RECUERDOS DE SÓCRATES
Jenofonte
[LIBRO II]
A mí me parecía que con tales conversaciones impulsaba a sus seguidores a
ejercitar el auto control sobre el deseo de comida y bebida, sobre la lujuria y
el sueño, el frío, el calor y la fatiga. Así, al enterarse de que uno de sus
acompañantes se comportaba de manera muy incontrolada en tales aspectos, le
dijo:
- Escúchame, Aristipo , si tuviéramos que encargarle de educar a dos
jóvenes, uno para ser capaz de gobernar y el otro para no intentarlo siquiera,
¿cómo educarías a uno y otro?; ¿quieres que empecemos el examen por la
alimentación, o sea, por los primeros elementos como quien dice?
Aristipo respondió:
- Efectivamente, a mí la alimentación me parece que es un principio, ya que
nadie podría vivir si no se alimentara.
¿Es lógico entonces, que a uno y otro, cuando llegue el momento, les entre
el deseo de tomar alimento?
- Es lógico.
- ¿Y a cuál de los dos acostumbraríamos a subordinar la satisfacción del
estómago a la gestión de un asunto urgente?
- ¡Por Zeus!, al que está siendo educado para gobernar, a fin de que los
asuntos de Estado no queden sin despachar durante su gobierno.
- Y cuando quieran beber, ¿no impondremos al mismo la capacidad de aguantar
la sed?
- Sin la menor duda.
- Y dominar el sueño, para que sea capaz de acostarse tarde, levantarse
temprano y estar en vela si es preciso, ¿a quién se lo impondríamos?
- Al mismo también.
- ¿Y controlar los placeres del amor, para no verse impedido de actuar, si
es necesario?
- También esto al mismo.
- ¿Y no rehuir nunca las fatigas, sino someterse voluntariamente a ellas,
¿a quién de los dos se lo impondríamos?
- También al que se está educando para gobernar.
- Bien, y el aprender una ciencia adecuada, si es que la hay, para triunfar
sobre los adversarios, ¿a quién convendría más que se la impusiéramos?
-¡Por Zeus, con mucho mayor motivo al educado para gobernar, porque sin
una ciencia de este tipo ninguna de las otras le serviría para nada.
- Y el hombre educado de esta manera ¿no te parece que está menos expuesto
a ser sorprendido por sus rivales que el resto de los animales? Porque una parte
de ellos son atrapados por el cebo de la gula; otros, a pesar de su mucha
timidez, arrastrados a la carnaza por el ansia de comer o también por la
bebida, se ven igualmente apresados.
- Así es, sin duda, dijo.
- ¿Y no ocurre también con otros animales, como los machos de las
codornices y las perdices, que, arrastrados por la lascivia hacia el reclamo de
la hembra, por el deseo y la esperanza de los placeres del amor, perdida la
facultad de reconocer los peligros, se ven llevados a caer en las trampas de los
cazadores?
También Aristipo convino en este aspecto.
- ¿Y no te parece una vergüenza que un ser humano ceda ante las mismas
pasiones que los animales más irracionales? Es como, por ejemplo, cuando los
adúlteros se introducen en las alcobas sabiendo que al cometer adulterio corren
el peligro de sufrir el castigo de la ley, el de ser espiados y sometidos a
humillaciones si les atrapan. Cuando amenazan al adúltero tan graves daños y
ultrajes, habiendo tantos medios para liberarse de los deseos sexuales sin daño
ni perjuicio, ¿no es una grandísima insensatez dejarse arrastrar a pesar de
todo a peligros tan grandes?
- A mí así me lo parece, dijo.
-Y siendo así que la mayor parte de las ocupaciones humanas se realizan al
aire libre, como, por ejemplo, la de la guerra, la de la agricultura, y
muchísimas otras, ¿no te parece que es mucho descuido que la mayoría no se
hayan entrenado para el frío y el, calor?
También estuvo de acuerdo en este punto.
- ¿No crees entonces que quien ha de gobernar debe ejercitarse para soportar
con facilidad estas molestias? - Desde luego, dijo.
- Entonces, si ponemos entre los hombres de gobierno a los capaces de
controlarse en estas materias, ¿pondremos a los incapaces de hacerla entre los
que ni siquiera aspiran a gobernar?
- Totalmente de acuerdo, dijo.
- En ese caso, puesto que sabes el lugar que ocupa cada una de estas
especies, ¿reflexionaste ya en cuál de esos dos puestos te pondrías tú mismo
en justicia?
- Desde luego, en lo que a mí se refiere, dijo Aristipo, de ninguna manera
me voy a poner en el puesto de los que están deseando gobernar, pues creo que
es la mayor insensatez, cuando tanto trabajo cuesta procurarse lo necesario, que
encima no sea ello suficiente sino que se añade el proporcionar a los demás
ciudadanos lo que ellos necesitan. Renunciar a las muchas cosas que uno desea
para sí mismo, por estar al frente de la ciudad, y tener que rendir cuentas en
el caso de que no se satisfagan todos los deseos de la ciudad, ¿no es la mayor
de las locuras? Porque en realidad las ciudades pretenden utilizar a sus
gobernantes como yo utilizo a mis esclavos. Yo pretendo que mis criados me
preparen en abundancia lo que necesito, pero que ellos no toquen nada. Las
ciudades, por su parte, pretenden servirse de los gobernantes para que les
proporcionen la mayor cantidad posible de bienes, pero que ellos se abstengan de
todo. Por ello, a los que están deseando tener muchos problemas y
procurárselos a los demás, yo los educaría de la forma ya dicha y los
colocaría entre los hombres de gobierno, pero, en cuanto a mí, me pongo entre
los que quieren vivir de, la manera más fácil y cómoda.
Sócrates dijo entonces:
- En ese caso, ¿quieres que examinemos también ese punto de vista, si viven
mejor los gobernantes o los gobernados?
- Veámoslo.
- En primer lugar, de los pueblos que conocemos en Asia, los persas
gobiernan, mientras son gobernados los siríos, los frigios y los lidios. En Europa gobiernan los escitas, pero son
gobernados los meocios. En Libia (África) gobiernan los cartagineses y son
gobernados los libios. Pues bien, de todos estos pueblos, ¿cuáles crees tú
que viven más a gusto? O entre los griegos, de los que tú mismo formas parte,
¿quiénes te parece que llevan una vida más agradable, los que mandan o los
que están dominados?
- Es que yo, dijo Aristipo, no me clasifico tampoco en la esclavitud, sino
que creo que hay un camino intermedio, que intento seguir, no a través del
mando ni de la servidumbre, sino a través de la libertad, que conduce
precisamente a la felicidad.
