GENEALOGÍA DE LA MORAL
(PROLOGO)
1
Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos
descoonocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado
nunca, ¿córno iba a suceder que un dia nos encontrásemos? Con razón se ha dicho: Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón»
nuestro tesoro está allí donde se asientan las colmenas de nuestro conocimiento. Estamos
siempre en camino hacia ellas cual animales alados de nacimiento y recolectores de miel
del espiritu, nos preocupamos de corazón propiamente de una sola cosa -de «llevar a
casa» algo. En lo que se refiere, por lo dernás, a la vida, a las denominadas
«vivencias», ¿quién de nosotros tiene siquiera sufìciente seriedad para ellas? ¿O
suficiente tiempo? Me temo que en tales asuntos jamás hemos prestado bien atención «al
asunto»: ocurre precisamente que no tenemos allí nuestro corazón -¡y ni siquiera
nuestro oído! Antes bien, así como un hombre divinamente distraído y absorto a quien el
reloj acaba de atronarle fuertemente los oídos con sus doce campanadas del mediodía, se
desvela de golpe y se pregunta «¿qué es lo que en realidad ha sonado ahí?», así
también nosotros nos frotamos a veces las orejas después de ocurridas las cosas y
preguntamos, sorprendidos del todo, perplejos del todo, «¿qué es lo que en realidad
hemos vivido ahí?», más aún, «¿quiénes somos nosotros en realidad?» y nos ponemos
a contar con retraso, como hemos dicho, las doce vibrantes campanadas de nuestra vivencia,
de nuestra vida, de nuestro ser -¡ay!, y nos equivocamos en la cuenta... Necesariamente
permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con
otros, en nosotros se cumple por siempre la frase que dice «cada uno es para sí mismo el más lejano», en lo
que a nosotros se refiere no somos «los que conocemos»...
2
- Mis pensamientos sobre la procedencia de nuestros prejuicios morales -pues de ellos se
trata en este escrito polémico- tuvieron su expresión primera, parca y provisional en
esa colección de aforismos que lleva por título Humano, demasiado humano. Un libro para
espíritus libres, cuya redacción comencé en Sorrento durante un invierno que me
permitió hacer un alto como hace un alto un viajero y abarcar con la mirada el vasto y
peligroso país a través del cual había caminado mi espíritu hasta entonces. Ocurría
esto en el invierno de 1876 a 1877; los pensamientos mismos son más antiguos. En lo
esencial eran ya idénticos a los que ahora recojo de nuevo en estos tratados: -
¡esperemos que ese prolongado intervalo les haya favorecido y que se hayan vuelto más
maduros, más luminosos, más fuertes, más perfectos! El hecho de que yo me aferre a
ellos todavía hoy, el que ellos mismos se hayan entre tanto unido entre sí cada vez con
más fuerza, e incluso se hayan entrelazado y fundido, refuerza dentro de mí la gozosa
confianza de que, desde el principio, no surgieron en mí de manera aislada, ni fortuita,
ni esporádica, sino de una raíz común, de una voluntad fundamental de conocimiento, la
cual dictaba sus órdenes en lo profundo, hablaba de un modo cada vez más resuelto y
exigía cosas cada vez más precisas. Esto es, en efecto, lo único que conviene a un
filósofo.No tenemos nosotros derecho a estar solos en algún sitio: no nos es lícito ni
equivocarnos solos, ni solos encontrar la verdad. Antes bien, con la necesidad con que un
árbol da sus frutos, así brotan de nosotros nuestros pensamientos, nuestros valores,
nuestros síes y nuestros noes, nuestras preguntas y nuestras dudas - todos ellos
emparentados y relacionados entre sí, testimonios de una única voluntad, de una única
salud, de un único reino terrenal, de un único sol. - ¿Os gustarán a vosotros estos
frutos nuestros? - Pero ¡qué les importa eso a los árboles! ¡Qué nos importa eso a
nosotros los filósofos!...
