...nada puede surgir de la nada...
Cuando su madre volvió del trabajo aquella tarde, Sofía estaba sentada en el balancin del jardín, meditando sobre la posible relación entre el curso de filosofía y esa Hilde Möller Knag que no recibiría ninguna felicitación de su padre en el día de su cumpleaños.
-¡Sofía! - la llamó su madre desde lejos-. ¡Ha llegado una carta para ti!
El corazón le dio un vuelco. Ella misma había recogido el correo, de modo que esa carta tenia que ser del filósofo. ¿Qué le podía decir a su madre?
Se levantó lentamente del balancín y se acercó a ella.
-No lleva sello. A lo mejor es una carta de amor.
Sofia cogió la carta.
-¿No la vas a abrir?
¿Que podía decir?
-¿Has visto alguna vez a alguien abrir sus cartas de amor delante de su madre?
Mejor que pensara que ésa era la explicación. Le daba muchísima vergüenza, porque era muy joven para recibir cartas de amor, pero le daria aún más vergüenza que se supiera que estaba recibiendo un curso completo de filosofía por correspondencia, de un filósofo totalmente desconocido y que incluso jugaba con ella al escondite.
Era uno de esos pequeños sobres blancos. En su habitación, Sofía leyó tres nuevas preguntas escritas en la nota dentro del sobre:
A Sofía estas preguntas le parecieron bastante chifadas, pero las estuvo dando vueltas durante toda la tarde. También al día siguiente, en el instituto, volvió a meditar sobre ellas, una por una.
¿Existiría una materia primaria,, de la que estaba hecho todo lo demás? Pero si existiera una materia de la que estaba hecho todo el mundo, ¿cómo podía esta materia única convertirse de pronto en una flor o, por que no, en un elefante?
La misma objeción era válida para ia pregunta de si el agua podia convertirse en vino. Sofía había oído el relato de Jesus, que convirtió el agua en vino, pero nunca lo había entendido literalmente. Y si Jesús verdaderamente hubiese hecho vino del agua se trataría más bien de un milagro y no de algo que fuera realmente posible. Sofía era consciente de que tanto el vino como casi todo el resto de la naturaleza contiene mucha agua. Pero aunque un pepino contuviera un 95% de agua, tendria que contener también alguna otra cosa para ser precisamente un pepino y no sólo agua.
Luego estaba lo de la rana. Le llamaba la atención que su profesor de filosofía se interesara tanto por las ranas. Sofía podía estar de acuerdo en que una rana estuviese compuesta de tierra y agua, pero la tierra no podía estar compuesta entonces por una sola sustancia. Si la tierra estuviera compuesta por muchas materias distintas, podría evidentemente pensarse que tierra y agua conjugadas pudieran convertirse en rana; siempre y cuando la tierra y el agua pasaran por el proceso del huevo de rana y del renacuajo,porque una rana no puede crecer así como así en una huerta, por mucho esmero que ponga el horticultor al regarla.
Al volver del instituto aquel día, Sofia se encontró con otro sobre para ella en el buzón. Se refugió en el Callejón, como lo había hecho los dias anteriores.
¡Ahí estás de nuevo! Pasemos directamente a la lección de hoy, sin pasar por conejos blancos y cosas así.
Te contaré a grandes rasgos cómo han meditado los seres humanos sobre las preguntas filosóficas desde la antigüedad griega hasta hoy. Pero todo llegará a su debido tiempo.
Debido a que esos filósofos vivieron en otros tiempos y quizás en una cultura totalmente diferente a la nuestra, resulta a menudo práctico averiguar cuál fue el proyecto de cada uno. Con ello quiero decir que debemos intentar captar qué es lo que precisamente ese filósofo tiene tanto interés en solucionar. Un filósofo puede interesarse por el origen de las plantas y los animales. Otro puede querer averiguar si existe un dios o si el ser humano tiene un alma inmortal.
Cuando logremos extraer cuál es el «proyecto, de un determinado filósofo, resultará más fácil seguir su manera de pensar. Pues un solo filósofo no está obsesionado por todas las preguntas filosóficas.
Siempre digo «él», cuando hablo de los filósofos, y eso se debe a que la historia de la filosofía está marcada por los hombres, ya que a la mujer se la ha reprimido como ser pensante debido a su sexo. Es una pena porque, con ello, se ha perdido una serie de experiencias importantes. Hasta nuestro propio siglo, la mujer no ha entrado de lleno en la historia de la filosofía.
No te pondré deberes, al menos no complicados ejercicios de matemáticas. En este momento, la conjugación de los verbos ingleses está totalmente fuera del ámbito de mi interés. Pero de vez en cuando, te pondré un pequeño ejercicio de alumno.
Si aceptas estas condiciones, podemos ponernos en marcha.
Ya nos hemos preguntado de dónde procedemos.Muchas
personas hoy en día se imaginan más o menos que algo habrá surgido, en algún memento,
de la nada. Esta idea no era tan corriente entre los griegos.
Vemos, pues, que la gran pregunta no era cómo todo pudo surgir de la nada. Los griegos se preguntaban, más bien, cómo era posible que el agua se convirtiera en peces vivos y la tierra inerte en grandes árboles o en flores de colores encendidos. ¡Por no hablar de cómo un niño puede ser concebido en el seno de su madre!
Los filósofos veian con sus propios ojos cómo
constantemente ocurrían cambios en la naturaleza. ¿Pero cómo podían ser posibles tales
cambios? ¿Cómo podía algo pasar de ser una sustancia para convertirse en algo
completamente distinto, en vida, por ejemplo?
No resulta fácil saber cómo llegaron a esa conclusión, sólo sabemos que iba surgiendo la idea de que tenía que haber una sola materia primaria que, más o menos, fuese el origen de todos los cambios sucedidos en la naturaleza. Tenia que haber «algo» de lo que todo procedía y a lo que todo volvía.