- Es que si ese camino, dijo Sócrates, lo mismo que no pasa por el mando ni
por la servidumbre, tampoco pasara a través de los hombres, podrías tener
alguna razón, pero si viviendo entre hombres pretendes no gobernar ni ser
gobernado, ni complacer de buen grado a los que mandan, creo que tienes que
darte cuenta de que los más fuertes saben utilizar a los más débiles como
esclavos, haciéndoles sufrir tanto en las relaciones públicas como en su trato
individual. ¿O es que no te has dado cuenta de cómo recogen el trigo que otros
sembraron, cortan los árboles que otros plantaron y asedian por todos los
medios a los más débiles que se niegan a rendirles vasallaje, hasta que los
convencen de preferir la esclavitud a una guerra contra los más poderosos? Y en
su vida privada, a su vez, ¿no sabes que los valientes y poderosos esclavizan a
los cobardes y desvalidos y se aprovechan de ellos?
- Precisamente por eso, yo, dijo Aristipo, para que no me ocurran esas cosas,
no me encierro en ninguna ciudadanía, sino que vivo en todas partes como
extranjero.
Entonces dijo Sócrates:
-¡Terrible truco me estás contando! Porque desde que murieron Sinis,
Escirón y Procrusto , nadie hace daño ya a los extranjeros. En cambio, ahora
los que dirigen la política en sus ciudades no sólo promulgan leyes para
evitar injusticias, sino que, además de los llamados allegados, se procuran
otros amigos valedores, rodean las ciudades con recintos fortificados, se
procuran armas para defenderse de las agresiones y además gestionan otros
aliados de fuera. Pues a pesar de lo mar estas medidas no se libran de ser
agredidos. Y tú que no tienes ninguno de esos medios, que te pasas tanto tiempo
en los caminos, donde son agredidos la mayoría, tú que estás en condición
inferior a todos los ciudadanos en cualquier ciudad a la que llegues, en la
situación más vulnerable como víctima de los que quieren hacer daño,
¿crees, sin embargo, que por ser extranjero no podrías ser atacado? ¿O es que
confías en la seguridad que proclaman las ciudades para quien entra y sale? ¿O
es porque crees que una persona como tú no le serviría para nada de esclavo a
ningún amo? Pues ¿qué persona querría tener en su casa a un individuo que no
está dispuesto a trabajar y al que sólo le gusta disfrutar de una vida
lujosísima? Examinemos también cómo tratan los amos a tales esclavos. ¿No
atemperan su lujuria a fuerza de hambre? ¿No les impiden robar cerrándoles el
sitio de donde puedan coger algo? ¿No les impiden escapar cargándoles de
grilletes? ¿No corrigen a la fuerza su pereza' con el látigo? Y si no, ¿cómo
haces tú cuando te. das cuenta de que tienes un esclavo así?
-Le aplico toda clase de castigos, hasta que le obligo a portarse como
esclavo. Pero bueno, Sócrates, entonces los que se educan para el arte de la
realeza, que en mi opinión tú consideras felicidad, ¿en qué se diferencian
de los que sufren por necesidad, si es que efectivamente de modo voluntario
pasan hambre, sed, frío, vigilias y toda clase de fatigas? Porque yo no veo la
diferencia entre que la misma piel sea azotada voluntaria o involuntariamente o,
en una palabra, que el propio cuerpo sea sometido de modo voluntario o
involuntario a tales sufrimientos, salvo que se atribuya insensatez al que se
somete voluntariamente a los sufrimientos.
- ¿Cómo, Aristipo? dijo Sócrates. ¿No te das cuenta de la diferencia que
hay entre los sufrimientos voluntarios y los involuntarios, ya que quien
voluntariamente pasa hambre puede comer cuando quiera, el que sufre sed puede
beber, y así sucesivamente, mientras que quien sufre estos males por necesidad
no puede ponerles fin cuando lo desee? Por otra parte, el que sufre
voluntariamente, en medio de sus penalidades disfruta con una buena esperanza,
como los cazadores se fatigan reconfortados con la esperanza de coger las
presas. Y aun así, estas recompensas a las fatigas valen poca cosa, pero los
que se esfuerzan por adquirir buenos amigos o por vencer a sus enemigos o llegar
a ser fuertes de cuerpo y alma para gobernar bien sus casas, ser útiles a sus
amigos y servir a la patria, ¿cómo no se va a pensar que tales individuos se
esfuerzan a gusto en tales actividades, viven disfrutando, están satisfechos de
sí mismos y son objeto de alabanza y envidia de los otros? Más aún, la vida
de molicie y los placeres momentáneos no son capaces de producir bienestar al
cuerpo, como dicen los maestros de gimnasia, ni de infundir en el alma un
conocimiento digno de este nombre, mientras que los ejercicios practicados con
firmeza llevan a alcanzar bellas y gloriosas acciones, como aseguran los grandes
hombres. En algún sitio, por ejemplo, dice Hesíodo :
El mal en abundancia es fácil tenerlo, llano es el camino y
vive muy cerca.
Pero, ante la virtud, sudor colocaron los dioses no perecederos largo y empinado es hasta ella el sendero,
áspero al principio,
pero cuando a la cumbre se llega, luego se hace fácil, por duro que fuere.
Lo mismo testimonia Epicarmo en el siguiente pasaje :
Por fatigas nos venden los dioses todo bien.
y en otro lugar dice:
Desgraciado, no busques lo blando, no sea que consigas [lo duro.
