Pero como es cierto que
existe una gran diferencia entre
la simple concepción de la existencia de un objeto y la creencia en
él, y como esta diferencia no está en los elementos o composición de la idea
que concebimos, se sigue que debe
estar en la manera de concebirlo. Supóngase que una persona
presente ante mí establece proposiciones a las cuales no puedo asentir: que
César murió en su cama, que la plata
es más fusible que el plomo o el mercurio más pesado
que el oro; es evidente que, a pesar de mi incredulidad, entiendo claramente
lo que quiere decir y me formo las
mismas ideas que él se forma. Mi imaginación está
dotada con las mismas facultades que la suya y no le es posible concebir una
idea que yo no pueda concebir o enlazar
ideas que yo no pueda enlazar. Por consiguiente, pregunto
en qué consiste la diferencia entre creencia y no creencia con respecto
de una proposición. La respuesta es fácil con respecto a las proposiciones
que son probadas por intuición o
demostración. En este caso, la persona que asiente no
sólo concibe las ideas de acuerdo con la proposición, sino que es llevado
necesariamente a concebirlas de
una manera particular o inmediatamente o por la interposición de
otras ideas. Todo lo que es absurdo es ininteligible y no es posible para la
imaginación concebir algo contrario a
la demostración. Sin embargo, como en los razonamientos
de la causalidad y referentes a los hechos esta necesidad absoluta no puede
tener lugar y la imaginación se halla libre de concebir ambos lados de la
cuestión, yo me pregunto aún en qué
consiste la diferencia entre incredulidad y creencia,
ya que en ambos casos la concepción de la idea es igualmente posible y requerida.
No es una respuesta satisfactoria decir
que una persona que no asiente a la proposición que
presentamos, cuando ha concebido el objeto de la misma manera que nosotros,
lo concibe inmediatamente de un modo diferente y tiene ideas diferentes de
él. Esta respuesta no es satisfactoria, no porque contenga alguna falsedad,
sino porque no descubre toda la
verdad. Se confiesa que en todos los casos en que disentimos
de una persona concebimos ambos lados de la cuestión; pero como podemos creer
tan sólo en uno, se sigue evidentemente que la creencia debe hacer alguna
diferencia entre la concepción a la que asentimos y aquella de que disentimos.
Nuestras ideas son copia de nuestras
impresiones y las representan en todas sus partes.
Cuando se quiere cambiar la idea de un objeto particular no se puede hacer
más que aumentar o disminuir su fuerza
y vivacidad. Si se hace otro cambio en ella.... Sucede lo mismo con los colores.
Un determinado matiz de un color
puede adquirir un nuevo grado de viveza o claridad sin
otra variación; pero si se produce alguna otra variación deja de ser el mismo
matiz o color; así, que como la
creencia no hace más que variar la manera de que concebimos
algún objeto, puede solamente conceder a nuestras ideas una fuerza y vivacidad
adicionales. Por consiguiente, una opinión o creencia puede ser más
exactamente definida como una
idea vivaz relacionada o asociada con una impresión presente.
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Sin embargo, la creencia es algo más que una simple idea. Es
una manera peculiar de formarnos una idea,
y como la misma idea puede solamente variar por la
variación de sus grados de fuerza y vivacidad, se sigue de todo lo anterior que
la creencia es una idea vivaz producida
por una relación con la impresión presente según
la definición que precede. La actividad
del espíritu, que constituye la creencia en algún hecho, parece hasta ahora
haber sido uno de los más grandes misterios de la filosofía, aunque nadie ha
sospechado que existía alguna dificultad para
explicarlo. Por mi parte, debo confesar que
encuentro una dificultad considerable en este caso, y que, aun cuando me parece
que entiendo el asunto perfectamente, no hallo palabras para expresar lo que
quiero decir. Concluyo por una inducción que me
parece muy evidente: que una opinión o
creencia no es más que una idea que es diferente de una FICCIÓN, no en la
naturaleza o en el orden de sus partes, sino en
la manera de ser concebida. Pero cuando
quiero explicar esta manera, apenas encuentro alguna palabra que responda
plenamente a mi representación, sino que me veo
obligado a recurrir al sentimiento de cada
uno para dar una noción perfecta de esta actividad del espíritu. Una idea a la
que se asiente es sentida de un modo diferente
que una idea ficticia que la fantasía nos
presenta, y este sentimiento diferente intento explicarlo llamándole una
fuerza, viveza, solidez, firmeza, fijeza
superior. Esta variedad de términos, que parece ser tan
poco filosófica, tiende tan sólo a expresar el acto del espíritu que hace
más presentes para nosotros las
realidades que las ficciones y que las hace tener más importancia
en el pensamiento y les concede una influencia superior sobre las pasiones y la
imaginación... La imaginación domina todas sus ideas
y puede unirlas, mezclarlas y variarlas de todos los modos posibles. Puede concebir
objetos con todas las circunstancias de lugar y tiempo. Puede presentárnoslos,
en cierto modo, tan vivamente como si hubiesen
existido. Pero como es imposible que esta
facultad pueda por sí misma lograr nunca la creencia, es evidente que
la creencia no consiste ni en la naturaleza ni en el orden de nuestras ideas,
sino en la forma de su concepción y en su
afección con respecto al espíritu. Confieso que es
imposible explicar perfectamente este sentimiento o forma de concepción.
