No estará fuera de lugar, antes de dejar este asunto, explicar
las ideas de EXISTENCIA EN GENERAL.... Por este medio estaremos mejor preparados para el examen
del conocimiento y probabilidad si entendemos
perfectamente todas las ideas particulares que
entran en nuestro razonamiento. No hay
impresión ni idea de cualquier género de la que tengamos conciencia o memoria
que no se conciba como existente, y es evidente que de esta conciencia se
deriva la más perfecta idea y seguridad del ser.
Partiendo de aquí, podemos presentar un
dilema, el más claro y concluyente que puede imaginarse, a saber: que ya que
jamás recordamos una idea o impresión sin
atribuirle existencia, la idea de existencia o
debe ser derivada de una impresión distinta unida con cada percepción u objeto
de nuestro pensamiento, o debe ser la misma idea
que la idea de la percepción u objeto.
Del mismo, modo que este dilema es una
consecuencia evidente del principio de que
toda idea surge de una impresión similar, no es dudosa la decisión entre las
proposiciones del dilema. Tan lejos se halla de
existir una impresión distinta que acompañe
a cada impresión y a cada idea, que yo no podría pensar que existen dos
impresiones distintas que están unidas
inseparablemente. Aunque ciertas sensaciones puedan
estar a veces unidas hallamos rápidamente que admiten una separación y pueden
presentarse separadas. Así, aunque cada impresión o idea que recordamos
sea considerada como existente, la idea de la
existencia no se deriva de una impresión particular.
La idea de la existencia, pues, es lo mismo que
la idea que concebimos siendo existente.
El reflexionar sobre algo simplemente y el reflexionar sobre algo como existente
no son cosas diferentes. Esta idea, cuando va unida con la idea de un objeto,
no constituye una adición para él. Todo lo que
concebimos lo concebimos como existente.
Toda idea que nos plazca formarnos es la idea de un ser, y la idea de un ser
es toda idea que nos plazca formarnos. Quien
se oponga a esto debe necesariamente indicar la impresión diferente de la
que la idea o entidad se deriva y debe probar que
esta impresión es inseparable de cada
percepción que creemos existente. Sin vacilar, podemos concluir que esto es
imposible. Nuestro razonamiento precedente,
referente a la distinción de las ideas sin una
diferencia real, no nos servirá aquí de ayuda alguna. Este género de
distinción se funda en las diferentes
semejanzas que una misma idea simple puede tener con varias ideas
diferentes; pero ningún objeto puede presentarse que se asemeje con algún
otro objeto con respecto de su existencia y
diferente de los otros en el mismo particular, pues
todo objeto que se presenta debe necesariamente ser existente.
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Un razonamiento análogo
explicará la idea de la EXISTENCIA EXTERNA. Podemos observar
que se concede universalmente por los filósofos y es, además, manifiesto
por sí mismo, que nada se halla siempre
realmente presente al espíritu más que sus percepciones
o impresiones e ideas, y que los objetos externos nos son conocidos tan
sólo por las percepciones que ellos ocasionan. Odiar, amar, pensar, tocar, ver,
no son, en conjunto, más que percibir.
Ahora bien; ya que nada se halla siempre presente
al espíritu más que las percepciones, y
ya que todas las ideas se derivan de algo que se ha hallado antes presente a
él, se sigue que es imposible para nosotros
concebir o formarnos una idea de algo específicamente
diferente de las ideas e impresiones. Fijemos nuestra atención sobre nosotros
mismos tanto como nos sea posible; dejemos caminar nuestra imaginación hasta
los cielos o hasta los últimos límites del universo: jamás daremos un paso
más allá de nosotros mismos ni jamás
concebiremos un género de existencia más que
estas percepciones que han aparecido en esta estrecha esfera. Este es el
universo de la imaginación y no poseemos
más ideas que las que allí se han producido. Lo
más lejos que podemos ir hacia la concepción de los objetos externos, cuando
se los supone específicamente diferentes de
nuestras percepciones, es formarnos una
idea relativa de ellos sin pretender comprender los objetos con que se
relacionan. Generalmente hablando, no
debemos suponerlos específicamente diferentes, sino
solamente atribuirles diferentes relaciones, conexiones y duraciones. Pero de
esto hablaremos con más detalle más adelante.
