Es también lo que se llama la subjetividad, que
se nos echa en cara bajo ese nombre. Pero ¿qué queremos decir con esto sino
que el hombre tiene una dignidad mayor que la piedra o la mesa? Pues queremos
decir que el hombre empieza por existir, es decir, que empieza por ser algo que
se lanza hacia un porvenir, y que es consciente de proyectarse hacia el
porvenir. El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, en
lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a
este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será, ante todo,
lo que habrá proyectado ser. No lo que querrá ser. Pues lo que entendemos
ordinariamente por querer es una decisión consciente, que para la mayoría de
nosotros es posterior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo. Yo puedo querer
adherirme a un partido, escribir un libro, casarme; todo esto no es más que la
manifestación de una elección más original, más espontánea que lo que se
llama voluntad. Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el
hombre es responsable de lo que es. Así, el primer paso del existencialismo es
poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la
responsabilidad total de su existencia. Y cuando decimos que el hombre es
responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su
estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres. Hay dos
sentidos de la palabra subjetivismo, y nuestros adversarios juegan con los dos
sentidos. Subjetivismo, por una parte, quiere decir elección del sujeto
individual por sí mismo, y por otra, imposibilidad para el hombre de sobrepasar
la subjetividad humana. El segundo sentido es el sentido profundo del
existencialismo.
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