Hacemos uso de palabras que expresan algo
próximo. Su verdadero y propio nombre es creencia,
que es un término que todo el mundo entiende de un modo suficiente en la
vida diaria. En filosofía no podemos hacer más
que afirmar que hay algo sentido por el
espíritu que distingue las ideas del juicio de las ficciones de la
imaginación, les da más fuerza e
influencia, las hace aparecer de mayor importancia, las fija en el espíritu
y las convierte en los principios directores de
nuestras acciones.
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La impresión presente es la que debe ser
considerada como la causa verdadera y real
de la idea y de la creencia que la acompaña.
Debemos, por consiguiente, tratar de descubrir, mediante experimentos, las cualidades
particulares que la capacitan para producir un efecto tan extraordinario. Primeramente, pues, hago observar que la
impresión presente no tiene este efecto por su propia fuerza y eficacia en tanto que se
la considera por sí misma como una percepción única, limitada al momento presente.
Hallo que una impresión partiendo de la cual, una vez presentada, no puedo lograr
ninguna conclusión, puede más tarde llegar a ser el fundamento de la creencia cuando
poseo la experiencia de sus consecuencias usuales. Debemos en cada caso haber observado la
misma impresión en ejemplos pasados y haber hallado que iba
constantemente unida con alguna otra impresión. Esto está confirmado por una
multitud tal de experimentos que no admite la más pequeña
duda. De una segunda observación concluyo que la
creencia que acompaña a la impresión presente y es producida por un cierto número de
impresiones y enlaces pasados surge inmediatamente sin una nueva actividad de
la razón o imaginación. De esto puedo estar cierto, porque jamás me doy cuenta
de una actividad tal y no hallo en el sujeto nada en que pueda fundarse. Ahora bien;
como llamamos
COSTUMBRE a todo lo
que procede de una repetición pasada, sin un
nuevo razonamiento o conclusión, podemos establecer como una verdad cierta que
toda la creencia que sigue a una impresión presente se deriva tan sólo de aquel
origen. Cuando nos hallamos acostumbrados a ver dos impresiones enlazadas entre sí, la
aparición de la idea de la una despierta inmediatamente en nosotros la idea de
la otra. Habiéndonos convencido plenamente acerca de este
punto, hago una tercera serie de experimentos para conocer si se requiere algo
más que la transición habitual....Una impresión presente
es, pues, absolutamente necesaria para este
proceso, y cuando después de esto comparo una impresión con una idea y hallo que
su única diferencia consiste en sus diferentes grados de fuerza y vivacidad, concluyo
de todo ello que la creencia es una concepción más vivida e intensa de una idea que
procede de su relación con una impresión presente.......
Es digno de ser observado que la experiencia
pasada, de la que dependen todos
nuestros juicios relativos a la causa y al
efecto, puede actuar sobre nuestro espíritu de una manera tan insensible que no nos demos
jamás cuenta de ello, y hasta en cierto modo puede sernos desconocido esto. Una
persona que se detiene en su camino por encontrar un río que lo atraviesa prevé las
consecuencias de su avance, y el conocimiento de las consecuencias le es sugerido
por la experiencia pasada, que le informa de ciertos enlaces de causas y efectos.
¿Podemos, sin embargo, pensar que en esta ocasión reflexiona sobre alguna
experiencia pasada y recuerda casos que ha visto u oído, para descubrir los efectos del
agua sobre los cuerpos animales? Seguramente que no; no es éste el modo como procede en su
razonamiento. La idea de hundirse va tan íntimamente unida con la del
agua y la idea de ahogarse tan inmediatamente unida con la de hundirse, que el espíritu
realiza la transición sin el auxilio de la memoria. El
HÁBITO actúa antes de que
tengamos tiempo para la reflexión. Los objetos parecen tan inseparables que no nos
detenemos ni un momento al pasar del uno al otro. Pero como esta transición
procede de la experiencia y no de una conexión primaria entre las ideas, debemos
reconocer necesariamente que la experiencia puede producir una creencia y un juicio relativo
a causas y efectos por una actividad separada y sin pensar en ello. Esto
hace desaparecer todo pretexto, si es que queda alguno, para afirmar que el espíritu
se convence razonando sobre el principio de que casos de que no tenemos experiencia deben
parecerse necesariamente a aquellos de que la tenemos; pues aquí hallamos
que el entendimiento o imaginación puede hacer inferencias partiendo de la
experiencia pasada sin reflexionar sobre
ello, y mucho menos sin formarse un principio
concerniente a ello o razonar sobre este principio.....
