En todas las hipótesis referentes a nuestras
percepciones internas
y a la naturaleza del espíritu.....ciertos filósofos, éstos nos
prometen disminuir
nuestra ignorancia; pero me temo que sea a costa de llevarnos a
contradicciones de las que el asunto por sí mismo está exento. Estos filósofos
son los curiosos investigadores de las substancias materiales o inmateriales en las que
suponen que nuestras percepciones residen. Para detener las infinitas cavilaciones en
ambos bandos, no veo mejor método que preguntar a estos filósofos en pocas
palabras: ¿Qué sé entiende por substancia e INHERENCIA? Después de que hayan respondido a
esta cuestión, y sólo entonces, será razonable entrar seriamente en la
controversia. Hemos hallado que era imposible responder a la antedicha
cuestión con respecto a la materia y los cuerpos; aparte de que en el caso del
espíritu tropieza con las mismas dificultades, encuentra en él además algunas
adicionales que son peculiares a este asunto. Como toda idea se deriva de una impresión
precedente, si tuviésemos una idea de la substancia de nuestro espíritu debíamos tener
también una impresión de ella, lo que es muy difícil, si no imposible, de concebir.
Pues ¿cómo puede una impresión representar a una substancia más que asemejándose a
ella? ¿Y cómo puede una impresión asemejarse a una substancia, ya que, según esta
filosofía, no es una substancia y no tiene ninguna de las cualidades peculiares o
características de una substancia? Dejando a un lado la cuestión de que puede o no ser por la de
que realmente es, ruego a los filósofos que pretender que tenemos una idea de la
substancia de nuestros espíritus que me indiquen la impresión que la produce y que me
digan claramente de qué manera esta impresión actúa y de qué objeto se
deriva. ¿Es una impresión de sensación o reflexión? ¿Es agradable, penosa o
indiferente? ¿Nos acompaña siempre o se presenta de nuevo en determinados intervalos?
.... Si en lugar de responder a estas cuestiones se quiere evadir la
dificultad diciendo que la definición de una substancia es algo que EXISTE
POR SÍ MISMO y que esta definición debe satisfacernos por sí misma, observaré que esta
definición concuerda con todo lo que es posible concebir y no servirá jamás para
distinguir la substancia del accidente o el alma de sus percepciones. Pues razono así: Todo
lo que se concibe claramente puede existir, y todo lo que es claramente concebido
de alguna manera debe existir de la misma manera. Este principio ha sido ya
reconocido. Además, todo lo que es diferente es distinguible, y todo lo que es
distinguible es separable por la imaginación. Este es otro principio. Mi conclusión de ambos
es que, puesto que todas nuestras percepciones son diferentes entre sí y de todo
lo restante del universo, son también distintas y separables y pueden ser consideradas
como existiendo separadamente y pueden existir separadamente y no tener necesidad de ninguna
otra cosa para mantener su existencia. Son, por consiguiente,
substancias de la manera según la cual la antedicha definición explica una
substancia. Así, ni considerando el primer origen de las ideas ni por medio
de una definición somos capaces de llegar a una noción satisfactoria de
substancia, lo que me parece una razón suficiente para abandonar del todo la disputa
relativa a la materialidad e inmaterialidad del alma y me hace condenar absolutamente aun la
cuestión misma.
No tenemos una idea perfecta de nada más que de una
percepción. Una substancia es enteramente diferente de una percepción. Por consiguiente,
no tenemos una idea de substancia. La inherencia en algo se supone requerida para
fundamentar la existencia de una percepción. No tenemos, pues, idea de inherencia. ¿Qué
posibilidad, pues, hay de responder a la cuestión de si las percepciones son
inherentes a una substancia material o inmaterial, cuando aun no entendemos el
sentido de la cuestión?
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Existe un argumento empleado comúnmente en favor de la
inmaterialidad del alma, que me parece digno de notarse. Todo lo que es extenso
consiste en partes, y todo lo que tiene partes es divisible, si no en realidad, al
menos en la imaginación. Sin embargo, es imposible que algo divisible pueda ser unido a
un pensamiento o percepción, que es un ser totalmente inseparable e indivisible.
Pues suponiendo un enlace tal, ¿el pensamiento indivisible existiría a la
izquierda o la derecha de este cuerpo extenso y divisible? ¿Sobre la superficie o en el medio?