Y el sabio Pródico en su escrito sobre Hércules, del que hizo muchas
lecturas públicas, se expresa de la misma manera acerca de la virtud, diciendo
más o menos, según recuerdo: «Cuando Hércules estaba pasando de la niñez a
la adolescencia, momento en el que los jóvenes al hacerse independientes
revelan si se orientarán en la vida por el camino de la virtud o por el del vicio, cuentan que salió a un lugar
tranquilo y se sentó sin saber por cuál de los dos caminos se dirigiría. Y
que se le aparecieron dos mujeres altas que se acercaban a él, una de ellas de
hermoso aspecto y naturaleza noble, engalanado de pureza su cuerpo, la mirada
púdica, su figura sobria, vestida de blanco. La otra estaba bien nutrida,
metida en carnes y blanda, embellecida de color, de modo que parecía más
blanca y roja de lo que era y su figura con apariencia de más esbelta de lo que
en realidad era, tenía los ojos abiertos de par en par y llevaba un vestido que
dejaba entrever sus encantos juveniles. Se contemplaba sin parar, mirando si
algún otro la observaba, y a cada momento incluso se volvía a mirar su propia
sombra. Cuando estuvieron más cerca de Heracles, mientras la descrita en primer
lugar seguía andando al mismo paso, la segunda se adelantó ansiosa de
acercarse a Heracles y le dijo: "Te veo indeciso, Heracles, sobre el camino
de la vida que has de tomar. Por ello, si me tomas por amiga, yo te llevaré por
el camino más dulce y más fácil, no te quedarás sin probar ninguno de los
placeres y vivirás sin conocer las dificultades. En primer lugar, no tendrás
que preocuparte de guerras ni trabajos, sino que te pasarás la vida pensando
qué comida o bebida agradable podrías encontrar, qué podrías ver u oír para
deleitarte, qué te gustaría oler atacar, con qué jovencitos te gustaría más
estar acompañado, cómo dormirías más blando, y cómo conseguirías todo ello
con el menor trabajo. Y si alguna vez te entra el recelo de los gastos para
conseguir eso, no temas que yo te lleve a esforzarte y atormentar tu cuerpo y tu
espíritu para procurártelo, sino que tú aprovecharás el trabajo de los
otros, sin privarte de nada de lo que se pueda sacar algún provecho, porque a
los que me siguen yo les doy la facultad de sacar ventajas por todas
partes". Dijo Heracles al oír estas palabras: "Mujer, ¿cuál es tu
nombre?" Y ella respondió: Mis amigos me llama Felicidad, pero los que me
odian, para denigrarme, me llaman Maldad". En esto se acercó la otra mujer
y dijo: "Yo he venido también a ti, Heracles, porque sé quiénes son tus
padres y me he dado cuenta de tu carácter durante tu educación. Por ello tengo
la esperanza de que, si orientas tu camino hacia mí, seguro que podrás llegar
a ser un buen ejecutor de nobles y hermosas hazañas y que yo misma seré mucho
más estimada e ilustre por los bienes que otorgo. No te vaya engañar con
preludios de placer, sino que te explicaré cómo son las cosas en realidad, tal
como los dioses las establecieron. Porque de cuantas cosas buenas y nobles
existen, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo ni solicitud,
sino que, si quieres que los dioses te sean propicios. tienes que honrarles, si
quieres que tus amigos te estimen, tienes que hacerles favores, y si quieres que
alguna ciudad te honre, tienes que servir a la ciudad; si pretendes que toda
Grecia te admire por tu valor, has de intentar hacerle a Grecia algún bien; si
quieres que la tierra te dé frutos abundantes, tienes que cuidarla; si crees
que debes enriquecerte con el ganado, debes preocuparte del ganado, si aspiras a
prosperar con la guerra y quieres ser capaz de ayudar a tus amigos y someter a
tus enemigos, debes aprender las artes marciales de quienes las conocen y
ejercitarte en la manera de utilizarlas. Si quieres adquirir fuerza física,
tendrás que acostumbrar a tu cuerpo a someterse a la inteligencia y entrenarlo
a fuerza de trabajos y sudores". La Maldad, según cuenta Pródico,
interrumpiendo, dijo: "¿Te das cuenta, Heracles, del camino tan largo y
difícil que esta mujer te traza hacia la dicha? Yo te llevaré hacia la
felicidad por un camino fácil y corto". Entonces dijo la Virtud:
¡Miserable!, ¿qué bien posees tú? ¿O qué sabes tú de placer si no estás
dispuesta a hacer nada para alcanzarlo? Tú que ni siquiera esperas el deseo de
placer, sino que antes de desearlo te sacias de todo, comiendo antes de tener
hambre, bebiendo antes de tener sed, contratando cocineros para comer a gusto,
buscando vinos carísimos para beber con agrado, corriendo por todas partes para
buscar nieve en verano. Para dormir a gusto, no te conformas con ropas de cama
mullidas , sino que además te procuras armaduras para las camas. Porque deseas
el sueño no por lo que trabajas, sino por no tener nada que hacer. Y en cuanto
a los placeres amorosos, los fuerzas antes de necesitarlos, recurriendo a toda
clase de artificios y utilizando a los hombres como mujeres. Así es como educas
a tus propios amigos, vejándolos por la noche y haciéndolos acostarse las
mejores horas del día. A pesar de ser inmortal, has sido rechazada por los
dioses, y los hombres de bien te desprecian. Tú no oyes nunca el más agradable
de los sonidos, el de la alabanza de una misma, ni contemplas nunca el más
hermoso espectáculo, porque nunca has contemplado una buena acción hecha por
ti. ¿Quién podría creerte cuando hablas?, ¿quién te socorrería en la
necesidad?, ¿quién que fuera sensato se atrevería a ser de tu cofradía ?
Ésta es la de personas que, mientras son jóvenes, son físicamente débiles y,
de viejos, se hacen torpes de espíritu, mantenidos durante su juventud
relucientes y sin esfuerzo, pero que atraviesan la vejez marchitos y fatigosos,
avergonzados de sus acciones pasadas y agobiados por las presentes, después de
pasar a la carrera durante su juventud los placeres, reservando para la vejez
las lacras.
Yo, en cambio, estoy entre los dioses y con los hombres de bien, y no hay
acción hermosa divina ni humana que se haga sin mí. Recibo más honores que
nadie, tanto entre los dioses como de los hombres que me son afines. Soy una
colaboradora estimada para los artesanos, guardiana leal de la casa para los
señores, asistente benévola para los criados, buena auxiliar para los trabajos
de la paz, aliada segura de los esfuerzos de la guerra, la mejor intermediaria
en la amistad. Mis amigos disfrutan sin problemas de la comida y la bebida,
porque se abstiene de ellas mientras no sienten deseo. Su sueño es más
agradable que el de los vagos, y si se sienten molestos cuando lo dejan ni a
causa de él dejan de llevar a cabo sus obligaciones. Los jóvenes son felices
con los elogios de los mayores, y los más viejos se complacen con los honores
de los jóvenes. Disfrutan recordando acciones de antaño y gozan llevando bien
a cabo las presentes. Gracias a mí son amigos de los dioses, estimados de sus
amigos y honrados por su patria. Y cuando les llega el final marcado por el
destino, no yacen sin gloria en el olvido, sino que florecen por siempre en el
recuerdo, celebrados con himnos. Así es, Heracles, hijo de padres ilustres,
como podrás, a través del esfuerzo continuado, conseguir la felicidad más
perfecta"». Así fue más o menos como contó Pródico la educación de
Heracles por la Virtud, si bien embelleció sus conceptos con expresiones
magníficas en mayor grado que las que yo he usado ahora. De modo que merece la
pena, Aristipo, que lo medites e intentes preocuparte tú también del tiempo
que te queda de vida.
Al darse cuenta en cierta ocasión de que su hijo mayor Lamprocles estaba
irritado contra su madre, le preguntó: - Dime, hijo mío, ¿sabes que se llama
desagradecidos a algunos hombres?
- Sí, respondió el joven.
- ¿Y te has dado cuenta de lo que hacen quienes reciben este nombre?
- Desde luego, dijo. Se llama desagradecidos a quienes, habiendo recibido
buen trato, no devuelven el favor pudiendo hacerla.
- ¿No te parece entonces que los desagradecidos se cuentan entre los
injustos?
- A mí sí me lo parece.
- ¿Consideraste alguna vez si, de la misma manera que parece injusto someter
a esclavitud a los amigos, mientras que es justo esclavizar a los enemigos, así
también es injusto ser ingrato con los amigos, pero, en cambio, es justo serlo
con los enemigos?
- En efecto, dijo. Y me parece que el individuo que habiendo recibido favores
de alguien, sea amigo o enemigo, no intenta devolverlos, es injusto.
- Entonces si las cosas son así, ¿no sería la ingratitud una injusticia
evidente?
Estuvo de acuerdo.
