y sus seguidores: Teeteto, ¿hay posibilidad de que algo sea mayor o más numeroso, si realmente no sufre aumento?», ¿qué es lo que contestarías?

TEETETO.-Si tuviese que contestar, Sócrates, con arreglo a lo que estimo adecuado a la pregunta, da por buena una contestación negativa. Pero si de lo que se trata es de referirse a la cuestión anterior, guardándome de toda contradicción, diría sencillamente que sí

SÓCRATES.-Por Hera, muy bien y divinamente dicho. Con tu respuesta afirmativa realzas debidamente las palabras de Eurípides: nuestra lengua podrá ser irrefutable, pero no

así nuestro pensamiento.

TEETETO.-Es verdad.

SÓCRATES.-Si contásemos, por tanto, tú y yo con hombres hábiles y sabios, en relación con todos los secretos del pensamiento, solo necesitaríamos ofrecernos una probabilidad mutua y concertamos sofísticamente en un combate en el que saliesen a relucir argumentos de unos y otros. Mas nuestra condición de simples particulares nos llevará a considerar en primer lugar lo que pueden ser los objetos en que:, pensamos, a través de sus re1aciones mutuas si por ventura mantienen o no en nosotros alguna clase de concordancia.

TEETETO.-Eso, al menos, es lo que yo deseo.

SÓCRATES.-Y yo. Con lo cual volveremos a nuestro examen, llenos de calma y de ocio, y ni siquiera el mal humor pondrá traba alguna a las críticas que nos formulemos cuando tengamos que preguntamos sobre nuestras visiones. Respecto a la primera, sentaremos la afirmación, según creo, de que nada puede ser mayor, ni menor, ya en volumen, ya en número si permanece igual a si mismo. ¿O no es así?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Y en relación con la segunda ; diremos que aquello a lo que no se añade ni

quita cosa alguna, ni aumenta ni disminuye, sino que permanece siempre igual.

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-En tercer lugar, habremos de afirmar: lo que antes no era, es imposible que sea en lo sucesivo, caso de que no llegue a ser.

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATEs.-Estas tres condiciones, pienso yo, libran combate en nuestra alma, bien cuando tratamos del asunto de las tablas, bien , cuando decimos que yo a esta edad que tengo,no sufro aumento o disminución, en el plazo de un año, con respecto a ti, que eres joven;pero que soy mayor ahora y seré menor en adelante, y que mi peso en nada ha disminuido, en tanto es el tuyo el que ha aumentado. Seré, pues, en el futuro lo que antes no he sido, : y eso sin que el devenir me afecte en nada. Pero, en este caso, llegar a ser es imposible, y si no he perdido nada de mi peso, no podré convertirme en un ser menor. Sobran ya mil otros argumentos de esta clase, una vez admitidos los que digo. Mas continúa, Teeteto, ya que no me pareces hombre sin experiencia en estos temas.

TEETETO.-Por los dioses, Sócrates, que mi admiración aumenta sobremanera al p1antearme estas cosas; y sube hasta tal punto que a veces aliento vértigo solo con mirarlas.

SÓCRATES.-¡Ah querido Teeteto!, no has lanzado vanas sospechas en la critica de ti mismo. Muy propio del filósofo es el estado de tu alma: la admiración. Porque la filosofía no conoce otro origen que este, y bien dijo (pues era un entendido en genealogía) el que habló de Iris como hija de Taumante. ¿Adviertes ya, por tanto, qué relación pueden tener estas cosas con la doctrina que enseñas?

TEETETO.-Todavía no me doy cuenta.

SÓCRATES.-Sin embargo creo que sabrás prestarme un servicio: el de permitir que te ayude a penetrar en el pensamiento de un hombre y, sobre todo, de hombres famosos hasta lograr incluso descubrir la verdad que ellos guardan.

TEETETO.-¿Cómo no iba a verlo con simpatía, y aun de buen grado?

SÓCRATES.-Observa, pues, con atención qué es lo que no acaban de entendernos los profanos. Se trata en este caso de gentes que otorgan el ser tan solo a lo que pueden aprehender entre sus manos; así, por ejemplo, se niegan a comprender en el ser a las acciones, a las generaciones y a todo lo que no se ve.

TEETETO.-Ciertamente, Sócrates, los hombres de que tú hablas son bien duros y obstinados.

SÓCRATES.-Son, en efecto, hijo mío, hombres sin finura alguna. Pero hay, en cambio, otros mucho más ingeniosos, cuyos misterios quiero darte a conocer. El principio del cual dependen todas las teorías de que hacíamos mención es, para ellos, el siguiente: el todo es movimiento y nada más que movimiento. Este movimiento se aparece bajo dos formas, una y otra en número ilimitado, con poder de actuar en un caso y de sufrir en otro. Del contacto y del frote de ambas surgen vástagos en número ilimitado, hermanos gemelos como son lo sensible y la sensación, pues esta última surge y se engendra al mismo tiempo que lo sensible. Hay muchas sensaciones a las que puede aplicarse un nombre: así, las visiones, las audiciones, las sensaciones olfativas, las de frío y de calor, los placeres, las penas, los deseos y temores, por no nombrar más que unas cuantas. No tienen fin, sin embargo, las que carecen de nombre, en contraste con las que reciben una determinada denominación. La raza de lo sensible opone a cada una de las sensaciones un vástago gemelo: a 1as visiones, los colores, y a la variedad, una nueva variedad; a las audiciones, sonidos que se corresponden con ellas, y a las demás sensaciones, los otros sensibles que con ellas tienen relación. ¿Qué nos dice, por tanto, este mito, Teeteto, con referencia a lo que antes afirmábamos? ¿Tienes algo que contestar?

TEETETO.-Nada en absoluto.

SÓCRATEs.-Veamos entonces cómo termina la cosa. Queríamos decir, efectivamente, que en todo esto de lo que hablábamos se mueve. Añadiremos, no obstante, que hay rapidez y prontitud en el movimiento. Y mientras el movimiento se desarrolla lentamente, actúa en el mismo lugar y en relación a lo próximo, engendrando a su vez. Ahora bien: todo lo que así se engendra, adquiere más rapidez, ya que la traslación se convierte en su movimiento característico. Cuando el ojo o algún objeto apropiado a él, engendran, por su contacto, bien la blancura, bien la sensación que le es connatural, todo lo cual no se hubiese producido siguiendo un camino distinto, entonces, por mor de la traslación y de la visión de los ojos, por esa visión misma que emana de los ojos y la blancura que proviene del objeto y que, juntamente con aquella, da origen al color, el ojo se llena de visión. Ahora sí que diremos que ve, y más aún; que sin ser visión, es, en cambio, ojo vidente. De esta conjunción generadora del color surge, no la blancura, sino el color blanco; por ejemplo, la madera blanca, la piedra blanca y todo aquello que en su superficie se reviste de este color. La misma explicación podríamos dar en cuanto a lo seco, a lo cálido y a todo lo demás; y como decíamos no hace mucho, nada es en sí ni por sí, y todo recibe, a través de la aproximación mutua, eso que llamamos el movimiento, su propio devenir y la diversidad que lo caracteriza. No tendría solidez, realmente, que la cualidad de agente o de paciente la pensásemos como fija en uno de los términos opuestos. Porque no puede hablarse de agente que no haya venido a unirse al paciente, ni de paciente que no haya venido a unirse al agente: lo que es agente en la unión, al producirse el encuentro se muestra claramente como paciente. De modo que de todo esto hay una conclusión explícita, ya anticipada al principio por nosotros: nada es en si mismo y por sí mismo, sino que al contrario, está siempre en devenir. El ser tendrá, pues, que suprimirse, y nada podrá ayudarle, ni el hábito ni el desconocimiento en boga, Si hemos de expresarnos como los sabios, no convendrá decir ya que algo es posible, o que alguien, o que incluso yo, o que esto o que aquello lo es, pues no se encontrará nombre apropiado para todo ello. Expresaremos la realidad hablando de lo que llega a ser, o se hace, o se destruye, o se vuelve otro, porque cualquier razón que instituyamos fácil será de contradecir. Tal es la ruta que habrá de seguirse, tanto si se trata de una cosa sola como de muchas reunidas, sea, por ejemplo, de esa conjunción llamada hombre, o de la piedra, o del animal, o de una determinada forma. ¿Son o no gratas para ti estas razones Teeteto, y les darías con gusto tu aprobación?

TEETETO.-No lo sé, querido Sócrates, porque ni yo mismo puedo comprender si esas razones que aduces son de tu agrado o si lo que realmente quieres es probarme con ellas.

SÓCRATES.-No desconoces, buen amigo, que estas ideas no son mías y que yo mismo no parezco en disposición de comprenderlas, puesto que al fin no soy yo quien las ha producido. Tú eres, en verdad, el indicado a procrear y con este objeto te conjuro con el canto y te doy a gustar la opinión de los sabios, hasta que la tuya propia sea llevada a la luz. Por ello, luego de haberte descargado de ese peso, habré de examinar si realmente es estéril o fecundo. Cobra, pues, confianza y dame una respuesta adecuada y viril, según lo que tú crees, a esa pregunta que te formulo.

TEETETO.-Formula entonces tu pregunta.

SÓCRATES.-Dime, pues, de nuevo si te parece bien que neguemos el ser y que afirmemos, en cambio, un continuo devenir del bien, de lo bello y de todo lo que hace poco enumerábamos.

TEETETO.-¡Ah querido!, cuando te oigo discurrir sobre este tema me parece que la doctrina expuesta es de apariencia maravillosa y que, por consiguiente, conviene admitirla tal cual la dices

SÓCRATES.-Pues bien: no dejemos en aire lo que todavía nos resta. Falta por considerar aún el extravío que suponen los sueños y las enfermedades, y entre otras las que afectan al oído, a la vista o a cualquier otra sensación. Tú sabes, sin embargo, que en todas estas situaciones cabe encontrar una unánime refutación a la tesis que exponíamos. En nosotros mismos, más que en ningún otro, las sensaciones experimentales son falsas y mucho me temo que pueda ser en efecto real lo que a cada uno así se aparece porque muy al contrario, nada es tal como se presenta.

TEETETO.-Dices una gran verdad.

SÓCRATES.-¿Qué razón tendrá que aducir ahora, querido, el que afirma que la sensación es ciencia y que la misma apariencia es justamente la realidad?

TEETETO.- Yo, al menos, Sócrates, mantengo mucha incertidumbre para contestar a tu pregunta, y tú ciertamente mueves mi ánimo para que así lo haga. En verdad, no sería yo quien pusiese en duda que, tanto en la locura como en el ensueño, no se forjan opiniones falsas, pues sabido es que unos, en el primer estado, se creen dioses, y otros, en el ensueño, piensan .que tienen alas y que surcan los aires.

SÓCRATES.-¿Aceptarías, por tanto, una disputa sobre esta cuestión, de modo especial respecto a los estados de sueño y de vigilia?

TEETETO.-¿Qué quieres decir?

SÓCRATES.-Muchas veces has debido prestar oído a esto: ¿qué contestación podrá darse a-quien desee saber, por ejemplo, si en este momento dormimos realmente y soñamos todo lo que pensamos, o si, despiertos, sostenemos un diálogo entre nosotros.

TEETETo.-Ciertamente, Sócrates, resulta difícil suministrar una prueba de todo ello. En este caso, todas las cosas parecen hallarse en correspondencia. Y las palabras que ahora acabamos de intercambiar podríamos, en efecto, manifestarla durante el sueño. Cuando en pleno ensueño parecemos dar pábulo a nuestros sueños, bien sorprendente se hace la semejanza.

SÓCRATES.-Comprueba, pues, que la discusión no encierra dificultad cuando se refiere a los estados de vigilia y de sueño. Como el tiempo en que dormimos y estamos despiertos es sensiblemente igual, y en una y en otra circunstancia nuestra alma mantiene con firmeza la veracidad de sus creencias, fácilmente se comprende que gastamos también el mismo tiempo en afirmar unas y otras y, de la misma manera, en sostenerlas con idéntica energía.

TEETETO.-Idéntica, desde luego.

SÓCRATES.-Lo mismo tendríamos que decir de los estados de enfermedad y de locura, aunque con la salvedad de que aquí la duración no es igual, ¿no es así?

TEETETO.-Justamente

SÓCRATES.-¿Pues qué; entonces? ¿Habrá que medir la verdad con arreglo a la mayor o menor duración del tiempo?

TEETETO.-Desde todos los puntos de vista, esto carecería de sentido.

SÓCRATES.-¿Podrías darme a conocer algún otro ejemplo claro, que demuestre cuáles de estas opiniones son verdaderas.

TEETETO.-No creo encontrarlo.

SÓCRATES.-Bien; por mi parte, solo dejaré oír la voz de los que afirman que todas las creencias son verdaderas para la persona que las cree. Cuando dicen esto, según pienso, se expresan realmente así: «Teeteto, lo que es por completo diferente, ¿tendrá acaso la misma virtud que su opuesto?» Y no hablamos aquí de algo que le pudiera ser diferente en un sentido e idéntico en otro; hablamos ciertamente de lo que es por completo diferente.

TEETETO.-Resulta imposible, en efecto, que haya identidad, potencial o de cualquier otra clase, entre cosas por completo diferentes.

SÓCRATES.-¿No convendrá declarar, pues, que esas cosas son siempre diferentes.

TEETETO.-Sí, eso me parece a mí.

SÓCRATES.-Por consiguiente, a todo aquello que es semejante o diferente a sí mismo o a otra cosa lo consideraremos idéntico en el primer caso, diferente en el segundo.

TEETETO.-Necesariamente.

SóCRATES.-¿No decíamos, por cierto, que los agentes eran múltiples e incluso ilimitados en cuanto a su número, y de igual modo los pacientes?

TEETETO.-Si.

SÓCRATEs.-Decíamos también que al acoplarse unos a otros no hay una producción idéntica, sino diferente.

TEETETO.-No hay duda de ello.

SÓCRATEs.-Midámonos nosotros mismos, tú y yo y todo lo demás, con idéntico rasero; hablemos de un Sócrates en perfecta salud y de un Sócrates enfermo. ¿Con quién lo haremos coincidir realmente, con el primero o con el segundo?

TEETETo.-Te refieres a Sócrates enfermo como a una totalidad, y a Sócrates sano también como a una totalidad ¿no es eso?

SóCRATES.-Has comprendido mis razones. Eso quería decir yo.

TEETETO.-Natura]mente, Sócrates enfermo y Sócrates sano son dos cosas diferentes.

SÓCRATES.-¿Hay, por tanto, diferencia y desemejanza

TEETETO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-Si nos referimos a Sócrates durmiente y a todos los estados de que ahora

hablábamos, habrá que decir lo mismo.

TEETETO.- Yo, desde luego no me opongo.

SÓCRATES.-Todo aquello que por naturaleza obra en algún sentido, ¿no lo hará precisamente sobre alguien distinto cuando actúe sobre Sócrates sano y sobre Sócrates enfermo?

TEETETO.-No podría ser de otra manera.

SÓCRATEs.-¿Distinta será, pues, la generación del paciente, en un caso, y del agente, en otro?

TEETETO.-¿Qué quieres decir?

SÓCRATES.-Cuando bebo vino en estado de perfecta salud, su dulzura y suavidad quedan bien patentes.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Convendremos entonces que se produjo generación de dulzura y sensación por el acoplamiento de agente y paciente. En ambos se realiza una traslación, y así la sensación, que proviene del paciente, hace que la lengua sienta, en tanto la dulzura, que proviene del vino, y nacida a su alrededor, origina en él, a través de una lengua sana, una realidad y apariencia dulces.

TEETETO.-Creo que en esto habíamos con venido ya anteriormente.

SÓCRATES.-Ahora bien: ¿no es verdad que cuando se trata de Sócrates enfermo es a otro hombre al que se toma en consideración? Porque realmente la diferencia salta a la vista.

TEETETO.-Si.

SÓRATES.-Son cosas distintas, pues, las que engendraron un Sócrates de tal naturaleza y la bebida del vino, en relación con la lengua, sensación de amargura; en relación con el vino,

producción y traslación de amargura. De este no podrá decirse que es sino amargo; de mí habrá de afirmarse que soy, no sensación, sino hombre que la experimenta.

TEETET0.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Nada habrá que añadir, según creo, al hecho ya mencionado: mi condición de hombre que siente no será nunca la misma. A un agente corresponderá una sensación, que modificará y hará distinto al hombre que siente. Solo bajo esa condición de agente, que se une a un paciente, puede darse un efecto idéntico. Cualquier otra conjunción distinta originará una nueva alteración

TEETETO.-Así es.

SÓCRATES.-Mas ni yo podré negar a esa conclusión por mí mismo, ni aquel otro lo hará por sí.

TEETETO.-Indudablemente.

SÓCRATES.-Es necesario, por tanto, que yo me vuelva algo y con respecto a algo, cuando me convierto en un hombre que siente. Llegar a ser un hombre que siente, sin sentir a la vez nada, resulta ciertamente imposible. Así ocurre con el agente que se convierte en algo para alguien; por ejemplo, en dulce o amargo u otra cosa por el estilo. Hablar de dulce a secas, sin hacer referencia a nadie, es un verdadero contrasentido.

TEETETO.-En todos los órdenes.

SÓCRATES.-Si en efecto somos, creo que nuestro ser tendrá que descansar en esta mutua referencia, como también nuestro devenir si realmente estamos en trance de ser algo. La necesidad enlaza a nuestros seres, pero no los une a nada ajeno, como tampoco a nosotros mismos. Ese enlace mutuo es, en efecto, lo más importante. De modo que cuando a algo se da nombre de ser, estamos mentando una referencia a determinada cosa o a alguien que es lo que se encuentra en trance de ser. Ahora bien: qué en sí o por sí sea un ser o pueda llegar a serio, no hay razón alguna para decirlo o admitirlo. Tal es el significado de nuestra tesis.

TEETETO.-Bien lógica, por cierto, Sócrates.

SÓCRATEs.-Así pues, cuando la acción se da en mí y no en otro, ¿no soy yo quien la siente y no ese otro?

TEETETO.-¿Cómo no?

SÓCRATES.-Mi sensación , por tanto, es verdadera para mí, porque siempre es algo propio de mi ser. Debo juzgar, siguiendo a Protágoras, de las cosas que son para mí como realmente existentes, y de las que no lo son como, si en verdad, no lo fuesen.

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATES.-¿No resulta extraño, pues, que poseyendo la verdad sin trabas en nuestro

pensamiento, por lo menos en cuanto a lo que es o está en trance de ser, no poseamos,

en cambio, ese poder respecto a la sensación.

TEETETO.-De ningún modo es concebible.

SÓCRATES.-Decías entonces con pleno fundamento que la ciencia no es otra cosa que la sensación, y en esto coinciden Homero, Heráclito y todos los que les siguen: "Todas las cosas se mueven como las aguas del rio», afirman aquellos, y no otra es la opinión del sapientísimo Protágoras: «El hombre es la medida de todas las cosas», y la de Teeteto, para quien, a ese tenor, la sensación se convierte en ciencia. ¿Es o no es así, Teeteto? ¿Diremos pues, que nos encontramos aquí, tú con un recién nacido y yo con un parto feliz? ¿O no lo quieres así?

TEETETo.-Necesariamente ha de ser así, Sócrates.

SÓCRATES.-Gran dificultad, no hay duda, ha: originado este parto, cualquiera que sea su resultado. Y después del parto, convendrá celebrar el natalicio, llevando nuestro razonamiento en derredor, al objeto de poder precisar si ,vale la pena alimentar al recién nacido o si, por el contrario, habrá que considerarlo como mentira y viento. ¿O crees que, en cualquier caso, deberá dársele alimentación, sin dejarle de mano ni por un ínstante? No sé ciertamente si podrías soportar la censura, formulada delante de ti, y si no te irritarías violentamente en el caso de que te arrebatasen a tu primogénito.

TEODORo.-Cuenta, Sócrates, con la paciencia de Teeteto, porque no es un hombre de carácter díscolo. Pero, ¡por los dioses!, ¿es que las cosas no son así?

SÓCRATES.-Eres muy amigo de hablar por hablar, Teodoro, pero, con todo, me prestarás buenos servicios si piensas que soy como un saco de razones del que fácilmente pueda" obtenerse esa respuesta de que las cosas son en efecto, así. No te das cuenta realmente de lo que ocurre, porque ninguna de las razones (surge de mí, sino siempre de aquel con quien converso. Puedo asegurarte desde luego que mis conocimientos son muy reducidos: se limitan a recoger la sabiduría ajena y a darla justamente por buena. Esto mismo es lo que voy a intentar ahora con Teeteto, sin aventurar nada por mi parte.

TEODORO.- Todo está muy bien dicho, Sócrates, hazlo, pues, de ese modo.

Sócrates.-¿Sabes acaso, Teodoro, qué es lo que más admiro de tu amigo Protágoras?

TEODORO.-Dilo y lo sabré.

SÓCRATES.-En muchos aspectos sus razones no me disgustan; así, por ejemplo, cuando muestra que lo que a cada uno parece, es, en ese sentido real. Pero el comienzo de su reflexión produjo en mí gran sorpresa. ¿No vino a decir, al exponer su verdad, que la medida de todas las cosas es el cerdo», o el cinocéfalo, o cualquiera otra de esas bestias más insólitas que poseen sensación? ¡Y vaya manera presuntuosa y altisonante de comenzar su discurso! A todos los que le admirábamos como si fuese un dios por su sabiduría, no solo nos demostró que no era superior por su juicio a cualquier otro hombre, sino que ni siquiera resultaba serio con respecto a un simple renacuajo. ¿Qué responderemos a esto, Teodoro? Porque si para cada uno es verdad es lo que así trasluce su sensación y nadie mejor que él puede enjuiciar sus experiencias ni, con más autoridad, considerar la rectitud o falsedad de sus propias opiniones, hasta el punto de que, como ya hemos dicho muchas veces, es uno mismo el que establece esas opiniones sobre la base de la sensación personal, ¿qué sabiduría cabe atribuir a Protágoras, querido, y en virtud de qué mérito educativo podrá asignársele una fuerte retribución, si nosotros mismos, que pasamos por los más ignorantes y nos creemos necesitados de sus lecciones, somos, realmente la medida de la propia sabiduría. ¿Cómo no afirmar entonces que Protágoras habla tan solo para la multitud? En cuanto a mi propósito y a mi arte mayéutica, no sería yo el que dijese con qué irrisión debería pagárselos, junto con toda la actividad de tipo dialéctico. Porque vamos a ver: ¿no estimas una grande y descomunal fruslería el examinar y tratar de contradecir las representaciones y opiniones de los demás, supuesto ya que son justas para ellos, si consideramos como verdadera la Verdad de Protágoras y no como una voz que bromea desde lo más intimo de su libro?