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Dada mi peculiar inclinación a cavilar sobre ciertos problemas, inclinación que yo
confieso a disgusto -pues se refiere a la moral, a todo lo que hasta ahora se ha ensalzado
en la tierra como moral- y que en mi vida apareció tan precoz, tan espontánea, tan
incontenible, tan en contradicción con mi ambiente, con mi edad, con los ejemplos
recibidos, con mi procedencia, que casi tendría derecho a llamarla mi a priori, - tanto
mi curiosidad como mis sospechas tuvieron que detenerse tempranamente en la pregunta sobre
qué orígenes tienen propiamente nuestro bien y nuestro mal. De hecho, siendo yo un
muchacho de trece años me acosaba ya el problema del origen del mal: a él le dediqué,
en una edad en que se tiene el corazón dividido a partes
iguales entre los juegos infantiles y Dios, mi primer juego literario de niño,
mi primer ejercicio ee caligrafía filosófica -y por lo que respecta a la «solución,
que entonces di al problema, otorgué a Dios, como es justo, el honor e hice de él el Padre del Mal. ¿Es que rne lo exigía precisamente asi mi
a priori? ¿aquel a priori nuevo, inmoral, o al menos inmoralista, y el ¡av! tan
antikantiano, tan enigmático «imperativo categórizo que en él habla y al cual desde
entonces he seguido prestando oidos cada vez más, y no sólo oídos? Por fortuna aprendí
pronto a separar el prejuicio teológico del prejuicio moral, y no busqué ya el origen
del mal por detrás del mundo. Un poco de aleccionamiento histórico y filológico, y
además una innata capacidad selectiva en lo que respecta a las cuestiones psicológicas
en general, transformaron
pronto mi problema en este otro: ¿en qué condiciones se inventó el hombre esos juicios
de valor que son las palabras bueno y malvado?, ¿y que valor tienen ellos mismos? ¿Han
frenado o han estimulado hasta ahora el desarrollo humano? ¿Son un signo de indigencia,
de empobrecimiento, de degeneración de la vida? ¿O, por el contrario, con ellos se
manifiestan la plenitud, la fuerza, la voluntad de la vida, su valor, su confianza, su
futuro? - Dentro de mí encontré y osé dar múltiples respuestas a tales preguntas,
distinguí tiempos, pueblos, grados jerárquicos de los individuos, especialicé mi
problema, las respuestas se convirtieron en nuevas preguntas, investigaciones,
suposiciones y verosimilitudes: hasta que acabé por poseer un país propio, un terreno
propio, todo un mundo reservado que crecía y florecía, unos jardines secretos, si cabe
la expresion, de los que a nadie le era lícito barruntar nada...........¡Oh, qué
felices somos nosotros los que conocemos, presuponiendo que sepamos callar durante
suficiente tiempo!...
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El primer estímulo para divulgar algo de mis hipótesis acerca del origen de la moral me
lo dio un librito claro, limpio e inteligente, también sabihondo, en el cual tropecé
claramente por vez primera con una especie invertida y perversa de hipótesis
genealógicas, con su especie auténticamente inglesa, librito que me atrajo -con esa
fuerza de atracción que posee todo lo que nos es antitético, todo lo que está en
nuestros antípodas. El título del librito era El origen de los sentimientos morales; su
autor, el doctor Paul Rée; el año de su aparición,
1877. Acaso nunca haya leído yo algo a lo que con tanta fuerza haya dicho no dentro de
mi, frase por frase, conclusión por conclusión, como a este libro; pero lo hacía sin el
menor fastidio ni impaciencia. En la obra antes mencionada, en la cual estaba trabajando
yo entonces, me referí, con ocasión y sin ella, a las tesis de aquél, no refutándolas
- ¡qué me importan a mí las refutaciones! sino, cual conviene a un espíritu positivo,
poniendo, en lugar de lo inverosímil, algo más verosímil, y, a veces, en lugar de un
error, otro distinto. Como he dicho, fue entonces la primera vez que yo saqué a luz
aquellas hipótesis genealógicas a las que estos tratados van dedicados, con torpeza, que
yo sería el último en querer ocultarme, y además sin libertad, y además sin disponer
de un lenguaje propio para decir estas cosas propias, y con múltiples recaídas y
fluctuaciones. En particular véase lo que en Humano,demasiado
humano digo, acerca de la doble prehistoria del bien y del mal (es decir, su
procedencia de la esfera de los nobles y de los esclavos); asimismo lo que digo, págs.
