RECUERDOS DE SÓCRATES
JENOFONTE
[LIBRO I]
A menudo me he preguntado
sorprendido con qué razones pudieron convencer a los atenienses quienes
acusaron a
Sócrates de merecer la muerte a los ojos de la ciudad. Porque la acusación
pública formulada contra él decía lo siguiente: «Sócrates es culpable de no
reconocer a los dioses en los que cree la ciudad, introduciendo, en cambio,
nuevas divinidades. También es culpable de corromper a la juventud».
En cuanto al primer punto, que no reconocía a los dioses que reconoce la
ciudad, ¿qué prueba utilizaron? Porque era evidente que hacía frecuentes
sacrificios en su casa, los hacía a menudo también en los altares públicos de
la ciudad, y tampoco
era un secreto que utilizaba la adivinación. Se había divulgado, en efecto,
que Sócrates afirmaba que la divinidad le daba señales, que es la razón
fundamental por la que yo creo que le acusaron de introducir divinidades nuevas.
Pero nada introducía más nuevo que otros que por creer en un arte adivinatoria
utilizan pájaros, voces, signos y sacrificios.
Ya que estas personas suponen no que los pájaros o los encuentros fortuitos
saben lo que conviene a los consultantes, sino que los dioses se lo manifiestan
a través de ellos, y Sócrates
también lo creía así. Sin embargo, la mayoría de las personas dicen que los
pájaros y los
encuentros les disuaden y les
estimulan, pero Sócrates lo decía como lo pensaba, o sea, que la divinidad le
daba señales, y aconsejaba
a muchos amigos suyos que hicieran unas cosas y
no hicieran otras, según las
indicaciones de la divinidad, y les
iba bien a quienes le creían, pero los que no le creían se arrepentían. Como
quiera que sea, ¿quién se negaría a reconocer que él no deseaba pasar por
necio ni por impostor ante sus amigos? Habría pasado por ambas cosas si,
después de anunciarse como mensajero de la divinidad, hubiera resultado falso.
Por ello es evidente que no lo habría anunciado si no hubiera creído que
decía la verdad. Y en tales asuntos, ¿quién se fiaría de otro ser sino de un
dios? Y fiándose de los dioses, ¿cómo no iba a creer que los dioses existen?
Pero también trataba a sus amigos de la siguiente manera: en los asuntos
inevitables, aconsejaba actuar como creía que tendría mejor resultado, y en
cuanto a los de resultado incierto, les enviaba a consultar al oráculo para
saber lo que debían hacer. Decía que quienes se disponen a gobernar
correctamente casas y ciudades necesitaban la adivinación, pues creía que
llegar a ser carpintero, herrero, labrador, gobernante de hombres, experto en
tales actividades, contable, administrador o comandante militar, todas son
enseñanzas asequibles a la inteligencia humana. Pero lo más importante de
estas actividades, decía, se lo 8 han
reservado los dioses para ellos y no
dejan ver nada a los hombres. Porque ni el que hace una buena siembra sabe
quién recogerá la cosecha, ni el que construye bien llena casa sabe quién la
habitará, ni para el general está claro si su mando es útil, ni sabe el
político si conviene que esté al frente del Estado, ni el que se casa con una
bella mujer para disfrutar de ella sabe si por su culpa se sentirá desgraciado,
ni quien ha conseguido parientes influyentes en la ciudad sabe si por culpa de
ellos no se verá privado de la ciudadanía. Pero quienes creían que ninguna 9
de estas cuestiones compete a la
divinidad, sino que son propias de la razón humana, decía que estaban locos,
como por locos tenía también a quienes consultaban el oráculo sobre
materias que los dioses concedieron a los hombres para que aprendieran a decidir
(como, por ejemplo, si alguien preguntara si es mejor contratar como cochero a
uno que sepa conducir o a uno que no sepa
5, o
si es preferible contratar como piloto de una nave a un experto o a uno que no
lo sea) o lo que se puede saber con la ayuda del cálculo, de la medida o del
peso: consideraban como una impiedad consultar tales cosas a los dioses. Decía
que se debe aprender lo que los dioses concedieron aprender a hacer, pero lo que
está oculto a los mortales debemos intentar averiguarlo por medio de los
dioses, pues los dioses dan señales a quienes les resultan propicios.
Por lo demás, Sócrates siempre estaba en público. Muy de mañana iba a los
paseos y gimnasios, y cuando la plaza estaba llena ,
allí se le veía, y el resto del día
siempre estaba donde pudiera encontrarse con más gente. Por lo general,
hablaba, y los que querían podían escucharle. Nadie vio nunca ni oyó a
Sócrates hacer o decir nada impío o ilícito. Tampoco hablaba, como la
mayoría de los demás oradores, sobre la naturaleza del universo ,
examinando en qué consiste lo que los
sofistas llaman kósmos y
por qué leyes necesarias se rige cada
uno de los fenómenos celestes, sino que presentaba como necios a quienes se
preocupan de tales cuestiones. En primer lugar investigaba si tales individuos,
por creer saber suficientemente las cosas humanas, se dedicaban a preocuparse de
lo referente a aquellas otras, o si, dejando de lado los problemas humanos e
investigando lo divino, creían hacer lo que es conveniente. Se sorprendía de
que no vieran con claridad que los hombres no pueden solucionar tales enigmas,
ya que incluso quienes más orgullosos están de su discurso sobre estos temas
no tienen entre sí las mismas opiniones, sino que se comportan entre ellos como
los locos. Entre 14 los
locos, en efecto, unos no temen ni siquiera 10 temible, otros temen incluso lo
no temible, unos creen que ni siquiera en público es vergonzoso decir o hacer
cualquier cosa, otros creen que ni siquiera pueden aparecer entre la gente, unos
no respetan santuario, ni altar, ni ninguna cosa divina, mientras que otros
veneran piedras, el primer trozo de madera que encuentran y los animales. Y en
cuanto a los que cavilan sobre la naturaleza del universo, unos creen que el ser
es uno solo, otros que es infinito en número ,
unos piensan que todo se mueve ,
otros que nada se mueve nunca ,
unos que todo nace y perece 12,
otros que nada nace ni va a perecer l3.
También examinaba sobre estos temas si, de la misma manera
que los que han aprendido la naturaleza humana creen que podrán aplicar lo que han aprendido en beneficio de sí mismos o de cualquier otro que lo
desee, así también los que investigan las cosas divinas esperan, una vez que
sepan por qué leyes necesarias se produce cada cosa, poder aplicar, cuando lo
deseen, vientos, aguas, estaciones y cualquier otra cosa de estas que necesiten.
O bien si no esperan nada de ello y les basta saber simplemente cómo se
produce cada uno de estos fenómenos. Esto es lo que decía de quienes se entrometen en tales cuestiones. En
cambio, él siempre conversaba sobre temas humanos, examinando qué es piadoso,
qué es impío, qué es bello, qué es justo, qué es injusto, qué es la
sensatez, qué cosa es locura, qué es valor, qué cobardía, qué es ciudad,
qué es hombre de Estado, qué es gobierno de hombres y qué un gobernante, y
sobre cosas de este tipo, considerando hombres de bien a quienes las conocían,
mientras que a los ignorantes creía que con razón se les debía llamar
esclavos.
No es sorprendente que los jueces se equivocaran en las cuestiones en las que
no era público cómo pensaba, pero en lo que todo el mundo sabía ¿no es
extraño que no se pararan a reflexionarlo? En efecto, en una ocasión en que
era consejero y había prestado juramento como tal, para cumplir con su cargo de
acuerdo con las leyes, le correspondió presidir la asamblea cuando el pueblo
quiso condenar a muerte ilegalmente con una sola votación a los nueve
generales, entre los que se encontraban Trasilo y Erasinides, y él se negó a
proceder a la votación, a pesar de que la asamblea se irritó contra él y
aunque muchas personas influyentes le amenazaban. Tuvo para él más valor
mantener su juramento que congraciarse con el pueblo contra toda justicia y
protegerse de las amenazas, y es
que estaba convencido de que los dioses se preocupan de los seres humanos, pero
no como la masa cree. Pues ésta piensa que los dioses saben unas cosas y otras
no, mientras que Sócrates creía que los dioses lo saben todo, lo que se dice,
lo que se hace y lo que se debate en secreto, que están presentes en todas
partes y que dan señales a los hombres en todos los problemas de los
hombres.