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Podemos preguntarnos: ¿Qué
CAUSAS nos inducen a creer en la existencia de los cuerpos? Pero es en
vano preguntarse: ¿Existen o no cuerpos? Esto es un punto que debemos aceptar
como seguro en todos nuestros razonamientos. El
asunto de nuestra investigación presente son, pues, las causas que nos inducen
a creer en la existencia de los cuerpos, y mis
razonamientos acerca de ello comenzarán con
una distinción que a primera vista puede parecer superflua, pero que contribuirá
mucho a la clara inteligencia de lo que sigue. Debemos examinar aparte dos
cuestiones que corrientemente se confunden, a saber: por qué atribuimos una
existencia continua a los objetos, aun cuando no
se hallan presentes a los sentidos, y por
qué suponemos que tienen una existencia distinta de la del espíritu y la
percepción. Bajo el último epígrafe
comprendo tanto su situación como sus relaciones, tanto
su posición externa como la independencia de su existencia y actuación. Estas
dos cuestiones, relativas a la existencia
continua y distinta de los cuerpos, se hallan íntimamente
enlazadas entre sí, pues si los objetos de nuestros sentidos continúan existiendo
aun cuando no son percibidos, su existencia es, por consiguiente, independiente
y diferente de la percepción, y, por el
contrario, si su existencia es independiente de
la percepción y diferente de ella, deben continuar existiendo aun cuando
no sean percibidos. Sin embargo, aunque la
decisión de una cuestión trae consigo la
de la otra, para que podamos descubrir más fácilmente los principios de la
naturaleza humana, de los cuales surge la
decisión, debemos tener presente esta distinción y
consideraremos si son los sentidos, la razón o la imaginación los que producen
la opinión de una existencia continuada o
diferente. Estas son las únicas cuestiones que
son inteligibles en el presente asunto; pues en cuanto a la noción de la
existencia externa, cuando se la toma como
algo específicamente diferente de nuestras percepciones, hemos
mostrado ya que es un absurdo. |
Para confirmar esto podemos observar que existen tres géneros
diferentes en las IMPRESIONES DE NUESTROS SENTIDOS. El primero de éstos es el de la figura, volumen,
movimiento
y solidez de los cuerpos. El segundo, el de los colores, sabores, olores, sonidos, calor y frío. El tercero está
constituido por los dolores y placeres que surgen de
la aplicación de objetos a nuestro cuerpo, como el cortar nuestra carne con un arma blanca y cosas análogas. Tanto los
filósofos como el vulgo suponen que el primer
género tiene una existencia distinta y continua. El vulgo tan sólo supone que el segundo se halla en el mismo plano. Tanto los
filósofos como el vulgo estiman también
que el tercero se constituye tan sólo por percepciones y, por lo tanto, por seres discontinuos y dependientes.
Ahora
bien; es evidente que, cualquiera que pueda ser nuestra opinión filosófica, los colores, sonidos, calor y frío, en tanto que
aparecen a los sentidos, existen de la misma
manera que el movimiento y la solidez, y que la diferencia que hacemos entre
ellos en este respecto no surge de la mera percepción. Tan fuerte es el
prejuicio relativo a la existencia
distinta y continua de las primeras cualidades, que cuando la opinión
contraria se expone por los filósofos modernos las gentes se imaginan que casi pueden refutarla partiendo de su sentimiento
y experiencia y que sus mismos sentidos
contradicen a esta filosofía. Es también evidente que los colores, sonidos, etc., se hallan originalmente en el mismo plano
que el dolor que surge del arma blanca y
el placer que procede de calentarse al fuego, y que la diferencia entre ellos no se funda ni en la percepción ni en la razón,
sino en la imaginación, pues como se confiesa
que son ambos tan sólo percepciones que surgen de las configuraciones y movimientos
particulares de las partes de los cuerpos, ¿en qué puede más que en esto
consistir su diferencia? En resumen, pues, podemos concluir que, en tanto que los sentidos son los jueces, todas las
percepciones son lo mismo en cuanto a su modo
de existencia. |
De acuerdo con esto,
hallamos que todas las conclusiones que el vulgo hace sobre este asunto son
absolutamente contrarias a las que están confirmadas por la filosofía, pues la
filosofía nos informa de que todo lo que aparece
al espíritu no es más que una percepción y
es discontinuo y dependiente del espíritu, mientras que el vulgo confunde percepciones y objetos y atribuye una existencia
distinta y continua a las cosas que siente
o ve. Este sentimiento, pues, como es totalmente irracional, debe proceder de una facultad diferente del entendimiento, a lo
que podemos añadir que, mientras tomamos
nuestras percepciones y objetos por lo mismo, no podemos jamás inferir la existencia de las unas partiendo de los otros ni
establecer un argumento partiendo de la
relación de causa y efecto, que es lo único que nos puede asegurar de un
hecho. Aun después de distinguir nuestras
percepciones de sus objetos resultará que somos todavía
incapaces de razonar partiendo de la existencia de las unas para llegar a la de los otros; así que, en resumen, nuestra razón
no nos da ni es posible que nos dé, sobre
cualquier supuesto que se base, la seguridad de la existencia continua y
distinta de los cuerpos. Esta opinión se
debe totalmente a la IMAGINACIÓN, que será ahora el
asunto de nuestra investigación. Ya que
todas las impresiones son existencias internas y perecederas y aparecen como
tales, la noción de su existencia distinta y continua debe surgir de la
concurrencia de alguna de sus cualidades
con las cualidades de la imaginación, y ya que esta
noción no se extiende a todas ellas, debe surgir de ciertas cualidades
peculiares a ciertas impresiones. Será
fácil, por consiguiente, para nosotros descubrir estas cualidades
por una comparación de las impresiones a que atribuimos una existencia distinta
y continua con aquellas que consideramos como internas y perecederas. Podemos
observar, pues, que no es por razón del carácter involuntario de ciertas impresiones, como se supone corrientemente, ni de
su fuerza y violencia superiores, por lo
que les atribuimos la realidad y existencia continua que rehusamos a otras que son voluntarias o débiles, pues es evidente que
nuestros dolores y placeres, nuestras pasiones
y afecciones, que jamás suponemos que tienen una existencia más allá de nuestra percepción, actúan con mayor violencia
y son tan involuntarias como las impresiones
de figura y extensión, color y sonido, que suponemos son seres permanentes. El calor de un fuego, aunque sea moderado, se
supone que existe en el fuego; pero el
dolor que produce al aproximarse demasiado a él no se considera que tiene una existencia fuera de la percepción.