119 y ss.', sobre el valor y la procedencia de la moral
ascética; también, págs. 78, 82, y II, 35, sobre la «eticidad de la costumbre», esa especie mucho más
antigua y originaria de moral, que difiere toto coelo [totalmente] de la forma altruista
de valoración (en la cual ve el doctor Rée, al igual que todos los genealogistas
ingleses de la moral, la forma de valoración en sí); igualmente, pág. 74'; El Viajero,
página 29; Aurora, pág. 99, sobre la procedencia de
la justicia como un compromiso entre quienes tienen aproximadamente el mismo poder (el
equilibrio como presupuesto de todos los contratos y, por tanto, de todo derecho);
además, sobre la procedencia de la pena, El Viajero,
págs. 25 y 34, a la cual no le es esencial ni originaria la finalidad intimidatoria (como
afirma el doctor Rée: - esa finalidad le fue agregada, antes bien, más tarde, en
determinadas circunstancias, y siempre como algo accesorio, como algo sobreañadido).
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En el fondo lo que a mí me interesaba precisamente entonces era algo mucho más
importante que unas hipótesis propias o ajenas acerca del origen de la moral (o más
exactamente: esto último me interesaba sólo en orden a una finalidad para la cual
aquello es un medio entre otros muchos). Lo que a mí me importaba era el valor de la
moral, - y en este punto casi el único a quien yo tenía que enfrentarme era mi gran
maestro Schopenhauer, al cual se dirige, como si
él estuviera presente, aquel libro, la pasión y la secreta contradicción de aquel libro
(pues también él era un «escrito polémico»). Se trataba en especial del valor de lo
«no-egoísta», de los instintos de compasión, autonegación, autosacrificio, a los
cuales cabalmente Schopenhauer había recubierto de oro, divinizado y situado en el más
allá durante tanto tiempo, que acabaron por quedarle como los «valores en sí», y
basándose en ellos dijo no a la vida y también a sí mismo. ¡Mas justo contra esos
instintos dejaba oír su voz en mí una suspicada cada vez más radical, un escepticismo
que cavaba cada vez más hondo! justo en ellos veía yo el gran peligro de la humanidad,su
más sublime tentación y seducción -¿hacia dónde?, ¿hacia la nada?-, justo en ellos
veía yo el comienzo del fin, la detención, la fatiga que dirige la vista hacia atrás,
la voluntad volviéndose contra la vida, la última enfermedad anunciándose de manera
delicada y melancólica: yo entendía que esa moral de la compasión, que cada día gana
más terreno y que ha atacado y puesto enfermos incluso a los filósofos, era el síntoma
más inquietante de nuestra cultura europea, la cual ha perdido su propio hogar, era su
desvío ¿hacia un nuevo budismo?, ¿hacia un budismo de europeos?, ¿hacia el
nihilismo?.. Esta moderna preferencia de los filósofos por la compasión y esta moderna
sobreestimación de la misma son, en efecto, algo nuevo: precisamente sobre la carencia de
valor de la compasión habían estado de acuerdo hasta ahora los filósofos. Me limito a
mencionar a Platón, Spinoza, La Rochefoucauld y Kant-, cuatro
espíritus totalmente diferentes entre sí, pero conformes en un punto: en su
menosprecio de la compasión. -
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Este problema del valor de la compasión y de la moral de la compasión (-yo soy un
adversario del vergonzoso reblandecimiento moderno de los sentimientos-) parece ser en un
primer momento tan sólo un asunto aislado, un signo de interrogación solitario; mas a
quien se detenga en esto una vez y aprenda a hacer preguntas aquí, le sucederá lo que me
sucedió a mí: - se le abre una perspectiva nueva e inmensa, se apodera de él, como un
vértigo, una nueva posibilidad, surgen toda suerte de desconfianzas, de suspicacias, de
miedos, vacila la fe en la moral, en toda moral, - finalmente se deja oir nueva exigencia.