Lo más interesante para nosotros no es saber cuáles
fueron las respuestas a las que llegaron esos primeros filósofos, sino qué preguntas se
hacían y qué tipo de respuestas buscaban.
De esta manera, la filosofía se independizó de la
religión.
La mayor parte de lo que dijeron y escribieron los
filósofos de la naturaleza se perdió para la posteridad. Lo poco que conocemos lo
encontramos en los escritos de Aristóteles, que vivió un par de siglos después de los
primeros filósofos. Aristóteles sólo se refiere a los resultados a que llegaron los
filósofos que le precedieron, lo que significa que no podemos saber siempre cómo
llegaron a sus conclusiones.
El primer filósofo del que oímos hablar es de la colonia de en Asia Menor. Viajó mucho por el mundo. Se cuenta de él que midió la altura de una pirámide en Egipto, teniendo en cuenta la sombra de la misma, en el momento en que su propia sombra medía exactamente lo mismo que él. También se dice que supo predecir mediante cálculos matemáticos un eclipse solar en el
Estando en Egipto, es muy probable que viera cómo todo crecía en cuanto las aguas del Nilo se retiraban de las regiones de su delta. Quizás también viera cómo, tras la lluvia, iban apareciendo ranas y gusanos.
Además, es probable que Tales se preguntara cómo el agua puede convertirse en hielo y vapor, y luego volver a ser agua de nuevo.
Al parecer, Tales también dijo que
También sobre este particular sólo podemos hacer
conjeturas en cuanto a lo que quiso decir. Quizás se refiriese a cómo la tierra negra
pudiera ser el origen de todo, desde flores y cereales hasta cucarachas y otros insectos,
y se imaginase que la tierra estaba llena de pequeños e invisibles «gérmenes» de vida.
De lo que sí podemos estar seguros, al menos, es de que no estaba pensando en los dioses
de Homero. El siguiente filósofo del que se nos habla es de que también vivió en Mileto. Pensaba que nuestro mundo simplemente es uno de los
muchos mundos que nacen y perecen en algo que él llamó
No es fácil saber lo que él entendía por «lo
Indefinido», pero parece claro que no se imaginaba una sustancia conocida, como Tales.
En ese caso, la materia primaria no podía ser algo
tan normal como el agua, sino algo «indefinido».
Un tercer filósofo de Mileto fue
Quizás había observado cómo la tierra y la arena provenían del hielo que se derretía. Asimismo pensaba que el fuego tenia que ser aire diluido. Según Anaxímenes, tanto la tierra como el agua y el fuego, tenían como origen el aire.
No es largo el camino desde la tierra y el agua hasta las plantas en el campo. Quizás pensaba Anaxímenes que para que surgiera vida, tendría que haber tierra, aire, fuego y agua. Pero el punto de partida en sí eran «el aire» o «la niebla». Esto significa que compartía con Tales la idea de que tiene que haber una materia primaria, que constituye la base de todos los cambios que suceden en la naturaleza.
Los tres filósofos de Mileto pensaban que tenía que haber una -y quizás sólo una- materia primaria de la que estaba hecho todo lo demás.
A este problema lo podemos llamar problema del cambio.
Desde aproximadamente el año 500 a. de C. vivieron unos filósofos en la colonia griega de Elea en el sur de Italia, y estos eleatos se preocuparon por cuestiones de ese tipo. El más conocido era
Parménides pensaba que todo lo que hay ha existido
siempre, lo que era una idea muy corriente entre los griegos. Daban más o menos por
sentado que todo lo que existe en
Nada puede surgir de la nada, pensaba Parménides. Y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada. Pero Parménides fue más lejos que la mayoría. Pensaba que
No hay nada que se pueda convertir en algo diferente a lo que es exactamente.
Desde luego que Parménides sabía que precisamente la naturaleza muestra cambios constantes. Con los sentidos observaba cómo cambiaban las cosas, pero esto no concordaba con lo que le decía la razon. No obstante,
Conocemos la expresión: «Si no lo veo, no lo
creo». Pero Parménides no lo creía ni siquiera cuando lo veía. Pensaba que los
sentidos nos ofrecen una imagen errónea del mundo, una imagen que no concuerda con la
razón de los seres humanos. Como filósofo, consideraba que era su obligación descubrir
toda clase de «ilusiones».
Todo fluye
Al mismo tiempo que Parménides, vivió
de Éfeso en Asia Menor. Él pensaba que precisamente los cambios constantes eran los rasgos más básicos de la naturaleza. Podríamos decir que Heráclito tenía más fe en lo que le decían sus sentidos que Parménides.Por eso no podemos «descender dos veces al mismo
río», pues cuando desciendo al río por segunda vez, ni yo ni el río somos los mismos.
Heráclito también señaló el hecho de que
Si no estuviéramos nunca enfermos, no entenderíamos lo que significa estar sano. Si no tuviéramos nunca hambre, no sabríamos apreciar estar saciados. Si no hubiera nunca guerra, no sabríamos valorar la paz, y si no hubiera nunca invierno, no nos daríamos cuenta de la primavera.
Tanto el bien como el mal tienen un lugar necesario en el Todo, decía Heráclito. Y si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir.
«Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hambre y saciedad», decía. Emplea la palabia «Dios», pero es evidente que se refiere a algo muy distinto a los dioses de los que hablaban los mitos. Para Heráclito, Dios -o lo divino- es algo que abarca a todo el mundo. Dios se muestra precisamente en esa naturaleza llena de contradicciones y en constante cambio.
Aunque las personas no hemos pensado siempre del mismo modo, ni hemos tenido la misma razón, Heráclito opinaba que tiene que haber una especie de «razón universal» que dirige todo lo que sucede en la naturaleza. Esta «razón universal» -o «ley natural»- es algo común para todos y por la cual todos tienen que guiarse. Y, sin embargo, la mayoría vive según su propia razón, decía Heráclito. No tenía, en general, muy buena opinión de su prójimo. «Las opiniones de la mayor parte de la gente pueden compararse con los juegos infantiles», decía.
