INCURSIONES DE UN
INTEMPESTIVO1
Mis imposibles.- Séneca: o el torero de la virtud. - Rousseau: o el retorno a la
naturaleza in impuris naturalibus [en un estado natural impuro].- Schiller: o el trompetero moral de Säckingen. - Dante: o la hiena que
hace poesía en los sepulcros. - Kant: o el cant [la
gazmoñería como carácter inteligible. - Victor Hugo: o el faro junto al mar del
sinsentido. - Liszt: o la escuela de la facilidad para
correr -- detrás de las mujeres.» - George Sand o lactea ubertas [abundancia de
leche], dicho con claridad: la vaca lechera con un «estilo bello».- Michelet:
o el entusiasmo que se quita la bata...-Carlyle: o el pesimismo como almuerzo mal
digerido. - John Sttuart Mill: o la claridad ofensiva. - Les freres de Goncourt: o los dos
Ayax en lucha con Homero. Música de Offenbach. - Zola: o «la alegría de heder.
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- Renan . - Teología, o la corrupción de la razón por
el «pecado original» (el cristianismo). Testimonio, Renan, el cual, tan pronto como
aventura alguna vez un sí o un no de índole un poco general, yerra el blanco con una
regularidad penosa. El quisiera asociar, por ejemplo, en una sola cosa la science y la
noblesse: pero la science es cosa de la democracia, eso es algo que se palpa. El desea
representar, con una ambición nada pequeña, un aristocratismo del espíritu: pero a la
vez se postra de rodillas, y no sólo de rodillas, ante la doctrina contraria a aquél,
ante el évangile des humbles [evangelio de
los humildes]... ¿De qué sirven todo el librepensamiento, toda la modernidad,
toda la burla y toda la flexibilidad de un torcecuello cuando en las propias entrañas se
ha seguido siendo cristiano, católico e incluso sacerdote! Al igual que el jesuita y el
confesor, Renan tiene su inventiva en la seducción; no le falta a su espiritualidad esa
amplia sonrisa satisfecha propia del cura,-como todos los sacerdotes, se vuelve peligroso
tan sólo cuando ama. Nadie le iguala en el adorar de una manera mortalmente peligrosa...
Ese espíritu de Renan, un espiritu que enerva, es una fatalidad más para la pobre
Francia enferma, enferma de la voluntad. -
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Sainte-Beuve. - Nada viril en él; lleno de una rabia
pequeña contra todos los espíritus viriles. Vaga de un lado para otro, sutil, curioso,
aburrido, sorprendiendo secretos ajenos, - en el fondo una hembra, con un ansia femenina
de venganza y una sensualidad de hembra. Como psicólogo, un genio de la médicance
[maledicencia]; inagotablemente rico en medios para ello; nadie pretende mejor
que él de mezclar veneno en la alabanza. Plebeyo en los instintos más básicos, y
emparentado con el resentimento de Rousseau: por consiguiente, un romántico, - pues por
debajo de todo romantisme [romanticismo] gruñe y codicia el instinto rousseauniano de
venganza.Un revolucionario, pero refrenado por el miedo. Sin libertad frente a todo lo que
tiene fortaleza (opinión pública, academia, corte, incluso Port-Royal). Irritado contra
todo lo grande que hay en los hombres y en las cosas, contra todo lo que tiene fe en sí
mismo. Bastante poeta y semihembra para sentir todavía lo grande como poder;
constantemente retorcido, como aquel famoso gusano, porque se siente constantemente
pisado. Como sano crítico, sin criterio, apoyo ni espina dorsal, con la lengua del
libertino cosmopolita para hablar de muchas cosas distintas, pero sin el valor de hacer
confesión de libertinage. Como historiador, sin filosofía, sin el poder de la mirada
filosófica, -por ello, rechazando en todos los asuntos principales la tarea de juzgar,
cubriéndose con la «objetividad» como con una máscara. De modo distinto se comporta
con todas aquellas cosas en que la instancia suprema es un gusto sutil, experimentado:
aquí tiene realmente el valor de ser él mismo, el placer por sí mismo, - aquí él es
maestro. - En algunos aspectos, una forma anticipada de Baudelaire.-
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La imitatio Christi [imitación de Cristo] es uno de los libros que yo no tomo en
las manos sin sentir una resistencia fisiológica: exhala un parfum propio de lo eterno
femenino, para gustar del cual hay que ser ya un francés -o un wagneriano... Ese santo
tiene una manera de hablar del amor que incluso las parisinas se sienten curiosas. - Me
dicen que aquel inteligentisimo jesuita, A. Comte, que quiso llevar a sus franceses a Roma
por el rodeo de la ciencia, se inspiró en ese libro. Lo creo: «la religión del
corazón»..,
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G. Eliot. - Se han desprendido del Dios cristiano, y creen tanto más tener que conservar
la moral cristiana: esa es una deducción inglesa, no se la vamos a tomar a mal a las
mujercillas morales á la Eliot. En Inglaterra uno tiene que recobrar de
una manera aterradora, siendo un fanático de la moral, el honor perdido por toda pequeña
emancipación de la teología. Esa es allí la penitencia que se paga. - Para nosotros,
que somos distintos, las cosas son distintas. Cuando uno abandona la fe cristiana pierde
el derecho a apoyarse en la moral cristiana. Esta no es en modo alguno algo evidente de
por sí: a pesar de los memos ingleses, hay que poner una y otra vez de relieve este
punto. El cristianismo es un sistema, una visión de las cosas coherente y total. Si se
arranca de él un concepto capital, la fe en Dios, se despedaza con ello también el todo:
ya no se tiene entre los dedos una cosa necesaria. El cristianismo presupone que el ser
humano no sabe, no puede saber qué es bueno, qué es malo para él: cree en Dios, que es
el único que lo sabe. La moral cristiana es un mandato; su origen es trascendente; está
más allá de toda crítica, de todo derecho a la crítica; tiene verdad tan sólo en el
caso de que Dios sea la verdad, - depende totalmente de la fe en Dios. -
Si de hecho los ingleses creen que ellos saben de por sí, «intuitivamente», qué es
bueno y qué es malo, si, por consiguiente, opinan que ya no tienen necesidad del
cristíanismo como garantía de la moral, eso mismo es simplemente consecuencia del
dominio del juicio cristiano de valor y expresión de la fortaleza y profundidad de ese
juicio: hasta el punto de que se ha olvidado el origen de la moral inglesa, hasta el punto
de que no se percibe ya el carácter muy condicionado de su derecho a existir. Para el
inglés la moral no es todavía un problema....
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George Sand.-He leído las primeras letrres d'un voyageur [Cartas de un viajero]:
como todo lo que desciende de Rousseau, falsas,
afectadas, un fuelle, exageradas. Yo no soporto ese multicolor estilo de papel pintado;
tampoco la ambición plebeya de tener sentimientos generosos. Lo peor, ciertamente,
continúa siendo la coquetería femenina expresada con unos modales masculinos, con unos
modales de jóvenes ineducados.- ¡Qué fría tiene que haber sido, con todo, esa artista
insoportable! Se daba cuerda como un reloj - y escribía... ¡Fría como Hugo, como
Balzac, como todos los románticos, en cuanto se ponían a hacer poesía! ¡Y qué
complacida de si misma habrá estado tumbada al hacerlo, esa fecunda vaca de escribir, que
tenía en sí algo alemán en el mal sentido de la palabra, lo mismo que también
Rousseau, su maestro, y que, en todo caso, sólo fue posible al decaer el gusto francés!
- Pero Renan la venera...
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Moral para psicólogos. - ¡No cultivar una psicología de chamarilero! ¡No observar
jamás por observar! Eso da una óptica falsa, un mirar bizco, que resulta forzado y que
exagera las cosas. El tener vivencias, cuando es un querer-tener-vivencias, - no resulta
bien. En la vivencia no es lícito mirar hacia sí, toda mirada se convierte entonces en
«mal de oio». Un psicólogo nato se guarda, por instinto, de ver por ver; lo mismo puede
decirse del pintor nato. Este no trabaja jamás «según la naturaleza», - encomienda a
su instinto, a su camera obscura, el cribar y exprimir el «caso», la «naturaleza», lo
«vivido»... Hasta su consciencia llega sólo lo universal, la conclusión, el resultado:
no conoce ese arbitrario abstraer del caso individual.-¿Qué es lo que resulta cuando se
obra de otro modo? ¿Cuando se cultiva, por ejemplo, una psicología de chamalilero, a la
manera de los romanciers [novelistas] parisinos, grandes y pequeños? Esa gente anda, por
así decirlo, al acecho de la realidad, esa gente se lleva a casa cada noche un puñado de
curiosidades... Pero véase qué es
lo que acaba saliendo de ahí - un montón de borrones, un mosaico en el mejor de los
casos, y en todo caso algo que es resultado de sumar varias cosas, algo turbulento, de
colores chillones. Lo peor aquí lo logran los Goncourt: no ponen juntas tres frases que
no hagan sencillamente daño al ojo, al ojo del psicólogo. - La naturaleza, evaluada
artísticamente, no es un modelo. Ella exagera, deforma, deja huecos. La naturaleza es el
azar. El estudio «según la naturaleza» me parece un mal signo: delata sumisión,
debilidad, fatalismo,-ese yacer-por-el-polvo ante los petits
faits [hechos pequeños] es indigno de un artista entero. Ver lo que es - eso es
propio de un género distinto de espíritus, de los antiartísticos, de los hombres de
hechos. Hay que saber quién se es...
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Para la psicología del arrista. - Para que haya arte, para que haya algún hacer y
contemplar estéticos, resulta indispensable una condición fisiológica previa: la
embriguez. La embriaguez tiene que haber
intensificado primero la excitabilidad de la máquina entera: antes de esto no se da arte
ninguno. Todas las especies de embriaguez, por muy distintos que sean sus
condicionamientos, tienen la fuerza de lograr esto: sobre todo la embriaguez de la
excitación sexual, que es la forma más antigua y oríginaria de embriaguez. Asimismo la
embriaguez de que van seguidos todos los apetitos grandes, todos los afectos fuertes; la
embriaguez de la fiesta, de la rivalidad, de la pieza de virtuosismo, de la victoria, de
todo movimiento extremado; la embriaguez de la crueldad; la embriaguez en la destrucción;
la embriaguez debida a ciertos influjos meteorológicos, por ejemplo la embriaguez
primaveral; o la debida al influjo de los narcóticos; por fin, la embriaguez de la
voluntad la embriaguez de una voluntad sobrecargada y henchida. - Lo esencial en la
embriaguez es el sentimiento de plenitud y de intensíficación de las fuerzas. De este
sentimiento hacemos partícipes a las cosas, las constreñimos a que tomen de nosotros,
las violentamos,- idealizar es el nombre que se da a ese proceso. Desprendámonos aquí de
un prejuicio; el idealizar no consiste, como se cree comúnmente, en un sustraer o restar
lo pequeño, lo accesorio. Un enorme extraer los rasgos capitales es, antes bien, lo
decisivo, de tal modo que los demás desaparezcan ante ellos.
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En este estado uno enriquece todas las cosas con su propia plenitud: lo que uno ve, lo que
uno quiere, lo ve henchido, prieto, fuerte, sobrecargado de energía. El hombre de ese
estado t:ansforma las cosas hasta que ellas reflejan el poder de él, - hasta que son
reflejos de la perfección de él. Este tener-que-transformar las cosas en algo perfecto
es - arte. Incluso todo lo que el hombre de ese estado no es se convierte para él, sin
embargo, en un placer en sí; en el arte el hombre se goza a sí mismo como perfección. -
Estaría permitido imaginarse un estado antitético, un antiartisticismo específico del
instinto, -un modo de ser que empobreciera, adelgazara, volviese tuberculosas todas las
cosas. Y de hecho la historia abunda en tales antiartistas, en tales famélicos de vida:
los cuales, por necesidad, tienen que acoger en sí las cosas, consumirlas, hacerlas más
flacas. Este es, por ejemplo, el caso del cristiano auténtico, de Pascal por ejemplo: un
cristiano que a la vez sea un artista es algo que no se da... No se sea pueril y no se me
replique con Rafael o con cualquiera de los cristianos
homeopáticos del siglo xix: Rafael decía sí, Rafael hacía sí, por consiguiente Rafael
no ers un cristiano.....
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¿Qué significan los conceptos antitéticos apolíneo y dionisíaco, introducidos por mí
en la estética, concebidos ambos como especies de
embriaguez? -la embriaguez apolínea mantiene excitado ante todo el ojo, de modo que éste
adquiere la fuerza de ver visiones. El pintor, el escultor, el poeta épico son
visionarios par excellence. En el estado dionisíaco, en cambio, lo que queda excitado e
intensificado es el sistema entero de los afectos: de modo que ese sistema descarga de una
vez todos sus medios de expresión y al mismo tiempo hace que se manifieste la fuerza de
representar, reproducir, transfigurar, transformar, toda especie de mímica y de
histrionismo. Lo esencial sigue siendo la facilidad de la metamorfosis, la incapacidad de
no reaccionar ( - de modo parecido a como ocurre con ciertos histéricos, que a la menor
señal asumen cualquier papel). Al hombre dionisíaco le resulta imposible no comprender
una sugestión cualquiera, él no pasa por alto ningún signo de afecto, posee el más
alto grado del instinto de comprensión y de adivinación, de igual modo que posee el más
alto grado del arte de la comunicación. Se introduce en toda piel, en todo afecto: se
transforma permanentemente. - La música, tal como la entendemos hoy, es también una
excitación y una descarga globales de los afectos, pero no es, sin embargo, más que el
residuo de un mundo expresivo mucho más pleno del afecto, un mero residuum del
histrionismo dionisiaco. Para hacer posible la música como arte especial se ha
inmovilizado a un gran número de sentidos, sobre todo el sentido rnuscular (al menos
relativamente: pues en cierto grado todo ritmo continúa hablando a nuestros músculos):
de modo que el hombre ya no imita y representa en seguida corporalmente todo lo que
siente. Sin embargo, ése es propiamente el estado dionisíaco normal, en todo caso el
estado dionisíaco primordial; la música es la especificación, lentamente conseguida, de
ese estado a costa de las facultades más afines a ella.