Enunciémosla: necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez
en entre el valor mismo de esos valores - y para esto se necesita tener conocimiento de
las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y
modificaron (la moral como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería,
como enfermedad, como malentendido; pero también la moral como causa, como medicina, como
estímulo, como freno, como veneno), un conocimiento que hasta ahora ni ha existido ni
tampoco se lo ha siquiera deseado. Se tomaba el valor de esos valores» como algo dado,
real y efectivo, situado más allá de toda duda; hasta ahora no se ha dudado ni vacilado
lo más mínimo en considerar que el «bueno» es superior en valor a «el malvado», superior en valor en el sentido de ser
favorable, útil, provechoso para el hombre como tal (incluido el futuro del hombre).
¿Qué ocurriría si la verdad fuera lo contrario? ¿que ocurriría si en el «bueno»
hubiese también un síntoma de retroceso, y asimismo un peligro, una seducción, un
veneno, un narcótico, y que por causa de eso el presente viviese tal vez a costa del
futuro? ¿Viviese quizá de manera más cómoda, menos peligrosa, pero también con estilo
inferior, de modo más bajo?... ¿De tal manera que justamcnte la moral fuese culpable de
que jamás se alcanzasen una potencialidad y una magnificencia sumas, en sí posibles, del
tipo hombre? ¿De tal manera que justamente la moral fuese el peligro de los
peligros?...
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Esto fue suficiente para que, desde el momento en que se me abrió tal perspectiva, yo
buscase a mi alrededor camaradas doctos, audaces y laboriosos (todavía hoy los busco). Se
trata de recorrer con preguntas totalmente nuevas y, por asi decirlo, con nuevos ojos, el
inmenso, lejano y tan recóndito país de la moral -de la moral que realmente ha existido,
de la moral realmente vivida-: ¿y no viene esto a significar casi lo mismo que descubrir
por vez primera tal país?... Si aqui pensé, entre otros, también en el mencionado
doctor Rée se debió a que yo no dudaba en absoluto de que la naturaleza misma de sus
interrogaciones le empujaría hacia una metódica más adecuada, con el fin de obtener
respuestas. ¿Me engañé en este punto? En todo caso, mi deseo era proporcionar a una
mirada tan aguda y tan imparcial como aquélla una dirección mejor, la dirección hacia
la efectiva historia de la moral, y ponerla en guardia, en tiempo todavía oportuno,
contra esas hipótesis inglesas que se pierden en el azul del cielo. ¡Pues resulta
evidente cuál color ha de ser cien veces más importante para un genealogista de la moral
que justamente el azul; a saber, el gris, quiero decir, lo fundado en documentos, lo
realmente comprobable, lo efectivamente existido, en una palabra, toda la larga y
difícilmente descifrable escritura jeroglífica del pasado de la moral humana! - Este
pasado era desconocido para el doctor Rée; pero él había leído a Darwin: y así en sus
hipótesis la bestia darwiniana y el modernísimo y comedido alfeñique de la moral, que
«ya no muerde», se tienden gentilmente la mano de un modo que, cuando menos, resulta
entretenido, mostrando el último en su rostro la expresión de una cierta indolencia
bondadosa y delicada, en la que se entremezcla
también una pizca de pesimismo, de cansancio: como si en realidad no compensase en
absoluto el tomar tan en serio tales cosas -los problemas de la moral-. A mí, por el
contrario, me parece que no hay ninguna cosa que compense tanto tomarla en serio; de esa
compensación forma parte, por ejemplo, el que alguna vez se nos permita tomarla con
jovialidad. Pues, en efecto, la jovialidad, o, para decirlo en mi lenguaje, la gaya
ciencia -es una recompensa: la recompensa de una seriedad prolongada, valiente, laboriosa
y subterránea, que, desde luego, no es cosa de cualquiera. Pero el día en que podamos
decir de todo corazón: «¡Adelante! ¡También nuestra vieja moral forma parte de la
comedia!», habremos descubierto un nuevo enredo y una nueva posibilidad para el drama
dionisíaco del «destino del alma» -: ¡y ya él sacará provecho de ello, sobre esto
podemos apostar,
él, el grande, viejo y eterno autor de la comedia de nuestra existencia!...