En medio de todos esos cambios y contradicciones en la naturaleza, Heráclito veía, pues, una unidad o un todo.
Este «algo», que era la base de todo, él lo llamaba «Dios» o «logos»
En cierto modo, las ideas de Parménides y Heráclito eran totalmente contrarias. La razón de Parménides le decía que nada puede cambiar. Pero los sentidos de Heráclito decían, con la misma convicción, que en la naturaleza suceden constantemente cambios. ¿Quién de ellos tenía razón? ¿Debemos fiarnos de la razón o de los sentidos?
Tanto Parménides como Heráclito dicen dos cosas.
¡Dificilmente dos filósofos pueden llegar a estar
en mayor desacuerdo! ¿Pero cuál de ellos tenía razón?
Empédocles pensaba que el gran desacuerdo se debía a que
De ser así, la diferencia entre lo que dice la razón y lo que «vemos con nuestros propios ojos» seria insuperable.
Es evidente que el agua no puede convertirse en un pez o en una mariposa. El agua no puede cambiar. El agua pura sigue siendo agua pura para siempre. De modo que
Al mismo tiempo,Debemos creer lo que vemos, y vemos, precisamente, cambios constantes en la naturaleza.
Empédocles llegó a la conclusión de que lo que había que rechazar era la idea de que hay un solo elemento. Ni el agua ni el aire son capaces, por sí solos, de convertirse en un rosal o en una mariposa, razón por la cual resulta imposible que la naturaleza sólo tenga un elemento.
Todos los cambios de la naturaleza se deben a que estos cuatro elementos se mezclan y se vuelven a separar, pues todo está compuesto de tierra, aire, fuego y agua, pero en distintas proporciones de mezcla. Cuando muere una flor o un animal, los cuatro elementos vuelven a separarse. Éste es un cambio que podemos observar con los ojos. Pero la tierra y el aire, el fuego y el agua quedan completamente inalterados o intactos con todos esos cambios en los que participan. Es decir, que
En realidad, no hay nada que cambie, lo que ocurre
es, simplemente, que cuatro elementos diferentes se mezclan y se separan, para luego
volver a mezclarse.
No fue por casualidad el que Empédocles pensara que las «raíces» de la naturaleza tuvieran que ser precisamente tierra, aire, fuego y agua. Antes que él, otros filósofos habían intentado mostrar por qué el elemento básico tendría que ser agua, aire o fuego. Tales y Anaxímenes ya habían señalado el agua y el aire como elementos importantes de la naturaleza. Los griegos también pensaban que el fuego era muy importante. Observaban, por ejemplo, la importancia del sol para todo lo vivo de la naturaleza, y, evidentemente, conocían el calor del cuerpo humano y animal.
Empédocles señala, como hemos visto, que los
cambios en la naturaleza se deben a que las cuatro raíces se mezclan y se vuelven a
separar. Pero queda algo por explicar. ¿Cuál es la causa por la que los elementos se
unen para dar lugar a una nueva vida? ¿Y por qué vuelve a disolverse «la mezcla», por
ejemplo, una flor?
Tomemos nota de que el filósoro distingue aquí entre «elemento» y «fuerza». Incluso, hoy en día, la ciencia distingue entre «los elementos» y «las fuerzas de la naturaleza». La ciencia moderna dice que todos los procesos de la naturaleza pueden explicarse como una interacción de los distintos elementos, y unas cuantas fuerzas de la naturaleza.
Empédocles también estudió la cuestión de qué es lo que pasa cuando observamos algo con nuestros sentidos. ¿Cómo puedo ver una flor, por ejemplo? ¿Qué sucede entonces? ¿Has pensado en eso, Sofía? ¡Si no, ahora tienes la ocasión!
Empédocles pensaba que nuestros ojos estaban formados de tierra, aire, fuego y agua, como todo lo demás en la naturaleza. Y «la tierra» que tengo en mi ojo capta lo que hay de tierra en lo que veo, «el aire» capta lo que es de aire, «el fuego» de los ojos capta lo que es de fuego y «el agua» lo que es de agua. Si el ojo hubiera carecido de uno de los cuatro elementos, yo tampoco hubiera podido ver la naturaleza en su totalidad.
Otro filósofo que no se contentaba con la teoría de que un solo elemento -por ejemplo el agua- pudiera convertirse en todo lo que vemos en la naturaleza, fue
Tampoco aceptó la idea de que tierra, aire, fuego o agua pudieran convertirse en sangre y hueso.
Anaxágoras opinaba que la naturaleza está hecha de muchas piezas minúsculas, invisibles para el ojo. Todo puede dividirse en algo todavía más pequeño, pero incluso en las piezas más pequeñas, hay algo de todo. Si la piel y el pelo no se han convertido en otra cosa, tiene que haber piel y pelo también en la leche que bebemos, y en la comida que comemos, opinaba él.
De alguna manera, también se puede decir que es así como está hecho nuestro cuerpo. Si separo una célula de la piel de un dedo, el núcleo de esa célula contiene no sólo la receta de cómo es mi piel, sino que en la misma célula también está la receta de mis ojos, del color de mi pelo, de cuántos dedos tengo y de qué aspecto, etc. En cada célula del cuerpo hay una descripción detallada de la composición de todas las demás células del cuerpo. Es decir, que hay «algo de todo» en cada una de las células. El todo está en la parte más minúscula.
A esas «partes mínimas» que contienen «algo de todo», Anaxágoras las llamaba
Recordemos que para Empédocles era «el amor» lo
que unía las partes en cuerpos enteros. También Anaxágoras se imaginaba una especie de
fuerza que «pone orden» y crea animales y humanos, flores y árboles.