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El actor de teatro, el mimo, el bailarín, el músico, el poeta lírico son radicalmente
afines en sus instintos, de suyo son una sola cosa, pero poco a poco se han ido
especializando y separando unos de otros - hasta llegar incluso a la contradicción. El poeta lírico fue quien más
largo tiempo permaneció unido con el músico; el actor de teatro, con el bailarín. - El arquitecto no representa ni un estado dionisíaco ni un
estado apolíneo: aquí los que demandan arte son el gran acto de voluntad, la voluntad
que traslada montarjas, la embriaguez de la gran voluntad. Los hombres más poderosos han
inspirado siempre a los arquitectos; el arquitecto ha estado en todo memento bajo la
sugestión del poder. En la arquitectónica deben adquirir visibilidad el orgullo, la
victoria sobre la fuerza de la gravedad, la voluntad de poder; la arquitectura es una
especie de elocuencia del poder expresada en formas, elocuencia que unas veces persuade e
incluso lisonjea y otras veces se limita a dictar órdenes. El más alto sentimiento de
poder y de seguridad se expresa en aquello que posee gran estilo.
El poder que no tiene ya necesidad de ninguna prueba; que desdeña el agradar; que
difícilmente da una respuesta; que no siente testigos a su alrededor; que vive sin tener
consciencia de que exista contradicción contra el; que reposa en si, fatalista, una ley
entre leyes: esto habla de sí mismo en la forma del gran estilo.-
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He leído la vida de Thomas Carlyle, esa farce
[farsa] inconsciente e involuntaria, esa interpretación heroico-moral de estados
dispépticos. - Carlyle, un varón de palabras y ademanes fuertes, un retor por necesidad,
constantemente desasosegado por el anhelo de tener una fe fuerte y por el sentimienlo de
la incapacidad de tenerla (-¡en esto, un romántico típico!) El anhelo de una fe fuerte
no es prueba de una fe fuerte, es, más bien, lo contrario. Si uno tiene esa fe, le es
lícito permitirse el hermoso lujo del escepticismo: está bastante seguro, bastante
firme, bastante libado para hacerlo. Carlyle aturde algo que él lleva dentro de sí con
el fortissimo de su veneración a los hombres de fe fuerte y con su rabia contra los que
son menos sencillos: necesita ruido. Una constante y apasionada falta de honradez para
consigo mismo - eso es su proprium [peculiaridad], por ello es y sigue siendo interesante.
- Es verdad que en Inglaterra se le admira cabalmente por su honradez... Ahora bien, eso
es algo inglés; y teniendo en cuenta que los ingleses son el pueblo del cant
[gazmonería] perfecto, es incluso algo razonable, y no sólo comprensible. En el fondo
Carlyle es un ateo inglés que busca su honor en no serlo.
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Emerson. _ Mucho más ilustrado, errabundo,
multiforme, refinado que Carlyle, sobre todo más feliz... Alguien que instintivamente se
alimenta sólo de ambrosía, que deja atrás lo que de indigerible hay en las cosas.
Comparado con Carlyle, un hombre de gusto.- Carlyle, que lo amaba mucho, dijo de él, sin
embargo: «no nos da bastante que morder»: lo
cual acaso esté dicho con razón, pero no en detrimento de Emerson. Emerson posee aquella
jovialidad benigna e ingeniosa que quita los ánimos a toda seriedad; no sabe en modo
alguno qué viejo es ya y qué joven será aún, -podría decir de sí mismo, con una
frase de Lope de Vega: «yo me sucedo a mí mismo».
Su espíritu encuentra siempre razones para estar contento e incluso agradecido; y a veces
roza la trascendencia jovial de aquel hombre de bien que volvió de una cita amorosa
tamquam re bene gesta [como de una cosa bien hecha].· Ut desint vires [aunque
falten las energías], decía agradecido, tamen est
laudanda voluntas [sin embargo, es de alabar
la voluptuosidad].-
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Anti-Darwin. - En lo que se refiere a la famosa «lucha por la vida», a mí a veces me
parece más aseverada que probada. Se da, pero como excepción; el aspecto de conjunto de
la vida no es la situación calamitosa, la situación de hambre, sino más bien la
riqueza, la exuberancia, incluso la prodigalidad absurda, -donde se lucha, se lucha por el
poder... No se debe confundir a Malthus con la naturaleza. - Pero suponiendo que esa lucha
exista -y de hecho se da-, termina, por desgracia, al revés de como lo desea la escuela
de Darwin, al revés de como acaso sería licito desearlo con ella: a saber, en detrimento
de los fuertes, de los privilegiados, de las excepciones afortunadas. Las especies no van
creciendo en perfección: los débiles dominan una y otra vez a los fuertes, -es que ellos
son el gran número, es que ellos son también más inteligentes... Darwin ha olvidado el
espíritu (- ¡eso es inglés! ), los débiles tienen más espíritu... Hay que tener
necesidad del espíritu para llegar a adquirirlo, - se lo pierde cuando ya no se tiene
necesidad de él. Quien tiene fortaleza prescinde del espíritu (-«¡dejad que se
extinga!, se piensa ahora en Alemania - nos quedará necesariamente el Reich...) Yo entiendo por espíritu, como se ve, la
previsión, la paciencia, la astucia, la simulación, el gran dominio de sí mismo y todo
lo que es mimicry [mimetismo] (esto último abarca una gran parte de la llamada
virtud).
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Casuistica de psicólogos.-Ese es un conocedor de hombres: ¿para qué estudia propiamcnte
a los hombrcs? Quiere obtener sobre ellos ventajas pequeñas, o también grandes,- ¡es un
politikus!... aquel de allá es también un conocedor de hombres: y vosotros decís que
él no quiere nada para sí mismo, que es un gran «impersonal». ¡Mirad con mayor
cuidado! Acaso él quiera incluso una ventaja peor; sentirse superior a los hombres, tener
derecho a mirarlos desde arriba, no seguir confundiéndose con ellos. Ese «impersonal»
es un despreciador de hombres; y aquel primero es la especies más humana, diga lo que
diga la apariencia. Al menos se equipara a ellos, se sitúa dentro de ellos...
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El tacto psicológico de los alemanes me parece puesto en entredicho por toda una serie de
casos de los que mi modestia me impide presentar un catálogo. En un caso no me faltará
una gran ocasión de alegar las pruebas de mi tesis: a los alemanes yo les guardo rencor
por haberse equivocado acerca de Kant y de su «filosofía
de las puertas traseras», como yo la denomino, - no era él el tipo de la
honestidad intelectual. - La otra cosa que no me gusta oír es una «y» tristemente
famosa: los alemanes dicen «Goethe y Schiller»,-temo que digan «Schiller y Goethe»...
¿No Se conoce todavía a ese Schiller? - Pero hay otras «y» peores que ésa; yo he
oído con mis propios oídos, bien es cierto que sólo entre catedráticos de Universidad,
«Schopenhauer y Hartmann»...
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Los hombres más espirituales, suponiendo que sean los más valerosos, son también los
que viven con mucho las tragedias más dolorosas: pero ellos honran la vida justo porque
ésta les opone su hostilidad máxima.
18
Sobre la conciencia intelectual». -
Ninguna cosa me parece más rara hoy que la hipocresía auténtica. Es grande mi sospecha
de que a esa planta no le resulta propicia la suave atmósfera de nuestra cultura. La
hipocresia es propia de las edades de fe fuerte: cuando la gente no se desprendía de la
fe que tenía ni aun en el caso de que se viera necesitada a hacer ostentación de una fe
distinta. Hoy la gente se desprende de su fe; o se provee, lo cual es aún más habitual,
de una segunda fe, - en ningún caso deja de ser honorable. No cabe duda de que hoy es
posible un número mucho mayor de convicciones que en otro tiempo: posible, es decir,
permitido, es decir, inocuo. De aquí surge la tolerancia para consigo mismo. - La
tolerancia para consigo mismo permite tener varias convicciones: ellas mismas conviven
pacíficamente, - se guardan, como todo el mundo hoy, de comprometerse. ¿De qué modo se
compromete hoy uno? Si es consecuente. Si camina en línea recta. Si tiene menos de cinco
significados. Si es auténtico... Es grande mi miedo de que el hombre moderno sea
sencillamente demasiado cómodo para algunos vicios: hasta el punto de que justo éstos se
extingan. En nuestra tibia atmósfera todas las cosas malvadas que están condicionadas
por una voluntad fuerte -y acaso no haya nada malvado sin fortaleza de voluntad -
degeneran en virtud... Los pocos hipócritas que yo he llegado a conocer remedaban la
hipocresía: eran, como lo es hoy un hombre de cada diez, comediantes. -
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Bello y feo. - Nada está más condicionado, digamos más restringido, que nuestro
sentimiento de lo bello. Quien se lo imaginase desligado del placer del hombre por el
hombre perdería en seguida el suelo y el terreno bajo sus pies. Lo «bello en sí» no es
más que una palabra, no es siquiera un concepto. En lo bello el hombre se pone a sí
mismo como medida de la perfección; en casos escogidos se adora a sí mismo en lo bello.
Sólo de ese modo puede una especie decir sí a sí misma. El más hondo de sus instintos,
el de autoconservación y autoexpansión, sigue irradiando en tales sublimidades. El
hombre cree que el mundo mismo está sobrecargado de belleza, - olvida que él es la causa
de ella. Unicamente él le ha hecho al mundo el regalo de la belleza, ¡ay!, sólo que de
una belleza muy humana, demasiado humana... En el fondo el hombre se mira en el espejo de
las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen: el juicio «bello» es
su vanidad especifica... De hecho, acaso una pequeña suspicacia le susurre al escéptico
estas preguntas al oído: ¿está realmente embellecido el mundo porque precisamente el
hombre lo considere bello? El hombre lo ha humanizado: eso es todo. Pero nada, nada en
absoluto nos garantiza que precisamente el hombre proporcione el modelo de lo bello.
¿Quién sabe qué aspecto ofrece el hombre a los ojos de un juez más alto del gusto?
¿Acaso un aspecto atrevido?, ¿acaso incluso un aspecto hilarante?, ¿acaso un aspecto un
poco arbitrario?... «Oh Dioniso, Divino, ¿por qué me tiras de las orejas?», preguntó
Ariadna en una ocasión, en uno de aquellos famosos diálogos en Naxos, a su filosófico
amante. «Encuentro una especie de humor en tus orejas, Ariadna:
¿por qué no son aún más largas?»
20
Nada es bello, sólo el hombre es bello: sobre esta ingenuidad descansa toda estética,
ella es su primeva verdad. Añadamos en seguida su segunda verdad: nada es feo, excepto el
hombre que degenera, - con esto queda delimitado el reino del juicio estético. -
Calculadas las cosas fisiológicamente, todo lo feo debilita y acongoja al hombre. Le trae
a la memoria decadencia, peligro, impotencia; de echo en presencia de lo feo el hombre
pierde energía. Se puede medir su efecto con el dinamómetro. En general cuando el hombre
está deprimido es que ventea la proximidad de algo «feo». Su sentimiento de poder, su
voluntad de poder, su valor, su orgullo -todo eso baja con lo feo, sube con lo bello...
Tanto en un caso como en otro nosotros sacamos una conclusión: las premisas de la misma
se hallan acumuladas en cantidad enorme en el instinto. Lo feo es concebido como señal y
síntoma de degeneración: lo que recuerda, aunque sea desde muy lejos, la degeneración
produce en nosotros el juicio «feo». Todo indicio de agotamiento, de pesadez, de vejez,
de fatiga, toda especie de falta de libertad, en forma de convulsión, de parálisis,
sobre todo el olor, el color, la forma de la disolución, de la descomposición, aun
cuando esto esté tan atenuado
que sea sólo un símbolo - todo eso provoca una reacción idéntica, el juicio de valor
«feo». Un odio irrumpe aquí: ¡a quién odia aquí el hombre! Pero no cabe duda: a la
decadencia de su tipo. Aquí él odia desde el instinto más profundo de la especie; en
ese odio hay estremecimiento, previsión, profundidad, visión a lo lejos, -es el odio
más profundo que existe. A causa de él es profundo el arte...
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Schopenhauer. _ Schopenhauer, el último
alemán que merece ser tenido en cuenta ( - que es un acontecimiento ezrvopeo, como
Goethe, como Hegel, como Heinrich Heine, y no tan sólo un acontecimiento local,
«nacional»), es un caso de primer rango para un psicólogo: a saber, como intento
malignamente genial de lanzar a la lucha, en favor de una total desvaloración nihilista
de la vida, cabalmente las instancias opuestas, las grandes autoafirmaciones de la
«voluntad de vida», las formas más exuberantes de la vida. Ha interpretado
sucesivamente el arte, el heroísmo, el genio, la belleza, la gran compasión, el
conocimiento, la -voluntad de verdad, tragedia como derivaciones de la «negación», o de
la necesidad de negación, de la «voluntad» - el más grande fraude psicológico que,
descontado el cristianismo, hay en l historia. Vistas las cosas con mayor rigor,
Schopenhauer es en esto nada más que el heredero de la interpretación cristiana: sólo
que él supo dar por bueno también lo rechazado por el cristianismo, los grandes hechos
culturales de la humanidad, en un sentido cristiano, es decir, nihilista (-a saber, como
caminos de «redención», como formas previas de «redención», como estimulantes de la
necesidad de «redención»...)
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Voy a tomar un único caso. Schopenhauer habla de la belleza con un ardor melancólico,- ¿por qué, en última ínstancia?
Porque ve en ella un puente por el que se llega más lejos, o se adquiere sed de llegar
más lejos... La belleza es para él la redención de la «voluntad» por algunos
instantes -ella atrae hacia una redención para siempre... En especial Schopenhauer
ensalza la belleza como redentora del «foco de la voluntad», la sexualidad, - en la
belleza ve negado el instinto de procreación... ¡Extraño santo! Alguien te contradice,
me temo, es la naturaleza. ¿Para qué hay en absoluto belleza en el sonido, en el color,
en el perfume, en el movimiento rítmico de la naturaleza?, ¿qué es lo que hace
manifestarse a la belleza? - Por fortuna también le contradice un filósofo. Nada menos
que una autoridad como la del divino Platón ( - así lo llama Schopenhauer mismo)
sostiene una tesis distinta: la de que toda belleza incita a la procreación, - la de que lo propium de su
efecto consiste precisamente en eso, desde lo más sensual hasta lo más espiritual...
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Platón va más allá. Con una inocencia tal que para tenerla hay que ser un griego y no
un «cristiano», dice que no existiría en modo alguno una filosofía platónica si en
Atenas no hubiera jóvenes tan bellos: el espectáculo de éstos, dice, es el que
transporta el alma del filósofo a un frenesí erótico y no le deja reposo hasta haber
implantado la semilla de todas las cosas elevadas en un
terreno tan bello. ¡También éste es un extraño santo! - no damos crédito a nuestros
oídos, suponiendo que se lo demos a Platón. Al menos se adivina que en Atenas se
filosofaba de otro modo, sobre todo públicamente. Nada es menos griego que la telaraña
conceptual tejida por un eremita, el amor intellecualis
dei a la manera de Spinoza. La filosofía a la manera de Platón habria que
definirla más bien como una competición erótica, como un perfeccionamiento e
interiorización de la vieja gimnástica agonal y de sus presupuestos... ¿Qué fue lo que
acabó brotando de esa erótica filosófica de Platón? Una nueva forma artística
del agón griego, de la dialéctica. - Recordaré además, en contra de Schopenhauer y en
honor de Platón, que también toda la cultura y toda la literatura superiores de la
Francia clásica brotaron del terreno del interés sexual. Es lícito buscar en ella por
todas partes la galantería, los sentidos, la rivalidad de los sexos, la «mujer», - no
se buscará nunca en vano...