Estas
opiniones vulgares, pues, habiendo sido rechazadas, debemos buscar alguna otra hipótesis mediante la cual podamos
descubrir las cualidades peculiares de nuestras
impresiones que nos hacen atribuirlos una existencia distinta y continua. Después de un pequeño examen hallaremos que
todos los objetos a los que atribuimos una
existencia continua tienen una CONSTANCIA peculiar que los distingue de
las impresiones cuya existencia depende de
nuestra percepción. Las montañas, casas y
árboles que se hallan ahora ante mi vista me han aparecido siempre en el mismo orden, y cuando dejo de verlos cerrando los
ojos o volviendo la cabeza, pronto los
encuentro de nuevo presentándoseme sin la más mínima alteración. Mi cama
y mesa, mis libros y papeles se presentan de la misma manera uniforme y no cambian por razón de una interrupción de mi
visión o percepción de ellos. Esto sucede
con todas las impresiones cuyos objetos se supone que tienen una existencia externa y no sucede con otras impresiones, ya
sean débiles o violentas, voluntarias o involuntarias. Esta constancia, sin embargo, no es tan perfecta
que no admita excepciones muy considerables.
Los cuerpos cambian frecuentemente su posición y cualidades, y después de
una pequeña ausencia o interrupción pueden llegar a ser difícilmente reconocibles.
Sin embargo, se puede observar aquí que aun en estos cambios conservan su
COHERENCIA y dependen de un modo regular los unos de los otros, lo que constituye
el fundamento de un género de razonamiento por causalidad y produce la opinión
de su existencia continua. Cuando yo vuelvo a mi cuarto, después de una hora
de ausencia, no encuentro el fuego de la chimenea en la misma situación que lo dejé; pero estoy acostumbrado a ver en otros
casos una alteración igual producida en un
tiempo igual a éste, ya me halle presente o ausente, cercano o remoto. Esta
coherencia, pues, en el cambio es una de
las características de los objetos externos como lo
es su constancia. |
Comenzando con los SENTIDOS, es evidente que estas facultades son incapaces de dar lugar a la noción de la existencia continuada de los objetos después que dejan de presentarse a ellos, pues es una contradicción en los términos y supone que los sentidos continúan actuando aun después de haber cesado absolutamente en su actividad. Estas facultades, pues, si tienen alguna influencia, en el caso presente deben producir la opinión de una existencia distinta, pero no continua, y para esto deben presentar sus impresiones como imágenes y representaciones o como existencias externas y distintas. Que nuestros sentidos no nos ofrecen estas impresiones como imágenes de algo distinto independiente y externo es evidente, porque no nos proporcionan más que una percepción única y no nos dan jamás la más mínima indicación de algo más allá de ella. Una percepción única jamás puede producir la idea de una doble existencia más que mediante alguna inferencia de la razón o la imaginación. Cuando el espíritu se dirige más allá de lo que inmediatamente se le aparece no se puede dar razón de sus conclusiones por los sentidos y se dirige más allá, ciertamente, cuando partiendo de una única percepción infiere una doble existencia y supone relaciones de semejanza y causalidad entre sus dos términos.Apuntes |
Me hallo sentado en mi cuarto con la cara vuelta hacia el fuego
y todos los objetos que impresionan mis
sentidos se hallan a pocas yardas en torno mío. Mi memoria
de hecho me informa de la existencia de muchos objetos, pero esta información no se extiende más allá de su existencia pasada
y ni mis sentidos ni mi memoria me dan un
testimonio para la continuación de su ser. Cuando me hallo, pues,
así sentado y me preocupo de estos pensamientos oigo un ruido repentino, tal como el de una puerta girando sobre sus goznes, y
un poco después veo al portador de una
carta que avanza hacia mí. Esto me da ocasión para muchas reflexiones y razonamientos nuevos. Primero, yo no he observado
jamás que este ruido proceda más que del
movimiento de una puerta, y, por consiguiente, concluyo que el fenómeno presente
constituirá una contradicción con toda la experiencia pasada, a menos que
la puerta que recuerdo, situada en el otro lado del cuarto, no exista todavía. Además he hallado siempre que un cuerpo humano
posee la cualidad que yo llamo gravedad y
que le impide elevarse en el aire, como el portador de la carta hubiera tenido
que hacerlo para llegar a mi cuarto, a menos que las escaleras que yo recuerdo no hayan sido destruidas por mi ausencia. Esto no
es todo. Recibo una carta que, al abrirla,
conozco por la letra y firma que viene de un amigo que dice hallarse a doscientas
leguas de distancia. Es evidente que no puedo explicarme este fenómeno,....
