Rincón de Sócrates
En el ambiente del siglo V a de Cristo, en un momento en que todo era sometido a las normas de la razón, era provervial la seguridad y el orgullo sofista en el poder del individuo y de su razón. El Sofista se considera un profesional, un sabio a nativitate [Ver Eutidemo 294 e]. Considera el saber como el único remedio a los peligros de la existencia y aspira, por todo ello, a convertir el azar en destreza, a quedar por encima de los golples de la fortuna. [Ver Gorgias 448c].
Principal
Pues bien, en relación con este ambiente y con este tipo de personaje, surge la figura de Sócrates manteniendo una posición no radicalmente opuesta sino
Aunque la confusión de Sócrates como Sofista está continuamente presente en multitud de testimonios desde los mismos tiempos de las Nubes de Aristófanes, es posteriormente cuando tal confusión se agudiza todavía aún más. En el siglo IV, por ejemplo, un historiador llamado Androtion, confunde, bajo el nombre de sofistas a los 7 sabios de Grecia, y, del mismo modo que tambien hará Rousseau, añade a Sócrates mismo en la lista.
Hoy sabemos que las diferencias filosóficas entre Sócrates y los Sofistas existieron. Señalaremos algunas:
Sócrates fue siempre un defensor de la vieja moral ateniense. Por ello, no es de extrañar que, por ejemplo, Eutidemo [Ver Eutidemo 295c] le reproche el ser atrasado y anticuado. Pero él era así. Por ello debe ser comprendido siempre desde el espíritu del respeto a la tradición su ciudad. En este sentido, no debía estar muy lejos que quemaron los libros de
Protágoras en el Agora, por haber dicho que sobre los dioses no podía saber si existían o no. Lo curioso del caso es que Sócrates acabará tambien siendo acusado de impiedad por los atenienses. Y es que Sócrates tambien acabará tocando las fibras sensibles de Atenas aunque no por afán de crítica destructura, sino por un anhelo de elevación y depuración hacia una más alta religiosidad. Ante ello, los atenienses reaccionarán incluso con más violencia que contra Protágoras.El libro de Protágoras, censurado por los atenienses, se titulaba La verdad o las destrucciones. Y es que la verdad para los sofistas como el vacío solar que los razonamientos destructores abrían en medio de la ciudad. Sócrates no era, sin embargo, de los que disfrutaban con el derribo de la tradición. Racionalista, por una parte, incluso de un modo mucho más riguroso que los sofistas, pero apoyándose siempre en la tradición viva, no llegó a establecer nunca la primacía resuelta de la razón sobre la tradición, aunque tampoco al contrario. El intentar conseguir la síntesis entre ámbas, fue su gran tarea y su gran tragedia.
Critias es un aristócrata, un descendiente de Solón, lleno de repugnancia contra la democracia. Admiraba la aristocracia doria, y se le acusa de haber incurrido en violencias oligárquicas, siguiendo el ejemplo de Tesalia.
Contribuyó a la mala fama de Sócrates: es absurdo -dice un biógrafo tardío de Sócrates- que no imitara a Sócrates hijo de Sofronisco, con el que filosofó mucho, y que era el hombre tenido como más sabio y justo de su tiempo, y que en cambio imitara a las tesalios, entre los que, entre los que dominaba la arrogancia y el vino puro, y mientras bebían se dedicaban a la tiranía.
Critias, efectivamente, en lugar de socratizar, parece que fué el más violento de los 30 tiranos, sin ninguna piedad para los santuarios ni para la vida de los hombres. Hay en él un impulso revolucionario contradictorio que le llevará en su juventud, en Tesalia, a sublevarse con las clases tributarias (penestia) contra los dominadores, lo mismo que luego exagera en Atenas los rasgos de la tiranía. No se decidió por nada y su elegancia consistía en ser un hombre vulgar entre los filósofos y un filósofo entre los hombres vulgares.
Al mismo tiempo, siendo discípulo de Sócrates, no oculta su admiración por los sofistas y su irreligiosidad, lo que llevaría a escribir un tragedia titulada
En esta obra, Critias exponía el origen de los dioses y de las leyes. Después de que los hombres pasaron del estado salvaje al estado civilizado, alguien inventó a los los dioses que juegan el papel de ser sancionadores de la conciencia, y, por ello, constituían una mentira para encubrir la realidad política. Y es que los hombres, si solamente hubiera leyes, siempre podrían incumplirlas a escondidas y, con ello, el caos podría establecerse en la Ciudad. Veamos algunos versos de esta obra:
entonces un hombre diestro y sabio
les inventó a los hombres el temor a los dioses, para que
los malos tuvieran miedo a algo si a escondidas
hacían o decían o pensaban algo.
