RECUERDOS DE SÓCRATES
Jenofonte
[LIBRO II]


A mí me parecía que con tales conversaciones impulsaba a sus seguidores a ejercitar el auto control sobre el deseo de comida y bebida, sobre la lujuria y el sueño, el frío, el calor y la fatiga. Así, al enterarse de que uno de sus acompañantes se comportaba de manera muy incontrolada en tales aspectos, le dijo:
- Escúchame, Aristipo , si tuviéramos que encargarle de educar a dos jóvenes, uno para ser capaz de gobernar y el otro para no intentarlo siquiera, ¿cómo educarías a uno y otro?; ¿quieres que empecemos el examen por la alimentación, o sea, por los primeros elementos como quien dice?
Aristipo respondió:
- Efectivamente, a mí la alimentación me parece que es un principio, ya que nadie podría vivir si no se alimentara.
¿Es lógico entonces, que a uno y otro, cuando llegue el momento, les entre el deseo de tomar alimento?
- Es lógico.
- ¿Y a cuál de los dos acostumbraríamos a subordinar la satisfacción del estómago a la gestión de un asunto urgente?
- ¡Por Zeus!, al que está siendo educado para gobernar, a fin de que los asuntos de Estado no queden sin despachar durante su gobierno.
- Y cuando quieran beber, ¿no impondremos al mismo la capacidad de aguantar la sed?
- Sin la menor duda.
- Y dominar el sueño, para que sea capaz de acostarse tarde, levantarse temprano y estar en vela si es preciso, ¿a quién se lo impondríamos?
- Al mismo también.
- ¿Y controlar los placeres del amor, para no verse impedido de actuar, si es necesario?
- También esto al mismo.
- ¿Y no rehuir nunca las fatigas, sino someterse voluntariamente a ellas, ¿a quién de los dos se lo impondríamos?
- También al que se está educando para gobernar.
- Bien, y el aprender una ciencia adecuada, si es que la hay, para triunfar sobre los adversarios, ¿a quién convendría más que se la impusiéramos?
-¡Por Zeus, con mucho mayor motivo al educado para gobernar, porque sin una ciencia de este tipo ninguna de las otras le serviría para nada.
- Y el hombre educado de esta manera ¿no te parece que está menos expuesto a ser sorprendido por sus rivales que el resto de los animales? Porque una parte de ellos son atrapados por el cebo de la gula; otros, a pesar de su mucha timidez, arrastrados a la carnaza por el ansia de comer o también por la bebida, se ven igualmente apresados.
- Así es, sin duda, dijo.
- ¿Y no ocurre también con otros animales, como los machos de las codornices y las perdices, que, arrastrados por la lascivia hacia el reclamo de la hembra, por el deseo y la esperanza de los placeres del amor, perdida la facultad de reconocer los peligros, se ven llevados a caer en las trampas de los cazadores?
También Aristipo convino en este aspecto.
- ¿Y no te parece una vergüenza que un ser humano ceda ante las mismas pasiones que los animales más irracionales? Es como, por ejemplo, cuando los adúlteros se introducen en las alcobas sabiendo que al cometer adulterio corren el peligro de sufrir el castigo de la ley, el de ser espiados y sometidos a humillaciones si les atrapan. Cuando amenazan al adúltero tan graves daños y ultrajes, habiendo tantos medios para liberarse de los deseos sexuales sin daño ni perjuicio, ¿no es una grandísima insensatez dejarse arrastrar a pesar de todo a peligros tan grandes?
- A mí así me lo parece, dijo.
-Y siendo así que la mayor parte de las ocupaciones humanas se realizan al aire libre, como, por ejemplo, la de la guerra, la de la agricultura, y muchísimas otras, ¿no te parece que es mucho descuido que la mayoría no se hayan entrenado para el frío y el, calor?
También estuvo de acuerdo en este punto.
- ¿No crees entonces que quien ha de gobernar debe ejercitarse para soportar con facilidad estas molestias? - Desde luego, dijo.
- Entonces, si ponemos entre los hombres de gobierno a los capaces de controlarse en estas materias, ¿pondremos a los incapaces de hacerla entre los que ni siquiera aspiran a gobernar?
- Totalmente de acuerdo, dijo.
- En ese caso, puesto que sabes el lugar que ocupa cada una de estas especies, ¿reflexionaste ya en cuál de esos dos puestos te pondrías tú mismo en justicia?
- Desde luego, en lo que a mí se refiere, dijo Aristipo, de ninguna manera me voy a poner en el puesto de los que están deseando gobernar, pues creo que es la mayor insensatez, cuando tanto trabajo cuesta procurarse lo necesario, que encima no sea ello suficiente sino que se añade el proporcionar a los demás ciudadanos lo que ellos necesitan. Renunciar a las muchas cosas que uno desea para sí mismo, por estar al frente de la ciudad, y tener que rendir cuentas en el caso de que no se satisfagan todos los deseos de la ciudad, ¿no es la mayor de las locuras? Porque en realidad las ciudades pretenden utilizar a sus gobernantes como yo utilizo a mis esclavos. Yo pretendo que mis criados me preparen en abundancia lo que necesito, pero que ellos no toquen nada. Las ciudades, por su parte, pretenden servirse de los gobernantes para que les proporcionen la mayor cantidad posible de bienes, pero que ellos se abstengan de todo. Por ello, a los que están deseando tener muchos problemas y procurárselos a los demás, yo los educaría de la forma ya dicha y los colocaría entre los hombres de gobierno, pero, en cuanto a mí, me pongo entre los que quieren vivir de, la manera más fácil y cómoda.
Sócrates dijo entonces:
- En ese caso, ¿quieres que examinemos también ese punto de vista, si viven mejor los gobernantes o los gobernados?
- Veámoslo.
- En primer lugar, de los pueblos que conocemos en Asia, los persas gobiernan, mientras son gobernados los siríos, los frigios y los lidios. En Europa gobiernan los escitas, pero son gobernados los meocios. En Libia (África) gobiernan los cartagineses y son gobernados los libios. Pues bien, de todos estos pueblos, ¿cuáles crees tú que viven más a gusto? O entre los griegos, de los que tú mismo formas parte, ¿quiénes te parece que llevan una vida más agradable, los que mandan o los que están dominados?
- Es que yo, dijo Aristipo, no me clasifico tampoco en la esclavitud, sino que creo que hay un camino intermedio, que intento seguir, no a través del mando ni de la servidumbre, sino a través de la libertad, que conduce precisamente a la felicidad.
- Es que si ese camino, dijo Sócrates, lo mismo que no pasa por el mando ni por la servidumbre, tampoco pasara a través de los hombres, podrías tener alguna razón, pero si viviendo entre hombres pretendes no gobernar ni ser gobernado, ni complacer de buen grado a los que mandan, creo que tienes que darte cuenta de que los más fuertes saben utilizar a los más débiles como esclavos, haciéndoles sufrir tanto en las relaciones públicas como en su trato individual. ¿O es que no te has dado cuenta de cómo recogen el trigo que otros sembraron, cortan los árboles que otros plantaron y asedian por todos los medios a los más débiles que se niegan a rendirles vasallaje, hasta que los convencen de preferir la esclavitud a una guerra contra los más poderosos? Y en su vida privada, a su vez, ¿no sabes que los valientes y poderosos esclavizan a los cobardes y desvalidos y se aprovechan de ellos?
- Precisamente por eso, yo, dijo Aristipo, para que no me ocurran esas cosas, no me encierro en ninguna ciudadanía, sino que vivo en todas partes como extranjero.
Entonces dijo Sócrates:
-¡Terrible truco me estás contando! Porque desde que murieron Sinis, Escirón y Procrusto , nadie hace daño ya a los extranjeros. En cambio, ahora los que dirigen la política en sus ciudades no sólo promulgan leyes para evitar injusticias, sino que, además de los llamados allegados, se procuran otros amigos valedores, rodean las ciudades con recintos fortificados, se procuran armas para defenderse de las agresiones y además gestionan otros aliados de fuera. Pues a pesar de lo mar estas medidas no se libran de ser agredidos. Y tú que no tienes ninguno de esos medios, que te pasas tanto tiempo en los caminos, donde son agredidos la mayoría, tú que estás en condición inferior a todos los ciudadanos en cualquier ciudad a la que llegues, en la situación más vulnerable como víctima de los que quieren hacer daño, ¿crees, sin embargo, que por ser extranjero no podrías ser atacado? ¿O es que confías en la seguridad que proclaman las ciudades para quien entra y sale? ¿O es porque crees que una persona como tú no le serviría para nada de esclavo a ningún amo? Pues ¿qué persona querría tener en su casa a un individuo que no está dispuesto a trabajar y al que sólo le gusta disfrutar de una vida lujosísima? Examinemos también cómo tratan los amos a tales esclavos. ¿No atemperan su lujuria a fuerza de hambre? ¿No les impiden robar cerrándoles el sitio de donde puedan coger algo? ¿No les impiden escapar cargándoles de grilletes? ¿No corrigen a la fuerza su pereza' con el látigo? Y si no, ¿cómo haces tú cuando te. das cuenta de que tienes un esclavo así?