TEODORO.-En verdad, Sócrates, que me preocupa el hombre, como tú acabas de decir. y no juzgaría oportuno que se refutase a Protágoras con mi consentimiento, ni querría tampoco ponerme enfrente de ti en contradicción con lo que yo siento. Habrá, pues, que volver de nuevo a Teeteto. Observarás que demostraba mucha y excelente disposición para escucharte.

SÓCRATES.-Dime, Teodoro: si te encontrases en Lacedemonia y presenciases en las palestras cómo aquellos hombres, sin restricción. siquiera para los enclenques, hacen sus ejercicios completamente desnudos, ¿te resistirías tú mismo a desnudarte y a ponerte en medio de ellos?

TEODORO.-No creo que haya razón para dudarlo, ya que, por mi parte, trataría de ganar su confianza y aun de convencerlos. Mas en el caso presente, mejor será persuadiros de que me dejéis de espectador, pues ya soy hombre gastado para intervenir en el gimnasio, que conviene realmente a un muchacho lleno de vigor y más flexible.

SÓCRATES.-Y bien, Teodoro, si a ti te place, a mí no me disgusta, como dice el proverbio. Razón tienes en que volvamos al sabio Teeteto. Contéstame, pues, Teeteto, y, ante todo, a lo que hace un momento discutíamos: ¿no te admiras de verte elevado de pronto a un grado tal de sabiduría que no alcanzan ni los hombres ni los dioses? ¿O crees que la medida de Protágoras tiene menos aplicación en los dioses que en los hombres?

TEETETO.-¡Por Zeus!, yo al menos no lo creo. y contestaré a tu pregunta diciéndote que, en efecto, me encuentro lleno de admiración. En tanto seguíamos el razonamiento, nada tenía que oponer a la expresión "lo que parece a cada una, así es realmente para aquel al que lo parece».

SÓCRATES.-Aún eres joven, mi querido hijo; tienes, por eso, el oído presto y te convences fácilmente. He aquí, sin duda, lo que contestarían a estas cosas Protágoras y cuantos le siguen: "¡Jóvenes y viejos de noble raza: estáis discurseando ante el pueblo, reunidos en asamblea, y sin perdonar siquiera a los propios dioses, en tanto yo dejo a un lado, sea en mis discursos, sea en mis escritos, toda cuestión que afecte a su existencia o inexistencia. Hay algo en vuestras palabras que la multitud aceptaría de buena gana; así, por ejemplo, esa afirmación de que no existe diferencia alguna, respecto a la sabiduría, entre cada uno de los individuos humanos y cualquiera de las bestias de su manada. Nada decís que se acompañe de demostración y de necesidad. Os referís siempre a lo verosímil, con la misma fuerza que pudiera emplear Teodoro o cualquier otro geómetra para no merecer la consideración de nadie. Prestad, pues, atención, tanto tú como Teodoro, ¿acogeríais de buen grado un lenguaje especioso y verosímil como nutrido de razones poderosas?»

TEETETO.-Me parece, Sócrates, que ni tú ni yo lo admitiríamos como justo.

SÓCRATES.-A mi entender, habrá que llevar por otro camino tu razonamiento y el de Teodoro.

TEETETO.-Desde luego, por otro camino.

SÓCRATES.-Vayamos entonces por el y consideremos en fin si la ciencia y la sensación son cosas idénticas o diferentes. A esto tendía todo nuestro razonamiento, y en gracia a su desarrollo pusimos sobre el tapete muchas cosas extrañas. ¿No es así?

TEETETO.-Efectivamente

SÓCRATES.-¿Convendremos, por tanto, que todas las cosas que percibimos por la vista o por el oído constituyen nuestro conocimiento? Y así, antes de llegar a aprender la lengua de los bárbaros, ¿negaremos que escuchamos sus ruidos o diremos, por el contrario, que no solo los escuchamos, sino que incluso los entendemos? O en el caso de que no supiésemos leer, ¿diríamos que no vemos las letras si las tenemos ante los ojos, o sostendríamos con fuerza que no solo las vemos, sino que también las desciframos?

TEETETO.-Diremos, Sócrates, que sabemos, en efecto, todo eso que vemos y escuchamos. De la forma y el color, afirmaremos que con verlos los distinguimos; de la agudeza y la gravedad, sostendremos que con oírlaslas damos ya por conocidas. En cuanto a lo que enseñan los gramáticas y los interpretes de estas cosas sentaremos una sola afirmación, y es que no tenemos sensación de ellas; ni por la vista, ni por el oído, por lo cual no alcanzamos su conocimiento.

SÓCRATES.-Nada mejor podrías contestar Teeteto, y por ello no sería justo que te refutase no sea que disminuyese tu ímpetu. Pero observa lo que ya se acerca hasta nosotros y mira cómo lograremos rechazarlo.

TEETETO.-¿De qué se trata?

SÓCRATES -De lo que ahora vaya decir. Supón que te preguntan: ¿Sería posible que lo que alguien llegó a saber algún día, aún teniendo memoria y recuerdo de ello, no lo sepa ya en el momento en que procede a recordarlo?» Creo que me hago prolijo, en verdad. queriendo aducir tan solo si puede, desconocerse que alguna vez se ha aprendido y permanece en el recuerdo.

TEETETO.-¿Cómo podríamos admitir eso, Sócrates? ¿No ves que lo que dices es algo fuera de lugar?

SÓCRATES.-¿Te parece entonces que desvarío? ¿Crees, pues, que la acción de ver es una misma cosa con la acción de sentir y que la visión es la sensación?

TEETETO.- Yo, al menos, no lo pongo en duda.

SÓCRATES.-Por consiguiente, todo el que ve,obtiene conocimiento de lo que ve, de acuerdo con lo dicho recientemente.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-¿Y no afirmas también la existencia de la memoria?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-¿Memoria de algo o de nada?·

TEETETO.-De algo, indudablemente

SÓCRATES.-¿Querrás decir, de algo que se ha aprendido o se ha sentido; esto es, de alguna de estas cosas?

TEETETo.-¿Por qué no?

SÓCRATES.-¿Y también puede recordarse lo que se ha visto?

TEETETO.-Sí, también puede recordarse.

SÓCRATES.-¿Incluso con los ojos cerrados? ¿0 damos al olvido nada más cerrarlos?

TEETETO.-Extraño me parece esto, Sócrates.

SÓCRATES.-Pues habrá que aceptarlo así, si queremos dejar a salvo el razonamiento anterior. Si no, perdido lo tenemos.

TEETETO-¡Por Zeus!, yo, desde luego, mantengo alguna sospecha, pero no acierto a comprenderla suficientemente. Ofréceme tu ayuda.

SÓCRATEs.-Cuenta con ella. Según decíamos todo el que ha visto, ha adquirido conocimiento de lo que ha visto, porque visión, sensación y ciencia son una y la misma cosa. ¿no concordábamos en esto?

TEETETO.-Desde luego.

SóCRATES.-Pues bien: todo el que ha visto y, que, por esta misma acción, toma conocimiento de lo que ve, aún cerrando los ojos, Conserva recuerdo de su visión sin tener el objeto a su presencia. ¿O no es así?

TEETETO.-Si.

SÓCRATES.-Pero el que "no ve", realmente «no sabe», porque solo el que «ve, «sabe».

TEETETo.-Efectivamente.

SÓCRATES.-Ocurre, pues, que de aquello de lo que se tiene conocimiento no se puede dar razón, aun conservándolo en la memoria, si realmente nO se le ve. Y ya decíamos que si esto ocurriese, habría que considerarlo como cosa extraordinaria.

TEETETO.-Estás muy en lo cierto.

SÓCRATES.-De lo cual se infiere, por tanto, que parece postularse algo imposible, si afirmamos la identidad de la ciencia y de la sensación.

TEETETO.-No cabe duda.

SÓCRATES.-Entonces, habrá que decir que son diferentes.

TEETETO.-Es muy posible.

SÓcRATES.-Tendremos que volver a preguntarnos que es la ciencia. Y de nuevo, en este caso, parece justo tomar la cosa desde el principio. ¿Qué será, Teeteto, lo que ahora nos convenga hacer?

TEETETo.-¿Qué es lo que quieres decir?

SÓCRATES.-Me parece a mí que procedemos como aquel gallo de mala raza, ya que, al igual que él, nos disponemos a dejar el debate y a cantar victoria antes de haberla obtenido.

TEETETO.-No te entiendo

SÓCRATES.-Creo que seguimos la misma actitud de los anti1ógicos en relación con la concordancia de las palabras; y así nos hemos puesto ya de acuerdo en este punto y nos damos por satisfechos con lo conseguido. Pero he aquí la contradicción: afirmamos que no somos litigantes, sino filósofos. e inconscientemente venimos a hacer lo mismo que esos terribles hombres.

TEETETO.-No comprendo bien lo que quieres decir.

SÓCRATES.-Intentaré entonces hacerte ver lo que yo pienso sobre esto. Preguntábamos si lo que cada uno ha aprendido y recuerda, puede realmente no saberlo; y demostrábamos que el que ha visto y cierra los ojos recuerda, aunque no vea, y que así mismo no sabe, aunque a la vez haga memoria. Mas esto se aprecia como imposible. Así se echaban por tierra el mito de Protágoras y el tuyo, que, a un tiempo, afirmaban la identidad de la ciencia y de la sensación.

TEETETo.-Eso parece.

SÓCRATES.-Creo yo, sin embargo, querido, que si viviese todavía el padre del primer mito, habría puesto proa a muchas de las cosas que decimos; pero ahora aprovechamos la debilidad de un huérfano para dar pábulo a nuestros insultos. Y ni siquiera los tutores que le dejó Protágoras, uno de los cuales es nuestro Teodoro, se atreven a prestarle ayuda. Afrontemos nosotros ese riesgo, porque ciertamente es justo, y l1evémosle socorro.

TEODORO.-No me atribuyas ese papel, Sócrates, que corresponde en mayor grado a Calias, el hijo de Hipónico, el verdadero tutor. Nos hemos vuelto con demasiada prisa de las razones abstractas a la geometría. No obstante, te otorgaremos nuestro beneplácito si estás dispuesto a ayudarle.

SÓCRATES.-Dices bien, Teodoro. Y considera ahora cuál será mi ayuda. Convendríamos fácilmente que existe todavía algo más terrible que puede apartar nuestra atención de las palabras, base habitual de nuestras afirmaciones y negaciones. Mas ¿es a ti a quien me dirijo o a Teeteto?

TEODORO.-A uno y a otro, aunque sea el más joven el que respondía; porque, en verdad, sus caídas tendrán menos alcance.

SÓCRATES.-Planteo, pues, la cuestión más peliaguda. Es, según yo creo, la siguiente: «¿Resulta posible que el que sabe no sepa lo que sabe?»

TEODORO.-¿Que responderemos a esto, Teeteto?

TEETETO.-Que es imposible, por lo menos a mi juicio.

SÓCRATES.-Pues no lo es, a mi entender, si consideras que ver es saber. Porque ¿cómo podrías escapar de este inevitable laberinto, esto es, de ese pozo en el que te hallarías encerrado, cuando un hombre lleno de intrepidez y puesta ]a mano sobre uno de tus ojos, te preguntase si ves su vestido con el ojo tapado?

TEETETO.-Creo que mi contestación sería clara; diría que con ese ojo, no; pero que con el otro, sí.

SÓCRATES.-¿Y esto no equivale a decir que ,ves y no ves a la vez el mismo objeto?

TEETETO.-De algún modo, al menos, así es.

SÓCRATES.-El modo a que tú te refieres dirá, es cosa poco importante. Yo te pregunto antes que sobre esto, acerca de sí sabes y no sabes respecto a un punto concreto. Porque, precisamente en este momento, estás viendo lo que no ves. Te has mostrado de acuerdo en que ver es saber y no ver es no saber. De todo ello es lógico que debas sacar tus deducciones.

TEETETO.-Tengo para mí que iremos a parar a lo contrario de lo que yo pretendía.

SÓCRATES.-Posiblemente, admirable joven, sufrirías todavía derrotas mayores si se te preguntase por un saber agudo u obtuso, por un saber de cerca y no lejano, por un saber impetuoso y suave, y por otras mil cosas con las que te acecharía ese soldado de infantería, trabajador asalariado en las disputas de palabras. Luego que hubieses propuesto la identidad de la ciencia y de la sensación, se lanzaría sobre las sensaciones del oído, del olfato y sobre todas las restantes, y, sin dejarte punto de descanso, te refutaría y colmaría tu admiración hacia su muy anhelada sabiduría. Y no sería extraño que te anudase las piernas, y que ya, en este estado, con las manos y los pies sujetos, te pusiese el precio que a él viniese en gana ¿Qué es, dirías tú quizá, lo que Protágoras podría ofrecer en ayuda de su doctrina? ¿No conviene que lo expongamos?

TEETETO.-Me parece muy bien.

SÓCRATES.-Es posible que todo lo que hemos aducido en su ayuda, él mismo, a mi parecer, lo convirtiese en desprecio hacia nosotros, añadiendo: "¡Vaya un Sócrates servicial! No se le ocurre otra cosa que preguntar a un muchacho lleno de miedo acerca de si el mismo hombre puede recordar una cosas y no saberla; es claro que el muchacho, amedrentado, ha contestado negativamente, por no conocer la cuestión de antemano. Y he ahí la conclusión la mofa se vuelve toda ella sobre mí. Pero vengamos, despreocupado Sócrates, al punto justo y preciso. Cuando fijas tu atención en alguna de mis doctrinas,.procedes por el método de interrogación, y si haces vacilar a tu interlocutor con respuestas que yo mismo daría, consideras que soy yo el vencido; ahora bien: si contesta de manera diferente, estimas que es el interlocutor el derrotado. ¿Crees tú, pues, sin duda alguna, que podemos concederte esto, a saber, que el recuerdo actual de una impresión pasada tiene el carácter de esa misma impresión, que ahora no se experimenta? Muy difícil me parece. ¿O piensas que habrá que retroceder antes de afirmar que el mismo hombre puede saber y no saber respecto a determinado objeto? ¿O si no se llega a esta afirmación, que se te conceda la identidad del sujeto antes y después de la diferenciación? ¿O te inclinas más por la idea de que hay y no hay sujetos, y una pluralidad que se hace ilimitada, si realmente el sujeto va perfilando diferencias y nos vemos precisados, en nuestra condición de cazadores de palabras, a precavernos del olfato ajeno. Pues bien, querido amigo-añadirá Protágoras: muestra ahora tu valor, si puedes, para adherirte a lo que digo. Y si así no es, ofrece la prueba de que no se trata de sensaciones propias e individuales cuando hablamos de sucesión de sensaciones o que, al menos, ello no puede deducirse, después de admitida su individualidad. Todo lo que se aparece, está sujeto al devenir, y si queremos darle el nombre de ser, lo referiremos tan solo a aquel a quien se le aparece. Al mencionar aquí a los cerdos y a los cinocéfalos no solamente procedes como cua1quicra de esos animales, sino que incluso mueves a todos los que te escuchan a parecidas groserías contra mis escritos. Y esto, ciertamente, no creo que esté nada bien. Porque para mí la Verdad es tal como la he escrito: cada uno de nosotros es medida tanto de lo que es como de lo que no es. De ahí que haya una diferencia infinita de uno a otro, por la razón misma de que para uno es y aparece una determinada cosa y para otro, otra, En poco tengo yo, pues, a la sabiduría y al hombre sabio. Yo llamo sabio, por el contrario, a aquel que puede hacer cambiar el sentido de las cosas, de manera que se le aparezcan como buenas, siendo o pareciendo que son malas para nosotros. Con todo, no será necesario proseguir este razonamiento al pie de la letra y quizá obtengas más provecho si consigues aprender lo que ahora voy a decir. Para ello, no tendrás más que recordar lo que anteriormente afirmábamos: que a un hombre enfermo parece y es amargo lo que come, en tanto eso mismo parece y es todo lo contrario para un hombre en perfecto estado de salud. A ninguno de los dos convendrá considerar como sabio (y ni siquiera es posible), como tampoco deberá acusarse de ignorante al hombre enfermo por la calidad de sus opiniones, o de sabio al hombre sano, en atención a las que él sustenta. Habrá que modificar por completo las cosas, pues ciertamente una de estas disposiciones es de más valor que la otra. No de otro modo ocurre con la educación, en la que pasamos de una disposición a la disposición mejor; ahora bien: el médico efectúa este cambio por medio de las medicinas, mientras el sofista lo verifica usando de los razonamientos. Sin embargo, de una opinión falsa no se pudo hacer pasar nunca a nadie a una opinión verdadera, ya que la opinión no se refiere jamás a lo que no es, sino justamente a lo que en la actualidad se experimenta, lo cual es siempre verdad. Y debo manifestar que, a mi juicio, una mala opinión del alma es capaz de originar opiniones afines, lo mismo que una disposición provechosa las hace nacer de acuerdo con su condición. A estas representaciones, que algunos sin experiencia llaman verdaderas, puedo yo atribuirles más valor, pero no, desde luego, más verdad. Por lo demás, querido Sócrates, me guardo muy mucho de ir a buscar a los sabios entre las ranas, porque fácil me resulta encontrarlos: para el cuerpo, entre los médicos: para las plantas, entre los agricultores. Digo, pues, que estos producen en las plantas, en lugar de esas sensaciones malignas que originan la enfermedad, otras sensaciones y disposiciones que podemos considerar como beneficiosas. De la misma forma, los oradores que son sabios y buenos alcanzan para sus ciudades cosas plenas de utilidad en lugar de otras indeseables y que parecen justas. Así acontece que todo cuanto a cada ciudad parece justo y bello, lo es en la realidad por el hecho de que ella lo legisle en ese sentido; en cambio, el sabio, prescindiendo del perjuicio que puedan causar a las ciudades, hace que las cosas sean y parezcan beneficiosas. Por la misma razón, el sofista que es capaz de educar a sus alumnos de tal manera merece el nombre de sabio e, igualmente, el sueldo que le otorgan todos aquellos a los que él ha enseñado. Esto es lo que explica que haya unas personas más sabias que otras, sin que por ello pueda decirse que mantengan opiniones falsas. Y en cuanto a ti, quieras o no, deberás considerarte como medida, pues la tesis queda bien a salvo con lo ya dicho. No obstante, si tú deseas rebatirla desde el principio, prepárate a contradecirla punto por punto. Si prefieres que usemos del método de interrogación, así lo haremos; no hay en él posible huida y, en cambio, más que en ninguno, cabe obtener un gran progreso. Convendrá, sin embargo, que te atengas a este principio: no llevar tus interrogaciones con espíritu de injusticia. Porque, realmente, mucha es la sinrazón de que hace gala el hombre preocupado de la virtud, cuando no procura otra cosa que propagar la injusticia en sus discursos. Se es injusto, por ejemplo, en tal sentido, cuando con ocasión de alguna disputa no se practica separadamente el discurso oral y la discusión en diálogo; en un caso, jugando con el contrario y haciéndole vacilar, en la medida de las propias fuerzas; en el otro, esforzándose por hacer rectificar al interlocutor, incluso mostrándole que sus mismos fracasos se deben antes que nada a sus propias culpas y a las derivadas de las compañías anteriores. Si actúas de este modo, los que tienen a gala discutir contigo no tendrán otro recurso que acusarse a sí mismos de su confusión y de su perplejidad; por consiguiente, aunque te sigan y te amen, sentirán odio hacia su propia persona, huirán de sí y se encaminarán hacia la filosofía para llegar a ser otros y, desde luego, distintos a los que anteriormente eran. Si, en cambio, procedes de manera contraria y al uso de la mayoría, lo que conseguirás sin duda son efectos contrarios hasta el punto de que quienes frecuenten tu trato no se harán precisamente filósofos, sino enemigos de toda acción en cuanto lleguen a una cierta edad. Si quieres, pues, seguir mis consejos, habrás de atenerte a lo que antes decía, esto es, demostrarás no un ánimo hostil o combativo, sino especialmente propicio para la comprensión racional y verdadera de lo que aquí decimos: que todo se mueve y que todo lo que así parece a cada uno, lo es realmente tanto para él como para la ciudad. Partiendo de esta base, deberás examinar si la ciencia y la sensaión son una misma cosa o algo diferente; pero no acudirás para ello a palabras o expresiones habituales, que son las que, sacadas a relucir por la mayoría, ocasionan esa gran perturbación que se apodera de unas y otros. Esto es, Teodoro, lo que he podido ofrecer como ayuda a tu compañero, de acuerdo con mis fuerzas; pequeña ayuda en verdad, pero adecuada a mis débiles recursos. Si él viviese es claro que contaría con una magnífica defensa.

TEODORO.-Parece que bromeas, Sócrates; porque, ciertamente, has demostrado un excelente ardor juvenil para defender a este hombre

SÓCRATES.-Muy bien dicho, querido. Pero contéstame a esto: ¿no has observado que al hacer hablar a Protágoras hace un momento, le veíamos acusándonos de dirigir nuestros argumentos hacia un niño y cobrando ventaja de la situación embarazosa en que le colocábamos? ¿Acaso no te has dado cuenta de que él mismo consideraba esa situación como un verdadero juego, celebrando con encomio su medida de todas las cosas y animándonos a que nos interesásemos activamente por su propia cuestión?

