INCURSIONES DE UN INTEMPESTIVO
(Crepusculo de los ídolos)

1
Mis imposibles.- Séneca: o el torero de la virtud. - Rousseau: o el retorno a la naturaleza in impuris naturalibus [en un estado natural impuro].- Schiller: o el trompetero moral de Säckingen. - Dante: o la hiena que hace poesía en los sepulcros. - Kant: o el cant [la gazmoñería como carácter inteligible. - Victor Hugo: o el faro junto al mar del sinsentido. - Liszt: o la escuela de la facilidad para correr -- detrás de las mujeres.» - George Sand o lactea ubertas [abundancia de leche], dicho con claridad: la vaca lechera con un «estilo bello».- Michelet: o el entusiasmo que se quita la bata...-Carlyle: o el pesimismo como almuerzo mal digerido. - John Sttuart Mill: o la claridad ofensiva. - Les freres de Goncourt: o los dos Ayax en lucha con Homero. Música de Offenbach. - Zola: o «la alegría de heder.

2
- Renan . - Teología, o la corrupción de la razón por el «pecado original» (el cristianismo). Testimonio, Renan, el cual, tan pronto como aventura alguna vez un sí o un no de índole un poco general, yerra el blanco con una regularidad penosa. El quisiera asociar, por ejemplo, en una sola cosa la science y la noblesse: pero la science es cosa de la democracia, eso es algo que se palpa. El desea representar, con una ambición nada pequeña, un aristocratismo del espíritu: pero a la vez se postra de rodillas, y no sólo de rodillas, ante la doctrina contraria a aquél, ante el évangile des humbles [evangelio de los humildes]... ¿De qué sirven todo el librepensamiento, toda la modernidad, toda la burla y toda la flexibilidad de un torcecuello cuando en las propias entrañas se ha seguido siendo cristiano, católico e incluso sacerdote! Al igual que el jesuita y el confesor, Renan tiene su inventiva en la seducción; no le falta a su espiritualidad esa amplia sonrisa satisfecha propia del cura,-como todos los sacerdotes, se vuelve peligroso tan sólo cuando ama. Nadie le iguala en el adorar de una manera mortalmente peligrosa... Ese espíritu de Renan, un espiritu que enerva, es una fatalidad más para la pobre Francia enferma, enferma de la voluntad. -

3
Sainte-Beuve. - Nada viril en él; lleno de una rabia pequeña contra todos los espíritus viriles. Vaga de un lado para otro, sutil, curioso, aburrido, sorprendiendo secretos ajenos, - en el fondo una hembra, con un ansia femenina de venganza y una sensualidad de hembra. Como psicólogo, un genio de la médicance [maledicencia]; inagotablemente rico en medios para ello; nadie pretende mejor que él de mezclar veneno en la alabanza. Plebeyo en los instintos más básicos, y emparentado con el resentimento de Rousseau: por consiguiente, un romántico, - pues por debajo de todo romantisme [romanticismo] gruñe y codicia el instinto rousseauniano de venganza.Un revolucionario, pero refrenado por el miedo. Sin libertad frente a todo lo que tiene fortaleza (opinión pública, academia, corte, incluso Port-Royal). Irritado contra todo lo grande que hay en los hombres y en las cosas, contra todo lo que tiene fe en sí mismo. Bastante poeta y semihembra para sentir todavía lo grande como poder; constantemente retorcido, como aquel famoso gusano, porque se siente constantemente pisado. Como sano crítico, sin criterio, apoyo ni espina dorsal, con la lengua del libertino cosmopolita para hablar de muchas cosas distintas, pero sin el valor de hacer confesión de libertinage. Como historiador, sin filosofía, sin el poder de la mirada filosófica, -por ello, rechazando en todos los asuntos principales la tarea de juzgar, cubriéndose con la «objetividad» como con una máscara. De modo distinto se comporta con todas aquellas cosas en que la instancia suprema es un gusto sutil, experimentado: aquí tiene realmente el valor de ser él mismo, el placer por sí mismo, - aquí él es maestro. - En algunos aspectos, una forma anticipada de Baudelaire.-

4
La imitatio Christi [imitación de Cristo] es uno de los libros que yo no tomo en las manos sin sentir una resistencia fisiológica: exhala un parfum propio de lo eterno femenino, para gustar del cual hay que ser ya un francés -o un wagneriano... Ese santo tiene una manera de hablar del amor que incluso las parisinas se sienten curiosas. - Me dicen que aquel inteligentisimo jesuita, A. Comte, que quiso llevar a sus franceses a Roma por el rodeo de la ciencia, se inspiró en ese libro. Lo creo: «la religión del corazón»..,

5
G. Eliot. - Se han desprendido del Dios cristiano, y creen tanto más tener que conservar la moral cristiana: esa es una deducción inglesa, no se la vamos a tomar a mal a las mujercillas morales á la Eliot. En Inglaterra uno tiene que recobrar de una manera aterradora, siendo un fanático de la moral, el honor perdido por toda pequeña emancipación de la teología. Esa es allí la penitencia que se paga. - Para nosotros, que somos distintos, las cosas son distintas. Cuando uno abandona la fe cristiana pierde el derecho a apoyarse en la moral cristiana. Esta no es en modo alguno algo evidente de por sí: a pesar de los memos ingleses, hay que poner una y otra vez de relieve este punto. El cristianismo es un sistema, una visión de las cosas coherente y total. Si se arranca de él un concepto capital, la fe en Dios, se despedaza con ello también el todo: ya no se tiene entre los dedos una cosa necesaria. El cristianismo presupone que el ser humano no sabe, no puede saber qué es bueno, qué es malo para él: cree en Dios, que es el único que lo sabe. La moral cristiana es un mandato; su origen es trascendente; está más allá de toda crítica, de todo derecho a la crítica; tiene verdad tan sólo en el caso de que Dios sea la verdad, - depende totalmente de la fe en Dios. -
Si de hecho los ingleses creen que ellos saben de por sí, «intuitivamente», qué es bueno y qué es malo, si, por consiguiente, opinan que ya no tienen necesidad del cristíanismo como garantía de la moral, eso mismo es simplemente consecuencia del dominio del juicio cristiano de valor y expresión de la fortaleza y profundidad de ese juicio: hasta el punto de que se ha olvidado el origen de la moral inglesa, hasta el punto de que no se percibe ya el carácter muy condicionado de su derecho a existir. Para el inglés la moral no es todavía un problema....

6
George Sand.-He leído las primeras letrres d'un voyageur [Cartas de un viajero]: como todo lo que desciende de Rousseau, falsas, afectadas, un fuelle, exageradas. Yo no soporto ese multicolor estilo de papel pintado; tampoco la ambición plebeya de tener sentimientos generosos. Lo peor, ciertamente, continúa siendo la coquetería femenina expresada con unos modales masculinos, con unos modales de jóvenes ineducados.- ¡Qué fría tiene que haber sido, con todo, esa artista insoportable! Se daba cuerda como un reloj - y escribía... ¡Fría como Hugo, como Balzac, como todos los románticos, en cuanto se ponían a hacer poesía! ¡Y qué complacida de si misma habrá estado tumbada al hacerlo, esa fecunda vaca de escribir, que tenía en sí algo alemán en el mal sentido de la palabra, lo mismo que también Rousseau, su maestro, y que, en todo caso, sólo fue posible al decaer el gusto francés! - Pero Renan la venera...

7
Moral para psicólogos. - ¡No cultivar una psicología de chamarilero! ¡No observar jamás por observar! Eso da una óptica falsa, un mirar bizco, que resulta forzado y que exagera las cosas. El tener vivencias, cuando es un querer-tener-vivencias, - no resulta bien. En la vivencia no es lícito mirar hacia sí, toda mirada se convierte entonces en «mal de oio». Un psicólogo nato se guarda, por instinto, de ver por ver; lo mismo puede decirse del pintor nato. Este no trabaja jamás «según la naturaleza», - encomienda a su instinto, a su camera obscura, el cribar y exprimir el «caso», la «naturaleza», lo «vivido»... Hasta su consciencia llega sólo lo universal, la conclusión, el resultado: no conoce ese arbitrario abstraer del caso individual.-¿Qué es lo que resulta cuando se obra de otro modo? ¿Cuando se cultiva, por ejemplo, una psicología de chamalilero, a la manera de los romanciers [novelistas] parisinos, grandes y pequeños? Esa gente anda, por así decirlo, al acecho de la realidad, esa gente se lleva a casa cada noche un puñado de curiosidades... Pero véase qué es
lo que acaba saliendo de ahí - un montón de borrones, un mosaico en el mejor de los casos, y en todo caso algo que es resultado de sumar varias cosas, algo turbulento, de colores chillones. Lo peor aquí lo logran los Goncourt: no ponen juntas tres frases que no hagan sencillamente daño al ojo, al ojo del psicólogo. - La naturaleza, evaluada artísticamente, no es un modelo. Ella exagera, deforma, deja huecos. La naturaleza es el azar. El estudio «según la naturaleza» me parece un mal signo: delata sumisión, debilidad, fatalismo,-ese yacer-por-el-polvo ante los petits faits [hechos pequeños] es indigno de un artista entero. Ver lo que es - eso es propio de un género distinto de espíritus, de los antiartísticos, de los hombres de hechos. Hay que saber quién se es...

8
Para la psicología del arrista. - Para que haya arte, para que haya algún hacer y contemplar estéticos, resulta indispensable una condición fisiológica previa: la embriguez. La embriaguez tiene que haber intensificado primero la excitabilidad de la máquina entera: antes de esto no se da arte ninguno. Todas las especies de embriaguez, por muy distintos que sean sus condicionamientos, tienen la fuerza de lograr esto: sobre todo la embriaguez de la excitación sexual, que es la forma más antigua y oríginaria de embriaguez. Asimismo la embriaguez de que van seguidos todos los apetitos grandes, todos los afectos fuertes; la embriaguez de la fiesta, de la rivalidad, de la pieza de virtuosismo, de la victoria, de todo movimiento extremado; la embriaguez de la crueldad; la embriaguez en la destrucción; la embriaguez debida a ciertos influjos meteorológicos, por ejemplo la embriaguez primaveral; o la debida al influjo de los narcóticos; por fin, la embriaguez de la voluntad la embriaguez de una voluntad sobrecargada y henchida. - Lo esencial en la embriaguez es el sentimiento de plenitud y de intensíficación de las fuerzas. De este sentimiento hacemos partícipes a las cosas, las constreñimos a que tomen de nosotros, las violentamos,- idealizar es el nombre que se da a ese proceso. Desprendámonos aquí de un prejuicio; el idealizar no consiste, como se cree comúnmente, en un sustraer o restar lo pequeño, lo accesorio. Un enorme extraer los rasgos capitales es, antes bien, lo decisivo, de tal modo que los demás desaparezcan ante ellos.

9
En este estado uno enriquece todas las cosas con su propia plenitud: lo que uno ve, lo que uno quiere, lo ve henchido, prieto, fuerte, sobrecargado de energía. El hombre de ese estado t:ansforma las cosas hasta que ellas reflejan el poder de él, - hasta que son reflejos de la perfección de él. Este tener-que-transformar las cosas en algo perfecto es - arte. Incluso todo lo que el hombre de ese estado no es se convierte para él, sin embargo, en un placer en sí; en el arte el hombre se goza a sí mismo como perfección. - Estaría permitido imaginarse un estado antitético, un antiartisticismo específico del instinto, -un modo de ser que empobreciera, adelgazara, volviese tuberculosas todas las cosas. Y de hecho la historia abunda en tales antiartistas, en tales famélicos de vida: los cuales, por necesidad, tienen que acoger en sí las cosas, consumirlas, hacerlas más flacas. Este es, por ejemplo, el caso del cristiano auténtico, de Pascal por ejemplo: un cristiano que a la vez sea un artista es algo que no se da... No se sea pueril y no se me replique con Rafael o con cualquiera de los cristianos homeopáticos del siglo xix: Rafael decía sí, Rafael hacía sí, por consiguiente Rafael no ers un cristiano.....

10
¿Qué significan los conceptos antitéticos apolíneo y dionisíaco, introducidos por mí en la estética, concebidos ambos como especies de embriaguez? -la embriaguez apolínea mantiene excitado ante todo el ojo, de modo que éste adquiere la fuerza de ver visiones. El pintor, el escultor, el poeta épico son visionarios par excellence. En el estado dionisíaco, en cambio, lo que queda excitado e intensificado es el sistema entero de los afectos: de modo que ese sistema descarga de una vez todos sus medios de expresión y al mismo tiempo hace que se manifieste la fuerza de representar, reproducir, transfigurar, transformar, toda especie de mímica y de histrionismo. Lo esencial sigue siendo la facilidad de la metamorfosis, la incapacidad de no reaccionar ( - de modo parecido a como ocurre con ciertos histéricos, que a la menor señal asumen cualquier papel). Al hombre dionisíaco le resulta imposible no comprender una sugestión cualquiera, él no pasa por alto ningún signo de afecto, posee el más alto grado del instinto de comprensión y de adivinación, de igual modo que posee el más alto grado del arte de la comunicación. Se introduce en toda piel, en todo afecto: se transforma permanentemente. - La música, tal como la entendemos hoy, es también una excitación y una descarga globales de los afectos, pero no es, sin embargo, más que el residuo de un mundo expresivo mucho más pleno del afecto, un mero residuum del histrionismo dionisiaco. Para hacer posible la música como arte especial se ha inmovilizado a un gran número de sentidos, sobre todo el sentido rnuscular (al menos relativamente: pues en cierto grado todo ritmo continúa hablando a nuestros músculos): de modo que el hombre ya no imita y representa en seguida corporalmente todo lo que siente. Sin embargo, ése es propiamente el estado dionisíaco normal, en todo caso el estado dionisíaco primordial; la música es la especificación, lentamente conseguida, de ese estado a costa de las facultades más afines a ella.

11
El actor de teatro, el mimo, el bailarín, el músico, el poeta lírico son radicalmente afines en sus instintos, de suyo son una sola cosa, pero poco a poco se han ido especializando y separando unos de otros - hasta llegar incluso a la contradicción. El poeta lírico fue quien más largo tiempo permaneció unido con el músico; el actor de teatro, con el bailarín. - El arquitecto no representa ni un estado dionisíaco ni un estado apolíneo: aquí los que demandan arte son el gran acto de voluntad, la voluntad que traslada montarjas, la embriaguez de la gran voluntad. Los hombres más poderosos han inspirado siempre a los arquitectos; el arquitecto ha estado en todo memento bajo la sugestión del poder. En la arquitectónica deben adquirir visibilidad el orgullo, la victoria sobre la fuerza de la gravedad, la voluntad de poder; la arquitectura es una especie de elocuencia del poder expresada en formas, elocuencia que unas veces persuade e incluso lisonjea y otras veces se limita a dictar órdenes. El más alto sentimiento de poder y de seguridad se expresa en aquello que posee gran estilo. El poder que no tiene ya necesidad de ninguna prueba; que desdeña el agradar; que difícilmente da una respuesta; que no siente testigos a su alrededor; que vive sin tener consciencia de que exista contradicción contra el; que reposa en si, fatalista, una ley entre leyes: esto habla de sí mismo en la forma del gran estilo.-


12
He leído la vida de Thomas Carlyle, esa farce [farsa] inconsciente e involuntaria, esa interpretación heroico-moral de estados dispépticos. - Carlyle, un varón de palabras y ademanes fuertes, un retor por necesidad, constantemente desasosegado por el anhelo de tener una fe fuerte y por el sentimienlo de la incapacidad de tenerla (-¡en esto, un romántico típico!) El anhelo de una fe fuerte no es prueba de una fe fuerte, es, más bien, lo contrario. Si uno tiene esa fe, le es lícito permitirse el hermoso lujo del escepticismo: está bastante seguro, bastante firme, bastante libado para hacerlo. Carlyle aturde algo que él lleva dentro de sí con el fortissimo de su veneración a los hombres de fe fuerte y con su rabia contra los que son menos sencillos: necesita ruido. Una constante y apasionada falta de honradez para consigo mismo - eso es su proprium [peculiaridad], por ello es y sigue siendo interesante. - Es verdad que en Inglaterra se le admira cabalmente por su honradez... Ahora bien, eso es algo inglés; y teniendo en cuenta que los ingleses son el pueblo del cant [gazmonería] perfecto, es incluso algo razonable, y no sólo comprensible. En el fondo Carlyle es un ateo inglés que busca su honor en no serlo.