-¿No sería, por tanto, un hombre tanto más injusto cuando habiendo
recibido mayores favores no los devolviera?
También convino en ello.
- Según eso, ¿podríamos encontrar a alguien que haya recibido mayores
beneficios que los hijos de los padres? A quienes los padres cuando no existían
les dieron el ser, el poder ver tantas bellezas y participar de tantos bienes
como los dioses procuran a los hombres, bienes que nos parecen tan valiosos que
nos resistimos a abandonarlos más que ninguna otra cosa; y las ciudades han
establecido la pena de muerte para los crímenes más graves en la idea de que
no hay miedo a un mal mayor para reprimir el delito. Desde luego, no te imagines
que los seres humanos engendran hijos por el placer sexual, porque si de eso se
tratara, las calles están llenas de medios para satisfacerlos, como también
están llenas las casas. Más bien es evidente que tomamos en consideración de
qué mujeres podríamos tener los mejores hijos, y es con ellas con las que nos
unimos para procrearlos. El hombre, por su parte, sustenta a la que está
dispuesta a colaborar con él en la procreación y prepara para los hijos que
van a nacer todo cuanto piensa que les va a ser útil durante la vida, y ello
con la mayor abundancia que puede. La mujer, en cambio, tras haber concebido
acepta la carga, aguantando molestias y poniendo en peligro su vida, comparte el
mismo alimento con el que ella se sostiene, y, después de llevar el embarazo
hasta su término con grandes trabajos, a continuación del parto lo mantiene y
lo cría, sin haber recibido previamente ningún beneficio de él y sin que el
retoño sepa de quién recibe buen trato ni pueda dar a entender qué le falta,
sino que ella misma, conjeturando lo que le conviene y lo que le puede gustar,
intenta satisfacerle y lo va criando durante mucho tiempo de día y de noche a
costa de fatigas, sin saber qué agradecimiento recibirá por ello. Y no basta
con criarlo únicamente, sino que además, cuando parece que los niños son ya
capaces de aprender algo, los padres les enseñan lo que ellos mismos saben de
bueno para la vida, o bien, si consideran que otro es más capaz de enseñarles,
se los envían pagando los gastos, procurando por todos los medios que los hijos
sean lo mejor posible.
A esto respondió el muchacho:
- Si, pero lo cierto es que aunque haya hecho todo eso y muchas cosas más,
nadie podría soportar su mal carácter.
Entonces dijo Sócrates:
- ¿Tú qué crees que es más difícil de aguantar, la acritud de una fiera
o la de una madre?
- Yo creo que la de una madre, al menos la de una como ésta.
- ¿Es que te hizo daño alguna vez, con un mordisco una coz, como les pasó
a muchos con animales?
- ¡Por Zeus!, es que dice unas cosas que a uno no le gustaría oír en toda
la vida.
-Y tú, dijo Sócrates, ¿cuántas veces crees que le ocasionaste noche y día
molestias inaguantables de palabra y de obra siendo niño, y cuántas penas
cuando estabas enfermo?
- Pero jamás le dije ni le hice nada de lo que pudiera avergonzarse.
- ¿Cómo? ¿Acaso crees que es para ti más difícil oír lo que ella dice
que para los actores cuando se dicen entre dios en las tragedias las peores
barbaridades?
- Pero es que, en mi opinión, como ellos no piensan mientras hablan que
quien acusa esté acusando para castigar, ni que el que amenaza esté amenazando
para hacer algún daño, lo soportan más fácilmente.
-¿Y tú, sabiendo perfectamente que lo que dice tu madre no sólo lo dice
sin mala intención sino incluso porque quiere que seas más feliz que nadie,
encima te irritas? ¿O crees realmente que tu madre tiene malas intenciones
hacia ti?
- No, por cierto, eso desde luego no lo creo.
Entonces dijo Sócrates:
-Y tú de esa mujer que es buena contigo, que se preocupa todo lo que puede
para que te pongas bien cuando estás enfermo y para que no te falte nada de lo
que necesitas, que además suplica con insistencia a los dioses por tu bien y
cumple las promesas que les hace por ti, ¿dices que tiene mal genio? Más bien
creo que, si no puedes soportar a una madre así, es que no puedes soportar nada
bueno. Dime, ¿crees que debes honrar a alguna otra persona, o estás dispuesto
a no complacer ni obedecer a nadie, ni a un general ni a un magistrado?
- ¡Por Zeus! Por supuesto que no.
- Entonces, dijo Sócrates, ¿estás dispuesto a complacer también a tu
vecino, para que te deje encender el fuego cuando lo necesites, para que
participe contigo en las buenas situaciones y, en caso de accidente, te preste
ayuda de cerca con buena voluntad?
- Yo sí, desde luego.
-Y si te encuentras con un compañero de viaje o de navegación, ¿te
resultaría indiferente que fuera amigo o enemigo, o crees que deberías
preocuparte de la buena voluntad de ambos?
- Desde luego.
-¿Estás dispuesto entonces a preocuparte de ellos, y no crees, en cambio,
que debes honrar a tu madre, que te quiere más que nadie? ¿No sabes que la
ciudad no se preocupa ni castiga ningún otro desagradecimiento, sino que hace
la vista gorda a los que no agradecen el buen trato recibido, pero si alguien no
respeta a los padres le inflige un castigo, lo inhabilita y lo excluye dc los
cargos , convencida de que ni los sacrificios religiosos en favor de la ciudad
serían piadosos si los ofreciera un hombre así, ni ninguna otra acción seria
justa y bella realizada por él? Y, ¡por Zeus!, si alguien no cuida las tumbas
de sus padres fallecidos, también la ciudad lo investiga en los exámenes de
candidatos a cargos públicos. Por ello, tú, hijo mío, si eres sensato,
pedirás a los dioses que te perdonen si en algo faltaste a tu madre, no vaya a
ser que te consideren un desagradecido y no quieran hacerte bien; y en cuanto a
los hombres, ten cuidado para que no se enteren de tu falta de atención a tus
padres, no sea que te desprecien todos y te encuentres desamparado de amigos.
Porque si sospecharan que eres un desagradecido con tus padres, ninguno de ellos
esperaría recibir agradecimiento en caso de hacerte un favor.
Al enterarse Sócrates en cierta ocasión de que Querefonte y Querécrates ,
hermanos y conocidos suyos, estaban peleados, viendo a Querécrates le dijo:
- Dime, Querécrates. tú no eres seguramente una de esas personas que
considera más útil el dinero que los hermanos, teniendo en cuenta que el
primero es insensible y el segundo racional, aquél necesita defensa y éste
puede ayudar, prescindiendo de que el primero es numeroso y éste único. Es
extraño también el hecho de que uno considere a sus hermanos como un castigo
por no poder poseer sus bienes, y, en cambio, no considere" un castigo a
sus conciudadanos por no poder poseer sus riquezas; sólo que en este caso
pueden razonar que es preferible vivir en compañía de muchos y tener los
bienes suficientes con seguridad que vivir solo y poseer peligrosamente todos
los bienes de los ciudadanos. En cambio, tratándose de hermanos ignoran este
razonamiento. Así, los pudientes compran esclavos para tener quien les ayude y
se procuran amigos dando a entender que necesitan amparo, pero se desentienden
de los hermanos, como si los amigos surgieran de los ciudadanos y de los
hermanos no salieran. En realidad, tiene mucha importancia para la amistad el
haber nacido de los mismos padres, y también la tiene el haberse criado juntos,
ya que hasta entre las fieras surge el cariño entre hermanos de leche. Además,
la gente en general respeta más a los que tienen hermanos que los que no los
tienen, y se atreven menos a atacarles.
