Hay algunos filósofos que imaginan que somos conscientes
íntimamente en todo
momento de lo que llamamos nuestro Yo, que sentimos su
existencia y su continuación
en la existencia, y se hallan persuadidos, aun más que por la
evidencia de una
demostración, de su identidad y simplicidad perfecta. La
sensación más intensa, la
pasión más violenta, dicen, en lugar de distraernos de esta
consideración la fijan
más intensamente y nos hacen apreciar su influencia sobre el Yo
por el dolor o el
placer. Intentar una prueba ulterior de ello sería debilitar su
evidencia, ya que ninguna
prueba puede derivarse de un hecho del cual somos tan
íntimamente conscientes,
y no existe nada de que podamos estar ciertos si dudamos de
esto.
Desgraciadamente, todas estas afirmaciones positivas son
contrarias a la experiencia
que se presume en favor de ellas y no tenemos una idea del Yo de
la manera
que se ha explicado aquí. ¿Pues de qué impresión puede
derivarse esta idea? Esta
cuestión es imposible de responder sin una contradicción
manifiesta y un absurdo
manifiesto, y es, sin embargo, una cuestión que debe ser
respondida si queremos
tener una idea del Yo clara e inteligible. Debe ser alguna
impresión la que da lugar a
toda idea real. Ahora bien; el Yo o persona no es una
impresión, sino lo que suponemos
que tiene referencia a varias impresiones o ideas. Si una
impresión da lugar a la
idea del Yo, la impresión debe continuar siendo invariablemente
la misma a través
de todo el curso de nuestras vidas, ya que se supone que existe
de esta manera. Pero
no existe ninguna impresión constante e invariable. El dolor y
el placer, la pena y la
alegría, las pasiones y sensaciones se suceden las unas a las
otras y no pueden existir
jamás a un mismo tiempo. No podemos, pues, derivar la idea del
Yo de una de estas
impresiones, y, por consecuencia, no existe tal idea.
Pero ¿qué sucederá con todas nuestras percepciones
particulares, partiendo de
esta hipótesis? Todas son diferentes, distinguibles y
separables entre sí y pueden ser
consideradas separadamente, pueden existir separadamente y no
necesitan de nada
para fundamentar su existencia. ¿De qué manera, pues,
pertenecerán al Yo y cómo se enlazarán con él? Por mi parte, cuando penetro más
íntimamente en lo que llamo
mi propia persona, tropiezo siempre con alguna percepción
particular de calor o
frío, luz o sombra, amor u odio, pena o placer. No puedo jamás
sorprenderme a mí
mismo en algún momento sin percepción alguna, y jamás puedo
observar más que
percepciones. Cuando mis percepciones se suprimen por algún
tiempo, como en el
sueño profundo, no me doy cuenta de mí mismo y puede decirse
verdaderamente
que no existo. Y si mis percepciones fueran suprimidas por la
muerte y no pudiese ni
pensar, ni sentir, ni ver, ni amar, ni odiar, después de la
disolución de mi cuerpo, me
hallaría totalmente aniquilado y no puedo concebir qué más se
requiere para hacer
de mí un no ser perfecto. Si alguno, basándose en una
reflexión seria y sin prejuicio,
piensa que tiene una noción diferente de su Yo, debo confesar
que no puedo discutir
más largo tiempo con él. Todo lo que puedo concederle es que
tiene tanto derecho
como yo y que somos esencialmente diferentes en este respecto.
Puede, quizá, percibir
algo simple y continuo que llame su Yo, aunque yo estoy cierto
de que no
existe un principio semejante en mí.
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Dejando a un lado algunos metafísicos de este género, me atrevo a afirmar del resto de los hombres que no son más que un enlace o colección de diferentes percepciones que se suceden las unas a las otras con una rapidez inconcebible y que se hallan en un flujo y movimiento perpetuo. Nuestros ojos no pueden girar en sus órbitas sin variar nuestras percepciones. Nuestro pensamiento es aun más variable que nuestra vista, y todos nuestros demás sentidos y facultades contribuyen a este cambio y no existe ningún poder del alma que permanezca siempre el mismo ni aun en un solo momento. La MENTE es una especie de teatro donde varias percepciones aparecen sucesivamente, pasan, vuelven a pasar, se deslizan y se mezclan en una infinita variedad de posturas y situaciones. Propiamente hablando, no existe simplicidad en ellas en un momento ni identidad en diferentes, aunque podamos sentir la tendencia natural a imaginarnos esta simplicidad e identidad. La comparación del teatro no debe engañarnos. Sólo las percepciones sucesivas constituyen el espíritu y no poseemos la noción más remota del lugar donde estas escenas se representan o de los materiales de que están compuestas. ¿Qué nos produce, pues, una inclinación tan grande a atribuir una identidad a estas percepciones sucesivas y a suponer que nosotros poseemos una existencia invariable e ininterrumpida a través de todo el curso de nuestras vidas? Para responder a esta cuestión debemos distinguir entre IDENTIDAD PERSONAL EN CUANTO SE REFIERE A NUESTRO PENSAMIENTO O IMAGINACIÓN y en cuanto se refiere a NUESTRAS PASIONES o al interés que tenemos por nosotros mismos. Lo primero constituye nuestro asunto presente,....Tenemos una idea distinta de un objeto que permanece invariable e ininterrumpido a través de las supuestas variaciones del tiempo, y a esta idea la llamamos la de identidad. Tenemos también una idea distinta de varios objetos diferentes existiendo en sucesión y enlazados entre sí por una íntima relación, y esto para una consideración exacta proporciona