Por ello me sorprende que los atenienses se dejaran convencer de que
Sócrates no tenía una opinión sensata sobre los dioses, a pesar de que nunca
dijo o hizo nada impío, sino que más bien decía y hacía respecto a los
dioses lo que diría y haría una persona que fuera considerada piadosísima. También me parece sorprendente que algunos se dejaran convencer de que
Sócrates corrompía a los jóvenes, un hombre que, además de lo que ya se ha
dicho, era en primer lugar el más austero del mundo para los placeres del amor
y de la comida, y en segundo lugar durísimo frente al frío y el calor y todas
las fatigas; por último, estaba educado de tal manera para tener pocas
necesidades que con una pequeñísima fortuna tenía suficiente para vivir con
mucha comodidad. ¿Cómo
entonces una persona así habría podido hacer impíos a otros o delincuentes,
glotones o lujuriosos, o blandos frente a las fatigas? Más bien apartó a
muchos de estos vicios haciéndoles desear la virtud e infundiéndoles la
esperanza de que cuidándose de si mismos llegarían a ser hombres de bien. Aun
así, nunca se las dio de maestro en estas materias, pero poniendo en evidencia
su manera de ser hizo nacer en sus discípulos la esperanza de que imitándole
llegarían a ser como él.
Por lo demás, nunca descuidó su cuerpo, y reprochaba su descuido a los que
se abandonaban. Así, desaprobaba el comer en demasía para hacer un trabajo
excesivo, pero aceptaba trabajar proporcionalmente a lo que el espíritu admite
de buen grado, pues decía que este régimen es suficientemente sano y no
estorba el cuidado del alma. Tampoco era afectado ni presumido en el vestir ni
en el calzar, ni en su régimen de vida en general. Nunca fomentaba la codicia
en sus discípulos, pues además de liberarles de otras apetencias no intentó
cobrar dinero a los que deseaban su compañía. Rodeándose de esta
abstención pensaba que aseguraba su libertad. En cambio, a los que aceptaban un
salario por su conversación les acusaba de venderse como esclavos, porque se
obligaban a conversar con aquellos de quienes recibían dinero. Se
sorprendía de que hiciera dinero uno que predicaba la virtud, en vez de pensar
que la mayor ganancia era adquirir un buen amigo, como si temiera que el que
llegó a convertirse en hombre de bien no fuera a sentir el mayor agradecimiento
hacia quien le había hecho el mayor favor. Sócrates nunca hizo tal
ofrecimiento a nadie, pero tenía confianza en que los discípulos que aceptaban
las recomendaciones que él les hacía serían para él y entre sí buenos
amigos para toda la vida. ¿Cómo habría podido entonces un hombre así
corromper a la juventud? A no ser que el cuidado de la virtud sea corrupción.
Pero, ¡por Zeus!, decía su acusador,
Sócrates inducía a sus discípulos a
despreciar las leyes establecidas, cuando afirmaba que era estúpido nombrar a
los magistrados de la ciudad por el sistema del habla,
siendo así que nadie querría emplear
un piloto elegido por sorteo, ni un constructor, ni un flautista, ni a cualquier
otro artesano, a pesar de que los errores cometidos por ellos hacen mucho menos daño que
los fallos en el gobierno de la ciudad. Tales argumentos, afirmaba el acusador,
impulsan a los jóvenes a despreciar la constitución establecida y los hacen
violentos. Yo, en cambio, opino que los que practican la prudencia y se consideran capaces de
dar enseñanzas útiles a los ciudadanos son los que resultan menos violentos,
porque saben que las enemistades y los peligros son propios de la violencia,
mientras que con la persuasión se consiguen las mismas cosas sin peligro y con
amistad. Los violentados, en efecto, nos odian como si fuéramos ladrones,
mientras que los persuadidos sienten estima como si se les hubiera hecho un
favor. Por consiguiente, emplear la violencia no es propio de quienes practican
la prudencia, sino de quienes poseen la fuerza sin la razón. Además,
el que se arriesga a la violencia necesita muchos valedores, mientras que quien puede persuadir no necesita
ninguno, pues él solo cree que es capaz de convencer. En absoluto se les ocurre
a tales individuos el asesinato, porque ¿quién preferiría matar a alguien
antes de tener vivo a un seguidor convencido?
Pero, decía su acusador, al menos dos contertulios que
tuvo Sócrates, Critias y
Alcibíades,
hicieron muchísimo daño a la ciudad. Pues Critias fue el más ladrón y violento de cuantos
ocuparon el poder en la oligarquía, y Alcibíades, por su parte, fue el más
disoluto e insolente de los personajes de la democracia. Por mi parte, no voy a
defenderles, si estos dos hicieron algún daño a la ciudad, pero explicaré su
relación con Sócrates tal como ocurrió.
Estos dos hombres fueron por naturaleza los más ambiciosos de todos los
atenienses, querían que todo se hiciera por mediación de ellos y llegar a ser
más famosos que nadie. Sabían que Sócrates con poquísimo dinero vivía en
tal independencia, que era muy morigerado en todos los placeres y que a cuantos
conversaban con él los manejaba con sus razonamientos como quería. Al darse cuenta los dos de ello y siendo
como hemos dicho antes, ¿podría decir alguien que aspiraban a la compañía de
Sócrates deseando participar de la vida moderada que llevaba, o porque creían
que si trataban con él llegarían a ser capacitadísimas en el arte de hablar y
obrar? Porque, por mi parte, creo que si un dios les hubiera propuesto vivir
toda su vida como veían vivir a Sócrates o morir, ambos habrían preferido
más bien morir. Con su conducta se pusieron en evidencia, pues tan pronto como
se consideraron superiores a sus compañeros, se apartaron de Sócrates y se
dedicaron a la política, que es la razón por la que le buscaron.
Tal vez alguien podría objetar que Sócrates debió enseñar a sus
discípulos la prudencia antes que la política. Contra ello yo no tengo nada
que decir, pero veo que todos los maestros muestran a sus discípulos de qué
manera hacen lo que enseñan y los conducen por medio de la palabra. Sé que
también Sócrates se mostraba a sus discípulos como un hombre de bien y como
tal dialogaba bellísimamente sobre la virtud y las otras cualidades humanas.
También sé que ellos dos fueron prudentes mientras estuvieron con Sócrates,
no por temor a ser sancionados o azotados, sino porque realmente creían
entonces que lo mejor era obrar así.
Tal vez muchos de los que se llaman filósofos podrían objetar que un hombre
justo nunca puede volverse injusto ni el prudente hacerse insolente, ni en ninguna otra cosa objeto de
aprendizaje puede nunca el que ha aprendido algo llegar a ser ignorante de ello.
Yo en este punto no estoy de acuerdo , pues veo que de la misma manera que los
que no han entrenado sus cuerpos son incapaces de hacer actividades corporales,
así, tampoco las actividades del espíritu son posibles para quienes no han
ejercitado su espíritu, pues no pueden hacer lo que deben hacer ni, abstenerse
de lo que deben evitar. Por ello procuran los padres mantener a sus hijos,
aunque sean prudentes, apartados de los hombres perversos, en la idea de que el
trato con los buenos es un ejercicio de virtud y el trato con los malos es su
ruina. Lo testimonia el poeta que dice: De los buenos aprenderás cosas buenas,
pero si te mezclas con los malos, perderás hasta el entendimiento que tengas. Y el que afirma: Un hombre bueno, unas veces es cobarde y otras valiente. Yo
mismo soy un testimonio para ellos, pues veo que lo mismo que los poemas en
verso se olvidan si no se practican, así, también los discursos instructivos
pasan al olvido si no se ejercitan. Cuando se olvidan discursos didácticos,
pasa al olvido también la experiencia que siente el alma cuando desea la
prudencia, y si se olvida aquélla, no es de extrañar que se olvide también la
misma prudencia.
