....al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde no habia nada de nada...
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de
Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano
era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de estar de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.Se habían despedido junto al hipermercado Sofía vivía al final de una gran urbanización de chalets, y su camino al instituto, era casi el doble que el de Joruun. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de jardin no había ninguna casa más. Allí comenzaba el espeso bosque.
Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una brusca curva que solían llamar Curva del Capitán. Aquí sólo había gente los sábados y los domingos.
Era uno de los primeros días de mauo. En algunos jardines se veían tupidas coronas de narcisos bajo los árboles frutales. Los abedules tenian ya una fina capa de encaje verde.
¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta época del año! ¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de esa materia vegetal verde saliera a chorros de la tierra inanimada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos restos de nieve?
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes.
A su padre le llegaba unicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un padre normal y corriente. El padre de Sofia era
y estaba ausente gran parte del año. Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se paseaba por ella haciendo la casa mas acogedora para Sofía y su madre. Por otra parte, cuando estaba navegando resultaba a menudo muy distante.Ese día sólo había una pequeña carta en el buzon, y era para Sofía.
«Sofía Amundsen», ponia en el pequeño sobre. «Camino del Trébol 3. Eso era todo, no ponia quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.
En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofia abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita ponía:
No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente,sólo esas dos palabras escritas a mano con grandes interrogaciones.
Volvió a mirar el sobre. Pues sí, la carta era para ella.
¿Pero quién la había dejado en el buzón?
Sofia se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como de costumbre, al gato Sherekan le dió tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto hasta la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de cerrarla.
-¡Misi, misi, misi!
Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón, decía a veces que su hogar era como una casa de fieras, en otras palabras, una colección de animales de distintas clases. Y por cierto, Sofía estaba muy contenta con la suya. Primero le habían regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro, Caperucita Roja y Pedro el Negro. Luego tuvo los periquitos Cada y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el
Habia recibido todos estos animales como una especie de compensación por parte de su madre, que volvía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegaba por el mundo.
Sofia se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó caer sobre una banqueta de la cocina con la misteriosa carta en la mano.
¿Quién eres?
En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero ¿quién era eso? Aún no lo había averiguado del todo.
¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne Knutsen, por ejemplo. ¿En ese caso, habría sido otra?
De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara Synnove. Sofía intentaba imaginarse que extendía la mano presentandose como Synnove Amundsen, pero no, no servía. Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba.
Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la extraña carta en la mano. Se coloco delante del espejo, y se miró fijamente a sí misma.
-Soy Sofía Amundsen -dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera Sofia, la otra hacia exactamente lo mismo. Sofía intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo movimiento, pero la otra era igual de rápida.
-¿Quién eres? -preguntó.
No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un breve instante llegó a dudar de si era ella o la del espejo la que había hecho la pregunta.
Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:
-Tú eres yo:
Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo:
-Yo soy tu.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Le decían a menudo que tenía bonitos ojos almendrados, pero seguramente se lo dirían porque su nariz era demasiado pequeña y la boca un poco grande. Además, tenia las orejas demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible de arreglar. A veces su padre le acariciaba el pelo llamándola la
como la pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que no estaba condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su vida. En el pelo de Sofia no servian ni el gel ni el spray.A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan extraño que se preguntaba si no estaria mal hecha. Por lo menos había oído hablar a su madre de un parto difícil. ¿Era realmente el parto lo que decidía el aspecto que uno iba a tener?
-¿No resultaba extraño el no saber quien era? ¿No era también injusto no haber podido decidir su propio aspecto? Simplemente había surgido asi como así. A lo mejor podría elegir a sus amigos, pero no se había elegido a sí misma. Ni siquiera habia elegido ser un ser humano.
¿Qué era un ser humano?
Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.
-Creo que me subo para hacer los deberes de naturales -dijo, como si quisiera disculparse. Un instante despues, se encontraba en la entrada.
No, prefiero salir al jardín, pensó.
-¡Misi, misi, misi, misi!
Sofia cogió al gato, lo sacó fuera y cerró la puerta tras ella.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa carta en la mano, tuvo de repente una extraña sensación. Era como si fuese una muñéca que por arte de magia hubiera cobrado vida.
¿No era extraño estar en el mundo en este mnomento, poder caminar como por un maravilloso cuento?
Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos túpidos arbustos de grosellas. Un gato vivo, desde los bigotes blancos hasta el rabo juguetón en el extremo de su cuerpo liso. También él estaba en el jardín, pero seguramente no era consciente de ello de la misma manera que Sofía.
Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por pensar en el hecho de que no se quedaría aquí eternamente.
Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido del todo.
¿Habría alguna vida mas alla de la muerte? El gato ignoraría tambien esa cuestión por completo?
La abuela de Sofía había muerto hacía poco. Casi a diario durante medio año había pensado cuánto la echaba de menos. ¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse alguna vez?
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la sensación de tener que morir, pensó. De la misma manera, resulta igualmente imposible pensar que uno va a morir, sin pensar al mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.
Sofía se acordó de que su abuela había dicho algo parecido el día en que el médico le había dicho que estaba enferma. Hasta ahora no he entendido lo valiosa que es la vida», había dicho.
¿No era triste que la mayoría de la gente tuviera que ponerse enferma para darse cuenta de lo agradable que es vivir? ¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el buzón?
Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. Sofía corrió hacia la verja y levantó la tapa verde. Se sobresaltó al descubrir un sobre idéntico al primero. ¿Se habia asegurado de mirar si el buzón se había quedado vacío del todo la primera vez?
También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una nota igual que la primera.
ponía.No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Nadie sabe esas cosas, supongo. Y sin embargo, Sofía pensó que era una pregunta justificada. Por primera vez en su vida pensó que casi no tenía justificación vivir en un mundo sin preguntarse siquiera de dónde venía ese mundo.
Las cartas misteriosas la habían dejado tan aturdida que decidió ir a sentarse al
Callejón.
La casa roja estaba dentro de un gran jardín. Y en el jardín había muchas
partes, arbustos de bayas, dìferentes frutales, un gran cesped con mecedora e incluso un
pequeño cenador que el abuelo le habia construido a la abuela cuando perdió a su primer
hijo, a las pocas semanas de nacer. La pobre pequeña se llamaba Marie. En la lápida
ponia:
En un rincón del jardin, detrás de todos los frambuesos, había una maleza túpida donde no crecían ni flores ni frutales. En realidad, era un viejo seto que servía de frontera con el gran bosque, pero nadie lo habia cuidado en los últimos veinte años, y se había convertido en una maleza impenetrable. La abuela habia contado que el seto había dificultado el paso a las zorras que durante la guerra venían a la caza de las gallinas que andaban sueltas por el jardín.
Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como las jaulas de conejos dentro del jardin. Pero eso era porque no conocían el secreto de Sofía.
Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del seto. Al atravesarlo encogida, llegaba a un espacio grande y abierto entre los arbustos. Era como una pequeña cabaña. Podía estar segura de que nadie la encontraría allí.
Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano. Se tumbó para meterse por el seto. El Callejón era tan grande que casi podía estar de pie, pero ahora se sentó sobre unas gruesas raíces. Desde alli podía mirar hacia fuera a través de un par de minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno de los agujeros era mayor que una moneda de cinco coronas, tenia una especie de vista panorámica de todo el jardín. De pequeña, le gustaba observar a sus padres cuando andaban buscándola entre los árboles.
A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada vez que oia hablar del
se imaginaba sentada en su Callejon contemplando su propio paraíso.«¿De dónde viene el mundo?»
Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño planeta en
el inmenso universo. ¿Pero de dónde venía el universo?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo,y ahora Sofia intentó aceptar esa solución al problema como la mejor. Pero volvio a pensar en lo mismo. Podía aceptar que Dios había creado el universo, pero y el propio Dios, ¿qué? ¿Se creó él a sí mismo partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y aquello, no habría sabido crearse a si mismo sin tener antes un sí mismo» con lo que crear. En ese caso, sólo quedaba una posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había rechazado esa posibilidad! Todo lo que existe tiene que haber tenido un principio.
-¡Caray!
Vuelve a abrir los dos sobres.
¿Quién eres?
¿De dónde viene el mundo?»
¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas? Eso era casi igual de misterioso
¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente ponerla ante los grandes enigmas del universo?
Por tercera vez Sofía se fue al buzón.
El cartero acababa de dejar el correo del día. Sofia recogió un grueso montón de publicidad, periódicos y un par de cartas para su madre. También había una postal con la foto de una playa del sur. Dio la vuelta a la postal. Tenia sellos noruegos y un sello en el que ponía Batallón de las Naciones Unidas». ¿Sería de su padre? ¿Pero no estaba en otro sitio? Además, no era su letra.