¿Sobre el lado superior o inferior? Si existe unido a la extensión, debe existir en
alguna parte y en sus dimensiones. Si existe en sus dimensiones, debe o existir en una
parte particular, y entonces esta parte particular es indivisible y la percepción
se halla unida solamente con ella y no con la extensión, o, si el pensamiento existe en
todas partes, debe ser también extenso, separable y divisible como el cuerpo, lo que
es totalmente absurdo y contradictorio. Pues ¿se puede concebir una pasión de una
yarda de longitud, un pie de latitud y una pulgada de profundidad?
Pensamiento y
extensión son, pues, cualidades totalmente incompatibles, que jamás pueden unirse en
un sujeto. Este argumento no afecta a la cuestión relativa a la substancia
del alma, sino solamente a la relativa a su CONJUNCIÓN
LOCAL con la materia,
y, por consiguiente, no será inadecuado considerar en general qué objetos son o no
susceptibles de enlazarse en un lugar. |
Todo lo que tiene un
lugar en que existe, o debe ser como extenso o debe ser un punto matemático sin partes
o composición. Lo que es extenso debe tener una figura particular, como, por
ejemplo, cuadrada, redonda, triangular; ninguna de las cuales concordará con un deseo o de
hecho con una impresión o idea, exceptuadas las de aquellos dos sentidos
que antes mencionamos. No será posible considerar un deseo, aunque indivisible, como
un punto matemático, pues en este caso sería posible, por la adición de otros,
hacer dos, tres, cuatro deseos y disponer y situar a éstos de manera que
obtuviésemos una longitud, latitud y profundidad determinada, lo que es evidentemente
absurdo. Pues bien, después de estas consideraciones, no será sorprendente que yo exponga una
máxima que es condenada por muchos metafísicos y que se estima contraria a los
principios más ciertos de la razón humana. Esta máxima es que un objeto puede existir
y no hallarse en ninguna parte, y afirmo que esto no sólo es posible, sino que
la mayor parte de los seres existen y deben existir de esta manera. Un objeto puede
decirse que no se halla en ninguna parte cuando sus partes no se hallan situadas las
unas con respecto de las otras de modo que formen una figura o cantidad, ni el todo con
respecto a los otros cuerpos, de modo que responda a nuestras nociones de
contigüidad o distancia. Ahora bien; es evidente que esto sucede con todas nuestras
percepciones y objetos, excepto los de la vista y tacto. Una reflexión moral no puede ser
colocada a la derecha o a la izquierda de una pasión, ni un olor o sonido puede tener una
figura cuadrada o circular. Estos objetos o percepciones se hallan tan lejos de
exigir un lugar particular, que son incompatibles con él de un modo absoluto y aun la
imaginación no puede atribuírselo. En cuanto al absurdo de suponer que existen
en ninguna parte, podemos considerar que si las pasiones y los sentimientos se
presentasen a la percepción como teniendo un lugar particular, la idea de la extensión
podría derivarse de ellos lo mismo que la vista y el tacto, lo que es contrario a
lo que ya hemos establecido. Si no aparecen como teniendo un lugar determinado,
pueden existir de esta misma manera, ya que todo lo que concebimos es posible. No será ahora necesario probar que las percepciones que son
simples y no existen en ningún lugar son incapaces de enlazarse en un lugar con la
materia de los cuerpos, que es extensa y divisible, ya que es imposible hallar
una relación más que sobre la base de una cualidad
común. |
Vale más emplear
nuestro tiempo en considerar que esta cuestión del enlace de los objetos en un lugar no se
presenta sólo en las disputas metafísicas relativas a la naturaleza del alma,
sino que aun en la vida corriente tenemos ocasión de examinarla en cada momento. Así,
suponiendo que consideramos un higo en un extremo de la mesa y una aceituna en
otro, es evidente que, al formarnos la idea de estas substancias complejas, una de
las ideas más manifiestas es la de sus diferentes sabores, y es evidente que incorporamos
y unimos estas cualidades con otras que son coloreadas y tangibles. El
sabor amargo de la una y el dulce del otro se supone que se hallan en el cuerpo visible
y que están separados entre sí por la longitud entera de la mesa. Esta es una
ilusión tan notable y natural que será adecuado considerar los principios de que se deriva.