Veo también que los que se dan a la bebida o se revuelven en los placeres
carnales tienen menos capacidad para ocuparse de lo necesario y para abstenerse
de lo que no tienen que hacer. Pues muchos que podían ahorrar dinero antes de
enamorarse, cuando se enamoran ya no pueden, y una vez que han derrochado el
dinero dejan de renunciar a lucros que antes evitaban por considerarlos
vergonzosos.
Siendo así, ¿cómo no va a ser posible que uno que antes era moderado
pierda la moderación, y que quien antes era capaz de obrar con justicia luego
no sea capaz? Y o, por mi parte, pienso que todo lo honroso y bueno es
susceptible de entrenamiento, especialmente la prudencia, pues implantados en el
mismo cuerpo conjuntamente con el alma, los placeres tratan de convencerla para
que abandone la prudencia y se apresure a darles gusto a ellos y al cuerpo.
Efectivamente, mientras estuvieron con Sócrates, Critias y Alcibíades pudieron
dominar sus malas pasiones utilizándole como aliado, pero una vez que se
apartaron de él, Critias huyó a Tesalia y allí se reunió con hombres que
anteponían la ilegalidad a la justicia, mientras que Alcibíades, acosado a
causa de su belleza por una multitud de mujeres distinguidas, se vio corrompido
por una gran cantidad de personajes poderosos debido a su influencia en la
ciudad y entre los aliados. Honrado por el pueblo sin que le costara ningún
esfuerzo destacar, lo mismo que los atletas que consiguen fácilmente ser los
primeros en los certámenes gimnásticos y descuidan su entrenamiento, así,
también él se descuidó de sí mismo. Al juntarse en ellos dos estas
circunstancias, hinchados de orgullo por su estirpe, ufanos de su riqueza,
envanecidos por su influencia, enervados por las muchas adulaciones, corrompidos
por todas estas circunstancias y largo tiempo separados de Sócrates, ¿qué
tiene de extraño que se volvieran tan soberbios? Además, si cometieron algún
delito, ¿ha de culpar de ello el acusador a Sócrates? ¿No le parece al
acusador que es digno de elogio el hecho de que siendo jóvenes, cuando es
lógico que fueran más insensatos e intemperantes, Sócrates los hiciera
discretos? Sin embargo, no se juzga así en general. Porque ¿qué flautista,
qué citarista, qué otro maestro será considerado culpable si, después de
formar a sus discípulos, éstos se van con otros maestros y se adocenan? ¿Qué
padre, si su hijo alterna con un amigo y se hace sensato, y luego con otro se
hace malo, acusará al primero? ¿No elogia tanto más al primero cuanto peor se
haya vuelto con el segundo? Ni siquiera los propios padres que conviven con sus
hijos, cuando éstos se descarrían, consideran responsables, si ellos mismos
siguen llevando una vida moderada. Así sería justo juzgar a Sócrates. Si él
mismo cometía alguna mala acción, podía lógicamente ser considerado
perverso, pero si pasó su vida siendo prudente, ¿cómo podría en justicia ser
responsable de una maldad que no tenía? Pero si, aun no haciendo nada perverso
él mismo, aprobara las malas acciones que les viera cometer, con razón sería
objeto de censura. Pues bien, al tratarse en cierta ocasión de que Critias
estaba enamorado de Eutidemo y trataba de aprovecharse de él como los que se
aprovechan de los cuerpos para los placeres amorosos, intentaba apartarle
diciendo que era indigno de un hombre libre e impropio de un hombre de bien
requerir al enamorado, a cuyos ojos deseaba parecer muy digno, suplicando y
pidiendo como los mendigos una limosna que encima no es buena. Y como Critias no
atendía tales sugerencias ni se dejaba convencer, se dice que Sócrates en
presencia de otros muchos y del propio Eutidemo dijo que le parecía que a
Critias le ocurría lo que a los cerdos, porque estaba deseando rascarse contra
Eutidemo como los cerdos contra las piedras. Desde entonces, Critias odiaba a
Sócrates, hasta el punto que, cuando llegó a ser uno de los Treinta y redactor
de leyes con Caricles, se acordó de él y entre las leyes dictó una
prohibiendo enseñar el arte de la palabra, tratando así de insultar a
Sócrates sin tener por donde cogérle, más que atribuyéndole lo que la
mayoría echa en cara a los filósofos", y calumniarlo ante la multitud.
Porque ni yo mismo oí nunca tal cosa a Sócrates ni supe de ningún otro que lo
dijera. Pero la verdad se puso en evidencia, porque, cuando los Treinta
condenaron a muerte a un gran número de ciudadanos de los más respetables e
impulsaban a muchos al delito, Sócrates dijo que le parecería sorprendente que
un pastor de vacas que hiciera menguar y empeorar su ganado no reconociera que
era un mal vaquero, pero más sorprendente todavía que un político que hiciera
menguar y empeorar a los ciudadanos no se avergonzara ni reconociera que era un
mal gobernante.
Cuando les llegó esta observación, Critias y Caricles mandaron llamar a
Sócrates, le mostraron la ley y le prohibieron dirigirse a los jóvenes.
Entonces preguntó Sócrates si podía pedir una aclaración en el caso de no
haber entendido algún punto de las normas. Ellos respondieron que sí. 34
«Pues bien», dijo Sócrates, «estoy dispuesto a obedecer las leyes, pero para
no infringirlas por ignorancia, sin darme cuenta, quiero saber con claridad una
cosa de vosotros, si creéis que el arte de la palabra del que me mandáis
abstenerme es el del razonamiento correcto o el del razonamiento incorrecto.
Porque si se trata del razonamiento correcto, es evidente que habría que
abstenerse de hablar correctamente, y si es del incorrecto, está claro que hay
que intentar hablar correctamente».
Entonces, Caricles, irritándose, le dijo:
- Puesto que eres un ignorante, Sócrates, te hacemos una prohibición que es
más fácil de entender: te prohibimos terminantemente hablar con los jóvenes.
Y Sócrates:
- Entonces, para que no haya ninguna duda de que hago nada fuera de lo
prohibido, precisadme hasta cuántos años hay que considerar jóvenes a los
hombres.
Caricles dijo:
- En tanto no pueden pertenecer al Consejo por no ser todavía juiciosos. No
hables con personas más jóvenes de treinta años.
- Y en el caso de que quiera comprar algo, si el vendedor no tiene aún
treinta años, ¿puedo preguntarle cuánto pide?
- Eso sí, dijo Caricles. Es que tú, Sócrates, tienes la costumbre de
preguntar cosas que en su mayoría ya sabes como son. Esto es lo que no debes
preguntar.
- En ese caso, dijo, ¿no debo responder si algún joven me pregunta algo que
yo sé, por ejemplo dónde vive Caricles o dónde está Critias?
- Eso al menos sí, dijo Caricles.
Y Critias dijo:
- En cambio tendrás que abstenerte de los zapateros, carpinteros y herreros
, pues creo que ya los tienes desgastados y ensordecidos.
- Entonces, dijo Sócrates, ¿pasa lo mismo también con lo que les atañe,
lo justo, lo piadoso y otras cosas por el estilo?
- Sí, por Zeus, exclamó Caricles, y también con los vaqueros, pues de lo
contrario procura no menguar tú también las vacas.
Así quedaba en evidencia que les habían contado el cuento de las vacas y
estaban indignados con Sócrates.