Anaxágoras también es interesante por ser el primer
filósofo de los de Atenas. Vino de Asia Menor, pero se trasladó a Atenas cuando tenía
unos 40 años. En Atenas lo acusaron de ateo y, al final, tuvo que marcharse de la ciudad.
Anaxágoras se interesaba en general por la astronomía. Opinaba que todos los astros estaban hechos de la misma materia que la Tierra. A esta teoría llegó después de haber estudiado un meteorito. Puede ser, decía, que haya personas en otros planetas. También señaló que la luna no lucía por propia fuerza sino que recibe su luz de la Tierra. Explicó, además, el porqué de los eclipses de sol.
P. D. Gracias por tu atención, Sofía. Puede ser que tengas que leer y releer este capítulo antes de que lo entiendas todo. Pero la comprensión tiene necesariamente que costar algún esfuerzo. Seguramente no admirarías mucho a una amiga que entendiera de todo sin que le hubiera costado ningún esfuerzo.
La mejor solución a la cuestión de la materia primaria y los cambios de la naturaleza tendrá que esperar hasta mañana. Entonces conocerás a Demócrito. ¡No digo nada más!
Sofia estaba sentada en el Callejón mirando por un pequeño hueco en la maleza. Tenía que poner orden en sus pensamientos, después de todo lo que acababa de leer.
Era evidente que el agua normal y corriente no podía convertirse en otra cosa que hielo y vapor. El agua ni siquiera podia convertirse en una pera de agua, porque incluso una pera de agua estaba formada por algo más que agua sola. Pero, si estaba tan segura de ello, sería porque lo había aprendido. ¿Habria podido estar tan segura de que el hielo sólo estaba compuesto de agua si no lo hubiera aprendido? Al menos habría tenido que estudiar muy de cerca como el agua se congelaba y el hielo se derretía.
Sofía intentó, volver a pensar de nuevo con su propia inteligencia, sin utilizar lo que había aprendido de otros.
Parménides se habia negado a aceptar cualquier forma de cambio. Cuanto más pensaba en ello Sofía, más convencida estaba de que él, de alguna manera, tenía razón. Con su inteligencia, el filósofo no podía aceptar que algo» de repente se convirtiera en algo completamente distinto. Había sido muv valiente porque a la vez había tenido que negar todos aquellos cambios en la naturaleza que cualquier ser humano podía observar. Muchos se habrían reído de él.
Tambien Empédocles había sido muy hábil utilizando su intelicencia al afirmar que el mundo necesariamente tenía que estar formado por algo más que por un solo elemento originario. De ese modo, se hacían posibles todos los cambios de la naturaleza sin cambiar realmente.
Aquel viejo filósofo griego había descubierto todo esto utilizando simplemente su razon. Naturalmente, habría estudiado la naturaleza, pero no tuvo posibilidad de realizar análisis químicos como hace la ciencia hoy en dia.
Sofia no sabía si tenía mucha fe en que fueran precisamente la tierra, el aire, el fuego y el agua las materias de las que todo estaba hecho. Pero eso no tenía importancia. En principio Empédocles tenía razón. La única posibilidad que tenemos de aceptar todos aquellos cambios que registran nuestros ojos, es introducir más de un solo elemento.
A Sofia la filosofia le parecia aún mas interesante porque podia seguir los argumentos con su propia razón, sin tener que acordarse de todo lo que había aprendido en el instituto.
Llegó a la conclusión de que, en realidad, la filosofía no es algo que se puede aprender, sino que quizás uno pueda aprender a pensar filosóficamente.
... el juguete más genial del mundo...
Sofía cerró la caja de galletas que contenía todas las hojas escritas a maquina que había recibido del desconocido profesor de filosofía. Salió a hurtadillas del Callejon y se quedó un instante mirando al jardín. De repente, se acordó de lo que habia pasado la mañana anterior. Su madre habia bromeado con la carta de amor, durante el desayuno. Ahora se apresura hasta el buzon para evitar que aquello volviera a suceder. Recibir una carta de amor dos días seguidos, daría exactamente el doble de corte que recibir una.
¡De nuevo había alli un pequeño sobre blanco! Sofia comenzó a vislumbrar una especie de sistema en las entregas: cada tarde habia encontrado un sobre grande y amarillo en el buzon. Mientras leia la carta grande, el filósofo solia deslizarse hasta el buzón con un sobrecito blanco.
Esto significaba que no le resultaría difícil descubrirlo. ¿O descubrirla? Si se colocaba ante la ventana de su cuarto, tendría buena vista sobre el buzón y seguro que llegaría a ver al misterioso filósofo. Porque sobrecitos blancos no surgen por si mismos así como así.
Sofía decidio estar muy atenta al día siguiente. Era viernes y tenia todo el fin de semana por delante.
Subió a su habitación y abrió allí el sobre. Esta vez sólo había una pregunta en la nota, pero la pregunta era, si cabe, más loca que aquellas tres que habían venido en la carta de amor.
En primer lugar, Sofía no estaba segura de estar de acuerdo con que el lego fuese el juguete más genial del mundo, al menos había dejado de jugar con él hacía muchos años.
En segundo lugar, no era capaz de entender qué podia tener que ver el lego con la filosofía.
Pero era una alumna obediente, y empezó a buscar en el estante superior de su armario. Allí encontró una bolsa de plástico llena de piezas del lego de muchos tamaños y colores.
Por primera vez en mucho tiempo, se puso a construir con las pequeñas piezas. Mientras lo hacia, le venían a la mente pensamientos sobre el lego.
Resulta fácil construir con las piezas del lego, pensó. Aunque tengan distinta forma y color, todas las piezas pueden ensamblarse con otras. Además son indestructibles. Sofía no recordaba haber visto nunca una pieza del lego rota. De hecho, todas las piezas parecían tan frescas y nuevas como el día, hacía ya muchos años, en que se lo habían regalado. Y sobre todo: con las piezas del lego podía construir cualquier cosa. Y luego podía desmontarlas y construir algo completamente distinto.