sin hacer surgir en mi mente el mar y el
continente entero que se halla entre nosotros y sin suponer los efectos y
existencia continuada de las postas y
barcas según mi memoria y observación.... Difícilmente existirá un momento de mí vida en que algún caso semejante no se me
presente y no tenga ocasión para suponer
la existencia continua de los objetos, a fin de enlazar sus apariencias pasadas
y presentes y relacionarlas entre sí del modo que he hallado por experiencia convenir a sus naturalezas y circunstancias
particulares. Aquí, pues, soy llevado naturalmente
a considerar el mundo como algo real y duradero y como algo que posee
una existencia continuada, aun cuando no se halla ya presente a mi percepción. |
Si nuestros sentidos, pues, sugieren alguna idea de existencias distintas deben presentarnos las impresiones como estas existencias por una especie de ENGAÑO o ilusión.....Comenzando con la cuestión relativa a la existencia externa,....podría pensarse que nuestro propio cuerpo nos pertenece evidentemente, y como muchas impresiones aparecen exteriores a este cuerpo, suponemos que son exteriores a nosotros mismos. El papel sobre el que escribo en este momento se halla más allá de mi mano; la mesa está detrás del papel; las paredes del cuarto, más allá de la mesa, y dirigiendo mis ojos hacia la ventana percibo una gran extensión de campo y edificios más allá de mi cuarto. De todo esto puede inferirse que no se requiere otra facultad más que los sentidos para convencernos de la existencia externa de los cuerpos. Sin embargo, para hacer imposible esta inferencia necesitamos tan sólo tener en cuenta las tres siguientes consideraciones: Primera. Propiamente hablando, no percibimos nuestro cuerpo cuando miramos nuestros miembros y partes, sino ciertas impresiones que nos dan nuestros sentidos; de modo que atribuir una existencia real y corporal a estas impresiones o a sus objetos es un acto del espíritu tan difícil de explicar como el que examinamos ahora. Segunda. Los sonidos, sabores y olores, aunque considerados por el espíritu como cualidades independientes continuas, no parecen tener una existencia en la extensión, y, por consiguiente, no pueden aparecerse a los sentidos como situadas externamente al cuerpo. La razón de por qué les atribuimos un lugar será considerada después. Tercera. Aun nuestra vista no nos informa de la distancia o externidad, por decirlo así, inmediatamente y sin un cierto razonamiento y experiencia, como es reconocido por los filósofos más sensatos. En cuanto a la independencia de nuestras percepciones con respecto de nosotros mismos, esto no puede ser jamás objeto de los sentidos; pero cualquier opinión que nos formemos relativa a ello debe derivarse de la experiencia y la observación.Apuntes |
La inferencia que parte de
la constancia de nuestras percepciones, lo mismo que la que procede de su
coherencia, da lugar a la concepción de la
existencia continuada de los cuerpos, que es
anterior a la de su existencia distinta y produce este último principio.
Cuando hemos sido habituados a considerar una
constancia en ciertas impresiones y hemos
hallado que la percepción del Sol o el Océano, por ejemplo, vuelve a presentarse
después de una ausencia o desaparición con iguales partes y en igual orden
que en su primera apariencia, no nos hallamos propensos a considerar estas
percepciones interrumpidas como diferentes, y
realmente lo son, sino que, por el contrario,
las consideramos individualmente como las mismas por razón de su semejanza.
Pero como esta interrupción de su existencia es
contraria a su perfecta identidad y nos
hace considerar la primera impresión como desaparecida y la segunda como
creada de nuevo, nos hallamos perplejos y envueltos en una especie de contradicción.