Sofía notó que se le aceleraba el pulso al leer el nombre del destinatario:
c/o Sofía Amundsen, Camino del Trébol 3...». La dirección era la correcta. La postal decía:Querida Hilde: Te felicito de todo cornzón por tu décimoquinto cumpleaños. Cómo puedes ver, quiero hacerte un regalo con el que podrás crecer. Perdóname por enviar la postal a Sofía. Resulta más facil así.
Con todo cariño, papá.
Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro de ella.
¿Quíen era esa Hilde que cumplía quince años poco más de un mes antes del día en que tambien ella cumplía quince años?
Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Möller Knag.
Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era autentica, con sello v matasellos.
¿Porqué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de Sofia cuando estaba clarísimo que iba destinada a otra persona? ¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión de recibir una tarjeta de cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba «más fácil así»! Y ante todo: ¿cómo encontraria a Hilde?
De esta manera Sofia tuvo otro problema más en que meditar. Intentó ordenar sus pensamientos de nuevo:
Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado con
Estaba segura de que los tres enigmas estaban, de alguna manera, relacionados entre si, porque justo hasta ese dia había tenido una vida completamente normal.
...lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos es la
Sofía dio por sentado que la persona que habia escrito las cartas anónimas volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.
En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Porqué no hablaba de lo quc es el ser humano, o de lo que es el mundo y de cual fue su origen?
Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes la gente se interesaba solo por cosas más o menos fortuitas. Pero también había algunas cuestiones grandes y difíciles cuyo estudio era mucho mas importante que las asignaturas corrientes del colegio.
¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofia, al menos, le parecía mas importante pensar en ellas que estudiarse de memoria los verbos irregulares.
Cuando sonó la campana al terminar la ultima clase, salió tan deprisa del patio que Jorunn tuvo que correr para alcanzarla.
Al cabo de un rato Jorunn dijo:
-¿Vamos a jugar a las cartas esta tarde?
Sofía se encogió de hombros.
-Creo que ya no me interesa mucho jugar a las cartas.
Jorunn puso una cara como si se hubiese caído la luna.
-¿Ah, no? ¿Quieres que juguemos al badmington?
Sofía mira fijamente al asfalto y luego a su amiga.
-Creo que tampoco me interesa mucho el badmington.
-¡Pues vale!
Sofía detectó una sombra de amargura en la voz de Jorunn.
-¿Me podrías decir entonces qué es lo que tan de repente es mucho más importante?
Sofía negó con la cabeza.
-Es... es un secreto.
-¡Bah! ¡Seguro que te has enamorado!
Anduvieron un buen rato sin decir nada. Cuando llegaron al campo de fútbol, Jorunn dijo:
-Cruzo por el campo.
-Por el campo.» Ese era el camino más rápido para Jorunn, el que tomaba sólo cuando tenía que irse rapidamente a casa para llegar a alguna reunión o al dentista.
Sofía se sentia triste por haber herido a su amiga. ¿Pero qué podría haberle contestado? ¿Qué de repente le interesaba tanto quién era y de donde surge el mundo que no tenía tiempo de jugar al badmington? ¿Lo habria entendido su amiga?
¿Por qué tenía que ser tan difícil interesarse por las cuestiones más importantes y, de alguna manera, más corrientes de todas?
Al abrir el buzón notó que el corazón le latía más deprisa. Al principio, solo encontró una carta del banco v unos grandes sobres amarillos para su madre. ¡Qué pena! Sofía habia esperado ansiosa una nueva carta del remitente desconocido.
Al cerrar la puerta de la verja, descubrió su nombre en uno de los sobres grandes. Al dorso, por donde se abría, ponía:
Trátese con mucho cuidado.
Sofía corrió por el camino de gravilla y dejó su mochila en la escalera. Metió las demas cartas bajo el felpudo, salió corriendo al jardín y buscó refugio en el Callejón. Ahi tenía que abrir el sobre grande.
Sherekan vino corriendo detrás, pero no importaba. Sofía estaba segura de que el gato no se chivaría.
En el sobre había tres hojas grandes escritas a maquina y unidas
con un clip. Sofía empezo a leer.
Querida Sofía. Muchas personas tienen distintos hobbies. Unas coleccionan monedas antiguas o sellos, a otras les gustan las labores, y otras emplean la mayor parte de su liempo libre en la práctica de algún deporte.