Queda dicho con ello cuál era la amistad entre Critias y Sócrates y cuáles
sus mutuas relaciones. Yo añadiría que no hay educación posible recibida de
un maestro que no agrada. Ahora bien, todo el tiempo que alternaron con él,
Critias y Alcibíades no tuvieron relaciones con Sócrates porque Sócrates les
agradara, sino que desde el mismo principio toda su ambición iba dirigida al
gobierno de la ciudad, y mientras estaban con él, sólo intentaban conversar
con los más destacados políticos. Así se cuenta que Alcibíades, cuando aún
no tenía veinte años, mantuvo con Pericles, que era su tutor y estaba al
frente de la ciudad, la siguiente conversación sobre las leyes:
- Dime, Pericles, ¿podrías explicarme qué es una ley?
- Sin duda, respondió Pericles.
- ¡Enséñamelo, por los dioses!, dijo Alcibíades. Pues cuando yo oigo que
se alaba a algunas personas que respetan las leyes, pienso que no debería
recibir en justicia este elogio uno que no sabe qué es una ley.
- No deseas nada difícil, Alcibíades, dijo Pericles, cuando quieres saber
qué es una ley. Porque son leyes todo lo que el pueblo reunido en asamblea y
mediante acuerdo ha decretado, diciendo lo que se debe hacer y lo que no.
- ¿En el sentido de que se debe hacer lo bueno o lo malo?
- Lo bueno, por Zeus, muchacho, no lo malo.
- Y si no es el pueblo, sino que, como ocurre en la Oligarquía, unos pocos
reunidos decretan lo que hay que hacer, ¿qué es esto?
- Todo cuanto el poder deliberante de la ciudad decida que hay que hacer se
llama ley.
- Pero si un tirano que domina la ciudad decreta lo que deben hacer los
ciudadanos, ¿también eso es ley?
- También lo que el tirano en el ejercicio
del gobierno decreta, también eso se llama ley.
- ¿Qué es entonces la violencia y la ilegalidad, Pericles, ¿No es cuando
el más fuerte obliga al más débil, sin persuadirle, a hacer lo que a él le
parece?
- Al menos es lo que yo creo, dijo Pericles.
- Entonces, cuantas acciones obliga a hacer un tirano, sin persuadir a los
ciudadanos, ¿es ilegalidad?
- Yo creo que sí, dijo Pericles, y en ese caso retiro de que es ley cuanto
ordena un tirano prescindiendo de la persuasión.
- Y lo que unos pocos decretan sin convencer a la mayoría, sino porque
tienen la fuerza, ¿diremos que es violencia o lo negaremos?
-Yo creo que todo lo que uno obliga a hacer a alguien sin convencerle, tanto
si lo decreta como si no, es violencia más que ley, dijo Pericles.
- Entonces, lo que la multitud en pleno, ejerciendo su poder sobre los que
tienen dinero, decreta sin utilizar la persuasión, sería más violencia que
ley.
- Verdaderamente, Alcibíades, dijo Pericles, también nosotros cuando
teníamos tu edad éramos muy agudos en estas cuestiones, pues nos
ejercitábamos haciendo sofismas como los que me parece que tú ahora estás
practicando.
Dicen que Alcibíades respondió a esto:
- ¡Ojalá me hubiera relacionado contigo, Pericles, cuando estabas en la
cumbre de tu agudeza!
Pues bien, tan pronto como creyeron ser superiores a los políticos
dirigentes de la ciudad, ya no se acercaron más a Sócrates, porque, aparte de
que no le tenían simpatía, cada vez que se acercaban a él les molestaba que
les examinara de los errores que cometían. Se dedicaron a la política, que era
la razón por la que habían acudido a Sócrates. En cambio, Critón era un
compañero de Sócrates, como Querefonte, Querécrates, Hermógenes, Simias,
Cebes, Fedondas y otros que se reunían con él, no para convertirse en oradores
de la asamblea o judiciales, sino para llegar a ser hombres de bien y poder
tener una buena relación con su familia, con el ,servicio, sus parientes y
amigos, con la ciudad y sus conciudadanos, Y ninguno de ellos, ni de joven ni de
mayor, hizo mal alguno ni incurrió en ninguna acusación.
Pero Sócrates, decía el acusador, enseñaba a ultrajar a los padres ,
persuadiendo a sus amigos de que los hacía más sabios que sus padres, afirmando que, según la ley, podían incluso
atar a su padre convicto de locura, empleando como argumento que era lícito que
el más sabio encadenara al más ignorante. En realidad, Sócrates creía que
solo quien encadenaba a otro por ignorancia, él mismo debería en justicia ser
encadenado por los que saben lo que él mismo no sabe. Por este motivo, con
frecuencia examinaba en qué se diferencia la ignorancia de la locura y
consideraba el que los locos fueran atados como algo conveniente para ellos
mismos y para sus amigos, y que los que ignoraban las cosas necesarias era justo
que las aprendieran de quienes las sabían. Pero Sócrates, decía el acusador,
hacía que no sólo los padres sino también los otros allegados fueran
despreciados por los que trataban con él afirmando que ni a los enfermos ni a
los encausados les sirven de nada sus parientes, sino los médicos a los
primeros y a lo, otros los que saben defender en un juicio. Decía también de
los amigos que su benevolencia no sirve de nada, a no ser que puedan ser
útiles. Únicamente merecen consideración, decía, los que saben lo necesario
y son capaces de explicarlo. Y así, como trataba de convencer a los jóvenes
de que él era el más sabio y también el más capaz de hacer sabios a los
otros, disponía de tal manera a sus adeptos que entre ellos los demás no eran
nada en comparación con él.
Ahora bien, yo sé que empleaba este lenguaje refiriéndose a los padres, a
los demás parientes y amigos. Y a esto añadía que cuando ha salido el alma,
única sede de la inteligencia, sacan cuanto antes el cuerpo, aunque sea el más
querido, y lo hacen desaparecer. Decía que todo hombre, mientras vive, aparta
personalmente de su propio cuerpo, que estima sobre todas las cosas, y se lo da
a otro, lo que considera innecesario e inútil. Se deshacen de sus propias
uñas, sus cabellos, los callos, se dejan sajar y quemar por los médicos entre
sufrimientos y dolores y creen que, en agradecimiento, incluso deben pagar
honorarios. Escupen la saliva de la boca lo más lejos que pueden, porque dentro
no les sirve de nada, sino que más bien les perjudica, Ahora bien, cuando
decía esto no estaba dando, lecciones para enterrar al padre vivo o
automutilarse, sino tratando de explicar que lo absurdo es indigno de estima, y
exhortaba a preocuparse para ser lo más razonable y útil posible, con el fin
de que, si alguien quiere tener la consideración de su padre o de otro
cualquiera, no debe descuidarse confiando en el parentesco, sino que debe
intentar ser útil a aquellos cuya estima desea.
También decía el acusador que Sócrates había seleccionado los pasajes más
perversos de los poetas más ilustres, y, empleándolos como testimonio,
enseñaba a sus discípulos a ser malvados y despóticos. De Heródoto citaba lo
de que
El trabajo no es ninguna vergüenza, la ociosidad es vergüenza.
El acusador pretendía que Sócrates citaba este verso haciendo ver que el poeta exhorta a no abstenerse de ningún trabajo, ni injusto ni vergonzoso, sino a hacer también éstos con vistas a la ganancia, Pero aunque Sócrates había reconocido que el ser trabajador es útil y bueno para el hombre y ser vago es perjudicial y malo, o sea, que el trabajo es ,una bendición y la ociosidad una desgracia, también decía que trabajan los que hacen algo bueno y son buenos trabajadores, mientras que a los que juegan a los dados o realizan alguna otra ocupación mala o sancionahle los llamaba vagos, En este sentido podría ser correcto el verso de que
el trabajo no es ninguna vergüenza, la ociosidad es vergüenza
De Homero afirmaba el acusador que Sócrates citaba con frecuencia aquel pasaje en el que muestra cómo Ulises
Cada vez que encontraba a un rey y a un hombre distinguido, colocado ante él lo detenía con palabras suaves:
Ilustre, no está bien que sientas miedo como un cobarde. Antes bien, siéntate y haz que los pueblos se sienten. Pero cuando veía a un hombre del pueblo y lo encontraba gritando, golpeábale con el cetro y le increpaba con palabras:
desdichado!, siéntate en silencio y escucha las palabras de otros que son más poderosos que tú, Tú eres pacífico y débil, no cuentas ni en ni en el consejo.