-Le aplico toda clase de castigos, hasta que le obligo a portarse como esclavo. Pero bueno, Sócrates, entonces los que se educan para el arte de la realeza, que en mi opinión tú consideras felicidad, ¿en qué se diferencian de los que sufren por necesidad, si es que efectivamente de modo voluntario pasan hambre, sed, frío, vigilias y toda clase de fatigas? Porque yo no veo la diferencia entre que la misma piel sea azotada voluntaria o involuntariamente o, en una palabra, que el propio cuerpo sea sometido de modo voluntario o involuntario a tales sufrimientos, salvo que se atribuya insensatez al que se somete voluntariamente a los sufrimientos.
- ¿Cómo, Aristipo? dijo Sócrates. ¿No te das cuenta de la diferencia que hay entre los sufrimientos voluntarios y los involuntarios, ya que quien voluntariamente pasa hambre puede comer cuando quiera, el que sufre sed puede beber, y así sucesivamente, mientras que quien sufre estos males por necesidad no puede ponerles fin cuando lo desee? Por otra parte, el que sufre voluntariamente, en medio de sus penalidades disfruta con una buena esperanza, como los cazadores se fatigan reconfortados con la esperanza de coger las presas. Y aun así, estas recompensas a las fatigas valen poca cosa, pero los que se esfuerzan por adquirir buenos amigos o por vencer a sus enemigos o llegar a ser fuertes de cuerpo y alma para gobernar bien sus casas, ser útiles a sus amigos y servir a la patria, ¿cómo no se va a pensar que tales individuos se esfuerzan a gusto en tales actividades, viven disfrutando, están satisfechos de sí mismos y son objeto de alabanza y envidia de los otros? Más aún, la vida de molicie y los placeres momentáneos no son capaces de producir bienestar al cuerpo, como dicen los maestros de gimnasia, ni de infundir en el alma un conocimiento digno de este nombre, mientras que los ejercicios practicados con firmeza llevan a alcanzar bellas y gloriosas acciones, como aseguran los grandes hombres. En algún sitio, por ejemplo, dice Hesíodo :

El mal en abundancia es fácil tenerlo, llano es el camino y vive muy cerca.
Pero, ante la virtud, sudor colocaron los dioses no perecederos largo y empinado es hasta ella el sendero, áspero al principio, pero cuando a la cumbre se llega, luego se hace fácil, por duro que fuere.

 

Lo mismo testimonia Epicarmo en el siguiente pasaje :

Por fatigas nos venden los dioses todo bien.

y en otro lugar dice:

Desgraciado, no busques lo blando, no sea que consigas [lo duro.

Y el sabio Pródico en su escrito sobre Hércules, del que hizo muchas lecturas públicas, se expresa de la misma manera acerca de la virtud, diciendo más o menos, según recuerdo: «Cuando Hércules estaba pasando de la niñez a la adolescencia, momento en el que los jóvenes al hacerse independientes revelan si se orientarán en la vida por el camino de la virtud o por el del vicio, cuentan que salió a un lugar tranquilo y se sentó sin saber por cuál de los dos caminos se dirigiría. Y que se le aparecieron dos mujeres altas que se acercaban a él, una de ellas de hermoso aspecto y naturaleza noble, engalanado de pureza su cuerpo, la mirada púdica, su figura sobria, vestida de blanco. La otra estaba bien nutrida, metida en carnes y blanda, embellecida de color, de modo que parecía más blanca y roja de lo que era y su figura con apariencia de más esbelta de lo que en realidad era, tenía los ojos abiertos de par en par y llevaba un vestido que dejaba entrever sus encantos juveniles. Se contemplaba sin parar, mirando si algún otro la observaba, y a cada momento incluso se volvía a mirar su propia sombra. Cuando estuvieron más cerca de Heracles, mientras la descrita en primer lugar seguía andando al mismo paso, la segunda se adelantó ansiosa de acercarse a Heracles y le dijo: "Te veo indeciso, Heracles, sobre el camino de la vida que has de tomar. Por ello, si me tomas por amiga, yo te llevaré por el camino más dulce y más fácil, no te quedarás sin probar ninguno de los placeres y vivirás sin conocer las dificultades. En primer lugar, no tendrás que preocuparte de guerras ni trabajos, sino que te pasarás la vida pensando qué comida o bebida agradable podrías encontrar, qué podrías ver u oír para deleitarte, qué te gustaría oler atacar, con qué jovencitos te gustaría más estar acompañado, cómo dormirías más blando, y cómo conseguirías todo ello con el menor trabajo. Y si alguna vez te entra el recelo de los gastos para conseguir eso, no temas que yo te lleve a esforzarte y atormentar tu cuerpo y tu espíritu para procurártelo, sino que tú aprovecharás el trabajo de los otros, sin privarte de nada de lo que se pueda sacar algún provecho, porque a los que me siguen yo les doy la facultad de sacar ventajas por todas partes". Dijo Heracles al oír estas palabras: "Mujer, ¿cuál es tu nombre?" Y ella respondió: Mis amigos me llama Felicidad, pero los que me odian, para denigrarme, me llaman Maldad". En esto se acercó la otra mujer y dijo: "Yo he venido también a ti, Heracles, porque sé quiénes son tus padres y me he dado cuenta de tu carácter durante tu educación. Por ello tengo la esperanza de que, si orientas tu camino hacia mí, seguro que podrás llegar a ser un buen ejecutor de nobles y hermosas hazañas y que yo misma seré mucho más estimada e ilustre por los bienes que otorgo. No te vaya engañar con preludios de placer, sino que te explicaré cómo son las cosas en realidad, tal como los dioses las establecieron. Porque de cuantas cosas buenas y nobles existen, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo ni solicitud, sino que, si quieres que los dioses te sean propicios. tienes que honrarles, si quieres que tus amigos te estimen, tienes que hacerles favores, y si quieres que alguna ciudad te honre, tienes que servir a la ciudad; si pretendes que toda Grecia te admire por tu valor, has de intentar hacerle a Grecia algún bien; si quieres que la tierra te dé frutos abundantes, tienes que cuidarla; si crees que debes enriquecerte con el ganado, debes preocuparte del ganado, si aspiras a prosperar con la guerra y quieres ser capaz de ayudar a tus amigos y someter a tus enemigos, debes aprender las artes marciales de quienes las conocen y ejercitarte en la manera de utilizarlas. Si quieres adquirir fuerza física, tendrás que acostumbrar a tu cuerpo a someterse a la inteligencia y entrenarlo a fuerza de trabajos y sudores". La Maldad, según cuenta Pródico, interrumpiendo, dijo: "¿Te das cuenta, Heracles, del camino tan largo y difícil que esta mujer te traza hacia la dicha? Yo te llevaré hacia la felicidad por un camino fácil y corto". Entonces dijo la Virtud: ¡Miserable!, ¿qué bien posees tú? ¿O qué sabes tú de placer si no estás dispuesta a hacer nada para alcanzarlo? Tú que ni siquiera esperas el deseo de placer, sino que antes de desearlo te sacias de todo, comiendo antes de tener hambre, bebiendo antes de tener sed, contratando cocineros para comer a gusto, buscando vinos carísimos para beber con agrado, corriendo por todas partes para buscar nieve en verano. Para dormir a gusto, no te conformas con ropas de cama mullidas , sino que además te procuras armaduras para las camas. Porque deseas el sueño no por lo que trabajas, sino por no tener nada que hacer. Y en cuanto a los placeres amorosos, los fuerzas antes de necesitarlos, recurriendo a toda clase de artificios y utilizando a los hombres como mujeres. Así es como educas a tus propios amigos, vejándolos por la noche y haciéndolos acostarse las mejores horas del día. A pesar de ser inmortal, has sido rechazada por los dioses, y los hombres de bien te desprecian. Tú no oyes nunca el más agradable de los sonidos, el de la alabanza de una misma, ni contemplas nunca el más hermoso espectáculo, porque nunca has contemplado una buena acción hecha por ti. ¿Quién podría creerte cuando hablas?, ¿quién te socorrería en la necesidad?, ¿quién que fuera sensato se atrevería a ser de tu cofradía ? Ésta es la de personas que, mientras son jóvenes, son físicamente débiles y, de viejos, se hacen torpes de espíritu, mantenidos durante su juventud relucientes y sin esfuerzo, pero que atraviesan la vejez marchitos y fatigosos, avergonzados de sus acciones pasadas y agobiados por las presentes, después de pasar a la carrera durante su juventud los placeres, reservando para la vejez las lacras.