TEODORO.-¿Cómo no iba a darme cuenta, Sócrates?

SÓCRATES.-Entonces, ¿te parece bien que le obedezcamos?

TEODORO.-Lo creo muy justo.

SÓCRATES.-Porque ves, indudablemente, que todo aquí son niñerías, excepto tú mismo. Si, pues, hemos de obedecer a este hombre. convendrá que tú y yo hilvanemos nuestras preguntas y respuestas en un examen atento de lo que expone, para que, al menos, no tenga que reprocharnos un simple juego de jovencillos.a la hora de criticar sus razones.

TEODORO.-¿Qué nos queda entonces, Teeteto? ¿No deberemos seguir con atención. el desarrollo de la cuestión, con más interés incluso si fuésemos hombres barbudos?

SÓCRATES.-Nadie mejor que tú para hacerlo, Teodoro. Pero en cuanto a mí, admitirás que debo ayudar por todos los medios a tu compañero muerto, cosa que a ti ya no te incumbe. Ea, pues, querido, sigue con nosotros por un poco de tiempo, cuando menos hasta que lleguemos a aceptarte como medida de las figuras geométricas o hasta que afirmemos la suficiencia de los demás en este dominio de la astronomía y de las demás artes en que tu tienes primacía.

TEODORO.-No es nada fácil, Sócrates, permanecer sentado a tu lado y sin contradecirte. Bien es verdad que yo hablaba a tontas y a locas hace un momento, cuando me ufanaba de que tú me hubieses permitido no desnudarme, sin hacer uso para ello de la acostumbrada violencia lacedemonia. Me parece, en verdad, que tú te acercas demasiado a Escirón. Porque los lacedemonios aún nos conceden el salir o el desnudamos, en tanto tú no ofreces otra alternativa que la de Anteo; esto es, no sueltas por nada del mundo al que cae en tus manos antes de haberle obligado a desnudarse y a hacer frente a tus razonamientos.

SÓCRATES.-Calificas muy bien mi enfermedad, Teodoro. Pero ten en cuenta que yo soy más fuerte que ellos. Podría citarte por miles, los Hércules y los Teseos, seres afortunados y obstinados en la oratoria, que se han cebado reiteradamente conmigo; pero no por ello he renunciado a mis fines. Ciertamente, es un terrible amor el que me empuja hacia esta gimnasia. No seas tú, pues, el que pongas obstáculos a este intento que tanto a ti como a mí, solo beneficios puede reportar.

TEODORO.-Desde luego, yo no te contradiré, con lo cual estás libre de llevarme por donde quieras. Me pliego por completo a mi destino y debo soportar las críticas que tú tramas, Mas, con todo, no me será posible mostrarme dócil a tus p1anes más allá de lo que habíamos convenido.

SÓCRATES.-Y bien, eso mismo ya es suficiente. Aunque yo te pediría otra cosa más: ,que no nos embarquemos inconscientemente en juegos infantiles para no dar lugar a nuevas censuras.

TEODORO.-Procuraré que eso no acontezca, en la, medida de mis fuerzas.

SÓCRATES.-Recojamos, pues, la cuestión desde ,el principio y consideremos si llevamos el asunto recta o equivocadamente. Reprochamos a esa tesis la autarquía que concede a cada individuo en cuanto al disfrute de la sabiduría; y Protágoras hacía suya la opinión de que algunos, precisamente los sabios, tienen cierta ventaja con referencia a lo mejor y a lo peor. ¿No es así?

TEODORO.-En efecto.

SÓCRATES.-Si era, por tanto, él mismo quien confesaba estas cosas y no aparecíamos nosotros como defensores de ellas, ofreciéndole nuestra ayuda, no procedía siquiera el volver a confirmarlas. Pero quizá hubiese ahora algunos que pusiesen el veto a un acuerdo concertado en su nombre; por eso, convendrá que, con mejores pruebas, hagamos luz en esta cuestión, ya que no es de poca importancia el producirse de una u otra manera.

TEODORO.-Estás en lo cierto.

SÓCRATES.-Ea; entonces, no discurramos por caminos equivocados, pues es en su propio razonamiento en el que puede encontrarse el acuerdo con más prontitud.

TEODORO.-Explícate mejor.

SÓCRATES. Yo creo que la tesis de Protágoras es esta: que lo que a cada uno parece, así es realmente tal como se lo parece.

TEODORO.-Sí, eso es lo que dice.

SÓCRATES.-Pero hemos de admitir, Protágoras, que las opiniones expresadas por nosotros son también opiniones del hombre o, aún mejor, de todos los hombres. Y afirmamos que no hay ninguno de ellos que no se crea más sabio que los demás en alguna cosa, así como inferior en otras. Ello ocurre tanto en los grandes peligros como en la guerra, o en la enfermedad, o en las tempestades marinas, caso de que no consideremos como dioses a todos estos que son maestros en tales circunstancias y que aparecen como verdaderos salvadores, con una sola diferencia sobre los demás: su propio saber. Todas las cosas humanas que originan alguna búsqueda tienen plétora de maestros y de jefes que privan sobre sí mismos y sobre todo lo que les rodea y es objeto de actividad; pero tienen también, a su vez, hombres que se creen con suficiencia para enseñar o para mandar. ¿Qué otra cosa podremos decir a este respecto sino que los hombres mismos afirman con ello y para si mismos la existencia de la sabiduría y de la ignorancia?

TEODORO.-Es la única afirmación sensata.

SÓCRATES.-A su juicio, pues, la sabiduría no es otra cosa que pensamiento verdadero, y la ignorancia, opinión falsa, ¿no es así?

TEODORO.-¿Quién lo duda.

SÓCRATES.-Pero ¿adónde, Protágoras, nos conducirá este razonamiento? ¿Diremos acaso que las opiniones de los hombres son siempre verdaderas, o que unas veces son verdaderas y otras son falsas? De una y otra tesis la consecuencia es simple: no puede en modo alguno hablarse de verdad absoluta, sino de una y otra cosa en las opiniones de los hombres. ¿O es que te atreverías a sostener, tanto tú, Teodoro, como cualquier otro discípulo de Protágoras, que no hay nadie que atribuya la ignorancia a su prójimo e incluso la falsedad a su opinión?

TEODORO.-Eso parece increíble, Sócrates.

SÓCRATES.-Pues así concluye, necesariamente, la teoría del hombre como medida universal de las cosas.

TEODORO.-¿Cómo?

SÓCRATES.-Observa bien que cuando tú, siguiendo tu propio juicio, das a conocer delante de mí alguna opinión sobre algo, es que no tendrás duda de su veracidad, de acuerdo con la tesis de Protágoras. Mas ¿no nos corresponderá también a nosotros el ser jueces de esa opinión? ¿Y tendremos que afirmar tal vez que resulta siempre verdadera? ¿O no se cuentan por miles los que en cada ocasión se lanzan contra ti, considerando falso lo que tú juzgas y lo que tú piensas?

TEODORO.-Si, ¡por Zeus!, Sócrates. son muchos miles, según dice Hornero, y muchas son también las dificultades que los hombres me originan.

SÓCRATES.-¿Tendremos que afirmar entonces, y siempre desde luego con tu venia, que tus opiniones resultan solo verdaderas para ti, pero falsas, en cambio, para esa multitud?

TEODORO.-Si procedemos lógicamente, parece que tiene que ser así.

SÓCRATES.-¿Y lo será para el mismo Protágoras? Porque ¿no resulta de absoluta necesidad, si el propio Protágoras no aceptaba la creencia en el hombre medida, al igual que la mayoría, que no exista para nadie esa misma verdad que él describía? Si él sospechaba que la multitud no compartía sus opiniones, has de admitir inevitablemente que el número de los que estaban en desacuerdo superaba a la parte contraria, con lo cual su verdad tenía más visos de no ser que de ser.

TEODORO.-Inevitablemente, como dices, si la existencia de la verdad, o su inexistencia, está en relación con la opinión de cada cual.

SÓCRATES.-Mas he aquí lo que podemos considerar como más sutil en esta cuestión: en cuanto a su opinión, la creencia de la parte contraria la daba como errónea, en tanto Protágoras postulaba la verdad de esa creencia confirmando su juicio de que todos manifiestan la verdad a través de su parecer.

TEODORO.-Desde luego.

SÓCRATES.-¿Y no se muestra claro con ello que reconocía como falsa su opinión, al dar validez a la de los que piensan que es él quien está en el error?

TEODORO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-Pero ¿reconocen acaso los demás que se encuentran en el error?

TEODORO.-No, por cierto.

SÓCRATES.-El, en cambio, habrá de aceptar que su propia opinión es verdadera. Escrito nos lo ha dejado.

TEODORO.-Parece que sí.

SÓCRATES.-Por parte de todos, y en primer lugar de Protágoras, surgirá la discusión en este punto; o mejor, será Protágoras el que dé su aprobación, ya que reconoce como verdadera la opinión del que afirma lo contrario. y entonces sí que podrá decirse que Protágoras mismo está de acuerdo en que ni un perro ni siquiera el primer hombre con quien nos encontremos sea medida de algo. Entiéndase bien, de algo no aprendido. ¿No es así?

TEODORO.-Así es, desde luego

SÓCRATES.-Si, pues, es discutida por todos, la verdad de Protágoras no resulta verdadera para nadie; ni lo es para ningún otro, ni siquiera para él mismo

TEODORO.-Parece, Sócrates, como si tratásemos de acorralar a un amigo mío.

SÓCRATES.-Sin embargo, querido, no se muestra con claridad que le ofrezcamos el camino recto. Cuando menos, es verosímil que por ser él más viejo que nosotros, sea también más sabio. Supón, por ejemplo, que quisiese al punto, y aquí mismo, levantar la cabeza: se dedicaría a refutar muchas de las tonterías que yo he dicho y, con toda probabilidad, afirmadas por ti, para terminar por ocultarse. y escapar de nosotros a toda marcha: Ahora bien: creo que toca a nosotros mismos el saber mostramos tal como somos, diciendo. siempre desde luego lo que nuestra opinión advierte. En esta coyuntura, ¿podemos ahora asegurar que todos están de acuerdo en esta tesis, a saber, que hay individuos más sabios que otros y también más ignorantes?

TEODORO.-Eso es lo que yo estimo.

SÓCRATES.-¿Hay. pues, motivo para establecer 1a tesis sobre algún punto, que no es otro realmente que el suscrito por nosotros cuando defendíamos a Protágoras? En la mayor parte de los casos. las cosas son tal como parecen a cada cual, cálidas, secas. dulces, o de cualquier manera que se las vea. No obstante, si en alguna ocasión se establece diferencia en cuanto a la apreciación de la salud y de la enfermedad, no querrá decirse con ello que parezca estar al alcance de una mujerzuela, o de un tierno infante, o de una bestia, el procurarse los cuidados apropiados con conocimiento de lo que es sano para cada uno, sino muy al contrario, que aquí, al menos, hay diferencia entre unos y otros.

TEODORO.-Eso es, ciertamente, lo que yo creo.

SÓCRATES.-Si pasamos ahora al campo de la política, afirmaremos igua1mente que todas las cosas hermosas y vergonzosas, justas e injustas, piadosas o no, que cada ciudad estima y juzga legítimas para sí, constituyen una verdad para ella. En estas cosas, no podrá aducirse nunca la superioridad de un individuo sobre otro o de una ciudad sobre otra; pero en lo que respecta a la utilidad o no utilidad de tales leyes que cada ciudad se da, aquí sí que brillará el acuerdo para establecer la diferencia entre la adopción de uno u otro consejo, o de una u otra opinión con relación a la verdad. Haría falta mucho atrevimiento para decir que lo que cada ciudad cree útil para sí, lo será realmente y a todo evento. Yo me limito a postular tan solo que cuando se trata de algo justo o injusto, piadoso o no, quieren las ciudades mantener firmemente que nada de esto es por naturaleza ni posee una realidad propia; muy al contrario, la opinión de la comunidad se tiene como verdadera en tanto así lo parezca durante el tiempo que lo parezca. Todos aquellos que no admiten de modo absoluto la tesis de Protágoras llevan su sabiduría por un camino semejante. Mas, para nosotros, Teodoro, una razón se infiere de otra y, naturalmente, de una más pequeña habremos de pasar a otra mayor.

TEODORO.-Entonces, ¿no es llegado todavía el momento del descanso, Sócrates?

SÓCRATES.-Así parece. Y muchas veces, imponderable amigo, se ha presentado a mí con otro motivo el mismo pensamiento que ahora tengo: el de que, verosímilmente, las personas que. han ocupado mucho tiempo de su vida en el quehacer filosófico, semejarán oradores dignos de lástima cuando se presenten ante los tribunales.

TEODORO.-¿Qué es lo que quieres decir?

SÓCRATES.-Cuantos anduvieron rodando desde jóvenes por las losas del foro y otras parecidas, corren el riesgo de ser, en relación con los que fueron educados en la filosofía y estudios de este tipo, cual hombres instruidos para la esclavitud con respecto a los educados para la libertad.

TEODORO.-¿En qué aprecias la diferencia?

SÓCRATES.-Pues mira, como tú decías hace un momento, estos últimos disfrutan siempre del ocio y es en paz y sobre el ocio como edifican sus razones. Verás precisamente que ahora mismo, y por tercera vez, hilvanamos nuestro discurso. Y no otra cosa hacen ellos cuando surge algo más grato que lo que están tratando: prescinden por completo de la amplitud o brevedad del asunto y solo aspiran a conquistar la verdad. En cambio, quienes hablan en todo momento con gentes privadas de ocio recordemos que la corriente de agua nunca se detiene, no encuentran posibi1idad de alargar a su antojo el asunto del discurso, ya que necesariamente surgirá la parte contraria que, desmenuzando el acta de acusación, pondrá un obstáculo infranqueable, representado por lo que !laman el juramento recíproco al comienzo de la causa. Podremos compararlos con esclavos que hacen lo que place a su dueño, y de este diremos que preside el juicio teniendo en sus manos una causa cualquiera. Y sus pleitos nunca tienen otro objetivo que asuntos propiamente personales, hasta el punto de que muchas veces la misma vida constituye la prueba suprema. No es difícil que de todas estas cosas provengan el aguzamiento de sus energías, una vez sabedores de las palabras que halagan a su dueño y de las acciones que le seducen. Sus almas, con ello, se hacen pequeñas y retorcidas. Fue la esclavitud la que, ya de jóvenes, les privó de perfección, de rectitud y de libertad; y esa misma esclavitud les obligó a practicas desleales, arrojando a tan grandes peligros y temores a sus almas todavía tiernas que, al no poder soportar lo justo y lo verdadero, se volvieron de pronto hacia la mentira y hacia la injusticia recíproca, con el consiguiente: encorvamiento y quebrantamiento de sí. De este modo, cuando su adolescencia termina en la virilidad no hay en ellos juicio sano alguno y,. a su entender, poseen una respetable sabiduría. Creo que estos quedan bien calificados. Teodoro. Ahora. tú dirás si quieres que hablemos de los que forman parte de: nuestro coro o si deseas que, prescindiendo de esto, pasemos al asunto que nos ocupaba. En este último caso, no abusaremos en demasía de nuestra libertad y de ese fácil tránsito de una razón a otra.

TEODORO.-De ningún modo, Sócrates. Convendrá, por el contrario, que llevemos a termino lo prometido. Tú, desde luego, hablabas bien cuando afirmabas que nosotros, los componentes de este coro, no somos esclavos de las palabras. Ellas, realmente, son para nosotros mismos como algo propio, y permanecen válidas hasta que nos place arrinconarlas. Y no hay juez ni espectador que, al igual que ocurre con los poetas, quiera hacer aquí de censor y de hombre diestro.

SÓCRATES.-Tendremos que hablar, pues, según parece, y ya que eres de esa opinión, de los llamados corifeos. Porque, ¿a que vendría el referimos a quienes nada ofrecen en la práctica de la filosofía? De aquellos puedo decir que, desde jóvenes, desconocen la ruta hacia la plaza pública, el lugar donde se administra justicia, la sala de consejos y cualquier otra que tenga el carácter de común en la ciudad. Nada saben ni oyen acerca de las leyes, de los decretos, de los debates o de las resoluciones por escrito. Ni siquiera sueñan con las intrigas de las cortesanas para hacerse con los magistrados, ni con la formación de partidos, ni con los festines o banquetes acompañados de tocadoras de flauta. Puedes afirmar que de lo que de bueno o de malo acontece en la ciudad, o de la carga que les han legado sus antepasados, tanto hombres como mujeres, esos jóvenes tienen tanto conocimiento, al decir del proverbio, como del número de toneles que llenaría el mar. Y, si acaso, ni se dan cuenta de su propia ignorancia, porque no se apartan de esas cosas, en gracia a su reputación, sino por el hecho de que es su cuerpo solo el que permanece y se halla presente en la ciudad, ya que su pensamiento por todo aquello que es pequeño y vano, no siente la menor atracción, llevando en cambio su vuelo por todas partes, como dice Píndaro (en la búsqueda de los abismos de la tierra); y tratando de medir su dilatado campo "más allá de los cielos". Se fijan para ello en los astros del firmamento e investigan la naturaleza toda hasta en sus mínimos detalles. sin que esto les permita percatarse de lo que realmente está cerca.

TEODORO.-¿Qué es lo que quieres decir Sócrates?

SÓCRATES.-Ahí tienes, Teodoro, el ejemplo de Tales.:que también observaba los astros y; al mirar al cielo, dio con sus huesos en un pozo. y se dice que una joven tracia, con ironía de buen tono, se burlaba de su preocupación por, conocer las cosas del cielo, cuando ni siquiera se daba cuenta de lo que tenia ante sus pies. Esta burla viene muy bien a todos aquellos que dedican su vida a la filosofía. En realidad, estos hombres desconocen lo próximo y lo vecino, y no solo en el campo de la acción, sino casi en la mera distinción de su humanidad o de su bestialidad. Que es, pues, el hombre y en qué se diferencia su naturaleza de las demás en cuanto a su acción y a su pasividad, esto es, precisamente, lo que inquieren y lo que examinan con atención. ¿Lo comprendes no, Teodoro?

TEODORO.- Yo, al menos, lo comprendo, y, creo que es verdad lo que dices

SÓCRATES.-Así es, por consiguiente este hombre en sus relaciones particulares; en cuanto a sus relaciones públicas, me parece haber hablado ya al principio. Cuando, en el tribunal de justicia o en cualquier otra parte, se ve forzado, contra su voluntad, a tratar cosas que ocurren a sus pies o delante de sus ojos, no solo mueve a risa a las mujeres tracias, sino al resto del pueblo, que le ve caer, en la sima de un pozo por su indecisión e inexperiencia, a lo que su terrible fealdad añade apariencia de necio. Porque, realmente, cuando se ve en la necesidad de responder a una censura con otra, el nada tiene que hacer, ni sabe de ningún mal ajeno, que no ha sido objeto de preocupación por su parte:. Y en esta situación es claro que aparece ridículo a los ojos de los demás. Pero ¿qué decir de los elogios y de las jactancias de que otros se enorgullecen y que a él no le afectan? En verdad, ríe entonces de manera tan manifiesta que podría tomársele por un hombre sin juicio. Si es de un tirano o de un rey de quien se hace alabanza, a él le parece que oye hablar de la felicidad de un pastor, de un porquera, de un vaquero o de un boyero cualquiera, por las amplias referencias que escucha hacia el ordeño. Y así, piensa que los tiranos y los reyes tienen que habérselas con unas bestias más difíciles y más insidiosas, por lo cual les alcanza la misma rusticidad e ineducación que a los pastores, privados como están de todo ocio en ese aprisco montañoso y rodeado de murallas que a ellos toca cuidar. Cuando se le dice que alguien dispone de diez mil fanegas de tierra o aún más, cosa que se considera como una extraordinaria propiedad, apenas si le da a esto la mínima importancia, habituado ya por naturaleza a abarcar la tierra toda con su mirada. y si le ponderan la genealogía de alguno, a quien se le atribuye la herencia de siete abuelos ricos, cree más bien que padece de embotamiento y miopía el que formula estas alabanzas, el cual, justamente por su falta de instrucción, no es capaz de dirigir su mirada al conjunto y de calcular esas innúmeras miríadas que corresponden a sus antepasados, y en las que, ricos y pobres, reyes y esclavos, bárbaros y helenos, pusieron mil y mil veces su planta. E incluso le parece de poca importancia que se cataloguen encomiásticamente hasta veinticinco antepasados, que se hacen remontar hasta Hércules, el hijo de Anfitrión; porque es bien cierto que el antepasado número veinticinco de Anfitrión será el que la suerte haya querido, y no digamos ya el que haga el número cincuenta a partir de este último. En ese momento surge su mofa, convencido de que no podrán hacer ese cálculo, ni menos liberarse de la vanidad e insensatez de su alma. Pero, a despecho de ella, el hombre de que aquí se habla será motivo de risa para la mayoría, unas veces, al parecer, porque eleve demasiado alto su mirada, y otras porque desconozca que ocurre delante de si, y siempre, desde luego. porque la incertidumbre le domine.

TEODORO.-En efecto, Sócrates, todo acontece como tú dices.