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- Si este escrito resulta incomprensible para alguien y llega mal a sus oídos, la culpa,
según pienso, no reside necesariamente en mí. Este escrito es suficientemente claro,
presuponiendo lo que yo presupongo, que se hayan leído primero mis escritos anteriores y
que no se haya escatimado algún esfuerzo al hacerlo: pues, desde luego, no son
fácilmente accesibles. En lo que se refiere a mi Zaratustra, por ejemplo, yo no considero
conocedor del mismo a nadie a quien cada una de sus
palabras no le haya unas veces herido a fondo y, otras, encantado también a fondo: sólo
entonces le es lícito, en efecto, gozar del privilegio de participar con respeto en el
elemento alciónico de que aquella obra nació, en
su luminosidad, lejanía, amplitud y certeza solares. En otros casos la forma aforística
produce dificultad: se debe esto a que hoy no se da suficiente importancia a tal forma. Un
aforismo, si está bien acuñado y fundido, no queda ya «descifrado» por el hecho de
leerlo; antes bien, entonces es cuando debe comenzar su interpretación, y para realizarla
se necesita un arte de la misma. En el tratado tercero de este libro he ofrecido una
muestra de lo que yo denomino «interpretación» en un caso semejante: - ese tratado va
precedido de un aforismo, y el tratado mismo es un comentario de él. Desde luego, para
practicar de este modo la lectura como arte se necesita ante todo una cosa que es
precisamente hoy en día la más olvidada -y por ello ha de pasar tiempo todavía hasta
que mis escritos resulten «legibles»-, una cosa para la cual se ha de ser casi vaca y,
en todo caso, no «hombre moderno: el rumiar...
Sils-Maria, Alta Engadina,
julio de 1887
TESORO Y CORAZÓN:
Véase Evangelio de Mateo, , 21; Sermón de la Montaña.
LEJANÍA DE UNO MISMO:
Nietzsche invierte aqui una conocida frase de La Andriana, de Terencio (IV, 1,
12), en el monólogo de Carino: «proxumus sum egomet mihi» (mi [pariente] más próximo soy yo mismo).
JUEGOS INFANTILES Y DIOS:
Cita de los versos 3.781-3.782 del Fausto; palabras dichas por el Espíritu
Maligno a Gretchen mientras ésta asiste al funeral en la catedral.
EL PADRE DEL MAL:
Este escrito de Nietzsche parece haberse perdido. Uno de los fragmentos póstumos, de
la primavera-verano de 1878, dice lo siguiente: «De niño vi a Dios en su gloria.
Primer escrito filosófico sobre la génesis del demonio (Dios se piensa a si mismo, pero
sólo puede hacerlo mediante la representación de su antitesis). Tarde melancólica.
Función religiosa en la capilla de Pforta, lejanos sonidos de órgano. Por ser de una
familia de pastores [protestantes], temprana visión de la limitación intelectual y animica,
de la capacidad de trabajo, de la soberbia, de lo decoroso.»
PAUL RÉE:
Paul Rée (1849-1901) mantuvo amistad con Nietzsche e incluso convivió con él,
en Sorrento, durante el invierno de 1876-1877. La coincidencia de ambos en puntos de vista
fundamentales sirvió para fortalecer a Nietzsche en el desarrollo de sus nuevas ideas.
Nietzsche rompio con él más tarde, a consecuencia de la ruptura con Lou von Salomé
en 1883. La obra aquí citada por Nietzsche le fue dedicada por su autor con estas
palabras: «Al padre de esta obra, muy agradecida, su madre. Véanse las
interesantes observaciones de Nietzsche sobre Paul Rée en su autobiografía Ecce
Homo.