Yo, en cambio, estoy entre los dioses y con los hombres de bien, y no hay acción hermosa divina ni humana que se haga sin mí. Recibo más honores que nadie, tanto entre los dioses como de los hombres que me son afines. Soy una colaboradora estimada para los artesanos, guardiana leal de la casa para los señores, asistente benévola para los criados, buena auxiliar para los trabajos de la paz, aliada segura de los esfuerzos de la guerra, la mejor intermediaria en la amistad. Mis amigos disfrutan sin problemas de la comida y la bebida, porque se abstiene de ellas mientras no sienten deseo. Su sueño es más agradable que el de los vagos, y si se sienten molestos cuando lo dejan ni a causa de él dejan de llevar a cabo sus obligaciones. Los jóvenes son felices con los elogios de los mayores, y los más viejos se complacen con los honores de los jóvenes. Disfrutan recordando acciones de antaño y gozan llevando bien a cabo las presentes. Gracias a mí son amigos de los dioses, estimados de sus amigos y honrados por su patria. Y cuando les llega el final marcado por el destino, no yacen sin gloria en el olvido, sino que florecen por siempre en el recuerdo, celebrados con himnos. Así es, Heracles, hijo de padres ilustres, como podrás, a través del esfuerzo continuado, conseguir la felicidad más perfecta"». Así fue más o menos como contó Pródico la educación de Heracles por la Virtud, si bien embelleció sus conceptos con expresiones magníficas en mayor grado que las que yo he usado ahora. De modo que merece la pena, Aristipo, que lo medites e intentes preocuparte tú también del tiempo que te queda de vida.
Al darse cuenta en cierta ocasión de que su hijo mayor Lamprocles estaba irritado contra su madre, le preguntó: - Dime, hijo mío, ¿sabes que se llama desagradecidos a algunos hombres?
- Sí, respondió el joven.
- ¿Y te has dado cuenta de lo que hacen quienes reciben este nombre?
- Desde luego, dijo. Se llama desagradecidos a quienes, habiendo recibido buen trato, no devuelven el favor pudiendo hacerla.
- ¿No te parece entonces que los desagradecidos se cuentan entre los injustos?
- A mí sí me lo parece.
- ¿Consideraste alguna vez si, de la misma manera que parece injusto someter a esclavitud a los amigos, mientras que es justo esclavizar a los enemigos, así también es injusto ser ingrato con los amigos, pero, en cambio, es justo serlo con los enemigos?
- En efecto, dijo. Y me parece que el individuo que habiendo recibido favores de alguien, sea amigo o enemigo, no intenta devolverlos, es injusto.
- Entonces si las cosas son así, ¿no sería la ingratitud una injusticia evidente?
Estuvo de acuerdo.
-¿No sería, por tanto, un hombre tanto más injusto cuando habiendo recibido mayores favores no los devolviera?
También convino en ello.
- Según eso, ¿podríamos encontrar a alguien que haya recibido mayores beneficios que los hijos de los padres? A quienes los padres cuando no existían les dieron el ser, el poder ver tantas bellezas y participar de tantos bienes como los dioses procuran a los hombres, bienes que nos parecen tan valiosos que nos resistimos a abandonarlos más que ninguna otra cosa; y las ciudades han establecido la pena de muerte para los crímenes más graves en la idea de que no hay miedo a un mal mayor para reprimir el delito. Desde luego, no te imagines que los seres humanos engendran hijos por el placer sexual, porque si de eso se tratara, las calles están llenas de medios para satisfacerlos, como también están llenas las casas. Más bien es evidente que tomamos en consideración de qué mujeres podríamos tener los mejores hijos, y es con ellas con las que nos unimos para procrearlos. El hombre, por su parte, sustenta a la que está dispuesta a colaborar con él en la procreación y prepara para los hijos que van a nacer todo cuanto piensa que les va a ser útil durante la vida, y ello con la mayor abundancia que puede. La mujer, en cambio, tras haber concebido acepta la carga, aguantando molestias y poniendo en peligro su vida, comparte el mismo alimento con el que ella se sostiene, y, después de llevar el embarazo hasta su término con grandes trabajos, a continuación del parto lo mantiene y lo cría, sin haber recibido previamente ningún beneficio de él y sin que el retoño sepa de quién recibe buen trato ni pueda dar a entender qué le falta, sino que ella misma, conjeturando lo que le conviene y lo que le puede gustar, intenta satisfacerle y lo va criando durante mucho tiempo de día y de noche a costa de fatigas, sin saber qué agradecimiento recibirá por ello. Y no basta con criarlo únicamente, sino que además, cuando parece que los niños son ya capaces de aprender algo, los padres les enseñan lo que ellos mismos saben de bueno para la vida, o bien, si consideran que otro es más capaz de enseñarles, se los envían pagando los gastos, procurando por todos los medios que los hijos sean lo mejor posible.
A esto respondió el muchacho:
- Si, pero lo cierto es que aunque haya hecho todo eso y muchas cosas más, nadie podría soportar su mal carácter.
Entonces dijo Sócrates:
- ¿Tú qué crees que es más difícil de aguantar, la acritud de una fiera o la de una madre?
- Yo creo que la de una madre, al menos la de una como ésta.
- ¿Es que te hizo daño alguna vez, con un mordisco una coz, como les pasó a muchos con animales?
- ¡Por Zeus!, es que dice unas cosas que a uno no le gustaría oír en toda la vida.
-Y tú, dijo Sócrates, ¿cuántas veces crees que le ocasionaste noche y día molestias inaguantables de palabra y de obra siendo niño, y cuántas penas cuando estabas enfermo?
- Pero jamás le dije ni le hice nada de lo que pudiera avergonzarse.
- ¿Cómo? ¿Acaso crees que es para ti más difícil oír lo que ella dice que para los actores cuando se dicen entre dios en las tragedias las peores barbaridades?
- Pero es que, en mi opinión, como ellos no piensan mientras hablan que quien acusa esté acusando para castigar, ni que el que amenaza esté amenazando para hacer algún daño, lo soportan más fácilmente.
-¿Y tú, sabiendo perfectamente que lo que dice tu madre no sólo lo dice sin mala intención sino incluso porque quiere que seas más feliz que nadie, encima te irritas? ¿O crees realmente que tu madre tiene malas intenciones hacia ti?
- No, por cierto, eso desde luego no lo creo.
Entonces dijo Sócrates:
-Y tú de esa mujer que es buena contigo, que se preocupa todo lo que puede para que te pongas bien cuando estás enfermo y para que no te falte nada de lo que necesitas, que además suplica con insistencia a los dioses por tu bien y cumple las promesas que les hace por ti, ¿dices que tiene mal genio? Más bien creo que, si no puedes soportar a una madre así, es que no puedes soportar nada bueno. Dime, ¿crees que debes honrar a alguna otra persona, o estás dispuesto a no complacer ni obedecer a nadie, ni a un general ni a un magistrado?
- ¡Por Zeus! Por supuesto que no.
- Entonces, dijo Sócrates, ¿estás dispuesto a complacer también a tu vecino, para que te deje encender el fuego cuando lo necesites, para que participe contigo en las buenas situaciones y, en caso de accidente, te preste ayuda de cerca con buena voluntad?
- Yo sí, desde luego.
-Y si te encuentras con un compañero de viaje o de navegación, ¿te resultaría indiferente que fuera amigo o enemigo, o crees que deberías preocuparte de la buena voluntad de ambos?
- Desde luego.