¿Qué más se puede pedir? Sofia llegó a la conclusión de que el lego, efectivamente, muy bien podía llamarse el juguete más genial del mundo. Pero seguía sin entender que tenía que ver con la filosofía.
Pronto Sofía construyó una gran casa de muñecas. Apenas se atrevió a confesarse a sí misma que hacía mucho tiempo que no lo había pasado tan bien como ahora. ¿Por qué dejaban las personas de jugar?
Cuando la madre llegó a casa y vió lo que Sofía había hecho, se le escapó: -¡Qué bien que todavía seas capaz de jugar como una niña!
-¡Bah! Estoy trabajando en una complicada investigación filosofica.
Su madre dejó escapar un profundo suspiro. Seguramente estaba pensando en el conejo y en el sombrero de copa.
Al volver del instituto al dia siguiente, Sofía se encontró con un montón de nuevas hojas en un gran sobre amarillo.Se llevó el sobre a su habitación, y se puso enseguida a leer, aunque al mismo tiempo vigilaría el buzón.
Aquí estoy de nuevo, Sofía. Hoy conocerás al
último gran filósofo de la naturaleza.
y venía de la ciudad costera de Abdera, al norte del mar Egeo. Si has podido contestar a la pregunta sobre el lego, no te costará mucho esfuerzo entender lo que que el proyecto de este filósofo.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los cambios en la naturaleza no se debían a que las cosas realmente «cambiaran». Suponía, por lo tanto, que todo tenía que estar construido por unas piececitas pequeñas e
cada una de ellas eterna e inalterable.Era importante para Demócrito poder afirmar que eso de lo que todo está hecho
Si hubiera sido así, no habrían podido servir de ladrillos de construcción. Pues, si los átomos hubièran podido ser limados y partidos en partes cada vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una pasta cada vez más líquida.
Además, los ladrillos de la naturaleza tenían que ser
pues nada puede surgir de la nada. En este punto, Demócrito estaba de acuerdo con Parménides y los eleáticos. Pensaba, además que los átomos tenían que ser fijos y macizos,Si los átomos fueran idénticos, no habríamos podido encontrar ninguna explicación satisfactoria de cómo podian estar compuestos, pudiendo formar de todo, desde amapolas y olivos, hasta piel de cabra y pelo humano.
Existe un sinfín de diferentes átomos en la naturaleza, decía Demócrito. Algunos son redondos y lisos, otros son irregulares y torcidos. Precisamente por tener formas diferentes, podían usarse para componer diferentes cuerpos. Pero aunque sean muchísimos y muy diferentes entre sí, son todos eternos, inalterables e indivisibles.
Cuando un cuerpo -por ejemplo un árbol o un animal muere y se desintegra, los átomos se dispersan y pueden utilizarse de nuevo en otro cuerpo. Pues
pero como tienen entrantes y salientes se acoplan para configurar las cosas que vemos en nuestro entorno.Estas conexiones pueden deshacerse para poder dar lugar a nuevos objetos con las mismas piezas.
Lo bueno de las piezas del lego es precisamente que se puedcn volver a usar una y otra vez. Una pieza del lego puede formar parte de un coche un día, y de un castillo al día siguiente. Además podemos decir que las piezas del lego son eternas». Niños de hoy en día pueden jugar con las mismas piezas con las que jugaban sus padres.
También podemos formar cosas de barro, pero el barro no puede usarse una y otra vez, precisamente porque se puede romper en trozos cada vez más pequeños, y porque esos pequenísimos trocitos de barro no pueden unirse para formar nuevos objetos.
Hoy podemos más o menos afirmar que la teoría atómica de Demócrito era correcta. La naturaleza está, efectivamente, compuesta por diferentes átomos que se unen y que vuelven a separarse. Un atomo de hidrógeno que está asentado dentro de una célula en la punta de mi nariz, perteneció, en alguna ocasión, a la trompa de un elefante. Un átomo de carbono dentro del músculo de mi corazón estuvo una vez en el rabo de un dinosaurio.
A estas partículas elementales las llamamos protones, neutrones y electrones. Quizás esas partículas puedan dividirse en partes aún más pequeñas. No obstante, los físicos están de acuerdo en que tiene que haber un límite. Tiene que haber unas partes mínimas de las que esté hecho el mundo.
Demócrito no tuvo acceso a los aparatos electrónicos de nuestra época. Su único instrumento de verdad fue su inteligencia. Y su inteligencia no le ofreció ninguna elección. Si de entrada aceptamos que nada cambia, que nada surge de la nada y que nada desaparece, entonces la naturaleza ha de estar compuesta necesariamente por unos minúsculos ladrillos que se juntan, y que se vuelven a separar.
No existe ninguna «intención» determinada detrás
de los movimientos de los átomos.
Demócrito pensaba que había una causa natural en
todo lo que ocurre, una causa que se encuentra en las cosas mismas. En una ocasión dijo
que preferiría descubrir una ley de la naturaleza a convertirse en rey de Persia.
Eso significa que el ser humano no tiene un alma inmortal. Mucha gente comparte también, hoy en día, este pensamiento. Opinan, como Demócrito, que «el alma» está conectada al cerebro y que no podemos tener ninguna especie de conciencia cuando el cerebro se haya desintegrado.
Demócrito puso temporalmente fín a la filosofía griega de la naturaleza. Estaba de acuerdo con Heráclito en que todo en la naturaleza «fluye». Las formas van y vienen. Pero detrás de todo lo que fluye, se encuentran algunas cosas eternas e inalterables que no fluyen. A estas cosas es a lo que Demócrito llamó átomos.
Mientras leía, Sofía miraba por la ventana para ver si aparecia junto al buzón el misterioso autor de las cartas. Se quedó mirando a la calle fijamente, pensando en lo que acababa de leer. Le pareció que Demócrito había razonado de un modo muy sencillo y, sin emhargo, muy astuto. Había encontrado la solución al problema de la materia primaria» y del cambio.