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L'art pour l' art [el arte por el arte].-
La lucha contra la finalidad en el arte es siempre una lucha contra la tendencia
moralizante en el arte, contra su subordinación a la moral. L'art pour l'art quiere
decir: «¡que el diablo se lleve la moral! » - Pero incluso esa hostilidad delata la
prepotencia del prejuicio. Cuando del arte se ha excluido la finalidad de predicar moral y
de mejorar al hombre, no se sigue de ello todavía, ni de lejos, que el arte en cuanto tal
carezca de finalidad, de meta, de sentido, en suma, no se sigue l'art pour l'art - un
gusano que se muerde la cola -. «¡Es preferible ninguna finalidad a una finalidad moral!
» - asi habla la mera pasión. Un psicólogo pregunta, en cambio: ¿qué es lo que todo
arte hace!, ¿no alaba?, ¿no glorifica?, ¿no selecciona?, ¿no pone de relieve? Con todo
eso fortalece o debilita ciertas valoraciones... ¿Es que esto es sólo algo marginal?,
¿un azar? ¿Algo en lo que el instinto del artista no habría participado en modo alguno?
O: ¿no es esto el presupuesto para que el artista
pueda....? ¿Tiende su instinto básico hacia el arte, o tiende más bien hacia el sentido
del arte, hacia la vida?, ¿hacia un ideal de vida? - El arte es el gran estimulante para
vivir: ¿cómo se podría concebirlo como algo carente de finalidad, de meta, como l'art
pour l'art? -Todavía queda una pregunta: el arte pone de manifiesto también muchas cosas
feas, duras, problemáticas de la vida, - ¿no parece con ello quitarnos el gusto por
ésta? -Y de hecho ha habido filósofos que le han atribuido ese sentido: Schopenhauer
enseñó que el propósito general del arte era «desligarse de la voluntad», veneró
como la gran utilidad de la tragedia el «disponer
a la resignación». - Pero esto - ya lo he dado a entender- es una
óptica de pesimista y un «mal de
ojo» -: hay que apelar a los artistas mismos. ¿Qué es lo que el artista trágico nos
comunica acerca de si mismo? Lo que él muestra -¿no es precisamente el estado sin miedo
frente a lo terrible y problemático? -Ese mismo estado es una aspiración elevada; quien
lo conoce lo venera con los máximos honores. Lo comunica, tiene que comunicarlo,
suponiendo que sea un artista, un genio de la comunicación. La valentía y libertad del
sentimiento ante un enemigo poderoso, ante un infortunio sublime, ante un problema que
produce espanto - ese estado victorioso es el que el artista escoge, el que él glorifica.
Ante la tragedia lo que hay de guerrero en nuestra alma celebra sus saturnales; quien
está habituado al sufrimiento, quien va buscando el sufrimiento, el hombre heroico,
ensalza con la tragedia su existencia, - únicamente a él le ofrece el artista trágico
la bebida de esa crueldad dulcísima. -
25
Darse por satisfecho con los hombres, tener casa abierta en el propio corazón, eso es liberal, pero es nada más que liberal. A los corazones
que son capaces de una hospitalidad aristocrática se los reconoce en las muchas ventanas
cubiertas con cortinas y en los muchos postigos cerrados: sus mejores habitaciones las
tienen vacías. ¿Por qué? -Porque aguardan huéspedes con los que uno no «se da por
satisfecho»...
26
No nos estimamos ya bastante cuando nos comunicamos.
Nuestras vivencias auténticas no son en modo alguno charlatanas. No podrían comunicarse
si quisieran. Es que les falta la palabra. Las cosas para expresar las cuales tenemos
palabras las hemos dejado ya también muy atrás. En todo hablar hay una pizca de
desprecio. El lenguaje, parece, ha sido inventado sólo para decir lo ordinario, mediano,
comunicable. Con el lenguaje se vulgariza ya el que habla. - De una moral para sordomudos
y otros filósofos.
27
«¡Este retrato es encantadoramente bello!»...
La mujer literata, insatisfecha, excitada, árida de corazón y de entrañas, que en todo
tiempo presta oídos, con una dolorosa curiosidad, al imperativo que desde las
profundidades de su organización susurra aut liberi aut
libri [o hijos o libros]: la mujer literata, bastante culta para entender la voz
de la naturaleza, aun cuando ésta hable en latín, y, por otro lado, bastante vanidosa y
gansa para, en secreto, hablar consigo misma también en francés
je me verrai, jem me lirai, je m' extasierai et je dirai: Possible, que j'ai eu tant
d'esprit? [yo me veré, me leeré, me extasiaré y diré: ¿Es posible que yo haya
tenido tanto ingenio?]...
28
Los «impersonales» toman la palabra.-«Nada nos resulta más fácil que ser sabios,
pacientes, superiores. Nosotros chorreamos aceite de indulgencia y simpatía, somos justos
de una manera absurda, perdonamos todo. Justo por ello deberíamos mostrarnos un poco más
severos con nosotros mismos; justo por ello deberíamos cultivarnos de cuando en cuando un
pequeño afecto, un pequeño vicio de afecto. Tal vez esto nos resulte amargo; y acaso
entre nosotros nos riamos del aspecto que con esto ofrecemos. Pero ¡qué remedio! No nos
queda ya ninguna otra especie de autosuperación: ésta es nuestra ascética, nuestro modo
de hacer penitencia»... Llegar a ser personal -virtud del «impersonal»...
29
De un examen de doctorado. - «¿Cuál es la tarea de todo sistema escolar superior?» -
Hacer del hombre una máquina. - «Cúal es el medio para ello?» - El hombre tiene que
aprender a aburrirse.-«¿Cómo se consigue esto?» -Con el concepto del deber.-«¿Quién
es su modelo en esto!» -El filósofo: éste enseña a ser un empollón.-«¿Quién
es el hombre perfecto?» - El funcionario estatal. - «¿Cuál es la filosofía que
proporciona la fórmula suprema del funcionario estatal?» - La de Kant: el funcionario
estatal como cosa en sí, erigido en juez del funcionario estatal como fenómeno.-
30
El derecho a la estupidez. - El obrero fatigado y que respira pesadamenle, que tiene una
mirada bonachona, que deja que las cosas vayan como van: esa figura tipica con la que
ahora, en la edad del trabajo (¡y del Reich!-), nos encontramos en todas las clases de la
sociedad, reivindica hoy para sí precisamente el arte, incluido el libro, sobre todo el
periódico, - tanto más la naturaleza bella, Italia... El hombre del atardecer, con los
«instintos salvajes adormecidos», de que habla Fausto,
precisa del veraneo, del baño de mar, de los ventisqueros, de Bayreuth... En tales edades
el arte tiene derecho a la tonterí pura, -como una especie de vacaciones para el
espíritu, el ingenio y el ánimo. Esto lo entendió Wagner. La tontería pura restablece....
31
Todavía un problema de dieta. - Los medios con que Julio César se defendió de sus
achaques y del dolor de cabeza: marchas enormes, un género de vida sencillísimo,
permanencia ininterrumpida al aire libre, fatigas
constantes -éstas son, a grandes rasgos, las reglas de conservación y defensa en general
contra la extrema vulnerabilidad de esa máquina sutil, y que trabaja a una presión
altisima, llamada genio.-
32
Habla el individualista. -Nada repugna más al gusto de un filósofo que el hombre, cuando
éste desea... Si el filósofo ve al hombre sólo en su obrar, si lo que ve es este
animal, el más valiente, el más astuto, el más resistente, extraviado en apuradas
situaciones laberínticas, ¡que digno de admiración se le aparece el hombre! Todavía le
infunde ánimos... Pero el filósofo desprecia al hombre que tiene deseos, también al
hombre «deseable» -y en general todas las cosas que se consideran deseables, todos los
ideales del hombre. Si un filósofo pudiera ser nihilista, lo sería porque detrás de
todos los ideales del hombre encuentra la nada. O ni siquiera la nada todavía - sino
sólo lo abyecto, lo absurdo, lo enfermo, lo cobarde, lo cansado, todas las clases de
heces de la copa completamente bebida de su vida... El hombre, que en cuanto realidad es
tan digno de veneración, ¿cómo es que, cuando desea, no merece estima? ¿Tiene que
expiar el ser tan excelente como realidad? ¿Tiene que compensar su obrar, la tensión de
cabeza y de voluntad que hay en todo obrar, con un relajamiento de los miembros en lo
imaginario y absurdo?» - La historia de las cosas que él ha considerado deseables ha
sido hasta ahora la partie honteuse [parte vergonzosa] del hombre: debemos guardarnos de
leer demasiado tiempo en ella. Lo que justifica al hombre es su realidad, - ella le
justificará eternamente. ¿Cuánto más valioso es el hombre real, comparado con
cualquier hombre meramente deseado, soñado, que es una solemne mentira?, ¿con cualquier
hombre ídeal?... Y sólo el hombre ideal repugna al gusto del filósofo.
33
Valor natural del egoismo. - El egoísmo vale lo que valga fisiológicamente quien lo
tiene: puede ser muy valioso, puede carecer de valor y ser despreciable. Es lícito
someter a examen a todo individuo para ver si representa la línea ascendente o la línea
descendente de la vida. Cuando se ha tomndo una decisión sobre esto se tiene también un
canon para saber lo valioso que es su egoísmo. Si representa el ascenso de la línea,
entonces su valor es efectivamente extraordinario, -y por amor a la vida en su
conjunto, que con él da un paso hacia adelante, es lícito que sea incluso extremada la
preocupación por conservar, por crear su optimum de condiciones. El hombre aislado, el
«individuo», tal como lo han concebido hasta ahora el pueblo y el filósofo, es, en
efecto, un error: no es nada de por sí, no es un átomo, un «eslabón de la cadena», no
es algo simplemente heredado de otro tiempo, - es la entera y única linea hombre hasta
llegar a él mismo... Si representa la evolución descendente, la decadencia, la
degeneración crónica, el estar enfermo ( -las enfermedades son ya, a grandes rasgos,
derivaciones de la decadencia, no causas de ésta), entonces le corresponde poco valor, y
la primera equidad quiere que él sustraiga lo menos posible a los bien constituidos. El
no es más que el parásito de éstos...
34
El cristiano y el anarquista. - Cuando el anarquista, como vocero de capas decadentes de
la sociedad, reclama con bella indignación «derecho», «justicia», «igualdad de
derechos», está sometido, al hacer esto, únicamente a la presión de su incultura, la
cual no sabe comprender por qué sufre propiamente él, -de qué es pobre él, de vida...
Un instinto causal domina en él: alguien tiene que ser culpable de que él se encuentre
mal... Además, la «bella indignación» misma le hace bien, es un placer para todos los
pobres diablos el lanzar injurias, - esto produce una pequeña embriaguez de poder. Ya la
queja, el quejarse, puede otorgar un encanto a la vida, por razón del cual se la soporta:
en toda queja hay una dosis sutil de venganza, a los que son de otro modo se les reprocha,
como una injusticia, como un privilegio ilicito, el malestar, incluso la mala condición
(Schlechtigkeit) de uno mismo. «Si yo soy una canaille, también tú deberías serlo»:
con esta lógica se hace la revolución. - El quejarse no sirve de nada en ningún caso:
es algo que proviene de la debilidad. Atribuir el propio malestar a los demás o a si
mismo - lo primero lo hace el socialista, lo último, por ejemplo, el cristiano-no
constituye ninguna auténtica diferencia. Lo común, digamos
también lo indigno en eso, está en que alguien debe ser culpable de que uno mismo
sufra-dicho brevemente, en que el que sufre se receta a si mismo, contra su sufrimiento,
la miel de la venganza. Los objetos de esa necesidad de
venganza, que es una necesidad de placer, son causas ocasionales: quien sufre encuentra en
todas partes causas para satisfacer su pequeña venganza, - si es cristiano; digámoslo
una vez más, entonces las encuentra dentro de sí... El cristiano y el anarquista- ambos
son décadents. -Pero también cuando el cristiano condena, cuando calumnia, cuando
ensucia el «mundo», lo hace partiendo del mismo instinto por el que el obrero socialista
condena, calumnia, ensucia la sociedad: el «juicio final» mismo continúa siendo el
dulce consuelo de la venganza -la revolución, tal como también el obrero socialista la
aguarda, sólo que imaginada como una cosa un poco más remota... El mismo más allá»-
¿para qué un más allá, si no fuera un medio para ensuciar el más acá?...
35
Critica de la moral de la décadence. - Una moral «altruista», una moral en la que el
egoísmo se atrofia-, no deja de ser, en cualquier circunstancia, un mal indicio. Esto
vale del individuo, esto vale especialmente de los pueblos. Faltan las cosas mejores
cuando comienza a faltar el egoísmo. Elegir instintivamente lo dañoso para uno mismo,
ser-atraido por motivos «desinteresados» es algo que casi nos da la fórmula de la
décadence. «No buscar el propio provecho» - esto no es más que la hoja de higuera
moral para tapar un hecho completamente distinto, a saber, fisiológico: «yo ya no se
encontrar mi provecho»... ¡Disgregación de los instintos! - El hombre está acabado
cuando se vuelve altruista. -En vez de decir ingenuamente: «yo ya no valgo nada», la
mentira moral en boca del décadent dice: «Nada vale nada, - la vida va no vale nada...»
Tal juicio no deja de ser en última instancia un gran peligro, tiene efectos contagiosos,
- pronto proliferará en el entero suelo mórbido de la sociedad en forma de una
vegetación tropical de conceptos, unas veces como religión (cristianismo), otras como
filosofía (Schopenhauer). En determinadas circunstancias semejante vegetación de
árboles venenosos, nacida de la pobredumbre, envenena con sus exhalaciones la vida
durante milenios...
36
Moral para médicos. - El enfermo es un parásito de la sociedad. Hallándose en cierto
estado es indecoroso seguir viviendo. El continuar vegetando, en una cobarde dependencia
de los médicos y de los medicamentos, después de que el sentido de la vida, el derecho a
la vida se ha perdido, es algo que debería acarrear un profundo desprecio en la sociedad.