-¿Estás dispuesto entonces a preocuparte de ellos, y no crees, en cambio, que debes honrar a tu madre, que te quiere más que nadie? ¿No sabes que la ciudad no se preocupa ni castiga ningún otro desagradecimiento, sino que hace la vista gorda a los que no agradecen el buen trato recibido, pero si alguien no respeta a los padres le inflige un castigo, lo inhabilita y lo excluye dc los cargos , convencida de que ni los sacrificios religiosos en favor de la ciudad serían piadosos si los ofreciera un hombre así, ni ninguna otra acción seria justa y bella realizada por él? Y, ¡por Zeus!, si alguien no cuida las tumbas de sus padres fallecidos, también la ciudad lo investiga en los exámenes de candidatos a cargos públicos. Por ello, tú, hijo mío, si eres sensato, pedirás a los dioses que te perdonen si en algo faltaste a tu madre, no vaya a ser que te consideren un desagradecido y no quieran hacerte bien; y en cuanto a los hombres, ten cuidado para que no se enteren de tu falta de atención a tus padres, no sea que te desprecien todos y te encuentres desamparado de amigos. Porque si sospecharan que eres un desagradecido con tus padres, ninguno de ellos esperaría recibir agradecimiento en caso de hacerte un favor.
Al enterarse Sócrates en cierta ocasión de que Querefonte y Querécrates , hermanos y conocidos suyos, estaban peleados, viendo a Querécrates le dijo:
- Dime, Querécrates. tú no eres seguramente una de esas personas que considera más útil el dinero que los hermanos, teniendo en cuenta que el primero es insensible y el segundo racional, aquél necesita defensa y éste puede ayudar, prescindiendo de que el primero es numeroso y éste único. Es extraño también el hecho de que uno considere a sus hermanos como un castigo por no poder poseer sus bienes, y, en cambio, no considere" un castigo a sus conciudadanos por no poder poseer sus riquezas; sólo que en este caso pueden razonar que es preferible vivir en compañía de muchos y tener los bienes suficientes con seguridad que vivir solo y poseer peligrosamente todos los bienes de los ciudadanos. En cambio, tratándose de hermanos ignoran este razonamiento. Así, los pudientes compran esclavos para tener quien les ayude y se procuran amigos dando a entender que necesitan amparo, pero se desentienden de los hermanos, como si los amigos surgieran de los ciudadanos y de los hermanos no salieran. En realidad, tiene mucha importancia para la amistad el haber nacido de los mismos padres, y también la tiene el haberse criado juntos, ya que hasta entre las fieras surge el cariño entre hermanos de leche. Además, la gente en general respeta más a los que tienen hermanos que los que no los tienen, y se atreven menos a atacarles.
Entonces dijo Querécrates:
- De acuerdo, Sócrates: si el motivo de la discrepancia no fuera grave, tal vez habría que soportar al hermano y no romper con él por futilezas, ya que, como tú mismo dices, es cosa buena un hermano si es como debe ser. Pero cuando todo le falta y es todo lo contrario exactamente, ¿cómo se podría intentar lo imposible?
Entonces respondió Sócrates:
- Veamos, Querécrates, ¿acaso Querefonte es incapaz de complacer a nadie, como no te complace a ti, o hay personas a las que gusta mucho?
- Precisamente por eso, Sócrates, tengo motivos para odiarlo, porque es capaz de agradar a otros y, en cambio, a mí, por dondequiera que se me presente, con sus hechos y sus palabras me sirve más de castigo que de ayuda.
- ¿No ocurrirá lo mismo que con un caballo, dijo Sócrates, que es un castigo para quien intenta manejarlo sin
entenderlo, que también un hermano sea un castigo cuando alguien intenta manejarlo sin entenderlo?
- ¿Cómo podría yo no saber manejar a un hermano, dijo Querécrates, si sé responder con buenas palabras a sus buenas palabras y con buenas acciones a sus buenas acciones? Pero a quien de palabra y de hecho intenta molestarme yo no podría ni hablarle bien ni hacerle ningún favor, ni lo intentaré siquiera.
Dijo Sócrates:
- Es extraño lo que dices, Querécrates. Si tuvieras un perro para tus rebaños que fuera leal y se mostrara agradable con los pastores, pero a ti te gruñera al acercarte, evitando enfadarte intentarías apaciguarlo con tus caricias. En cambio, a tu hermano, que afirmas que es un gran bien cuando es contigo como debe ser, a pesar de que reconoces que eres capaz de portarte bien y de hablar amablemente, no intentas poner todos los medios para que sea contigo el mejor hermano.
Entonces dijo Querécrates:
- Es que temo, Sócrates, no tener bastante inteligencia como para hacer de Querefonte lo que tendría que ser conmigo.
- No hace falta, dijo Sócrates, emplear con él ningún procedimiento sofisticado ni nuevo, sino que me parece que con lo que sabes podrías ganártelo y que te estimara mucho.
- Entonces dime de una vez si has advertido que yo conozco un encantamiento que yo mismo no me he dado cuenta de saberlo.
-Respóndeme en ese caso: si quisieras conseguir que algún conocido tuyo cada vez que hiciera un sacrificio te invitara a su convite , ¿qué harías?
- Es evidente que empezaría por invitarle yo a él cuando hiciera un sacrificio.
-¿ Y si quisieras inducir a algunos de tus amigos a encargarse de tus cosas casa vez que hicieras un viaje, ¿qué harías?
- Naturalmente primero procuraría yo encargarme de sus intereses cuando saliera de viaje.
-Y si quisieras que un extranjero te acogiera en su casa cuando fueras a su país. ¿qué harías?
- Evidentemente, primero le acogería yo a él cuando viniera a Atenas, y si quisiera que él se mostrara dispuesto a gestionarme los negocios por los que iba, está claro, que yo tendría que hacer primero lo mismo por él.
- Luego hace tiempo que tú conocías todos los encantamientos que hay en el mundo, pero lo disimulabas. ¿O es que vacilas en ser el primero, por miedo a desacreditarte, si empiezas a tratar bien a tu hermano? Y, sin embargo, parece digno del mayor elogio el hombre que se adelanta en hacer mal a los enemigos y en favorecer a los amigos. Si yo creyera que Querefonte es más dispuesto que tú para ser el guía en esta amistad, intentaría convencerle para que tratara primero de conseguirla, pero es que en realidad creo que si tú empiezas podrías llevarlo a cabo mejor.
En ese momento dijo Querécrates:
- ¡Qué cosas más raras dices, Sócrates, nada propias de ti! Pretendes que yo, que soy el más joven, dé el primer paso, aunque todo el mundo opina lo contrario, que sea el mayor quien tome la iniciativa, tanto en palabras como en obras.
- ¿Cómo?, dijo Sócrates, ¿no se opina en todas partes que el más joven le ceda el paso al más viejo cuando se lo encuentra en el camino , y que se levante si está sentado y que le honre con cama muelle y le ceda la palabra? Entonces, mi buen amigo, no vaciles, intenta amansar a tu hermano, y muy pronto te responderá. ¿No ves que es noble y generoso? La gentuza vil no se puede ganar sino con donativos, pero a los hombres de bien te los puedes conciliar tratándolos amigablemente.
Querécrates respondió:
- ¿Y qué pasa si, haciendo yo todo eso, él no mejora en nada?
- ¿Qué otra cosa podrías arriesgar, dijo Sócrates, sino demostrar que tú eres bueno y un buen hermano y él ruín e indigno de favores? Pero no creo que vaya a ser nada de eso. Más bien creo que cuando él se dé cuenta de que lo invitas a este certamen, porfiará para vencerte haciendo el bien de palabra y de obra. Porque ahora estáis en la misma situación que si las dos manos que dios os dio para que se ayudaran mutuamente se desentendieran de esta finalidad y se dedicaran a estorbarse una a otra, o si los dos pies que por destino divino han sido hechos para colaborar entre sí prescindieran de este objetivo y se pusieran trabas uno a otro. ¿No sería gran ignorancia y gran desgracia utilizar para nuestro daño lo que se ha creado para nuestro provecho? Pues bien, yo creo que dios hizo dos hermanos para una mayor utilidad recíproca que las dos manos, o los dos pies, o los dos ojos, o los demás miembros hermanos que hizo surgir en los hombres. Porque, si las manos tuvieran que hacer al mismo tiempo algo que distara más de una braza no podrían, ni los pies si tuvieran que andar separados más de una braza, y los ojos, que son los que parecen alcanzar más, tampoco podrían, ni siquiera entre cosas que están más cerca, ver al mismo tiempo las de delante y las de atrás. Pero, por separados que estén, dos hermanos que se quieren trabajan juntos y en beneficio mutuo.