13
Emerson. _ Mucho más ilustrado, errabundo, multiforme, refinado que Carlyle, sobre todo más feliz... Alguien que instintivamente se alimenta sólo de ambrosía, que deja atrás lo que de indigerible hay en las cosas. Comparado con Carlyle, un hombre de gusto.- Carlyle, que lo amaba mucho, dijo de él, sin embargo: «no nos da bastante que morder»: lo cual acaso esté dicho con razón, pero no en detrimento de Emerson. Emerson posee aquella jovialidad benigna e ingeniosa que quita los ánimos a toda seriedad; no sabe en modo alguno qué viejo es ya y qué joven será aún, -podría decir de sí mismo, con una frase de Lope de Vega: «yo me sucedo a mí mismo». Su espíritu encuentra siempre razones para estar contento e incluso agradecido; y a veces roza la trascendencia jovial de aquel hombre de bien que volvió de una cita amorosa tamquam re bene gesta [como de una cosa bien hecha].· Ut desint vires [aunque falten las energías], decía agradecido, tamen est
laudanda voluntas [sin embargo, es de alabar la voluptuosidad].-


14
Anti-Darwin. - En lo que se refiere a la famosa «lucha por la vida», a mí a veces me parece más aseverada que probada. Se da, pero como excepción; el aspecto de conjunto de la vida no es la situación calamitosa, la situación de hambre, sino más bien la riqueza, la exuberancia, incluso la prodigalidad absurda, -donde se lucha, se lucha por el poder... No se debe confundir a Malthus con la naturaleza. - Pero suponiendo que esa lucha exista -y de hecho se da-, termina, por desgracia, al revés de como lo desea la escuela de Darwin, al revés de como acaso sería licito desearlo con ella: a saber, en detrimento de los fuertes, de los privilegiados, de las excepciones afortunadas. Las especies no van creciendo en perfección: los débiles dominan una y otra vez a los fuertes, -es que ellos son el gran número, es que ellos son también más inteligentes... Darwin ha olvidado el espíritu (- ¡eso es inglés! ), los débiles tienen más espíritu... Hay que tener necesidad del espíritu para llegar a adquirirlo, - se lo pierde cuando ya no se tiene necesidad de él. Quien tiene fortaleza prescinde del espíritu (-«¡dejad que se extinga!, se piensa ahora en Alemania - nos quedará necesariamente el Reich...) Yo entiendo por espíritu, como se ve, la previsión, la paciencia, la astucia, la simulación, el gran dominio de sí mismo y todo lo que es mimicry [mimetismo] (esto último abarca una gran parte de la llamada virtud).


15
Casuistica de psicólogos.-Ese es un conocedor de hombres: ¿para qué estudia propiamcnte a los hombrcs? Quiere obtener sobre ellos ventajas pequeñas, o también grandes,- ¡es un politikus!... aquel de allá es también un conocedor de hombres: y vosotros decís que él no quiere nada para sí mismo, que es un gran «impersonal». ¡Mirad con mayor cuidado! Acaso él quiera incluso una ventaja peor; sentirse superior a los hombres, tener derecho a mirarlos desde arriba, no seguir confundiéndose con ellos. Ese «impersonal» es un despreciador de hombres; y aquel primero es la especies más humana, diga lo que diga la apariencia. Al menos se equipara a ellos, se sitúa dentro de ellos...

16
El tacto psicológico de los alemanes me parece puesto en entredicho por toda una serie de casos de los que mi modestia me impide presentar un catálogo. En un caso no me faltará una gran ocasión de alegar las pruebas de mi tesis: a los alemanes yo les guardo rencor por haberse equivocado acerca de Kant y de su «filosofía de las puertas traseras», como yo la denomino, - no era él el tipo de la honestidad intelectual. - La otra cosa que no me gusta oír es una «y» tristemente famosa: los alemanes dicen «Goethe y Schiller»,-temo que digan «Schiller y Goethe»... ¿No Se conoce todavía a ese Schiller? - Pero hay otras «y» peores que ésa; yo he oído con mis propios oídos, bien es cierto que sólo entre catedráticos de Universidad, «Schopenhauer y Hartmann»...


17
Los hombres más espirituales, suponiendo que sean los más valerosos, son también los que viven con mucho las tragedias más dolorosas: pero ellos honran la vida justo porque ésta les opone su hostilidad máxima.

18
Sobre la conciencia intelectual». - Ninguna cosa me parece más rara hoy que la hipocresía auténtica. Es grande mi sospecha de que a esa planta no le resulta propicia la suave atmósfera de nuestra cultura. La hipocresia es propia de las edades de fe fuerte: cuando la gente no se desprendía de la fe que tenía ni aun en el caso de que se viera necesitada a hacer ostentación de una fe distinta. Hoy la gente se desprende de su fe; o se provee, lo cual es aún más habitual, de una segunda fe, - en ningún caso deja de ser honorable. No cabe duda de que hoy es posible un número mucho mayor de convicciones que en otro tiempo: posible, es decir, permitido, es decir, inocuo. De aquí surge la tolerancia para consigo mismo. - La tolerancia para consigo mismo permite tener varias convicciones: ellas mismas conviven pacíficamente, - se guardan, como todo el mundo hoy, de comprometerse. ¿De qué modo se compromete hoy uno? Si es consecuente. Si camina en línea recta. Si tiene menos de cinco significados. Si es auténtico... Es grande mi miedo de que el hombre moderno sea sencillamente demasiado cómodo para algunos vicios: hasta el punto de que justo éstos se extingan. En nuestra tibia atmósfera todas las cosas malvadas que están condicionadas por una voluntad fuerte -y acaso no haya nada malvado sin fortaleza de voluntad - degeneran en virtud... Los pocos hipócritas que yo he llegado a conocer remedaban la hipocresía: eran, como lo es hoy un hombre de cada diez, comediantes. -


19
Bello y feo. - Nada está más condicionado, digamos más restringido, que nuestro sentimiento de lo bello. Quien se lo imaginase desligado del placer del hombre por el hombre perdería en seguida el suelo y el terreno bajo sus pies. Lo «bello en sí» no es más que una palabra, no es siquiera un concepto. En lo bello el hombre se pone a sí mismo como medida de la perfección; en casos escogidos se adora a sí mismo en lo bello. Sólo de ese modo puede una especie decir sí a sí misma. El más hondo de sus instintos, el de autoconservación y autoexpansión, sigue irradiando en tales sublimidades. El hombre cree que el mundo mismo está sobrecargado de belleza, - olvida que él es la causa de ella. Unicamente él le ha hecho al mundo el regalo de la belleza, ¡ay!, sólo que de una belleza muy humana, demasiado humana... En el fondo el hombre se mira en el espejo de las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen: el juicio «bello» es su vanidad especifica... De hecho, acaso una pequeña suspicacia le susurre al escéptico estas preguntas al oído: ¿está realmente embellecido el mundo porque precisamente el hombre lo considere bello? El hombre lo ha humanizado: eso es todo. Pero nada, nada en absoluto nos garantiza que precisamente el hombre proporcione el modelo de lo bello. ¿Quién sabe qué aspecto ofrece el hombre a los ojos de un juez más alto del gusto? ¿Acaso un aspecto atrevido?, ¿acaso incluso un aspecto hilarante?, ¿acaso un aspecto un poco arbitrario?... «Oh Dioniso, Divino, ¿por qué me tiras de las orejas?», preguntó Ariadna en una ocasión, en uno de aquellos famosos diálogos en Naxos, a su filosófico amante. «Encuentro una especie de humor en tus orejas, Ariadna: ¿por qué no son aún más largas?»

20
Nada es bello, sólo el hombre es bello: sobre esta ingenuidad descansa toda estética, ella es su primeva verdad. Añadamos en seguida su segunda verdad: nada es feo, excepto el hombre que degenera, - con esto queda delimitado el reino del juicio estético. - Calculadas las cosas fisiológicamente, todo lo feo debilita y acongoja al hombre. Le trae a la memoria decadencia, peligro, impotencia; de echo en presencia de lo feo el hombre pierde energía. Se puede medir su efecto con el dinamómetro. En general cuando el hombre está deprimido es que ventea la proximidad de algo «feo». Su sentimiento de poder, su voluntad de poder, su valor, su orgullo -todo eso baja con lo feo, sube con lo bello... Tanto en un caso como en otro nosotros sacamos una conclusión: las premisas de la misma se hallan acumuladas en cantidad enorme en el instinto. Lo feo es concebido como señal y síntoma de degeneración: lo que recuerda, aunque sea desde muy lejos, la degeneración produce en nosotros el juicio «feo». Todo indicio de agotamiento, de pesadez, de vejez, de fatiga, toda especie de falta de libertad, en forma de convulsión, de parálisis, sobre todo el olor, el color, la forma de la disolución, de la descomposición, aun cuando esto esté tan atenuado
que sea sólo un símbolo - todo eso provoca una reacción idéntica, el juicio de valor «feo». Un odio irrumpe aquí: ¡a quién odia aquí el hombre! Pero no cabe duda: a la decadencia de su tipo. Aquí él odia desde el instinto más profundo de la especie; en ese odio hay estremecimiento, previsión, profundidad, visión a lo lejos, -es el odio más profundo que existe. A causa de él es profundo el arte...


21
Schopenhauer. _ Schopenhauer, el último alemán que merece ser tenido en cuenta ( - que es un acontecimiento ezrvopeo, como Goethe, como Hegel, como Heinrich Heine, y no tan sólo un acontecimiento local, «nacional»), es un caso de primer rango para un psicólogo: a saber, como intento malignamente genial de lanzar a la lucha, en favor de una total desvaloración nihilista de la vida, cabalmente las instancias opuestas, las grandes autoafirmaciones de la «voluntad de vida», las formas más exuberantes de la vida. Ha interpretado sucesivamente el arte, el heroísmo, el genio, la belleza, la gran compasión, el conocimiento, la -voluntad de verdad, tragedia como derivaciones de la «negación», o de la necesidad de negación, de la «voluntad» - el más grande fraude psicológico que, descontado el cristianismo, hay en l historia. Vistas las cosas con mayor rigor,
Schopenhauer es en esto nada más que el heredero de la interpretación cristiana: sólo que él supo dar por bueno también lo rechazado por el cristianismo, los grandes hechos culturales de la humanidad, en un sentido cristiano, es decir, nihilista (-a saber, como caminos de «redención», como formas previas de «redención», como estimulantes de la necesidad de «redención»...)

22
Voy a tomar un único caso. Schopenhauer habla de la belleza con un ardor melancólico,- ¿por qué, en última ínstancia? Porque ve en ella un puente por el que se llega más lejos, o se adquiere sed de llegar más lejos... La belleza es para él la redención de la «voluntad» por algunos instantes -ella atrae hacia una redención para siempre... En especial Schopenhauer ensalza la belleza como redentora del «foco de la voluntad», la sexualidad, - en la belleza ve negado el instinto de procreación... ¡Extraño santo! Alguien te contradice, me temo, es la naturaleza. ¿Para qué hay en absoluto belleza en el sonido, en el color, en el perfume, en el movimiento rítmico de la naturaleza?, ¿qué es lo que hace manifestarse a la belleza? - Por fortuna también le contradice un filósofo. Nada menos que una autoridad como la del divino Platón ( - así lo llama Schopenhauer mismo) sostiene una tesis distinta: la de que toda belleza incita a la procreación, - la de que lo propium de su  efecto consiste precisamente en eso, desde lo más sensual hasta lo más espiritual...

23
Platón va más allá. Con una inocencia tal que para tenerla hay que ser un griego y no un «cristiano», dice que no existiría en modo alguno una filosofía platónica si en Atenas no hubiera jóvenes tan bellos: el espectáculo de éstos, dice, es el que transporta el alma del filósofo a un frenesí erótico y no le deja reposo hasta haber implantado la semilla de todas las cosas elevadas en un terreno tan bello. ¡También éste es un extraño santo! - no damos crédito a nuestros oídos, suponiendo que se lo demos a Platón. Al menos se adivina que en Atenas se filosofaba de otro modo, sobre todo públicamente. Nada es menos griego que la telaraña conceptual tejida por un eremita, el amor intellecualis dei a la manera de Spinoza. La filosofía a la manera de Platón habria que definirla más bien como una competición erótica, como un perfeccionamiento e interiorización de la vieja gimnástica agonal y de sus presupuestos... ¿Qué fue lo que acabó brotando de esa erótica filosófica de Platón?  Una nueva forma artística del agón griego, de la dialéctica. - Recordaré además, en contra de Schopenhauer y en honor de Platón, que también toda la cultura y toda la literatura superiores de la Francia clásica brotaron del terreno del interés sexual. Es lícito buscar en ella por todas partes la galantería, los sentidos, la rivalidad de los sexos, la «mujer», - no se buscará nunca en vano...

24
L'art pour l' art [el arte por el arte].- La lucha contra la finalidad en el arte es siempre una lucha contra la tendencia moralizante en el arte, contra su subordinación a la moral. L'art pour l'art quiere decir: «¡que el diablo se lleve la moral! » - Pero incluso esa hostilidad delata la prepotencia del prejuicio. Cuando del arte se ha excluido la finalidad de predicar moral y de mejorar al hombre, no se sigue de ello todavía, ni de lejos, que el arte en cuanto tal carezca de finalidad, de meta, de sentido, en suma, no se sigue l'art pour l'art - un gusano que se muerde la cola -. «¡Es preferible ninguna finalidad a una finalidad moral! » - asi habla la mera pasión. Un psicólogo pregunta, en cambio: ¿qué es lo que todo arte hace!, ¿no alaba?, ¿no glorifica?, ¿no selecciona?, ¿no pone de relieve? Con todo eso fortalece o debilita ciertas valoraciones... ¿Es que esto es sólo algo marginal?, ¿un azar? ¿Algo en lo que el instinto del artista no habría participado en modo alguno? O: ¿no es esto el presupuesto para que el artista pueda....? ¿Tiende su instinto básico hacia el arte, o tiende más bien hacia el sentido del arte, hacia la vida?, ¿hacia un ideal de vida? - El arte es el gran estimulante para vivir: ¿cómo se podría concebirlo como algo carente de finalidad, de meta, como l'art pour l'art? -Todavía queda una pregunta: el arte pone de manifiesto también muchas cosas feas, duras, problemáticas de la vida, - ¿no parece con ello quitarnos el gusto por ésta? -Y de hecho ha habido filósofos que le han atribuido ese sentido: Schopenhauer enseñó que el propósito general del arte era «desligarse de la voluntad», veneró como la gran utilidad de la tragedia el «disponer a la resignación».   - Pero esto - ya lo he dado a entender- es una óptica de pesimista y un «mal de
ojo» -: hay que apelar a los artistas mismos. ¿Qué es lo que el artista trágico nos comunica acerca de si mismo? Lo que él muestra -¿no es precisamente el estado sin miedo frente a lo terrible y problemático? -Ese mismo estado es una aspiración elevada; quien lo conoce lo venera con los máximos honores. Lo comunica, tiene que comunicarlo, suponiendo que sea un artista, un genio de la comunicación. La valentía y libertad del sentimiento ante un enemigo poderoso, ante un infortunio sublime, ante un problema que produce espanto - ese estado victorioso es el que el artista escoge, el que él glorifica. Ante la tragedia lo que hay de guerrero en nuestra alma celebra sus saturnales; quien está habituado al sufrimiento, quien va buscando el sufrimiento, el hombre heroico, ensalza con la tragedia su existencia, - únicamente a él le ofrece el artista trágico la bebida de esa crueldad dulcísima. -

25
Darse por satisfecho con los hombres, tener casa abierta en el propio corazón, eso es liberal, pero es nada más que liberal. A los corazones que son capaces de una hospitalidad aristocrática se los reconoce en las muchas ventanas cubiertas con cortinas y en los muchos postigos cerrados: sus mejores habitaciones las tienen vacías. ¿Por qué? -Porque aguardan huéspedes con los que uno no «se da por satisfecho»...