Los médicos, por su parte, habrían de ser los intermediarios de ese desprecio, -no
recetas, sino cada día una nueva dosis de náusea frente a su paciente.... Crear una
responsabilidad nueva, la del médico, para todos aquellos casos en que el interés
supremo de la vida, de la vida ascendente, exige el aplastamiento y la eliminación sin
consideraciones de la vida degenerante - por ejemplo, en lo que se refiere al derecho a la
procreación, al derecho a nacer, al derecho a vivir... Morir con orgullo cuando ya no es
posible vivir con orgullo. La muerte, elegida
libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos:
de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquel que se
despide así como una tasación real de lo conseguido y querido, una suma de la vida -
todo ello en antitesis a la lamentable y horrible comedia que el cristianismo ha hecho de
la hora de la muerte. ¡No se le debe olvidar jamás al cristianismo que ha abusado de la
debilidad del moribundo para estuprar su conciencia, y de la manera misma de morir para
dictar juicios de valor sobre el hombre y su pasado! - Pese a todas las cobardías del
prejuicio, aquí es importante restablecer ante todo la -apreciación correcta, es decir,
fisiológica de la llamada muerte natural: la cual no es, en última instancia, más que
una muerte «no natural», un suicidio. No se perece jamás por causa de otro, sino sólo
por causa de sí mismo. Sólo que es una muerte en las condiciones más despreciables, una
muerte no libre, una muerte a destiempo, una muerte propia de un cobarde. Se debería, por
amor a la vida, - querer la muerte de otra manera, libre, consciente, sin azar, sin
sorpresa... Finalmente, un consejo para los señores pesimistas y demás décadents. No
está en nuestra mano el impedir haber nacido: pero ese error - pues a veces es un error
-podemos enmendarlo. Cuando uno se suprime a sí mismo hace la cosa más estimable que
existe: con ello casi merece vivir... La sociedad, ¡qué digo!, la vida misma saca más
ventaja de esto que de una «vida» cualquiera vivida en la renuncia, la anemia y demás
virtudes -, se ha liberado a los otros del espectáculo de uno mismo, se ha liberado a la
vida de una objeción... El pesimismo, pur, vert [puro, verde] da la prueba de si mismo
tan sólo mediante la autorrefutación de los señores pesimistas: hay que llegar un poco
más allá en la propia lógica, no negar la vida simplemente con «voluntad y
representación», como hizo Schopenhauer, -hay que negar primero a Schopenhauer...El
pesimismo, dicho sea de paso, por muy contagioso que sea, no aumenta, sin embargo, la
morbosidad de una época, de una estirpe en su conjunto: es la expresión de esa
morbosidad. Se lo contrae del mismo modo que se contrae el cólera: hay que estar ya
predispuesto de manera bastante morbosa para él. El pesimismo no produce de suyo un solo
décadent más; recordaré el resultado de la estadística según la cual los años en que
el cólera causa estragos no se distinguen, en la cifra global de muertes, de otros años.
37
Si nos hemos vuelto más morales. - Contra mi concepto «más allá del bien y del mal»
se ha lanzado a la acción, como era de aguardar, la ferocidad toda de la estupidización
moral la cual, como es sabido, es considerada en Alemania como la moral misma: yo podría
contar preciosas historias acerca de esto. Ante todo
se me invitó a reflexionar sobre la «innegable superioridad» de nuestro tiempo en el
juicio ético, sobre el progreso que nosotros hemos realmente alcanzado aquí: comparado
con nosotros, se dice, un César Borgia no puede ser presentado en modo alguno como un
«hombre superior», como una especie de superhombre, que es lo que yo hago... Un redactor
suizo, del Bund, llegó tan lejos, no sin expresar su estima por el valor de tal
atrevimiento, que «entendió» que el sentido de mi obra consistia en que, con ella, yo
proponía la eliminación de todos los sentimientos decentes. ¡Muy agradecido! Como respuesta, me permito suscitar la
pregunta de si nosotros nos hemos vuelto realmente más morales. El hecho de que todo el
mundo lo crea es ya una objeción contra ello... Nosotros los hombres modernos, muy
delicados, muy vulnerables, que damos y recibimos cien consideraciones, nos imaginamos de
hecho que esa delicada humanidad que nosotros representamos, que esa unanimidad alcanzada
en la indulgencia, en la disposición a ayudar, en la confianza mutua, es un progreso
positivo, y que con ello estamos muy por encima de los hombres del Renacimiento. Pero toda
época piensa así, tiene que pensar asi. Lo cierto es que nosotros no nos colocariamos de
hecho, y ni siquiera con el pensamiento, en situaciones renacentistas: nuestros nervios,
para no hablar de nuestros músculos, no soportarían esa realidad. Pero con esta
incapacidad no queda probado ningún progreso, sino sólo que nosotros tenemos una
constitución distinta, la cual es más tardía, más débil, más delicada, más
vulnerable, y engendra necesariamente una moral más rica en consideraciortes. Sí
prescindiésemos mentalmente de nuestra constitución delicada y tardía, de nuestro
envejecimiento fisiológico, también nuestra moral de la «humanización» perdería en
seguida su valor-en sí ninguna moral tiene valor-: a nosotros mismos nos inspiraría
menosprecio. No dudemos, por otro lado, de que nosotros los modernos, con nuestra
humanidad tan forrada de algodón, que no quiere chocar con ninguna piedra,
proporcionaríamos a los contemporáneos de César Borgia una comedia que los haría morir
de risa. De hecho nosotros con nuestras «virtudes» modernas somos, sin quererlo,
sobremanera cómicos... El decrecimiento de los instintos hostiles y suscitadores de
desconfianza -y en eso consistiría, en efecto, nuestro «progreso» - representa tan
sólo una de las consecuencias en el decrecimiento general de la vitalida: lograr que
salga adelante una existencia tan condicionada, tan tardía, es algo que cuesta cien veces
más esfuerzo, más cuidado. Aquí nos ayudamos unos a otros, aquí, hasta cierto grado,
cada uno es un enfermo y cada uno es un enfermero. A esto se lo llama luego «virtud» -:
entre hombres que todavía conocieron una vida distinta, más plena, más pródiga, más
desbordante, se le habria dado otro nombre, acaso «cobardía», «mezquindad»,
moral de viejas»... La suavización de nuestras costumbres - ésta es mi tesis, ésta es,
si se quiere, mi innovación -es una consecuencia de la decadencia; la índole dura y
terrible de la costumbre puede ser, a la inversa, una consecuencia del exceso de vida:
entonces, en efecto, es lícito osar mucho, exigir mucho, y también derrochar mucho. Lo
que en otro tiempo constituía el condimento de la vida, eso sería para nosotros un
veneno... Para ser indiferentes - también esto es una forma de fortaleza - somos nosotros
igualmente demasiado viejos, demasiado tardíos: nuestra moral de la simpatía, contra la
cual yo soy el primero en haber puesto en guardia, eso que se podría llamar l'
impressionisme morale, es una expresión más de la sobreexcitabilidad fisiológica que es
propia de todo lo que es décadent: Ese movimiento que, con la schopenhaueriana moral de
la compasión, ha intentado presentarse como científico- ¡un ensayo muy desafortunado! -
es el auténtico movimiento de décadence en la moral, y en cuanto tal es profundamente
afín a la moral cristiana. Las épocas fuertes, las culturas aristocráticas ven algo
despreciable en la compasión, en el «amor al prójimo», en la falta de un sí-mismo y
de un sentimiento de sí. -A las épocas hay que medirlas por sus fuerzas positivas - y,
en esto, la época del Renacimiento, tan pródiga y tan rica en fatalidades, muestra ser
la última época grande, y nosotros, nosotros los modernos, con nuestra angustiada
solicitud por nosotros mismos y con nuestro amor al prójimo, con nuestras virtudes del
trabajo, de la falta de pretensiones, de la legalidad, del cientificismo -
coleccionadores, económicos, maquinales - resultamos ser una época débil... Nuestras
virtudes están condicionadas, vienen provocadas por nuestra debilidad... La «igualdad»,
un cierto asemejamiento efectivo, que en la teoría de la «igualdad de derechos» no hace
otra cosa que expresarse, es parte esencial de la decadencia: el abismo entre unos hombres
y otros, entre unos estamentos y otros, la multiplicidad de los tipos, la voluntad de ser
uno mismo, de destacarse- eso que yo llamo el pathos de
la distancia, es propio de toda época fuerte. La tensión, la envergadura
entre los extremos se hacen cada vez más pequeñas hoy, - los extremos mismos se
difuminan hasta acabar siendo semejantes... Todas nuestras teorías políticas y todas
nuestras constituciones estatales, no excluido en modo alguno el «Reich alemán», son
derivaciones, necesidades derivadas de la decadencia; el efecto inconsciente de la
décadence ha llegado a dominar hasta en los ideales de las ciencias particulares. Mi
objeción contra la sociología toda en Inglaterra y en Francia continúa siendo que ella
conoce por experiencia sólo la formas decadentes de la sociedad, y, con total inocencia,
toma sus propios instintos de decadencia como norma del juicio sociológico de valor. La
vida decadente, el decrecimiento de toda fuerza organizadora, es decir, separadora,
creadora de abismos, subordinadora y sobreordenadora, se formula a sí misma en la
sociología de hoy como un ideal... Nuestros socialistas son unos décadents, pero
también el señor Herbert Spencer es un décadent, -
¡ve en la victoria del altruismo una cosa deseable! ...
38
Mi concepto de libertad.-A veces el valor de una cosa reside no en lo que con ella se
alcanza, sino en lo que por ella se paga, - en lo que nos cuesta. Voy a dar un ejemplo.
Las instituciones liberales dejan de ser liberales
tan pronto como han sido alcanzadas: no hay luego cosa que cause perjuicios más molestos
y radicales a la libertad que las instituciones liberales. Es sabido, en efecto, qué es
lo que ellas llevan a cabo: socavan la voluntad de poder, son la nívelación de las
montañas y valles elevada a la categoría de moral, vuelven cobardes, pequeños y ávidos
de placeres a los hombres, -con ellas alcanza el triunfo siempre el animal de rebaño.
Liberalismo: dicho claramente, animalización gregaria... Esas mismas instituciones,
mientras todavía no han sido conquistadas, producen efectos completamente distintos;
entonces fomentan poderosamente de hecho la libertad. Vistas las cosas con más rigor, es
la guerra la que produce esos efectos, la guerra por conquistar las instituciones
liberales, la cual, por ser guerra, hace perdurar los instintos no liberales. Y la guerra
educa para la libertad. Pues ¿qué es la libertad? Tener voluntad de
autorresponsabilidad. Mantener la distancia que nos separa. Volverse más indiferente a la
fatiga, a la dureza, a la privación, incluso a la vida. Estar dispuesto a sacrificar a la
propia causa hombres, incluido uno mismo. La libertad significa que los instintos viriles,
los instintos que disfrutan con la guerra y la victoria, dominen a otros instintos, por
ejemplo a los de la «felicidad». El hombre que ha llegado a ser libre, y mucho más el
espíritu que ha llegado a ser libre, pisotea la despreciable especie de bienestar con que
sueñan los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás
demócratas. El hombre libre es un guerrero. - ¿Por qué se mide la libertad, tanto en
los individuos como en los pueblos? Por la resistencia que hay que superar, por el
esfuerzo que cuesta permanecer arriba. El tipo supremo de hombres libres habría que
buscarlo allí donde constantemente se supera la resistencia suprema: a dos pasos de la
tiranía, en los umbrales del peligro de la esclavitud. Esto es psicológicamente
verdadero, si por «tiranos» entendemos aquí unos instintos inexorables y terribles, que
provocan contra sí el máximo de autoridad y de disciplina -el tipo más bello, Julio
César-; esto es también políticamente verdadero, basta para verlo dar unos pasos por la
historia. Los pueblos que valieron algo, que llegauon a valer algo, no llegaron nunca a
ello bajo instituciones liberales: el gran peligro fue el que hizo de ellos algo merecedor
de respeto, el peligro, que es el que nos hace conocer nuestros recursos; nuestras
virtudes, nuestras armas de defensa y ataque, nuestro espiritu, - que es el que nos
compele a ser fuertes.... Primer axioma: hay que tener necesidad de ser fuerte: de lo
contrario, ¡jamás se llega a serlo. - Aquellos grandes invernaderos para cultivar la
especie fuerte, la especie más fuerte de hombre habida hasta ahora, las comunidades
aristocráticas a la manera de Roma y de Venecia,
concibieron la libertad exactamente en el mismo sentido en que yo concibo la palabra
libertad: como algo que se tiene y no se tiene, que se quiere, que se conquista...