Este problerna era tan complicado que los filósofos lo habían meditado durante varias generaciones. Pero al final,
había solucionado todo el problema utilizando simplemente su inteligencia.Sofía estaba a punto de echarse a reír. Tenía que ser verdad que la naturaleza estaba hecha de piececitas que nunca cambian. Al mismo tiempo,
había tenido razón al afirmar que todas las formas de la naturaleza fluyen», pues todos los humanos y todos los animales mueren, e incluso una cordillera de montañas se va desintegrando lentísimamente, y lo cierto es que también la cordillera está compuesta por unas cositas indivisibles que nunca se rompen.Al mismo tiempo, Demócrito se había hecho nuevas preguntas. Había dicho, por ejemplo, que todo sucede mecánicamente. No aceptó ninguna fuerza espiritual en la naturaleza, como
Además, Demócrito pensaba que el ser humano carece de alma imortal.
¿Podía estar totalmente segura de que esto era correcto.?
No estaba del todo segura. Pero, claro, se encontraba muy al principio del curso de filosofía.
...el adivino intenta interpretar algo que en realidad no está nada claro...
Sofía había estado vigilando la puerta de la verja del jardin, mientras leia sobre Demócrito. Para asegurarse, decidió, no obstante, darse una vuelta por la puerta.
Al abrir la puerta exterior descubrió un sobrecito blanco fuera en la escalera. Y en el sobre ponía "Sofía Amundsen".
¡De modo que la había engañado! Justo ese día, cuando con tanto celo había vigilado el buzón, el filósofo misterioso se habia acercado a la casa a escondidas desde otro lado y simplemente había puesto la carta sobre la escalera, antes de darse a la fuga otra vez. ¡Demonios!
¿Cómo podía saber que Sofía iba a estar vigilando el buzón justamente ese día? ¿La habrían visto él, o ella, en la ventana? A1 menos se alegraba de haber salvado el sobre antes de que su madre llegara a casa.
Sofía volvió a su cuarto y abrió allí la carta. El sobre blanco estaba un poco mojado por los bordes; además, tenía un par de profundos cortes. ¿Por qué? No habia llovido en varios dias.
En la notita ponia:
¿Que si creía en el destino? No estaba muy segura. Pero conocía a mucha gente que sí creía. Varias amigas de clase, por ejemplo, leían sus horóscopos en las revistas. Si creían en la astrología, también creerían en el destin0, ya que los astrólogos pensaban que la situación de las estrellas en el firmamento podía decir algo sobre la vida de las personas en la Tierra.
Si se creía que un gato negro que cruzaba el camino significaba mala suerte, entonces también se creería en el destino, pensaba Sofía. Cuanto mas pensaba en ello, más ejemplos le salían de la fe en el destino. ¿Por qué se decía «toca madera, por ejemplo y por qué martes trece era una día de mala suerte; Sofía había oido decir que muchos hoteles se saltaban el número trece para las habitaciones. Se deberia a que, a fin de cuentas, había muchas personas supersticiosas.
-Superstición, por cierto, ¿no era una palabra extraña? Si creias en el cristianismo o en el islán se llamaba fe», pero si creías en astrología o en martes y trece, entonces se convertía en seguida en superstición.
¿Quién tenia derecho a llamar superstición, a la fe de otras personas?
Por lo menos, Sofía estaba segura de una cosa: Demócrito no había creído en el destino. Era materialista. Sólo habia creído en los átomos y en el espacio vacío.
Sofía intentó pensar en las otras preguntas de la notita.
¿Son las enfermedades un castigo divino?» Nadie creería eso hoy en día. Pero de repente se acordó de que mucha gente pensaba que rezar a Dios ayudaba a curarase, así que creerían que Dios tenía algo que ver en la cuestión de quién cstaba sano y quién estaba enfermo.
La última pregunta le resultaba mas difícil.:Sofía jamás hahía pensado en qué era lo que dirigía el curso de la historia. ¿Serian las personas, no? Si fuera Dios o el destin0, las personasn, no podrían tener libre albedrío.
El tema del libre albedrío le hizo pensar en otra cosa. ¿Porqué iba a tolerar que ese misterioso filósofo jugara con ella al escondite? ¿Por que no podía ella escribirle una carta al filósofo? Seguro que él, o ella, dejaría un nuevo sobre grande en el buzón en el transcurso de la noche, o en algún momento de la mañana siguiente. Entonces, ella dejaría una carta para el profesor de filosofía.
Sofía se puso en marcha. Le resultaba muy difícil escribir a alguien a quien jamás había visto. Ni siquiera sabía si era un hombre o una mujer. Tampoco si era joven o viejo. Por lo que sabía, incluso podria tratarse de una persona a la que ella conocia.
En poco tiempo habia redactado una pequeña carta:
Muy respetado filósofo:En esta casa se aprecia con sumo agrado su generoso curso de filosofía por correspondendia.Pero molesta no saber quién es usted. Le rogamos por tanto presentarse con nombre completo. A cambio será invitado a entrar a tomar una taza de café con nosotros, pero si puede ser, cuando mi madre no esté en casa. Ellas trabaja todos los días de 7,30 a 17,00 de lunes a viernes. Yo soy estudiante, y tendré el mismo horario, pero, excepto los jueves, siempre estoy e casa a partir de los dos y cuarto. Además, el café me sale muy bueno. Le doy las gracias por anticipado. Saludos de su atenta alumna. Sofía Amundsen, 14 años.
En la parte inferior de la hoja escribió: Se ruega contestación.
A Sofía le parecio que la carta era demasiado formal. Pero no era facil elegir las palabras cuando se escribía a una persona sín rostro.