SÓCRATES.-Ahora supón, por el contrario, querido amigo, que alguien se deja llevar por ese hombre hasta las alturas y que se aparta del acostumbrado «en que te agravio yo o me agravias tú a mí, para considerar la justicia y la injusticia en sí mismas, que es lo propio de cada una y la diferencia que entre ellas o respecto a todo lo demás puede establecerse. y añade que, olvidando la cuestión de "si el reyes feliz con su riqueza de oro», se lanza a investigar sobre la realeza, o sobre la felicidad y la infelicidad humanas tomadas absolutamente, tratando de inquirir no solo su esencia, sino incluso lo que conviene a la naturaleza humana para alcanzar el primer estado y huir del segundo; es claro que cuando tenga que dar razón de todo esto, el hombre de alma pequeña, aguda y quisquillosa, sufrirá a su vez el mismo castigo que el otro. Se sentirá turbado de verse llevado a tal altura y, falto de costumbre, mirará desde ella hacia abajo con verdadera angustia, sin encontrar ya qué decir o, si acaso, hablando atropelladamente. Entonces no solo merecerá la rechifla de las mujeres tracias o de cualquier otro indocumentado, que no huelen más allá de sus narices, sino también la de todos aquellos cuya educación es muy otra que la de los esclavos. Así procederán uno y otro, Teodoro. Ese, que fue educado en la libertad y que disfruta del ocio, y al que tú, precisamente, das el nombre de filósofo, parecerá un hombre inofensivo y que de nada sirve cuando haya de enfrentarse con menesteres serviles; y no sabrá ni siquiera cómo se prepara una funda de viaje o cómo se adereza un manjar e incluso un discurso lisonjero. El otro, en cambio, se aplicará a todas estas cosas de manera sagaz y penetrante, aunque no sepa llevar debidamente su ropa como los hombres libres, ni usar armónicamente de las palabras para entonar los himnos adecuados a esa vida verdadera, patrimonio de los dioses y de los hombres felices.

TEODORO.-Bien está, Sócrates, y si realmente pudieses convencer a los demás como me convences a mí, ten por seguro que una gran paz y menores males reinarían entre los hombres.

SÓCRATES.-Sin embargo, Teodoro, es imposible acabar con los males. Siempre, necesariamente, habrá algo contrario al bien; algo que, con todo, no sentará sus reales en la morada de los dioses, sino que rondará de modo irremisible la naturaleza mortal y el lugar donde ella habita. Ello nos prueba claramente que hay que elevarse de este mundo hacia lo alto lo antes que se pueda. Esa huida de que hablamos no es otra cosa que una asimilación de la naturaleza divina en cuanto a nosotros nos sea posible; asimilación, sobre todo, si se alcanza la justicia y la santidad con el ejercicio de la inteligencia. Sin embargo, querido amigo, no será fácil persuadir a nadie de que las razones aducidas por la mayoría no sean un camino seguro para huir de la maldad y perseguir la virtud, siempre, claro está, que haya una preocupación por esta última y un olvido de aquel1a, a fin de obtener reputación de hombre bueno y no de hombre majo. Esto es, realmente, lo que a mi me parece habladuría de viejas, pues la verdad quedará manifiesta en lo que voy a decir. Dios no es por ningún concepto y de ninguna manera injusto, sino, por el contrario, el ser más justo que existe; y solo tiene verdadera semejanza con él aquel de entre nosotros que se hace justo en la medida de sus fuerzas. En esto se precisa con todo rigor la habilidad humana, o la carencia total de ella, o incluso la falta de virilidad. El conocimiento de todo ello constituye la sabiduría y la verdadera virtud, en tanto su desconocimiento puede catalogarse de ignorancia y vicio manifiesto. En cuanto a todos esos que parecen dotados de rara habilidad y sabiduría, resultan verdaderamente cargantes en el ejercicio del poder político y hombres de mal gusto si profesan un oficio. A los que son injustos o impíos tanto en sus palabras como en sus actos, más valdría no concederles que deban triunfar por sus artes, pues realmente se enorgullecen con ese reproche y llegan a creer que no son unos meros charlatanes, o una pesada carga de tierra, sino hombres a los que conviene tener a salvo en la ciudad. Habrá, pues, que decirles la verdad, y esta no es otra que la de hacerles ver que cuanto menos creen serlo, son precisamente tanto más lo que ellos no piensan ni por asomo. Desconocen el castigo que corresponde a la injusticia, y ya es esto lo que menos deberían ignorar. Porque no es en realidad lo que a ellos les parece, a saber, males físicos y muertes, que a veces suelen eludir, sino una pena a la que de ningún modo se puede escapar.

TEODORO.-¿A qué pena deseas referirte?

SÓCRATES.- Ten en cuenta, querido amigo, que existen realmente dos ejemplares de seres: uno, divino y bienaventurado; otro, en cambio; despreocupado de Dios y digno de lástima. Ambos no ven las cosas tal como son; es su insensatez y su extrema necedad lo que les oculta su semejanza con el segundo tipo, por sus acciones injustas, y lo que les hace diferentes al primero. Pero ya tienen bastante castigo con su vida, de conformidad con el ejemplar que representan; porque, si no se liberan de su propia habilidad, una vez muertos, no serán recibidos en el lugar puro de todo mal que les corresponde; y ni siquiera aquí, en este mundo, contarán con otra compañía, que su misma semejanza, la de los malos que se unen a ellos. Cual hombres hábiles y experimentados, creerán que todas estas cosas son solamente consejos ilógicos.

TEODORO.-Con toda seguridad, Sócratcs.

SÓCRATES.-Bien lo sé, mi buen amigo. Aunque, de todos modos, hay algo todavía que les alcanza en común. En privado, por ejemplo, desean dar razón de lo que censuran y, pon ende, acogerlo favorablemente: y se manifiestan como verdaderos hombres, que mantienen, con tesón una cosa durante largo tiempo, sin, aparentar debilidad alguna. Pero entonces acontece algo extraño, incomparable amigo: ellos mismos terminan por no satisfacerse con lo que dicen, y esa retórica de la que alardeaban queda convertida al final en vanos juegos de niños. Alejémonos, pues, de todas estas cosas que revisten un carácter accesorio. ya que, de no ser así, su propio y continuo fluir sepultaría nuestra tesis inicial. Si te parece, volvamos a la cuestión que nos ocupaba.

TEODORO.-En cuanto a mi, Sócrates, todo eso a lo que haces referencia no me disgusta oírlo, porque ciertamente puedo seguirlos todavía a la edad que tengo. No obstante,.si no te disgusta, vengamos de nuevo a la cuestión.

SÓCRATES.-En mi opinión, nos encontrábamos en el momento en que se afirmaba por algunos la realidad de un ser cambiante e igualmente, que lo que así parece a alguno, así es verdaderamente tal como se lo parece. y una de las cosas que defienden con más tesón y no menor grado, es la que concierne a la justicia; así, para ellos, lo que una ciudad estima justo decretar no es sin duda alguna para la ciudad que lo decreta y durante todo el tiempo que permanece en vigor. Pero respecto al bien, nadie habrá con suficiente valor para atreverse a sostener que cuanto una ciudad considera ventajoso en el orden legal, lo sea realmente durante el tiempo que lo mantenga, excepto si alguno se contenta con el nombre. Esto seria en cierto modo una burla en relación con lo que decimos. ¿No te parece?

TEODORO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Que no se nos venga, pues, hablando del nombre, porque lo que interesa estudiar ante todo es el objeto designado por él.

TEÓDORO.-Efectivamente.

SÓCRATES.-Pero lo que la ciudad designa así es ciertamente lo que ella pretende al dictar sus leyes. Y a todas estas, desde luego, en lo que de ella dependa y pueda hacer, las estimará como las más útiles para sí misma. ¿O es que iba a tener otra mira cuando legisla?

TEODORO.-De ningún modo.

SÓCRATES.-¿Será cierto, por tanto, que cada ciudad alcanza siempre su fin, o nos encontraremos, por el contrario, con que fracasa enteramente en muchas ocasiones?

TEODORO.-A mi entender, fracasa en muchas ocasiones.

SÓCRATES.-Y yo creo que todos nos pondríamos mejor de acuerdo respecto a estas cuestiones si nuestra pregunta abarcase la forma entera de eso que consideramos ventajoso. Pero esa forma se refiere también al tiempo futuro. Porque, cuando nos proponemos dar leyes pensando en su beneficio para el porvenir. Decimos bien, por ello, al afirmar que se trata de algo «futuro»).

TEODORO.-Sin duda alguna.

SÓCRATES.- Ya sabes, pues, qué es lo que deberíamos inquirir de Protágoras y de todos aquellos que 1e siguen: «El hombre es medida de todas las cosas», según tú dices, Protágoras; será de lo blanco, de lo pesado, de lo ligero, y, sin .excepción, de todo lo que con esto tenga parecido. Porque, en efecto, tiene en sí mismo el criterio de todas estas cosas y, tal como las experimenta, así las da por ciertas y, naturalmente, las estima para sí verdaderas y reales. ¿O no es eso?

TEODORO.-Así es.

SÓCRATES.-¿Y qué diremos de las cosas futuras, Protágoras? ¿Tendrá también el hombre el criterio de ellas y habrán de ocurrir tal cual las piensa él mismo? Tomemos el calor como ejemplo. Para el particular que lo experimenta, contara el cálculo de la fiebre y un grado de calor determinado. Para el médico, en cambio, ]a opinión contraria será concluyente. Pero ¿cuál de estas dos habrá de realizarse en el futuro? ¿Acaso las dos? ¿Y será creib1e que para el médico el enfermo no esté dominado por el calor o por la fiebre, en tanto este en sí mismo sufra las dos cosas?

TEODORO.-Sería algo que movería a risa.

SÓCRATES.-Yo, al menos, creo que en cuanto a la dulzura o dureza futura de un vino, será el agricultor quien opine rectamente y no, por ejemplo, el que toca la cítara.

TEODORO.-¿Cómo podría ocurrir de otro modo?

SÓCRATES.-Y creo también que sobre la armonía o la falta de ella, la opinión del músico será preferible a la del maestro de gimnasia, y tanto, que este la encontrará después perfectamente ajustada.

TEODORO.-No es posible otra cosa.

SÓCRATES.-Es claro, pues, que el futuro convidado a una mesa, no cocinero él, apenas podrá ofrecer un juicio exacto durante la preparación del festín y que tenga más valor que el del mismo que lo prepara. Nada habría que discutir, desde luego, respecto a su sabor en el momento actual, pero, en cuanto al futuro, cada cual será para sí mismo el mejor juez. ¿O es que tú, Protágoras, no ibas a tener de antemano una mejor opinión sobre los discursos de cada uno de nosotros en el tribunal de cua1quiera otra persona indeterminada?

TEODORO.-En esto, Sócrates, seguramente se mostraría muy por encima de los demás.

SÓCRATES.-¡Por Zeus!, mi dulce amigo, nadie vendría a conversar con él y a darle encima dinero, si no supiese convencer a los que le rodean de que en el dominio de las realidades y de las opiniones es precisamente él, y no un adivino o persona cualquiera, el que enjuicia mejor las cosas.

TEODORO.-Muy cierto es eso, Sócrates.

SÓCRATES.-¿Y no se refieren al futuro la acción de dar leyes y su propia utilidad? ¿No es además cosa generalmente admitida que una ciudad pródiga en legislar no alcanzará en muchos casos lo que resulta más útil?

TEODORO.-En efecto.

SÓCRATES.-Aplicaremos, por tanto, esta medida a tu maestro y le diremos que ha de admitir por necesidad esta norma: que hay siempre un hombre más sabio que otro, al que nosotros consideramos como medida. A mí, que soy un ignorante, forzoso es que no me corresponda ser medida de nada. Y a ello sí que no podrán obligarme, voluntariamente o a la fuerza, las razones que se aducían poco ha.

TEODORO.-A mi me parece, Sócrates, que este es el punto más débil de la doctrina. Y esa debilidad se manifiesta de manera más patente si se concede demasiado valor a las opiniones de los demás; las cuales, como ya se ha mostrado, no reconocen punto de verdad a sus argumentaciones.

SÓCRATES.-En muchos casos, Teodoro, no hay duda de que llegaría a desaprobar esa afirmación de que todos están en posesión de la verdad. Si nos fijamos en la impresión actual de cada uno, origen de las sensaciones y de las opiniones que de ellas derivan, más difícil será todavía dar con la verdad. Pero quizá nada digan mis palabras, porque, si el azar lo quiere, las impresiones quedan a salvo de todo poder; y quienes dicen que son evidentes y a la vez que encierran conocimiento, verosímilmente podrían acertar, con lo cual el propio Teeteto no habría ido lejos del blanco al afirmar la identidad de la sensación y de la ciencia. Toquemos, pues, a la cuestión más de cerca, tal como corresponde a la defensa de Protágoras; consideremos este ser cambiante que tenemos ante nosotros para precisar si los sonidos que emite indican salud o enfermedad. La lucha en este terreno no es insignificante ni tampoco cosa de unos cuantos.

TEODORO.-Pues bien: si aquí semeja carecer de importancia, no ocurre lo mismo en las cosas de Jonia, donde se ha convertido en cuestión realmente esencial. Los discípulos de Heráclito, con animo decidido, componen el coro que la defiende.

SÓCRATES.-Con más razón, querido Teodoro, debemos reconsiderarla desde el principio, en los términos mismos en que ellos la ofrecen ..

TEODORO.-Muy cierto es lo que dices

SOCRÁTES.-Porque tratar de estas doctrinas heraclíteas o, como tú dices, homéricas y aún más. antiguas, con estas mismas gentes de Efeso.: que pasan por ser las más experimentadas: sería como hacerla con gentes a las que pica el tábano. Son llevadas a ello de la manera' más natural, según sus propias prescripciones., pues eso de pararse a razones o a discutir la cuestión, esperando tranquilamente la ocasión de contestar o de preguntar, es la cosa que menos les va. La línea de tranquilidad de estos hombres está más bien por debajo de la nada que de lo poco, y así acontece que si les diriges:; alguna pregunta sacan de su aljaba fórmulas enigmáticas y te las lanzan como si fueran flechas. Y ni siquiera te darán tiempo a que busques el sentido de lo que dicen, porque enseguida caerá sobre ti una fórmula con nombre nuevo. Ninguna conclusión obtendrás con estas gentes y ni ellos mismos la obtendrán entre sí, celosos como son de que nada firme ataque su argumentación o se fije en sus almas, pues piensan, creo yo, que esto equivaldría a detenerles. Por eso le hacen la guerra obstinadamente y en cuanto pueden lo arrojan de todas: partes.

SÓCRATES.-Es muy posible, Teodoro, que hayas visto combatir a estos hombres, pero no que hayas hablado con ellos en sus horas de paz, porque, ciertamente, no son compañeros, tuyos. Con todo, a mi juicio enseñan estas cosas en sus momentos de ocio a los discípulos que pretenden formar semejantes a ellos.

TEODORO.-¿A qué discípulos te refieres querido amigo? Pues estimo que aquí no cabe hablar de discipulado, sino de seres que .obran espontáneamente según lo que su propia inspiración les indica. Nada importa, por tanto, a cada uno lo que su prójimo sepa. En ninguna ocasión, como antes te decía, alcanzaras de ellos, voluntariamente o por la fuerza, una razón que te satisfaga y no te quedará otro recurso que aceptarlos como son y considerarlos como un problema

SÓCRATES.-Bien ponderadas son tus palabras. Porque el problema de que tú hablas lo hemos recibido ya de nuestros antepasados, que ocultaron al pueblo en su poesía que la generación de todas las cosas corresponde a esas ondas, Océano y Thetis, y que realmente nada está inmóvil. Los que les siguieron, como hombres más sabios, demostraron todo esto de manera muy clara, a fin de que, al escucharlas, los mismos zapateros pudiesen percatarse de su sabiduría y cesasen así de creer que existen unos seres que están inmóviles y otros que son movidos, ya que la enseñanza que ellos les legaban admitía que todo se mueve. Sin embargo, he echado un poco en olvido, Teodoro, que otros hombres les han dicho todo lo contrario y, por ejemplo, que

inmóvil es el nombre para el todo en su plenitud

y todas esas otras afirmaciones que les oponen Meliso y Parménides, sosteniendo con toda su fuerza que todo lo que existe es uno y que permanece inmóvil en sí mismo, sin que encuentre lugar alguno adónde moverse. ¿De qué método nos serviremos con esta gente, mi buen amigo? Porque, después de haber (avanzado poco a poco y casi de manera inadvertida, hemos venido a caer en medio de las dos partes: y, si nos vemos impedidos de la huida, tendremos que pagar la pena correspondiente, no de otro modo' que lo hacen .en la palestra quienes, jugando al marro, permiten que se les aprisione y se les maltrate por ambas partes. A mí me parece, desde luego, que debemos considerados por separado, y, en primer lugar a todos aquellos a los que hemos atacado desde un principio, esto es, a los partidarios de la movilidad. Si realmente nos parece que dicen verdad, entonces nos uniremos a su coro y trataremos de escapar de los otros. Pero si en cambio creemos que están más en lo verdadero los partidarios de la inmovilidad del todo, nos acercaremos a estos últimos para alistamos contra los que afirman la movilidad de lo inmóvil. Ahora bien: si estimamos que ninguna de las dos partes está en la verdad, nos daremos el gusto de reírnos de nosotros mismos, pensando que nuestra insignificancia tenía todavía algún valor al haber rechazado como ineptos a hombres muy ancianos y muy sabios. Mira. pues, Teodoro, si conviene que afrontemos este riesgo.

TEODORO.-Lo que si no resultaría aceptable, Sócrates, sería negarse a considerar lo que afirman unos y otros.

SÓCRATES.-Hagamos entonces ese examen, ya que tú así lo deseas, y tan vivamente. A mi me parece que lo primero a plantearse respecto al movimiento es exactamente esto ¿qué es lo que quieren decir estas gentes cuando hablan de que todo se mueve? Quisiera precisar la cuestión: ¿se refieren tan solo a una forma de movimiento o, como yo creo, a dos de ellas? No parece, sin embargo, que me corresponda opinar únicamente a mí; tú también debes tener tu parte, para que si acaso seamos los dos los que suframos el castigo. Dime, pues: ¿consideras tú como movimiento el cambio de lugar, tanto como dar vuelta sin cambiar de sitio?

TEODORO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Esta será, por tanto, una de las formas de movimiento. Pero ¿y cuando se envejece en el mismo lugar, o de lo blanco se pasa a lo negro, o de lo blando a lo duro, o el ser se altera de cualquier otro modo? ¿Acaso .no es justo aceptar aquí una nueva forma de movimiento?

TEODORO.-Creo que sí.

SÓCRATES.-Y tiene que ser así por necesidad. Afirmo, pues, que hay al menos dos formas de movimiento: la alteración y la traslación.

TEODORO.-Sigues diciendo verdad.

SÓCRATES.-Una vez hecha esta distinción, emprenderemos el diálogo con los que afirman que todo se mueve, y les preguntaremos: ¿admitís vosotros que todo se mueve con esos dos movimientos, traslación y alteración, o que unas veces se mueve con dos movimientos y otras con uno?

TEODORO.-¡POr Zeus!, yo no sabría qué contestar, pero ellos, a buen seguro, admitirán los dos movimientos a la vez.

SÓCRATES.-Si no es así, querido amigo, lo que a ellos parece que se mueve también les parecerá que está inmóvil, y ya dará lo mismo que digan, «todo se mueve, que «todo está inmóvil.

TEODORO.-No hay mayor verdad que esa.

SÓCRATES.-Así, pues, ya que conviene que todo se mueva y que la inmovilidad no se dé en nada, todas las cosas se moverán con todas las formas de movimiento.

TEODORO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-Examina conmigo las razones que aducen. Si haces memoria, recordarás que del calor, de la blancura y de cualquier otra determinación, hablábamos de una generación en este sentido; esto es, traslación en ese intervalo entre el agente y el paciente, de tal modo que el paciente se convierte en ser que siente y no en sensación y el agente a su vez en algo calificado, pero no en cualidad. posiblemente tenga para ti esta «cualidad» un nombre inaudito y que tú, en su conjunto, no has oído nombrar. Tendré, por tanto, que detallártela. El agente no se convierte desde luego en calor

y blancura, sino en algo cálido y blanco, lo que ocurre también con todo lo demás. Puedes recordar a ese respecto lo que decíamos anteriormente: nada constituye una unidad en si mismo y, consiguientemente, tampoco el agente y el paciente; del movimiento y aproximación de ambos para la producción de sensaciones y percepciones, se origina en un caso el ser que las padece y en otro el que las siente.

TEODORO.-Claro que hago memoria. ¿Cómo iba a olvidarlo?

SÓCRATES.-En cuanto a lo demás, poco puede importamos cómo ellos lo expliquen. Reduzcámonos ahora a lo que veníamos comentando y preguntemos: ¿Decís, en efecto, que todo se mueve y fluye, o no?

TEODORO.-Decimos que si.

SÓCRATES.-¿Y que se mueve con las dos formas de movimiento que distinguíamos: la traslación y la alteración?

TEODORO.-¿Cómo no? Todo habrá de moverse en absoluto.

SÓCRATES.-Si, pues, solo se produjese un movimiento de traslación sin alteración, ¿podríamos decir en qué consiste esa tras1ación?

TEODORO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Mas, puesto que ni siquiera cabe atribuir la permanencia al mismo color blanco, ya que también él cambia, hasta el punto de que de este color se da un paso y un cambio a otro color para que no se le tome nunca en sentido estable, ¿quién se atreverá a denominar un color con la seguridad de hacerlo rectamente?

TEODORO.-¿Qué medio tendría para ello Sócrates? Porque, de cualquier cosa que hablemos, nada puede decirse con fijeza: se nos va de repente en ese su fluir característico.

SÓCRATES.-Entonces, ¿qué debe afirmarse de una sensación. por ejemplo de la visión o de la audición? ¿Diremos que permanecen siempre en este mismo estado?

TEODORO.-No parece conveniente, sobre todo si admitimos que todo se mueve.

SÓCRATES.-Por tanto, igual podrá llamarse a una sensación visión que no-visión, pues no cabrá determinarla de una manera mejor que de otra. Por algo hemos dicho que todo se mueve con todas las clases de movimiento.

TEODORO.-Estás en lo cierto.

SÓCRATES.-Piensa, sin embargo, que hermanábamos la sensación y la ciencia; Teeteto y yo estábamos conformes en esto.

TEODORO.-Así es.

SÓCRATES.-Entonces, claro es, cuando se nos pregunte qué es la ciencia, lo mismo podremos hablar de la ciencia como de la no-ciencia.

TEODORO.-Verosímilmente.