26
No nos estimamos ya bastante cuando nos comunicamos. Nuestras vivencias auténticas no son en modo alguno charlatanas. No podrían comunicarse si quisieran. Es que les falta la palabra. Las cosas para expresar las cuales tenemos palabras las hemos dejado ya también muy atrás. En todo hablar hay una pizca de desprecio. El lenguaje, parece, ha sido inventado sólo para decir lo ordinario, mediano, comunicable. Con el lenguaje se vulgariza ya el que habla. - De una moral para sordomudos y otros filósofos.

27
«¡Este retrato es encantadoramente bello!»... La mujer literata, insatisfecha, excitada, árida de corazón y de entrañas, que en todo tiempo presta oídos, con una dolorosa curiosidad, al imperativo que desde las profundidades de su organización susurra aut liberi aut libri [o hijos o libros]: la mujer literata, bastante culta para entender la voz de la naturaleza, aun cuando ésta hable en latín, y, por otro lado, bastante vanidosa y gansa para, en secreto, hablar consigo misma también en francés je me verrai, jem me lirai, je m' extasierai et je dirai: Possible, que j'ai eu tant d'esprit? [yo me veré, me leeré, me extasiaré y diré: ¿Es posible que yo haya tenido tanto ingenio?]...


28
Los «impersonales» toman la palabra.-«Nada nos resulta más fácil que ser sabios, pacientes, superiores. Nosotros chorreamos aceite de indulgencia y simpatía, somos justos de una manera absurda, perdonamos todo. Justo por ello deberíamos mostrarnos un poco más severos con nosotros mismos; justo por ello deberíamos cultivarnos de cuando en cuando un pequeño afecto, un pequeño vicio de afecto. Tal vez esto nos resulte amargo; y acaso entre nosotros nos riamos del aspecto que con esto ofrecemos. Pero ¡qué remedio! No nos queda ya ninguna otra especie de autosuperación: ésta es nuestra ascética, nuestro modo de hacer penitencia»... Llegar a ser personal -virtud del «impersonal»...


29
De un examen de doctorado. - «¿Cuál es la tarea de todo sistema escolar superior?» - Hacer del hombre una máquina. - «Cúal es el medio para ello?» - El hombre tiene que aprender a aburrirse.-«¿Cómo se consigue esto?» -Con el concepto del deber.-«¿Quién es su modelo en esto!»  -El filósofo: éste enseña a ser un empollón.-«¿Quién es el hombre perfecto?» - El funcionario estatal. - «¿Cuál es la filosofía que proporciona la fórmula suprema del funcionario estatal?» - La de Kant: el funcionario estatal como cosa en sí, erigido en juez del funcionario estatal como fenómeno.-

30
El derecho a la estupidez. - El obrero fatigado y que respira pesadamenle, que tiene una mirada bonachona, que deja que las cosas vayan como van: esa figura tipica con la que ahora, en la edad del trabajo (¡y del Reich!-), nos encontramos en todas las clases de la sociedad, reivindica hoy para sí precisamente el arte, incluido el libro, sobre todo el periódico, - tanto más la naturaleza bella, Italia... El hombre del atardecer, con los «instintos salvajes adormecidos», de que habla Fausto, precisa del veraneo, del baño de mar, de los ventisqueros, de Bayreuth... En tales edades el arte tiene derecho a la tonterí pura, -como una especie de vacaciones para el espíritu, el ingenio y el ánimo. Esto lo entendió Wagner. La tontería pura restablece....

31
Todavía un problema de dieta. - Los medios con que Julio César se defendió de sus achaques y del dolor de cabeza: marchas enormes, un género de vida sencillísimo, permanencia ininterrumpida al aire libre, fatigas constantes -éstas son, a grandes rasgos, las reglas de conservación y defensa en general contra la extrema vulnerabilidad de esa máquina sutil, y que trabaja a una presión altisima, llamada genio.-

32
Habla el individualista. -Nada repugna más al gusto de un filósofo que el hombre, cuando éste desea... Si el filósofo ve al hombre sólo en su obrar, si lo que ve es este animal, el más valiente, el más astuto, el más resistente, extraviado en apuradas situaciones laberínticas, ¡que digno de admiración se le aparece el hombre! Todavía le infunde ánimos... Pero el filósofo desprecia al hombre que tiene deseos, también al hombre «deseable» -y en general todas las cosas que se consideran deseables, todos los ideales del hombre. Si un filósofo pudiera ser nihilista, lo sería porque detrás de todos los ideales del hombre encuentra la nada. O ni siquiera la nada todavía - sino sólo lo abyecto, lo absurdo, lo enfermo, lo cobarde, lo cansado, todas las clases de heces de la copa completamente bebida de su vida... El hombre, que en cuanto realidad es tan digno de veneración, ¿cómo es que, cuando desea, no merece estima? ¿Tiene que expiar el ser tan excelente como realidad? ¿Tiene que compensar su obrar, la tensión de cabeza y de voluntad que hay en todo obrar, con un relajamiento de los miembros en lo imaginario y absurdo?» - La historia de las cosas que él ha considerado deseables ha sido hasta ahora la partie honteuse [parte vergonzosa] del hombre: debemos guardarnos de leer demasiado tiempo en ella. Lo que justifica al hombre es su realidad, - ella le justificará eternamente. ¿Cuánto más valioso es el hombre real, comparado con cualquier hombre meramente deseado, soñado, que es una solemne mentira?, ¿con cualquier hombre ídeal?... Y sólo el hombre ideal repugna al gusto del filósofo.

33
Valor natural del egoismo. - El egoísmo vale lo que valga fisiológicamente quien lo tiene: puede ser muy valioso, puede carecer de valor y ser despreciable. Es lícito someter a examen a todo individuo para ver si representa la línea ascendente o la línea descendente de la vida. Cuando se ha tomndo una decisión sobre esto se tiene también un canon para saber lo valioso que es su egoísmo. Si representa el ascenso de la línea, entonces su valor es efectivamente extraordinario,  -y por amor a la vida en su conjunto, que con él da un paso hacia adelante, es lícito que sea incluso extremada la preocupación por conservar, por crear su optimum de condiciones. El hombre aislado, el «individuo», tal como lo han concebido hasta ahora el pueblo y el filósofo, es, en efecto, un error: no es nada de por sí, no es un átomo, un «eslabón de la cadena», no es algo simplemente heredado de otro tiempo, - es la entera y única linea hombre hasta llegar a él mismo... Si representa la evolución descendente, la decadencia, la degeneración crónica, el estar enfermo ( -las enfermedades son ya, a grandes rasgos, derivaciones de la decadencia, no causas de ésta), entonces le corresponde poco valor, y la primera equidad quiere que él sustraiga lo menos posible a los bien constituidos. El no es más que el parásito de éstos...

34
El cristiano y el anarquista. - Cuando el anarquista, como vocero de capas decadentes de la sociedad, reclama con bella indignación «derecho», «justicia», «igualdad de derechos», está sometido, al hacer esto, únicamente a la presión de su incultura, la cual no sabe comprender por qué sufre propiamente él, -de qué es pobre él, de vida... Un instinto causal domina en él: alguien tiene que ser culpable de que él se encuentre mal... Además, la «bella indignación» misma le hace bien, es un placer para todos los pobres diablos el lanzar injurias, - esto produce una pequeña embriaguez de poder. Ya la queja, el quejarse, puede otorgar un encanto a la vida, por razón del cual se la soporta: en toda queja hay una dosis sutil de venganza, a los que son de otro modo se les reprocha, como una injusticia, como un privilegio ilicito, el malestar, incluso la mala condición (Schlechtigkeit) de uno mismo. «Si yo soy una canaille, también tú deberías serlo»: con esta lógica se hace la revolución. - El quejarse no sirve de nada en ningún caso: es algo que proviene de la debilidad. Atribuir el propio malestar a los demás o a si mismo - lo primero lo hace el socialista, lo último, por ejemplo, el cristiano-no constituye ninguna auténtica diferencia. Lo común, digamos
también lo indigno en eso, está en que alguien debe ser culpable de que uno mismo sufra-dicho brevemente, en que el que sufre se receta a si mismo, contra su sufrimiento, la miel de la venganza. Los objetos de esa necesidad de venganza, que es una necesidad de placer, son causas ocasionales: quien sufre encuentra en todas partes causas para satisfacer su pequeña venganza, - si es cristiano; digámoslo una vez más, entonces las encuentra dentro de sí... El cristiano y el anarquista- ambos son décadents. -Pero también cuando el cristiano condena, cuando calumnia, cuando ensucia el «mundo», lo hace partiendo del mismo instinto por el que el obrero socialista condena, calumnia, ensucia la sociedad: el «juicio final» mismo continúa siendo el dulce consuelo de la venganza -la revolución, tal como también el obrero socialista la aguarda, sólo que imaginada como una cosa un poco más remota... El mismo más allá»- ¿para qué un más allá, si no fuera un medio para ensuciar el más acá?...

35
Critica de la moral de la décadence. - Una moral «altruista», una moral en la que el egoísmo se atrofia-, no deja de ser, en cualquier circunstancia, un mal indicio. Esto vale del individuo, esto vale especialmente de los pueblos. Faltan las cosas mejores cuando comienza a faltar el egoísmo. Elegir instintivamente lo dañoso para uno mismo, ser-atraido por motivos «desinteresados» es algo que casi nos da la fórmula de la décadence. «No buscar el propio provecho» - esto no es más que la hoja de higuera moral para tapar un hecho completamente distinto, a saber, fisiológico: «yo ya no se encontrar mi provecho»... ¡Disgregación de los instintos! - El hombre está acabado cuando se vuelve altruista. -En vez de decir ingenuamente: «yo ya no valgo nada», la mentira moral en boca del décadent dice: «Nada vale nada, - la vida va no vale nada...» Tal juicio no deja de ser en última instancia un gran peligro, tiene efectos contagiosos, - pronto proliferará en el entero suelo mórbido de la sociedad en forma de una vegetación tropical de conceptos, unas veces como religión (cristianismo), otras como filosofía (Schopenhauer). En determinadas circunstancias semejante vegetación de árboles venenosos, nacida de la pobredumbre, envenena con sus exhalaciones la vida durante milenios...


36
Moral para médicos. - El enfermo es un parásito de la sociedad. Hallándose en cierto estado es indecoroso seguir viviendo. El continuar vegetando, en una cobarde dependencia de los médicos y de los medicamentos, después de que el sentido de la vida, el derecho a la vida se ha perdido, es algo que debería acarrear un profundo desprecio en la sociedad. Los médicos, por su parte, habrían de ser los intermediarios de ese desprecio, -no recetas, sino cada día una nueva dosis de náusea frente a su paciente.... Crear una responsabilidad nueva, la del médico, para todos aquellos casos en que el interés supremo de la vida, de la vida ascendente, exige el aplastamiento y la eliminación sin consideraciones de la vida degenerante - por ejemplo, en lo que se refiere al derecho a la procreación, al derecho a nacer, al derecho a vivir... Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquel que se despide así como una tasación real de lo conseguido y querido, una suma de la vida - todo ello en antitesis a la lamentable y horrible comedia que el cristianismo ha hecho de la hora de la muerte. ¡No se le debe olvidar jamás al cristianismo que ha abusado de la debilidad del moribundo para estuprar su conciencia, y de la manera misma de morir para dictar juicios de valor sobre el hombre y su pasado! - Pese a todas las cobardías del prejuicio, aquí es importante restablecer ante todo la -apreciación correcta, es decir, fisiológica de la llamada muerte natural: la cual no es, en última instancia, más que una muerte «no natural», un suicidio. No se perece jamás por causa de otro, sino sólo por causa de sí mismo. Sólo que es una muerte en las condiciones más despreciables, una muerte no libre, una muerte a destiempo, una muerte propia de un cobarde. Se debería, por amor a la vida, - querer la muerte de otra manera, libre, consciente, sin azar, sin sorpresa... Finalmente, un consejo para los señores pesimistas y demás décadents. No está en nuestra mano el impedir haber nacido: pero ese error - pues a veces es un error -podemos enmendarlo. Cuando uno se suprime a sí mismo hace la cosa más estimable que existe: con ello casi merece vivir... La sociedad, ¡qué digo!, la vida misma saca más ventaja de esto que de una «vida» cualquiera vivida en la renuncia, la anemia y demás virtudes -, se ha liberado a los otros del espectáculo de uno mismo, se ha liberado a la vida de una objeción... El pesimismo, pur, vert [puro, verde] da la prueba de si mismo tan sólo mediante la autorrefutación de los señores pesimistas: hay que llegar un poco más allá en la propia lógica, no negar la vida simplemente con «voluntad y representación», como hizo Schopenhauer, -hay que negar primero a Schopenhauer...El pesimismo, dicho sea de paso, por muy contagioso que sea, no aumenta, sin embargo, la morbosidad de una época, de una estirpe en su conjunto: es la expresión de esa morbosidad. Se lo contrae del mismo modo que se contrae el cólera: hay que estar ya predispuesto de manera bastante morbosa para él. El pesimismo no produce de suyo un solo décadent más; recordaré el resultado de la estadística según la cual los años en que el cólera causa estragos no se distinguen, en la cifra global de muertes, de otros años.