A muchas les gusta también la lectura. Pero lo que leemos es muy variado. Unos leen sólo periódicos o cómics, a algunos les gustan las novelas, y otros prefieren libros sobre distintos temas, tales como la astronomía, la fauna o los inventos tecnológicos.
Aunque a mí me interesen los caballos o las piedras preciosas, no puedo exigir que todos los demás tengan los mismos intereses que yo. Si sigo con gran interés todas las emisiones deportivas en la televisión, tengo que tolerar que otros opinen que el deporte es aburrido
¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el mundo? ¿Existe algo que concierna a todos los seres humanos, independientemente de quiénes sean o de en qué parte del mundo vivan? Sí, querida Sofía,
¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si dirigimos la misma pregunta a alguien que tiene frío, la respuesta será calor. Y si preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será estar con otras personas.
Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el mundo
necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive sólo de pan.
Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien se interesa por cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el planeta y la vida aqui, son preguntas más grandes y más importantes que quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno.
La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas filosóficas:
En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quiénes son los seres humanos y de dónde procede el mundo.
En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos hacernos. Ya hemos formulado algunas de las más importantes. No obstante, la historia nos muestra muchas respuestas diferentes a cada una de las preguntas que nos hemos hecho.
Vemos, pues, que resulta más fácil hacerse preguntas filosóficas que contestarlas.
También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a esas mismas preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si existe Dios o si hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda leer lo que otros han pensado.
La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría compararse, quizás, con una historia policiaca. Unos opinan que Andersen es el asesino, otros creen que es Nielsen o Jepsen. Cuando se trata de un verdadero misterio policiaco, puede que la policía llegue a descubrirlo algún día. Por otra parte, también puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No obstante, el misterio sí tiene una solución.
Aunque una pregunta resulte difícil de contestar puede, sin embargo, pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta. O existe una especie de vida después de la muerte, o no existe.
A través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos antiguos enigmas. Hace mucho era un gran misterio saber cómo era la otra cara de la luna. Cuestiones como ésas eran difícilmente discutibles; la respuesta dependía de la imaginación de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con exactitud cómo es la otra cara de la luna. Ya no se puede «creer- que hay un hombre en la luna, o que la luna es un queso.
Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años pensaba que la filosofía surgió debido al
de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por sí solas, opinaba él.Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un par de pañuelos de seda blanca en un conejo vivo?
A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo bianco que se saca del sombrero de copa.
P. D. En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo
entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que vivimos muy dentro de la
piel del conejo. Pero
¿Me sigues, Sofía? Continúa.
Sofía estaba agotada. ¿Si le seguía? No recordaba haber respirado durante toda la lectura.
¿Quién había traído la carta? ¿Quién, quién?
No podía ser la misma persona que había enviado la postal a Hilde Möller Knag, pues la postal llevaba sello y matasellos. El sobre arnarillo había sido metido directamente en el buzón, igual que los dos sobres blancos.
Sofía miró el reloj. Sólo eran las tres menos cuarto. Faltaban casi dos horas para que su madre volviera del trabajo.
Sofía salió de nuevo aljardín y se fue corriendo hacia el buzón. ¿Y si había algo más?
Encontró otro sobre amarillo con su nombre. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Se fue corriendo hacia donde empezaba el bosque y miró fijamente al sendero.
Tampoco ahí se veía un alma.
De repente, le pareció oír el crujido de alguna rama en el interior del bosque. No estaba totalmente segura, sería imposible, de todos modos, correr detrás si alguien intentaba escapar.
Sofía se metió en casa de nuevo y dejó la mochila y el correo para su madre. Subió deprisa a su habitación, sacó la caja grande donde guardaba las piedras bonitas, las echó al suelo y metió los dos sobres grandes en la caja. Luego volvió al jardín con la caja en los brazos. Antes de irse, sacó comida para Sherekan.
De vuelta en el Callejón, abrió el sobre y sacó varias nuevas hojas escritas a maquina. Empezó a leer.
Aquí estoy de nuevo. Como ves, este curso de filosofía llegará en pequeñas dosis. He aquí unos comentarios más de introducción.
¿Dije ya que lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la capacidad de asombro? Si no lo dije, lo digo ahora: LO ÚNICO QUE NECESITAMOS PARA SER BUENOS FILÓSOFOS ES LA CAPACIDAD DE ASOMBRO.