39
Crítica de la modernidad. - Nuestras instituciones no valen ya nada: sobre esto existe
unanimidad. Pero esto no depende de ellas, sino de nosotros. Después de haber perdido
todos los instintos de los que brotan las instituciones, estamos perdiendo las
instituciones mismas, porque nosotros no servimos ya para ellas. El democratismo ha sido
en todo tiempo la forma de decadencia de la fuerza organizadora: ya en Humano, demasiado humano, I, 318, dije que la
democracia moderna y todas sus realidades a medias, como el «Reich alemán», eran la
forma decadente de Estado. Para que haya instituciones tiene que haber una especie de
voluntad, de instinto, de imperativo, que sea antiliberal hasta la maldad: una voluntad de
tradición, de autoridad, de responsabilidad para con siglos futuros, de solidaridad entre
cadenas generacionales futuras y pasadas in infinitum [hasta el infinito]. Si esa voluntad
existe, se fundan cosas como el imperium Romanum: o como Rusia,
la única potencia que hoy tiene dentro de sí duración, que puede aguardar, que todavía
puede prometer algo, - Rusia, el concepto antitético de la miserable división europea en
pequeños Estados y de la miserable nerviosidad europea, las cuales han entrado en una
fase crítica con la fundación del Reich alemán... Occidente entero carece ya de
aquellos instintos de que brotan las instituciones, de que brota el futuro: acaso ninguna
otra cosa le vaya tan a contrapelo a su «espíritu moderno». La gente vive para el hoy,
vive con mucha prisa, -vive muy irresponsablemente: justo a esto es a lo que llama
«libertad». Se desprecia, se odia, se rechaza aquello que hace de las instituciones
instituciones: la gente cree estar expuesta al peligro de una nueva esclavitud allí donde
se deja oír simplemente la palabra «autoridad». A tal extremo llega la décadence en el
instinto de los valores propio de nuestros políticos, de nuestros partidos políticos:
ellos prefieren instintivamente lo que disgrega, lo que acelera el final... Testimonio, el
matrimonio moderno. Es evidente que al matrimonio moderno se le ha ido de las manos toda
la razón: esto no constituye, sin embargo, una objeción contra el matrimonio, sino
contra la modernidad. La razón del matrimonio - consistía en la responsabilidad
jurídica exclusiva del varón: con ello el matrimonio tenia un centro de gravedad,
mientras que hoy cojea de ambas piernas. La razón del matrirnonio - consistía en su
indisolubilidad por principio: con ello adquiría un acento que sabía hacerse oír frente
al azar del sentimiento, de la pasión y del instante. Consistía asimismo en la
responsabilidad de las familias en cuanto a la elección de los cónyuges. Con la
creciente indulgencia en favor del matrimonio por amor se ha eliminado precisamente el
fundamento del matrimonio, aquello que hace de él una institución. Una institución no
se la funda nunca jamás sobre una idiosincrasia, un matrimonio no se lo funda, como se ha
dicho, sobre el «amor», - se lo funda sobre el instinto sexual, sobre el instinto de
propiedad (mujer e hijo como propiedad), sobre el instinto de dominio, el cual se
organiza constantemente la forma mínima de. dominio, la familia, y necesita hijos y
herederos para mantener, también fisiológicamente, unas dimensiones ya alcanzadas de
poder, influencia, riqueza, para preparar unas tareas prolongadas, una solidaridad de
instintos entre los sig!os. El matrimonio como institución comprende ya en sí la
afirmación de la forma más grande, más duradera de organización: sí la sociedad misma
no puede responder de sí como un todo, hasta las generaciones más remotas, entonces el
matrimonio no tiene ningún sentido.-El matrimonio moderno ha perdido su sentido, -por
consiguiente se lo elimina.-
40
La cuestión obrera .-La estupidez, en el fondo la
degeneración de los instintos, que es hoy la causa de todas las estupideces, consiste en
que haya una cuestión obrera. Sobre ciertas cosas no se pregunta: primer imperativo del
instinto. - Yo no alcanzo a ver qué es lo que se quiere hacer con el obrero europeo,
después de haber hecho de él una cuestión. Ese obrero se encuentra demasiado bien para
no hacer cada vez más preguntas, para no preguntar de manera cada vez más inmodesta. En
última instancia tiene a su favor el gran número. Ha desaparecido completamente la
esperanza de que una especie de hombre modesta y satisfecha de sí, un tipo de chino forme
aquí un estamento: y eso habría tenido una razón, eso habría sido realmente una
necesidad. ¿Qué se ha hecho? - Todo, para aniquilar en germen incluso el presupuesto de
eso, - han sido destruidos de raíz, con la irrefexión más irresponsable, los instintos
en virtud de los cuales un obrero deviene posible como estamento, deviene posible él
mismo. Se le ha hecho al obrero apto para el servicio militar, se le ha dado el derecho de
asociación, el derecho político al voto: ¿cómo puede extrañar que el obrero sienta ya
hoy su existencía como una situación calamitosa (dicho moralmente, como una injusticia
-)? ¿Pero qué es lo que se quiere?, volvemos a preguntar. Sí se quiere una finalidad,
hay que querer también los medios: si se quiere esclavos, se es un necio si se los educa
para señores.
41
«Libertad que yo no amo...». - En tiempos
como los actuales estar abandonado a los propios instintos es una fatalidad más. Esos
instintos se contradicen, se perturban, se destruyen unos a otros; yo he definido ya lo
moderno como la auto-contradicción fisiológica. La razón de la educación querría que,
bajo una presión férrea, uno al menos de esos sistemas de instintos quedase paralizado,
para permitir a otro sistema diferente cobrar energías, volverse fuerte, dominar. Hoy
habría que empezar por hacer posible al individuo castrándolo: posible, es decir,
entero... Ocurre lo contrario: quienes más fogosamente reclaman independencia, desarrollo
libre, laisser aller [dejar ir] son precisamente aquellos para los cuales
ningún freno sería demasiado riguroso -esto vale in
politicis [en cuestiones políticas], esto vale en el arte. Pero esto es un sintoma de
décadence: nuestro moderno concepto de «libertad» es una prueba más de la
degeneración de los instintos.-
42
Donde la fe es necesaria. - Nada es más raro entre moralistas y santos que la honestidad; acaso ellos digan lo contrario, acaso
incluso lo crean. En efecto, si una fe es más útil, más eficaz, más convincente que la
hipocresía consciente, entonces la hipocresía se convierte pronto, por instinto, en
inocencia: primera tesis para comprender a los grandes santos. También entre los
filósofos, que son otra especie diferente de santos, el oficio entero lleva consigo que
ellos sólo permitan ciertas verdades: a saber, aquéllas por las cuales su oficio recibe
la sanción pública, - dicho kantianamente, verdades de la razón práctica. Saben qué
es lo que ellos tienen que probar, en esto son prácticos, - se reconocen entre ellos
mismos en que coinciden sobre «las verdades».-«No mentirás» -dicho con claridad:
guárdese usted, señor filósofo, de decir la verdad...
43
Dicho al oido de los conservadores. - Lo que antes no se sabía, lo que hoy sí se sabe,
sí se podría saber, - no es posible ninguna involución, ninguna vuelta atrás en
cualquier sentido y grado.Al menos nosotros los fisiólogos sabemos esto. Pero todos los
sacerdotes y moralistas han creído en ello, -quisieron retrotraer la humanidad a una
medida anterior de virtud, hacerla dar vueltas hacia atrás como si fuera un tornillo. La
moral ha sido siempre un lecho de Procusto. Incluso los políticos han imitado en esto a
los predicadores de la virtud: todavía hoy existen partidos que sueñan como meta el que
todas las cosas caminen como los cangrejos. Pero nadie es libre de ser un cangrejo. No hay
remedio: hay que ir hacia adelante, quiero decir, avanzar paso a paso hacia la décadence
(-ésta es mi definición del «progreso» moderno...) Se puede poner obstáctulos a esa
evolución, y, con ellos, embalsar la degeneración misma, conjuntarla, hacerla más
vehemente y repetína: más no se puede hacer.-
44
Mi concepto del genio. -Los grandes hombres, lo mismo que las grandes épocas, son
materias explosivas en las cuales está acumulada una fuerza enorme; su presupuesto es
siempre, histórica y fisiológicamente, que durante largo tiempo se haya estado juntando,
amontonando, ahorrando y guardando con vistas a ellos, - que durante largo tiempo no haya
tenido lugar ninguna explosion. Si la tension en la masa se ha vuelto demasiado grande,
hasta el estímulo más fortuito para hacer surgir el «genio», la «acción», el gran
destino. ¡Qué importan entonces el ambiente, la época, el «espíritu de la época, la
opinión pública»! -Tómese el caso de Napoleón. La Francia de la Revolución, y más
aún la Francia de la época anterior a la Revolución, habria engendrado de sí el tipo
antitético del de Napoleón: incluso lo ha engendrado. Y como Napoleón era distinto,
heredero de una civilización más fuerte, más larga, más antigua que la que en Francia
se estaba evaporando y haciéndose pedazos, él llegó a hacerse allí el dueño, él fue
allí el ún:ico dueño. Los grandes hombres son necesarios, la época en que aparecen,
contingente; el hecho de que casi siempre lleguen a hacerse dueños de ella depende tan
sólo de que son más fuertes, de que son más antiguos, de que con vistas a ellos se ha
estado reuniendo durante un tiempo más largo. Entre un genio y su época existe la misma
relación que entre lo fuerte y lo débil, también que entre lo viejo y lo joven: la
época es siempre, relativamente, mucho más joven, más floja, menos adulta, más
insegura, más infantil.-El hecho de que en Francia (también en Alemania: pero esto no
importa nada) se piense hoy sobre esto de manera muy distinta, el hecho de que allí la teoría del milieu, una verdadera teoría de
neuróticos, haya llegado a ser sacrosanta y casi científica, y en ella crean incluso los
fisiólogos, es algo que «no da buen olor», que
le inspira a uno pensamientos tristes. - Tampoco en Inglaterra se piensa de modo distinto,
pero esto es algo que no acongoja a ningún hombre: al inglés sólo le están abiertos
dos caminos para entenderse con el genio y con el «gran hombre»: o el democratico, a la
manera de Buckle, o el religioso, a la manera de
Carlyle. - El peligro que hay en los grandes hombres y en las grandes épocas es
extraordinario: los siguen muy de cerca el agotamiento de todo tipo, la esterilidad. El
gran hombre es un final; la gran época, el Renacimiento, por ejemplo, es un final. El
genio - en su obra, en su acción - es necesariamente un derrochador: en darse del todo
está su grandeza... El instinto de autoconservación queda en suspenso, por así decirlo;
la arrolladora presión de las fuerzas que se desbordan le prohíbe toda salvaguarda y
toda prevision de ese tipo. A esto se lo llama «holocausto»; se alaba en esto el
«heroísmo» del gran hombre, su indiferencia frente a su propio bien, su entrega a una
idea, a una causa grande, a una patria: todas estas cosas son malentendidos... El se
derrama, se desborda, se gasta, no se economiza, - de manera fatal, irremediable,
involuntaria, como involuntario es el desbordamiento de un río sobre sus orillas. Pero
como es mucho lo que a tales explosivos se debe, se les ha regalado, a cambio, también
mucho, por ejemp: o una especie de moral superior... Tal es, en efecto, la gratitud
humana: malentiende a sus benefactores. -
45
El criminal y lo que le es afín.- El
tipo del criminal es el tipo del hombre fuerte situado en unas condiciones desfavorables,
un hombre fuerte puesto enfermo. Lo que le falta es la selva virgen, una naturaleza y una
forma de existir más libres y peligrosas, en las que sea legal todo lo que en el instinto
del hombre fuerte es arma de ataque y de defensa. Sus virtudes han sido proscritas por la
sociedad: sus instintos más enérgicos, que le son innatos, mézclanse pronto con los
afectos depresivos, con la sospecha, el miedo, el deshonor. Pero ésta es casi la receta
de la degeneración fisiológica. Quien tiene que hacer a escondidas, con una tensión,
una prevision, una astucia prolongadas, lo que él mejor puede hacer, lo que más le
gustaría hacer, ése se vuelve anémico; y como la única cosecha que obtiene de sus
instintos es siempre peligro, persecución, calamidades, también su sentimiento se vuelve
contra esos instintos - los siente como una fatalidad. Es en nuestra sociedad, en nuestra
domesticada, mediocre, castrada sociedad donde un hombre venido de la naturaleza, llegado
de las montañas o de las aventuras del mar, degenera necesariamente en criminal. O casi
necesariamente: pues hay casos en que ese hombre muestra ser más fuerte que la sociedad:
el corso Napoleón es el caso más famoso. Para el problema que aquí se presenta es de
importancia el testimonio de Dostoievski -de
Dostoievski, el único psicólogo, dicho sea de paso, del que yo he tenido que aprender
algo: él es uno de los más bellos golpes de suerte de mi vida, más aún que el
descubrimiento de Stendhal. Este hombre profundo, que tenía diez veces derecho a
menospreciar a los superficiales alemanes, recibió una impreslon muy distinta de la que
él mismo aguardaba de los presidiarios de Siberia, en medio de los cuales vivió durante
largo tiempo, todos ellos autores de crímenes graves, para los que no había ya ningún
camino de vuelta a la sociedad - le dieron la impresión, más o menos, de estar tallados
de la mejor, más dura y más valiosa madera que llega a crecer en tierra rusa.
Generalicernos el caso del criminal: imaginemos unas naturalezas a las que, por alguna
razón, les falte la aprobación pública, que saben que no producen la impresión de ser
beneficiosas, útiles, - imaginemos ese sentimiento del chandala de no ser considerado
como igual, sino como excluido, indigno, impurificador. Todas esas naturalezas tienen en
sus pensamientos y en sus acciones el color de lo subterráneo; en ellas todo se vuelve
más pálido que en aquellas otras sobre cuya existencia brilla la luz del día. Pero casi
todas las formas de existencia que hoy nosotros consideramos distinguidas han vivido en
otro tiempo en esa atmósfera semisepulcral: el hombre de ciencia, el artista, el genio,
el espíritu libre, el actor de teatro, el mercader, el gran descubridor... Mientras el
sacerdote fue considerado como el tipo supremo, toda especie valiosa de hombres estuvo
desvalorizada... Se acerca el tiempo - lo prometo - en que el sacerdote será considerado
como el hombre más bajo, como nuestro chandala, como la especie más mendaz, más
indecorosa de hombre... Llamo la atención sobre el hecho de que todavía hoy, bajo el
régimen de costumbres más suave que jamás haya dorninado en la tierra, al menos en
Europa, todo estar al margen, todo prolongado, demasiado prolongado estar por debajo, toda
forma inhabitual, impenetrable de existencia, nos sugieren aquel tipo que el criminal
conduce a su perfección. Todos los innovadores del espíritu llevan durante algún tiempo
en la frente el signo pálido y fatalista del chandala: no porque produzcan esa
impresión, sino porque ellos mismos sienten el abismo terrible que los separa de todo lo
tradicional y respetado. Casi todo genio conoce, como uno de sus desarrollos, la «existencia catilinaria», un sentimiento de
odio, venganza y rebelión contra todo lo que ya es, lo que ya no deviene... Catilina -la
forma de preexistencia de todo César. -
46
Aqui la perspectiva es libre. - Puede ser
altura de alma el que un filósofo calle; puede ser amor el que se contradiga; es posible
en el hombre dedicado al conocimiento una cortesía que mienta. No sin sutileza se ha
dicho: il est indigne des grands coeurs de
répandre le trouble, qu'ils ressentent [es indigno de los grandes corazones el
propagar la turbación que ellos sienten]: sólo hay que añadir que puede ser asimismo
grandeza de alma el no tener miedo de las cosas más indignas. Una mujer que ama sacrifica
su honor; un hombre dedicado al conocimiento que «ama» sacrifica acaso su humanidad; un
dios que amaba se hizo judío...
47
La belleza no es un azar.-También la belleza de una raza o de una familia, su gracia y
bondad en los ademanes todos son cosas que se adquieren con trabajo: son, lo mismo que el
genio, el resultado final del trabajo acumulado de generaciones. Es preciso haber hecho
grandes sacrificios al buen gusto, es preciso haber hecho y haber dejado de hacer muchas
cosas por amor a él - el siglo xvii de Francia es digno de admiración en ambos aspectos
-, es preciso haber tenido en el buen gusto un principio de selección para elegir las
compañias, el lugar, el vestido, la satisfacción sexual, es preciso haber preferido la
belleza a la ventaja, al hábito, a la opinión, a la pereza. Regla suprema: es preciso no
«dejarse ir» ni siquiera delante de sí mismo. - Las cosas buenas son sobremanera
costosas: y siempre rige la ley de que quien las tiene es distinto de quien las
adquiere.Todo lo bueno es herencia: lo que no es heredado es imperfecto, es un comienzo...