Toda creencia en una cuestión de
hecho.....deriva meramente de la unión de algún objeto presente a la memoria o
a los sentidos y de una conjunción habitual entre éste y algún objeto, o, en
otras palabras: habiéndose encontrado, en muchos casos, que dos clases
cualesquiera de objeto, llama y calor, nieve y frío, han estado siempre unidos;
si la llama y la nieve se presentaran nuevamente a los sentidos, la mente sería
llevada por la COSTUMBRE a esperar calor y frío, y a CREER que tal cualidad
realmente existe...Esta creencia es el resultado forzoso de colocar a la mente
en tal situación. Se trata de una operación del alma inevitable....Es como una
especie de instinto natural que ningún razonamiento o proceso de pensamiento
puede evitar.....Y es que en los fenómenos referidos a cuestiones de hecho
siempre se presupone la CREENCIA en el objeto correlativo....La proximidad a
nuestra casa jamás puede excitar nuestras ideas si no creemos que realmente
existe. Ahora bien, mantengo que esta creencia....sobrepasa la memoria y los
sentidos....Cuando tiro al fuego un trozo de madera seca, inmediatamente mi
mente es llevada a concebir que la llama aumentará y no que disminuirá. Esta
transición del pensamiento de la causa al efecto no procede de la razón. Tiene
su origen exclusivamente en la costumbre y en la experiencia....La costumbre
hace a la idea o representación de la llama como más potente y vivaz que
cualquier ensueño indisciplinado y fluctuante de la imaginación....Cuando una
espada apunta a mi pecho, ¿no me alterará más vivamente la idea de herida y
dolor que cuando se me presenta un vaso de vino, aún cuando se me ocurriese
casualmente aquélla idea tras la aparición de este objeto? |
Habiendo así explicado la naturaleza de la
creencia y mostrado que consiste en
una idea vivaz relacionada con la impresión
presente, procedamos ahora a examinar
de qué PRINCIPIO SE DERIVA
y qué concede
vivacidad a la idea.....Si al considerar la naturaleza de la relación y
la facilidad de la transición que le es esencial podemos convencernos de la realidad
de este fenómeno, bien; si no, debo confesar que baso mi confianza capital en la
experiencia para probar un principio tan importante. Por consiguiente, podemos
presentar, como el primer experimento para nuestro presente propósito, que ante la
apariencia de un retrato de un amigo ausente nuestra idea de él se vivifica
evidentemente por la SEMEJANZA y que
toda pasión que esta idea ocasiona, sea de
alegría o pena, adquiere nueva fuerza y vigor. A producir este efecto concurren una
relación y una impresión presente. Cuando el retrato no posee semejanza con él o al menos
no es tomado por suyo no lleva nuestro pensamiento hacia él, y cuando se halla
ausente, lo mismo que la persona, aunque el pensamiento pueda pasar del uno al otro
se experimenta que su idea por esta transición es más bien debilitada que
vivificada. Nos agrada ver el retrato de un amigo cuando está ante nosotros; pero cuando
está ausente preferimos considerarlo directamente, más bien que por su reproducción
en una imagen que se halla igualmente distante y es igualmente obscura.....Solamente
inferiré de estas prácticas y este razonamiento
que el efecto de la semejanza, consistente en vivificar la idea, es muy
corriente, y como en todo caso deben concurrir una semejanza y una impresión presente, poseemos
experimentos abundantes para probar la realidad de los principios
precedentes. Podemos dar más fuerza a estos experimentos
mediante otro de diferente género, considerando los efectos de la
CONTIGÜIDAD del
mismo modo que los de la semejanza. Es cierto que la distancia disminuye la fuerza de
toda idea y que cuando nos aproximamos a un objeto, aunque no se descubra a
nuestros sentidos, actúa sobre el espíritu con una influencia que imita a la
impresión inmediata. El pensamiento de un objeto lleva rápidamente al espíritu al que le
es contiguo, pero sólo la presencia actual de un objeto la transporta con una
vivacidad superior. Cuando me hallo a pocas millas de mi casa todo lo relativo a ella
me impresiona más directamente que cuando me encuentro distante doscientas leguas,
aunque a esta distancia aun la reflexión acerca de algo en la vecindad de mis amigos y
familia produce una idea de ellos....pero
también es cierto que esta idea surge solamente de una
relación con una impresión presente por lo que la creencia no añade nada a la idea,
sino que tan sólo cambia nuestra manera de concebirla y la hace más fuerte y
vivaz......A todo lo dicho, sin embargo, podría hacérsele una clara OBJECIÓN:
podría argüirse que si todos los elementos de esa hipótesis fueran
verdaderos, a saber, que las especies de relación (semejanza y contigüidad)
tienen el poder de avivar nuestras ideas, y que la creencia no es sino la
concepción más intensa y vivaz de una idea, se seguiría entonces que la
creencia podría derivarse no solo de la relación de causa y efecto sino
también de la semejanza y de la contigüidad. Pero como la experiencia nos dice
que la creencia se origina solamente de la causalidad....a pesar de la
dificultades de esta objeción...lo cierto es que la contigüidad y semejanza
tienen un efecto muy inferior al de causalidad; aunque no puede negarse que
algún efecto tienen, sobre todo, en lo que se refiere al aumento de la
convicción en una opinión o al incremento en la vivacidad de una concepción.
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