SÓCRATES.-¡Buena precisión hemos logrado para la corrección de la respuesta!. Y, sin embargo, nos hemos esforzado en demostrar que todo se mueve, a fin de conseguir esa corrección que esperábamos. Mas he aquí, según parece, el resultado obtenido: si todo se mueve, toda respuesta que demos sobre cualquier objeto estará revestida de la misma certeza. Y podremos afirmar que es de esta manera o de la otra o, si queremos, que. no alcanza un determinado estado, para no aplicarle la inmovilidad con nuestras palabras.

TEODORO.-Hablas con exactitud.

SÓCRATES.-Salvo en lo que se refiere, Teodoro, a esos «de esta manera» o «no>: que aquí menciono. Porque ni siquiera conviene. decir la palabra «así» con un «así» no se manifiesta el movimiento-, ni no así», que tampoco implica movimiento. ¿Qué otro término. propondremos entonces para los que sostienen ,esta doctrina, si ya no hay palabras adecuadas para su hipótesis? Seguramente, el que mejor les vendría seria un «ni así», como expresión realmente indefinida.

TEODORO.-Creo que es esa justamente la expresión más conveniente.

SÓCRATES.-Con ello, Teodoro, quedamos ya libres de tu amigo. y no podremos concederle en adelante que todo hombre es medida de todas las cosas, a no ser que nos refiramos a un hombre sensato. Tampoco podremos afirmar que la ciencia sea sensación, al menos si nos mantenemos en el dicho de que todo se mueve. Suponemos, claro está, que no terciará Teeteto en la cuestión con otras implicaciones.

TEODORO.-Bien dices, Sócrates; porque, en verdad, una vez concluido esto, justo es que me alcance el relevo según lo convenido. y ahí lo tienes ya con el final de la tesis de Protágoras.

TEETETO.-No del todo, Teodoro, si Sócrates y tú no habéis llevado a término lo prometido recientemente sobre los que afirman la inmovilidad del todo.

TEODORO.-¿Habrá que afirmar que un hombre como tú, Teeteto, enseña a los viejos la injusticia y el desprecio a los acuerdos? Mas prepárate a dar la razón a Sócrates en todo lo que resta.

TEETETO.-Si así lo desea, lo haré. Porque tendré sumo placer en escucharle acerca de estos temas.

TEODORo.-Provocar a Sócrates para que discuta es como llamar a «caballeros en la llanura. Pregúntale y podrás escucharle.

SÓCRATES.-Me parece a mí, Teodoro, que no me dejaré persuadir respecto a las cosas que pide Teeteto.

TEODORO.-¿Y por qué no?

SÓCRATES.-Si se tratase de Meliso y de los que defienden la unidad y la inmovilidad del todo, temería indudab1emente hacer consideraciones molestas; pero tendría menos temor en referirme a la unidad que representa Parménides. A mi parecer, Parménides, como el héroe de Homero, es «venerable» a la vez que «temible. Tuve contacto con este hombre cuando yo todavía era joven y él viejo; y justamente, me pareció que tenía pensamientos muy profundos. Temía, pues, no comprender sus palabras y que su pensamiento nos dejase muy atrás. Mi mayor preocupación gira ahora alrededor de algo vital para nuestra argumentación: el determinar qué es la ciencia en medio de la irrupción turbulenta de razones a las que poco a poco hemos dado paso. Principalmente, es de una magnitud indescriptible ese asunto que ahora despertamos; si, pues, lo consideramos de pasada, obramos de manera indigna, y si, en cambio, lo examinamos con atención, dilatamos grandemente la cuestión hasta dejar oscuro lo referente a la ciencia. Conviene, por consiguiente, que no caigamos en una u otra cosa, sino que, antes bien, tratemos de liberarle con nuestra arte mayéutica de la concepción sobre la ciencia que lleva dentro.

TEODORO.-Si te parece, será preciso que obremos así.

SÓCRATES.-Aún cabría, Teeteto, detenerse en las razones ya examinadas. Contéstame pues: ¿crees que la sensación es ciencia, ¿0 no?

TEETETO.-Sí, lo creo.

SÓCRATES.-Supón que alguien te preguntase; ,¿Por qué medios ve el hombre lo blanco y lo negro, o se da cuenta de los tonos agudos y graves? Imagino lo que contestarías: «Haciendo uso de los ojos y de los oídos.»

TEETETO.-No diría otra cosa .

SÓCRATES.-La facilidad en el empleo de los nombres y de las frases y el no precisar con exactitud lo que se busca, no indican de por sí un nacimiento vil; es más bien lo contrario, lo que atestigua la falta de libertad. Pero algunas veces exige la necesidad, cual ocurre en este caso, que se considere !o incorrecto de una respuesta. Esta reflexión se te impone ahora. Por tanto, habrás de aclararnos cuál de las dos es la contestación más correcta: o la que dice que es con los ojos con lo que vemos, o que son ellos el medio de la visión; o aquella otra que afirma que es con los oídos con lo que oímos, o que son estos el medio de la audición.

TEETETO.-A mí me parece, Sócrates, que esos sentidos constituyen el medio de percepción de las sensaciones.

SÓCRATES.-Sería terrible, hijo mío, que unas cuantas sensaciones viniesen a asentarse en nosotros como en caballos de madera y que no hubiese una sola forma, sea alma o cualquier otra cosa de tu gusto, en la qué todas ellas no tengan un sitio. Serían ellas, ciertamente, los instrumentos de que nos servimos en la percepción.

TEETETO.-Esta explicación me parece más convincente.

SÓCRATES -Pues esto es lo que quiero que examines con atención: si, realmente, disponemos de una fuerza propia que, utilizando los ojos como medio, nos sirva para alcanzar lo blanco y lo negro, o si a otros medios corresponderán otras percepciones. Supón, por tanto, que te formulasen dicha pregunta. ¿Terminarías por referir el cuerpo todo ello? Dime, pues: no atribuyes al cuerpo la respuesta, sin que yo tenga que ayudarte ni mezclarme en ello? Dime, pues, ¿no atribuyes al cuerpo cada uno de los sentidos que te valen para percibir lo cálido, lo seco, lo ligero y lo dulce? ¿O te inclinas acaso a otra cosa?

TEETETO.- Por ninguna otra.

SÓCRATES.-¿Querrás admitir entonces que lo que tú percibes por medio de una facultad es imposible que lo percibas por otra? Más concretamente, ¿darás por bueno que lo que recibes por el oído no puedes recibirlo por la vista, o que lo que te viene por la vista no te viene por el oído?

TEETETO.-¿Cómo iba a oponerme a ello

SÓCRATES.-Así, pues, si piensas algo común que hace referencia a esas dos percepciones, no es factible que lo hayas recibido por uno u otro órgano.

TEETETO.-Claro que no.

SÓCRATES.-Y en cuanto al sonido y al color, ¿puedes creer que ese algo común es recibido por el pensamiento, como lo son las dos percepciones?

TEETETO.-Yo, al menos, así lo creo.

SÓCRATES.-¿Afirmarás la diferencia de uno con respecto a otro, y a su vez la identidad consigo mismo?

TEETETO.-¿Qué va en ello?

SÓCRATES.-¿Admitirás también su dualidad y que, además, cada uno es una unidad?

TEETETO.-Desde Juego.

SÓCRATES.-¿Serías capaz de puntualizar su semejanza o su desemejanza?

TEETETO.-Posiblemente.

SÓCRATES.-Pero ¿por dónde viene todo esto al pensamiento? Lo que tienen de común estas percepciones no puede ser recibido ni por el oído ni por la vista. Y aún cabe en este sentido un nuevo testimonio: si fuese posible considerar para ambas lo que tienen de salinidad o no, creerías poder llegar a esa precisión por la vista o por el oído, o por alguna otra cosa?

TEETETO.-¿Cómo no habría de ser así? ¿No es esa la facultad que tiene por instrumento a la lengua?

SÓCRATES.-Bien contestado. Pero ¿y cuál será el instrumento para esa otra facultad que te manifiesta lo que es común a tales sensaciones y a todo lo demás, por ejemplo a lo que denominas con un «es» o no es» y con todo lo que mencionabas hace poco a este respecto? ¿Qué órgano aplicarás a todas estas cosas, del que podamos servimos para percibirlas. y para darnos cuenta de ellas en nosotros mismos?

TEETETO.-Te refieres, sin duda. al ser y al no-ser, a la semejanza y a la desemejanza, a la identidad y a la alteridad, a la unidad y a cualquier otro número que con ella tenga. relación. Está claro que deseas indicar también el número par, el impar y todas las demás determinaciones que de aquí se siguen. Porque,¿no inquieres acaso por medio de qué órgano del cuerpo obtenemos la percepción de todo, esto para el alma?

SÓCRATES.-Sigues perfectamente mi pensamiento, Teeteto. Es eso y no otra cosa lo que: yo pregunto.

TEETETO.-Pues bien, Sócrates: no tendría respuesta que darte, a no ser que te dijese de primera intención que a mi entender no hay un órgano propio para estos sensibles comunes, como ocurre en el dominio de la sensación. Cuenta con que es el alma, y por si misma, la que me parece observadora en todo de estos sensibles comunes.

SÓCRATES.-Eres un hombre hermoso, Teeteto, y no veo en ti la apariencia vergonzosa de que hablaba Teodoro. Porque creo que el que habla bien es a la vez un hombre hermoso y bueno. Además de ser hermoso, me haces el favor de prodigarme abundantes argumentos en los que se te aparece que el alma misma verifica unas observaciones sin el concurso del cuerpo, y otras valiéndose de las facultades de este. Tal es la conclusión a la que yo he llegado y que bien quisiera fuese también tu opinión.

TEETETO.-Y es, en efecto, la misma para mí.

SÓCRATES.-¿Qué viene a ser para ti el ser?. Porque resulta evidente que acompaña a todas las cosas.

TEETETO,-Yo lo incluyo entre las cosas a que el alma tiende por sí misma .

SÓCRATES.-¿Y están en ese caso lo semejante y lo desemejante, lo mismo y lo otro?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Pues qué, ¿también lo bello, lo feo,.lo bueno y lo malo?

TEETETO.- Todo esto es lo que a mí me parece que considera el alma, al establecer las relaciones mutuas que anteceden y dar pábulo en sí misma al pasado, presente y futuro de los seres.

SÓCRATES.-Veamos. ¿Pondrás en duda que la sequedad de lo seco se percibe por el sentido del tacto y. del mismo modo, la suavidad de lo blando?

TEETETO.-Al contrario, lo admito.

SÓCRATES.-Y respecto a su ser, a lo que en él hay de permanente, a la mutua oposición que pueda darse y al ser mismo de esta oposición, es el alma la que, volviendo sobre su pasos y aventurando una explicación de estas cosas, intenta ofrecernos un juicio exacto .

TEETETO.-No cabe duda.

SÓCRATES.-Por tanto, ya por algo innato y de manera natural, hay de hecho en los hombres y en las bestias un poder de percibir cuantas impresiones se dirigen al alma a través del cuerpo. Ahora bien: las reflexiones sobre todas ellas en lo que tiene relación con el ser y con lo útil, difícilmente se alcanzan por algunos y, desde luego, después de un largo trabajo y aprendizaje.

TEETETO.-Efectivamente.

SÓCRATES.-¿Crees tú capaz de llegar a la verdad al que no acierta a vislumbrar el ser?.

TEETETO.-De ningún modo.

SÓCRATES.-¿Diremos además del que no alcanza la verdad que tampoco posee 1a ciencia?

TEETETO,-¿Y cómo podría poseerla, Sócrates?

SÓCRATES.-Ciertamente, la ciencia no descansa en las impresiones, sino en el razonamiento ejercido sobre ellas. Usando de este razonamiento, según parece, pueden alcanzarse el ser y la verdad, pero resultaría imposible por cualquier otro medio.

TEETETO.-En efecto, así parece.

SOCRÁTES.-¿Te atreverías, pues, a dar el mismo nombre a una y otra cosa, en vista de las diferencias apuntadas?

TEETETO.-No lo estimaría justo.

SÓCRATES.-Veamos entonces qué nombre aplicas al acto de ver, oír, oler, sentir frío y calor.

TEETETO.-Para mí, al menos, son sensaciones. No encuentro otro nombre.

SÓCRATES.-¿Todo esto recibe, por tanto, el nombre de sensación?

TEETETO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-Pero, según decimos, no es de su incumbencia alcanzar la verdad; porque con la sensación tampoco se alcanza el ser.

TEETETO.-Claro que no.

SÓCRATES.-Ni, por consiguiente. la ciencia.

TEETETO.-Indudablemente.

SÓCRATES.-Ya no podrá decirse, Teeteto, que sensación y ciencia sean una misma casa.

TEETETO.-No parece que sea así, Sócrates. Y ahora queda suficientemente probado quE la ciencia es algo diferente a la sensación......

SÓCRATES.-Bien dicho. Sin embargo ese fue el objeto inicial de nuestro diálogo, porque no era nuestra pretensión descubrir lo que no es la ciencia, sino precisamente lo que es. Con todo. hemos dado un buen avance al no tener que buscarla enteramente en la sensación sino en ese acto cualquiera que sea, por medio del cual se aplica el alma por sí misma a la consideración de los seres.

TEETETO.-El acto a que tú te refieres, Sócrates, recibe, a mi entender, el nombre de juicio.

SÓCRATES.-Piensas rectamente, querido amigo. Y ahora considera la cuestión desde el principio y, sobre todo, si borrado lo anterior de la memoria percibes con algo más de claridad en la situación actual a que has llegado. Contéstame una vez más; dime, pues, qué es la ciencia.

TEETETO.-Sería imposible afirmar, Sócrates, que la ciencia es toda clase de opinión. Sabemos, ciertamente, que también hay opiniones falsas. Cabría aventurar que solo la opinión verdadera constituye la ciencia, y he aquí ya mi personal contestación. Mas si en el desarrollo de nuestro razonamiento se modificase esta tesis, intentaremos darle otro giro adecuado.

SÓCRATES.-Así, y con esa buena disposición Teeteto, es preciso responder a mis preguntas. No, por ejemplo, con la vacilación que mostrabas al principio. Si actuamos de tal manera, una de estas dos cosas puede ocurrir: o bien encontramos lo que pretendemos, o no creeremos estar en posesión de un saber que de ningún modo poseemos. Esta última ganancia tampoco sería desdeñable. Vengamos, por tanto, a tu respuesta. Si realmente existen dos formas de opinión, una verdadera y otra falsa, ¿consideras tú, en efecto, que la opinión verdadera es ciencia?

TEETETO.-Desde luego; y eso es, por lo pronto. lo que ahora me parece a mí.

SÓCRATES.-¿Admitirás, sin embargo, que volvamos a tocar un punto en esta cuestión?

TEETETO.-Tú dirás cuál es.

SOCRÁTES.-Una cosa me conturba todavía, que ya me llenó de preocupación en otras ocasiones. Me veo en la gran dificultad de no saber decir respecto de mí mismo y respecto de otro en qué consiste ese estado de alma que nos afecta y de qué modo se produce.

TEETETO.-¿A qué te refieres ?

SÓCRATES.-Me-refiero concretamente a la opinión falsa. A pesar de todas las consideraciones, dudo todavía ahora si nos convendrá darla de lado o examinarla de manera distinta a como lo hemos hecho.

TEETETO.-¿Qué duda hemos de tener, Sócrates, si este examen nos parece necesario? Porque, justamente, cuando hace poco hablabais Teodoro y tú sin acritud alguna acerca

del ocio, manifestabais que en tales circunstancias ninguna necesidad os apremiaba.

SÓCRATES.-Bien está que me recuerdes esto. Pues posiblemente no se encuentra fuera de propósito el que volvamos de nuevo sobre nuestros pasos. Mejor será obtener alguna conclusión, por pequeña que sea, que tratar de muchas cosas y no ver claro en ninguna de ellas.

TEETETO.-¿Qué quieres decir?

SÓCRATEs.-Vayamos, claramente, al meollo de la cuestión. Cada vez que hablamos de opinión falsa y afirmamos que alguno de nosotros enjuicia erróneamente, en tanto otro lo hace rectamente;¿consideramos esta distinción como algo natural?

TEETETO.-Dices verdad.

SÓCRATES.-¿No se repite en este caso la disyuntiva que se nos presenta en todo momento y que no es otra que la del saber o no saber. Dejo ya a un lado por ahora, como cosa intermedia entre ambos estados, el hecho de aprender y olvidar, que no viene a cuento en esta ocasión.

TEETETO.-Verdad es, Sócrates, que se da esa disyuntiva en todo momento y que nada más queda por aclarar.

SÓCRATEs.-Entonces, y por necesidad, todo juicio habrá de versar sobre lo que sabe o no sabe el que lo forma.

TEETETO.-No cabe duda.

SÓCRATES.-Porque es imposible, tanto no saber lo que se sabe como saber lo que no se sabe.

TEETETO.-¿Cómo no va a serlo?

SÓCRATES.-¿No ocurrirá en la opinión falsa que se tomen cosas que se saben, no por lo que realmente son, sino por otras cosas que también se saben, con lo cual conociendo unas y otras lo que se hace es desconocerlas.

TEETETO.-Lo juzgo imposible. Sócrates.

SÓCRATES.-¿Admitirías, pues, que se tomen cosas que se saben por otras que no se saben, o lo que es lo mismo, que si no se conoce a Teeteto y a Sócrates pueda llegar a pensarse que Sócrates es Teeteto, o Teeteto Sócrates?

TEETETo.-De ningún modo

SóCRATES.-Por tanto, lo que se sabe no puede tomarse por lo que no se sabe, ni tampoco lo que no se sabe por lo que se sabe.

TEETETO.-Eso seria algo monstruoso.

SÓCRATES.-¿Cómo, pues, podía formarse la opinión falsa? Sí no es de acuerdo con lo dicho, resulta imposible que se produzca una opinión, ya que, de todas las cosas, sabemos o no sabemos, y en estas circunstancias no parece posible de ningún modo la opinión falsa.

TEETETO.-No veo nada más verdadero.

SÓCRATES.-¿Será entonces que no consideramos debidamente lo que buscamos, esto es, que nos refiramos a la disyuntiva entre saber y no-saber en vez de prestar atención al ser y al no-ser?

TEETETO.-¿Cómo dices?

SÓCRATEs.-Una explicación muy sencilla podría ser esta: la de que, en cualquier cas. La opinión que afirma lo que no es tiene que ser una opinión falsa, sea quien sea el que la forje.

TEETETO.-Eso parece verosímil, Sócrates.

SÓCRATES.-¿Qué es lo que contestaríamos, Teeteto, a quien nos pusiese la objeción siguiente: «¿Y es realmente posible para alguien, hasta el punto de que podamos admitir que haya un hombre que-afirme lo que no es, ya refiriéndose a determinado ser:,ya hablando de modo absoluto?» Nosotros, a mi juicio. tendríamos que contestarle de esta manera: «Sí, naturalmente, si este hombre lo cree así, y lo que él cree no es verdadero. Porque,¿qué otra cosa podríamos decir?

TEETETO.-Tal habría de ser nuestra contestación

SÓCRATES.-¿Se da algún otro caso en que ocurra lo mismo?

TEETETO.-Tú dirás.

SÓCRATEs.-Por ejemplo, cuando se ve algo sin que realmente se vea nada.

TEETETO.-¿Cómo es eso?

SÓCRATES.-Ciertamente, quien ve algo, ve , en verdad, algo que es. ¿O piensas acaso que lo uno puede incluirse entre las cosas que no son?

TEETETO.- Yo, desde luego, no.

SÓCRATES.-Admitido, por tanto, que el que ye algo, ve realmente algo que es.

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATES.-Y el que oye algo, oye también algo que realmente es.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Del mismo modo, el que toca ,una cosa, toca una cosa que es, en tanto se ofrece una.

TEETETO.-Sin duda

SÓCRATES.-Y el que aventura una opinión, ¿no piensa así mismo sobre algo?

TEETETO.-Por necesidad.

SÓCRATES.-El que opina sobre algo, ¿está claro que opinará sobre algo que es?

TEETETO.-Estoy de acuerdo contigo.

SÓCRATES.-El que opina sobre lo que no es, no emite juicio sobre nada.

TEETETO.-Es evidente.

SÓCRATES.-Pero el que no emite juicio sobre nada, cierto que no opina en absoluto.

TEETETO.-Parece manifiesto.

SÓCRATES.-No es posible, por tanto, opinar sobre lo que no es, ya refiriéndose a un determinado ser, ya de manera absoluta.

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Así, pues, una cosa es opinar erróneamente y otra muy distinta opinar sobre lo que no es.

TEETETO.-Sí, parece algo diferente.

SÓCRATES.-No es entonces de la manera que decimos, y ni siquiera en la forma que considerábamos hace un momento, cómo se establece en nosotros la opinión falsa.

TEETETO.-Claro que no.

SÓCRATEs.-¿Crees, pues, que se establecerá de este otro modo lo que ahora estamos nombrando?

TEETETo.-¿De qué modo?

SÓCRATES.-Consideramos en verdad como falsa,.y en tono de desprecio, la opinión del que, confundiendo mentalmente un ser con otro, afirma la realidad del uno en vez de la del otro. Al hacer esto, opina justamente sobre algo, pero su opinión recae indebidamente sobre un determinado ser. He aquí la fuente del error y a lo que, con toda razón, se denomina opinión falsa.

TEETETO.-Me parece que has dicho ahora una gran verdad. Cuando alguien estima, en efecto, que algo es feo, siendo en realidad bello, o que algo es bello, siendo ciertamente feo, entonces comete un verdadero error.

SÓCRATES.-Bien se ve ya, Teeteto, que muestras desdén hacia mí y que no me temes ni un poco.

TEETETO.-Explícate mejor.