En cierta ocasión, hablando de los amigos, le oí expresarse en términos tales que podría sacarse de ellos el mayor provecho tanto para conseguir amigos como para saber utilizarlos. Afirmaba que había oído decir a muchas personas que el más precioso de todos los bienes era un amigo seguro y sincero, pero veía que la mayoría se preocupaban de cualquier cosa más que de adquirir amigos. Pues las casas, los campos, esclavos, rebaños y muebles, él veía que se los procuraban afanosamente y trataban de conservar los que tenían, mientras un amigo, que aseguran que es el mayor bien, veía que la mayoría no se preocupaban de adquirirlo ni de conservar los que tenían. Incluso en caso de encontrarse enfermos amigos y esclavos, veía que algunas personas hacían llamar a médicos para los esclavos y que ponían cuidadosamente los medios en general para que recuperaran la salud, mientras que se desentendían de los amigos, y que, cuando morían unos y otros, se afligían por los criados y lo consideraban un castigo, en tanto que con los amigos no creían haber perdido nada. Y que mientras no dejaban sin atender ni vigilar ninguna de sus posesiones, se desentendían de sus amigos cuando necesitaban ayuda. Añadía a esto que veía que la mayoría de la gente conocía la cantidad de sus bienes por numerosos que fueran, mientras que de los amigos, aun siendo tan pocos, no sólo ignoraban el número sino que al tratar de hacer una lista para los que les hacían esta pregunta, volvían a borrar a los que habían incluido entre sus amigos: ¡hasta tal punto se preocupaban de ellos! A pesar de que con toda seguridad no hay otra posesión que pueda compararse con la adquisición de un buen amigo. Pues ¿qué caballo, qué pareja de bueyes podría ser tan útil como un buen amigo? ¿Qué esclavo es tal leal y tan constante? ¿O qué otra posesión es tan beneficiosa en todos los sentidos? Porque el buen amigo está siempre en su sitio dispuesto a proveer a su amigo en todo lo que le falte, ya sea para la gestión de sus asuntos privados o de las actividades públicas, y si hay que prestar ayuda a alguien, colabora, si el miedo le conturba, acude en su ayuda, unas veces contribuyendo a los gastos, otras trabajando con él, otras ayudando a persuadir u obligando a la fuerza, mostrando la mayor alegría en las buenas situaciones y el apoyo más grande en las desgracia. Todo lo que a un hombre le ayudan sus manos y ven los ojos por él, oyen por él sus oídos consiguen sus pies al caminar, todo lo supera el amigo con su ayuda. A menudo, lo que alguien no consiguió terminar por sí mismo, o no lo llegó a ver, o no lo oyó, o no lo acabó de recorrer, el amigo lo realiza por su amigo. Sin embargo, algunos intentan cultivar árboles por sus frutos, pero cuando se trata de la posesión más fructífera, que es un amigo, la mayoría la atienden con pereza y desmayo.
En otra ocasión le oí un razonamiento que en mi opinión inducía al oyente a examinarse a sí mismo para preguntarse hasta qué punto era digno de sus amigos. En efecto, al ver que uno de sus seguidores desatendía a un amigo que estaba agobiado por la pobreza, preguntó a Antístenes en presencia del desentendido y de otros muchos:
- ¿Acaso los amigos, Antístenes, no tienen un precio, como los esclavos? Porque un esclavo vale dos minas, otro no vale ni media, otro vale cinco, otro diez. Y se dice que Nicias, el hijo de Nicerato, pagó un talento por un capataz para su mina de plata. Por ello pregunto si, lo mismo que hay un precio para los esclavos, los hay también para los amigos.
- ¡Sí, por Zeus!, dijo Antístenes. Yo, al menos, valoraría la amistad de una persona en más de dos minas, mientras que a otro no lo tasaría ni con media mina, a otro lo estimaría por un precio de diez minas, y por otro pagaría todo el dinero y todos los esfuerzos para que fuera mi amigo.
- Entonces, dijo Sócrates, si las cosas son así, sería bueno que uno se examinara a sí mismo para saber cuánto vale para los amigos y tratar de tener el más alto precio, para que los amigos lo abandonaran menos. Porque yo muchas veces, después de oír decir a uno que su amigo le traicionó, a otro que un hombre a quien consideraba su amigo prefirió en lugar de él una mina, y cosas parecidas siempre, me pregunto si de la misma manera que uno quiere vender un esclavo malo y lo cede por lo que le dan, así también sería atractivo vender un amigo malo cuando es posible sacar más de lo que vale. Pero yo veo que a los buenos ni se les vende si son esclavos ni se les abandona si son amigos.
También me parecía que daba consejos llenos de sensatez en cuanto al examen sobre la clase de amigos que merece la pena adquirir cuando se expresaba de la siguiente manera:
_ Dime, Critobulo , si necesitáramos un buen amigo, ¿cómo intentaríamos buscarlo? ¿No deberíamos en primer lugar tratar de descubrir uno que fuera dueño de su estómago, de su sed, de su lujuria, del sueño y de la pereza? Porque un individuo que se dejara dominar por estas pasiones no sería capaz de cumplir sus obligaciones ni por él ni por un amigo.
- No, por Zeus, desde luego.
- ¿Piensas entonces que debemos apartamos del hombre dominado por estas pasiones?
- Totalmente.
- Y un individuo que por ser malversador no se basta a sí mismo, sino que siempre está necesitando a su prójimo, que cuando se le presta no lo puede devolver y si no se le presta odia al que no le da, ¿no te parece que también éste es un amigo difícil?
- Desde luego.
- ¿Hay que alejarse también de éste?
- Sin duda habría que alejarse.
_ ¿Qué pasa entonces con el que es capaz de hacer dinero pero desea acumular muchas riquezas y por eso es de trato difícil, que le gusta recibir pero no está dispuesto a devolver?
- Yo creo que éste es todavía peor que el otro.
- ¿Y el que por su pasión de hacer dinero no tiene tiempo para otra cosa que para ver de dónde sacará algún beneficio?
- También hay que apartarse de éste, en mi opinión, pues su trato no sería provechoso.
- ¿Y el pendenciero, que está deseando crearles muchos enemigos a sus amigos?
- También debemos huir de éste, ¡por Zeus!
- ¿Y si alguien no tuviera ninguno de estos defectos, pero se resigna a recibir favores sin preocuparse de devolverlos?
- Tampoco nos sería útil este individuo. Pero en ese caso, Sócrates, ¿qué clase de persona intentaremos convertir en amigo?
- En mi opinión, a un hombre que, al contrario que los anteriores, sea dueño de los placeres del cuerpo, hospitalario, de buen trato, con espíritu de emulación suficiente para no quedar atrás en devolver los favores que reciba, de modo que sea útil a los que le traten.
- ¿Y cómo podríamos comprobar estas cualidades antes de tratarlo?
- No aprobamos a los escultores juzgándolos por sus palabras. sino que cuando vemos alguno que con anterioridad ha esculpido bien sus estatuas confiamos en él para que haga bien sus obras futuras.
- ¿Quieres decir que si un hombre evidentemente ha tratado bien a los amigos anteriormente, sin duda se portará bien con los sucesivos?
- Sí, porque el individuo que veo que ha tratado bien antes a sus caballos, pienso que también manejará bien a otros.
- De acuerdo, dijo. Y si un hombre nos parece digno de nuestra amistad, ¿cómo hay que convertirlo en amigo?
- Ante todo, dijo, hay que observar las señales de los dioses, si nos aconsejan que lo convirtamos en amigo.
- ¿Y luego? Si alguien nos parece y los dioses no se oponen, ¿puedes decirme cómo debemos cazarlo?
- ¡Por Zeus!, no siguiéndole las huellas, como a la liebre, ni con reclamo como a los pájaros, ni violentamente como a los enemigos, porque es trabajoso hacer un amigo contra su voluntad. También es difícil retenerle encadenado como si fuera un esclavo, pues los que sufren este trato se convierten en enemigos más que en amigos.
- ¿Cómo se hacen amigos, entonces?
- Dicen que hay ciertos encantamientos , y los que los conocen convierten en amigos encantando a los que desean, y también hay drogas, cuyo conocimiento hace que sean amados aplicándoselas a quienes quieran.
- ¿Y dónde podríamos aprender estas fórmulas?
- Los encantamientos que las Sirenas cantaban a Ulises, como has oído a Homero, empezaban así más o menos:

Ven aquí, ea, ilustre Odiseo, gran gloria de los aqueos

- ¿No es ése el encantamiento, Sócrates, con el que las Sirenas retenían a la gente, de tal manera que no podían escapar ya de ellas los que eran encantados?