37
Si nos hemos vuelto más morales. - Contra mi concepto «más allá del bien y del mal» se ha lanzado a la acción, como era de aguardar, la ferocidad toda de la estupidización moral la cual, como es sabido, es considerada en Alemania como la moral misma: yo podría contar preciosas historias acerca de esto. Ante todo se me invitó a reflexionar sobre la «innegable superioridad» de nuestro tiempo en el juicio ético, sobre el progreso que nosotros hemos realmente alcanzado aquí: comparado con nosotros, se dice, un César Borgia no puede ser presentado en modo alguno como un «hombre superior», como una especie de superhombre, que es lo que yo hago... Un redactor suizo, del Bund, llegó tan lejos, no sin expresar su estima por el valor de tal atrevimiento, que «entendió» que el sentido de mi obra consistia en que, con ella, yo proponía la eliminación de todos los sentimientos decentes. ¡Muy agradecido! Como respuesta, me permito suscitar la pregunta de si nosotros nos hemos vuelto realmente más morales. El hecho de que todo el mundo lo crea es ya una objeción contra ello... Nosotros los hombres modernos, muy delicados, muy vulnerables, que damos y recibimos cien consideraciones, nos imaginamos de hecho que esa delicada humanidad que nosotros representamos, que esa unanimidad alcanzada en la indulgencia, en la disposición a ayudar, en la confianza mutua, es un progreso positivo, y que con ello estamos muy por encima de los hombres del Renacimiento. Pero toda época piensa así, tiene que pensar asi. Lo cierto es que nosotros no nos colocariamos de hecho, y ni siquiera con el pensamiento, en situaciones renacentistas: nuestros nervios, para no hablar de nuestros músculos, no soportarían esa realidad. Pero con esta incapacidad no queda probado ningún progreso, sino sólo que nosotros tenemos una constitución distinta, la cual es más tardía, más débil, más delicada, más vulnerable, y engendra necesariamente una moral más rica en consideraciortes. Sí prescindiésemos mentalmente de nuestra constitución delicada y tardía, de nuestro envejecimiento fisiológico, también nuestra moral de la «humanización» perdería en seguida su valor-en sí ninguna moral tiene valor-: a nosotros mismos nos inspiraría menosprecio. No dudemos, por otro lado, de que nosotros los modernos, con nuestra humanidad tan forrada de algodón, que no quiere chocar con ninguna piedra, proporcionaríamos a los contemporáneos de César Borgia una comedia que los haría morir de risa. De hecho nosotros con nuestras «virtudes» modernas somos, sin quererlo, sobremanera cómicos... El decrecimiento de los instintos hostiles y suscitadores de desconfianza -y en eso consistiría, en efecto, nuestro «progreso» - representa tan sólo una de las consecuencias en el decrecimiento general de la vitalida: lograr que salga adelante una existencia tan condicionada, tan tardía, es algo que cuesta cien veces más esfuerzo, más cuidado. Aquí nos ayudamos unos a otros, aquí, hasta cierto grado, cada uno es un enfermo y cada uno es un enfermero. A esto se lo llama luego «virtud» -: entre hombres que todavía conocieron una vida distinta, más plena, más pródiga, más desbordante, se le habria dado otro nombre, acaso «cobardía», «mezquindad»,  moral de viejas»... La suavización de nuestras costumbres - ésta es mi tesis, ésta es, si se quiere, mi innovación -es una consecuencia de la decadencia; la índole dura y terrible de la costumbre puede ser, a la inversa, una consecuencia del exceso de vida: entonces, en efecto, es lícito osar mucho, exigir mucho, y también derrochar mucho. Lo que en otro tiempo constituía el condimento de la vida, eso sería para nosotros un veneno... Para ser indiferentes - también esto es una forma de fortaleza - somos nosotros igualmente demasiado viejos, demasiado tardíos: nuestra moral de la simpatía, contra la cual yo soy el primero en haber puesto en guardia, eso que se podría llamar l' impressionisme morale, es una expresión más de la sobreexcitabilidad fisiológica que es propia de todo lo que es décadent: Ese movimiento que, con la schopenhaueriana moral de la compasión, ha intentado presentarse como científico- ¡un ensayo muy desafortunado! - es el auténtico movimiento de décadence en la moral, y en cuanto tal es profundamente afín a la moral cristiana. Las épocas fuertes, las culturas aristocráticas ven algo despreciable en la compasión, en el «amor al prójimo», en la falta de un sí-mismo y de un sentimiento de sí. -A las épocas hay que medirlas por sus fuerzas positivas - y, en esto, la época del Renacimiento, tan pródiga y tan rica en fatalidades, muestra ser la última época grande, y nosotros, nosotros los modernos, con nuestra angustiada solicitud por nosotros mismos y con nuestro amor al prójimo, con nuestras virtudes del trabajo, de la falta de pretensiones, de la legalidad, del cientificismo - coleccionadores, económicos, maquinales - resultamos ser una época débil... Nuestras virtudes están condicionadas, vienen provocadas por nuestra debilidad... La «igualdad», un cierto asemejamiento efectivo, que en la teoría de la «igualdad de derechos» no hace otra cosa que expresarse, es parte esencial de la decadencia: el abismo entre unos hombres y otros, entre unos estamentos y otros, la multiplicidad de los tipos, la voluntad de ser uno mismo, de destacarse- eso que yo llamo el pathos de la distancia,  es propio de toda época fuerte. La tensión, la envergadura entre los extremos se hacen cada vez más pequeñas hoy, - los extremos mismos se difuminan hasta acabar siendo semejantes... Todas nuestras teorías políticas y todas nuestras constituciones estatales, no excluido en modo alguno el «Reich alemán», son derivaciones, necesidades derivadas de la decadencia; el efecto inconsciente de la décadence ha llegado a dominar hasta en los ideales de las ciencias particulares. Mi objeción contra la sociología toda en Inglaterra y en Francia continúa siendo que ella conoce por experiencia sólo la formas decadentes de la sociedad, y, con total inocencia, toma sus propios instintos de decadencia como norma del juicio sociológico de valor. La vida decadente, el decrecimiento de toda fuerza organizadora, es decir, separadora, creadora de abismos, subordinadora y sobreordenadora, se formula a sí misma en la sociología de hoy como un ideal... Nuestros socialistas son unos décadents, pero también el señor Herbert Spencer es un décadent, - ¡ve en la victoria del altruismo una cosa deseable! ...

38
Mi concepto de libertad.-A veces el valor de una cosa reside no en lo que con ella se alcanza, sino en lo que por ella se paga, - en lo que nos cuesta. Voy a dar un ejemplo. Las instituciones liberales dejan de ser liberales tan pronto como han sido alcanzadas: no hay luego cosa que cause perjuicios más molestos y radicales a la libertad que las instituciones liberales. Es sabido, en efecto, qué es lo que ellas llevan a cabo: socavan la voluntad de poder, son la nívelación de las montañas y valles elevada a la categoría de moral, vuelven cobardes, pequeños y ávidos de placeres a los hombres, -con ellas alcanza el triunfo siempre el animal de rebaño. Liberalismo: dicho claramente, animalización gregaria... Esas mismas instituciones, mientras todavía no han sido conquistadas, producen efectos completamente distintos; entonces fomentan poderosamente de hecho la libertad. Vistas las cosas con más rigor, es la guerra la que produce esos efectos, la guerra por conquistar las instituciones liberales, la cual, por ser guerra, hace perdurar los instintos no liberales. Y la guerra educa para la libertad. Pues ¿qué es la libertad? Tener voluntad de autorresponsabilidad. Mantener la distancia que nos separa. Volverse más indiferente a la fatiga, a la dureza, a la privación, incluso a la vida. Estar dispuesto a sacrificar a la propia causa hombres, incluido uno mismo. La libertad significa que los instintos viriles, los instintos que disfrutan con la guerra y la victoria, dominen a otros instintos, por ejemplo a los de la «felicidad». El hombre que ha llegado a ser libre, y mucho más el espíritu que ha llegado a ser libre, pisotea la despreciable especie de bienestar con que sueñan los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas. El hombre libre es un guerrero. - ¿Por qué se mide la libertad, tanto en los individuos como en los pueblos? Por la resistencia que hay que superar, por el esfuerzo que cuesta permanecer arriba. El tipo supremo de hombres libres habría que buscarlo allí donde constantemente se supera la resistencia suprema: a dos pasos de la tiranía, en los umbrales del peligro de la esclavitud. Esto es psicológicamente verdadero, si por «tiranos» entendemos aquí unos instintos inexorables y terribles, que provocan contra sí el máximo de autoridad y de disciplina -el tipo más bello, Julio César-; esto es también políticamente verdadero, basta para verlo dar unos pasos por la historia. Los pueblos que valieron algo, que llegauon a valer algo, no llegaron nunca a ello bajo instituciones liberales: el gran peligro fue el que hizo de ellos algo merecedor de respeto, el peligro, que es el que nos hace conocer nuestros recursos; nuestras virtudes, nuestras armas de defensa y ataque, nuestro espiritu, - que es el que nos compele a ser fuertes.... Primer axioma: hay que tener necesidad de ser fuerte: de lo contrario, ¡jamás se llega a serlo. - Aquellos grandes invernaderos para cultivar la especie fuerte, la especie más fuerte de hombre habida hasta ahora, las comunidades aristocráticas a la manera de Roma y de Venecia, concibieron la libertad exactamente en el mismo sentido en que yo concibo la palabra libertad: como algo que se tiene y no se tiene, que se quiere, que se conquista...

39
Crítica de la modernidad. - Nuestras instituciones no valen ya nada: sobre esto existe unanimidad. Pero esto no depende de ellas, sino de nosotros. Después de haber perdido todos los instintos de los que brotan las instituciones, estamos perdiendo las instituciones mismas, porque nosotros no servimos ya para ellas. El democratismo ha sido en todo tiempo la forma de decadencia de la fuerza organizadora: ya en Humano, demasiado humano, I, 318, dije que la democracia moderna y todas sus realidades a medias, como el «Reich alemán», eran la forma decadente de Estado. Para que haya instituciones tiene que haber una especie de voluntad, de instinto, de imperativo, que sea antiliberal hasta la maldad: una voluntad de tradición, de autoridad, de responsabilidad para con siglos futuros, de solidaridad entre cadenas generacionales futuras y pasadas in infinitum [hasta el infinito]. Si esa voluntad existe, se fundan cosas como el imperium Romanum: o como Rusia, la única potencia que hoy tiene dentro de sí duración, que puede aguardar, que todavía puede prometer algo, - Rusia, el concepto antitético de la miserable división europea en pequeños Estados y de la miserable nerviosidad europea, las cuales han entrado en una fase crítica con la fundación del Reich alemán... Occidente entero carece ya de aquellos instintos de que brotan las instituciones, de que brota el futuro: acaso ninguna otra cosa le vaya tan a contrapelo a su «espíritu moderno». La gente vive para el hoy, vive con mucha prisa, -vive muy irresponsablemente: justo a esto es a lo que llama «libertad». Se desprecia, se odia, se rechaza aquello que hace de las instituciones instituciones: la gente cree estar expuesta al peligro de una nueva esclavitud allí donde se deja oír simplemente la palabra «autoridad». A tal extremo llega la décadence en el instinto de los valores propio de nuestros políticos, de nuestros partidos políticos: ellos prefieren instintivamente lo que disgrega, lo que acelera el final... Testimonio, el matrimonio moderno. Es evidente que al matrimonio moderno se le ha ido de las manos toda la razón: esto no constituye, sin embargo, una objeción contra el matrimonio, sino contra la modernidad. La razón del matrimonio - consistía en la responsabilidad jurídica exclusiva del varón: con ello el matrimonio tenia un centro de gravedad, mientras que hoy cojea de ambas piernas. La razón del matrirnonio - consistía en su indisolubilidad por principio: con ello adquiría un acento que sabía hacerse oír frente al azar del sentimiento, de la pasión y del instante. Consistía asimismo en la responsabilidad de las familias en cuanto a la elección de los cónyuges. Con la creciente indulgencia en favor del matrimonio por amor se ha eliminado precisamente el fundamento del matrimonio, aquello que hace de él una institución. Una institución no se la funda nunca jamás sobre una idiosincrasia, un matrimonio no se lo funda, como se ha dicho, sobre el «amor», - se lo funda sobre el instinto sexual, sobre el instinto de propiedad  (mujer e hijo como propiedad), sobre el instinto de dominio, el cual se organiza constantemente la forma mínima de. dominio, la familia, y necesita hijos y herederos para mantener, también fisiológicamente, unas dimensiones ya alcanzadas de poder, influencia, riqueza, para preparar unas tareas prolongadas, una solidaridad de instintos entre los sig!os. El matrimonio como institución comprende ya en sí la afirmación de la forma más grande, más duradera de organización: sí la sociedad misma no puede responder de sí como un todo, hasta las generaciones más remotas, entonces el matrimonio no tiene ningún sentido.-El matrimonio moderno ha perdido su sentido, -por consiguiente se lo elimina.-

40
La cuestión obrera .-La estupidez, en el fondo la degeneración de los instintos, que es hoy la causa de todas las estupideces, consiste en que haya una cuestión obrera. Sobre ciertas cosas no se pregunta: primer imperativo del instinto. - Yo no alcanzo a ver qué es lo que se quiere hacer con el obrero europeo, después de haber hecho de él una cuestión. Ese obrero se encuentra demasiado bien para no hacer cada vez más preguntas, para no preguntar de manera cada vez más inmodesta. En última instancia tiene a su favor el gran número. Ha desaparecido completamente la esperanza de que una especie de hombre modesta y satisfecha de sí, un tipo de chino forme aquí un estamento: y eso habría tenido una razón, eso habría sido realmente una necesidad. ¿Qué se ha hecho? - Todo, para aniquilar en germen incluso el presupuesto de eso, - han sido destruidos de raíz, con la irrefexión más irresponsable, los instintos en virtud de los cuales un obrero deviene posible como estamento, deviene posible él mismo. Se le ha hecho al obrero apto para el servicio militar, se le ha dado el derecho de asociación, el derecho político al voto: ¿cómo puede extrañar que el obrero sienta ya hoy su existencía como una situación calamitosa (dicho moralmente, como una injusticia -)? ¿Pero qué es lo que se quiere?, volvemos a preguntar. Sí se quiere una finalidad, hay que querer también los medios: si se quiere esclavos, se es un necio si se los educa para señores.

41
«Libertad que yo no amo...». - En tiempos como los actuales estar abandonado a los propios instintos es una fatalidad más. Esos instintos se contradicen, se perturban, se destruyen unos a otros; yo he definido ya lo moderno como la auto-contradicción fisiológica. La razón de la educación querría que, bajo una presión férrea, uno al menos de esos sistemas de instintos quedase paralizado, para permitir a otro sistema diferente cobrar energías, volverse fuerte, dominar. Hoy habría que empezar por hacer posible al individuo castrándolo: posible, es decir, entero... Ocurre lo contrario: quienes más fogosamente reclaman independencia, desarrollo libre, laisser aller [dejar ir] son precisamente aquellos para los cuales ningún freno sería demasiado riguroso -esto vale in
politicis [en cuestiones políticas], esto vale en el arte. Pero esto es un sintoma de décadence: nuestro moderno concepto de «libertad» es una prueba más de la degeneración de los instintos.-

42
Donde la fe es necesaria. - Nada es más raro entre moralistas y santos que la honestidad; acaso ellos digan lo contrario, acaso incluso lo crean. En efecto, si una fe es más útil, más eficaz, más convincente que la hipocresía consciente, entonces la hipocresía se convierte pronto, por instinto, en inocencia: primera tesis para comprender a los grandes santos. También entre los filósofos, que son otra especie diferente de santos, el oficio entero lleva consigo que ellos sólo permitan ciertas verdades: a saber, aquéllas por las cuales su oficio recibe la sanción pública, - dicho kantianamente, verdades de la razón práctica. Saben qué es lo que ellos tienen que probar, en esto son prácticos, - se reconocen entre ellos mismos en que coinciden sobre «las verdades».-«No mentirás» -dicho con claridad: guárdese usted, señor filósofo, de decir la verdad...