LA DOBLE PREHISTORIA DEL BIEN Y DEL MAL:
Véase Humano, demasiado humnno, 1, aforismo 45, titulado «Doble
prehistoria del bien y del mal.
LA MORAL ASCÉTICA:
Véase ibidem, aforismo 136 («De la ascética y la santidad cristianas·), 137 y
ss.
ETICIDAD DE LA COSTUMBRE:
Véase ibidem, aforismo 96 («La costumbre y lo ético) y 99 («Lo inocente en las
denominadas acciones malvadas»), y Humano, demasiado humano, II, aforismo 89
(«La costumbre y sus victimas»).
PROCEDENCIA DE LA IDEA DE JUSTICIA1:
Véase Humano, demasiado humano, I (Origen de la justicia»).
PROCEDENCIA DE LA IDEA DE JUSTICIA2:
Véase El viajero y su sombra, aforismo 26 (Los estados de derecho como
medios).
PROCEDENCIA DE LA IDEA DE JUSTICIA3:
Véase Aurora, aforismo 112 (Para la historia natural del deber y del
derecho).
PROCEDENCIA DE LA IDEA DE LA PENA:
Véase El viajero y su sombra, aforismo 2? (Principio del equilibrio») y 33
(Elementos de la venganza).
SCHOPENHAUER:
El magisterio de Schopenhauer sobre Nietzsche, primero aceptado con entusiasmo,
después rechazado. tiene su máxima expresión en la Tercera Intempestiva:
Schopenhauer corno educador.
PLATÓN-SPINOZA-LA ROCHFOUCAULD-KANT:
La alusión de Nietzsche a estos cuatro filósofos, tan escueta, puede ser
ejemplificada con facilidad. Sobre la compasión (Eleos) en Platón existen
varios textos. De Spinoza baste el siguiente: Commiseratio in homine qui ex
ductu rationis vivit per se mala et inutilis est» (En el hombre que se guia en su
vida por la razón, la compasión resulta de suyo mala e inútil). De La Rochefoucauld
es Nietzsche mismo quien en otro lugar (Humano, demasiado humano, aforismo 50)
cita el pasaje más significativo de Réflexions, sentences et maximes morales de
La Rochefoucauld. El pasaje, que se encuentra en el Retrato hecho por él mismo, dice asi:
Soy poco sensible a la compasión y quisiera no serlo en modo alguno... Pues es ésta
una pasión que de nada sirve para la interioridad de un hombre excelente..., debe ser
dejada para el pueblo, que, no haciendo nunca nada con la razón, tiene necesidad de las
pasiones para ser movido a hacer algo. En fin, de Kant puede verse Crítica
de la razón práctica, parte primera, libro segundo, capitulo 11, 2: Ese
sentimiento mismo de la compasión y de la simpatía tierna, cuando precede a la reflexión
sobre qué sea el deber y se convierte en fundamento de determinación, es pesado aun a
las personas que piensan bien, lleva la confusión a sus máximas reflexionadas y produce
el deseo de librarse de él y someterse sólo a la razón legisladora.»
BUENO Y MALVADO:
La clara distinción alemana entre schlecht y böse resulta dificil
de mantener siempre en castellano. Dada ]a importancia de la cuestión en este escrito de
Nietzsche, en esta traducción se traduce sistemáticamente, como ya se habrá observado, böse
por «malvado» y schlecht por «malo.
El AUTÉNTICO CONOCEDOR DE ZARATHUSTRA:
En varias ocasiones habla Nietzsche de los lectores que él desea para sus obras.
Véase en especial Ecce Homo.
LOS ESPÍRITUS ALCIÓNICOS:
Sobre lo «alciónico véase el hermoso ensayo de J.. Marias
«Ataraxia y alcionismo». Como buen helenista, Nietzsche conocía este mito y alude a él
innumerables veces. En El caso Wagner, 10, dice «nosotros los
alciónicos».