Decía que explicaba este pasaje dando a entender que el poeta elogiaba el
que se golpeara a los hombres pobres .del pueblo, Pero Sócrates no quería
decir tal cosa, porque en otro caso habría pensado que él mismo debía ser
golpeado. Decía más bien que las personas que no son útiles ni de palabra ni
de obra, incapaces de ayudar al ejercito, a la ciudad y al propio pueblo en
caso necesario, sobre todo si encima son atrevidos, deben ser castigados por
todos los medios, por muy ricos que sean , Sócrates, por el contrario, era
evidentemente un hombre popular y amigable, pues a pesar de tener numerosos
discípulos, extranjeros y ciudadanos, nunca sacó dinero de este trato, sino
que a todos les hacía partícipes de sus bienes con prodigalidad. Algunos de
ellos, después de recibir de él gratis algunas cosas insignificantes, las
vendieron a buen precio a otros y no se mostraron como él amigos del pueblo,
sino que se negaban a tratar con quienes no tenían dinero. De modo que Sócrates ante
los ojos de todo el mundo fue orgullo de la ciudad, mucho más que Licas lo fue
para Esparta, y se hizo famoso por ello. Porque Licas recibía en su mesa a los
extranjeros que acudían a Esparta en las Gimnopedias , y Sócrates, en cambio, a
lo largo de toda su vida fue generoso con su hacienda y prestó los mayores
servicios a todos los que lo deseaban, pues despedía perfeccionados a los que
acudían a él.
En mi opinión, Sócrates con su manera de ser era más digno del respeto de
la ciudad que de muerte. A esta conclusión llegaría quien lo examinara desde
el punto de vista legal. Según las leyes, si alguien es convicto de ladrón,
robavestidos, cortabolsas, rompeparedes, traficante de esclavos o saqueador de
templos, su castigo es la pena de muerte. Pero nadie más alejado de estos
crímenes que Sócrates. Nunca fue culpable ante la ciudad ni de una guerra
desastrosa, ni de una revuelta o una traición ni ningún otro daño. Tampoco en
privado sustrajo bienes a nadie, ni le complicó en algún mal ni fue nunca
acusado de alguno que los crímenes citados. En ese caso, ¿cómo se le podría
implicar en la acusación? Un hombre que en vez de no creer en los dioses, como
estaba escrito en la acusación, era evidente que rendía culto a los dioses
más que nadie, y que en vez de corromper a la juventud, como le echaba en cara
el acusador, era indudable que reprimía las malas pasiones de sus discípulos y
los inclinaba a desear la más bella y más magnífica de las virtudes, por la
que se gobierna a la perfección ciudades y casas. Y si hacia tales cosas,
¡cómo podría no ser digno del mayor honor ante los ojos de la ciudad?
Y ahora, como Sócrates me parecía que ayudaba a sus discípulos, unas veces
mediante acciones que mostraban su manera de ser y otras dialogando con ellos,
voy a presentar,. por escrito todos los ejemplos que recuerdo de ello. En lo que
se refiere a los dioses, hablaba y actuaba evidentemente de acuerdo con las
respuestas de la Pitia a los que preguntaban cómo se debe proceder en materia
de sacrificios, el culto a los antepasados o sobre alguna otra cosa de este
tipo. La respuesta de la Pitia, en efecto, es que se obra piadosamente si se
actúa de acuerdo con las leyes de la ciudad. Sócrates procedía de esta manera
y lo recomendaba a los otros, pero consideraba indiscretos y necios a los que obraban de otra manera. Pedía simplemente a los dioses que le
concedieran bienes, en la idea de que los dioses saben perfectamente cuáles son
tales bienes: creía que quienes piden oro, plata, poder absoluto, o alguna otra
cosa parecida, no piden nada distinto de una jugada de dados, una batalla o
cualquier otra cosa cuyo resultado sea evidentemente incierto. Y cuando ofrecía sacrificios modestos, según
sus modestas posibilidades, no creía quedar por debajo de quienes con grandes
fortunas ofrecen numerosos y magníficos sacrificios. Porque ni estaría bien
que los dioses se mostraran más complacidos con grandes sacrificios que con
sacrificios pequeños (pues a menudo les resultarían más gratas las ofrendas
de los malvados que la de los buenos), ni para los hombres valdría la pena
vivir si las ofrendas de los malvados fueran más gratas a los dioses que las de
los buenos. Por el contrario, Sócrates creía que los dioses se complacían más
con los homenajes de las personas más piadosas, y elogiaba la siguiente
sentencia:
En la medida de tus fuerzas, haz sacrificios a los dioses inmortales
Decía que «en la medida de tus fuerzas» era una hermosa recomendación
tanto con los amigos como con los enemigos y en las circunstancias de la vida en
general. Si le parecía que le venía alguna señal de los dioses, se habría
dejado convencer para obrar contra sus indicaciones menos que si alguien hubiera
tratado de convencerle de que contratara para un viaje a un guía ciego o que no
conociera el camino, en vez de uno que viera y lo supiera. Acusaba de locura a
cuantos hacen algo contra las señales de los dioses tratando de protegerse de
la impopularidad humana. Él, en cambio, despreciaba todas las opiniones humanas
comparadas con el consejo de la divinidad.
En cuanto al régimen de vida, había educado su espíritu y su cuerpo de tal
manera que podía vivir con confianza y seguridad, si no ocurría nada extraordinario, sin carecer de recursos para
tan pocos gastos. Era, en efecto, tan frugal que no sé si alguien habría
podido trabajar tan poco como para cobrar lo que le bastaba a Sócrates. Sólo
comía lo necesario para comer a gusto y se dirigía a las comidas dispuesto de
tal modo que el apetito le servía de golosina. En cuanto a la bebida, toda le
resultaba agradable, porque no bebía si no tenía sed. Y si alguna vez le
invitaban y se mostraba dispuesto a acudir a una cena, lo que para la mayoría
es más difícil, es decir, evitar llenarse hasta la saciedad, él lo resistía
con la mayor facilidad. Y a los que no podían seguir esta conducta les
aconsejaba evitar los aperitivos que empujan a comer sin tener hambre y a beber
sin tener sed, porque aseguraba que alteran el estómago, la cabeza y el alma. Y
añadía en broma que él creía que Circe convertía a la gente en cerdos
invitándola con estos manjares en abundancia, y que Ulises, gracias a las
advertencias de Hermes, con su autocontrol, y absteniéndose de probar tales
manjares hasta la saciedad; no se había convertido en cerdo. Así bromeaba
sobre este tema, al tiempo que lo razonaba seriamente.
En cuanto a los placeres sexuales, aconsejaba abstenerse resueltamente de las
personas bellas, ya que no era fácil disfrutarlas y conservar la sensatez. Un
día que se enteró de que Critobulo, hijo de Critón , había besado al hijo
de Alcibíades, que era un hermoso muchacho, preguntó a Jenofonte en presencia
de Critobulo:
- Dime, Jenofonte, ¿no creías tú que Critobulo era un hombre sensato más
que atrevido y más prudente que insensato y temerario?
- Desde luego, dijo Jenofonte.
- Entonces, a partir de ahora considéralo el hombre más fogoso y
atolondrado, que sería capaz de dar volteretas sobre cuchillos de punta y de
saltar en el fuego.