En Atenas, en tiempo de Cicerón, que expresa su
sorpresa por ello, los varones y los muchachos eran muy superiores en belleza a las
mujeres: ¡pero qué trabajo y qué esfuerzo al servicio de la belleza se había exigido
allí, desde siglos, el sexo masculino! - Pues no debemos equivocarnos sobre la metódica
en este punto: una mera disciplina de los sentimientos y los pPesamientos es casi igual a
cero ( - en esto consiste el gran malentendido de la formación alemana, que es totalmente
ilusoria): es preciso persuadir primero al cuerpo. La observancia rigurosa de ademanes
importantes y selectos, un obligarse a vivir únicamente con hombres que no se «dejan
ir» bastan perfectamente para que uno llegue a ser importante y selecto: en dos, en tres
generaciones está ya todo interiorizado. Es decisivo para la suerte de los pueblos y de
la humanidad el que se comience la cultura por el lugar justo - no por el «alma» (esa
fue la funesta superstición de los sacerdotes y semi-sacerdotes): el lugar justo es el
cuerpo, el ademán, la dieta, la fisiología, el resto es consecucncia de ello... Por esto
los griegos continúan siendo el primer acontecimiento cultural de la historia - supieron
lo que era necesario, lo hicieron; el cristianismo, que ha despreciado el cuerpo, ha sido
hasta ahora la más grande desgracia de la humanidad. -
48
Progreso en el sentido en que yo lo entiendo. - También yo hablo de una «vuelta a la
naturaleza», aunque propiamente no es un volver, sino un ascender - un ascender a la
naturaleza. y a la naturalidad elevada, libre, incluso terrible, que juega, que tiene
derecho a jugar con grandes tareas... Para decirlo con una metáfora: Napoleón fue un
fragmento de «vuelta a la naturaleza», tal como yo la entiendo (por ejemplo, in rebus
tacticis [en cuestiones tácticas], y más aún, como los militares saben, en cuestiones
estratégicas). - Pero Rousseau - ¿a dónde quería él propiamente volver? Rousseau, ese
primer hombre moderno, idealista y canaille en una sola persona; que tenía necesidad de
la «dignidad» moral para soportar su propio aspecto; enfermo de una vanidad desenfrenada
y de un autodesprecio desenfrenado. También ese engendro que se ha plantado junto al
umbral de la época moderna quería la «vuelta a la naturaleza»- ¿a dónde, preguntamos
otra vez, quería volver Rousseau? - Yo odio a Rousseau incluso en la Revolución: ésta
es la expresión histórico-universal de esa duplicidad de idealista y canaille. La farce
[farsa] sangrienta con que esa revolución se representó, su «inmoralidad»,
eso me importa poco: lo que yo odio es su moralidad rousseauniana -las llamadas
«verdades» de la Revolucicin, con las que todavía sigue causando efectos y persuadiendo
a ponerse de su lado a todo lo superficial y mediocre. ¡La doctrina de la igualdad!...
Pero si no existe veneno más venenoso que ése: pues ella parece ser predicada por la
justicia misma, mientras que es el final de la justicia... «Igualdad para los iguales,
desigualdad para los desiguales - ése sería el verdadero discurso de la justicia: y, lo
que de ahí se sigue, no igualar jamás a los
desiguales» El hecho de que en torno a aquella doctrina de la igualdad haya habido
acontecimientos tan horribles y sangrientos ha dado a esta «idea moderna» par excellence
una especie de aureola y de resplandor, de tal modo que la Revolución como espectáculo
ha seducido incluso a los espíritus más nobles. Esta no es, en última instancia, una
razón para apreciarla más.-Yo sólo veo a uno que la sintió tal como se la debe sentir,
con náusea -Goethe.....
49
Goethe - no un acontecimiento alemán, sino un acontecimiento europeo: un intento
grandioso de superar el siglo xviii mediante una vuelta a la naturaleza, mediante un
ascenso hasta la naturalidad del Renacimiento, una especie de autosuperación por parte de
aquel siglo.- Goethe llevaba dentro de sí los instintos más fuertes del mismo: la
sentimentalidad, la idolatría con respecto a la natutaleza, el carácter antíhistórico,
idealista, irreal y revolucionario (-este último es sólo una forma del irreal).
Recurrió a la historia, a la ciencia natural, a la Antigüedad, asimismo a Spinoza, y
sobre todo a la actividad práctica; se rodeó nada más que de horizontes cerrados; no se
desligó de la vida, se introdujo en ella; no fue apocado, y tomó sobre sí, a su cargo,
dentro de sí, todo lo posible. Lo que él quería era totalidad; combatió la desunión
entre razón, sensibilidad, sentimiento, voluntad (-desunión predicada, con una
escolástica espantosa, por Kant, el antípoda de Goethe), se impuso una disciplina de
totalidad, se creó a sí mismo... En medio de una época de sentimientos irreales, Goethe
fue un realista convencido: dijo sí a todo lo que en ella le era afín, - no tuvo
vivencia más grande que la de aquel ens realissimum [ser realísimo] llamado
Napoleón. El hombre concebido por Goethe era un hombre fuerte, de cultura elevada, hábil
en todas las actividades corporales, que se tiene a sí mismo a raya, que siente respeto
por sí mismo, al que le es lícita la osadía de permitirse el ámbito entero y la entera
riqueza de la naturalidad, que es lo bastante fuerte para esa libertad; el hombre de la
tolerancia, no por debilidad, sino por fortaleza, porque sabe emplear en provecho suyo
incluso aquello que haría perecer a una naturaleza media; el hombre para el cual no hay
ya nada prohibido, a no ser la debilidad, llámese ésta vicio o virtud... Con un
fatalismo alegre y confiado ese espiritu que ha llegado a ser libre está inmerso en el
todo, y abriga la creencia de que sólo lo individual es reprobable, de que en el conjunto
todo se redime y se afirma - ese espiritu no niega ya... Pero tal creencia es la más alta
de todas las creencias posibles: yo la he bautizado con el nombre de Dioniso. -
50
Podría decirse que en cierto sentido el siglo xix también se ha esforzado en lograr todo
aquello que Goethe se esforzó en lograr como persona: una universalidad en el comprender,
en el dar por bueno, un dejar-que-se-nos-acerquen las cosas, cualesquiera que sean, un
realismo temerario, un respeto por todos los hechos. ¿Cómo es que el resultado global no
es un Goethe, sino un caos, un sollozo nihilista, un no-saber-a-dónde-ir, un instinto de
cansancio, que in praxi [en la práctica] invita constantemente a reguesar al siglo
XVIII? (-en forma, por ejemplo, de romanticismo del sentimiento, de altruismo, de
hiper-sentimentalidad, de feminismo en el gusto, de socialismo en la política). ¿No es
el siglo xix, sobre todo en su final, simplemente un siglo xviii reforzado, y vuelto
grosero, es decir, un siglo de decadence? ¿De tal modo que Goethe habría sido, no sólo
para Alemania, sino para Europa entera, nada más que un episodio, una bella inutilidad? -
Pero se malentiende a los grandes hombres cuando se los mira desde la mísera perspectiva
de un provecho público. Acaso el que no se sepa extraer de ellos ningún provecho forme
parte incluso de la guandeza...
51
Goethe es el último alemán por el que yo tengo respeto: él habría sentido tres cosas
que yo siento, - también nos entendemos en lo que se refiere a la «cruz». A menudo me preguntan para qué escribo yo
propiamente en alemán: en ningún otro lugar, me dicen, soy peor leído que en mi patria.
Pero en última instancia, ¿quién sabe si yo deseo siquiera ser leído hoy? - Crear
cosas en las que el tiempo intentará en vano hincar sus dientes; esforzarse por lograr,
en la forma, en la sustancia, una pequeña inmortalidad - yo no he sido todavia nunca
bastante modesto para exigir menos de mí. El aforismo,
la sentencia, en los que yo soy el primer maestro entre alemanes, son las formas de la
«eternidad»; es mi ambición decir en diez frases lo que todos los demás dicen en un
libro, -lo que todos los demás no dicen en un libro. Yo he dado a la humanidad el libro
más profundo que ella posee, mi Zaratustra: dentro de poco voy a darle el más independiente.
Presentación
LO QUE DEBO A LOS ANTIGUOS
(Crepusculo de los ídolos)
1
Para concluir, una palabra sobre aquel mundo para penetrar en el cual yo he buscado
accesos, para penetrar en el cual acaso yo haya encontrado un acceso nuevo - el mundo
antiguo. Mi gusto, que tal vez sea la antítesis de un gusto tolerante, también aquí
está lejos de decir sí en bloque: en general no le gusta decir sí, algo más le gusta
decir no, lo que más le place es no decir absolutamente nada... Esto se aplica a culturas
enteras, se aplica a libros, - se aplica también a lugares y paisajes. En el fondo son
poquísimos los libros antiguos que cuentan en mi vida; entre ellos no están los más
famosos. Mi sentido del estilo, del epigrama como estilo, se despertó casi de manera
instantánea al contacto con
HABLA EL MARTILLO
(Crepusculo de los ídolos)
Sobre «intempestivo» (unzeitgemäss), en los primeros
apartados de estas «Incursiones»
aparecen numerosísimas reminiscencias de las lecturas francesas de Nietzsche por esta
época, sobre todo de los tres volúmenes del Journal de los hermanos Goncourt aparecidos
en 1887-1888. Esas reminiscencias llevan a veces al calco verbal. Parece innecesario decir
que Nietzsche no «plagia», sino que, con una maestría inigualable, utiliza
suscitaciones ajenas para decir lo que él quiere decir.
Incursiones de un intempestivo
Mis imposibles: Meine Unmöglichen. El adjetivo unmöglich,
aparte de su significado primario, «imposible [de hacer]», tiene en alemán
un segundo sentido: «imposible [de tolerar o soportar]», que es el que aquí le da
Nietzsche. «Mis imposibles» significa, pues: «los hombres que a mí me resultan
insoportables».
Incursiones de un intempestivo
En el original Nietzsche dice Toreador. Las referencias a
Séneca no son escasas en la obra de Nietzsche. En Humano, demasiado humano, I,
apartado 282, Nietzsche lo enumera entre «los grandes moralistas (Pascal, Epicteto,
Séneca, Plutarco)»; en el «prólogo en verso» a La gaya ciencia, titulado
«Broma, ardid y venganza», la poesía número 34 lleva el título «Séneca et hoc
genus omne»; y en un fragmento inédito dice lo siguiente: «Yo no quiero persuadir a
nadie a la filosofía: es necesario, es tal vez deseable que el filósofo sea una planta
rara. Nada me repugna tanto como el elogio doctrinario de la filosofía, tal como se da en
Séneca o más aún en Cicerón.»
Incursiones de un intempestivo
> En esta calificación de Schiller por Nietzsche culmina el
aprecio cada vez menor en que el segundo fue teniendo al primero, a quien, sin embargo,
alabó mucho en sus escritos anteriores (Ver, por ejemplo, El
nacimiento de la tragedia. El trompetero de Säckingen» [Der Trompeter
von Säckingen], obra de J. V. von Scheffel (1826-886), fue muy conocida en su
tiempo, y alcanzó máxima popularidad cuando en 1884 se estrenó como ópera cómica.
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche zahiere en más de una ocasión a Kant,
aprovechándose de la semejanza verbal de su apellido con la palabra inglesa cant.
Incursiones de un intempestivo
> «Facilidad para correr»: Geläufigkeit. La
ironía de Nietzsche aquí, que casi se pierde en castellano, se basa en que
Geläufigkeit designa en alemán la habilidad pianística de una persona, esto es, la
«facilidad para correr sobre las teclas del piano. Y conocido es el virtuosismo con que Liszt
hacía esto.
Incursiones de un intempestivo
> El conocido filólogo, historiador y filósofo francés E. Renan
(1823-1892) fue, a pesar de los males modales con que Nietzsche suele tratarlo (véase,
por ejempio, Mas allá del bien y del mal),
uno de los autores que más influyeron, de un modo u otro, en su concepción de los
orígenes del cristianismo. En los primeros meses de 1888 Nietzsche leyó con detenimiento
su Vie de Jésus (Histoire des origines du christianisme. Libre primier),
París, 1883, y de esa lectura quedan numerosos apuntes en sus cuadernos inéditos.
Incursiones de un intempestivo
La expresión francesa cítada es de Renan, y aparece en su Vie
de Jésus. Nietzsche había aludido ya a ella en el Epílogo» de El caso Wagner
y volverá a hacerlo en otros pasajes.
Incursiones de un intempestivo
En El viajero y su sombra, apartado125, Nietzsche había citado
ya a Sainte-Beuve a proposito de la cuestión de si existen «clásicos
alemanes». En el apartado 48 de Más allá del bien y del
mal dice Nietzsche. «¡Qué olor jesuítico despide ese amable e inteligente
cicerone de Port-Royal, Sainte-Beuve, a pesar de toda su hostilidad contra los jesuitas!»
Incursiones de un intempestivo
En una carta a su amigo Peter Gast, escrita el 24 de novicmbre de 1887,
hace Nietzsche las siguientes consideraciones sobre la «familia» Rousseau: «El
hecho de que Gluck tuviera entre sus primeros adictos a Rousseau es algo que da que
pensar: al menos para mí, todo lo que ese hombre ha apreciado es algo problemático;
asimismo lo son todos los que le han apreciado a él ( - hay toda una familia Rousseau, a
ella pertenece también Schiller, en parte Kant; en Francia, George Sand, e incluso
Sainte-Beuve; en Inglaterra, la Eliot, etc.)Todo aquel que ha tenido necesidad de la
'dignidad moral', faute de mieu [a falta de otra cosa mejor], ha sido un
venerador de Rousseau, hasta descender nuestro querido Dühring, que tiene el gusto de
presentarse en su autobiografía precisamente como Rousseau del siglo XIX.»
La referencia a Gluck, en esta carta, alude a lo que le había comunicado Peter Gast en la
suya del 12 de noviembre de 1887: «Me ha interesado en Gluck el hecho de que uno de
sus primeros
adictos en París fuera J. J. Roussecu.» La «autobiografía» de Dühring a que
Nietzsche se refiere es la obra de éste Sache, Leben und Feinde [Cosa, vida
y enemigos]1881.
Incursiones de un intempestivo
En Ecce homo se burla Nietzsche de la adoración a los petits
faits llamándola: «ese petit faitalisme».
Incursiones de un intempestivo
La «embriaguez» (en su sentido más amplio) es para
Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia el
símbolo de lo dionisíaco. Este apartado 8, así como los tres siguientes,
constituyen un resumen y puesta a punto de lo dicho por Nietzsche en la citada obra.