SÓCRATES.-Pienso que, en tu opinión, ese verdadero error» de que hablas no quedará sin objeción por mi parte, esto es, sin que yo te pregunte si lo que es rápido puede realizarse lentamente, o lo ligero pesadamente, y del mismo modo, cualquier otro contrario; no, por tanto, siguiendo su propia naturaleza, sino la contraria, que es la opuesta a la propia. Pero dejaré esto a un lado para que no pongas a prueba tu ánimo inútilmente. Ahora bien: ¿te satisface, como dices, que la opinión falsa se considere como un engaño?

TEETETO.-A mí, al menos, claro que me satisface.

SÓCRATES.-Entonces, según tu opinión, resulta posible tomar en el pensamiento una cosa por otra que no existe

TETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Pero el pensamiento que así actúa, ¿no tendrá necesidad de pensar ambas cosas, o bien una u otra?

TEETETO.-Desde luego, tendrá que pensar ambas cosas, bien juntamente, bien una después de otra.

SÓCRATES.-Muy bien dicho. Pero ¿coincidiremos tú y yo en dar al pensar el mismo nombre?

TEETETO.-¿Y a qué llamas tú pensar?.

SÓCRATES.-Para mi, el pensar es una especie de discurso que desarrolla el alma en sí misma acerca de las cosas que examina. Te doy a conocer esta opinión mía como si fueses un hombre ignorante. Así se me aparece el alma en el acto de pensar: esto y no otra cosa es el diálogo o las preguntas y respuestas que el alma se dirige a sí misma, unas veces afirmando y otras negando. Mas cuando ha encontrado una explicación precisa, bien porque haya usado de un razonamiento lento, bien porque haya procedido con toda rapidez, entonces mantiene tajante su afirmación y aleja de sí la incertidumbre alcanzando así eso que nosotros llamamos opinión. Entiéndase, pues, que el acto de opinar es para mí como un discurso, y la opinión, ese mismo discurso que se expresa, no ante otro y de manera oral, sino en silencio y ante sí mismo. ¿Coincides conmigo?

TEETETO.-Digo lo mismo.

SÓCRRATES.-Todo aquel que toma una cosa por otra afirma, pues, para sí mismo, según parece, que una y otra cosa difieren en nada.

TEETETO.-¿Qué quieres decir?

SÓCRATES.-Haz un poco de memoria, Teeteto, y examina si te has preguntado a ti mismo, con toda seguridad, que lo bello es feo, o lo injusto, justo. O considera también, cuestión verdaderamente capital, si has procurado persuadirte a ti mismo de que, casi con toda certeza, lo uno es realmente lo otro. Pues yo pienso que, por el contrario, no has intentado decirte nunca, ni aun en sueños, que, sin discusión alguna, los números impares sean pares o cosas por el estilo de estas.

TEETETO.-No vas descaminado, Sócrates.

SÓCRATES.-¿Podrías creer que algún otro hombre, en su sano juicio o en estado de locura, se atreviese a decirse en serio o siquiera a tratar de persuadirse a sí mismo que, por necesidad, un buey es un caballo o que el dos es uno?

TEETETO.-¡Por Zeus!, que no lo creería.

SÓCRATES.--Por consiguiente, si el dialogar consigo mismo es sinónimo de juzgar, nadie que hable y opine de lo uno y de lo otro teniendo además a su alma en contacto con ambos, podrá decir y juzgar que lo uno es lo otro. Preciso que me concedas lo que acabo de exponer, con lo que quiero afirmar que nadie opina que lo bello es es feo u otras cosas por el estilo.

TEETETO.-Estoy de acuerdo contigo, Sócrates. y a mí me parece que es verdad lo que dices.

SÓCRATES.-Resulta, pues, imposible que al opinar sobre dos cosas se piense que una de ellas es la otra.

TEETETO.-Eso parece.

SÓCRATES.-Por tanto, limitándose solo a opinar sobre una cosa, y absteniéndose de hacerlo respecto de otra, no se producirá nunca esa confusión de que hablamos.

TEETETO.-Estás en lo cierto. Y de ese modo el alma misma vendría obligada a acercarse a aquello de lo que no tiene opinión

SÓCRATES.-No cabe, pues, engañarse, tanto en la opinión que versa sobre lo uno y lo otro, como en lo que se refiere a una sola cosa. De tal manera que si alguien toma la opinión falsa como el juicio que toma una cosa por otra, no diría nada de provecho. Porque ni de este modo, ni según lo dicho anteriormente, se aparece y adquiere cuerpo en nosotros la llamada opinión falsa

TEETETO.-Parece que no.

SÓCRATES.-Sin embargo, Teeteto. en el caso de que esto no sea posible, nos veremos obligados a reconocer muchas cosas absurdas.

TEETETO.-¿Y cuáles son?

SÓCRATES.-No quiero anticipártelas ante de haber finalizado mis observaciones Me avergonzaría realmente de que esta confusión nuestra nos forzase a aceptar lo que antes afirmo. Pero si efectuamos este descubrimiento. y nos liberamos de ella, entonces si que podremos hablar de este mal como sufrido por otros, una vez relevados de caer en el ridículo. Porque me supongo que, si permanecemos en ese estado de apuro y envilecidos de tal modo, ofreceremos la ocasión de que nos ataque la náusea y seremos pisoteados y maltratados a placer. Mas escucha, querido, que aún encuentro una salida en este atolladero.

TEETETo.-Dímela sin más rodeos.

SÓCRATES,-Diré simplemente que no hemos tenido razón en nuestras afirmaciones, ya que es imposible tomar lo que se sabe por lo que no se sabe y ser así víctima del engaño. Si bien de algún modo es ello factible.

TEETETo.-¿Querrás referirte a lo que yo ya sospechaba, cuando explicábamos que podría ocurrir de esta manera, es decir, que, cual acontece en el caso de Sócrates, a quien conozco, vea yo de lejos a un hombre al que no conozco y lo asocie mentalmente con ese Sócrates que me es conocido? En tal circunstancia, las cosas tienen lugar de manera semejante a como tú dices.

SÓCRATES.-No quedaba descartado este ejemplo que hace que, de lo que sabemos, tengamos a la vez un no-saber.

TEETETO.-Muy bien dicho.

SÓCRATES.-Pero no creamos que con esto se resuelve la cuestión. Posiblemente encontraremos una solución que nos convenga, aunque quizá también nos ofrezca otras dificultades. Porque en la situación actual necesitaremos retorcer todos los argumentos para ver lo que dan de sí. Considera, pues, lo que ahora diré: ¿es posib1e que si no sabemos una cosa lleguemos más tarde a aprenderla?

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-¿Y también que este aprendizaje continúe sin descanso?

TEETETO·-¿Por qué no?

SÓCRATES.-Concédeme, para seguir mejor el razonamiento, que exista en nuestras almas una cera apta para recibir impresiones, en unos más abundante y en otros en cantidad menor; .Concédeme que esta cera sea en unos más pura, en otra más impura, y en algunos todavía más dura o mas blanda, o moderadamente participe de estos estados.

TEETETO.-Por mi parte, concedido.

SÓCRATES.-Afirmaremos naturalmente que este es un don de la madre de las Musas, Mnemosyne, ya que para esto, cuanto deseamos recordar de todo lo que hemos visto, escuchado o pensado, viene a modelarse en nosotros, como señal de anillos, que imprimiésemos en nuestro ser, en esa cera que ofrecemos a las sensaciones y a los pensamientos. Lo que se imprima en nosotros, eso sí que podrá ser recordado y conocido mientras persista su imagen; en cambio. lo que se borre o no logre una buena impresión, eso será olvidado y desconocido en adelante.

TEETETO.-Lo damos por bueno.

SÓCRATES.-Todo aquel, pues, que posee un conocimiento de tal naturaleza, al considerar alguno de los objetos que ve o escucha, tendrá que comprobar si puede darse en él, de algún modo, esa opinión falsa de que hablamos.

TEETETO.-¿Qué quieres decir?

SÓCRATES.-Digo si será capaz de hermanar lo que sabe, tanto con lo que de cierto sabe como con lo que no sabe. Todo esto es lo que, en el razonamiento anterior, no nos hemos atrevido a declarar imposible.

TEETETO.-¿Y cómo planteas ahora la cuestión?

SÓCRATES.-Convendrá expresarse de este modo y delimitar los siguientes casos: el del que sabe porque tiene recuerdo de ello en el alma, aunque no posea ya la sensación, caso en el que, tomar una cosa por esa otra de la que se tiene impresión, pero no la sensación, es imposible. O el del que sabe y confunde lo que sabe con lo que no sabe y con lo que no ha dejado en él impronta alguna; o el del que no sabe y se mantiene en esa tesis; o el del que no sabe y crea que sabe. En el campo de la sensación ocurriría lo mismo si se confunde algo de lo que se tiene sensación actua1mente con otra cosa que también se percibe; o si se toma lo que ahora se percibe por algo que no se percibe, o lo que no se percibe por otra cosa que tampoco se percibe, o incluso lo que no se percibe por algo de lo que tenemos sensación. Pero hay algo todavía más imposible: confundir lo que se sabe y de lo que se tiene sensación actual e impronta ajustada a ella, con alguna otra cosa que también se sabe y de la que, igualmente, se tiene sensación e impronta adecuada. Y resulta así mismo imposible de confundir lo que se sabe y de lo que se tiene sensación y un recuerdo fiel, con algo que ya se conoce; o lo que se sabe y se confirma sensitivamente, con algo que no se sabe; o lo que no sabe ni se aprecia por la sensación, con lo que no se sabe ni se percibe; o lo que no se sabe ni se percibe, con lo que no se sabe; o, en fin, lo que no se sabe ni se percibe, con lo que no se percibe. En todos estos casos parece de todo punto imposible formular una opinión falsa. Queda por considerar esos otros casos en los que podría producirse, si realmente hay lugar para que se produzca.

TEETETO.-¿Y cuales son esos casos? Porque así a1canzaría yo un conocimiento mayor que, ciertamente, no he podido todavía obtener.

SÓCRATES.-Me refiero a aquellos casos en los que se forja la confusión entre cosas que se sabe y de las que se tiene sensación; o a aquellos otros en que se confunde lo que se sabe con lo que no se sabe, pero, en cambio, se percibe; o a la situación que se produce cuando se toman unas cosas que se saben y de las que se tiene sensación por otras que también se saben y de las que, igualmente, se tiene sensación.

TEETETO.-Ahora estoy aún más abrumado que hace un momento.

SÓCRATES.-Escucha, pues, de nuevo mis palabras y muestra atención a lo que vaya decir. Sé, desde luego, quien es Teodoro y está claro en mi memoria su recuerdo; otro tanto puedo afirmar de Teeteto. Ahora bien: ¿no es evidente que porque les vea unas veces y otras no, porque les toque unas veces y otras no, o porque les escuche o tenga de ellos alguna otra sensación, o incluso porque no adquiera de ninguno de los dos sensación alguna, mi recuerdo o mi conocimiento de vosotros no habrá de disminuir?

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Pues esto es, precisamente, lo que e yo deseaba aclararte: que resulta imposible, que de cosas que se sabe, no tener sensación actual, y que también resulta posible tenerla.

TEETETO.-Indudablemente.

SÓCRATES.-¿Y no ocurre muchas veces que de cosas que no se sabe no hay siquiera sensación actual, y otras veces solo esta sensación? .

TEETETO.-Así es.

SÓCRATES.-Comprueba, pues, si puedes seguir ahora con más facilidad el razonamiento. Supón que Sócrates conoce a Teodoro y Teeteto, aunque no ve ni a uno ni a otro, ni tiene de ellos sensación alguna actual, ¿va por eso a creer en su intenor que Teeteto es Teodoro? ¿Digo algo o no digo nada?

TEETETO.-Sí, dices la verdad.

SÓCRATES.-Ten en cuenta, ciertamente, que este era el primero de los casos a que yo me, refería.

TEETETO.-Lo era no cabe duda.

SÓCRATEs.-Pues aquí tienes el segundo: si conozco a uno de vosotros, pero no conozco al otro, ni tengo sensación alguna de ambos, es claro que no podré confundir nunca al que. conozco con el que no conozco.

TEEETO.- Naturalmente.

SÓCRATES.-Y a continuación expondré el tercero: si no conozco ni tengo sensación alguna de ninguno de los dos, no podré confundir, en ningún momento, al que me es conocido con aquel otro que me resulta desconocido. Pues bien: piensa que llegan de nuevo a tus oídos los casos precedentes, ya en su conjunto, ya de manera sucesiva; piensa que en ellos no habré, de formular opinión alguna falsa, tanto sobre ti como sobre Teodoro, y ya os conozca o desconozca a ambos, o conozca tan solo a uno y al otro no. Considera, según esto, las sensaciones, si tienes capacidad para seguirme.

TEETETO.- Te seguiré.

SÓCRATES.-Nos queda todavía ese otro caso en el que pueda juzgarse erróneamente conociéndoos a ambos, a ti y a Teodoro. No hay duda de que yo tengo vuestras improntas, como verdaderas señales de los dos, en esa cera de, que hablábamos. Al veros de lejos y de manera insuficiente, hago un esfuerzo por refrendar la señal propia de cada uno a la sensación visual que experimento y procuro ajustar esta última a su primitiva huella, a fin de que de este modo se verifique el reconocimiento. Pero en seguida algo falla aquí y, al igual que, gentes que se calzasen al revés, cambio de sitios las cosas y aplico la sensación visual del uno a la huella que poseo del otro; o se dan en mi esos fenómenos que se producen en los espejos, trasladando a la izquierda lo que está a la derecha y cayendo en el error consiguiente. Es entonces cuando se toma realmente, una cosa por otra y se origina la opinión falsa.

TEETETO.-Así parece, Socrates, y debo decir que describes a las mil maravillas ese estado que afecta a la opinión.

SÓCRATES.-Podría referirme todavía a otro caso en el que, conociendo a ambos, tuviese, además de este conocimiento, la sensación actual del uno, pero no la del otro, originándose por ello un conocimiento del primero que no va de acuerdo con la sensación que experimento. Este es el caso que ya te he expuesto antes pero que tú no has llegado a comprender.

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Esto, ciertamente, es lo que yo venia a decir: que si se conoce a uno y se tiene de él sensación actual, de tal manera que conocimiento y sensación coincidan, nunca podrá confundírsele con algún otro que también se conoce y del que se tiene no solo conocimiento, sino incluso sensación acorde, como en el ejemplo anterior. ¿No te parece?

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Quedaba, pues, por resolver ese caso que mentábamos y en el que, según declamas, la opinión falsa viene originada por el hecho de que se conoce a ambos y se ve también a ambos, o se tiene de uno y de otro sensación distinta, sin que, por otra parte, las huellas correspondientes se hallen acordes con cada sensación. Es como si se actuase con un mal arquero que tirase fuera del blanco y, naturalmente, fallase; porque lo que llamamos error no constituye en realidad otra cosa.

TEETETO.-Al menos, es verósimil.

SÓCRATES.-Porque pongámonos en la coyuntura de que a una de las huellas se ap1ica la sensación actual, pero a la otra no, y añadamos que la huella que carece de sensación se hace adaptar a la sensación actual. No hay duda de que el pensamiento que entonces se forme será totalmente falso. Y queda dicho con ello que en relación con lo que nunca se conoció ni percibió, no es posible, al parecer, que se produzca error u opinión falsa, cuando menos si decimos ahora algo en nuestros cabales. Nuestra opinión se extravía y da vueltas innecesarias, haciéndose falsa y verdadera, en todo aquello que conocemos y percibimos, y, así, se adapta entera y abiertamente la huella con la impresión actual, será sin duda verdadera; pero si lo hace de manera oblicua y torcida surgirá pronto el error.

TEETETO.-¿Y no es hermoso lo que dices, Sócrates?

SÓCRATES.-Pues aún tendrás que escuchar algo más para que vaya en aumento tu admiración. Porque es bella la opinión verdadera, pero es vergonzosa, en cambio, la opinión falsa.

TEETETo.-¿Cómo no?

SÓCRATEs.-Ambas, según dicen, tienen el siguiente origen. Cuando la cera que existe en un alma es profunda, abundante, lisa y en medida adecuada, todo aquello que llega a ella procedente de las sensaciones se fija en este «corazón del alma, denominado así por Homero para mostrar su semejanza con la cera, y produce en ellas señales puras y suficientemente profundas, que alcanzan larga duración. Los que reciben tales huellas tienen, en primer lugar, más facilidad para aprender. y en segundo lugar, más capacidad de retención; por otra parte, no alejan las huellas de las sensaciones, sino que, por el contrario, procuran una opinión verdadera. Por la claridad y amplitud que ofrecen estas huellas, las refieren inmediatamente a las impresiones que les son propias y que reciben el nombre de seres; y no es extraño, pues, que también ellos reciban el nombre de sabios. ¿O no es ese tu parecer?

TEETETO.-Me parece que lo has expresado maravillosamente.

SÓCRATES.-Algunos, sin embargo, poseerán un corazón velludo, como cantó nuestro gran poeta, y otros un corazón lleno de suciedad y de cera impura, o acaso demasiado húmedo o demasiado seco. Los que tengan el corazón húmedo, dispondrán de facilidad para aprender aunque también olviden fácilmente; los que alimenten un corazón seco, reunirán cualidades inversas. En aquellos de corazón velludo y áspero, semejante a una piedra, debido a 1a mezcla de tierra y de suciedad que les llena, las huellas adolecen de falta de claridad, circunstancia que también alcanza a los corazones secos, carentes de profundidad. Lo mismo diremos de los corazones húmedos, pues en estos las huellas se confunden y se hacen oscuras rápidamente. Si, por otra parte, se precipitan unas sobre, otras a causa de la falta de espacio, sea, por ejemplo, porque esta pequeña alma resulte efectivamente reducida, aún esas huellas serán menos claras que cualesquiera otras. He aquí, por tanto, un esquema de los hombres que pueden juzgar erróneamente. Cuando ven, o escuchan, o piensan algo, no son capaces de atribuirle en seguida la señal que corresponde, y al contrario, se muestran lentos, verifican falsas aseveraciones y ven, escuchan y consideran mal la mayoría de las cosas. De estos hombres se dice con razón que forjan ideas falsas acerca de los seres y que son ignorantes.

TEETETO.-Hablas con una precisión increíble, Sócrates.

SÓCRATES.-¿Diremos, pues, que se producen en nosotros opiniones falsas?

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-¿Y que también se producen opiniones verdaderas?

TEETETO.-No hay motivo para dudarlo.

SÓCRATES.-¿Admitimos ya como cosa suficientemente probada y verídica la existencia de esas dos clases de opiniones?

TEETETO.-Sí, como cosa maravillosamente cierta.

SÓCRATES.-Terrible, Teeteto, y verdaderamente terrible y antipático un hombre que se comporta como un charlatán.

TEETETO.-¿Y qué quieres decir con eso? ¿A qué te refieres en realidad?

SÓCRATES.-Puedes creer que siento aversión hacia esta torpeza y charlatanería que se ha apoderado de mí. Porque ¿qué otro nombre convendría a quien vapulea de tal modo los argumentos y no puede verse libre de su característica lentitud? ¿No está claro que permanece inseparab1e de sus propias razones?

TEETETO.-Bien, ¿y qué motivo te impulsa a ti a ese enojo?

SÓCRATES.-No es solo disgusto lo que siento, sino también temor de que tenga que contestar a preguntas como esta: «¿No has dado ya, Sócrates, con la opinión falsa, que no se encuentra en las relaciones que mantienen entre si las sensaciones, ni tampoco en los pensamientos, sino más bien en la conjunción de sensación y pensamiento?. Sí, debería responder, jactándome de haber hecho, con tu ayuda, un descubrimiento hermoso.

TEETETO.-A mí me parece, Sócrates, que no es nada despreciable lo que ahora se ha demostrado.

SÓCRATES.-«¿Dices, pues –añadirán-, que ese hombre al que solo consideramos reflexivamente, pero sin verlo, no podrá ser confundido nunca con un caballo al que tampoco vemos y tocamos, pero sí concebimos mentalmente sin, hacer uso de 1a sensación?» Pienso, naturalmente, que también habría de mostrarme conforme con esto.

TEETETO.- Y harías lo que debes.

SÓCRATEs.-Pero vendría a renglón seguido esta nueva pregunta: «¿Podrá, según esto,: confundirse el número once que solo es objeto de pensamiento, con otro número como ,el doce que tiene solo existencia mental? Ea, contesta como es debido

TEETETO.-Yo contestaré por ti y diré: si se consideran por la vista o por el tacto; cualquiera puede confundir once con doce; sin embargo, si once y doce revisten únicamente existencia mental, no se producirá nunca una confusión de tal naturaleza.

SÓCRATES.-Pues qué, ¿piensas que ocurriría lo mismo con el cinco y con el siete?, Y no me refiero a la consideración de cinco y de siete hombres u otra cosa parecida. Hablo del cinco y del siete, que en, calidad de recuerdos, se hallan fijos en esa cera que recibe las impresiones y que, de ninguna manera, podrían producir opiniones falsas. ¿Creerías acaso que si alguien considerase esta cuestión y, se formulase a sí mismo preguntas sobre la cantidad del siete y del cinco se atrevería a decir en un caso que suman once, y desde otro punto de vista que suman doce, o bien afirmaría y pensaría, todo el mundo que siete y cinco son doce?

TEETETO.-No, ¡por Zeus!, pues hay muchos dicen que son once. El error será mayor, desde luego, cuanto más grande sea el número a considerar. Porque pienso, claro es, que deseas referirte a toda clase de números.

SÓCRATES.-Y piensas rectamente. Medita entonces si no se producirá aquí una confusión; esto es, si no se tomará por once el doce impreso en la cera.

TEETETO.-Así parece, al menos

SÓCRATES.-¿Y no volvemos, de este modo, sobre nuestros primeros pasos? porque el que esto experimenta confunde lo que sabe con otra cosa que sabe, lo cual, según dijimos, resulta imposible. Por esta razón nos veíamos forzados a desaprobar la opinión falsa, a fin de no vincular en una misma persona y sobre un mismo objeto saber y no-saber.

TEETETO.-Muy bien dicho.