Todos los niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más. Tras unos cuantos meses, salen a una realidad totalmente nueva. Pero conforme van creciendo, esa capacidad de asombro parece ir disminuyendo. ¿A qué se debe? ¿Conoce Sofía Amundsen la respuesta a esta pregunta?
Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría algo de ese extraño mundo al que ha llegado. Porque, aunque el niño no sabe hablar, vemos cómo señala las cosas de su alrededor y cómo intenta agarrar con curiosidad las cosas de la habitación.
Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau» cada vez que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito, agitando los brazos y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que ya tenemos algunos años a lo mejor nos sentimos un poco agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es un guau, guau», decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte quietecito en el coche». No sentimos el mismo entusiasmo. Hemos visto perros antes.
Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas doscientas veces, antes de que el niño pueda ver pasar un perro sin perder los estribos. O un elefante o un hipopótamo. Pero antes de que el niño haya aprendido a hablar bien, y mucho antes de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha convertido para él en algo habitual.
¡Una pena, digo yo!
Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el mundo como algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos, vamos a hacer un par de experimentos mentales, antes de iniciar el curso de filosofía propiamente.
Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto descubres una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti. De la nave espacial sale un pequeño marciano que se queda parado, mirándote friamente.
¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa, ¿pero se te ha ocurrido alguna vez pensar que tu misma eres una marciana?
Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser de otro planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros planetas. Pero puede ocurrir que te topes contigo misma. Puede que de pronto un día te detengas, y te veas de una manera completamente nueva. Quizás ocurra precisamente durante un paseo por el bosque.
Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso.
Es como si te despertaras de un larguísimo sueño, como la Bella Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un planeta en el universo. ¿Pero qué es el universo?
Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás descubierto algo igual de misterioso que aquel marciano que mencionamos hace un momento. No sólo has visto un ser del espacio, sino que sientes desde dentro que tú misma eres un ser tan misterioso como aquél.
¿Me sigues todavía, Sofía? Hagamos otro experimento mental.
Una mañana, la madre, el padre y el pequeño Tomas, de dos o tres años, están sentados en la cocina desayunando. La madre se levanta de la mesa y va hacia la encimera, y entonces el padre empieza, de repente, a flotar bajo el techo, mientras Tomás se le queda mirando.
¿Qué crees que dice Tomás en ese momento? Quizás señale a su papá y diga: «¡Papá está flotando!».
Tomás se sorprendería, naturalmente, pero se sorprende muy a menudo. Papá hace tantas cosas curiosas que un pequeño vuelo por encima de la mesa del desayuno no cambia mucho las cosas para Tomás. Su papá se afeita cada día con una extraña maquinilla, otras veces trepa hasta el tejado para girar la antena de la tele, o mete la cabeza en el motor de un coche y la saca negra.
Ahora le toca a mamá. Ha oído lo que acaba de decir Tomás y se vuelve decididamente. ¿Cómo reaccionará ella ante el espectáculo del padre volando libremente por encima de la mesa de la cocina?
Se le cae instantáneamente el frasco de mermelada al suelo y grita de espanto. Puede que necesite tratamiento médico cuando papá haya descendido nuevamente a su silla. (¡Debería saber que hay que estar sentado cuando se desayuna!)
¿Por qué crees que son tan distintas las reacciones de Tomás y las de su madre?
(¡Toma nota de esto!) La madre ha aprendido que los seres humanos no saben volar. Tomás no lo ha aprendido. El sigue dudando de lo que se puede y no se puede hacer en este mundo.
¿Pero y el propio mundo, Sofía? ¿Crees que este mundo puede flotar? ¿También este mundo está volando libremente?
Lo triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad conforme vamos haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos habituamos al mundo tal y como es.
Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de dejarnos sorprender por el mundo. En ese caso, perdemos algo esencial, algo que los filósofos intentan volver a despertar en nosotros. Porque hay algo dentro de nosotros mismos que nos dice que la vida en sí es un
Es algo que hemos sentido incluso mucho antes de aprender a pensarlo.
Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo el mundo, no todo el mundo se convierte en filósofo. Por diversas razones, la mayoría se aferra tanto a lo cotidiano que el propio asombro por la vida queda relegado a un segundo plano. (Se adentran en la piel del conejo, se acomodan y se quedan allí para el resto de su vida.)