Convencido de esto, pues, introdujo lo divino,
que es un demon con vida inagotable,
que con la mente oye, y ve, y comprende mucho,
atendiendo a esto, y con divina naturaleza;
capaz de oír cuanto los mortales dicen
y de ver todo lo que hacen.
Y si tú en silencio intentas algo malo,
no les quedará ello oculto a los dioses, pues inteligencia
grande tienen. Diciendo estas razones,
introdujo la más agradable de las doctrinas
envolviendo en la mentira la verdad.
Dijo que los dioses habitaban allá donde
más pudo sorprender con ello a los humanos,
de donde vio que les venían los terrores a los mortales
y los bienes para su miserable vida;
de allá, de la giratoria bóveda donde lo rayos
vio que estaban,los horrendos estampidos
del trueno, y el edificio estrellado del cielo,
hermosa construcción del sabio artista el tiempo;
donde camina el incandescente pedrusco del astro solar
y de donde llega a la tierra la húmeda lluvia.
Puso alrededor de los hombres tales pavores,
mediante los cuales instaló con sus razones
a la divinidad en hermoso lugar,
y extinguió con las leyes la falta de ley.
Jenofonte [Ver Recuerdos I,6] nos presenta la radical oposición entre el modo de vida sofista y socrática.
Sócrates -le dijo un día Antifón-, yo creía que la filosofía hacía feliz, así que lo que tú practicas, más me parece lo contrario. Comes y bebes mal y tienes un mismo y miserable manto para el verano y para el invierno. No vives elegante y libremente, y lo que yo creo que eres es maestro de mala suerte.
El maestro se dió cuenta del reto y contestó:
Tú crees que yo vivo mal, pero fíjate: como no cobro dinero, hago lo que me parece sin que nadie me pueda exigir ni obligar, y como me conformo con poco, no necesito más. Mi salsa es el hambre, lo que da sabor al agua que bebo es mi sed. Porque tú ingenuamente crees que la molicie y lo caro es la felicidad, mientras que yo ya sé que lo divino es no necesitar nada. Yo no quiero necesitar nada.
De nuevo Antifón se atrevió a desafiar al maestro:
Admito que eres justo, pero lo que no eres es sabio. Regalas tu enseñanza y no la aprecias en su valor, y como no estimas en nada lo que te podría valer dinero, pues no eres nada sabio.
Sócrates contesta que es habil abogado:
Yo creo que la sabiduría y la flor de la edad son por el estilo: si llamamos prostituido a quien vende la flor de su edad, habrá que llamárselo tambien a quien vende la de su sabiduría. Y la gente les llama a los tales algo así: sofistas. Yo no quiero dinero - dice el maestro en un alarde de dialéctica sofística (porque lo sofístico para Sócrates es el manejar tal dialéctica por dinero, no en sí mismas estas argucias que los modernos llamamos sofísticas) - sino amigos, y con dar mi ciencia gano amigos, con lo que no pierdo nada.
El tema de la contraposición entre la codicia de los sofistas y el desinterés de Sócrates, que regala su ciencia (porque ya hemos visto que Sócrates no la consideraba suya, sino que la creía tan existente y tan real, tan estando ahí fuera, que le parecía que no tenía derecho a considerarla como de su propiedad particualar), es uno de los puntos en que los discípulos insisten para salvar la memoria de Sócrates. Era un argumento que estaba al alcance de cualquiera y que explicaba bien palpablemente la diferencia entre Sócrates y los sofistas. Ganar dinero era un tosco símbolo de la ciencia entendida pragmaticamente, como medio de lucrarse al momento, mientras que el saber por sí mismo, el saber como satisfacción del apetito de saber , es decir, como felicidad, era el fín único que Sócrates buscaba.
Sócrates y los Sofistas
GORGIAS Y SÓCRATES
(Ver Hombre
y sociedad en el Pensamiento Griego)
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(Ver Hombre
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