SÓCRATES.-Lo que .convendrá descubrir en la opinión falsa es algo más que una diferencia. entre el pensamiento y la sensación. Si las cosas ocurriesen así, nunca podríamos errar

en nuestros pensamientos. Ahora bien disyuntiva es clara: o no se da en modo alguno la opinión falsa, o es posib1e no saber lo que se sabe. ¿Cuál de estas dos afirmaciones escoges?

TEETETO.-Dificil me parece la elección.

SÓCRATES.-Y, sin embargo, la lógica no permite que subsistan ambas. No obstante, y puesto que todo hay que intentarlo-, ¿que ocurriría si obrásemos desvergonzadamente?

TEETETO.-¿Cómo?

SÓCRATES.-Aviniéndonos a decir qué cosa en realidad es el saber.

TEETETO.-¿Y qué hay en esto de vergonzoso?

SÓCRATES.-Parece que no te has dado cuenta de que toda nuestra investigación, ya desde el principio, ha versado sobre la ciencia, pero como si no supiésemos lo que verdaderamente es.

TEETETO.-Sí, me doy perfecta cuenta.

SÓCRATES.-¿No te parece, pues, que sobrepasa las fronteras del pudor el hecho de que, sin saber nada de la ciencia, tratemos de demostrar precisamente qué cosa es el saber? Realmente, Teeteto, hace ya tiempo que abundamos en una dialéctica inadecuada. Innumerables veces habremos dicho que «conocemos» y no conocemos», «que sabemos y «no sabemos, no de otro modo que si nos comprendiésemos el uno al otro cuando todavía desconocemos lo que es la ciencia. Si tú lo quieres así, aún en el momento presente habremos hecho uso del "ignorar" y del «comprender, como adecuado a unos hombres que poseen la ciencia.

TEETETO.-¿Y cómo podrías dialogar, Sócrates, si prescindieses de todo esto?

SÓCRATES.-De ninguna manera, tal como soy, pero de muchas, en verdad, si fuese un sofista. Supón que un hombre de esta condición se encontrase ahora presente; diría que prescindía de todas esas cosas y, además, me reprendería vivamente por lo que yo afirmo. Pues bien: ya que no somos más que unos pobres hombres, ¿quieres que aventure una opinión sobre lo que es el saber? A mi me parece que algo provechoso conseguiríamos.

TEETETO.-Puedes correr ese riesgo, ¡por Zeus! Porque si no logras dejar a un lado esos términos, tendrás desde luego mil perdones.

SÓCRATES.-¿Has prestado atención ahora a la definición del saber?

TEETETO.-Posiblemcnte, pero en este momento no podría recordada.

SÓCRATES.-Dicen que es lo mismo que detentar la ciencia.

TEETETO.- Y no se equivocan.

SÓCRATES.-Procedamos nosotros a un pequeño cambio y digamos que es la posesión de la ciencia.

TEETETO.-¿Cuál será, a tu juicio, la diferencia entre una y otra definición?

SÓCRATES.-Quizá no exista diferencia alguna. Pero antes de realizar su examen creo que deberás enterarte de mi pensamiento.

TEETETO.- Y así lo haré, si soy capaz de ello.

SÓCRATES -Por mi parte, entiendo que poseer no es lo mismo que tener. De quien haya adquirido un vestido y, aun siendo dueño de él, no lo l1eve encima, no diremos en realidad que lo tiene, sino que lo posee.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Considera, pues, si habrá posibilidad de poseer la ciencia sin tenerla. Ocurriría como en el caso de los pájaros agrestes, palomas, u otros por el estilo, a los que, después de haberles dado caza, se les construyese en casa un palomar donde pudiesen recibir el alimento. Cabria afirmar entonces que de algún modo tenemos siempre, porque al fin y al cabo les poseemos. ¿O no es así?

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Pero podríamos decir también en otro sentido que no tenemos a ninguno. Dispondríamos si acaso de cada uno de ellos en cuanto les retuviésemos en las manos dentro de un recinto propio: nada nos impediría tomar1es y tenerles a discreción, haciéndonos con ellos cuando quisiésemos y soltándoles más tarde, operación que se repetiría tantas veces como lo deseásemos.

TEETETO.-Así es.

SÓCRATES.-De nuevo, y al igual que en esa cera modelada anteriormente por nosotros en las almas, aunque de una manera incierta, preparamos ahora un palomar que contenga pájaros de todas clases: unos, en grupos perfectamente diferenciados: otros, en pequeños grupos, y aun una tercera clase de pájaros aislados, que vuelen a su antojo a través de todos los demás.

TEETETO.-Demos la cosa por hecha. Pero ¿qué sucederá entonces?

SÓCRATES.- Tratándose de niños, preciso será decir que este receptáculo se encuentra vacío y que, en lugar de pájaros habrá que alojar ciencias. La ciencia que, una vez adquirida, es encerrada en este recinto, parece que uno mismo la ha aprendido o, al menos, que ha descubierto el objeto del que ella es ciencia. En esto precisamente consiste el saber.

TEETETO -No lo dudo.

SÓCRATES.-Ahora habría que considerar a cual de estas ciencias agradaría la caza, esa acción de tomar y detentar, y de soltar la presa de nuevo. Mira, pues, qué nombres convendrá. dar a todo esto, y si hemos de repetir los que adoptábamos en el momento de la adquisición o, por el contrario, hemos de usar de otros. Desde aquí, la comprensión de lo que digo te resultará mucho más fácil. Por ello desearía preguntarte: ¿crees realmente que la aritmética es un arte?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Concíbela entonces como una caza de las demás ciencias en todo el dominio de lo par y de lo impar.

TEETETO.-Así la concibo.

SÓCRATES.-Pienso además que para este arte habrá que tener a mano las ciencias de los números y hallarse en condiciones de poderlas transmitir.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Bien; pues ten por sabido que para nosotros transmitir es lo mismo que enseñar, tomar es lo mismo que aprender y tener como posesión en el palomar de que hablamos es cosa idéntica a saber.

TEETETO.-Lo doy por sabido.

SÓCRATES.-Entonces convendrá que prestes atención a lo que voy decir. ¿Podrá acontecer que un perfecto matemático no conozca todos los números? Porque no hay duda que existe en su alma ciencia de todos los números.

TEETETO.-Explícate mejor

SÓCRATES.-Ese hombre al que me refiero puede contar para sí dichos números o numerar todos los objetos de fuera que tengan cantidad definida.

TEETETo.-¿Cómo no?

SÓCRATES.-Ahora bien: contar no es otra cosa que considerar cuál es el número realmente existente.

TEETETO.-Claro que sí.

SÓCRATES.-Por consiguiente, lo que ese hombre sabe parece que no deberá tenerse en cuenta, y eso que admitíamos su conocimiento de todos los números. Entenderás fácilmente todas estas dificultades.

TEETETO.-No lo dudes.

SÓCRATES.-Representémonos, pues, de nuevo la posesión y la caza de las palomas y digamos que se produce ahí una dóble caza: la una, anterior a la posesión y movida por ella; la otra, por el poseedor que desea tomar y tener en las manos lo que posee ya hace tiempo. De igual modo, ¿no podrá decirse de las ciencias poseídas y aprendidas hace tiempo que es necesario aprenderlas otra vez al objeto de recobrarlas una a una, y así mismo detentar lo que ya era poseído, aunque no estuviése al alcance del pensamiento?

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Esto era lo que yo cuestionaba poco ha: ¿de qué nombres habremos de usar cuando debamos referimos al aritmético que se dedica a contar los números o al gramático que procura la lectura pública? ¿Tendremos que afirmar que en tales circunstancias estos hombres se ponen en condiciones de aprender por si mismos lo que ya saben?.

TEETETO.-Parecería extraño, Sócrates.

SÓCRATES.-¿Diremos entonces que uno y otro desconocen lo que han de leer y contar a pesar de haberles concedido el saber de todas las letras y de todos los números?

TEETETO.-Eso carecería de lógica

SÓCRATEs.-¿Darás por bueno acaso el que a nosotros nos tiene sin cuidado todo lo referente a los hombres supuesto que venga alguno que maltrate el saber y el aprender? Porque realmente, hemos precisado que una cosa es poseer la ciencia y otra detentarla, y que es imposible no ser dueño de lo que se posee. De tal modo es así, que no puede ocurrir nunca que no se sepa lo que se sabe, aunque acerca de ello, quepa formular una opinión falsa. Lo que sí parece indudable es que en vez de una ciencia podrá poseerse otra, cuando en el despliegue de la caza se alcance equivocadamente una ciencia en vez de otra. Es el caso que aducíamos del once que semejaba doce, por haber tomado en esa caza la ciencia del once en lugar de la ciencia del doce, no de otra manera que si cazásemos una paloma torcaz en lugar de una paloma.

TEETETO.- Tienes razón.

SÓCRATES.-En cambio, cuando se consigue lo que se deseaba obtener, entonces no cabe ya el equívoco y se forja la opinión sobre cosas reales. ¿No ha de admitirse, pues, que se dan la opinión verdadera y la opinión fa1sa, y que todo lo que antes nos enojaba, nada queda que nos ofrezca resistencia? Posiblemente, estarás de acuerdo conmigo, porque, si no es así, ¿qué es lo que puedes objetar?

TEETETO.-Apruebo todo lo que dices.

SÓCRATES.-Nos hemos liberado ya de ese no saber lo que se sabe. Porque de ningún modo l1egamos a afirmar que no se posee lo que se posee, sea esto falso o no lo sea. Pero más temería que se nos presentase de improviso una consecuencia que ya preveo.

TEETETO.-¿Y cuál es?

SÓCRATES.-Supón que de un trueque de ciencias pudiese originarse la opinión falsa.

TEETETO.-¿Cómo?

SÓCRATES.-Admite por un momento que de un objeto del que se tiene ciencia hay también desconocimiento, pero no por el hecho de que se le ignore, sino en virtud de la ciencia que de él se posee; admite además que en el acto del juicio confundes un objeto con otro. ¿Cómo no ha de ser absurdo que poseyendo un alma la ciencia nada conozca en realidad y, si lo ignore todo? Si nos mantenemos en esta tesis, nada impide que la ignorancia haga conocer que la ceguera haga ver, ya que la misma ciencia no tiene otro objeto que el de producir la ignorancia.

TEETETO.-Quizá lo que haya ocurrido, Sócrates, es que con nuestros pájaros hemos representado tan solo ciencias, cuando hubiera convenido contar con otras tantas no-ciencias que, reunidas con aquellas, volasen juntas a través del alma. Si así fuese, el cazador podría dar alcance tanto a una ciencia como a una no-ciencia de un mismo objeto, y como es natural, estaría en condiciones de opinar verdaderamente en el primer caso y falsamente en el segundo.

SÓCRATES.-No sería fácil, Teeteto, regatearte la alabanza. Sin embargo, deberás considerar de nuevo lo que ahora has dicho., Demos por hecho que todo ocurriese de ese modo, es claro que quien alcanzase la no-ciencia, como tu dices, emitiría juicios falsos. ¿No es eso?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Por supuesto que no creería que juzga falsamente.

TEETETO.-¿Y cómo iba a creerlo?

SÓCRATEs.-Estimaría, por el contrario, que juzga verdaderamente y mostraría en este caso la misma disposición del que sabe acerca de cosas que ciertamente no sabe.

TEETETO.-¿Qué es lo que dices?

SÓCRATEs.-Pensaría, no hay duda, que la caza obtenida es ciencia y no lo que en realidad

es, no-ciencia.

TEETETO.- Efectivamente.

SÓCRATES.-Henos aquí, pues, luego de un largo recorrido, con la misma dificultad con que al principio tropezábamos. Nuestro contradictor tendrá motivo para reír y seguramente dirá:«¿Es acaso posible, queridos amigos que conociendo una y otra, ciencia y no-ciencia, tomar cualquiera de ellas, que ciertamente se sabe, por otra que no se sabe? ¿O puede admitirse que no sabiendo ni una ni otra se tome la ciencia o no-ciencia que no se sabe por otra que tampoco se sabe? ¿O si se sabe una de ellas y la otra no, tomar la que se sabe por la que no se sabe? ¿O confundir tal vez la que no se sabe con la que se sabe? ¿O me argüiréis por vuestra parte que hay otras ciencias de las ciencias y de las no-ciencias, cuyo posesor las tiene encerradas en unos rísibles palomares o en unas figuras de cera, de modo que, mientras las posee, disfruta del conocimiento de el1as, aunque no estén a su alcance en el alma? ¿Y permitiréis que os obliguen a dar vueltas. Y más vueltas en torno de lo mismo, sin obtener resultado alguno?») ¿Qué contestaremos a esto, Teeteto?

TEETETO.-¡Por Zeus!, Sócrates, yo al menos no .encuentro contestación adecuada .

SÓCRATES.-¿Y no será, hijo mío, que la razón nos reprende y nos demuestra que buscamos indebidamente la opinión falsa antes de procuramos la ciencia y sin tenerla en cuenta para nada? Porque resulta imposible conocer bien aquella sin un conocimiento preciso de lo que realmente es la ciencia.

TEETETo.-En esta ocasión, Sócrates, nos será necesario pensar como tú dices.

SÓCRATEs.-¿Cuál deberá ser entonces nuestra opinión acerca de la ciencia, tomando las cosas otra vez desde el principio? Porque no creo que vayamos a prescindir de la cuestión.

TEETETO.-De ninguna manera, siempre que tú no renuncies a ella.

SÓCRATES.-Dinos, pues, cómo podremos definirla mejor sin que la contradicción nos afecte para nada.

TEETETO.-Creo realmente, Sócrates, que antes nos encontrábamos en el buen camino y que no debemos acudir a otro.

SÓCRATES.-¿A cuál te refieres?

TEETETO.-Quiero decir que la opinión verdadera es la ciencia. Y consideraremos infalible el juicio verdadero, y hermoso y bueno todo lo que el engendra.

SÓCRATES.-El que nos mostraba el camino hacia el río, Teeteto, solía decir: «Bien podremos verlo cuando lleguemos a él. Si, pues, proseguimos nuestra investigación y no detenemos la marcha, quizá venga a nuestro encuentro y se haga manifiesto lo que ahora buscamos. Pero nada conseguiríamos si no damos un paso adelante.

TEETETO.-Estás en lo cierto. Caminemos y sigamos con nuestras observaciones.

SÓCRATES.-Con todo, detengámonos un momento, porque todo un arte podrá mostrarte que la ciencia no eso.

TEETETO.-¿Cómo? ¿Y de qué arte se trata?

SÓCRATES.-Es, ni mas ni menos, el arte de los grandes maestros; esto es, de los llamados oradores y abogados forenses.La técnica de la persuasión que les es propia no la obtienen desde luego por la enseñanza, sino produciendo las opiniones que ellos desean. ¿O piensas que existen maestros con tanta destreza que, sin haber testificado un robo de dinero o cualquier otra violencia, puedan en un abrir y cerrar de ojos aprender suficientemente la verdad de los hechos.

TEETETO.-No lo creo de ningún modo aunque quizá pueda convencérseles de ello.

SÓCRATES.-¿Y ese convencimiento al que tú te refieres no consistirá en llevar a su ánimo determinada opinión?

TEETETO.-¿Qué es lo que dices?

SÓCRATES.-¿No es verdad que cuando los jueces se convencen plenamente acerca de determinados hechos por el testimonio de un solo testigo, prescindiendo ya de todos los demás, juzgan únicamente de oído y adoptan esa opinión como verdadera, sin consideración a la ciencia que encierre su juicio, pero estimando recto su convencimiento, ya que pronunciaron una sentencia justa?

TEETETO.-Completamente.

SÓCRATES.-Pues no es así, querido amigo; porque si, en los tribunales la opinión verdadera coincidiese con la ciencia, nunca el juez más eminente dictaría un recto juicio sin ciencia y ahora parece realmente que una y otra son algo distinto.

TEETETO.-Recuerdo en este momento, Sócrates, algo que yo había oído decir y que mi memoria había olvidado. Se decía, en efecto, que la opinión verdadera acompañada de razón, constituye la ciencia, y que, así mismo, privada de razón, cae fuera de ella. y la cuestión se precisaba todavía más: se afirmaba que de todo aquello de lo que no hay razón no hay aprendizaje posible, cosa que sí puede ocurrir cuando la razón actúa.

SÓCRATES.-Tus palabras son hermosas. Pero convendría precisar cómo se establecían entonces esos objetos de ciencia y de no-ciencia por si tú y yo hemos escuchado el razonamiento de la manera que tú dices.

TEETETO.-No sé si podría dar con el camino. Ahora bien:, sí otro lo intentase. creo que llegaría a seguirle.

SÓCRATES.-Permíteme, pues, que sustituya un sueño por otro. Me parece haber oído a algunos que de lo que llamamos primeros elementos, y de los cuales cuales nosotros y todo lo que existe estamos compuestos, no puede ofrecerse razón alguna. Solo cabría nombrar a cada uno uno en sí y por sí mismo, sin posibilidad de decir nada más. No podría afirmarse que es o que no es, pues esto sería ya postular su ser o su no-ser; ni resultada licito añadirle nada, si solo y únicamente hablamos de él. Puesto que ni lo «mismo», ni «aquello», ni cada uno», ni «solo», ni «esto», puede atribuírsele con propiedad, ni otras denominaciones por el estilo. Todo lo que acaba de nombrarse ronda y se aplica a cuantas cosas existen y no deja de ser diferente a aquellos seres a los que se añade. Si fuese posible expresado en sí mismo y tuviese además su razón de ser, no cabe duda de que podría recibir su denominación sin que entrasen en cuenta todas las restantes determinaciones. Pero ahora es imposible que cualquiera de estos elementos tenga a su favor una razón, dado que solo hay un nombre que les alcanza. Si pasamos de ellos a sus compuestos veremos claramente que del mismo modo que se enlazan reúnen también sus nombres para dar una razón, la cual no es otra que el propio abrazo de los nombres. Podría ocurrir que los elementos fuesen irracionales e incognoscibles, pero aprehensibles por los sentidos; de lo que sí no cabe duda es de que sus sílabas serían cognoscibles, expresables y aptas para el juicio de una opinión verdadera. Por tanto, cuando alguien se forja una opinión verdadera de algo, aun sin llegar a intuir su razón, su alma vislumbra ya la verdad sobre esto pero no todavía su conocimiento. La persona que no puede dar ni recibir la razón de un objeto carece de ciencia de él, y aquella que en cambio le añade una razón posee todas las perfecciones y tiene además una ciencia cabal del objeto. ¿Es eso, o es, por el contrario, otra cosa lo que tú has visto en sueños?

TEETETo.-Es precisamente eso.

SÓCRATES.-¿Te satisface, pues, y le das su aprobación? Si así ocurre, la opinión verdadera acompañada de razón es ciencia.

TEETETO.-Ciertamente.

SÓCRATES.-¿Será entonces, Teeteto, que hemos descubierto en este momento lo que tanto sabios buscaron sin éxito ya desde antiguo, hasta envejecer en la empresa?

TEETETo.-A mi me parece, Sócrates, que está muy bien lo que ahora se ha dicho.

SÓCRATES.-Y verosímilmente, así será en realidad. Porque ¿quién podría poseer la ciencia si carece de razón y de opinión verdadera? Sin embargo, hay algo en todo lo dicho que no resulta de mi agrado.

TEETETO.-¿Y qué es?

SÓCRATES.-Lo que justamente pasaba por más ingenioso, a saber: que los elementos son algo incognoscible y que no lo es, en cambio, al género de las sílabas.

TEETETO.-¿No se dice con ello la verdad?

SÓCRATES.-Esto es lo que habrá que saber, a cuyo fin disponemos como garantía de los modelos mismos que hemos usado.

TEETETO.-¿Cuáles son esos modelos?

SÓCRATES.-Los elementos de las letras y las sílabas. ¿Piensas acaso que teníamos otra cosa ante la vista cuando afirmábamos lo anterior?

TEETETO.-No, de ningún modo.

SÓCRATES.-Pero habrá que comprobarlo y pasara ello nada mejor que considerar la cuestión de nuevo o tal vez a nosotros mismos, pues percibiremos o no de esta manera si tal fue nuestro aprendizaje de las letras. Preguntémonos, por tanto, en primer lugar: ¿es cierto que las sílabas tienen una razón de ser y que, en cambio, no la tienen los elementos?

TEETETO.-Quizá.

S6CRATES.-Esto es, por lo menos, lo que a mí me parece. Supón, por ejemplo, que se te preguntase acerca de la primera sílaba de Sócrates: «Teeteto, ¿dime que es SO ? ¿Qué contestarías?

TEETETo.-Un compuesto de S y de O.

SÓCRATES.-¿Y no das con esto la razón de la sílaba?

TEETETo.-Desde luego.

SÓCRATEs.-Bien; pues afirma del mismo modo la razón de la S.

TEETETO.-¿Y cómo al referirse a un elemento hablar de los elementos? Porque, a decir verdad, Sócrates, la S es una de las consonantes, algo así como un sonido inarticulado, una especie de silbido de la lengua. Mas la B no es ni un sonido ni un ruido, cual ocurre con la mayoría de los elementos. De modo que conviene considerarlos como irracionales, ya que, aun acudiendo a los más visibles, solo podrá mantenerse su sonido, pero no su razón.

SÓCRATES.-He aquí, querido amigo, lo que podemos establecer con seguridad acerca de la ciencia.

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATES.-Pues qué, ¿hemos dejado ya debidamente demostrado que el elemento es incognoscible y que, en cambio, la sílaba es cognoscible?

TEETETO.-Probablemente.

SÓCRATEs.-Veamos entonces: ¿decimos realmente que la sílaba son los dos elementos o, caso de que haya más de dos, la totalidad de ellos, o que es más bien una forma única, resultado de su reunión?

TEETETo.-Me parece que, a nuestro juicio, es la reunión de todos ellos.

SÓCRATES.-Fíjate, si acaso, en estas dos letras, la S y la O. Ambas componen la primera sílaba de mi nombre. Es claro que quien conoce una de ellas no conoce las dos.