Entonces dijo Querécrates:
- De acuerdo, Sócrates: si el motivo de la discrepancia no fuera grave, tal
vez habría que soportar al hermano y no romper con él por futilezas, ya que,
como tú mismo dices, es cosa buena un hermano si es como debe ser. Pero cuando
todo le falta y es todo lo contrario exactamente, ¿cómo se podría intentar lo
imposible?
Entonces respondió Sócrates:
- Veamos, Querécrates, ¿acaso Querefonte es incapaz de complacer a nadie,
como no te complace a ti, o hay personas a las que gusta mucho?
- Precisamente por eso, Sócrates, tengo motivos para odiarlo, porque es
capaz de agradar a otros y, en cambio, a mí, por dondequiera que se me
presente, con sus hechos y sus palabras me sirve más de castigo que de ayuda.
- ¿No ocurrirá lo mismo que con un caballo, dijo Sócrates, que es un
castigo para quien intenta manejarlo sin
Ven aquí, ea, ilustre Odiseo, gran gloria de los aqueos
- ¿No es ése el encantamiento, Sócrates, con el que las Sirenas retenían
a la gente, de tal manera que no podían escapar ya de ellas los que eran
encantados?
- No, sólo cantaban así a los que se afanaban por la virtud.
- ¿Quieres dar a entender que hay que encantar a cada uno con palabras tales
que al oírlas no vaya a creer que el recitador se está burlando de él?
- Sí, porque si a quien se sabe que es bajito, feo y enclenque se le
elogiara diciendo que es alto, hermoso y fuerte, se haría uno más aborrecible
y espantaría a la gente de sí.
- ¿Pero conoces otras fórmulas de encantamiento?
- No, pero he oído decir que Pericles conocía muchas, con las que se hacía
querer de la ciudad.
- ¿Y cómo hizo Temístocles para que la ciudad lo apreciara?
- ¡Por Zeus!, no con hechizos , sino rodeándola de bienes abundantes.
- Me parece que me estás dando a entender, Sócrates, que si estamos
dispuestos a adquirir un buen amigo, nosotros mismos tenemos que ser honrados de
palabra y de acción.
- ¿Y tú creías, dijo Sócrates, que era posible, aun siendo una persona
ruin, procurarse amigos virtuosos?
- Es que yo veía, dijo Critobulo, que charlatanes mezquinos tenían entre
sus amigos a buenos oradores, y personas totalmente incapaces de mandar tropas
eran compañeros de generales magníficos.
- Y en este tema que estamos discutiendo. ¿conoces a personas que siendo
inútiles son capaces de hacerse con amigos provechosos?
- ¡Por Zeus!, desde luego que no. Pero sí es imposible, siendo malvado,
conseguir como amigos a hombres de bien, me preocupa saber si es fácil, siendo
uno mismo hombre de bien, hacerse amigo de hombres de bien.
-.Lo que te desconcierta, Critobulo, es que con frecuencia ves a personas que
hacen el bien y se abstienen de villanías, y que, en vez de ser amigos, se
pelean entre sí y se tratan entre ellos con más dureza que los hombres que no
valen nada.
- Y no sólo, dijo Critobulo, se comportan así los particulares, sino que
también ciudades que más se afanan por las más nobles empresas y menos se
entregan a la ruindad, a menudo viven en guerra entre ellas. Cuando pienso en
ello, me siento muy desanimado respecto a la adquisición de amigos. No sólo
veo que los malos son incapaces de ser amigos entre sí, porque ¿cómo podrían
llegar a ser amigos hombres desagradecidos, indiferentes, codiciosos, desleales
o incontinentes? De manera que estoy seguro de que los malos han nacido más
bien para odiarse que para ser amigos. Pero es que por otra parte, como tú
mismo dices, tampoco los malos podrían llegar a una amistosa concordia con los
buenos. Porque ¿cómo podrían llegar a ser amigos los que hacen el mal y los
que odian tales acciones? Si hasta los que practican la virtud se pelean entre
sí por el mandato en las ciudades y se odian a causa de la envidia, ¿qué
amigos quedarán todavía y entre qué hombres habrá buena voluntad y
confianza?
-¡Ay, Critobulo!, dijo Sócrates, es que la situación es algo complicada.
Una parte del ser humano es por naturaleza amistosa, pues se necesitan unos a
otros, se compadecen mutuamente, colaboran entre ellos, se ayudan y, conscientes
de ellos, se sienten agradecidos unos con otros. Pero otra parte es belicosa,
pues cuando consideran hermosas y agradables las mismas cosas luchan por ellas,
adoptan posturas diferentes y se enfrentan entre sí. También es cosa de guerra
la discordia y la ira. Causa de hostilidad es el deseo de tener más, motivo de
odio es la envidia. A pesar de todo ello, la amistad se desliza entre las
dificultades y une a los hombres de bien, pues gracias a la virtud prefieren
tener sin fatigas una fortuna moderada a ser dueños de todo por medio de la
guerra, y cuando tienen hambre y sed son capaces de participar sin pesadumbre
del pan y de la bebida, y aunque disfrutan con los amores de la belleza, son
capaces de contenerse para no ofender a quienes no deben. No sólo pueden
participar legalmente de las riquezas, absteniéndose de la codicia, sino que
también se ayudan unos a otros. También pueden arreglar sus discordias no
sólo sin ofensa, sino incluso en mutua conveniencia, e impedir que la ira
llegue al punto de tener que arrepentirse. En cuanto a la envidia, la extirpan
totalmente, unas veces poniendo sus bienes a disposición de los amigos y otras
considerando como propios los bienes de aquellos. ¿Cómo no va a ser lógico
en esas condiciones que los hombres de bien participen en los cargos públicos
sólo sin hacerse daño entre sí, sino incluso en su mutuo beneficio? Porque
quienes desean honores y cargos en las ciudades para poder robar los caudales
públicos, ejercer violencia y vivir una vida regalada, son injustos, ruines e
incapaces de ponerse de acuerdo con nadie. Mientras que si alguien desea recibir
honores en la ciudad con objeto de no ser él mismo víctima de injusticia y
poder ayudar a sus amigos en sus derechos, y si en el ejercicio de una
magistratura se esfuerza por hacer algún bien a su patria, ¿por qué motivo un
hombre así no podría llegar a ponerse de acuerdo con otros como él? ¿O es
que en compañía de hombres de bien estará menos capacitado para ayudar a sus
amigos? ¿O será menos apto para beneficiar a su patria si toma como
colaboradores a otros hombres de bien?