Para salir de esta dificultad desfiguramos tanto como nos es posible la
interrupción, o más bien la suprimimos totalmente, suponiendo que estas
percepciones interrumpidas se hallan
enlazadas por una existencia real que no percibimos. Este
supuesto o idea de una existencia continua adquiere fuerza y vivacidad por la
memoria de estas impresiones interrumpidas y por
la inclinación que provocan a que las
supongamos las mismas; según el razonamiento precedente, la verdadera esencia
de la creencia consiste en la fuerza y vivacidad de la concepción. Para
justificar este sistema se requieren cuatro cosas: Primero. Explicar el Principium
individuationis o PRINCIPIO DE IDENTIDAD. Segundo. Dar una razón de por qué
la semejanza de las percepciones discretas e interrumpidas nos induce a
atribuirles una identidad. Tercero. Dar
una explicación de la inclinación que esta ilusión produce
a unir estas apariencias discontinuas por una existencia continua. Cuarto y
último. Explicar la fuerza y vivacidad de
concepción que surge de la inclinación dicha.
Primero, en cuanto al principio de
individualidad, podemos observar que la consideración de
un objeto no es suficiente para producir la idea de identidad, pues en la
proposición el objeto es idéntico a sí mismo;
si la idea expresada por la palabra objeto
no fuera de ningún modo distinta de la significada por mismo, realmente no
querríamos decir nada ni la proposición
contendría un predicado y un sujeto que se hallan
implicados en esta afirmación. Un objeto único proporciona la idea de unidad,
pero no la de identidad. Por
otra parte, una multiplicidad de objetos jamás es capaz de sugerir esta idea,
tan semejantes como puedan suponerse aquéllos.
El espíritu no declara que el uno es el
otro, y los considera como formando dos, tres o un número determinado de
objetos, cuyas existencias son enteramente
distintas e independientes. Ya que tanto
el número como la unidad son incompatibles con la relación de identidad,
debe radicar ésta en algo que no es ni lo uno ni lo otro; pero, a decir verdad,
a primera vista parece esto totalmente imposible. Entre unidad y número no
puede existir término medio, lo mismo que entre
existencia y no existencia. Después que
un objeto se supone que existe, debemos suponer o que otro existe también, en
cuyo caso tenemos la idea de número, o debemos
suponer que no existe, en cuyo caso el
primer objeto permanece como unidad. Para
evitar esta dificultad recurramos a la idea de tiempo o DURACIÓN. He notado
ya que el tiempo, en un sentido estricto, implica
la SUCESIÓN, y que cuando aplicamos su
idea a un objeto inmutable lo hacemos tan sólo mediante una ficción de la
IMAGINACIÓN por la que el objeto inmutable se
supone que participa de los cambios de los
objetos coexistentes y en particular del de nuestras percepciones. Esta ficción
de la imaginación tiene lugar casi
universalmente, y por medio de ella un solo objeto colocado
ante nosotros y considerado durante algún tiempo sin descubrir en él
interrupción o variación alguna es capaz
de darnos la noción de identidad, pues cuando consideramos
dos puntos de este tiempo podemos colocarlos en diferentes respectos; podemos
considerarlos en el mismo instante en cuyo caso nos dan la idea del número
por sí mismos y por el objeto que debe ser
multiplicado para concebirlo a la vez como
existente en estos dos puntos diferentes del tiempo, o, por otra parte, podemos
seguir la sucesión del tiempo mediante una
sucesión análoga de ideas y concebir primero
un momento juntamente con el objeto entonces existente e imaginar después
un cambio en el tiempo sin ninguna variación o
interrupción del objeto que en cuyo caso
nos da la idea de la unidad. Aquí, pues, existe una idea que constituye un
término medio entre unidad y número, o, más
propiamente hablando, es ambas cosas a la
vez según la consideración bajo la que la traemos, y a esta idea la llamamos
idea de identidad. No podemos decir, hablando con
alguna propiedad, que un objeto es
idéntico consigo mismo a menos que el objeto existente en un cierto tiempo sea
el mismo existente en otro. Por este medio
hacemos una diferencia entre la idea expresada por
la palabra objeto y el sentido de la palabra mismo, sin llegar hasta el número
y al mismo tiempo sin limitarnos a la unidad
absoluta y estricta. Así, el principio de
individuación no es más que la invariabilidad y continuidad de
un objeto a través de una supuesta variación en el tiempo, por la que el
espíritu puede seguirlo en los diferentes
períodos de su existencia sin una interrupción de su consideración
y sin verse obligado a formar la idea de multiplicidad y número.
|
Para entrar, pues, en la cuestión relativa a la fuente de error
y ENGAÑO con respecto a la identidad,
cuando la atribuimos a nuestras percepciones semejantes, a pesar de
su interrupción, debemos recordar aquí lo que ya he probado y explicado.