TEETETO.-¿Qué dices?

SÓCRATEs.-Digo que conoce la S y la O.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-¿Qué ocurre, pues? ¿Desconoce acaso las dos letras tomadas separadamente y conociendo a ambas no conoce en verdad ni a una ni a otra?

TEETETO.-Extraño e ilógico resultaría, Sócrates.

SÓCRATES.-Sin embargo, si hay que conocer a esas dos letras separadamente para luego conocerlas a ambas, habrá que conocer de antemano y necesariamente los elementos, si se quiere estar en condiciones de conocer la sílaba. Esta es la hermosa razón que emprende la marcha y se nos escapa.

TEETETO.-Desde luego, y con buena velocidad.

SÓCRATES.-Sin duda, no hemos sabido guardarla bien. Quizá hubiera convenido postular como sílaba, no los elementos, sino una cierta forma salida de los elementos, esto es, algo que posee unidad formal y difiere de los elementos.

TEETETO.-Muy bien dicho. Y posiblemente, al hablar así, estás más cargado de razón.

SÓCRATES.-Eso es lo que habrá que considerar, pues no creo que convenga renunciar ignominiosamente a una grande y respetable razón.

TEETETO.-Claro que no.

SÓCRATES.-Demos por bueno lo que ahora afirmamos, a saber: que la sílaba es una forma única surgida de la reunión de los elementos. Tanto es así en lo que concierne a las letras como en todo lo demás.

TEETETO.-Efectivamente.

SÓCRATES.-No convendrá. por tanto. que pueda tener partes.

TEETETO.-Explícate mejor.

SÓCRATES.-Ya que hemos hablado de las partes, digamos que el todo es, por necesidad. la totalidad de las partes. ¿O es que esa totalidad a la que tú te refieres resulta una forma única, muy otra que la totalidad de las partes?

TEETETO.-Yo, por lo menos, así lo creo.

SÓCRATES.-¿Afirmarías la identidad de la suma y del todo o dirías quizá que son algo, diferente?

TEETETO.-No veo nada claro en este asunto; ahora bien: siguiendo tu consejo, procuraré contestar con buena voluntad. Me arriesgaré a decir que son algo diferente.

SÓCRATES.-El empeño que demuestras, Teeteto, es meritísimo. Falta por comprobar la bondad de la respuesta.

TEETETO.-Procedamos a ello.

SÓCRATES.-¿Afirma la razón que das la diferencia entre el todo y la suma?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-¿Que va a salir de aquí? Porque ¿es posible que sean diferentes la totalidad y ]a suma? Sea, por ejemplo, que digamos: uno, dos, tres, cuatro, cinco o seis o dos veces tres, o tres veces dos o cuatro y dos o tres y tres o cinco y uno, ¿,Afirmamos lo mismo en estas expresiones o algo diferente en cada una de ellas?

TEETETO.-Lo mismo

SÓCRATEs.-Esa mismidad es seis, ¿.No es eso?

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATEs.-Bien;¿ y no era el seis el que hacía referencia a la suma en las expresiones antedichas?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Por tanto, ¿nada concreto decimos al hab1ar de la totalidad?

TEETETO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-Pero ¿expresamos algo que no sea seis?

TEETETo.-Nada

SÓCRATES.-¿Es, pues, lo mismo, desde el punto de vista numérico, la suma y la totalidad?

TEETETO.-Asi parece.

SÓCRATES.-Apliquemos el razonamiento a lo que sigue:(son lo mismo el número del pletro y el propio pletro? Contesta

TEETETO.-Sí

SÓCRATES -¿Y diremos otro tanto del estadio?'.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATEs.-Entonces, lo mismo ocurrirá con el número del ejército y el ejército y con todas las cosas análogas. Porque su totalidad numérica es, en cada caso, la suma de sus elementos.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Ese número, sin embargo. será algo diferente a las partes. ¿No lo crees así?

TEETETO.-Creo que no es otra cosa.

SÓCRATES.-No hay duda de que cuanto se compone de partes está realmente constituido por ellas

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATES.-Y que la totalidad de las partes constituye la suma es también cosa conocida, si la totalidad numérica ha de estimarse como una suma.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Pero el todo no está constituido de partes. Si así fuese, resultaría ser una suma. dado que contendría la totalidad de las partes.

TEETETO.-No parece que sea así.

SÓCRATES.-¿Y a qué otra cosa puede hacer referencia la parte si no es al todo?

TEETETO.-Al menos a la suma.

SÓCRATES.-Esta es una lucha sin cuartel, Teeteto, ¿.No es verdad que una suma puede considerarse como tal cuando nada le falta?

TEETETO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-¿Y no será realmente un todo aquello que en absoluto no carece de nada? Porque si es cierto que de algo carece. ¿cómo podría ser un todo o una suma? En ambos casos se acusaría la misma falta

TEETETo.-Ya me va pareciendo que no hay diferencia alguna entre la suma y el todo.

SÓCRATES.-¿No hemos afirmado acaso que en donde haya partes la suma y el todo no son otra cosa que la totalidad de las partes?

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Volvamos de nuevo a lo que yo pretendía hace un momento. Si las sílabas no son los elementos. ¿no es necesario que ellas carezcan de estos elementos como partes, o que, si son semejantes a ellos, se ofrezcan también cognoscibles en la misma medida que ellos lo son?

TEETETO.-Indudablemente.

SÓCRATES.-Pero para que eso no ocurriese. ¿no habíamos considerado a la sílaba diferente de los elementos?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Pues qué, si los elementos no son partes de la sílaba, ¿puedes hablar de alguna otra cosa que los sustituya y que no haya que calificar como elementos de aquella?

TEETETO.-De ningún modo. Porque si he de conceder, Sócrates, que la sílaba tiene partes. risible sería que prescindiese de los elementos para ir en busca de otros componentes.

SÓCRATES.-Queda completamente probada entonces, Teeteto, según esta argumentación, que la sílaba es una forma única e indivisible.

TEETETO.-Parece que sí.

SÓCRATES.-¿Y no recuerdas, querido amigo, que hace muy poco tiempo aceptábamos como cosa excelente el hecho de que los llamados primeros elementos, de los que está compuesto todo lo demás, no exigen razón alguna porque en sí y por sí son algo simple? Porque ni aplicándoles el término «eso" tendríamos de ellos una expresión adecuada. ni rifiriéndoles el término «eso ya que en este caso la denominación afectaría a algo diferente y extraño a los elementos. He aquí. pues. una causa que les haría irracionales e incognoscibles.

TEETETO.-Sí,ya hago memoria.

SÓCRATEs.-Por consiguiente, es esta u otra la causa que procura a los elementos su uniformidad y su indivisibilidad? Yo, desde luego, no alcanzo a ver otra.

TEETETO.-Y a mí no me parece que la haya.

SÓCRATES.-¿No caerá la sílaba en el mismo orden que los elementos y adoptará la misma forma que ellos, supuesto que carece de partes y es una forma única?

TEETETO.-Completamente.

SÓCRATES.-Supongamos que la sí1aba se compone de varios elementos y que es un todo del que son partes esos mismos elementos. Entonces, no cabe duda, las sílabas serán cognoscibles y expresables. al igual que lo son aquellos, ya que, al fin y al cabo, la totalidad de las partes se muestra idéntica al todo.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Pero supongamos, por el contrario, que es una e indivisible. En ese caso, naturalmente, la sílaba, lo mismo que el elemento, será irracional e incognoscible. Porque la misma causa produce siempre los mismos efectos.

TEETETO.-Nada tengo que refutar.

SÓCRATES.-No podremos aceptar, por consiguiente, que se estime la sí1aba como cognoscible y expresable, y que se diga todo lo contrario del elemento.

TEETETO.-Claro que no, cuando menos si admitimos la tesis expuesta.

SÓCRATES.-Pues qué, si te diesen la explicación contraria, ¿no la recibirías acaso con el máximo calor por aquello de que eres dueño de ti mismo en el aprendizaje de las letras?

TEETETO.-¿A qué te refieres?

SÓCRATES.-Quiero decir que en el curso de tu aprendizaje no tienes otro objetivo que el de discernir distintamente los elementos por sí y de modo separado, tanto por la vista como por el oído. ¿No está claro que así no te desconcertará su disposición, lo mismo si se trata de la dicción que de la escritura?

TEETETO.-Afirmas una gran verdad.

SÓCRATES.-Del que terminó felizmente el aprendizaje de la cítara, ¿qué podemos decir si no es que puede seguir con el oído cada sonido e incluso indicar qué cuerda lo ha emitido? Todos concederán que estos son, precisamente, los elementos de la música.

TEETETO.-Nada se opone a ello.

SÓCRATES.-Por tanto, si ha de contar nuestra experiencia con respecto a los elementos y a las sílabas, y si conviene además que sea este el punto de partida para todo lo que resta, mucha más claridad ofrecerá el género de los elementos en orden al conocimiento que autoridad la propia sílaba para el aprendizaje completo de cada cosa. Si alguien se atreviese a decirnos que la sílaba es cognoscible y que el elemento, por natura1eza, no lo es, pensaríamos que de grado o por fuerza tiene ganas de divertirse.

TEETETO.-Enteramente.

SÓCRATES.-Aún podrían hallarse otras pruebas en apoyo de esto, por lo menos según yo creo. Pero no olvidemos, con todo, lo que ya nos habíamos propuesto, esto es, comprobar la eficacia de una razón que, unida a la opinión verdadera, da origen a la ciencia más perfecta.

TEETETO.-Precisaremos de esa comprobación.

SóCRATES.- Veamos primero qué es lo que se nos quiere significar con esa razón. Porque a mi me parece que encierra tres sentidos.

TEETETO.-¿Y cuáles son?

SÓCRATES.-El primero de ellos hacer manifiesto el propio pensamiento por medio del

sonido, articulado en verbos y nombres, y no de otro modo que en un espejo o en el agua, modelar la opinión en la corriente vocálica. ¿No te parece que esta podrá ser una razón?

TEETETO.-Yo no lo dudo. Y creo que, del que realiza esto, decimos que expresa esa razón.

SÓCRATES.-Posiblemente sea eso mismo lo que cualquiera puede hacer con más o menos

rapidez: dar a conocer lo que él opina sobre una cuestión, caso de que sea sordo y mudo de nacimiento. De esta manera, todos aquellos que formulan una recta opinión parecerán hombres cargados de razón. No habrá lugar. desde luego, a que se manifieste una recta opinión carente de ciencia.

TEETETO.-Así es.

SÓCRATEs.-Sin embargo, no reprochemos con facilidad, como si nada hubiese dicho, al que nos ha presentado la definición de la ciencia que comentamos. Quizá no pretendiese decir, lo que se le atribuye, sino más bien poder dar,a quien se la pidiese, una contestación que tuviese en cuenta los elementos.

TEETETO.-¿Cuál-es el sentido de tus palabras, Sócrates?

SÓCRATES.-Pues el mismo que el de Hesíodo al referirse a la Osa Mayor, cuando habla por ejemplo, de las "cien tablas del carro". Cierto que yo no podría decirlas, ni tú tampoco, y ya nos daríamos por contentos con precisar al que nos preguntase lo que es un carro, haciéndole mención de las ruedas, del eje, de la caja o del yugo.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Quizá ese hombre pensase de nosotros otro tanto que el que, al preguntarnos sobre tu nombre, recibiese de nuestra parte una contestación por las, sílabas. Nos consideraría como dignos de lastima, pues que creemos enjuiciar rectamente y decimos todas esas cosas en el pensamiento de que somos gramáticos, y detentamos y ofrecemos, en calidad de gramáticos, la razón del nombre de Teeteto. Pensaría, cuando menos, que no hemos dado ninguna definición científica, por no haber recorrido el objeto a través de los elementos con la ayuda de la recta opinión. Esto es lo que habíamos aducido anteriormente.

TEETETO.-En efecto, ya lo habíamos hecho presente.

SÓCRATES.-También tenemos, pues, acerca del carro una recta opinión. Y. ciertamente el que pueda recorrer la esencia del carro a través de sus cien piezas, habrá logrado una cosa importante: esto es, añadir la razón a la opinión verdadera, sustituyendo así su mero estado opinable por una técnica y una ciencia que explica la esencia del carro. De este modo, con un recorrido a través de los elementos, se ha conseguido circundar el todo.

TEETETO.-¿Y no te parece bien lo que dices, Sócrates?

SÓCRATES. Si a ti te lo parece, nada tengo que objetar, querido amigo. Pero ¿puedes aceptar que el recorrido de los elementos constituya la razón de cada objeto y que, en cambio, del recorrido de las sílabas o de formas todavía mayores nos deje privados de razón? Dame alguna contestación para que procedamos en seguida a su examen.

TEETETO.-Pero ¡si acepto lo que tú dices!

SÓCRATES.-¿Es acaso con el ejercicio del pensamiento como un hombre adquiere ciencia de un objeto cualquiera sobre todo cuando estima poder atribuir una misma cosa, tanto a un objeto como a otro, o cuando cree que, al mismo objeto puede corresponder tanto una cosa como otra?

TEETETO.-¡Por Zeus!, yo no lo considero así.

SÓCRATES.-¿Olvidas entonces que ya inicialmente, al aprender las letras, tú mismo y los demás hacíais lo que acabo de indicar?

TEETETO.-¿Quieres decir que en nuestra opinión a la misma sílaba puede corresponder tanto una letra como otra, y que a la vez una misma letra encaja en una u otra sílaba?

SÓCRATES.-Desde luego, eso es lo que quiero decir.

TEETETO.-No, ¡por Zeus!, no lo echo en olvido, y no creo haber aprendido tanto como ahora.

SÓCRATES.-Pues qué, si, por ejemplo, alguien tiene que escribir la palabra «Teeteto» y piensa que le conviene escribir y escribe la primera sí1aba de este nombre, y queriendo escribir la palabra ((Teodoro}) estima que debe escribir y escribe 1a sílaba «Te, ¿diremos entonces que sabe de verdad la primera sílaba de vuestros nombres?

TEETETO.-Hace poco parece que estábamos de acuerdo en no admitirlo.

SÓCRATES.-¿Y qué nos impide extender el razonamiento a la segunda, a la tercera y a la cuarta sílabas?

TEETETO.-Nada.

SÓCRATES.-De ese modo, no cabe duda de que una vez recorridos todos los elementos uno a uno, escribirá «Teeteto» con recta opinión, siempre que adopte un orden para ello.

TEETETO.-Claro que sí.

SÓCRATES.-Según lo que decimos, ¿no habrá que considerar un ignorante al hombre en cuestión, aunque enjuicie rectamente?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Dispondrá, al menos, de una razón, junto con la recta opinión. Porque en el momento de escribir estaba seguro del recorrido a traves de los elementos, y esa razón es la que movía nuestro acuerdo.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Hay entonces, querido amigo, una recta opinión, acompañada de razón, a la que no debemos llamar ciencia.

TEETETO.-Posiblemente.

SÓCRATES.-Explotamos, al parecer, la riqueza de un sueño, creyendo poseer la más verdadera razón de la ciencia. ¿O no mantenemos esta censura? Porque quizá no sea esta misma la definición escogida, sino la última forma de las tres, una de las cuales, según decíamos, se postulaba como definición racional para el que determina la ciencia por la recta opinión, acompañada de razón.

TEETETO.-Felices recuerdos me proporcionas; pero algo queda todavía por decir. Hablábamos en primer lugar del pensamiento como imagen vocálica; luego, de todo lo que ahora ha sido expuesto, esto es, del camino hasta el todo a través de los elementos.¿Que es lo que tú dejas para el final?

SÓCRATES.-Algo que la multitud expresaría así: el poder contar con alguna señal que distinga al objeto de todo lo demás.

TEETETO.-¿Y de qué objeto podrías darme una razón concluyente?

SÓCRATES.-Del Sol, si así lo deseas. Tú lo estimaras suficientemente precisado si se te dice que es el más brillante de los cuerpos que se mueven en el cielo y alrededor de la Tierra.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Pues he aquí una explicación más clara respecto a lo que afirmábamos hace un momento: dicen algunos que si captas la diferencia característica de un objeto, captas también su razón. Ahora bien: en tanto alcances solamente algo común, poseerás la razón de esos mismos objetos cuya comunidad percibes.

TEETETO.-Lo comprendo perfectamente; y a mí me parece que aquí se aplica de modo adecuado la palabra razón.

SÓCRATES.-Así, pues, el que a la recta opinión acerca de los seres añade la diferencia característica, adquiere ya un verdadero conocimiento de lo que antes se forjaba una opinión.

TEETETO.-Asi nos expresábamos nosotros.

SÓCRATEs.-De veras, Teeteto, que ahora me encuentro plenamente como si me hubiese acercado a una pintura en perspectiva. Tan próxima veo la fórmula que, ciertamente, no doy con su sentido. Y sí, en cambio, me parecía tenerlo cuando la veía de lejos.

TEETETO.-¿Cómo es eso?

SÓCRATES.-Si soy capaz de explicarme, te lo diré. Acerca de ti tengo una recta opinión. Si le añado tu razón, entonces te conozco, si no, opino tan solo.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Esa razón era la interpretación de tu diferencia.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Mas cuando únicamente opinaba no podía alcanzar a ver con el pensamiento en qué te diferenciabas de los demás.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Reflexionaba yo, pues, acera de los caracteres comunes, de los que tú tienes tanta participación como los demás.

TEETETO.-Por necesidad.

SÓCRATES.-Veamos, ¡por Zeus! ¿Y cómo es posible que en tal ocasión opine yo de ti y no de ningún otro?) Supon, por ejemplo, que yo hago este cálculo: ese es Teeteto, hombre que tiene una nariz, unos ojos, una boca y todos los demás miembros que le componen. ¿Hay razón acaso para que este pensamiento me lleve a imaginar a Teeteto o a Teodoro y no, como suele decirse, al último de los misios?

TEETETO.-¿Qué es lo que quieres decir?

SÓCRATES.-¿No habré de pensar que no solo tiene una nariz y unos ojos, sino justamente una nariz roma y unos ojos saltones? En tal coyuntura, ¿no recaerá en ti mi juicio con mayor motivo que en mí o que en otros hombres parecidos?

TEETETO.-De ningún modo.

SÓCRATES.-Y pienso que aun antes de formar una opinión sobre Teeteto, aun antes, digo, habrá de precisarse en mi mente la característica principal de su chatedad y su diferencia con todas las otras (extiendo esto, si quieres a los otros rasgos peculiares tuyos), de modo que, si te encuentro el día de mañana, pueda evocar en mí tu recuerdo y juzgar rectamente acerca de tu persona.

TEETETO.-Gran verdad, desde luego.

SÓCRATES.-¿Entonces, la recta opinión versará sobre la diferencia característica de cada objeto?

TEETETo.-Parece que sí.

SÓCRATES.-¿Qué representará, pues, la adición de la razón a la recta opinión? porque sí se nos da a entender con ello la adición de un juicio a esa diferencia característica, la explicación terminará por mover a risa.

TEETETo.-¿Cómo?

SÓCRATES.-Es así que teníamos una recta opinión respecto a la diferencia característica del objeto con relación a los demás, y todavía se nos ordena que formulemos una recta opinión sobre esa misma diferencia. A este tenor, dar vueltas al escítalo, dar vueltas al mortero y a todas esas cosas que están en la boca de las gentes, resultarían verdaderas nimiedades al lado de aquella imposición. Sería más justo llamar a esto una instrucción de ciego. Pues ordenar que añadamos cosas que ya sabemos para aprender las que debemos juzgar, parece más bien una ciega bravata.

TEETETO.-Me dirás ahora qué es lo que te proponías enseñarme.

SÓCRATES.-Si esa adición racional de que hablamos, querido amigo, nos manda que conozcamos, pero no que formulemos una opinión sobre la diferencia, buen negocio haríamos al considerar esta razón como la más hermosa de todas las razones científicas. porque conocer, al fin y al cabo, no es otra cosa que apropiarse la ciencia. ¿No estás conforme?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Por consiguiente, y según parece, ese hombre al que se le pregunte qué es la ciencia contestará que es la recta opinión acompañada del conocimiento de la diferencia. Esto sería, a su entender, la adición de la razón.

TEETETO.-Sin duda alguna.

SÓCRATES.-Es una completa simpleza; pues, que se nos diga a nosotros, que buscamos la Ciencia que esta no parece ser otra cosa que, la recta opinión con el conocimiento de la diferencia o de lo que queramos. En ese caso, Teeteto, la ciencia no podría ser la sensación, ni la recta opinión, y ni siquiera la razón que, por añadidura, viniese a unirse a esa opinión verdadera. SÓCRATES.-¿Estamos entonces, querido, en trance de parto y ya de dar a luz con respecto la ciencia, o, por el contrario, nos encontramos libres de todo ello?

TEETETO.-¡POr Zeus!, Sócrates, que me has echo decir muchas más cosas de las que yo sabía.

SÓCRATES.-Pues ten en cuenta que en todo esto nuestra arte mayéutica dice que no se logra mas que viento y, en modo alguno, cosa que merezcan la pena.

TEETETO.-Ciertamente.

SÓCRATES.-Si después de lo que queda dicho, Teeteto, tratas de concebir o concibes realmente algo mejor, no cabe duda de que habrás a1canzado la plenitud de la ciencia, través de este examen. Pero si, en cambio permaneces vacío de todo, entonces será menos pesado para los que frecuentan tu trato e incluso más humano, porque ya no pensará que sabes lo que realmente no sabes. Ese es todo el poder de mi arte. Nada mas pretende ni me lleva tampoco a conocer lo que saben todos esos hombres, que fueron y aún son hoy grandes y admirables. ¡Ah!, pero este arte mayéutica, mi madre y yo lo hemos recibido de Dios; y ella lo emplea con las mujeres, en tanto yo hago uso de él con cuántos jóvenes nobles y hermosos existen. Ahora, sin embargo, debo comparecer en el Pórtico del Rey para contestar a la acusación de Melitos. Mañana, al romper el día, volveremos a encontramos aquí.

Teeteto