43
Dicho al oido de los conservadores. - Lo que antes no se sabía, lo que hoy sí se sabe, sí se podría saber, - no es posible ninguna involución, ninguna vuelta atrás en cualquier sentido y grado.Al menos nosotros los fisiólogos sabemos esto. Pero todos los sacerdotes y moralistas han creído en ello, -quisieron retrotraer la humanidad a una medida anterior de virtud, hacerla dar vueltas hacia atrás como si fuera un tornillo. La moral ha sido siempre un lecho de Procusto. Incluso los políticos han imitado en esto a los predicadores de la virtud: todavía hoy existen partidos que sueñan como meta el que todas las cosas caminen como los cangrejos. Pero nadie es libre de ser un cangrejo. No hay remedio: hay que ir hacia adelante, quiero decir, avanzar paso a paso hacia la décadence (-ésta es mi definición del «progreso» moderno...) Se puede poner obstáctulos a esa evolución, y, con ellos, embalsar la degeneración misma, conjuntarla, hacerla más vehemente y repetína: más no se puede hacer.-


44
Mi concepto del genio. -Los grandes hombres, lo mismo que las grandes épocas, son materias explosivas en las cuales está acumulada una fuerza enorme; su presupuesto es siempre, histórica y fisiológicamente, que durante largo tiempo se haya estado juntando, amontonando, ahorrando y guardando con vistas a ellos, - que durante largo tiempo no haya tenido lugar ninguna explosion. Si la tension en la masa se ha vuelto demasiado grande, hasta el estímulo más fortuito para hacer surgir el «genio», la «acción», el gran destino. ¡Qué importan entonces el ambiente, la época, el «espíritu de la época, la opinión pública»! -Tómese el caso de Napoleón. La Francia de la Revolución, y más aún la Francia de la época anterior a la Revolución, habria engendrado de sí el tipo antitético del de Napoleón: incluso lo ha engendrado. Y como Napoleón era distinto, heredero de una civilización más fuerte, más larga, más antigua que la que en Francia se estaba evaporando y haciéndose pedazos, él llegó a hacerse allí el dueño, él fue allí el ún:ico dueño. Los grandes hombres son necesarios, la época en que aparecen, contingente; el hecho de que casi siempre lleguen a hacerse dueños de ella depende tan sólo de que son más fuertes, de que son más antiguos, de que con vistas a ellos se ha estado reuniendo durante un tiempo más largo. Entre un genio y su época existe la misma relación que entre lo fuerte y lo débil, también que entre lo viejo y lo joven: la época es siempre, relativamente, mucho más joven, más floja, menos adulta, más insegura, más infantil.-El hecho de que en Francia (también en Alemania: pero esto no importa nada) se piense hoy sobre esto de manera muy distinta, el hecho de que allí la teoría del milieu, una verdadera teoría de neuróticos, haya llegado a ser sacrosanta y casi científica, y en ella crean incluso los fisiólogos, es algo que «no da buen olor», que le inspira a uno pensamientos tristes. - Tampoco en Inglaterra se piensa de modo distinto, pero esto es algo que no acongoja a ningún hombre: al inglés sólo le están abiertos dos caminos para entenderse con el genio y con el «gran hombre»: o el democratico, a la manera de Buckle, o el religioso, a la manera de Carlyle. - El peligro que hay en los grandes hombres y en las grandes épocas es extraordinario: los siguen muy de cerca el agotamiento de todo tipo, la esterilidad. El gran hombre es un final; la gran época, el Renacimiento, por ejemplo, es un final. El genio - en su obra, en su acción - es necesariamente un derrochador: en darse del todo está su grandeza... El instinto de autoconservación queda en suspenso, por así decirlo; la arrolladora presión de las fuerzas que se desbordan le prohíbe toda salvaguarda y toda prevision de ese tipo. A esto se lo llama «holocausto»; se alaba en esto el «heroísmo» del gran hombre, su indiferencia frente a su propio bien, su entrega a una idea, a una causa grande, a una patria: todas estas cosas son malentendidos... El se derrama, se desborda, se gasta, no se economiza, - de manera fatal, irremediable, involuntaria, como involuntario es el desbordamiento de un río sobre sus orillas. Pero como es mucho lo que a tales explosivos se debe, se les ha regalado, a cambio, también mucho, por ejemp: o una especie de moral superior... Tal es, en efecto, la gratitud humana: malentiende a sus benefactores. -

45
El criminal  y lo que le es afín.- El tipo del criminal es el tipo del hombre fuerte situado en unas condiciones desfavorables, un hombre fuerte puesto enfermo. Lo que le falta es la selva virgen, una naturaleza y una forma de existir más libres y peligrosas, en las que sea legal todo lo que en el instinto del hombre fuerte es arma de ataque y de defensa. Sus virtudes han sido proscritas por la sociedad: sus instintos más enérgicos, que le son innatos, mézclanse pronto con los afectos depresivos, con la sospecha, el miedo, el deshonor. Pero ésta es casi la receta de la degeneración fisiológica. Quien tiene que hacer a escondidas, con una tensión, una prevision, una astucia prolongadas, lo que él mejor puede hacer, lo que más le gustaría hacer, ése se vuelve anémico; y como la única cosecha que obtiene de sus instintos es siempre peligro, persecución, calamidades, también su sentimiento se vuelve contra esos instintos - los siente como una fatalidad. Es en nuestra sociedad, en nuestra domesticada, mediocre, castrada sociedad donde un hombre venido de la naturaleza, llegado de las montañas o de las aventuras del mar, degenera necesariamente en criminal. O casi necesariamente: pues hay casos en que ese hombre muestra ser más fuerte que la sociedad: el corso Napoleón es el caso más famoso. Para el problema que aquí se presenta es de importancia el testimonio de Dostoievski -de Dostoievski, el único psicólogo, dicho sea de paso, del que yo he tenido que aprender algo: él es uno de los más bellos golpes de suerte de mi vida, más aún que el descubrimiento de Stendhal. Este hombre profundo, que tenía diez veces derecho a menospreciar a los superficiales alemanes, recibió una impreslon muy distinta de la que él mismo aguardaba de los presidiarios de Siberia, en medio de los cuales vivió durante largo tiempo, todos ellos autores de crímenes graves, para los que no había ya ningún camino de vuelta a la sociedad - le dieron la impresión, más o menos, de estar tallados de la mejor, más dura y más valiosa madera que llega a crecer en tierra rusa. Generalicernos el caso del criminal: imaginemos unas naturalezas a las que, por alguna razón, les falte la aprobación pública, que saben que no producen la impresión de ser beneficiosas, útiles, - imaginemos ese sentimiento del chandala de no ser considerado como igual, sino como excluido, indigno, impurificador. Todas esas naturalezas tienen en sus pensamientos y en sus acciones el color de lo subterráneo; en ellas todo se vuelve más pálido que en aquellas otras sobre cuya existencia brilla la luz del día. Pero casi todas las formas de existencia que hoy nosotros consideramos distinguidas han vivido en otro tiempo en esa atmósfera semisepulcral: el hombre de ciencia, el artista, el genio, el espíritu libre, el actor de teatro, el mercader, el gran descubridor... Mientras el sacerdote fue considerado como el tipo supremo, toda especie valiosa de hombres estuvo desvalorizada... Se acerca el tiempo - lo prometo - en que el sacerdote será considerado como el hombre más bajo, como nuestro chandala, como la especie más mendaz, más indecorosa de hombre... Llamo la atención sobre el hecho de que todavía hoy, bajo el régimen de costumbres más suave que jamás haya dorninado en la tierra, al menos en Europa, todo estar al margen, todo prolongado, demasiado prolongado estar por debajo, toda forma inhabitual, impenetrable de existencia, nos sugieren aquel tipo que el criminal conduce a su perfección. Todos los innovadores del espíritu llevan durante algún tiempo en la frente el signo pálido y fatalista del chandala: no porque produzcan esa impresión, sino porque ellos mismos sienten el abismo terrible que los separa de todo lo tradicional y respetado. Casi todo genio conoce, como uno de sus desarrollos, la «existencia catilinaria», un sentimiento de odio, venganza y rebelión contra todo lo que ya es, lo que ya no deviene... Catilina -la forma de preexistencia de todo César. -

46
Aqui la perspectiva es libre. - Puede ser altura de alma el que un filósofo calle; puede ser amor el que se contradiga; es posible en el hombre dedicado al conocimiento una cortesía que mienta. No sin sutileza se ha dicho: il est indigne des grands coeurs de répandre le trouble, qu'ils ressentent [es indigno de los grandes corazones el propagar la turbación que ellos sienten]: sólo hay que añadir que puede ser asimismo grandeza de alma el no tener miedo de las cosas más indignas. Una mujer que ama sacrifica su honor; un hombre dedicado al conocimiento que «ama» sacrifica acaso su humanidad; un dios que amaba se hizo judío...


47
La belleza no es un azar.-También la belleza de una raza o de una familia, su gracia y bondad en los ademanes todos son cosas que se adquieren con trabajo: son, lo mismo que el genio, el resultado final del trabajo acumulado de generaciones. Es preciso haber hecho grandes sacrificios al buen gusto, es preciso haber hecho y haber dejado de hacer muchas cosas por amor a él - el siglo xvii de Francia es digno de admiración en ambos aspectos -, es preciso haber tenido en el buen gusto un principio de selección para elegir las compañias, el lugar, el vestido, la satisfacción sexual, es preciso haber preferido la belleza a la ventaja, al hábito, a la opinión, a la pereza. Regla suprema: es preciso no «dejarse ir» ni siquiera delante de sí mismo. - Las cosas buenas son sobremanera costosas: y siempre rige la ley de que quien las tiene es distinto de quien las adquiere.Todo lo bueno es herencia: lo que no es heredado es imperfecto, es un comienzo... En Atenas, en tiempo de Cicerón, que expresa su sorpresa por ello, los varones y los muchachos eran muy superiores en belleza a las mujeres: ¡pero qué trabajo y qué esfuerzo al servicio de la belleza se había exigido allí, desde siglos, el sexo masculino! - Pues no debemos equivocarnos sobre la metódica en este punto: una mera disciplina de los sentimientos y los pPesamientos es casi igual a cero ( - en esto consiste el gran malentendido de la formación alemana, que es totalmente ilusoria): es preciso persuadir primero al cuerpo. La observancia rigurosa de ademanes importantes y selectos, un obligarse a vivir únicamente con hombres que no se «dejan ir» bastan perfectamente para que uno llegue a ser importante y selecto: en dos, en tres generaciones está ya todo interiorizado. Es decisivo para la suerte de los pueblos y de la humanidad el que se comience la cultura por el lugar justo - no por el «alma» (esa fue la funesta superstición de los sacerdotes y semi-sacerdotes): el lugar justo es el cuerpo, el ademán, la dieta, la fisiología, el resto es consecucncia de ello... Por esto los griegos continúan siendo el primer acontecimiento cultural de la historia - supieron lo que era necesario, lo hicieron; el cristianismo, que ha despreciado el cuerpo, ha sido hasta ahora la más grande desgracia de la humanidad. -

48
Progreso en el sentido en que yo lo entiendo. - También yo hablo de una «vuelta a la naturaleza», aunque propiamente no es un volver, sino un ascender - un ascender a la naturaleza. y a la naturalidad elevada, libre, incluso terrible, que juega, que tiene derecho a jugar con grandes tareas... Para decirlo con una metáfora: Napoleón fue un fragmento de «vuelta a la naturaleza», tal como yo la entiendo (por ejemplo, in rebus tacticis [en cuestiones tácticas], y más aún, como los militares saben, en cuestiones estratégicas). - Pero Rousseau - ¿a dónde quería él propiamente volver? Rousseau, ese primer hombre moderno, idealista y canaille en una sola persona; que tenía necesidad de la «dignidad» moral para soportar su propio aspecto; enfermo de una vanidad desenfrenada y de un autodesprecio desenfrenado. También ese engendro que se ha plantado junto al umbral de la época moderna quería la «vuelta a la naturaleza»- ¿a dónde, preguntamos otra vez, quería volver Rousseau? - Yo odio a Rousseau incluso en la Revolución: ésta es la expresión histórico-universal de esa duplicidad de idealista y canaille. La farce [farsa] sangrienta con que esa revolución se representó, su «inmoralidad», eso me importa poco: lo que yo odio es su moralidad rousseauniana -las llamadas «verdades» de la Revolucicin, con las que todavía sigue causando efectos y persuadiendo a ponerse de su lado a todo lo superficial y mediocre. ¡La doctrina de la igualdad!... Pero si no existe veneno más venenoso que ése: pues ella parece ser predicada por la justicia misma, mientras que es el final de la justicia... «Igualdad para los iguales, desigualdad para los desiguales - ése sería el verdadero discurso de la justicia: y, lo que de ahí se sigue, no igualar jamás a los desiguales»  El hecho de que en torno a aquella doctrina de la igualdad haya habido acontecimientos tan horribles y sangrientos ha dado a esta «idea moderna» par excellence una especie de aureola y de resplandor, de tal modo que la Revolución como espectáculo ha seducido incluso a los espíritus más nobles. Esta no es, en última instancia, una razón para apreciarla más.-Yo sólo veo a uno que la sintió tal como se la debe sentir, con náusea -Goethe.....


49
Goethe - no un acontecimiento alemán, sino un acontecimiento europeo: un intento grandioso de superar el siglo xviii mediante una vuelta a la naturaleza, mediante un ascenso hasta la naturalidad del Renacimiento, una especie de autosuperación por parte de aquel siglo.- Goethe llevaba dentro de sí los instintos más fuertes del mismo: la sentimentalidad, la idolatría con respecto a la natutaleza, el carácter antíhistórico, idealista, irreal y revolucionario (-este último es sólo una forma del irreal). Recurrió a la historia, a la ciencia natural, a la Antigüedad, asimismo a Spinoza, y sobre todo a la actividad práctica; se rodeó nada más que de horizontes cerrados; no se desligó de la vida, se introdujo en ella; no fue apocado, y tomó sobre sí, a su cargo, dentro de sí, todo lo posible. Lo que él quería era totalidad; combatió la desunión entre razón, sensibilidad, sentimiento, voluntad  (-desunión predicada, con una escolástica espantosa, por Kant, el antípoda de Goethe), se impuso una disciplina de totalidad, se creó a sí mismo... En medio de una época de sentimientos irreales, Goethe fue un realista convencido: dijo sí a todo lo que en ella le era afín, - no tuvo vivencia más grande que la de aquel ens realissimum [ser realísimo] llamado Napoleón. El hombre concebido por Goethe era un hombre fuerte, de cultura elevada, hábil en todas las actividades corporales, que se tiene a sí mismo a raya, que siente respeto por sí mismo, al que le es lícita la osadía de permitirse el ámbito entero y la entera riqueza de la naturalidad, que es lo bastante fuerte para esa libertad; el hombre de la tolerancia, no por debilidad, sino por fortaleza, porque sabe emplear en provecho suyo incluso aquello que haría perecer a una naturaleza media; el hombre para el cual no hay ya nada prohibido, a no ser la debilidad, llámese ésta vicio o virtud... Con un fatalismo alegre y confiado ese espiritu que ha llegado a ser libre está inmerso en el todo, y abriga la creencia de que sólo lo individual es reprobable, de que en el conjunto todo se redime y se afirma - ese espiritu no niega ya... Pero tal creencia es la más alta de todas las creencias posibles: yo la he bautizado con el nombre de Dioniso. -

50
Podría decirse que en cierto sentido el siglo xix también se ha esforzado en lograr todo aquello que Goethe se esforzó en lograr como persona: una universalidad en el comprender, en el dar por bueno, un dejar-que-se-nos-acerquen las cosas, cualesquiera que sean, un realismo temerario, un respeto por todos los hechos. ¿Cómo es que el resultado global no es un Goethe, sino un caos, un sollozo nihilista, un no-saber-a-dónde-ir, un instinto de cansancio, que in praxi [en la práctica] invita constantemente a reguesar al siglo XVIII?  (-en forma, por ejemplo, de romanticismo del sentimiento, de altruismo, de hiper-sentimentalidad, de feminismo en el gusto, de socialismo en la política). ¿No es el siglo xix, sobre todo en su final, simplemente un siglo xviii reforzado, y vuelto
grosero, es decir, un siglo de decadence? ¿De tal modo que Goethe habría sido, no sólo para Alemania, sino para Europa entera, nada más que un episodio, una bella inutilidad? - Pero se malentiende a los grandes hombres cuando se los mira desde la mísera perspectiva de un provecho público. Acaso el que no se sepa extraer de ellos ningún provecho forme parte incluso de la guandeza...