Nada es más capaz de hacer que tomemos una idea
por otra que una relación entre ellas que
las asocie en la imaginación y haga que esta facultad pase fácilmente de la
una a la otra. De todas las relaciones, la de
semejanza es la más eficaz en este respecto, y
esto porque no produce tan sólo una asociación de ideas, sino también de
disposiciones, y nos hace concebir una
idea por un acto u operación del espíritu semejante a
aquel por el que concebimos la otra. He observado que esta circunstancia es
de una importancia grande y podemos establecer
como una regla general que siempre que las
ideas coloquen al espíritu en la misma disposición o en disposiciones semejantes
se hallan muy expuestas a ser confundidas. El espíritu pasa fácilmente de
la una a la otra y no percibe el cambio sin una atención cuidadosa, de la que,
hablando en general, es incapaz en absoluto.....
Cuando fijamos nuestro pensamiento sobre un
objeto y suponemos que continúa el mismo
durante algún tiempo, es evidente que suponemos que el cambio se halla tan
sólo en el tiempo y no nos preocupamos de producir una nueva imagen o idea del
objeto. Las facultades del espíritu reposan en
cierto modo y no entran en actividad más
que lo que es necesario para continuar la idea que poseíamos primeramente y
que subsiste sin variación o interrupción.
Apenas se nota el paso de un momento a otro
y no se distingue éste por una percepción o idea diferente....
Esta cuestión es de la más grande
importancia; pues si puedo hallar objetos tales podemos concluir con certidumbre
el principio precedente: que se confunden de un
modo muy natural con los idénticos y se
les toma por éstos en los más de nuestros razonamientos....Considero
el moblaje de mi cuarto, cierro los ojos y los abro después, y hallo
de nuevo que las percepciones se asemejan totalmente a las que antes
impresionaron mis sentidos. Esta semejanza
se observa en miles de casos y enlaza naturalmente entre
sí nuestras ideas de estas percepciones discontinuas con la más fuerte relación,
haciendo pasar al espíritu con fácil transición de las unas a las otras. Una
transición o paso fácil de la imaginación a lo
largo de las ideas de estas percepciones diferentes
y discontinuas es casi la misma disposición de espíritu que la que poseemos
cuando consideramos una percepción constante y
continua. Es, pues, muy natural para
nosotros tomar la una por la otra. |
Es cierto que casi todo el género humano, hasta los filósofos mismos, en la mayor parte de su vida, consideran las percepciones como sus únicos objetos y suponen que el verdadero ser que se halla íntimamente presente al espíritu son los cuerpos reales o la existencia material. Es, pues, cierto que esta percepción u objeto se supone que posee una existencia continua y no interrumpida y que no es ANIQUILADA por nuestra ausencia ni traída a existencia por nuestra presencia. Cuando nos hallamos ausentes de ella decimos que existe aún, pero que no la sentimos, que no la vemos. Aquí, pues, existen dos cuestiones: Primero, cómo podemos satisfacemos suponiendo que una percepción está ausente del espíritu sin desaparecer. Segundo, de qué manera concebimos que un objeto llega a presentarse al espíritu sin una nueva creación de una percepción o imagen y qué entendemos por esta visión, afección y percepción. En cuanto a la primera cuestión, podemos observar que lo que llamamos espíritu no es más que una multitud o colección de diferentes percepciones, unidas entre sí por ciertas relaciones y que se supone, aunque falsamente, hallarse dotada de una simplicidad e identidad perfecta. Ahora bien; como toda percepción puede distinguirse de otra y puede considerarse como existente de un modo separado, se sigue evidentemente que no hay absurdo alguno en separar una percepción particular del espíritu, esto es, en romper todas las relaciones que enlazan la multitud de percepciones que constituyen un ser pensante. El mismo razonamiento nos aporta una respuesta para la segunda cuestión. Si el nombre de percepción no hace absurda y contradictoria esta separación del espíritu, el nombre de objeto, que se refiere a la misma cosa, no puede hacer jamás imposible su enlace. Los objetos externos son vistos y sentidos y se presentan al espíritu; esto es, adquieren una relación de tal género con una multitud de percepciones que las influyen muy considerablemente aumentando su número por las reflexiones y pasiones presentes y abasteciendo la memoria de ideas. El mismo ser continuo y no interrumpido puede, por consiguiente, hallarse a veces presente al espíritu y a veces ausente de él sin un cambio esencial o real en su mismo ser. Una apariencia interrumpida para los sentidos no implica necesariamente una interrupción en la existencia.... Cuando la semejanza exacta de nuestras percepciones nos hace atribuirles la identidad, eliminamos la aparente interrupción fingiendo un ser continuo que llena los intervalos y concede una identidad perfecta y total a nuestras percepciones.Apuntes |
Sin embargo, como aquí no sólo fingimos, sino que CREEMOS en