Metió la hoja en un sobre de color rosa y lo cerró. Por fuera escribió: «Al filósofo»
El problema era cómo sacarlo fuera sin que su madre lo viera. Al mismo tiempo, tendria que mirar el buzón temprano a la mañana siguiente, antes de que llegara el periódico. Si no llegaba ningún envío durante la noche, tendria que volver a recoger el sobre de color rosa.
¿Porqué tenía que ser todo tan complicado?
Aquella noche, Sofía subió pronto a su habitación a pesar de que era viernes. Su madre intentó tentarla con una pizza y una película policiaca, pero dijo que estaba cansada y que quería leer en la cama. Mientras su madre estaba sentada mirando fijamente a la pantalla del televisor; Sofia bajó a hurtadillas a llevar la carta al buzón.
A1 parecer, su madre estaba un poco preocupada. Desde que surgió aquello del conejo graande y el sombrero de copa, hablaba con Sofía de una manera completamente distinta a la de antes. Sofía no quería preocuparla, pero ahora tenía que subir a la habitación para vigilar el buzón.
Cuando su madre subió, sobre las once, estaba sentada delante de la ventana mirando a la calle.
-¿No estarás sentada mirando al buzón? -pregunto.
-Miro lo que me da la gana.
-Creo que estás enamorada de verdad, Sofia. Pero si llega con una nueva carta, no lo hará en medio de la noche.
-¡Qué asco! Sofia no aguantaba esa tontería del enamoramiento. Pero habría que dejar que su madre creyera que su estado de ánimo se debía a algo así.
Su madre prosiguió: -¿Él fue el que dijo aquello del conejo y el sombrero de copa?
Sofía asintió con la cabeza.
-No es... no consume droga, verdad?
Ahora Sofia sentia verdadera lástima por su madre. No podía permitir que se preocupara tanto por una cosa así. Por otra parte, era bastante tonto pensar que las ideas divertidas tuvieran que ver con las drogas. Los mayores son un poco tontos a veces.
Se volvió y dijo:
-Mamá, te prmeto, aqui y ahora que jamás probaré algo así... y él tampoco consume drogas. Pero le interesa bastante la filosofía.
-¿Es mayor que tú?
Sofia dijo que no con la cabeza.
-¿De la misma edad?
Dijo que sí.
-¿Y le interesa la filosofía?
Volvió a decir que si. -Seguro que es majisimo, cariño. Y ahora, creo que debes dormir.
Pero Sofía se quedó durante horas mirando al camino. Sobre la una, tenía tanto sueño que los ojos se le iban cerrando. Estuvo a punto de acostarse, pero de repente vislumbró sobre una sombra que salía del bosque.
La oscuridad era casi total, pero había luz suficiente para poder distinguir la silueta de una persona. Era un hombre, y a Sofía le parecía hastante mayor. ¡Por lo menos, no era de su misma edad! En la cabeza llevaba una boina o algo parecido.
Miró una vez hacia la casa, pero Sofia no tenia ninguna luz encendida. El hombre se fue derecho al buzón y dejó caer dentro un sobre grande. En el momento de soltar el sobre, descubrió la carta de Sofía. Metió la mano en el buzón y sacó la carta. Al cabo de un instante, estaba ya otra vez en el bosque. Se fue corriendo hacia el sendero y desapareció.
Sofía notaba cómo le latía el corazón. Lo que más hubiera deseado era salir corriendo trás él. Aunque pensándolo bien, no podía hacer eso, no se atrevía a ir corriendo tras una persona desconocida en plena noche. Pero tenía que salir a recoger el sobre, eso sí que no lo dudaba.
Al cabo de un rato, bajó la escalera a hurtadillas, abrió cuidadosamente la puerta de la calle con la llave y se fue hasta el buzón. Pronto estaba de vuelta en su habitación, con el gran sobre en la mano. Se sentó sobre la cama conteniendo el aliento. Pasaron un par de minutos y no se oía ningun ruido en toda la casa. Entonces abrió la carta y comenzó a leer.
Era evidente que no recibiria ninguna contestacion a su carta hasta el día siguiente.
¡Buenos días de nuevo, querida Sofía! Déjame decirte, de una vez por todas, que jamás debes intentar espiarme. Ya nos conoceremos en persona algún día, pero seré yo quien decida la hora y el lugar. ¿No vas a desobedecerme, verdad?
Volvamos a los filósofos. Hemos visto cómo buscan explicaciones naturales a los cambios que tienen lugar en la naturaleza. Anteriormente, esas cuestiones se explicaban mediante los mitos.
Pero también en otros campos hubo que despejar el camino de viejas supersticiones. Lo vemos en lo que se refiere a estar enfermo y estar sano, y en lo que se refiere a los acontecimientos politicos. En ambos campos, los griegos tuvieron una gran fe en el destino.
Esta idea la podemos encontrar en todo el mundo, en el momento presente, y a través de toda la historia. En los países nórdicos existe una gran fe en «el destino»; tal como aparece en las antiguas sagas islandesas.
Tanto entre los griegos como en otras partes del
mundo, nos encontramos con la idea de que los seres humanos pueden llegar a conocer el
destino
lo que signiiica que el destino de una persona, o de un estado, puede ser interpretado de varios modos.
Todavía hay muchas personas que creen en leer las cartas, leer las manos o interpelar las estrellas.
Una variante típicamente noruega es la adivinación
Vemos que el «adivino» intenta interpretar algo que en realidad no está nada claro. Esto es muy típico de todo arte adivinatorio, y precisamente porque aquello que se «adivina» es tan poco claro, no resulta tampoco muy fácil contradecir al adivino.
Cuando miramos el cielo estrellado, vemos un verdadero caos de puntitos brillantes, y sin embargo, ha habido muchas personas, a través de los tiempos, que han creído que las estrellas pueden decirnos algo sobre nuestra vida en la Tierra. Incluso hoy en día, hay dirigentes políticos que consultan a un astrólogo antes de tomar una decisión importante.
