Los neoestoicos
Marco Aurelio
Marco Aurelio empezó
a vivir como estoico cuando había cumplido apenas los doce años: decidió
prescindir de la cama y dormir en el suelo. Nacido en Roma en el año 121 de una
familia noble y rica, fue designado futuro César por el emperador Adriano y
educado para este cargo por su abuelo Antonino Pío, también emperador. Se dice
que Marco Aurelio estaba rodeado de algo así como diecisiete maestros; entre
ellos un estoico, un tal Junio Rústico.
Llegó al poder cuando tenía cuarenta años, intentó hacer todo el bien
posible, pero no siempre le fue fácil. Si Epicteto había sido obsequiado por
la mala suerte con la esclavitud y la cojera, Marco Aurello se vio afligido por
una esposa infiel, Faustina, que lo engañaba con los gladiadores, y por un
hijo, Cómodo, probablemente no suyo, que era un auténtico criminal. Pero de
todos modos los amó tiernamente.
Pese a su carácter pacífico, el filósofo se vio forzado a guerrear contra los
partos, los cuados y los marco-manos, y a decir verdad salió del paso bastante
bien. Durante una de esas guerras, en 181, contrajo la peste, pero no hizo un
drama por ello. se tendió en una rama, se cubrió la cabeza con la sábana y
esperó la muerte.
Mi impresión es que Marco Aurelio pasó a la historia de la filosofía más
porque era un emperador romano que por la originalidad de su pensamiento. El
escrito que nos ha dejado con el título Tá eis eautón (Así mismo), es
un conjunto de pensamientos edificantes del tipo de: «Todo lo que ocurre,
ocurre justamente»,' o: «Las
obras de los dioses están llenas de providencia»,' mezclados con
consideraciones cargadas de un melancólico pesimismo sobre la precariedad de la
vida: «Oh, qué rápidamente, en un instante, se desvanecen todas las cosas,
los cuerpos en el espacio y su recuerdo en el tiempo!»,' o también: «Asia y
Europa son esquinas del Universo; todo el mar es sólo una gota del Universo; el
monte Athos es un terrón del Universo, cada instante un punto de la eternidad.
Todo es pequeño, cambiante, destinado a desaparecer.»' En suma, era un
emperador triste: del verdadero estoicismo había conservado sobre todo el rigor
moral del comportamiento. Convencido de que todos los acontecimientos han sido
ya decididos por los dioses, el buen Marco acepta todas las adversidades con
resignación cristiana. ¡Qué diferencia de estilo con la moral de un Lucrecio,
que, considerando al contrario la vida como un milagro puramente casual, procura
vivirla del mejor modo, aprovechando los momentos favorables! Marco Aurelio no
marca sólo el final del estoicismo, sino también el del pensamiento griego: el
cristianismo avanza inexorable y por siglos y más siglos dictará su ley.