esta existencia continua, el problema es:
¿De dónde surge una creencia semejante? Y esta cuestión nos
lleva al cuarto miembro de este sistema. Ha sido ya probado que la creencia en general no consiste más que en la vivacidad de
una idea y que una idea puede adquirir esta
vivacidad por su relación con alguna impresión presente. Las impresiones son naturalmente las percepciones más vivaces
del espíritu, y esta cualidad está parcialmente
producida por la relación con cada idea enlazada..... Ahora bien; esto es
exactamente lo que sucede en el presente
caso. Nuestra MEMORIA nos presenta un vasto número de ejemplos de percepciones
que se asemejan totalmente entre sí y que
vuelven a presentarse en diferentes distancias
en el tiempo después de interrupciones considerables. Esta semejanza nos
concede una inclinación a considerar estas percepciones interrumpidas como
las mismas y también una propensión a enlazarlas mediante una existencia continua para justificar la identidad y evitar la
contradicción a que parece llevarnos la
apariencia interrumpida de estas percepciones. Aquí, pues tenemos una
inclinación a FINGIR la existencia
continua de todos los objetos sensibles, y como esta inclinación surge
de alguna impresión vivaz de la memoria, concede vivacidad a la ficción o, con otras palabras, nos hace creer en la
existencia continua de los cuerpos..... Ahora bien; sobre este supuesto es una
opinión falsa que nuestros objetos o
percepciones sean idénticamente los mismos después de una interrupción,
y, por consiguiente, la opinión de su identidad jamás puede surgir de la razón, sino que debe surgir de la imaginación.
La imaginación es llevada a una creencia
tal tan sólo por medio de la semejanza de ciertas percepciones, ya que hallamos
que son únicamente nuestras percepciones semejantes las que poseen una inclinación
a ser supuestas las mismas. Esta inclinación a conceder la identidad a nuestras
percepciones semejantes produce la FICCIÓN de una existencia continua, ya
que esta ficción, lo mismo que la identidad, es
realmente falsa. |
Pero aunque somos llevados de esta manera, por la inclinación
natural de la imaginación, a atribuir una
existencia continua a los objetos sensibles o percepciones que
se asemejan entre sí en sus apariencias interrumpidas, sin embargo una pequeña
reflexión y un poco de filosofía bastarán para hacernos percibir lo FALAZ
de
esta opinión.....Cuando comparamos experimentos
y razonamos un poco sobre ellos,
percibimos pronto que la doctrina de la existencia independiente de
nuestras percepciones sensibles es contraria a la experiencia más vulgar.
Esto nos lleva hacia atrás a percibir nuestro
error de atribuir una existencia continua a
nuestras percepciones.....Cuando nos oprimimos un
ojo con el dedo percibimos inmediatamente que todos los objetos se hacen dobles
y una mitad de ellos se aparta de su posición corriente y natural; pero como
no podemos atribuir una existencia continua a
estas dos percepciones y como ambas son de
la misma naturaleza, notamos claramente que todas nuestras percepciones son
dependientes de nuestros órganos y de la disposición de nuestros nervios y
espíritus animales. Esta opinión se
confirma por el aparente aumento y disminución de los
objetos según su distancia, por su aparente alteración de la figura, por los
cambios de su color y otras cualidades
debidas a nuestras enfermedades y perturbaciones y
por un número infinito de otros experimentos del mismo género....La
consecuencia natural de este razonamiento será que nuestras percepciones no
tienen una existencia ni continua ni
independiente, y de hecho los filósofos han caído
en esta opinión, ya que cambian su sistema y distinguen entre PERCEPCIONES y
OBJETOS, de los cuales las primeras son discontinuas y perecederas
y diferentes en cada surgir, mientras que los últimos son continuos y poseen
existencia continua e identidad..... Afirmo que es sólo un remedio paliativo y
que contiene todas las dificultades del
sistema vulgar con algunas otras que le son peculiares. No existen principios,
ni del entendimiento ni de la fantasía, que nos lleven directamente a aceptar
esta opinión de la doble existencia de percepciones y objetos, y no podemos
llegar a ella más que a través de la hipótesis
común de la identidad y continuidad de nuestras
percepciones interrumpidas..... La única existencia
de la que nos hallamos ciertos es la de las percepciones, que, estando inmediatamente
presentes a nosotros por la conciencia, exigen nuestro más riguroso asentimiento
y son el primer fundamento de todas las conclusiones. La única conclusión
que podemos hacer partiendo de la existencia de
una cosa para llegar a la de otra, es la
de causa y efecto que muestra que existe un enlace entre ellas y que la existencia
de la una depende de la de la otra. La idea de esta relación se deriva de la
experiencia pasada, por la que hallamos que dos
seres se hallan unidos constantemente y se
presentan siempre a la vez al espíritu. Sin embargo, como ningún ser se
halla siempre presente al espíritu más que las