- Incluso en los certámenes deportivos es evidente que, si se permitiera a
los más fuertes agruparse contra los más débiles, vencerían en todas las
competiciones y se llevarían todos los trofeos Allí por esa razón no permiten
hacerla, pero en la política, donde dominan los hombres de bien, nadie impide
que se presten servicios a la ciudad con quien uno desee. ¿Cómo no va ser
provechoso, cuando se está gobernando, adquirir los mejores amigos
utilizándolos como ayudantes, colaboradores más que opositores? Porque
también es evidente que cuando alguien entabla una lucha necesita aliados, los
más posibles, si ha de enfrentarse con hombres de pro. También es cierto que
hay que tratar bien a los que se muestran dispuestos a ser aliados, para que
quieran poner todo su empeño. Es, con mucho, preferible tratar bien a los
mejores, que son pocos, que a los ruines, que son muchos, porque los malos
necesitan muchas más favores que los buenos. ¡Ánimo, pues, Critobulo! Intenta
ser bueno, y, cuando lo hayas conseguido, trata de cazar a los hombres de bien.
Tal vez yo también podría ayudarte un poco en esta cacería por el hecho de
que soy entendido en cosas de amor. Porque, cuando yo deseo a alguien, me lanzo
todo entero con vehemencia, a fuerza de quererlos, a hacerme querer de ellos, a
añorarles para ser añorado por ellos, a desear su compañía para que ellos
deseen la mía. Veo que también tú necesitarás tales artes cuando desees
hacer amistad con alguien. Por ello, no me ocultes de quién querrías llegar a
ser amigo, pues con el interés de agradar a quien me agrada creo que tengo
experiencia para la caza de hombres.
Dijo entonces Critobulo:
- Realmente, Sócrates, hace tiempo que estoy ansioso de tales enseñanzas,
sobre todo si la misma ciencia me va a servir para los buenos de espíritu y
para los bellos de cuerpo.
Y Sócrates dijo:
- Critobulo, no forma parte de mi ciencia conseguir, con sólo extender las
manos, que los buenos se queden quietos. Estoy convencido de que los hombres
huían de Escila precisamente por esto, porque les ponía las manos encima. En
cambio, las Sirenas, que no le ponían la mano a nadie, sino que les cantaban a
todos de lejos, cuentan que todos se paraban y al oírlas quedaban hechizados.
Entonces dijo Critobulo:
- Descuida, que no le pondré a nadie las manos encima, sigue enseñándome
lo bueno que sepas para conseguir amigos.
- ¿Tampoco acercarás tu boca a su boca?, dijo Sócrates.
- Estáte tranquilo, dijo Critobulo, tampoco acercaré mi boca a la boca de
nadie, a menos que sea bello.
- Acabas de decir, Critobulo, lo contrario de lo conveniente, pues los bellos
no soportan tales tratos, mientras que los feos se prestan a gusto, convencidos
de que los llaman bellos por su alma
Y Critobulo dijo:
- Estáte tranquilo, y sigue enseñándome el arte de cazar amigos, en la
idea de que besaré a los bellos y me comeré a besos a los buenos.
Entonces respondió Sócrates:
- En ese caso, Critobulo, cuando quieras ser amigo de alguien, ¿me dejarás
denunciarte, diciéndole que sientes admiración por él y quieres ser amigo suyo?
- Denúnciame, dijo Critobulo. No conozco a nadie que odie los elogios.
- Pero si yo además te acuso de que a causa de tu admiración sientes
también hacia él buena voluntad, ¿no creerás que te estoy calumniando?
- No, porque también yo siento buena voluntad hacia los que sospecho que la
tienen conmigo.
- También podré yo decir, intervino Sócrates, esto de ti a los que quieres
convertir en amigos. Pero si además me das libertad para decir de ti que eres
devoto de tus amigos y con nada disfrutas tanto como con buenos amigos, que te
enorgulleces de las bellas acciones de tus amigos tanto como de las propias, que
te alegras de los bienes de los amigos tanto como de los propios, que no te
cansas de trabajar para que los amigos prosperen, que tienes como lema que la
virtud de un hombre consiste en vencer a los amigos haciendo el bien y a los
enemigos haciendo el mal, creo que te sería muy útil como compañero de caza
de buenos amigos.
_ ¿Y por qué me hablas así, dijo Critobulo, como si no dependiera de ti al
hablar de mí el decir lo que quieras?
- No, ¡por Zeus!, como oí decir en cierta ocasión a Aspasia. Decía, en
efecto, que las buenas casamenteras son muy hábiles para reunir personas en
matrimonio cuando los informes que transmiten son verdaderos, pero que, en
cambio, no se muestran dispuestas a hacer elogios falsos, porque los que se
descubren engañados se odian entre ellos y también a la casamentera. Yo
también, convencido de que tenía razón, creo que no podría decir en elogio
tuyo nada que no sea verdad.
- Entonces, dijo Critobulo, eres tal clase de amigo mío que si personalmente
tengo alguna cualidad favorable para conquistar amigos, me ayudas, pero si no,
no estarías dispuesto a contar alguna historia para ayudarme.
- ¿Y de qué manera, dijo Sócrates, te parece que te ayudo más, haciendo
de ti falsas alabanzas o tratando de convencerte para que intentes ser un
hombre de bien? Y si esto no resulta evidente para ti, examínala a partir. de
los siguientes ejemplos: Si, queriendo yo hacerte amigo de un armador, le
hiciera un elogio falso de ti diciéndole que eres un buen timonel, y él
fiándose de mi te confiara su nave sin saberla gobernar, ¿tienes alguna razón
para esperar otra cosa que perderte tú mismo y la nave? O si a base de mentiras
yo convenciera a la ciudad en pleno de que se pusiera en tus manos como general,
juez y político, ¿qué crees que te pasaría a ti y a la ciudad por obra tuya?
Y si a fuerza de mentiras yo convenciera privadamente a algunos ciudadanos de
que te confiaran la gestión de sus bienes, por tratarse de un administrador
bueno y escrupuloso, una vez sometido a la prueba ¿no resultaría perjudicial y
ridículo? El camino más corto y más seguro, Critobulo, y también el más
hermoso, si quieres parecer bueno en algo, es procurar llegar a serlo en
realidad, Todo lo que los hombres llaman virtudes te darás cuenta, si
reflexionas, de que aumentan con el ejercicio y el estudio. Por ello, Critobulo,
creo que debemos cazar en ese sentido, Pero si tú piensas de otra manera, dilo.
Entonces dijo Critobulo:
- No, Sócrates, me daría vergüenza hacer alguna objeción, pues no diría
nada hermoso ni verdadero.
En cuanto a las dificultades de sus amigos a consecuencia de la ignorancia,
trataba de aliviarlas con su consejo y cuando la causa era la necesidad les
enseñaba a ayudarse mutuamente en la medida de sus posibilidades. También en
este aspecto contaré lo que sé de él.