- ¿Y qué le has visto hacer para que le condenes de esa manera?, dijo
Jenofonte.
- ¿Pues no se atrevió a darle un beso al hijo de Alcibíades, que es
guapísimo y muy atractivo?
- Entonces, dijo Jenofonte, si tal es su hazaña temeraria, creo que yo
también correría ese peligro.
- ¡Desgraciado!, dijo Sócrates, ¿y qué crees que te pasaría después de
darle un beso a una belleza? ¿No serías al punto esclavo en vez de libre,
derrocharías mucho dinero en placeres funestos, no te quedaría tiempo para
pensar en nada noble y hermoso, y en su lugar te verías obligado a tomar en
serio cosas por la que ni un loco lo haría?
- ¡Por Hércules!, dijo Jenofonte, ¡qué alarmante poder concedes a un
beso!
- ¿Y ello te sorprende?, dijo Sócrates. ¿No sabes que las tarántulas, que
no tienen el tamaño de medio óbolo, sólo con tocar con la boca hacen polvo
con sus dolores a las personas y les quitan el sentido?
- Sí, por Zeus, dijo Jenofonte, porque la tarántula inocula algo con el
mordisco.
- ¿Y tú crees, so necio, que los muchachos bellos no inoculan nada cuando
besan, aunque tú no lo veas?. No sabes que esa fierecilla que llaman hermosa y
atractiva es tanto más terrible que las tarántulas, porque éstas contactan,
mientras que el otro sin ni siquiera tocar, si alguien lo mira aunque sea de
lejos, inocula algo que hace enloquecer? (Tal vez por eso se da el nombre de
arqueros a los amores, porque los muchachos hermosos hieren incluso de lejos.)
Por ello te aconsejo, Jenofonte, que cada vez que veas a un muchacho bello huyas
precipitadamente. Y a ti, Critobulo, te aconsejo que te vayas al extranjero por
un año, porque tal vez a duras penas durante ese tiempo puedas curarte del
mordisco.
Así pues, en lo referente a los placeres carnales pensaba que quienes no se
sienten seguros frente a ellos debían entregarse en circunstancias en que, sin
necesitarlo en absoluto el cuerpo, el alma no los aceptaría, o, necesitándolo
el cuerpo, no le plantearían problemas. En cuanto a él, estaba evidentemente
tan bien preparado que se abstenía con más facilidad de los jóvenes más
bellos y atractivos que los demás de los más feos y desgraciados.
Tal era su disposición respecto a la comida, la bebida y los placeres del
amor, y creía que disfrutaba de manera no menos suficiente que quienes se toman
muchos trabajos en ello, y que él iba a tener menos preocupaciones.
Y si algunos piensan de Sócrates, de acuerdo con una opinión que se ha
expuesto por escrito acerca de él, basándose en conjeturas, que fue el mejor
para exhortar a los hombres a la virtud, pero que, en cambio, no fue capaz de
llevarlos hasta ella, que consideren no sólo las preguntas que a modo de
castigo hacía para refutar a los que creen saberlo todo, sino también las
conversaciones que tenía en su trato diario con sus acompañantes, para
examinar si era capaz de hacer mejores a los que le seguían.
En primer lugar, contaré la conversación que le oí mantener un día acerca
de la divinidad con Aristodemo , al que apodaban el enano. Al enterarse de que
éste no hacía sacrificios a los dioses ni consultaba la adivinación, sino que
incluso se burlaba de quienes lo hacían, le dijo:
-.Dime, Aristodemo, ¿hay personas a las que tú admires por su sabiduría?
- Desde luego.
- Dinos sus nombres.
_ En la poesía épica admiro sobre todo a Homero, en el ditirambo a
Melanípides , en la tragedia a Sófocles, en la escultura a Policleto y en la
pintura a Zeuxis.
- ¿Y quiénes te parecen más dignos de admiración, los que crean imágenes
irracionales y sin movimiento, o los que hacen seres inteligentes y activos?
- ¡Por Zeus! Con mucho prefiero a los que crean seres vivos, a no ser que se
produzcan por azar y no en virtud de un proyecto inteligente.
- Y entre las cosas que es imposible conjeturar con qué fin están hechas y
las que evidentemente tienen una utilidad, cuáles crees que son obra del azar y
cuáles de la inteligencia?
- Parece lógico que las que tienen una utilidad son obra de una
inteligencia.
- ¿Y no te parece entonces que quien desde el principio ha creado hombres
les añadió con fines utilitarios órganos con los que experimentaran
sensaciones, ojos para que pudieran ver lo visible, oídos para oír lo audible?
Y , en cuanto a los olores, ¿qué utilidad habrían tenido para nosotros si no
hubiéramos sido provistos además de nariz? ¿Qué sensación habríamos tenido
de lo dulce, de lo picante,' y de todos los placeres del gusto si no se hubiera
creado la lengua para discernirlos? Además de eso, ¿no te parece obra de la
providencia que siendo la vista algo delicado se la haya cerrado con párpados,
que se abren cuando hay que utilizarla, mientras que están cerrados durante el
sueño y que, para que los vientos tampoco la dañen, se hayan plantado como una
criba las pestañas y que se haya rebordeado con cejas la parte superior de los
ojos, para que ni siquiera el sudor de la frente los perjudique? ¿Y que el
oído reciba todos los sonidos, pero nunca se llene de ellos?. Y que los dientes
de delante en todos los animales tengan capacidad de cortar y los molares en
cambio sean usados para machacar lo que reciben de aquellos? ¿Y que la boca,
por la que los animales mandan dentro cuanto apetecen, esté colocada cerca de
los ojos y de la nariz, y, en cambio, como las deyecciones nos repugnan, hayan
desviado sus conductos y los hayan llevado lo más lejos posible de los
sentidos? Estas cosas, tan providencialmente preparadas, ¿todavía dudas sin
son obra del azar o de la Inteligencia?
¡No, por Zeus! dijo Aristodemo. Más bien, examinado de esa manera, parece
totalmente obra de un artesano entendido y amigo de los seres vivos.
- ¿Y el haber infundido el deseo de tener hijos y en las madres el deseo de
criarlos y en las crías un amor grandísimo a la vida y un tremendo temor a la
muerte?
- Indudablemente, todo eso tiene aspecto de ser cosa de alguien que ha
decidido que haya seres vivos.
- ¿Tú mismo crees que hay algo racional en ti?
- Pregunta y te responderé.
- Y fuera de ti ¿no crees que haya nada racional? Y aun sabiendo que tienes
en tu cuerpo una pequeña parte de la tierra, que es mucha, y de la humedad, que
es tan grande, sólo tienes una pequeña porción, y sin duda de cada uno de los
otros elementos, que, siendo grandes, sólo has asumido una pequeña parte para
ensamblar tu cuerpo. Aun así, ¿crees haber acaparado, por una especie de buena
suerte, la inteligencia, que es lo único que no está en ninguna parte, y estos
elementos infinitos en número y grandeza te imaginas que se mantienen en orden
sin una inteligencia?
- ¡Por Zeus!, es que no veo a los responsables como veo a los artífices de
lo que aquí se produce.
- Tampoco ves tu propia alma , que es responsable del cuerpo; según eso,
también puedes decir que no haces nada con inteligencia, sino todo al azar.
Y Aristodemo dijo:
- No, Sócrates, yo no desprecio la divinidad, pero sí creo que es demasiado
elevada como para necesitar de mi culto.
-Precisamente, dijo Sócrates, cuando más elevada te parezca para ser digna
de tus servicios, tanto más debes honrarla.
- Puedes estar convencido de que si yo creyera que los dioses se preocupan
algo de los hombres, no me desentendería de ellos.