Incursiones de un intempestivo
Rafael es mencionado ya por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia donde ofrece una
interpretación de su cuadro llamado La Transfiguración. A lo largo de su obra
son numerosas las referencias de Nietzsche a Rafael, que culmina en la que aquí aparece.
Incursiones de un intempestivo
Como es sabido, estas categorías estéticas constituyen la base
técnica del Nacimiento de la tragedia.
Incursiones de un intempestivo
Sobre esta unidad primordial de las diversas facultades
artísticas, y su posterior separación, ver El nacimiento
de la tragedia.
Incursiones de un intempestivo
Las referencias de Nietzsche a la arquitectura y a los
arquitectos son escasísimas en su obra. En el apararado 217 de Humano, demasiado
humano, tomo I, dice: «Nosotros no comprendemos
ya la arquitectura.»
Incursiones de un intempestivo
El apartado 96 de Humano, demasiado humano, II, «El viajero y
su sombra» se titula «El gran estilo», y dice así: «El gran estilo surge cuando
lo bello obtiene la victoria sobre lo enorme.»
Incursiones de un intempestivo
Thomas Carlyle (1795-1881) Historiador de la literatura y
filósofo escocés. Gran conocedor de la literatua alemana, su obra más difundida es, tal
vez, Sartus Resartus. Dedicó varios libros a exponer su concepto del «heroe».
Nietzsche, que lo menciona varias veces, habla casi siempre de él con desprecio. Véase,
por ejemplo, Ecce bomo.
Incursiones de un intempestivo
Ralph Waldo Emerson (1803-1882), moralista y critico
norteamericano. Nietzsche, que lo consideraba un «maestro de la prosa», fue muy influido
por él en su primera época.
Incursiones de un intempestivo
En el apartado 8 de El caso Wagner, Nietzsche aplica esta misma
sentencia a Wagner. Dice así.
«El wagneriano, con su crédulo estómago, se siente incluso harto con la comida que
su maestro le sirve por arte de magia. Pero nosotros, que tanto en los libros como en la
música exigimos ante todo substancia, y a los que apenas se nos sirve con mesas meramente
'representadas', lo pasamos mucho peor aqui. Dicho con claridad: Wagner no nos da bastante
que morder.»
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche cita esta frase en castellano. En un cuaderno de finales de
1867 se encuentra este fragmento inédito: «'Yo me sucedo a mí mismo', digo
yo, como aquel anciano de Lope de Vega, sonriendo igual que él: pues yo ya no sé en
absoluto qué viejo soy ya y qué joven seré todavía...»
El citado verso de Lope de Vega se encuentra en la comedia de este ¡Si no vieran las
mujeres!... (acto I, escena XI), dentro del siguiente contexto (palabras del villano
Belardo al emperador Otón):
«¿No habéis visto un árbol viejo
Cuyo tronco, aunque arrugado,
Coronan verdes renuevos?
Pues eso habéis de pensar,
Y que pasando los tiempos,
Yo me sucedo a mí mismo.»
Incursiones de un intempestivo
voluntas por voluptas, Nietzsche deforma
aquí sarcásticamente la conocida frase de Ovidio, Epístolas del Ponto, III, 4, 79.
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche cita aqui irónicamente unas palabras del coral luterano Ein'
feste Burg ist unser Gott [Una firme fortaleza es nuestro Dios],
conocidísimo en Alemania. Naturalmente, el Reich a que Lutero se refiere es el
«reino de Dios», mientras que Nietzsche lo aplica aquí al «Reich alemán».
Incursiones de un intempestivo
El significado de esta mordaz frase ha sido interpretado de varias
maneras. Para unos, las «puertas traseras» sirven para que por ellas entre la
aparentemente expulsada teología. Para otros, es Kant mismo el que por esas
puertas traseras (de la ética) introduce la metafísica. En todo caso, Nietzsche se basa
sin duda en lo dicho por Schopenhauer en su obra El fundamento de la moral 4
y 6.
Incursiones de un intempestivo
La expresión «conciencia intelectual», difundida,
aunque no creada por Nietzsche (pues tiene un antecedente, al menos verbal, en Shopenhauer),
alude a una de las condiciones exigidas por él para la «honradez» en cosas del
espíritu. Véase La gaya ciencia, el apartado 2, titulado «La conciencia
intelectual», y el aparatado 335, titulado, «¡Arriba la física!».
Incursiones de un intempestivo
Los «famosos diálogos en Naxos» a que aqui alude Nietzsche
no llegaron a ser escritos por él. En Más allá del bien
y del mal aparece la primera alusión a los mismos. Según un fragmento inédito
del otoño de 1887, Nietzsche tenía el propósito de «entremezclar» en «el libro
perfecto», del cual traza allí el plan, «breves coloquios entre Teseo, Dioniso y
Ariadna». A continuación vienen los siguientes apuntes:
«-Teseo se está volviendo absurdo, dijo Ariadna, Teseo se está volviendo virtuoso.-
Celos de Teseo por el sueño de Ariadna.
El héroe que se admira a si mismo, que se vuelve absurdo.
Lamento de Ariadna.
«Dioniso sin celos: 'Lo que yo amo en ti, ¿cómo podría amarlo Teseo?'...
Ultimo acto. Boda de Dioniso y Ariadna.
'No se es celoso si se es un dios, dijo Dioniso: a no ser de los dioses'.»
Estos apuntes corresponden a lo que Nietzsche titula allí «Drama satírico». Mas tarde
aparece el siguiente fragmento:
«'Ariadna, dijo Dioniso, eres un laberinto: Teseo se ha extraviado dentro de ti, ya
no tiene hilo alguno; ¿de qué le sirve ahora el no haber sido devorado por el Minotauro?
Lo que le devora es peor que un Minotauro'. Tú me adulas, respondió Ariadna, pero estoy
cansada de mi compasión, por causa mia deben perecer todos los héroes: este es mi
último amor para con Teseo: 'yo le hago perecer'.»
Otro apunte inédito de esta misma época dice lo siguiente:
«'Oh Ariadna, tu misma eres el Laberinto: de ti no se vuelve 'Dioniso, tú me adulas,
eres divino'»...
Asimismo existe el siguiente apunte inédito:
«La historia ocurrió, en efecto, durante mi primera estancia en Naxos: 'Pero señor
mio!' dijo ella, '¡hablais un alemán de cerdos!'-'¡Alemán! ', respondí yo de buen
humor,' ¡sencillamente
alemán! ¡Dejad de lado el cerdo, diosa mía! ¡subestimáis la dificultad de decir en
alemán cosas delicadas!'-'¡Cosas delicadas!' exclamó ella horrorizada...'¡A dóinde se
quiere ir! -y al decir esto jugaba impacientemente con el famoso hilo que en otro tiempo
guió a su Teseo a través del Laberinto. - Así se puso de manifiesto que en su
formación filosófica Ariadna llevaba dos milenios de retraso.»
Por fin, el último diálogo entre Dioniso y Ariadna es el que cierra uno de los Ditirambos
de Dioniso, titulado «Lamento de Ariadna». dice así:
«Un rayo. Dioniso se hace visible con una belleza esmeraldina. Dioniso:
¡Sé inteligente, Ariadna!...
Tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas:
¡Introduce en ellas una palabra inteligente!
¿No hay que odiarse primero, cuando se pretende amarse?...
Yo soy tu Laberinto»...
Incursiones de un intempestivo
Como es bien sabido, Schopenhauer fue el filósofo que
más influyó sobre Nietzsche en sus primeros tiempos. Nietzsche se distanció
posteriormente de él, pero siguió considerándolo como
a mi gran maestro, el único a quien yo tengo que enfrentarme». Al convertirlo aquí en
el «heredero de la interpretación cristiana», Nietzsche hace de él su antipoda.
Incursiones de un intempestivo
Una amplia discusión sobre este mismo tema se encuentra también en La genealogía de la moral.
Incursiones de un intempestivo
Véase, en general, El banquete,
y sobre todo el diálogo de Diotima con Sócrates: «Es esta acción [del
amor] la procreación en la belleza tanto segúin el cuerpo como según el alma
(206 b). Pues no es el amor, Sócrates, como tú crees, amor de la belleza. -Entonces,
¿qué es? .-Amor de la generación y del parto en la belleza» (206 d).
Incursiones de un intempestivo
Véase, en el Fedro, el largo discurso de Sócrates (244 a- 256
e).
Incursiones de un intempestivo
La citada expresión latina procede de la Etica de Spinoza. En
alemán hay un malicioso juego de palabras - que se pierde totalmente en castellano -
entre Spinne [arena] y Spinoza.
Incursiones de un intempestivo
L' art pour l' art es frase acuñada en 1818 por el filósofo
francés Victor Cousin (1792-18673 y difundida sobre todo por Th. Gautier (1811-1872),
en el prólogo a su novela Mademoiselle de Maupin. Con ella se rechaza toda
heteronomia del rito. En Más allá del bien y del mal
alude igualmente Nietzsche a ella.
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche establece aquí una relación, que se pierde en castellano,
entre können [poder] y Künstler [artista], de
idéntica raiz en alemán. En más de una ocasión emplea Nietzsche ese mismo juego de
palabras; por ejemplo, en El nacimiento de la tragedia.
Incursiones de un intempestivo
Ver El mundo como voluntad y representación, I, 8 32.
Incursiones de un intempestivo
El menosprecio de Nietzsche por lo liberal» es constante en
sus escritos.
Incursiones de un intempestivo
Una aplicación de esta misma idea puede verse en Ecce homo.
Incursiones de un intempestivo
Expresión muy conocida en Alemania; procede de la ópera de Mozart
La flauta mágica (aria de Tamino).
Incursiones de un intempestivo
En un fragmento inedito de la primavera-verano de 1888 dice Nietzsche: «En
realidad nunca será bastante la seriedad con que se plantee a las mujeres jóvenes esta
alternativa de conciencia: aut Wagner aut liberi [o Wagner o hijos].»
Incursiones de un intempestivo
Son palabras de Galiani a Madame d'Espinay, en su
carta de 18 de septiembre de 1769, tras haberle pedido el envío de cuanto estuviese ya
impreso de su obra Dialogues sur le commerce des blés.
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche alude aquí al verso 1.182 del Fausto:Entschlafen sind nun
wilde Triebe[Se han adormecido los instintos salvajes].
Incursiones de un intempestivo
Sarcásticamente alude aqui Nietzsche al nombre de Parsifal,
que, según la creencia de Wagner - siguiendo en ello una arriesgada etimología de Görres
-, procedia del árabe parsi (puro) y fal (tonto). Nietzsche usa en
varias otras ocasiones esta misma ironía.
Incursiones de un intempestivo
En febrero de 1888, en Niza, Nietzsche había vuelto a leer a Plutarco,
según le dice a su amigo Peter Gast en una carta escrita el 13 de ese mes. Aquí
Nietzsche hace un resumen del capitulo 17 de la Vida de César, de Plutarco,
cuyos párrafos principales a este respecto dicen así:
"Pero su sufrimiento y tolerancia en las fatigas, pareciéndo que eran superiores
a sus fuerzas fisicas, no dejaron de causar admiración, porque con ser de complexión
flaca, de piel blanca y delicada y estar sujeto a dolores de cabeza y al mal epiléptico
(habiendo sido en Córdoba donde este mal le acometió por primera vez, según se dice),
no buscó en su delicadeza pretexto para la vida muelle, sino que, haciendo de la milicia
una medicina para su debilidad, con los continuos viajes, con las comidas frugales y con
tomar el sueño en cualquier parte combatia sus males y conservaba su cuerpo casi
inaccesible a ellos.»
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche alude aquí a las conocidas palabras de Aquiles en su
diálogo con Tetis (Ilíada, XVIII, 109). En sentido parecido, y
hablando también de la venganza, había citado Nietzsche ya este pasaje homérico en La genealogía de la moral.
Incursiones de un intempestivo
Sobre este tema ver Así habló Zaratustra,
« De la muerte libre.
Incursiones de un intempestivo
Algunas de estas historias las cuenta Nietzsche en Ecce
homo.
Incursiones de un intempestivo
Muy agadecido: sehr verbunden. Nietzsche hace
aquí un juego de palabras -que se pierde totalmente en castellano- entre el título del
periódico Bund y verbunden.
Incursiones de un intempestivo
La expresión «pathos de la distancia» la emplea Nietzsche
por vez primera en Más allá del bien y del mal,
y, a partir de ese momento aparece en todas sus obras posteriores. Es una condiciónn de
la «aristocracia» y de la «auto-superación» del hombre.
Incursiones de un intempestivo
Herbert Spencer (1820-1903), filósolo inglés, precursor de
Darwin con su idea de que toda evolución orgánica es un paso de la «homogeneidad a la
heterogeneidad», fue a su vez muy influido
por el darwinismo. Nietzsche habla siempre muy negativamente de él. Así, en La gaya
ciencia, apartado 373, dice que la «final conciliación de 'egoísmo' y
'altruismo' realizada por el pedante inglés Herbert Spencer... constituye casi nuesträ
náusea- ¡una humanidad que tuviera como perspectivas últimas las perspectivas de
Spencer nos parecería digna de desprecio, digna de ser aniquilada!
Incursiones de un intempestivo
Inmediatamente después va a decir Nietzsche: «Los pueblos que
valieron algo, que llegaron a valer algo, no llegaron nunca a ello bajo instituciones
liberales.» Nietzsche polemizó con el liberalismo ya desde el principio de su
carreta literaria. En los fragmentos póstumos se enfrenta a él en varias ocasiones.
Incursiones de un intempestivo
También en Más allá del bien y del mal,
alude Nietzsche a Venecia como «una institución,
ya voluntaria, ya involuntaria, destinada a la cría». En vez de nombrarla juntamente con
Roma, allí dice «una antigua polis griega o Venecia».
Incursiones de un intempestivo
La cita de Nietzsche corresponde al apartado 472, titulado «Religión
y gobierno.»
Incursiones de un intempestivo
Ideas similares sobre Rusia las había expuesto ya Nietzsche en
Más allá del bien y del mal, y volverá a
exponerlas en Ecce horno.
Incursiones de un intempestivo
Las opiniones de Nietzsche sobre el obrero y sobre la cuestión
obrera están determinadas, de un lado, por su visión de la «aristocracia»
griega, y de otro, por su polémica con el socialismo. En Humano, demasiado humano,
II, «El viajero y su sombra», 286, puede verse un complemento de la opinión aquí
expresada.
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche cita aquí, anadiéndole un no, el verso primero,
muy popular en Alemania, de la poesía de Max von Schenkendorf (1783-1817)
titulada Libertad.