- No, sólo cantaban así a los que se afanaban por la virtud.
- ¿Quieres dar a entender que hay que encantar a cada uno con palabras tales que al oírlas no vaya a creer que el recitador se está burlando de él?
- Sí, porque si a quien se sabe que es bajito, feo y enclenque se le elogiara diciendo que es alto, hermoso y fuerte, se haría uno más aborrecible y espantaría a la gente de sí.
- ¿Pero conoces otras fórmulas de encantamiento?
- No, pero he oído decir que Pericles conocía muchas, con las que se hacía querer de la ciudad.
- ¿Y cómo hizo Temístocles para que la ciudad lo apreciara?
- ¡Por Zeus!, no con hechizos , sino rodeándola de bienes abundantes.
- Me parece que me estás dando a entender, Sócrates, que si estamos dispuestos a adquirir un buen amigo, nosotros mismos tenemos que ser honrados de palabra y de acción.
- ¿Y tú creías, dijo Sócrates, que era posible, aun siendo una persona ruin, procurarse amigos virtuosos?
- Es que yo veía, dijo Critobulo, que charlatanes mezquinos tenían entre sus amigos a buenos oradores, y personas totalmente incapaces de mandar tropas eran compañeros de generales magníficos.
- Y en este tema que estamos discutiendo. ¿conoces a personas que siendo inútiles son capaces de hacerse con amigos provechosos?
- ¡Por Zeus!, desde luego que no. Pero sí es imposible, siendo malvado, conseguir como amigos a hombres de bien, me preocupa saber si es fácil, siendo uno mismo hombre de bien, hacerse amigo de hombres de bien.
-.Lo que te desconcierta, Critobulo, es que con frecuencia ves a personas que hacen el bien y se abstienen de villanías, y que, en vez de ser amigos, se pelean entre sí y se tratan entre ellos con más dureza que los hombres que no valen nada.
- Y no sólo, dijo Critobulo, se comportan así los particulares, sino que también ciudades que más se afanan por las más nobles empresas y menos se entregan a la ruindad, a menudo viven en guerra entre ellas. Cuando pienso en ello, me siento muy desanimado respecto a la adquisición de amigos. No sólo veo que los malos son incapaces de ser amigos entre sí, porque ¿cómo podrían llegar a ser amigos hombres desagradecidos, indiferentes, codiciosos, desleales o incontinentes? De manera que estoy seguro de que los malos han nacido más bien para odiarse que para ser amigos. Pero es que por otra parte, como tú mismo dices, tampoco los malos podrían llegar a una amistosa concordia con los buenos. Porque ¿cómo podrían llegar a ser amigos los que hacen el mal y los que odian tales acciones? Si hasta los que practican la virtud se pelean entre sí por el mandato en las ciudades y se odian a causa de la envidia, ¿qué amigos quedarán todavía y entre qué hombres habrá buena voluntad y confianza?
-¡Ay, Critobulo!, dijo Sócrates, es que la situación es algo complicada. Una parte del ser humano es por naturaleza amistosa, pues se necesitan unos a otros, se compadecen mutuamente, colaboran entre ellos, se ayudan y, conscientes de ellos, se sienten agradecidos unos con otros. Pero otra parte es belicosa, pues cuando consideran hermosas y agradables las mismas cosas luchan por ellas, adoptan posturas diferentes y se enfrentan entre sí. También es cosa de guerra la discordia y la ira. Causa de hostilidad es el deseo de tener más, motivo de odio es la envidia. A pesar de todo ello, la amistad se desliza entre las dificultades y une a los hombres de bien, pues gracias a la virtud prefieren tener sin fatigas una fortuna moderada a ser dueños de todo por medio de la guerra, y cuando tienen hambre y sed son capaces de participar sin pesadumbre del pan y de la bebida, y aunque disfrutan con los amores de la belleza, son capaces de contenerse para no ofender a quienes no deben. No sólo pueden participar legalmente de las riquezas, absteniéndose de la codicia, sino que también se ayudan unos a otros. También pueden arreglar sus discordias no sólo sin ofensa, sino incluso en mutua conveniencia, e impedir que la ira llegue al punto de tener que arrepentirse. En cuanto a la envidia, la extirpan totalmente, unas veces poniendo sus bienes a disposición de los amigos y otras considerando como propios los bienes de aquellos. ¿Cómo no va a ser lógico en esas condiciones que los hombres de bien participen en los cargos públicos sólo sin hacerse daño entre sí, sino incluso en su mutuo beneficio? Porque quienes desean honores y cargos en las ciudades para poder robar los caudales públicos, ejercer violencia y vivir una vida regalada, son injustos, ruines e incapaces de ponerse de acuerdo con nadie. Mientras que si alguien desea recibir honores en la ciudad con objeto de no ser él mismo víctima de injusticia y poder ayudar a sus amigos en sus derechos, y si en el ejercicio de una magistratura se esfuerza por hacer algún bien a su patria, ¿por qué motivo un hombre así no podría llegar a ponerse de acuerdo con otros como él? ¿O es que en compañía de hombres de bien estará menos capacitado para ayudar a sus amigos? ¿O será menos apto para beneficiar a su patria si toma como colaboradores a otros hombres de bien?
- Incluso en los certámenes deportivos es evidente que, si se permitiera a los más fuertes agruparse contra los más débiles, vencerían en todas las competiciones y se llevarían todos los trofeos Allí por esa razón no permiten hacerla, pero en la política, donde dominan los hombres de bien, nadie impide que se presten servicios a la ciudad con quien uno desee. ¿Cómo no va ser provechoso, cuando se está gobernando, adquirir los mejores amigos utilizándolos como ayudantes, colaboradores más que opositores? Porque también es evidente que cuando alguien entabla una lucha necesita aliados, los más posibles, si ha de enfrentarse con hombres de pro. También es cierto que hay que tratar bien a los que se muestran dispuestos a ser aliados, para que quieran poner todo su empeño. Es, con mucho, preferible tratar bien a los mejores, que son pocos, que a los ruines, que son muchos, porque los malos necesitan muchas más favores que los buenos. ¡Ánimo, pues, Critobulo! Intenta ser bueno, y, cuando lo hayas conseguido, trata de cazar a los hombres de bien. Tal vez yo también podría ayudarte un poco en esta cacería por el hecho de que soy entendido en cosas de amor. Porque, cuando yo deseo a alguien, me lanzo todo entero con vehemencia, a fuerza de quererlos, a hacerme querer de ellos, a añorarles para ser añorado por ellos, a desear su compañía para que ellos deseen la mía. Veo que también tú necesitarás tales artes cuando desees hacer amistad con alguien. Por ello, no me ocultes de quién querrías llegar a ser amigo, pues con el interés de agradar a quien me agrada creo que tengo experiencia para la caza de hombres.
Dijo entonces Critobulo:
- Realmente, Sócrates, hace tiempo que estoy ansioso de tales enseñanzas, sobre todo si la misma ciencia me va a servir para los buenos de espíritu y para los bellos de cuerpo.
Y Sócrates dijo:
- Critobulo, no forma parte de mi ciencia conseguir, con sólo extender las manos, que los buenos se queden quietos. Estoy convencido de que los hombres huían de Escila precisamente por esto, porque les ponía las manos encima. En cambio, las Sirenas, que no le ponían la mano a nadie, sino que les cantaban a todos de lejos, cuentan que todos se paraban y al oírlas quedaban hechizados.
Entonces dijo Critobulo:
- Descuida, que no le pondré a nadie las manos encima, sigue enseñándome lo bueno que sepas para conseguir amigos.
- ¿Tampoco acercarás tu boca a su boca?, dijo Sócrates.
- Estáte tranquilo, dijo Critobulo, tampoco acercaré mi boca a la boca de nadie, a menos que sea bello.
- Acabas de decir, Critobulo, lo contrario de lo conveniente, pues los bellos no soportan tales tratos, mientras que los feos se prestan a gusto, convencidos de que los llaman bellos por su alma
Y Critobulo dijo:
- Estáte tranquilo, y sigue enseñándome el arte de cazar amigos, en la idea de que besaré a los bellos y me comeré a besos a los buenos.
Entonces respondió Sócrates:
- En ese caso, Critobulo, cuando quieras ser amigo de alguien, ¿me dejarás denunciarte, diciéndole que sientes admiración por él y quieres ser amigo suyo?
- Denúnciame, dijo Critobulo. No conozco a nadie que odie los elogios.