- Entonces ¿no crees que se preocupan? Ellos que, lo primero, entre todos
los seres vivos sólo al hombre lo pusieron erguido, y esa postura erecta
permite que pueda ver más lejos, mirar mejor las cosas que están por encima de
él y estar menos expuestos a sufrir daños en la vista, el oído y la boca;
además, si a los otros animales terrestres les dieron pies que sólo les permiten andar, al hombre le añadieron manos,
gracias a las cuales lleva a cabo acciones con las que es más feliz que aquellos. Y teniendo todos los seres vivos una boca, sólo la de los seres
humanos la hicieron tal que tocando uno u otro lado de la boca pueden articular
sonidos y dar a entender todo lo que quieren comunicarse unos a otros, Y en
cuanto a los placeres del amor, a los otros animales se los circunscribieron a
una época del año, mientras que a nosotros nos los ofrecieron .nos los
ofrecieron sin solución de continuidad hasta la vejez, Pues bien, no le bastó
a la divinidad preocuparse del cuerpo, sino, lo que es más más importante,
infundió en el hombre un alma perfectísima. En efecto, ¿qué alma de otro ser
vivo es en primer lugar capaz de reconocer la existencia de los dioses que
ordenaron las más grandes y más bellas creaciones? ¿Qué otro animal que no
sea el hombre rinde culto a los dioses? ¿Qué alma es más capaz que la humana
de precaverse del hambre, de la sed, del frío o del calor, o de poner remedio a
las enfermedades, de ejercitar su fuerza, esforzarse por aprender, o más capaz
de recordar cuanto ha aprendido o visto? ¿No es algo totalmente evidente que al
lado de los otros seres vivos los hombres viven como dioses, destacando sobre
todos por su naturaleza, su cuerpo y su espíritu? Porque ni aunque tuviera el
cuerpo de un buey y el juicio de un hombre podría hacer lo que quisiera, ni un
animal provisto de manos pero sin inteligencia tiene más valor. Tú, en cambio,
que participas de estas dos grandísimas ventajas, ¿crees que los dioses no se
preocupan de ti? ¿Qué tendrían que hacer entonces para que creyeras que se
ocupan?
- Cuando me envíen, como tú dices que envían, consejos de lo que hay que
hacer y lo que no hay que hacer.
- Y cuando comunican algo a los atenienses que les consultan por medio de la
adivinación, ¿no crees que también te lo comunican a ti, ni cuando envían
portentos a los griegos para darles indicaciones, ni cuando lo hacen a todos los
hombres, sino que únicamente a ti te escogen para dejarte en olvido? ¿Crees
tú que los dioses habrían infundido en los hombres la creencia de que son
capaces de hacer El bien y el mal si no tuvieran poder para hacerlo, y que los
hombres se habrían dejado engañar todo el tiempo sin darse cuenta? ¿No ves
que las cosas humanas más duraderas y más sabias, las ciudades y las naciones,
son las que más respetan a la divinidad, y que las edades más sensatas son las
que más se preocupan de los dioses? Mi buen amigo, aprende de una vez que la
inteligencia que hay en ti maneja tu cuerpo como quiere. Hay que pensar por ello
que también la inteligencia que hay en el todo lo dispone todo como ella le
place, y no pienses que tu ojo puede alcanzar muchos estadios y que el ojo de la
divinidad sea incapaz de verlo todo al mismo tiempo, o que tu alma pueda
ocuparse de las cosas de aquí y de las de Egipto y Sicilia, y que la
inteligencia de dios no sea capaz de pensar en todo al mismo tiempo. Si de la
misma manera que tú sirviendo a la gente conoces a los que están dispuestos a
servirte a ti, y haciendo favores descubres a los que están dispuestos a
devolvértelos, y dando consejos encuentras a los sensatos. así también
rindiendo culto a los dioses los pones a prueba de si te querrían aconsejar
sobre lo que para los hombres es incierto y conocerás que la divinidad es de
tal grandeza y tal categoría que puede verlo todo al mismo tiempo, oírlo todo,
estar presente en todas partes y preocuparse de todo al mismo tiempo.
Pues bien, yo creo que hablando así no sólo enseñaba a los discípulos a
apartarse de acciones impías, injustas y vergonzosas cuando estaban a la vista
del público, sino también cuando estaban solos, porque estaban efectivamente
convencidos de que nada de cuanto hicieran pasaría desapercibido a los dioses.
Si, efectivamente, la continencia es una posesión bella y útil para un
hombre, consideremos si en algo les hacía progresar hacia ella diciéndoles
cosas como las siguientes:
Señores, si por habérsenos presentado una guerra quisíeramos elegir a un
hombre bajo cuya guía pudiéramos ante todo salvarnos y someter al enemigo,
¿acaso escogeríamos a uno del que nos constara que era esclavo del estómago y
del vino y de los placeres del sexo, de la fatiga o del sueño? ¿Cómo
podríamos esperar que un individuo así nos salvara o sometiera a nuestros
enemigos? Y si al llegar al final de nuestra vida quisiéramos confiar a alguien
la educación de nuestros hijos o salvaguardar la virginidad de nuestras hijas o
conservar nuestra fortuna, ¿acaso consideraríamos más digno de confianza para
esta misión al incapaz de controlarse a sí mismo? ¿Encargaríamos a un
esclavo intemperante nuestros rebaños o almacenes o la inspección de las
obras? ¿Estaríamos dispuestos a aceptar incluso gratis un servidor o proveedor
de tales características? Y si no aceptamos a un incontinente ni como esclavo,
¿cómo no iba a merecer la pena evitar convertirnos en una persona así? Porque
a diferencia de los avaros, que cuando quitan sus bienes a los demás creen
enriquecerse, no puede decirse que el incontinente sea perjudicial para los
otros pero beneficioso para sí mismo, sino que, además de hacer daño a los
demás, se hace mucho más daño a sí mismo, ya que la cosa más dañina es
arruinar no sólo la propia casa, sino además el cuerpo y el alma. Y en el
trato cotidiano, ¿a quién le agradaría un individuo que se sabe que disfruta
más de la comida y del vino que de los amigos, y que le gustan más las fulanas
que los compañeros? Porque, de hecho, ¿no debe todo individuo que considere
que la templanza es el fundamento de la virtud disponerla lo primero en su alma?
Porque sin ella ¿quién podría aprender algo bueno o practicarlo de manera
digna de mención? ¿O qué individuo esclavo de sus pasiones no degradaría
vergonzosamente su cuerpo y su alma? Yo creo, ¡por Hera!, que cualquier hombre
libre tiene que desear que no le toque un esclavo así, pero un hombre esclavo
de sus pasiones tiene que pedirles a los dioses encontrar buenos amos, pues
únicamente así podría salvarse.
Esto es lo que decía, y con sus actos todavía se mostraba más dueño de
sí mismo que con sus palabras, pues no sólo dominaba los placeres del cuerpo,
sino también los que se consiguen con dinero, porque creía que aceptar dinero
del primero que llega es ponerlo de dueño de uno mismo, y no hay nada más
vergonzoso que someterse a una esclavitud.
También merece la pena no dejar pasar por alto sus conversaciones con el
sofista Antifonte . El caso es que, un día, queriendo Antifonte quitarle sus
discípulos, se acercó a Sócrates y en presencia de aquellos le dijo:
- Sócrates, yo creía que los que se dedican a la filosofía llegan a ser
más felices, pero lo que me parece es que tú has conseguido de la filosofía
el fruto contrario, Al menos estás viviendo de una manera que ni un esclavo le
aguantaría a su amo un régimen como ése: comes los manjares y bebes las
bebidas más pobres, y la ropa que llevas no sólo es miserable sino que te
sirve lo mismo para invierno que para el verano, no llevas calzado ni usas
túnica. Encima, no aceptas dinero, que da alegría al recibirlo y cuya
posesión permite vivir con más libertad y más agradablemente. Pues bien, si,
de la misma manera que los maestros en otras actividades enseñan a sus
discípulos a imitarles, tú también instruyes a tus alumnos en ese sentido,
considérate un profesor de miseria.