51
Goethe es el último alemán por el que yo tengo respeto: él habría sentido tres cosas que yo siento, - también nos entendemos en lo que se refiere a la «cruz». A menudo me preguntan para qué escribo yo propiamente en alemán: en ningún otro lugar, me dicen, soy peor leído que en mi patria. Pero en última instancia, ¿quién sabe si yo deseo siquiera ser leído hoy? - Crear cosas en las que el tiempo intentará en vano hincar sus dientes; esforzarse por lograr, en la forma, en la sustancia, una pequeña inmortalidad - yo no he sido todavia nunca bastante modesto para exigir menos de mí. El aforismo, la sentencia, en los que yo soy el primer maestro entre alemanes, son las formas de la «eternidad»; es mi ambición decir en diez frases lo que todos los demás dicen en un libro, -lo que todos los demás no dicen en un libro. Yo he dado a la humanidad el libro más profundo que ella posee, mi Zaratustra: dentro de poco voy a darle el más independiente.
Presentación









































































































































































































































































































































































LO QUE DEBO A LOS ANTIGUOS
(Crepusculo de los ídolos)

1
Para concluir, una palabra sobre aquel mundo para penetrar en el cual yo he buscado accesos, para penetrar en el cual acaso yo haya encontrado un acceso nuevo - el mundo antiguo. Mi gusto, que tal vez sea la antítesis de un gusto tolerante, también aquí está lejos de decir sí en bloque: en general no le gusta decir sí, algo más le gusta decir no, lo que más le place es no decir absolutamente nada... Esto se aplica a culturas enteras, se aplica a libros, - se aplica también a lugares y paisajes. En el fondo son poquísimos los libros antiguos que cuentan en mi vida; entre ellos no están los más famosos. Mi sentido del estilo, del epigrama como estilo, se despertó casi de manera instantánea al contacto con
Salustio. No he olvidado el asombro de mi venerado Profesor Corssen cuando tuvo que dar la nota más alta de todas a su peor latinista -, de un solo golpe estuve yo a punto. Prieto, riguroso, con la mayor sustancia posible en el fondo, una fría malicia contra la «palabra bella», también contra el «sentimiento bello» - en esto me adiviné a mí mismo. Se reconocerá en mí, y ello incluso en mi Zarathustra, una ambición muy seria de lograr un estilo romano, un aere perennis [perennidad más duradera que el bronce] en el estilo. - Lo mismo me pasó en mi primer contacto con Horacio. Hasta hoy no he sentido con ningún poeta aquel mismo arrobamiento artístico que desde el comienzo me proporcionó una oda horaciana. Lo que aquí se ha alcanzado es algo que, en ciertos idiomas, ni siquiera se lo puede querer. Ese mosaico de palabras, donde cada una de ellas, como sonoridad, como lugar, como concepto, derrama su fuerza a derecha y a izquierda y sobre el conjunto, ese minimum en la extensión y el número de signos, ese maximum, logrado de ese modo, en la energía de los signos - todo eso es romano y, si se me quiere creer, aristocrático par excellence. En comparación con ello el resto entero de la poesía se transforma en algo demasiado popular, - en mera charlatanería sentimental...

2
A los griegos no les debo en modo alguno impresiones tan fuertes como ésas; y, para decirlo derechamente, ellos no pueden ser para nosotros lo que son los romanos. De los griegos no se aprende - su modo de ser es demasiado extraño, es también demasiado fluido para causar un efecto imperativo, un efecto «clásico». ¡Quién habría aprendido jamás a escribir de un griego! ¡Quién lo habría aprendido jamás sin los romanos!... No se me ponga la objeción de Platón. En relación con Platón yo soy un escéptico radical,y nunca he sido capaz de estar de acuerdo con la admiración por el Platón artista, que es tradicional entre los doctos. En última instancia, aquí tengo de mi parte a los más refinados jueces del gusto entre los mismos antiguos. Platón entremezcla, a mi parecer, todas las formas del estilo, con ello es un primer décadent del estilo: tiene sobre su conciencia una culpa semejante a la de los cínicos que inventaron la satura Menippea [sátira menipea]. Para que el diálogo platónico, esa especie espantosamente autosatisfecha y pueril de dialéctica, pueda actuar como un atractivo es preciso que uno no haya leído jamás buenos franceses, - Fontenelle por ejemplo. Platón es aburrido. - En última instancia, mi desconfianza con respecto a Platón va a lo hondo: lo cncuentro tan descarriado de todos los instintos fundamentales de los helenos, tan moralizado, tan cristiano anticipadamente - él tiene ya el concepto «bueno» como concepto supremo - que a propósito del fenómeno entero Platón preferiría usar, más que ninguna otra palabra, la dura expresión «patraña superior», o, si ella gusta más al oído, idealismo. Se ha pagado caro el que ese ateniense fuese a la escuela de los egipcios ( ¿o de los judíos en Egipto?...) En la gran fatalidad del cristianismo Platón es aquella ambigüedad y fascinación llamada el «ideal», que hizo posible a las naturalezas más nobles de la Antiguedad al malentenderse a sí mismas y el poner el pie en el puente que llevaba hacia la «cruz»... ¡Y cuánto Platón continúa habiendo en el concepto «Iglesia», en la organización, en el sistema, en la praxis de la Iglesia!  -Mi recreación, mi predilección, mi cura de todo platonismo ha sido en todo tiempo Tucidides. Tucídides, y, acaso, el Príncipe de Maquiavelo son los más afines a mí por la voluntad incondicional de no dejarse embaucar en nada y de ver la razón en la realidad, - no en la «razón», y menos aún en la «moral»... Del deplorable embellecimiento de los griegos con los colores del ideal, que es el premio que el joven  «de formación clásica» obtiene de su adiestramiento en la enseñanza media para la vida, ninguna otra cosa cura más radicalmente que Tucídides. Hay que examinar con detalle cada una de sus lineas y descifrar sus paasamientos ocultos con igual claridad que sus palabras: hay pocos pensadores tan ricos de pensamientos ocultos. En él alcanza su expresión perfecta la cultura de los sofistas, quiero decir, la cultura de los realistas: ese inesimable   movimiento en medio de la patraña de la moral y del ideal propia de las escuelas socráticas, que entonces comenzaba a  irrumpir por todas partes. La filosofía griega como décadence del instinto griego. Tucídides, como la gran suma, la última revelación de aquella objetividad fuerte, rigurosa, dura, que el heleno antiguo tenía en su instinto. El valor frente a la realidad es lo que en  última instancia diferencia a naturalezas tales como Tucídides y Platón: Platón es un cobarde frente a la realidad, -por consiguiente, huye al ideal; Tucídides tiene dominio de si, - por consiguiente, tiene también dominio de las cosas....


3
De ventear en los griegos «almas bellas», «áureas mediocridades» y demás perfecciones, de admirar en ellos, por ejemplo, la calma en la grandeza, los sentimientos ideales, la simplicidad elevada - de esa «simplicidad elevada», que es en el fondo unn niaiserie allemande [bobería alemana], he estado yo preservado por el psicólogo que llevaba dentro de mí. Yo he visto su más fuerte instinto, la voluntad de poder, yo he visto a los griegos temblar ante la violencia indomable de ese instinto, - yo he visto a todas sus instituciones brotar de medidas defensivas para asegurarse unos a otros contra su materia explosiva interior. La enorme tensión en el interior se descargaba luego en una enemistad terrible y brutal hacia el exterior: las ciudades se despedazaban unas a otras para que los habitantes de cada una de ellas encontrasen tregua de sí mismos. Se tenía necesidad de ser fuerte: el peligro se hallaba cerca, - estaba al acecho en todas partes. La magnífica agilidad corporal, el temerario realismo e inmoralismo que es propio del heleno fue una nececidad, no una naturaleza. Fue una consecuencia, no existió desde el comienzo. Y con las fiestas y las artes no se quería tampoco otra cosa que sentirse a sí mismo por encima, mosrrarse por encima: son medios para glorificarse a sí mismo y a veces para inspirar miedo de sí... ¡Juzgar a los griegos por sus filósofos, a la manera alemana, utilizar, por ejemplo, la mojigatería de las escuelas socráticas para explicar que es, en el fondo, helénico!.. Los filósofos son, en efecto, los décadents del mundo griego, el movimiento de oposición al gusto antiguo, aristocrático (- al instinto abonal, a la polis, al valor de la raza, a la autoridad de la tradición). Las virtudes socráticas fueron predicadas porque los griegos las habían perdido: como todos ellos eran irritables, miedosos, inconstantes, comediantes, tenían unas cuantas razones de más para hacerse predicar la moral. No es que esto haya proporcionado alguna ayuda: pero les caen tan bien a los décadens las palabras y los gestos grandes...

4
Yo fui el primero que, para comprender el instinto helénico más antiguo, todavía rico e incluso desbordante, tomé en serio aquel maravilloso fenómeno que lleva el nombre de Dioniso: el cual sólo es explicable por una demasía de fuevza. Quien profundiza en los griegos, como Jakob Burckhardt de Basilea, el más profundo conocedor de su cultura que hoy vive, se dio en seguida cuenta de que esto tenía importancia: Burckhardt añadió a su Cultura de los griegos un capítulo especial sobre el mencionado fcnómeno. Si se quiere la antítesis de esto, véase la casi regocijante pobreza de instintos mostrada por los filólogos alemanes cuando se acercan a lo dionisíaco. Sobre todo el famoso Lobeck, que se introdujo a rastras en este mundo de estados misteriosos con la venerable seguridad de un gusano desecado entre libros, y se persuadió de que era científico siendo frívolo e infantil hasta la náusea, - Lobeck ha dado a entender, con un gran despliegue de erudición, que propiamente ninguna de esas curiosidades tiene importancia. De hecho, dice, acaso los sacerdotes comunicasen a los participantes en tales orgías algo no carente de valor, como, por ejemplo, que el vino incita al placer, que a veces el hombre vive de frutos, que las plantas florecen en la primavera, y en el otoño se marchitan. En lo que se refiere a aquella chocante riqueza de ritos, símbolos y mitos de origen orgiástico, de que el mundo antiguo pulula literalmente, Lobeck encuentra en ella una ocasión de alcanzar un grado más alto de ingeniosidad. «Los griegos», dice en Aglaophamus, I, 672,  «cuando no tenían otra cosa que hacer, reían, saltaban, corrían de un lado para otro, o, dado que a veces el hombre encuentra también placer en ello, se sentaban, lloraban y se lamentaban. Más tarde vinieron otros y buscaron alguna razón que explicase ese comportamiento sorprendente; y así surgieron, para explicar tales usos, aquellas innumerables leyendas festivas y mitos. Por otra parte se creyó que las bufonadas que tenían lugar en los días de fiesta formaban parte también, necesariamente, de la celebración festiva, y se las conservó como una parte imprescindible del culto».-Esta es una charlataneria despreciable, a un Lobeck no se lo tomará en serio ni un solo instante. De manera completamente distinta nos sentimos impresionados al examinar el concepto «griego» que Winckelmann y Goethe se formaron, y lo encontramos incompatible con el elemento de que brota el arte dionisiaco, - con el orgiasmo. De hecho yo no dudo de que, por principio, Goethe habría excluido algo así de las posibilidades del alma griega. Por consiguiente, Goethe no entendió a los griegos. Pues sólo en los misterios dionisíacos, en la psicología del estado dionisíaco se expresa el hecho fundamental del instinto helénico - «voluntad de vida». ¿Qué es lo que el heleno se garantizaba a sí mismo con esos misterios?  La vida eterna, el eterno retorno de la vida; el futuro, prometido y consagrado en el pasado; el sí triunfante dicho a la vida por encima de la muerte y del cambio; la vida verdadera como supervivencia colectiva mediante la procreación, mediante los misterios de la sexualidad. Por ello el símbolo sexual era para los griegos el símbolo venerable en sí, el auténtico sentido profundo que hay dentro de toda la piedad antigua. Cada uno de los detalles del acto de la procreación, del embarazo, del nacimiento, despertaba los sentimientos más elevados y solemnes. En la doctrina de los misterios el dolor queda santificado: los «dolores de la parturienta» santifican el dolor en cuanto tal, - todo devenir y crecer, todo lo que es una garantía del futuro implica dolor... Para que exista el placer del crear, para que la voluntad de vida se afirme eternamente a sí misma, tiene que existir también eternamente el «tormento de la parturienta»... Todo esto significa la palabra Dioniso: yo no conozco una simbólica más alta que esta simbólica griega, la de las Dionisias. En ella el instinto más profundo de la vida, el del futuro de la vida, el de la eternidad de la vida, es sentido religiosamente, - la misma vía hacia la vida, la procreación, es sentida como la via sagrada... Sólo el cristianismo, que se basa en el resentimiento contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha arrojado basura sobre el comienzo, sobre el presupuesto de nuestra vida...

5
La psicología del orgiasmo entendido como un desbordante sentimiento de vida y de fuerza, dentro del cual el mismo dolor actúa como estimulante, me dio la clave para entender el concepto de sentimiento trágico, que ha sido malentendido tanto por Aristóteles como especialmente por nuestros pesimistas. La tragedia está tan lejos de ser una prueba del pesimismo de los helenos en el sentido de Schopenhauer, que ha de ser considerada, antes bien, como rechazo y contra-instancia decisivos de aquél. El decir sí a la vida incluso en sus problemas más extraños y duros; la voluntad de vida, regocijándose de su propia inagotabilidad al sacrificar a sus tipos más altos, -a eso fue a lo que yo llamé dionisíaco, eso fue lo que yo adiviné como puente que lleva a la psicología del poeta trágico. No para desembarazarse del espanto y la compasión, no para purificarse de un afecto peligroso mediante una vehemente descarga del mismo -así lo entendió Aristóteles -: sino para, más allá del espanto y la compasión, ser nosotvos mismos el eterno placer del devenir, - ese placer que incluye en sí también el pla cer del destruir... Y con esto vuelvo a tocar el sitio de que en otro tiempo partí - El nacirniento de la tragedia fue mi primera transvaloración de todos los valores: con esto vuelvo a situarme otra vez en el terreno del que brotan mi querer, mi poder - yo, el último discípulo del filósofo Dioniso, - yo, el maestro del eterno retorno.
Presentación









































































































































































































































































































































































HABLA EL MARTILLO
(Crepusculo de los ídolos)
Así habló Zaratustra. 3, 90

«¡Por qué tan duro! - dijo en otro tiempo el carbón de cocina al diamante; ¿no somos parientes cercanos?» -
¿Por qué tan blandos?  Oh hermanos míos, así os pregunto yo a vosotros: ¿no sois vosotros - mis hermanos?
¿Por qué tan blandos, tan poco resistentes y tan dispuestos a ceder? ¿Por qué hay tanta negación, tanta renegación en vuestro corazón? ¿Y tan poco destino en vuestra mirada?
Y si no queréis ser destinos ni inexorables: ¿cómo podriais algún dia - vencer conmigo?
Y si vuestra dureza no quiere fulminar y cortar y sajar: ¿cómo podríais algún dia-crear conmigo?
Los creadores son duros, en efecto. Y una bienaventuranza tiene que pareceros el imprimir vuestra mano sobre milenios como si fuesen cera,- - una bienaventuranza, escribir sobre la voluntad de milenios como sobre bronce, - más duros que el bronce, más nobles que el bronce. Sólo lo totalmente duro es lo más noble de todo. Esta nueva tabla, oh hermanos mios, coloco yo sobre vosotros: ¡haceos duros!-
-
FIN