Los griegos pensaban que los seres humanos podían enterarse de su destino a través del famoso oráculo de Delfos.
Al llegar a Delfos, uno entregaba primero su pregunta a los sacerdotes, quienes, a su vez, se la daban a Pitia. Ella emitía una contestación tan incomprensible o ambigua que hacía falta que los sacerdotes interpretaran la respuesta a la persona que había entregado la pregunta.Así los griegos podían aprovecharse de la sabiduría de Apolo, ya que creían que Apolo sabía todo sobre el pasado y el futuro.
Muchos jefes de Estado no se atrevían a declarar la guerra, o a tomar otras decisiones importantes, antes de haber consultado el oráculo de Delfos. Así pues, los sacerdotes de Apolo funcionaban prácticamente como una especie de diplomáticos y asesores, con muy amplios conocimientos sobre gentes y paises.
Encima del templo de Delfos había una famosa
inscripcion:
que significaba que el ser humano nunca debe pensar que es algo más que un ser humano, y que ningún ser humano puede escapar a su destino.
Entre los griegos se contaban muchas historias sobre personas que habían sido alcanzadas por su destino. Con el tiempo, se escribieron una serie de obras de teatro, tragedias, sobre esas personas «trágicas». El ejemplo más famoso es la historia del rey Edipo.
El destino no sólo determinaba la vida del individuo. Los griegos también creían que el curso mismo del mundo estaba dirigido por el destino. Opinaban que el resultado de una guerra podía deberse a la intervención de los dioses.
También hoy en día hay muchos que creen que Dios u otras fuerzas misteriosas dirigen el curso de la historia.
Pero justo a la vez que los filósofos griegos intentaban buscar explicaciones naturales a los procesos de la naturaleza, iba formándose una ciencia de la historia que intentaba encontrar causas naturales a su desarrollo. El que un Estado perdiera una guerra, no se explicaba ya como una venganza de los dioses. Los historiadores griegos más famosos fueron
Los griegos también creían que las enfermedades podían deberse a la intervención divina. Las enfermedades contagiosas se interpretaban, a menudo, como un castigo de los dioses. Por otra parte, los dioses podían volver a curar a las personas, si se les ofrecían sacrificios.
Esto no es, en modo alguno, exclusivo de los griegos.Antes del nacimiento de la moderna ciencia de la medicina, en tiempos recientes, lo más normal era pensar que las enfermedades tenían causas sobrenaturales. Por ejemplo, la palabra «influenza» significa en realidad que uno se encuentra bajo una mala «influencia» de las estrellas.
Incluso hoy en día, hay muchas personas en el mundo entero que creen que algunas enfermedades -el SIDA, por ejemplo- son un castigo de Dios. Muchos piensan, además, que un enfermo puede ser curado de un modo sobrenatural.
Precisamente en la época en que los filósofos griegos iniciaron una nueva manera de pensar, surgió una ciencia griega de la medicina que intentaba encontrar explicaciones naturales a las enfermedades y al estado de salud.
Se dice que
fue el fundador de la ciencia griega de la medicina.La protección más importante contra la enfermedad era, según la tradición médica hipocrática,
Lo natural en una persona es estar sana. Cuando surge una enfermedad, es porque la naturaleza ha «descarrilado» a causa de un desequilibrio físico o psiquico. La receta para estar sano era la moderación, la armonía y «una mente sana en un cuerpo sano».
Hoy en día se habla constantemente de la «ética médica», con lo que se quiere decir que, el médico, está obligado a ejercer su profesión médica según ciertas reglas éticas. Un médico no puede, por ejemplo, extender recetas de estupefacientes a personas sanas. Un médico tiene también que guardar el secreto profesional. Esto significa que no tiene derecho a contar a otras personas algo que un paciente le haya dicho sobre su enfermedad.
Estas reglas tienen sus raíces en Hipócrates, que exigió a sus discípulos que prestasen el siguiente juramento: Utilizaré el tratamiento para ayudar a los enfermos según mi capacidad y juicio, pero nunca con la intención de causar daño o dolor.
Consideraré sagrados mi vida y mi arte.
dejándoselo hacer a los que se ocupan de ello.
Cuando entre en la morada de un enfermo, lo haré siempre en beneficio suyo; me absfendré de toda acción injusta y de abusar del cuerpo de hombres o mujeres, libres o esclavos.
De todo cuanto vea y oiga en el ejercicio de mi profesión y aun fuera de ella callaré cuantas cosas sea necesario que no se divulguen,
Si cumplo fielmente este juramento, que me sea otorgado gozar felizmente de la vida y de mi arte y ser honrado siempre entre los hombres. Si lo violo y me hago perjuro, que me ocurra lo contrario.Sofía se sentó en la cama de un salto, cuando se despertó el sábado por la mañana. ¿Había sido un sueño o había visto de verdad al filósofo?
Tocó con el brazo el suelo bajo la cama. Pues sí, allí estaba la carta que habia llegado por la noche. Sofía se acordó de todo lo que había leído sobre la fe de los griegos en el destino.
Entonces, no había sido más que un sueño.
¡Claro que habia visto al filósofo! Y más que eso, había visto con sus propios ojos que se había llevado la carta que ella le habia escrito.
Sofia salió de la cama y miró debajo. Sacó de allí todas las hojas escritas a maquina. ¿Pero que era aquello? Al fondo del todo,junto a la pared, había algo rojo. ¿Podía ser una bufanda?
Sofía se deslizó debajo de la cama y recogió un pañuelo rojo de seda. Sólo estaba segura de una cosa: nunca había sido suyo.
Empezo a examinar el pañuelo minuciosamente y dio un pequeño grito cuando vio unas letras escritas con una pluma negra a lo largo de la costura.
¡Hilde! ¿Pero quien era Hilde? ¿Cómo podía ser que sus caminos se hubieran cruzado de esa manera?