Al enterarse en cierta ocasión de que Aristarco estaba de malhumor, le dijo:
- Aristarco, parece que tienes algún problema. Deberías dejar que tus
amigos lo compartan, pues tal vez nosotros podríamos aliviarte.
Aristarco respondió:
- Efectivamente, Sócrates, me encuentro en un gran aprieto, pues desde que
hay revolución en la ciudad y mucha gente ha huido al Pireo, se han concentrado
en mi casa tantas hermanas, sobrinas y primas abandonadas que somos catorce sin
contar la servidumbre. No sacamos nada, ni del campo porque lo ocupa el enemigo,
ni de las viviendas por la escasez de habitantes en la ciudad. Los muebles nadie
los compra, ni se puede pedir dinero prestado. en ninguna parte, sino que antes
lo encontraría por la calle si lo buscara que no que me lo prestaran. Es muy
triste, Sócrates, dejar que tus parientes se mueran, pero resulta imposible
mantener a tanta gente en estas circunstancias.
Al oír estas palabras, intervino Sócrates:
- ¿Cómo es posible entonces que Ceramón pueda mantener a mucha gente,
proporcionando lo necesario para él y para los suyos, que encima ahorre dinero
y se haga rico, mientras tú por mantener a mucha gente temes que todos
perezcáis por falta de subsistencias?
-Por Zeus!, es que él mantiene esclavos y yo gente libre.
-¿Y quiénes crees que son mejores, los libres de tu casa o los esclavos de
casa de Ceramón?
- Yo pienso que son mejores los libres de mi casa.
- ¿No es entonces una vergüenza que él esté en la abundancia con gentes
peores y tú con personas mucho mejores te encuentres en estrecheces?
- ¡Sí, por Zeus!, porque él mantiene artesanos,.mientras que los míos
están educados como personas libres.
- ¿Y no son artesanos los que han aprendido a hacer algo útil?
- Ciertamente.
- ¿No es útil la harina?
- Sí, mucho.
- ¿Y el pan?
- No lo es menos.
- ¿Y qué me dices de los mantos de hombre y de mujer, de las tuniquillas,
las capas y las blusas? - Todo ello es muy útil.
- Entonces, las personas que hay en tu casa ¿no saben hacer nada de eso?
- Todas ellas, yo creo.
- ¿No sabes entonces que con una sola de ellas, la industria harinera,
Nausicides no sólo se mantiene él y sus esclavos sino además muchos cerdos y
vacas, y le sobra tanto dinero que a menudo corre con los gastos de los
servicios públicos, y que con su fábrica de pan sustenta Cirebo a toda su
familia y vive en la abundancia, Demeas de Colito con la manufactura de mantos,
Menón fabricando bufandas y la mayoría de los megarenses se mantienen con la
industria de las blusas?
- ¡Por Zeus!, es que ellos disponen de hombres bárbaros que han comprado
para obligarles a trabajar en lo que venga bien, mientras que yo tengo gente
libre y parientes.
¿Crees entonces que por ser libres y parientes tuyos no tienen que hacer
otra cosa que comer y dormir? ¿Acaso ves que quienes viven así lo pasan mejor
que las demás personas libres o que son más felices que quienes poseen
conocimientos útiles para la vida y se ocupan de ellos? ¿O adviertes que la
ociosidad y la negligencia ayudan a los hombres a aprender lo que les conviene
saber, a recordar lo que han aprendido, a ser sanos y fuertes de cuerpo y a
adquirir y conservar lo que es útil para la vida, y que, en cambio, el trabajo
y la diligencia no sirven para nada ? ¿Cómo aprendieron las mujeres las cosas
que tú dices que saben, como algo que no es útil para la vida ni con la
intención de ocuparse de ninguna de ellas, o, por el contrario, para dedicarse
a ellas y sacar de ellas provecho? ¿Cómo podrían ser más sensatos los seres
humanos, estando ociosos o bien ocupándose de cosas útiles? ¿Cómo serían
más justos, trabajando o sin hacer nada, deliberando sobre la manera de subsistir? En realidad, en este momento ni tú las quieres a ellas ni ellas a ti,
tú porque las consideras una carga y ellas porque se dan cuenta de que tú
estás agobiado por ellas. De ahí sale el peligro de que el disgusto se vaya
haciendo mayor y su primera gratitud vaya disminuyendo. En cambio, si las mandas
algún trabajo, tú las estimarás al ver que son útiles para ti y ellas
también te querrán al darse cuenta de que estás contento con ellas, y,
recordando con más gusto los beneficios anteriores, aumentará el
agradecimiento por ellos, y en consecuencia viviréis con más amor y confianza
mutua. Ahora bien, si tuvieran que trabajar en algo vergonzoso, sería
preferible la muerte, pero la realidad es que, por lo que se ve, ellas saben lo
que parece más hermoso y más decente para una mujer. Todo el mundo trabaja con
mayor facilidad, más rápidamente, mejor y con más gusto en aquello que sabe
hacer. No temas por ello proponerles lo que va a beneficiaras a ti y a ellas.
Seguramente, te escucharán gustosas, como es lógico.
- ¡Por los dioses!, respondió Aristarco, tan bien me parece que hablas que
si antes no me lanzaba a pedir un préstamo, convencido de que después de
gastar lo que recibiera no podría devolverlo, ahora creo que aceptaré el
pedirlo como capital para el negocio.
La consecuencia fue que consiguió el capital y compró lana: trabajando
almorzaban, después de trabajar cenaban, y en vez de caras largas estaban muy
contentas, en vez de mirarse de reojo se miraban complacidos entre sí, ellas le
querían como protector y él les tenía afecto porque eran útiles. Para
terminar, un día se acercó a Sócrates y le contó divertido que ellas le
echaban en cara que era el único de la casa que comía sin trabajar.
- ¿Por qué no les cuentas la fábula del perro? , le dijo Sócrates. Dicen
que cuando los animales hablaban, la oveja le dijo a su amo: Es extraño lo que
haces, porque a nosotras que te proporcionamos lana, corderos y queso, no nos
das nada que no tomemos nosotras de la tierra, y en cambio al perro, que no te
procura nada parecido, le haces partícipe de tu propia comida. Y que el perro
al oírlo dijo: ¡Por Zeus!, es que yo soy quien os guarda para que no os roben
los hombres ni los lobos os lleven, pues si yo no os protegiera, ni siquiera
podríais pastar, por miedo a que os mataran. Dicen que entonces las ovejas
estuvieron de acuerdo en que el perro tuviera trato preferente. Diles, pues, a
tus parientas que eres como su perro guardián y cuidador, y que gracias a ti
nadie les hace daño y pueden vivir trabajando con seguridad y a gusto.
Un día, al encontrarse después de mucho tiempo a un antiguo compañero, le
dijo:
- ¿De dónde sales, Eutero?