percepciones, se sigue que podemos observar
una conexión o una relación de causa y efecto entre diferentes percepciones;
pero jamás podemos observarla entre las
percepciones y los objetos. Es imposible, pues,
que de la existencia de algunas de las cualidades de las primeras podamos
realizar una conclusión referente a la
existencia de los últimos o satisfacer a nuestra razón
en este particular. |
Consideremos como garantizado que nuestras percepciones son discretas o interrumpidas y, aunque semejantes, son aún diferentes entre sí y permitamos al que lo desee que, partiendo de este supuesto, muestre que la fantasía directa o inmediatamente pasa a la creencia de otra existencia semejante a estas percepciones en su naturaleza, pero, sin embargo, continua, ininterrumpida e idéntica; .... Quien quiera explicar el origen de la opinión corriente relativa a la existencia continua y distinta de los cuerpos debe considerar la MENTE en esta situación corriente y debe partir del supuesto de que nuestras percepciones son nuestros únicos objetos y de que continúan existiendo aun cuando no son percibidas.... nuestras percepciones sensibles poseen, pues, una existencia continua e ininterrumpida. Sin embargo, como una pequeña reflexión destruye la conclusión de que nuestras percepciones poseen una existencia continua, mostrando que tan sólo tienen una existencia dependiente, se podía esperar naturalmente que rechazásemos esta opinión de que existe algo en la naturaleza análogo a una existencia continua que sigue siendo aun cuando no aparece a los sentidos. Esto no obstante, sucede otra cosa. Los filósofos se hallan tan lejos de rechazar la opinión de una existencia continua al rechazar la independencia y continuidad de nuestras percepciones sensibles, que, aunque todas sus direcciones están de acuerdo en esto último, lo primero, que es en cierto modo su consecuencia necesaria, ha sido sólo peculiar a algunos escépticos extravagantes, que, después de todo, mantenían esta opinión tan sólo de palabra y jamás pudieron llegar a creer sinceramente en ella.....Por todo ello debería tenerse en cuenta lo siguiente: existe una gran diferencia entre las opiniones que elaboramos después de una reflexión tranquila y profunda y las que abrazamos por una especie de instinto o impulso natural por razón de su acuerdo y conformidad con el espíritu. Si estas opiniones llegan a ser contrarias, no es difícil prever cuál de ellas dos triunfará. Mientras la atención se halla concentrada sobre el asunto, el principio filosófico y estudiado prevalece; pero en el momento en que dejamos en libertad a nuestro pensamiento, la naturaleza seguirá su camino y nos llevará a nuestra primera opinión..... Esta opinión ha arraigado tan profundamente en la imaginación, que es imposible desarraigarla..... Sin embargo, aunque nuestros principios naturales y manifiestos prevalezcan sobre nuestras reflexiones, producto de estudio, es cierto que debe existir alguna LUCHA y oposición en este caso, por lo menos en tanto que estas reflexiones conservan alguna fuerza y vivacidad. Para satisfacernos en este respecto imaginamos una NUEVA HIPÓTESIS que parece comprender los dos principios: el de la razón y el de la imaginación. Esta hipótesis es la filosófica de la doble existencia de las percepciones y de los objetos que agrada a nuestra razón, concediendo que las percepciones son interrumpidas y diferentes, y al mismo tiempo es grata a la imaginación, por atribuir una existencia continua a un algo que llamamos objetos. Este sistema filosófico, pues, es la DESCENDENCIA MONSTRUOSA DE DOS PRINCIPIOS que son contrarios entre sí, que son admitidos por el espíritu a la vez y que son incapaces de destruirse mutuamente. La imaginación nos dice que nuestras percepciones semejantes tienen una existencia continua y no interrumpida y que no se destruyen por su ausencia. La reflexión nos dice que aun las percepciones semejantes se hallan interrumpidas en su existencia y son diferentes entre sí. La contradicción entre estas opiniones la eludimos mediante una NUEVA FICCIÓN que concuerda con las hipótesis de la reflexión y la fantasía, atribuyendo estas cualidades contrarias a existencias diferentes: la interrupción a las percepciones y la continuidad a los objetos.....fingimos así una doble existencia en la que pueda hallar cada parte algo que posea las condiciones deseadas. Por consiguiente, esta opinión surge de la situación intermedia del espíritu y de la admisión de estos dos principios contrarios que nos hace buscar algún pretexto para justificar la admisión de ambos, lo que felizmente, por último, se halla en el sistema de la doble existencia.... De acuerdo con ello, hallamos que los filósofos no descuidan esta ventaja, sino que en seguida que dejan su soledad comparten con el resto del género humano las opiniones por ellos refutadas de que nuestras percepciones son nuestros únicos objetos y continúan los mismos, idénticos y no interrumpidos, en todas sus apariencias discontinuas.
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