Incursiones de un intempestivo
La honestidad (Rechtschaffenheit) es para
Nietzsche lo opuesto a la pia fraus, a que se ha referido varias veces en este
libro.
Incursiones de un intempestivo
El problema del «genio» es uno de los que preocuparon a
Nietzsche a lo largo de toda su vida; en su obra se encuentran innumerables referencias al
mismo. Ver, por ejemplo, Schopenhauer como educador (3 y 6); Humano,
demasiado humano (157, 231 y 237); Aurora (548); Más
allá del bien y del mal (143, 204 y 242).
Incursiones de un intempestivo
En Ecce homo, Nietzsche repite literalmente este último
párrafo, aplicándolo allí a «las naturalezas
superiores».
Incursiones de un intempestivo
En el siglo pasado fueron sobre todo Comte y Taine quienes defendieron la
llamada «teoría del milieu [medio]», esto es, del mundo en torno,
sobre el desarrollo y las peculiaridades del ser
humano. En un fragmento inédito dice Nietzsche lo siguiente: «Contra la teoria del
ínflujo del milieu y de las causas externas: la fuerza interna es infinitamente superior;
muchas cosas que parecen ser un influjo venido de fuera son tan sólo una acomodación de
esa fuerza desde dentro. Milieus idénticos pueden ser interpretados y aprovechados de
manera antitética: no existen los hechos. -Un genio no es explicable por tales
condiciones de su genesis.»
Incursiones de un intempestivo
Tiene el sentido de «no presagiar nada bueno».
Incursiones de un intempestivo
177
H. Th. Buckle (1821-1862), historiador inglés, autor de la Historia de la
civilización en Inglaterra, obra leída por Nietzsche. En ella Buckle subraya ante
todo la importancia del medio y niega que los «grandes hombres, sean las «causas» de
los grandes hechos históricos. En La genealogía de la
moral, Nietzsche lo zahiere, motejándolo de «plebeyo».
Incursiones de un intempestivo
Al igual que el problema del «genio», también el problema del «criminal»
preocupó a Nietzsche a lo largo de toda su vida. Ver, en Así
habló Zaratustra, el capítulo titulado «Del pálido criminal».
Incursiones de un intempestivo
El conocimiento de Dostoievski por Nietzsche ha dado
lugar a variadas discusiones, motivadas sobre todo por los intentos de ocultación
llevados a cabo por la hermana, E. Förstet-Nietzsche.
El nombre de Dostoievski aparece citado por vez primera por Nietzsche en una carta escrita
desde Niza, el 12 de febrero de 1887, a su amigo F. Overbeck. En ella, en una nota escrita
al margen, dice Nietzsche: «¿Te he hablado de H. Taine? ¿Y de que me encuentra
infiniment suggestif? ¿Y de Dostoievski?» Al día siguiente, en una carta a Peter
Gast, Nietzsche amplía la anterior alusión: «¿Conoce usted a Dostoievski? Excepto
Stendhal, nadie me ha causado tanto contento y sorpresa: un psicólogo con el que ' yo me
entiendo'.» Por fin, pocos días más tarde, el 23 de febrero de 1887, en otra carta
a Overbeck aparece esta esclarecedora noticia: «De Dostoievski yo no conocía ni el
nombre hasta hace pocas semanas - ¡yo un hombre inculto que no lee 'periódicos'!
Una zarpada casual en una tienda de libros me puso ante los ojos la obra
L'esprit souterrain, recién traducida al francés (¡algo igual de casual
me ocurrió, con Schopenhauer cuando yo tenía veintiún anos, y con Stendhal cuando
tenía treinta y cinco!) El instinto de afinidad (¿o qué nombre le daré?) dejó oír su
voz en seguida, mi alegría fue extraordinaria: tengo que remontarme a mi conocimiento de Rouge
et Noir de Stendhal para recordar una alegría igual. (Son dos relatos, el primero
propiamente una pieza de música, de una música muy extraña, muy poco alemana; el
segundo, un alarde genial de psicología, una especie de autoescarnio del gnozi sautón.»
Nietzsche conoció a Dostoievski, por tanto, en las primeras semanas de 1887, o más bien
en las últimas de 1886, puesto que en la primera línea del prólogo a la segunda
edición de Aurora,
fechado en «Ruta junto a Génova, en el otoño del año 1886», pero corregido a finales
de este año, aparece una clara alusión al «espíritu subterráneo».
La descripción de su encuentro con la obra de Dostoievski hecha por Nietzsche a Overbeck
en la carta antes citada, queda más completa en esta otra carta a P. Gast, de 7 de marzo
de 1887:
«Con Dostoievski me ha ocurrido lo mismo que anteriormente con Stendhal: el contacto
más casual, un libro que se abre en una librería, desconocimiento incluso del nombre -y
el instinto que repentinamente dice que aquí he tropezado con alguien afín. Hasta ahora
es poco lo que sé de su posición, su fama, su historia: murió en 1881. En su juventud
le fue mal: enfermedad, pobreza, pese a su ascendencia aristocrática; a los veintisiete
años, condenado a muerte, indultado en el cadalso, luego cuatro años en Siberia,
encadenado, en medio de autores de graves crímenes. Este tiempo fue decisivo: descubrió
la fuerza de su intuición psicológica, más aún, su corazón se endulzó y se
profundizó con ello - su libro de recuerdos de ese tiempo, La maison des morts,
es uno de los libros más humanos que hay. Lo primero que he conocido de él, que acaba de
aparecer en traducción francesa, se llaa L'esprit souterrain, que contiene
dos relatos: el primero, una especie de música desconocida; el segundo, un verdadero
alarde genial de psicología -un terrible y cruel escarnio del gnózi sautón, pero
trazado con una audacia tan ligera y con tanto deleite de fuerza superior, que yo quedé
totalmente ebrio de contento. Entre tanto, por recomendación de Overbeck, a
quien pregunté en mi última carta, he leído además Humiliés et offensés
(lo único que Overbeck conocía), con el máximo respeto por el artista Dostoievski.
También he notado ya cómo la más reciente generación de novelistas franceses está
completamente tiranizada por el influjo de Dostoievski y por los celos con respecto a él
(por ejemplo, Paul Bourget).»
Nietzsche vuelve a aludir a Dostoievski en otras cartas; y en los fragmentos
inéditos escritos desde el otoño de 1887 a enero de 1889 el nombre del novelista ruso
aparece nada menos que doce veces. En El Anticristo Nietzsche menciona a
Dostoievski en relación con Jesús. Las obras de Dostoievski, leídas por Nietzsche,
todas ellas en traducción francesa, fueron: La maison des
morts, L'esprit souterrain, Crime el Châtiment, Les possédés y Humiliés et offensés.
Incursiones de un intempestivo
La expresión «existencia catiliniaria, que pronto se
hizo, popular en Alemania, fue forjada por Bismarck; en una sesión del
Parlamento celebrada el 30 de septiembre de 1862, dijo éste las siguientes palabras: «Hay
en el país toda una muchedumbre de "existencias catilinarias" que tienen un
gran interés en hacer revoluciones.»
Incursiones de un intempestivo
Conocidos versos del «Doctor Marianus» (hablando desde la celda
más alta y más pura)en el Fausto):Hier ist die Aussicht frei, Der Geist erhoben.
Incursiones de un intempestivo
Palabras de Clotilde de Vaux.
Incursiones de un intempestivo
Véase Tusculanas, IV, 6, 11.
Incursiones de un intempestivo
Véase Así habló Zaratustra,
«De las tarántulas» donde Nietzsche expone esta misma doctrina.
Incursiones de un intempestivo
Sobre Goethe y la Revolución francesa,
véase también Más allá del bien y del mal.
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche alude aquí al conocido número 66 de los Epigramas venecianos,
que dice así:
[yo puedo soportar muchas cosas. La mayor parte de las molestias
las tolero con ánimo tranquilo, como me manda Dios.
Pero algunas me resultan tan repugnantes como el veneno y la serpiente.
Son cuatro: el humo del tabaco, las chinches, el ajo y la cruz].
Incursiones de un intempestivo
Sobre sus aforismos y las dificultades que ofrecen al
lector, dice Nietzsche en La geneología de la moral: en
otros casos la forma aforistica produce dificultad: se debe esto a que hoy no se da
suficiente importancia a tal forma. Un aforismo, si está bien acuñado y fundido, no
queda ya 'descifrado' por el hecho de leerlo; antes bien, entonces es cuando debe empezar
su interpretación, y para realizarla se necesita un arte de la misma.
Incursiones de un intempestivo
Nietzsche se refiere aquí a la Transvaloración de los
valores, pues en varias cartas y apuntes la califica de ese mismo modo. Véase, por
ejemplo, la carta a Meta von Salis, de 7 de septiembre de 1888: «El año
próximo me decidiré a dar a la imprenta la Transvaloración de los valores, el libro
más independiente que exista...» Y en un fragmento inédito de julio-agosto de 1888
dice lo siguiente: «He dado a los alemanes el libro más profundo que ellos poseen,
mi Zarathustra, -con éste les doy el más independiente. ¿Cómo? me dice esto mi mala
conciencia, ¿quieres arrojar perlas - a los alemanes?»
Incursiones de un intempestivo
A propósito de Salustio dice Nietzsche en Ecce homo
que en sus ejercicios escolares, él «ponía la ambición de su pluma en imitar en
rigor y concisión a mi modelo Salustio».
Lo que debo a los antiguos
Wilhelm Paul Corssen (1820-1875) fue profesor de historia en
Pforta durante la época en que Nietzsche estudió en aquella institución. Es el único
de sus profesores de Pforta que Nietzsche cita en sus obras.
Lo que debo a los antiguos
Véase el apartado 22 de Humano, demasiado humano, tomo I,
titulado «Increencia en el ' monumentum aere perennius'».
Lo que debo a los antiguos
El aprecio de Nietzsche por Horacio se manifiesta también en
otros muchos lugares de sus obras. Ver, por ejemplo, Humano, demasiado humano, I,
apartado 109; II, «Opiniones y sentencias mezcladas», apartados 49 y 276;
«El viajero y su sombra», apartados 86 y 313, etc.
Lo que debo a los antiguos
Sobre este punto, ver El nacimiento
de la tragedia.
Lo que debo a los antiguos
La «diatriba», género predilecto de los filósofos
cínicos de la Antigüedad, se caracterizaba por su abigarramiento y confusión de
estilos. El más destacado cultivador de la misma fue Menipo de Gádara, cuyos
escritos, no conservados, llenaban trece libros. Los romanos imitaron ese estilo (en el
que se entremezclaban prosa y verso) en su satura. Varrón escribió una
obra titulada precisamente Saturae Menippeae.
Lo que debo a los antiguos
Ver Diógenes Laercio, III, 6.
Lo que debo a los antiguos
Al igual que ocurre con Horacio, también Tucídides es
citado numerosas veces en sus obras por Nietzsche. Por ejemplo, en Humano, demasiado
humano, I, apartados 32, 261 y 474; II, «El viajero Y su sombra»,
apartados 31 y 144; Aurora, apartado 168 (donde manifiesta su predilección
por Tucídides frente a Platón).
Lo que debo a los antiguos
Esta concisa indicación es desarrollada ampliamente por Nietzsche en un
importante fragmento inédito de la primavera de 1888, titulado «La lucha de la
ciencia. Los sofistas». Dice así el fragmento: «Los sofistas no son otra
cosa que realistas: los valores y prácticas conocidos por todos los formulan
ellos elevándolos al rango de valores, - tienen el valor que poseen todos los espíritus
fuertes para saber su inmoralidad. ¿Se cree acaso que aquellas pequeñas ciudades libres
griegas, que con gusto se habrían devorado por rabia y por celos, estaban gobernadas por
principios filantrópicos y honestos? ¿Acaso se le hace a Tucídides algún reproche por
el discurso que pone en boca de los enviados atenienses, cuando trataban con los melios
acerca de la ruina o la sumisión? Hablar de la virtud en medio de esa terrible tensión
no les era posible más que a los tartufos perfectos -o a hombres situados al margen,
eremitas, fugitivos y emigrantes de la realídad... todos ellos, gentes que negaban para
poder vivir.- Los sofistas eran griegos: cuando Sócrates y Platón adoptaron el partido
de la virtud y la justicia, fueron judios o yo no sé que.-La táctica empleada por Grote
para la defensa de los sofistas es falsa: quiere elevarlos a la categoría de hombres de
honor y a estandartes de la moral - pero su honor estaba en no cultivar ninguna patraña
con grandes palabras y virtudes...»
Lo que debo a los antiguos
La expresíón «alma bella» (schöne Seele),
popularizada en Alemania sobre todo a partir del Wilhelm Meister, de Goethe
(cuyo sexto libro se titula «Confesiones de un alma bella»), es
utilizada muy frecuentemente por Nietzsche, pero siempre con ironia.
Lo que debo a los antiguos
Simplicidad elevada: hohe Einfalt. Nietzsche se
burla aquí de la expresión edle Einfalt und stille Crosse [noble sencillez y
tranquila grandeza], que a partir de la obra de Winckelmann
Gedanken über die Nachahmung der griechischen Werke in der Malerci und Bildhauerkunst
[Pensamientos sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura]
(1755), llegó a
convertírse en el tópico de la conversación alemana para referirse a los griegos.
Lo que debo a los antiguos
En El nacimiento de la tragedia
(1872) Nietzsche repite estas ideas. Tambien en Ecce homo.
Lo que debo a los antiguos
Ch. A. Lobeck (1781-1860), filólogo alemán, fue profesor en
Wittenberg y en Königsberg. Se le deben importantes obras de gramática y de
lexicografía. Su obra más importante es Aglaophamus seu de Theologiae mysticae
Graecorum causis, dirigida contra la Simbólica de Creuzer; Nietzsche había leído
la obra de Lobeck en sus años de estudiante.
Lo que debo a los antiguos
Recuérdese que El nacimiento de la
tragedia contiene ya una polémica latente contra Winckelmann y Goethe.
Lo que debo a los antiguos
Ver El Anticristo.
Lo que debo a los antiguos
La polémica de Nietzsche contra Aristóteles en este
punto se desarrolla asimismo a lo largo de El nacimiento de
la tragedia .
Lo que debo a los antiguos
«El último discípulo del filósofo Dioniso» es definición
que Nietzsche se habia aplicado ya a si mismo en Más allá
del bien y del mal. «El maestro del eterno retorno» es la definición que sus
animales le dan a Zaratustra: «Pues tus animales saben bien, oh Zaratustta, quién
eres tú y quién tienes que llegar a ser: tú eres el maestro del eterno retorno,- ¡ese
es tu destino!».
Lo que debo a los antiguos
Ver Así habló Zaratustra,
«De las tablas viejas y nuevas».
Lo que debo a los antiguos