- He vuelto del extranjero al terminar la guerra y ahora vivo aquí,
Sócrates. Como nos quitaron todas las propiedades que teníamos fuera, y mi
padre no me dejó nada en el Ática, me vi obligado a quedarme aquí ganándome
la vida con el trabajo de mis manos. Me parece que esto es mejor que tener que
pedir nada a nadie, sobre todo no teniendo ninguna garantía para pedir un
préstamo.
- ¿Y cuánto tiempo crees que aguantará tu cuerpo el ganarte la vida a
jornal?
- ¡Por Zeus!, no mucho tiempo.
- Pero el caso es que, cuando seas viejo, evidentemente seguirás teniendo
gastos y nadie estará dispuesto a pagarte un salario por el trabajo de tu
cuerpo.
- Es cierto lo que dices.
- Entonces, es preferible que desde ahora te dediques a actividades que
puedan mantenerte cuando seas viejo, dirigirte a una persona que tenga mucho
dinero y necesite alguien que le ayude a cuidarlo, a vigilar los trabajos,
recoger las cosechas y conservar el capital, devolviéndole favor por favor.
- Difícilmente, Sócrates, soportaría yo la servidumbre.
- Sin embargo, a los que están al frente de las ciudades y se cuidan de los
asuntos públicos, no por ello se les considera más serviles, sino más libres.
En pocas palabras, Sócrates, que no me expongo a tener que dar cuentas a
nadie.
- Sin embargo, Eutero, no es nada fácil encontrar un trabajo en el que no se
tenga responsabilidad. Si difícil es hacer algo tan bien que no se cometan
errores, también es difícil, aun haciendo algo sin cometer equivocación, no
encontrarse con alguien que critique a la buena de dios. Incluso me sorprende
que te resulte fácil escapar sin reproche en los trabajos que ahora dices que
estás haciendo, por ello es necesario que intentes librarte de los criticones y
busques personas de juicio, que acometas los trabajos que puedas aguantar y te
libres de los que no puedas, y que cuanto emprendas lo hagas de la mejor manera
posible y con el mayor interés. Yo creo que obrando así es como incurrirás en
menos inculpaciones, encontrarás más ayuda en tiempos de escasez y llevarás
una vida más tranquila y sin peligro, y, sobre todo, más solvente hasta tu
vejez.
Sé también que un día oyó a Critón lamentándose de lo difícil que era
la vida en Atenas para un hombre dispuesto a ocuparse de sus asuntos, «porque
ahora, decía Critón, hay personas que me llevan a juicio no porque yo les haya
ofendido en algo, sino porque creen que más a gusto pagaría dinero que meter
me en pleitos».
Y Sócrates le respondió:
- Dime, Critón, ¿no mantienes perros para que alejen a los lobos de tus
rebaños?
- Sí, porque me tiene más cuenta mantenerlos.
- ¿Y no mantendrías también a un hombre que estuviera dispuesto y
capacitado para apartar de ti a los que intentaran hacerte daño?
- Lo haría con mucho gusto si no temiera que se volviera contra mí.
- ¿Por qué? ¿No ves que es mucho más agradable sacar partido de un hombre
como tú haciéndole favores que odiándole? Ten la seguridad de que aquí hay
hombres de esa clase que ambicionarían tenerte por amigo.
Después de esta conversación encontraron a Arquedemo, hombre muy capacitado
para la palabra y la acción, pero pobre, porque no era de los que son capaces
de sacar provecho de todo, sino un hombre honrado, que decía que sacarles
dinero a los sicofantes era la cosa más fácil del mundo. Critón, cada vez que
recogía la cosecha de trigo, de aceite, de vino, de lana o cualquier otro
producto agrícola útil para la vida, separaba una parte para dársela. Y cada
vez que hacia sacrificios mandaba llamarle, y tenía con él todas las
atenciones de este tipo. Arquedemo, que consideraba como un refugio para él la
casa de Critón, le guardaba muchísimo respeto. Había descubierto que uno de
los acusadores de Critón tenia en su haber muchos delitos y muchos enemigos y
lo había hecho comparecer en juicio ante el pueblo para ser condenado a la pena
que le correspondiera o a pagar una indemnización. Este individuo, que era
consciente de sus muchas villanías, lo removía todo para librarse de Arquedemo,
pero Arquedemo no le dejó escapar hasta que retiró su demanda contra Critón y
le pagó una indemnización. Después de conseguir Arquedemo este éxito y otros
parecidos, de la misma manera que cuando un pastor tiene un buen perro los
demás pastores quieren poner sus rebaños cerca de él para beneficiarse del
perro, así, muchos amigos de Critón le pedían también que pusiera cerca de
ellos como guardían a Arquedemo. Éste complacía a Critón de muy buen grado. de modo
que no sólo Critón vivía en paz, sino también sus amigos. Y si alguno de
aquellos con los que se indisponía le echaban en cara que adulaba a Critón
porque sacaba provecho de él, decia:
- ¿Qué es más vergonzoso, recibir beneficios de los hombres honrados y
hacerse amigo suyo correspondiéndoles con favores y enemistarse con los hombres
ruines e intentar hacer daño a los hombres de bien y convertirlos en enemigos
o, en cambio, colaborar con los malvados, pretender convertirlos en amigos y
preferir tener tratos con éstos?
A partir de ese momento, Arquedemo fue uno de los amigos de Critón y los
otros amigos de Critón lo respetaron.
Sé también que tuvo la siguiente conversación con su compañero Diodoro:
- Dime, Diodoro: si se te escapa un esclavo, ¿te preocupas de recuperarlo?
- Sí, y llamo a otros en mi ayuda y ofrezco mediante pregón una recompensa.
- ¿Y qué pasa si un esclavo se pone enfermo? ¿Te preocupas de él y llamas
a los médicos para que no se muera?
- Desde luego, dijo.
- Y si algunos de tus conocidos, que es mucho más útil que tus esclavos,
corre el peligro de perecer a causa de la necesidad, ¿no crees que merece la
pena que te preocupes para salvarlo? Pues bien, tú sabes que Hermógenes es un
hombre inteligente y se avergonzaría, en el caso de ser favorecido por ti, de
no corresponder a tus favores. Aunque tener un colaborador espontáneo, leal,
constante, dispuesto a hacer no sólo lo que se le mande sino capaz de ser útil
por propia iniciativa, de prevenir y de prever, creo que equivaldría a tener
muchos esclavos. Los buenos administradores dicen que cuando se puede comprar a
buen precio algo de mucho valor es cuando hay que comprarlo. Ahora mismo, en
estos tiempos que corren , se pueden comprar buenos amigos a muy buen precio.
Diodoro intervino:
-·Tienes razón en lo que dices, Sócrates. Dile a Hermógenes que venga a
verme.
- ¡Por Zeus!, no seré yo quien lo haga, pues creo que sería más bonito
por tu parte ir a su casa en vez de llamarle a la tuya, y que no será él quien
gane más que tú con este gesto.
De modo que Diodoro fue a ver a Hermógenes, y sin gran esfuerzo consiguió
un amigo que no tenía otro trabajo más que ver con qué palabras o acciones
podía ser útil y complacer a Diodoro.