- Pero si yo además te acuso de que a causa de tu admiración sientes también hacia él buena voluntad, ¿no creerás que te estoy calumniando?
- No, porque también yo siento buena voluntad hacia los que sospecho que la tienen conmigo.
- También podré yo decir, intervino Sócrates, esto de ti a los que quieres convertir en amigos. Pero si además me das libertad para decir de ti que eres devoto de tus amigos y con nada disfrutas tanto como con buenos amigos, que te enorgulleces de las bellas acciones de tus amigos tanto como de las propias, que te alegras de los bienes de los amigos tanto como de los propios, que no te cansas de trabajar para que los amigos prosperen, que tienes como lema que la virtud de un hombre consiste en vencer a los amigos haciendo el bien y a los enemigos haciendo el mal, creo que te sería muy útil como compañero de caza de buenos amigos.
_ ¿Y por qué me hablas así, dijo Critobulo, como si no dependiera de ti al hablar de mí el decir lo que quieras?
- No, ¡por Zeus!, como oí decir en cierta ocasión a Aspasia. Decía, en efecto, que las buenas casamenteras son muy hábiles para reunir personas en matrimonio cuando los informes que transmiten son verdaderos, pero que, en cambio, no se muestran dispuestas a hacer elogios falsos, porque los que se descubren engañados se odian entre ellos y también a la casamentera. Yo también, convencido de que tenía razón, creo que no podría decir en elogio tuyo nada que no sea verdad.
- Entonces, dijo Critobulo, eres tal clase de amigo mío que si personalmente tengo alguna cualidad favorable para conquistar amigos, me ayudas, pero si no, no estarías dispuesto a contar alguna historia para ayudarme.
- ¿Y de qué manera, dijo Sócrates, te parece que te ayudo más, haciendo de ti falsas alabanzas o tratando de convencerte para que intentes ser un hombre de bien? Y si esto no resulta evidente para ti, examínala a partir. de los siguientes ejemplos: Si, queriendo yo hacerte amigo de un armador, le hiciera un elogio falso de ti diciéndole que eres un buen timonel, y él fiándose de mi te confiara su nave sin saberla gobernar, ¿tienes alguna razón para esperar otra cosa que perderte tú mismo y la nave? O si a base de mentiras yo convenciera a la ciudad en pleno de que se pusiera en tus manos como general, juez y político, ¿qué crees que te pasaría a ti y a la ciudad por obra tuya? Y si a fuerza de mentiras yo convenciera privadamente a algunos ciudadanos de que te confiaran la gestión de sus bienes, por tratarse de un administrador bueno y escrupuloso, una vez sometido a la prueba ¿no resultaría perjudicial y ridículo? El camino más corto y más seguro, Critobulo, y también el más hermoso, si quieres parecer bueno en algo, es procurar llegar a serlo en realidad, Todo lo que los hombres llaman virtudes te darás cuenta, si reflexionas, de que aumentan con el ejercicio y el estudio. Por ello, Critobulo, creo que debemos cazar en ese sentido, Pero si tú piensas de otra manera, dilo.
Entonces dijo Critobulo:
- No, Sócrates, me daría vergüenza hacer alguna objeción, pues no diría nada hermoso ni verdadero.
En cuanto a las dificultades de sus amigos a consecuencia de la ignorancia, trataba de aliviarlas con su consejo y cuando la causa era la necesidad les enseñaba a ayudarse mutuamente en la medida de sus posibilidades. También en este aspecto contaré lo que sé de él.
Al enterarse en cierta ocasión de que Aristarco estaba de malhumor, le dijo:
- Aristarco, parece que tienes algún problema. Deberías dejar que tus amigos lo compartan, pues tal vez nosotros podríamos aliviarte.
Aristarco respondió:
- Efectivamente, Sócrates, me encuentro en un gran aprieto, pues desde que hay revolución en la ciudad y mucha gente ha huido al Pireo, se han concentrado en mi casa tantas hermanas, sobrinas y primas abandonadas que somos catorce sin contar la servidumbre. No sacamos nada, ni del campo porque lo ocupa el enemigo, ni de las viviendas por la escasez de habitantes en la ciudad. Los muebles nadie los compra, ni se puede pedir dinero prestado. en ninguna parte, sino que antes lo encontraría por la calle si lo buscara que no que me lo prestaran. Es muy triste, Sócrates, dejar que tus parientes se mueran, pero resulta imposible mantener a tanta gente en estas circunstancias.
Al oír estas palabras, intervino Sócrates:
- ¿Cómo es posible entonces que Ceramón pueda mantener a mucha gente, proporcionando lo necesario para él y para los suyos, que encima ahorre dinero y se haga rico, mientras tú por mantener a mucha gente temes que todos perezcáis por falta de subsistencias?
-Por Zeus!, es que él mantiene esclavos y yo gente libre.
-¿Y quiénes crees que son mejores, los libres de tu casa o los esclavos de casa de Ceramón?
- Yo pienso que son mejores los libres de mi casa.
- ¿No es entonces una vergüenza que él esté en la abundancia con gentes peores y tú con personas mucho mejores te encuentres en estrecheces?
- ¡Sí, por Zeus!, porque él mantiene artesanos,.mientras que los míos están educados como personas libres.
- ¿Y no son artesanos los que han aprendido a hacer algo útil?
- Ciertamente.
- ¿No es útil la harina?
- Sí, mucho.
- ¿Y el pan?
- No lo es menos.
- ¿Y qué me dices de los mantos de hombre y de mujer, de las tuniquillas, las capas y las blusas? - Todo ello es muy útil.
- Entonces, las personas que hay en tu casa ¿no saben hacer nada de eso?
- Todas ellas, yo creo.
- ¿No sabes entonces que con una sola de ellas, la industria harinera, Nausicides no sólo se mantiene él y sus esclavos sino además muchos cerdos y vacas, y le sobra tanto dinero que a menudo corre con los gastos de los servicios públicos, y que con su fábrica de pan sustenta Cirebo a toda su familia y vive en la abundancia, Demeas de Colito con la manufactura de mantos, Menón fabricando bufandas y la mayoría de los megarenses se mantienen con la industria de las blusas?
- ¡Por Zeus!, es que ellos disponen de hombres bárbaros que han comprado para obligarles a trabajar en lo que venga bien, mientras que yo tengo gente libre y parientes.
¿Crees entonces que por ser libres y parientes tuyos no tienen que hacer otra cosa que comer y dormir? ¿Acaso ves que quienes viven así lo pasan mejor que las demás personas libres o que son más felices que quienes poseen conocimientos útiles para la vida y se ocupan de ellos? ¿O adviertes que la ociosidad y la negligencia ayudan a los hombres a aprender lo que les conviene saber, a recordar lo que han aprendido, a ser sanos y fuertes de cuerpo y a adquirir y conservar lo que es útil para la vida, y que, en cambio, el trabajo y la diligencia no sirven para nada ? ¿Cómo aprendieron las mujeres las cosas que tú dices que saben, como algo que no es útil para la vida ni con la intención de ocuparse de ninguna de ellas, o, por el contrario, para dedicarse a ellas y sacar de ellas provecho? ¿Cómo podrían ser más sensatos los seres humanos, estando ociosos o bien ocupándose de cosas útiles? ¿Cómo serían más justos, trabajando o sin hacer nada, deliberando sobre la manera de subsistir? En realidad, en este momento ni tú las quieres a ellas ni ellas a ti, tú porque las consideras una carga y ellas porque se dan cuenta de que tú estás agobiado por ellas. De ahí sale el peligro de que el disgusto se vaya haciendo mayor y su primera gratitud vaya disminuyendo. En cambio, si las mandas algún trabajo, tú las estimarás al ver que son útiles para ti y ellas también te querrán al darse cuenta de que estás contento con ellas, y, recordando con más gusto los beneficios anteriores, aumentará el agradecimiento por ellos, y en consecuencia viviréis con más amor y confianza mutua. Ahora bien, si tuvieran que trabajar en algo vergonzoso, sería preferible la muerte, pero la realidad es que, por lo que se ve, ellas saben lo que parece más hermoso y más decente para una mujer. Todo el mundo trabaja con mayor facilidad, más rápidamente, mejor y con más gusto en aquello que sabe hacer. No temas por ello proponerles lo que va a beneficiaras a ti y a ellas. Seguramente, te escucharán gustosas, como es lógico.
- ¡Por los dioses!, respondió Aristarco, tan bien me parece que hablas que si antes no me lanzaba a pedir un préstamo, convencido de que después de gastar lo que recibiera no podría devolverlo, ahora creo que aceptaré el pedirlo como capital para el negocio.