Aunque un objeto extenso es incapaz de unirse en un lugar con
otro que existe sin lugar alguno o extensión, son ambos, sin embargo,
susceptibles de muchas otras relaciones. Así, el sabor y olor de un fruto son inseparables
de sus restantes cualidades de color y tangibilidad, y cualquiera de ellas que sea la causa
o el efecto, es cierto que son siempre coexistentes. No son sólo coexistentes
en general, sino también contemporáneas en cuanto a su aparición al espíritu, y
por la aplicación del cuerpo extenso de nuestros sentidos percibimos su sabor y olor
particular. Las relaciones, pues, de causalidad y contigüidad en el tiempo de su
apariencia, entre el objeto extenso y la cualidad que existe sin un lugar
determinado, deben ejercer un efecto tal sobre el espíritu que cuando uno de ellos aparece
dirigirá éste inmediatamente su pensamiento a la concepción del otro. No es esto todo. No
sólo dirigimos nuestros pensamientos del uno al otro por razón de su
relación, sino que intentamos igualmente concederles una nueva relación, a saber: la
de la conjunción local que puede hacer la transición más fácil y natural. |
Sean las que sean las nociones confusas que podamos formarnos de
la unión en un lugar de un cuerpo extenso, como un higo, y su sabor
particular, es cierto que, después de reflexionar acerca de ello, debemos observar en esta
unión algo totalmente ininteligible y contradictorio. Pues si nos ponemos a nosotros
mismos la cuestión clara de si el sabor que concebimos contenido en la
circunferencia del cuerpo se halla en todo éste o sólo en una parte, nos quedaremos
perplejos y veremos la imposibilidad de dar una respuesta satisfactoria. No podemos replicar que se
halla sólo en una parte, pues la experiencia nos convence de que todas las
partes tienen el mismo sabor. Tampoco podemos responder que existe en todas las partes,
pues de ser así tendríamos que suponer que posee una figura y que es extenso,
lo que es absurdo e incomprensible. Aquí, pues, nos hallamos bajo la influencia de
dos principios que son directamente contrarios entre sí, a saber: la inclinación
de nuestra fantasía, por la que somos llevados a incorporar el sabor al objeto extenso, y
de nuestra razón, que nos muestra la imposibilidad de tal incorporación.
Hallándonos divididos entre estos dos principios opuestos, no renunciamos a ninguno de los
dos, sino que envolvemos el asunto en una obscuridad tal que no percibimos ya la
oposición. Suponemos que el sabor existe dentro de la circunferencia del cuerpo, pero
de una manera que llena el todo sin poseer extensión y existe en cada parte
sin separación. En pocas
palabras, usamos en nuestro modo más familiar de pensar el
principio escolástico, que aparece tan sorprendente, de totum in toto et totum in
qualibet parte, que es lo mismo que si dijésemos que una cosa se halla en determinado
lugar y que sin embargo no está allí. Todo este absurdo procede de nuestro intento de conceder un
lugar a lo que es totalmente incapaz de él, y este intento, a su vez, surge de
nuestra inclinación a completar la unión que se funda sobre la causalidad y la
contigüidad del tiempo, atribuyendo a los objetos una conjunción
local. |
CRITICA A LOS MATERIALISTAS |
Aunque desde este punto de vista no podemos menos de censurar a
los MATERIALISTAS que enlazan todo pensamiento con la extensión, un poco de
reflexión nos concederá igual razón para criticar a sus antagonistas que enlazan todo
pensamiento con una substancia simple e indivisible. |
La filosofía más vulgar
nos informa de que ningún cuerpo externo puede hacerse conocido al espíritu de un
modo inmediato y sin la interposición de una percepción o imagen. La mesa que
me aparece ahora es sólo una percepción, y todas sus cualidades son cualidades de
una percepción. Ahora bien: la más manifiesta de todas sus cualidades es la
extensión. La percepción está formada de partes. Estas partes se hallan situadas de tal
modo que nos proporcionan la noción de distancia y continuidad, de longitud, latitud y
profundidad. La determinación de estas tres dimensiones es lo que llamamos
figura. La figura es movible, separada y divisible. Movilidad y separabilidad son las
propiedades que distinguen a los objetos extensos. Para acabar con todas las
disputas, la verdadera idea de la extensión no se halla tomada más que de una
impresión y, por consecuencia, debe coincidir de un modo perfecto con ella. Decir que la idea
de la extensión concuerda con algo es decir que es extensa....Pues
bien, dado que se ha encontrado percepciones realmente extensas, se podría
preguntar:.... ¿Se halla el objeto indivisible, o la substancia inmaterial si se quiere, a
la derecha o a la izquierda de la percepción? ¿Se halla en esta o en esta otra parte?
