San Agustín pensaba que no podemos percibir la verdad inmutable de las
cosas a menos que éstas estén iluminadas como por un sol. Esa luz
divina, que ilumina la mente, procede de Dios, que es la "luz
inteligible", en la cual, y por la cual, y a través de la cual, se
hacen luminosas todas aquellas cosas que son luminosas para el intelecto.
En un pasaje del De Trinitate, San Agustín afirma que la
naturaleza de la mente es tal que cuando se dirige a las cosas
inteligibles en el orden natural, según la disposición del Creador, las ve
a una cierta luz incorpórea que es sui generis, de modo que el ojo corporal
ve objetos presentes a la luz corpórea. Esas palabras parecen
mostrar que la iluminación en cuestión es una iluminación
espiritual que realiza la misma función, respecto a los objetos de la
mente, que la realizada por la luz del sol respecto a los corpóreos de la
vista.(observar gráfico) En otras palabras, así como
la luz del sol hace visible al ojo las cosas corpóreas, así la iluminación
divina hace visibles a la mente las verdades eternas.
Ahora bien, según San Agustín, no es la iluminación misma lo que
ve la mente, ni tampoco el Sol Inteligible, o Dios. La
iluminación lo único que permite es que las características de eternidad
y necesidad de determinadas verdades eternas y necesarias sea hechas
visibles a la mente gracias a la intervención por la actividad de Dios.
San Agustín, tampoco entendía por luz el intelecto o la actividad
de éste, (al modo aristotélico - tomista). La función de la iluminación
divina es hacer visible a la mente el elemento de necesidad o de relación
existente en las verdades.
Todo lo dicho implica, evidentemente, que, según San Agustín, la mente
NO contempla directamente la idea de belleza, por ejemplo, tal como está en
Dios. Tampoco sería correcto afirmar que, según san Agustín, Dios infunde
actualmente la idea de belleza, o cualquier otra idea normativa que nos
permita hacer juicios comparativos de grado, tales como que ese objeto es más
bello que aquél o esta acción más justa que aquélla. Ese modo de ver las
cosas convertiría la función de la iluminación divina en una especie de
entendimiento agente separado, algo no defendido por el obispo de Hipona.
Según san Agustín, la actividad de la iluminación divina respecto de la
mente es análoga a la función de la luz del sol respecto de la visión, y
aunque la luz del sol hace visibles los objetos corpóreos, es indudable que
Agustín no pensaba que crease imágenes de los objetos en el sujeto humano.
Del mismo modo, (aun cuando Agustín no indica claramente como, por ejemplo,
obtenemos las nociones de siete, y tres, y diez o de a > b), la función
de la iluminación no es infundir la nociones de esos números, sino
iluminar el juicio de que siete y tres suman diez, o de la relación
existente entre a y b, de modo que podamos discernir la necesidad y
eternidad de esos juicios.
Por ejemplo si llegamos a percibir la necesidad del juicio a > b ello
se debe a que la iluminación divina nos permitiría saber sobre la
RELACIÓN existente en a y b. Ahora bien, tal iluminación no
implica que lleguemos a contemplar directamente tal relación o que llevemos
impreso tal saber dentro de nosotros. La iluminación no afecta al contenido
del concepto, como si la iluminación infundiese dicho contenido, sino a la
calidad de nuestro juicio a propósito de ese concepto.
En resumen, san Agustín se hace esta pregunta: ¿cómo alcanzamos un
conocimiento de verdades que son necesarias, inmutables y eternas?
RESPUESTA: A) No podemos obtener un conocimiento así simplemente a partir
de la experiencia sensible, puesto que los objetos corpóreos son
contingentes, cambiantes y temporales. B) Tampoco podemos producir aquellas
verdades como una proyección de nuestras mentes, puesto que éstas son
también contingentes y mutables. C) Se sigue, pues, que lo que nos permite
percibir tales verdades es la acción del único ser que es necesario,
inmutable y eterno, Dios. D) Dios es como un sol que ilumina nuestras
mentes, o como un maestro que nos enseña. La influencia reguladora de las
ideas divinas (ILUMINACIÓN DIVINA) capacita al hombre,
por ejemplo, para que vea la relación existente entre realidades
universales y necesarias, de las cuales no hay visión directa en esta vida.
La luz de Dios capacita la mente a discernir los elementos de necesidad,
inmutabilidad y eternidad en la relación entre conceptos expresada en el
juicio necesario.