Para los niños, el mundo -y todo lo que hay en él- es algo nuevo, algo que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de los adultos ve el mundo como algo muy normal.
Precisamente en este punto los filósofos constituyen una honrosa excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso
Por lo tanto, los filósofos y los niños pequeños tienen en común esa importante capacidad. Se podría decir que un filósofo sigue siendo tan susceptible como un niño pequeño durante toda la vida.
De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que aún no ha
llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa que puede jurar que
jamás lo llegará a conocer?
Recibirás el curso totalmente gratis. Por eso no se te devolverá ningún dinero si no lo terminas. No obstante, si quieres interrumpirlo, tienes todo tu derecho a hacerlo. En ese caso, tendrás que dejarme una señal en el buzón. Una
estaría bien. Tiene que ser algo verde también; de lo contrario, el cartero se asustaría demasiado.-Damas y caballeros -dicen-. Flotamos en el vacío.
Pero esos seres de dentro de la piel no escuchan a los filósofos.
-¡Ah, qué pesados! -dicen.
Y continúan charlando como antes:
-Dame la mantequilla. ¿Cómo va la bolsa hoy? ¿A cómo están los tomates? ¿Has oído que Lady Di espera otro hijo?
Cuando la madre de Sofía volvió a casa más tarde, Sofía se encontraba en un estado de shock. La caja con las cartas del misterioso filósofo se encontraban bien guardadas en el Callejón. Sofia había intentado empezar a hacer sus deberes, por lo que se quedó pensando y meditando sobre lo que había leído.
¡Habia tantas cosas en las que nunca había pensado antes! Ya no era una niña, pero tampoco era del todo adulta.
Sofía entendió que ya había empezado a adentrarse en la espesa piel de ese conejo que se había sacado del negro sombrero de copa del universo. Pero el filósofo la había detenido.
-El, -¿o sería ella?- la había agarrado fuertemente y la había sacado hasta el pelillo de la piel donde había jugado cuando era niña. Y ahí, en el extremo del pelillo, había vuelto a ver el mundo como si lo viera por primera vez.
El filósofo la había rescatado; de eso no cabía duda. El desconocido remitente de cartas la había salvado de la indiferencia de la vida cotidiana.
Cuando su madre llegó a casa, sobre las cinco de la tarde, Sofía la llevó al salón y la obligó a sentarse en un sillón.
-¿Mama, no te parece extraño vivir? -empezó.
La madre se quedó tan aturdida que no supo qué contestar. Sofía solia estar haciendo los deberes cuando ella volvía del trabajo.
-Bueno -dijo-. A veces sí.
-¿A veces? Lo que quiero decir es si no te parece extraño que exista un mundo.
-Pero, Sofía, no debes hablar así.
-¿Por qué no? ¿Entonces, acaso te parece el mundo algo completamente normal?
-Pues claro que lo es. Por regla general, al menos.
Sofía entendió que el filósofo tenía razon. Para los adultos, el mundo era algo asentado. Se habían metido de una vez por todas en el sueño cotidiano de la Bella Durmiente.
-¡Bah! Simplemente estás tan habituada al mundo que te ha dejado de asombrar -dijo.
-¿Qué dices?
-Digo que estás demasiado habituada al mundo. Completamente atrofiada, vamos.
-Sofía, no te permito que me hables así.
-Entonces, lo diré de otra manera. Te has acomodado bien dentro de la piel de ese conejo que acaba de ser sacado del negro sombrero de copa del universO. Y ahora pondrás las patatas a cocer, y luego leerás el periódico, y despues de media hora de siesta verás el telediario.
El rostro de la madre adquirió un aire de preocupación. Como estaba previsto, se fue a la cocina a poner las patatas a hervir. Al cabo de un rato, volvió a la sala de estar y ahora fue ella la que empujó a Sofia hacia un sillón.
-Tengo que hablar contigo sobre un asunto -empezó a decir.
Por el tono de su voz, Sofia entendió que se trataba de algo serio.
-¿No te habrás metido en algo de drogas, hija mía?
Sofía se echó a reír, pero entendió por que esta pregunta había surgido exactamente en esta situación.
-¡Estas loca! -dijo-. Las drogas te atrofian aún mas. Y no se dijo nada más
aquella tarde, ni sobre drogas, ni sobre el conejo blanco.