¿Se halla en todas partes sin ser extensa? ¿O se halla totalmente en una parte sin dejar
de hallarse en el resto? Es imposible dar otra respuesta a estas cuestiones más que una
que sea absurda en sí misma y que explicará la unión de nuestras percepciones
indivisibles con una substancia extensa.
|
Afirmo que la doctrina de la inmaterialidad, simplicidad e
indivisibilidad de una substancia pensante es un verdadero ateísmo y servirá para justificar
todas las opiniones por las que SPINOZA es universalmente tan difamado. Partiendo de
esta afirmación, espero al menos lograr una ventaja, a saber: que mis adversarios
no tengan un pretexto para hacer odiosa la presente doctrina con sus declamaciones
cuando vean que puede volverse tan fácilmente contra ellos. El principio fundamental del ateísmo en Spinoza es la doctrina
de la simplicidad del universo y la unidad de la substancia, en la que supone que
son inherentes el pensamiento y la materia. Existe una sola substancia en el
mundo, dice, y esta substancia es totalmente simple e indivisible y existe en todas partes sin
presentarse en algún lugar determinado. Todo lo que descubrimos por la
sensación externa, todo lo que sentimos por la reflexión interna, no es más que
modificaciones de este ser simple y que existe necesariamente y no posee una existencia
distinta y separada. Toda pasión del alma, toda configuración de la materia, aunque
diferentes y varias, son inherentes a la misma substancia y mantienen en sí mismas
sus características de distinción sin comunicarlas al sujeto en que son inherentes.
El mismo substrato, si así se puede hablar, sostiene las modificaciones más
diferentes sin diferencia alguna en sí mismo y las hace variar sin ninguna variación
propia...Creo que esta breve exposición de los principios de este famoso
ateo será suficiente para el presente propósito, y que sin entrar en estas lóbregas
y obscuras regiones seré capaz de mostrar que esta
monstruosa hipótesis es casi igual
a la de la inmaterialidad del alma, que ha llegado a ser tan popular. Para
hacer esto evidente, recordemos que toda idea se deriva de una percepción
precedente y que es imposible que la idea de una percepción y la de un objeto o existencia
externa puedan representar algo diferente de un modo específico. Cualquier
diferencia que podamos suponer entre ellas nos es incomprensible y nos hallamos
obligados o a concebir un objeto externo meramente como una relación sin un término
relativo o hacer de él una percepción o impresión. La conclusión que puedo sacar de esto parece a primera vista un
sofisma; pero apenas la examinemos hallaremos que es sólida y satisfactoria.
Digo, pues, que, ya que podemos suponer, pero no concebir nunca, una diferencia
específica entre un objeto y una impresión, cualquier conclusión que hagamos,
relativa al enlace o discordancia de las impresiones, no se reconocerá ciertamente aplicable a
los objetos; pero, por el contrario, toda conclusión de este género que
realicemos con respecto de los objetos será ciertamente aplicable a las impresiones.....
Para aplicar esto al caso presente hay dos sistemas diferentes
de seres que se nos presentan, y yo supongo que me hallo sometido a la necesidad de
asignarles alguna substancia o fundamento de inherencia. Observo primeramente la
totalidad de los objetos o de los cuerpos: el sol, la luna y las estrellas, la
tierra, los mares, las plantas, los animales, los hombres, los barcos, las casas y otras
producciones del Arte o la Naturaleza. Aquí aparece Spinoza, y me dice que todo esto son
sólo modificaciones, y que el sujeto a que son inherentes es simple, no tiene partes
y es indivisible. Después de esto considero el otro sistema de seres, a saber: el mundo
del pensamiento o mis impresiones e ideas. En éste observo otro sol, luna y
estrellas; otras tierras y mares, cubiertos y habitados por plantas y animales; ciudades,
casas, montes, ríos, y en breve, todo lo que puedo descubrir o concebir en el primer
sistema. Durante mi investigación acerca de éste, los TEÓLOGOS se presentan y me
dicen que también son modificaciones y modificaciones de una substancia simple, sin
partes e indivisible. Inmediatamente me ensordece el ruido de miles de voces que
tratan la primera hipótesis de odiosa y despreciable y consideran la segunda con aplauso y
veneración. Dirijo mi atención a las hipótesis para ver cuál puede ser la
razón de una parcialidad tan grande, y hallo que tienen el mismo defecto de ser
ininteligibles.
|
Veamos si todos los absurdos que han sido hallados
en el sistema de
Spinoza no pueden igualmente descubrirse en el de los teólogos.