Presentación


























































































































































































































































































































































































Sobre «intempestivo» (unzeitgemäss), en los primeros apartados de estas «Incursiones»
aparecen numerosísimas reminiscencias de las lecturas francesas de Nietzsche por esta época, sobre todo de los tres volúmenes del Journal de los hermanos Goncourt aparecidos en 1887-1888. Esas reminiscencias llevan a veces al calco verbal. Parece innecesario decir que Nietzsche no «plagia», sino que, con una maestría inigualable, utiliza suscitaciones ajenas para decir lo que él quiere decir.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Mis imposibles: Meine Unmöglichen. El adjetivo unmöglich, aparte de su significado primario, «imposible [de hacer]», tiene en alemán un segundo sentido: «imposible [de tolerar o soportar]», que es el que aquí le da Nietzsche. «Mis imposibles» significa, pues: «los hombres que a mí me resultan insoportables».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En el original Nietzsche dice Toreador. Las referencias a Séneca no son escasas en la obra de Nietzsche. En Humano, demasiado humano, I, apartado 282, Nietzsche lo enumera entre «los grandes moralistas (Pascal, Epicteto, Séneca, Plutarco)»; en el «prólogo en verso» a La gaya ciencia, titulado «Broma, ardid y venganza», la poesía número 34 lleva el título «Séneca et hoc
genus omne»; y en un fragmento inédito dice lo siguiente: «Yo no quiero persuadir a nadie a la filosofía: es necesario, es tal vez deseable que el filósofo sea una planta rara. Nada me repugna tanto como el elogio doctrinario de la filosofía, tal como se da en Séneca o más aún en Cicerón
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































> En esta calificación de Schiller por Nietzsche culmina el aprecio cada vez menor en que el segundo fue teniendo al primero, a quien, sin embargo, alabó mucho en sus escritos anteriores (Ver, por ejemplo, El nacimiento de la tragedia. El trompetero de Säckingen» [Der Trompeter von Säckingen], obra de J. V. von Scheffel (1826-886), fue muy conocida en su tiempo, y alcanzó máxima popularidad cuando en 1884 se estrenó como ópera cómica.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche zahiere en más de una ocasión a Kant, aprovechándose de la semejanza verbal de su apellido con la palabra inglesa cant.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































> «Facilidad para correr»: Geläufigkeit. La ironía de Nietzsche aquí, que casi se pierde en castellano, se basa en que Geläufigkeit designa en alemán la habilidad pianística de una persona, esto es, la «facilidad para correr sobre las teclas del piano. Y conocido es el virtuosismo con que Liszt hacía esto.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































> El conocido filólogo, historiador y filósofo francés E. Renan (1823-1892) fue, a pesar de los males modales con que Nietzsche suele tratarlo (véase, por ejempio,  Mas allá del bien y del mal), uno de los autores que más influyeron, de un modo u otro, en su concepción de los orígenes del cristianismo. En los primeros meses de 1888 Nietzsche leyó con detenimiento su Vie de Jésus (Histoire des origines du christianisme. Libre primier), París, 1883, y de esa lectura quedan numerosos apuntes en sus cuadernos inéditos.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La expresión francesa cítada es de Renan, y aparece en su Vie de Jésus. Nietzsche había aludido ya a ella en el Epílogo» de El caso Wagner y volverá a hacerlo en otros pasajes.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En El viajero y su sombra, apartado125, Nietzsche había citado ya a Sainte-Beuve a proposito de la cuestión de si existen «clásicos alemanes». En el apartado 48 de Más allá del bien y del mal dice Nietzsche. «¡Qué olor jesuítico despide ese amable e inteligente cicerone de Port-Royal, Sainte-Beuve, a pesar de toda su hostilidad contra los jesuitas
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En una carta a su amigo Peter Gast, escrita el 24 de novicmbre de 1887, hace Nietzsche las siguientes consideraciones sobre la «familia» Rousseau: «El hecho de que Gluck tuviera entre sus primeros adictos a Rousseau es algo que da que pensar: al menos para mí, todo lo que ese hombre ha apreciado es algo problemático; asimismo lo son todos los que le han apreciado a él ( - hay toda una familia Rousseau, a ella pertenece también Schiller, en parte Kant; en Francia, George Sand, e incluso Sainte-Beuve; en Inglaterra, la Eliot, etc.)Todo aquel que ha tenido necesidad de la 'dignidad moral', faute de mieu [a falta de otra cosa mejor], ha sido un venerador de Rousseau, hasta descender nuestro querido Dühring, que tiene el gusto de presentarse en su autobiografía precisamente como Rousseau del siglo XIX
La referencia a Gluck, en esta carta, alude a lo que le había comunicado Peter Gast en la suya del 12 de noviembre de 1887: «Me ha interesado en Gluck el hecho de que uno de sus primeros
adictos en París fuera J. J. Roussecu
.» La «autobiografía» de Dühring a que Nietzsche se refiere es la obra de éste Sache, Leben und Feinde [Cosa, vida y enemigos]1881.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En Ecce homo se burla Nietzsche de la adoración a los petits faits llamándola: «ese petit faitalisme».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La «embriaguez» (en su sentido más amplio) es para Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia el símbolo de lo dionisíaco. Este apartado 8, así como los tres siguientes, constituyen un resumen y puesta a punto de lo dicho por Nietzsche en la citada obra.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Rafael es mencionado ya por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia donde ofrece una
interpretación de su cuadro llamado La Transfiguración. A lo largo de su obra son numerosas las referencias de Nietzsche a Rafael, que culmina en la que aquí aparece.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Como es sabido, estas categorías estéticas constituyen la base técnica del Nacimiento de la tragedia.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Sobre esta unidad primordial de las diversas facultades artísticas, y su posterior separación, ver El nacimiento de la tragedia.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Las referencias de Nietzsche a la arquitectura y a los arquitectos son escasísimas en su obra. En el apararado 217 de Humano, demasiado humano, tomo I, dice: «Nosotros no comprendemos
ya la arquitectura.»
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































El apartado 96 de Humano, demasiado humano, II, «El viajero y su sombra» se titula «El gran estilo», y dice así: «El gran estilo surge cuando lo bello obtiene la victoria sobre lo enorme
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Thomas Carlyle (1795-1881) Historiador de la literatura y filósofo escocés. Gran conocedor de la literatua alemana, su obra más difundida es, tal vez, Sartus Resartus. Dedicó varios libros a exponer su concepto del «heroe». Nietzsche, que lo menciona varias veces, habla casi siempre de él con desprecio. Véase, por ejemplo, Ecce bomo.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Ralph Waldo Emerson (1803-1882), moralista y critico norteamericano. Nietzsche, que lo consideraba un «maestro de la prosa», fue muy influido por él en su primera época.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En el apartado 8 de El caso Wagner, Nietzsche aplica esta misma sentencia a Wagner. Dice así.
«El wagneriano, con su crédulo estómago, se siente incluso harto con la comida que su maestro le sirve por arte de magia. Pero nosotros, que tanto en los libros como en la música exigimos ante todo substancia, y a los que apenas se nos sirve con mesas meramente 'representadas', lo pasamos mucho peor aqui. Dicho con claridad: Wagner no nos da bastante que morder
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche cita esta frase en castellano. En un cuaderno de finales de 1867 se encuentra este fragmento inédito: «'Yo me sucedo a mí mismo', digo yo, como aquel anciano de Lope de Vega, sonriendo igual que él: pues yo ya no sé en absoluto qué viejo soy ya y qué joven seré todavía..
El citado verso de Lope de Vega se encuentra en la comedia de este ¡Si no vieran las mujeres!... (acto I, escena XI), dentro del siguiente contexto (palabras del villano Belardo al emperador Otón):
«¿No habéis visto un árbol viejo
Cuyo tronco, aunque arrugado,
Coronan verdes renuevos?
Pues eso habéis de pensar,
Y que pasando los tiempos,
Yo me sucedo a mí mismo


Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































voluntas por voluptas, Nietzsche deforma aquí sarcásticamente la conocida frase de Ovidio, Epístolas del Ponto, III, 4, 79.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche cita aqui irónicamente unas palabras del coral luterano Ein' feste Burg ist unser Gott [Una firme fortaleza es nuestro Dios], conocidísimo en Alemania. Naturalmente, el Reich a que Lutero se refiere es el «reino de Dios», mientras que Nietzsche lo aplica aquí al «Reich alemán».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































El significado de esta mordaz frase ha sido interpretado de varias maneras. Para unos, las «puertas traseras» sirven para que por ellas entre la aparentemente expulsada teología. Para otros, es Kant mismo el que por esas puertas traseras (de la ética) introduce la metafísica. En todo caso, Nietzsche se basa sin duda en lo dicho por Schopenhauer en su obra El fundamento de la moral 4 y 6.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La expresión «conciencia intelectual», difundida, aunque no creada por Nietzsche (pues tiene un antecedente, al menos verbal, en Shopenhauer), alude a una de las condiciones exigidas por él para la «honradez» en cosas del espíritu. Véase La gaya ciencia, el apartado 2, titulado «La conciencia intelectual», y el aparatado 335, titulado, «¡Arriba la física!».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Los «famosos diálogos en Naxos» a que aqui alude Nietzsche no llegaron a ser escritos por él. En Más allá del bien y del mal aparece la primera alusión a los mismos. Según un fragmento inédito del otoño de 1887, Nietzsche tenía el propósito de «entremezclar» en «el libro perfecto», del cual traza allí el plan, «breves coloquios entre Teseo, Dioniso y Ariadna». A continuación vienen los siguientes apuntes:
«-Teseo se está volviendo absurdo, dijo Ariadna, Teseo se está volviendo virtuoso.-
Celos de Teseo por el sueño de Ariadna.
El héroe que se admira a si mismo, que se vuelve absurdo.
Lamento de Ariadna.
«Dioniso sin celos: 'Lo que yo amo en ti, ¿cómo podría amarlo Teseo?'...
Ultimo acto. Boda de Dioniso y Ariadna.
'No se es celoso si se es un dios, dijo Dioniso: a no ser de los dioses
'.»
Estos apuntes corresponden a lo que Nietzsche titula allí «Drama satírico». Mas tarde aparece el siguiente fragmento:
«'Ariadna, dijo Dioniso, eres un laberinto: Teseo se ha extraviado dentro de ti, ya no tiene hilo alguno; ¿de qué le sirve ahora el no haber sido devorado por el Minotauro? Lo que le devora es peor que un Minotauro'. Tú me adulas, respondió Ariadna, pero estoy cansada de mi compasión, por causa mia deben perecer todos los héroes: este es mi último amor para con Teseo: 'yo le hago perecer'.»
Otro apunte inédito de esta misma época dice lo siguiente:
«'Oh Ariadna, tu misma eres el Laberinto: de ti no se vuelve 'Dioniso, tú me adulas, eres divino'»...
Asimismo existe el siguiente apunte inédito:
«La historia ocurrió, en efecto, durante mi primera estancia en Naxos: 'Pero señor mio!' dijo ella, '¡hablais un alemán de cerdos!'-'¡Alemán! ', respondí yo de buen humor,' ¡sencillamente
alemán! ¡Dejad de lado el cerdo, diosa mía! ¡subestimáis la dificultad de decir en alemán cosas delicadas!'-'¡Cosas delicadas!' exclamó ella horrorizada...'¡A dóinde se quiere ir! -y al decir esto jugaba impacientemente con el famoso hilo que en otro tiempo guió a su Teseo a través del Laberinto. - Así se puso de manifiesto que en su formación filosófica Ariadna llevaba dos milenios de retraso

Por fin, el último diálogo entre Dioniso y Ariadna es el que cierra uno de los Ditirambos de Dioniso, titulado «Lamento de Ariadna». dice así:
«Un rayo. Dioniso se hace visible con una belleza esmeraldina. Dioniso:
¡Sé inteligente, Ariadna!...
Tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas:
¡Introduce en ellas una palabra inteligente!
¿No hay que odiarse primero, cuando se pretende amarse?...
Yo soy tu Laberinto
»...
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Como es bien sabido, Schopenhauer fue el filósofo que más influyó sobre Nietzsche en sus primeros tiempos. Nietzsche se distanció posteriormente de él, pero siguió considerándolo como
a mi gran maestro, el único a quien yo tengo que enfrentarme». Al convertirlo aquí en el «heredero de la interpretación cristiana», Nietzsche hace de él su antipoda.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Una amplia discusión sobre este mismo tema se encuentra también en La genealogía de la moral.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Véase, en general, El banquete, y sobre todo el diálogo de Diotima con Sócrates: «Es esta acción [del amor] la procreación en la belleza tanto segúin el cuerpo como según el alma (206 b). Pues no es el amor, Sócrates, como tú crees, amor de la belleza. -Entonces, ¿qué es? .-Amor de la generación y del parto en la belleza» (206 d).
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Véase, en el Fedro, el largo discurso de Sócrates (244 a- 256 e).
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La citada expresión latina procede de la Etica de Spinoza. En alemán hay un malicioso juego de palabras - que se pierde totalmente en castellano - entre Spinne [arena] y Spinoza.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































L' art pour l' art es frase acuñada en 1818 por el filósofo francés Victor Cousin (1792-18673 y difundida sobre todo por Th. Gautier (1811-1872), en el prólogo a su novela Mademoiselle de Maupin. Con ella se rechaza toda heteronomia del rito. En Más allá del bien y del mal alude igualmente Nietzsche a ella.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche establece aquí una relación, que se pierde en castellano, entre können [poder] y Künstler [artista], de idéntica raiz en alemán. En más de una ocasión emplea Nietzsche ese mismo juego de palabras; por ejemplo, en El nacimiento de la tragedia.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Ver El mundo como voluntad y representación, I, 8 32.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































El menosprecio de Nietzsche por lo liberal» es constante en sus escritos.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Una aplicación de esta misma idea puede verse en Ecce homo.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Expresión muy conocida en Alemania; procede de la ópera de Mozart La flauta mágica (aria de Tamino).
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En un fragmento inedito de la primavera-verano de 1888 dice Nietzsche: «En realidad nunca será bastante la seriedad con que se plantee a las mujeres jóvenes esta alternativa de conciencia: aut Wagner aut liberi [o Wagner o hijos]
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Son palabras de Galiani a Madame d'Espinay, en su carta de 18 de septiembre de 1769, tras haberle pedido el envío de cuanto estuviese ya impreso de su obra Dialogues sur le commerce des blés.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche alude aquí al verso 1.182 del Fausto:Entschlafen sind nun wilde Triebe[Se han adormecido los instintos salvajes].
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Sarcásticamente alude aqui Nietzsche al nombre de Parsifal, que, según la creencia de Wagner  - siguiendo en ello una arriesgada etimología de Görres -, procedia del árabe parsi (puro) y fal (tonto). Nietzsche usa en varias otras ocasiones esta misma ironía.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En  febrero de 1888, en Niza, Nietzsche había vuelto a leer a Plutarco, según le dice a su amigo Peter Gast en una carta escrita el 13 de ese mes. Aquí Nietzsche hace un resumen del capitulo 17 de la Vida de César, de Plutarco, cuyos párrafos principales a este respecto dicen así:
"Pero su sufrimiento y tolerancia en las fatigas, pareciéndo que eran superiores a sus fuerzas fisicas, no dejaron de causar admiración, porque con ser de complexión flaca, de piel blanca y delicada y estar sujeto a dolores de cabeza y al mal epiléptico (habiendo sido en Córdoba donde este mal le acometió por primera vez, según se dice), no buscó en su delicadeza pretexto para la vida muelle, sino que, haciendo de la milicia una medicina para su debilidad, con los continuos viajes, con las comidas frugales y con tomar el sueño en cualquier parte combatia sus males y conservaba su cuerpo casi inaccesible a ellos
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche alude aquí a las conocidas palabras de Aquiles en su diálogo con Tetis (Ilíada, XVIII, 109). En sentido parecido, y hablando también de la venganza, había citado Nietzsche ya este pasaje homérico en La genealogía de la moral.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Sobre este tema ver Así habló Zaratustra, « De la muerte libre.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Algunas de estas historias las cuenta Nietzsche en Ecce homo.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Muy agadecido: sehr verbunden. Nietzsche hace aquí un juego de palabras -que se pierde totalmente en castellano- entre el título del periódico Bund y verbunden.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La expresión «pathos de la distancia» la emplea Nietzsche por vez primera en Más allá del bien y del mal, y, a partir de ese momento aparece en todas sus obras posteriores. Es una condiciónn de la «aristocracia» y de la «auto-superación» del hombre.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Herbert Spencer (1820-1903), filósolo inglés, precursor de Darwin con su idea de que toda evolución orgánica es un paso de la «homogeneidad a la heterogeneidad», fue a su vez muy influido
por el darwinismo. Nietzsche habla siempre muy negativamente de él. Así, en La gaya ciencia, apartado 373, dice que la «final conciliación de 'egoísmo' y 'altruismo' realizada por el pedante inglés Herbert Spencer... constituye casi nuesträ náusea- ¡una humanidad que tuviera como perspectivas últimas las perspectivas de Spencer nos parecería digna de desprecio, digna de ser aniquilada!
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Inmediatamente después va a decir Nietzsche: «Los pueblos que valieron algo, que llegaron a valer algo, no llegaron nunca a ello bajo instituciones liberales.» Nietzsche polemizó con el liberalismo ya desde el principio de su carreta literaria. En los fragmentos póstumos se enfrenta a él en varias ocasiones.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