La consecuencia fue que consiguió el capital y compró lana: trabajando almorzaban, después de trabajar cenaban, y en vez de caras largas estaban muy contentas, en vez de mirarse de reojo se miraban complacidos entre sí, ellas le querían como protector y él les tenía afecto porque eran útiles. Para terminar, un día se acercó a Sócrates y le contó divertido que ellas le echaban en cara que era el único de la casa que comía sin trabajar.
- ¿Por qué no les cuentas la fábula del perro? , le dijo Sócrates. Dicen que cuando los animales hablaban, la oveja le dijo a su amo: Es extraño lo que haces, porque a nosotras que te proporcionamos lana, corderos y queso, no nos das nada que no tomemos nosotras de la tierra, y en cambio al perro, que no te procura nada parecido, le haces partícipe de tu propia comida. Y que el perro al oírlo dijo: ¡Por Zeus!, es que yo soy quien os guarda para que no os roben los hombres ni los lobos os lleven, pues si yo no os protegiera, ni siquiera podríais pastar, por miedo a que os mataran. Dicen que entonces las ovejas estuvieron de acuerdo en que el perro tuviera trato preferente. Diles, pues, a tus parientas que eres como su perro guardián y cuidador, y que gracias a ti nadie les hace daño y pueden vivir trabajando con seguridad y a gusto.
Un día, al encontrarse después de mucho tiempo a un antiguo compañero, le dijo:
- ¿De dónde sales, Eutero?
- He vuelto del extranjero al terminar la guerra y ahora vivo aquí, Sócrates. Como nos quitaron todas las propiedades que teníamos fuera, y mi padre no me dejó nada en el Ática, me vi obligado a quedarme aquí ganándome la vida con el trabajo de mis manos. Me parece que esto es mejor que tener que pedir nada a nadie, sobre todo no teniendo ninguna garantía para pedir un préstamo.
- ¿Y cuánto tiempo crees que aguantará tu cuerpo el ganarte la vida a jornal?
- ¡Por Zeus!, no mucho tiempo.
- Pero el caso es que, cuando seas viejo, evidentemente seguirás teniendo gastos y nadie estará dispuesto a pagarte un salario por el trabajo de tu cuerpo.
- Es cierto lo que dices.
- Entonces, es preferible que desde ahora te dediques a actividades que puedan mantenerte cuando seas viejo, dirigirte a una persona que tenga mucho dinero y necesite alguien que le ayude a cuidarlo, a vigilar los trabajos, recoger las cosechas y conservar el capital, devolviéndole favor por favor.
- Difícilmente, Sócrates, soportaría yo la servidumbre.
- Sin embargo, a los que están al frente de las ciudades y se cuidan de los asuntos públicos, no por ello se les considera más serviles, sino más libres.
En pocas palabras, Sócrates, que no me expongo a tener que dar cuentas a nadie.
- Sin embargo, Eutero, no es nada fácil encontrar un trabajo en el que no se tenga responsabilidad. Si difícil es hacer algo tan bien que no se cometan errores, también es difícil, aun haciendo algo sin cometer equivocación, no encontrarse con alguien que critique a la buena de dios. Incluso me sorprende que te resulte fácil escapar sin reproche en los trabajos que ahora dices que estás haciendo, por ello es necesario que intentes librarte de los criticones y busques personas de juicio, que acometas los trabajos que puedas aguantar y te libres de los que no puedas, y que cuanto emprendas lo hagas de la mejor manera posible y con el mayor interés. Yo creo que obrando así es como incurrirás en menos inculpaciones, encontrarás más ayuda en tiempos de escasez y llevarás una vida más tranquila y sin peligro, y, sobre todo, más solvente hasta tu vejez.
Sé también que un día oyó a Critón lamentándose de lo difícil que era la vida en Atenas para un hombre dispuesto a ocuparse de sus asuntos, «porque ahora, decía Critón, hay personas que me llevan a juicio no porque yo les haya ofendido en algo, sino porque creen que más a gusto pagaría dinero que meter me en pleitos».
Y Sócrates le respondió:
- Dime, Critón, ¿no mantienes perros para que alejen a los lobos de tus rebaños?
- Sí, porque me tiene más cuenta mantenerlos.
- ¿Y no mantendrías también a un hombre que estuviera dispuesto y capacitado para apartar de ti a los que intentaran hacerte daño?
- Lo haría con mucho gusto si no temiera que se volviera contra mí.
- ¿Por qué? ¿No ves que es mucho más agradable sacar partido de un hombre como tú haciéndole favores que odiándole? Ten la seguridad de que aquí hay hombres de esa clase que ambicionarían tenerte por amigo.
Después de esta conversación encontraron a Arquedemo, hombre muy capacitado para la palabra y la acción, pero pobre, porque no era de los que son capaces de sacar provecho de todo, sino un hombre honrado, que decía que sacarles dinero a los sicofantes era la cosa más fácil del mundo. Critón, cada vez que recogía la cosecha de trigo, de aceite, de vino, de lana o cualquier otro producto agrícola útil para la vida, separaba una parte para dársela. Y cada vez que hacia sacrificios mandaba llamarle, y tenía con él todas las atenciones de este tipo. Arquedemo, que consideraba como un refugio para él la casa de Critón, le guardaba muchísimo respeto. Había descubierto que uno de los acusadores de Critón tenia en su haber muchos delitos y muchos enemigos y lo había hecho comparecer en juicio ante el pueblo para ser condenado a la pena que le correspondiera o a pagar una indemnización. Este individuo, que era consciente de sus muchas villanías, lo removía todo para librarse de Arquedemo, pero Arquedemo no le dejó escapar hasta que retiró su demanda contra Critón y le pagó una indemnización. Después de conseguir Arquedemo este éxito y otros parecidos, de la misma manera que cuando un pastor tiene un buen perro los demás pastores quieren poner sus rebaños cerca de él para beneficiarse del perro, así, muchos amigos de Critón le pedían también que pusiera cerca de ellos como guardían a Arquedemo. Éste complacía a Critón de muy buen grado. de modo que no sólo Critón vivía en paz, sino también sus amigos. Y si alguno de aquellos con los que se indisponía le echaban en cara que adulaba a Critón porque sacaba provecho de él, decia:
- ¿Qué es más vergonzoso, recibir beneficios de los hombres honrados y hacerse amigo suyo correspondiéndoles con favores y enemistarse con los hombres ruines e intentar hacer daño a los hombres de bien y convertirlos en enemigos o, en cambio, colaborar con los malvados, pretender convertirlos en amigos y preferir tener tratos con éstos?
A partir de ese momento, Arquedemo fue uno de los amigos de Critón y los otros amigos de Critón lo respetaron.
Sé también que tuvo la siguiente conversación con su compañero Diodoro:
- Dime, Diodoro: si se te escapa un esclavo, ¿te preocupas de recuperarlo?
- Sí, y llamo a otros en mi ayuda y ofrezco mediante pregón una recompensa.
- ¿Y qué pasa si un esclavo se pone enfermo? ¿Te preocupas de él y llamas a los médicos para que no se muera?
- Desde luego, dijo.
- Y si algunos de tus conocidos, que es mucho más útil que tus esclavos, corre el peligro de perecer a causa de la necesidad, ¿no crees que merece la pena que te preocupes para salvarlo? Pues bien, tú sabes que Hermógenes es un hombre inteligente y se avergonzaría, en el caso de ser favorecido por ti, de no corresponder a tus favores. Aunque tener un colaborador espontáneo, leal, constante, dispuesto a hacer no sólo lo que se le mande sino capaz de ser útil por propia iniciativa, de prevenir y de prever, creo que equivaldría a tener muchos esclavos. Los buenos administradores dicen que cuando se puede comprar a buen precio algo de mucho valor es cuando hay que comprarlo. Ahora mismo, en estos tiempos que corren , se pueden comprar buenos amigos a muy buen precio.
Diodoro intervino:
-·Tienes razón en lo que dices, Sócrates. Dile a Hermógenes que venga a verme.
- ¡Por Zeus!, no seré yo quien lo haga, pues creo que sería más bonito por tu parte ir a su casa en vez de llamarle a la tuya, y que no será él quien gane más que tú con este gesto.
De modo que Diodoro fue a ver a Hermógenes, y sin gran esfuerzo consiguió un amigo que no tenía otro trabajo más que ver con qué palabras o acciones podía ser útil y complacer a Diodoro.


Recuerdos