Primeramente se ha dicho contra Spinoza, más de acuerdo con la
manera de
hablar que de pensar escolástica, que un modo no siendo una
existencia distinta o
separada, debe ser lo mismo que su substancia y, por
consiguiente, que la extensión
del universo debe, en cierto modo, unificarse con la esencia
simple y sin partes, en la
cual se supone que el universo es inherente. Ahora bien; puede
pretenderse que esto
es totalmente imposible e inconcebible, a menos que la
substancia indivisible se
extienda a sí misma de modo que corresponda con la extensión,
o la extensión se
contraiga a sí misma de manera que se identifique con la
substancia indivisible. Este
argumento parece exacto en tanto que podemos entenderlo, y es
claro que no se
necesita más que cambiar sus términos para aplicar el mismo
argumento a nuestras
percepciones extensas y la esencia simple del alma; las ideas de
los objetos y percepciones
siendo en todos los respectos lo mismo, solamente que
acompañadas del
supuesto de una diferencia que es desconocida e incomprensible.
En segundo lugar. Se ha dicho que no poseemos ninguna idea de substancia
que no sea aplicable a la materia ni ninguna idea de una substancia
distinta que no sea aplicable a toda porción distinta de materia. La materia, pues, no es un
modo, sino una substancia, y cada parte de la materia no es un modo distinto, sino una
substancia distinta. He probado ya que no tenemos una idea perfecta de
substancia;
pero, tomándola por algo que existe por sí mismo, es evidente que toda
percepción es una substancia y que toda parte distinta de una percepción es una substancia
distinta. Por consecuencia, una de las hipótesis tropieza con las mismas dificultades en
este respecto que la otra. Tercero. Se ha objetado al sistema de una substancia simple del
universo, que esta substancia siendo el soporte o substrato de toda cosa, debe
en el mismo instante hallarse modificada en formas que son contrarias e
incompatibles. Las figuras redondas y cuadradas son incompatibles en la misma substancia y al mismo
tiempo.....Resulta, pues, que, desde cualquier punto de vista que se
considere, aparecen las mismas dificultades y que no podemos dar un paso adelante al
establecer la simplicidad e inmaterialidad del alma sin preparar el camino para un
ateísmo peligroso e irreparable. |
Sucede lo mismo si en lugar de llamar pensamiento a
una modificación del alma le damos el nombre más antiguo, y ahora más de moda,
de ACCIÓN. Por acción entendemos lo mismo que lo que se llama abstractamente
modo, esto es, algo que, propiamente hablando, no es ni distinguible ni separable de
una substancia, ni que se concibe solamente mediante una distinción de razón o
una abstracción. Sin embargo, nada se gana con este cambio del término de
modificación por el de acción, ni nos libertamos de una sola dificultad por este medio, como
resultará de las siguientes reflexiones: Primero. Observo que la palabra acción, según la explicación
de ella, no puede ser aplicada exactamente a una percepción como derivada del
espíritu, como substancia pensante. Nuestras percepciones son realmente diferentes y
separables y distinguibles entre sí y de todo lo demás que podamos
imaginarnos, y, por consiguiente, es imposible concebir cómo pueden ser la acción o modo
abstracto de una substancia. El ejemplo del movimiento, del que se hace uso
comúnmente para mostrar de qué manera la percepción depende, como una acción, de su
substancia, confunde más que instruye. El movimiento, según toda apariencia, no
trae consigo un cambio real o esencial en los cuerpos, sino que altera tan sólo
su relación con otros objetos. Sin embargo, entre una persona paseándose por la
mañana en un jardín en compañía de una persona que le es agradable, y una persona por
la tarde encerrada en un calabozo y llena de terror y resentimiento, parece existir
una diferencia radical y de un género muy diferente del que es producido en un cuerpo
por el cambio de su situación. Del mismo modo que concluimos de la distinción y
separabilidad de sus ideas que los objetos externos poseen una existencia separada
los unos de los otros, cuando convertimos estas ideas en nuestros objetos debemos hacer
la misma conclusión con respecto a ellos, según el razonamiento precedente. Por lo
menos debe confesarse que, no teniendo ninguna idea de la substancia del
alma, es imposible para nosotros decir cómo puede ésta admitir tales diferencias
y hasta oposiciones de percepción sin ningún cambio fundamental, y, por consecuencia,