También en Más allá del bien y del mal, alude Nietzsche a Venecia como «una institución,
ya voluntaria, ya involuntaria, destinada a la cría». En vez de nombrarla juntamente con Roma, allí dice «una antigua polis griega o Venecia».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La cita de Nietzsche corresponde al apartado 472, titulado «Religión y gobierno
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Ideas similares sobre Rusia las había expuesto ya Nietzsche en Más allá del bien y del mal, y volverá a exponerlas en Ecce horno.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Las opiniones de Nietzsche sobre el obrero y sobre la cuestión obrera están determinadas, de un lado, por su visión de la «aristocracia» griega, y de otro, por su polémica con el socialismo. En Humano, demasiado humano, II, «El viajero y su sombra», 286, puede verse un complemento de la opinión aquí expresada.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche cita aquí, anadiéndole un no, el verso primero, muy popular en Alemania, de la poesía de Max von Schenkendorf (1783-1817) titulada Libertad.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La honestidad (Rechtschaffenheit) es para Nietzsche lo opuesto a la pia fraus, a que se ha referido varias veces en este libro.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































El problema del «genio» es uno de los que preocuparon a Nietzsche a lo largo de toda su vida; en su obra se encuentran innumerables referencias al mismo. Ver, por ejemplo, Schopenhauer como educador (3 y 6); Humano, demasiado humano (157, 231 y 237); Aurora (548); Más allá del bien y del mal (143, 204 y 242).
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En Ecce homo,  Nietzsche repite literalmente este último párrafo, aplicándolo allí a «las naturalezas
superiores».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































En el siglo pasado fueron sobre todo Comte y Taine quienes defendieron la llamada «teoría del milieu [medio]», esto es, del mundo en torno, sobre el desarrollo y las peculiaridades del ser
humano. En un fragmento inédito dice Nietzsche lo siguiente: «Contra la teoria del ínflujo del milieu y de las causas externas: la fuerza interna es infinitamente superior; muchas cosas que parecen ser un influjo venido de fuera son tan sólo una acomodación de esa fuerza desde dentro. Milieus idénticos pueden ser interpretados y aprovechados de manera antitética: no existen los hechos. -Un genio no es explicable por tales condiciones de su genesis
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Tiene el sentido de  «no presagiar nada bueno».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































177
H. Th. Buckle (1821-1862), historiador inglés, autor de la Historia de la civilización en Inglaterra, obra leída por Nietzsche. En ella Buckle subraya ante todo la importancia del medio y niega que los «grandes hombres, sean las «causas» de los grandes hechos históricos. En
La genealogía de la moral, Nietzsche lo zahiere, motejándolo de «plebeyo».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Al igual que el problema del «genio», también el problema del «criminal» preocupó a Nietzsche a lo largo de toda su vida. Ver, en Así habló Zaratustra, el capítulo titulado «Del pálido criminal».
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































El conocimiento de Dostoievski por Nietzsche ha dado lugar a variadas discusiones, motivadas sobre todo por los intentos de ocultación llevados a cabo por la hermana, E. Förstet-Nietzsche.
El nombre de Dostoievski aparece citado por vez primera por Nietzsche en una carta escrita desde Niza, el 12 de febrero de 1887, a su amigo F. Overbeck. En ella, en una nota escrita al margen, dice Nietzsche: «¿Te he hablado de H. Taine? ¿Y de que me encuentra infiniment suggestif? ¿Y de Dostoievski?» Al día siguiente, en una carta a Peter Gast, Nietzsche amplía la anterior alusión: «¿Conoce usted a Dostoievski? Excepto Stendhal, nadie me ha causado tanto contento y sorpresa: un psicólogo con el que ' yo me entiendo'.» Por fin, pocos días más tarde, el 23 de febrero de 1887, en otra carta a Overbeck aparece esta esclarecedora noticia: «De Dostoievski yo no conocía ni el nombre hasta hace pocas semanas - ¡yo un hombre inculto que no lee 'periódicos'!   Una zarpada casual en una tienda de libros me puso ante los ojos la obra L'esprit  souterrain, recién traducida al francés (¡algo igual de casual me ocurrió, con Schopenhauer cuando yo tenía veintiún anos, y con Stendhal cuando tenía treinta y cinco!) El instinto de afinidad (¿o qué nombre le daré?) dejó oír su voz en seguida, mi alegría fue extraordinaria: tengo que remontarme a mi conocimiento de Rouge et Noir de Stendhal para recordar una alegría igual. (Son dos relatos, el primero propiamente una pieza de música, de una música muy extraña, muy poco alemana; el segundo, un alarde genial de psicología, una especie de autoescarnio del gnozi sautón
Nietzsche conoció a Dostoievski, por tanto, en las primeras semanas de 1887, o más bien en las últimas de 1886, puesto que en la primera línea del prólogo a la segunda edición de Aurora,
fechado en «Ruta junto a Génova, en el otoño del año 1886», pero corregido a finales de este año, aparece una clara alusión al «espíritu subterráneo».
La descripción de su encuentro con la obra de Dostoievski hecha por Nietzsche a Overbeck en la carta antes citada, queda más completa en esta otra carta a P. Gast, de 7 de marzo de 1887:
«Con Dostoievski me ha ocurrido lo mismo que anteriormente con Stendhal: el contacto más casual, un libro que se abre en una librería, desconocimiento incluso del nombre -y el instinto que repentinamente dice que aquí he tropezado con alguien afín. Hasta ahora es poco lo que sé de su posición, su fama, su historia: murió en 1881. En su juventud le fue mal: enfermedad, pobreza, pese a su ascendencia aristocrática; a los veintisiete años, condenado a muerte, indultado en el cadalso, luego cuatro años en Siberia, encadenado, en medio de autores de graves crímenes. Este tiempo fue decisivo: descubrió la fuerza de su intuición psicológica, más aún, su corazón se endulzó y se profundizó con ello - su libro de recuerdos de ese tiempo, La maison des morts, es uno de los libros más humanos que hay. Lo primero que he conocido de él, que acaba de aparecer en traducción francesa, se llaa L'esprit souterrain, que contiene dos relatos: el primero, una especie de música desconocida; el segundo, un verdadero alarde genial de psicología -un terrible y cruel escarnio del gnózi sautón, pero trazado con una audacia tan ligera y con tanto deleite de fuerza superior, que yo quedé totalmente ebrio de contento. Entre tanto, por recomendación de Overbeck, a quien pregunté en mi última carta, he leído además Humiliés et offensés (lo único que Overbeck conocía), con el máximo respeto por el artista Dostoievski. También he notado ya cómo la más reciente generación de novelistas franceses está completamente tiranizada por el influjo de Dostoievski y por los celos con respecto a él (por ejemplo, Paul Bourget).»
Nietzsche vuelve a aludir a Dostoievski en otras cartas; y en los fragmentos inéditos escritos desde el otoño de 1887 a enero de 1889 el nombre del novelista ruso aparece nada menos que doce veces. En El Anticristo Nietzsche menciona a Dostoievski en relación con Jesús. Las obras de Dostoievski, leídas por Nietzsche, todas ellas en traducción francesa, fueron: La maison des
morts, L'esprit souterrain, Crime el Châtiment, Les possédés y Humiliés et offensés
.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































La expresión «existencia catiliniaria, que pronto se hizo, popular en Alemania, fue forjada por Bismarck; en una sesión del Parlamento celebrada el 30 de septiembre de 1862, dijo éste las siguientes palabras: «Hay en el país toda una muchedumbre de "existencias catilinarias" que tienen un gran interés en hacer revoluciones
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Conocidos versos del «Doctor Marianus» (hablando desde la celda más alta y más pura)en el Fausto):Hier ist die Aussicht frei, Der Geist erhoben.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Palabras de Clotilde de Vaux.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Véase Tusculanas, IV, 6, 11.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Véase Así habló Zaratustra, «De las tarántulas» donde Nietzsche expone esta misma doctrina.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Sobre Goethe y la Revolución francesa, véase también Más allá del bien y del mal.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche alude aquí al conocido número 66 de los Epigramas venecianos, que dice así:
[yo puedo soportar muchas cosas. La mayor parte de las molestias
las tolero con ánimo tranquilo, como me manda Dios.
Pero algunas me resultan tan repugnantes como el veneno y la serpiente.
Son cuatro
: el humo del tabaco, las chinches, el ajo y la cruz].
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Sobre sus aforismos y las dificultades que ofrecen al lector, dice Nietzsche en La geneología de la moral: en otros casos la forma aforistica produce dificultad: se debe esto a que hoy no se da suficiente importancia a tal forma. Un aforismo, si está bien acuñado y fundido, no queda ya 'descifrado' por el hecho de leerlo; antes bien, entonces es cuando debe empezar su interpretación, y para realizarla se necesita un arte de la misma.
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































Nietzsche se refiere aquí a la Transvaloración de los valores, pues en varias cartas y apuntes la califica de ese mismo modo. Véase, por ejemplo, la carta a Meta von Salis, de 7 de septiembre de 1888: «El año próximo me decidiré a dar a la imprenta la Transvaloración de los valores, el libro más independiente que exista...» Y en un fragmento inédito de julio-agosto de 1888 dice lo siguiente: «He dado a los alemanes el libro más profundo que ellos poseen, mi Zarathustra, -con éste les doy el más independiente. ¿Cómo? me dice esto mi mala conciencia, ¿quieres arrojar perlas - a los alemanes
Incursiones de un intempestivo
























































































































































































































































































































































































A propósito de Salustio dice Nietzsche en Ecce homo que en sus ejercicios escolares, él «ponía la ambición de su pluma en imitar en rigor y concisión a mi modelo Salustio».
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Wilhelm Paul Corssen (1820-1875) fue profesor de historia en Pforta durante la época en que Nietzsche estudió en aquella institución. Es el único de sus profesores de Pforta que Nietzsche cita en sus obras.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Véase el apartado 22 de Humano, demasiado humano, tomo I, titulado «Increencia en el ' monumentum aere perennius'».
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































El aprecio de Nietzsche por Horacio se manifiesta también en otros muchos lugares de sus obras. Ver, por ejemplo, Humano, demasiado humano, I, apartado 109;  II, «Opiniones y sentencias mezcladas»,  apartados 49 y 276; «El viajero y su sombra», apartados 86 y 313, etc.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Sobre este punto, ver El nacimiento de la tragedia.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































La «diatriba», género predilecto de los filósofos cínicos de la Antigüedad, se caracterizaba por su abigarramiento y confusión de estilos. El más destacado cultivador de la misma fue Menipo de Gádara, cuyos escritos, no conservados, llenaban trece libros. Los romanos imitaron ese estilo (en el que se entremezclaban prosa y verso) en su satura. Varrón escribió una obra titulada precisamente Saturae Menippeae.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Ver Diógenes Laercio, III, 6.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Al igual que ocurre con Horacio, también Tucídides es citado numerosas veces en sus obras por Nietzsche. Por ejemplo, en Humano, demasiado humano, I, apartados 32, 261 y 474;   II, «El viajero Y su sombra»,  apartados 31 y 144; Aurora,  apartado 168 (donde manifiesta su predilección por Tucídides frente a Platón).
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Esta concisa indicación es desarrollada ampliamente por Nietzsche en un importante fragmento inédito de la primavera de 1888, titulado «La lucha de la ciencia. Los sofistas». Dice así el fragmento:  «Los sofistas no son otra cosa que realistas: los valores y prácticas conocidos por todos los formulan ellos elevándolos al rango de valores, - tienen el valor que poseen todos los espíritus fuertes para saber su inmoralidad. ¿Se cree acaso que aquellas pequeñas ciudades libres griegas, que con gusto se habrían devorado por rabia y por celos, estaban gobernadas por principios filantrópicos y honestos? ¿Acaso se le hace a Tucídides algún reproche por el discurso que pone en boca de los enviados atenienses, cuando trataban con los melios acerca de la ruina o la sumisión? Hablar de la virtud en medio de esa terrible tensión no les era posible más que a los tartufos perfectos -o a hombres situados al margen, eremitas, fugitivos y emigrantes de la realídad... todos ellos, gentes que negaban para poder vivir.- Los sofistas eran griegos: cuando Sócrates y Platón adoptaron el partido de la virtud y la justicia, fueron judios o yo no sé que.-La táctica empleada por Grote para la defensa de los sofistas es falsa: quiere elevarlos a la categoría de hombres de honor y a estandartes de la moral - pero su honor estaba en no cultivar ninguna patraña con grandes palabras y virtudes...»
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































La expresíón «alma bella» (schöne Seele), popularizada en Alemania sobre todo a partir del Wilhelm Meister, de Goethe (cuyo sexto libro se titula «Confesiones de un alma bella»), es
utilizada muy frecuentemente por Nietzsche, pero siempre con ironia.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Simplicidad elevada: hohe Einfalt. Nietzsche se burla aquí de la expresión edle Einfalt und stille Crosse [noble sencillez y tranquila grandeza], que a partir de la obra de Winckelmann
Gedanken über die Nachahmung der griechischen Werke in der Malerci und Bildhauerkunst
[Pensamientos sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura] (1755), llegó a
convertírse en el tópico de la conversación alemana para referirse a los griegos.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































En El nacimiento de la tragedia (1872) Nietzsche repite estas ideas. Tambien en Ecce homo.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Ch. A. Lobeck (1781-1860), filólogo alemán, fue profesor en Wittenberg y en Königsberg. Se le deben importantes obras de gramática y de lexicografía. Su obra más importante es Aglaophamus seu de Theologiae mysticae Graecorum causis, dirigida contra la Simbólica de Creuzer; Nietzsche había leído la obra de Lobeck en sus años de estudiante.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Recuérdese que El nacimiento de la tragedia contiene ya una polémica latente contra Winckelmann y Goethe.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Ver El Anticristo.
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































La polémica de Nietzsche contra Aristóteles en este punto se desarrolla asimismo a lo largo de El nacimiento de la tragedia .
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































«El último discípulo del filósofo Dioniso» es definición que Nietzsche se habia aplicado ya a si mismo en Más allá del bien y del mal. «El maestro del eterno retorno» es la definición que sus animales le dan a Zaratustra: «Pues tus animales saben bien, oh Zaratustta, quién eres tú y quién tienes que llegar a ser: tú eres el maestro del eterno retorno,- ¡ese es tu destino!».
Lo que debo a los antiguos
























































































































































































































































































































































































Ver Así habló Zaratustra, «De las tablas viejas y nuevas».
Lo que debo a los antiguos