Sócrates respondió a ello:
Me da la impresión, Antifonte, de que te has hecho una idea tan triste de mi
manera de vivir, que estoy convencido de que preferirías morir a tener una vida
como la mía. Observemos, pues, qué es lo que de difícil aprecias tú en mi
vida. ¿Será acaso porque los que cobran dinero están obligados a realizar la
tarea por la que cobran, mientras que yo, como no cobro, no tengo necesidad de
conversar con quien no quiera? ¿O menosprecias mi régimen de vida haciendo ver
que como manjares menos sanos que tú y que proporcionan menos energía? ¿O que
mis medios de subsistencia son más escasos y por ello más caros que los tuyos?
¿O que son más agradables para ti los manjares que tú te preparas que para
mí los míos? ¿No sabes que el que come más a gusto es el que menos
condimento necesita, y que quien bebe más a gusto menos necesita la bebida que
no tiene a mano? Y en cuanto a la ropa ¿sabes que los que cambian de ropa lo
hacen por el frío y el calor y llevan calzado para no verse impedidos de andar
por donde se pueden hacer daño en los pies? Pues bien, ¿notaste tú alguna vez
que yo me quedara en casa a causa del frío más que otra persona, o que a causa
del calor me peleara con alguien por una sombra, o que por dolerme los pies no
pudiera ir donde quisiera? ¿No sabes que los que por naturaleza son más
débiles físicamente, a fuerza de ejercicio se hacen más fuertes y aguantan
mejor en aquello a que se dedican que los que, siendo más fuertes, no se
entrenan? ¿Y no crees que yo, entrenando continuamente mi cuerpo para soportar
las contingencias, puedo soportarlo todo con más facilidad que tú, que no te
entrenas? Y para no ser esclavo del estómago, ni del sueño, ni de la lascivia,
¿crees que hay alguna razón más poderosa que la de tener otras actividades
más agradables que ésas, las cuales no sólo me complacen mientras las
disfruto, sino que me proporcionan la esperanza de que siempre me serán de
provecho? Lo que sí sabes, sin duda, es que los que no esperan que vayan a verles
bien las cosas no disfrutan, mientras que quienes creen que una labranza o una
travesía en barco o cualquier otra cosa que estén haciendo les saldrá bien,
disfrutan con su prosperidad. ¿No crees entonces que de todo ello surge un
placer tan grande como el de creer que uno mismo llegará a ser mejor y tendrá
mejores amigos? Yo, al menos, me paso la vida con esa creencia. Y por otra
parte, en el caso de que hubiera que ayudar a los amigos o a la ciudad, ¿quién
tendrá más tiempo para ocuparse de ello. el que viva como yo o el que tú
consideras feliz?. Y quién de los dos podría salir con mayor rapidez a
luchar,. el que no puede vivir sin un régimen dispendioso o el que se conforma
con lo que tiene a mano? ¿Y quién se rendiría antes en un asedio, el que
necesita disponer de las cosas más difíciles o el que se basta con lo más
fácil de encontrar? Me parece, Antifonte, que opinas que la felicidad es
molicie y derroche . En cambio, yo creo que no necesitar nada es algo divino, y
necesitar lo menos posible es estar cerquisima de la divinidad; como la
divinidad es la perfección, lo que está más cerca de la divinidad está
también más cerca de la perfección.
Otro día que Antifonte estaba conversando con Sócrates, le dijo:
Sócrates, yo te considero una persona justa, pero de ninguna manera sabia, y
creo que tú mismo así lo reconoces, pues no sacas ningún dinero por tu
compañía, a pesar de que no darías gratis, ni siquiera por menos de lo que
valen, ni tu manto, ni tu casa, ni ninguno de los bienes que posees si creyeras
que valen algún dinero. Por ello, es evidente que si creyeras que tu compañía
vale algo, no cobrarías por ella menos dinero del que vale. Por ello, es
posible que seas justo, ya que no engañas a nadie por codicia, pero no puedes
ser sabio, pues no sabes nada que valga algo.
Sócrates respondió a esto:
Antifonte, entre nosotros se considera que tanto la belleza como la
sabiduría se pueden tratar de manera elogiosa o vil. Si uno vende su belleza
por dinero a quien la desee, eso se llama prostitución, pero si alguien conoce
a un enamorado que es un hombre de bien y se hace su amigo, entonces le
consideramos juicioso y moderado. Con la sabiduría ocurre lo mismo: los que la
venden por dinero a quien la desea se llaman sofistas (como si dijéramos
bardajes); en cambio, si alguien reconoce que una persona es de buen natural, le
enseña todo lo bueno que sabe y le convierte en un buen amigo, entonces decimos
que hace lo que corresponde a un hombre de bien. Yo mismo, Antifonte, lo mismo
que a otros les gusta un buen caballo, un perro o un pájaro, a mí me gustan
más los buenos amigos y, si sé algo bueno, se lo enseño y los pongo en
relación con otros que pienso que podrán series provechosos para su virtud.
Los tesoros que los antiguos sabios dejaron escritos en libros yo los desenrollo
y los recorro en compañía de mis amigos y, si encontramos algo bueno, lo
seleccionamos Consideramos un gran beneficio hacernos amigos unos de otros.
Yo, al oír estas palabras, pensé que el propio Sócrates era feliz y
conducía a sus oyentes a la hombría de bien.
En otra ocasión, al preguntarle Antifonte cómo pensaba en hacer políticos
a los demás, mientras que él no se dedicaba a la política, si es que sabía
algo de ella, respondió: «¿CÓmo podría dedicarme más a la política,
interviniendo yo solo en ella o preocupándome de que haya la mayor cantidad
posible de personas capaces para ello?»
Examinemos si, apartando también de la impostura a sus seguidores, los
orientaba a la práctica de la virtud. Les decía, efectivamente, que no había
camino más hermosos para la buena fama que el de llegar a ser tan bueno como
uno quería realmente parecerlo. Y que con ello decía verdad lo explicaba de la
siguiente manera:
Reflexionemos, decía: si un hombre quisiera parecer un buen flautista sin
serlo, ¿qué tendría que hacer? ¿No tendrá que imitar a los buenos
flautistas en lo que es exterior al arte? En primer lugar, como tienen un
hermoso equipo de vestuario y arrastran numerosos seguidores, también el
tendrá que hacerlo. En segundo lugar, como tienen muchos que les aplauden ,
también éste tendrá que procurarse un clac abundante. En cambio, nunca
tendrá que ponerse en acción, o en seguida quedará en ridículo y en evidencia no sólo como mal flautista sino también como un charlatán. Y en
estas condiciones, teniendo muchos gastos y sin sacar ningún provecho,
consiguiendo encima mala fama, ¿cómo no va ser su vida muy penosa, sin
provecho y ridícula? Y, de la misma manera, si alguien quiere aparentar ser un
buen general sin serlo, o un buen piloto, imaginémonos qué podría pasarle.
¿No sería doloroso que en su deseo de parecer capaz de esta técnica no
pudiera convencer a nadie, o, lo que todavía es más penoso, que pudiera
convencerles? Porque es evidente que puesto a pilotar sin saber, o a dirigir una
campaña, destruiría a quienes menos deseaba hacerlo, y él mismo saldría del
trance avergonzado y perjudicado.
Sócrates demostraba de la misma manera que era perjudicial pretender
aparentar ser rico, valiente y fuerte sin serlo, porque decía que entonces se
les impondrían tareas superiores a sus fuerzas y, al no poder realizarlas
aunque aparentaban ser capaces, no tendrían perdón. Se llamaba estafador, y no
pequeño, a quien recibiendo dinero o bienes gracias a la confianza luego se
quedaba con ellos, el mayor estafador de todos es el que sin valer nada ha
engañado a la gente haciéndola creer que es capaz de dirigir el Estado. Yo creo que Sócrates apartaba a sus seguidores de la impostura con tales
conversaciones.