no podemos decir jamás en qué sentido las percepciones son acciones de esta
substancia. El uso de la palabra acción, pues, no acompañado de un sentido, en lugar
del de la palabra modificación, no añade nada a nuestro conocimiento ni representa ventaja
alguna para la doctrina de la inmaterialidad del alma. |
De estas hipótesis relativas a la substancia y al enlace en un
lugar de nuestras
percepciones pasamos a otra más inteligible que la primera y
más importante que la última, a saber: la que se refiere a las
CAUSAS DE NUESTRAS PERCEPCIONES. La materia y el movimiento, se dice comúnmente en las escuelas, aunque
varios, son siempre materia y movimiento y producen solamente una diferencia en la
posición o situación de los objetos. Divídase un cuerpo tantas veces como plazca:
será siempre cuerpo: colóquese en una figura: nada resultará más que una
figura o relación de partes. Muévasele de una manera cualquiera: no se hallará mas
que movimiento o cambio de relación. Es absurdo imaginar que el movimiento de un
círculo, por ejemplo, no debe ser más que movimiento en un círculo, mientras que
movimiento en otra dirección, como en una elipse, debe ser una pasión o
reflexión moral; que el choque de dos partículas globulares se convierta en una
sensación de dolor y el encuentro de dos partículas triangulares proporcione placer.
Ahora bien; como estos diferentes choques, variaciones y mezclas son los solos cambios
de que la materia es susceptible y ninguno de ellos nos aporta una idea del
pensamiento o percepción, se concluye que el pensamiento no puede ser producido nunca por la
materia. Pocos pueden ser capaces de resistir a la aparente evidencia de
este argumento, y, sin embargo, no hay nada en el mundo más
FÁCIL DE REFUTAR
que él. Necesitamos tan sólo reflexionar sobre lo que ya ha sido probado con
amplitud, a saber: que jamás percibimos una conexión entre causas y efectos y que
sólo por la experiencia de su unión constante llegamos al conocimiento de su relación.
Ahora bien; como todos los objetos que no son contrarios son susceptibles de una
unión constante y como los objetos reales no son contrarios, he inferido ya de
estos principios que, considerando el asunto a priori algo puede producir algo, y que
jamás descubriremos una razón de por qué un objeto puede o no ser causa de otro
tan grande o tan pequeño como pueda ser la semejanza existente entre ellos. Esto
destruye evidentemente el razonamiento precedente relativo a la causa del pensamiento o
percepción; pues aunque no se presenta ninguna relación entre el movimiento
y el pensamiento, sucede lo mismo con todas las causas y efectos restantes. |
Colóquese un cuerpo del peso de una libra en un extremo de una palanca y otro peso igual
en el otro; en este caso no se hallará más en estos cuerpos un principio de
movimiento que de pensamiento o percepción. Si se pretende, pues, probar a priori que una
posición tal de los cuerpos no puede jamás producir pensamiento, porque mírese
como se quiera no es
más que una posición de cuerpos, se debe por el mismo
razonamiento concluir que no puede jamás producir movimiento, ya que no existe una
conexión más aparente en este caso que en el otro. Sin embargo, como la última
conclusión es contraria a la experiencia evidente y como es posible que podamos tener una
experiencia análoga de las actividades del espíritu y podamos percibir una
conexión de pensamiento y movimiento, se razona demasiado precipitadamente cuando
partiendo de una mera consideración de las ideas se concluye que es imposible que el
movimiento jamás pueda producir pensamiento o una diferente disposición de las
partes dar lugar a una diferente pasión o reflexión. Es más; no es sólo posible que
podamos tener una experiencia tal, sino que es cierto que la poseemos, ya que cada
uno puede percibir que las disposiciones de su cuerpo hacen cambiar sus
pensamientos y sentimientos. Si se dice que esto depende de la unión del alma y el cuerpo,
responderé que debemos separar la cuestión relativa a la substancia del espíritu de
la concerniente a la causa de su pensamiento, y que, limitándonos a la última
cuestión, hallamos, comparando sus ideas, que pensamiento y movimiento son diferentes entre
sí, y por experiencia, que se hallan constantemente unidos, lo que
constituyendo todas las circunstancias que entran en la idea de causa y efecto cuando se
aplica a las actividades de la materia, debemos concluir de un modo cierto que el
movimiento es y debe ser realmente la causa del pensamiento y la percepción.
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