una noción de diversidad tan perfecta como si no existiese ninguna clase de relación entre los objetos. Sin embargo, aunque estas dos ideas de identidad y de una sucesión de objetos relacionados sean en sí mismas perfectamente distintas y hasta contrarias, es cierto que en nuestra manera de pensar corriente se confunden generalmente entre sí. La actividad de la imaginación.... facilita la transición del espíritu de un objeto al otro y hace su paso tan suave como si contemplase un objeto continuo. Esta semejanza es la causa de la confusión y error que nos hace substituir la noción de identidad a la de objetos relacionados. Aunque en un instante dado podamos considerar la sucesión relacionada como variable o interrumpida, nos hallamos seguros en un momento próximo de atribuirle una identidad perfecta y de estimarla como invariable e ininterrumpida. Nuestra propensión hacia este error es tan grande,...que aunque lo corregimos incesantemente por la reflexión y volvemos a una manera más exacta de pensar, no podemos mantener firme largo tiempo nuestra filosofía o apartar esta predisposición de la imaginación. Nuestro último recurso es ceder ante ella y afirmar atrevidamente que estos objetos diferentes y relacionados son en efecto lo mismo, aunque interrumpidos y variables. Para justificarnos de este absurdo, fingimos frecuentemente algún nuevo principio ininteligible que enlaza estos objetos entre sí y evita su interrupción y variación. Así, fingimos la existencia continua de las percepciones de nuestros sentidos para evitar la interrupción y recurrimos a la noción de un alma, yo y substancia, para desfigurar la variación. |
Supongamos una masa de materia cuyas partes son contiguas
y están enlazadas
y que se halla situada ante nosotros; es claro que debemos
atribuir a esta masa
una identidad perfecta con tal de que sus partes continúen
ininterrumpidas e invariablemente
las mismas cualquiera que sea el movimiento o cambio de lugar
que podamos
observar en algunas de sus partes. Pero suponiendo que alguna
parte pequeña o
insignificante se añade o se resta de la masa, aunque esto
destruye en absoluto la
identidad del todo, rigurosamente hablando, rara vez pensamos de
un modo tan exacto
y no experimentamos escrúpulo alguno para declarar que la masa
de la materia es la
misma cuando hallamos una alteración tan pequeña. El paso del
pensamiento de un
objeto antes del cambio al objeto después de él es tan suave y
fácil que apenas
percibimos la transición y nos inclinamos a imaginar que no es
más que una consideración
continua del mismo objeto.
Existe una circunstancia muy notable que acompaña a este
experimento, a saber:
que aunque el cambio de una parte considerable de una masa de
materia destruye la
identidad del todo, sin embargo, debemos medir el tamaño de la
parte no absolutamente,
sino en su relación con el todo..... Un barco del que se han
cambiado partes importantes
por frecuentes reparaciones se considera como el mismo, y la
diferencia de
los materiales no nos impide atribuirle una identidad. El fin
común para que todas
las partes sirven es el mismo en todas sus variaciones y nos
proporciona una fácil
transición de la imaginación de una situación del cuerpo a
otra.... Una encina que crece desde una planta pequeña a un
árbol grande
es la misma encina, aunque no existe ni una partícula de
materia o ninguna figura de
sus partes que sean las mismas. Un niño llega a ser un hombre y
es a veces grueso y
a veces delgado, sin ningún cambio en su identidad.
....En definitiva el problema consiste en que confundimos normalmente
entre IDENTIDAD NUMÉRICA e IDENTIDAD
ESPECÍFICA....Así el hombre que oye un ruido que aparece y
desaparece intermitentemente, y con frecuencia, dice que sigue siendo el
mismo ruido, aunque es evidente que los sonidos tienen aquí solamente una
identidad específica....y que no hay nada que numéricamente la misma
cosa, salvo la causa que lo origina....Una iglesia, originariamente de
ladrillo se derrumba y vuelve a ser construida.....por ni la forma ni los
materiales son los mismos....y, sin embargo, tendemos a ver la misma
iglesia en ámbos casos. |
Pasamos ahora a explicar la NATURALEZA de la identidad personal, que ha llegado a ser una cuestión tan importante en filosofía... La identidad que atribuimos al espíritu humano es tan sólo ficticia...ya que la identidad que atribuimos al espíritu humano, por muy perfecta que la imaginemos, no es capaz de convertir en una las múltiples percepciones y hacerles perder sus características de distinción y diferencia que les son esenciales. Es cierto aún que cada percepción que entra en la composición del espíritu es una existencia distinta y diferente, distinguible y separable de cada una de las otras percepciones, ya sean simultáneas, ya sucesivas. Pero como, a pesar de esta distinción y separabilidad, suponemos que la serie total de las percepciones se halla unida por la identidad, surge la cuestión de si esta relación de identidad es algo que realmente enlaza entre sí nuestras varias percepciones o algo que solamente asocia sus ideas en la imaginación.... Podemos decidir fácilmente esta cuestión si recordamos lo que ha sido probado extensamente, a saber: que el entendimiento jamás aprecia una conexión real entre los objetos... De aquí se sigue evidentemente que la identidad no es nada que realmente pertenezca a estas percepciones diferentes y las una entre sí, sino tan sólo meramente una cualidad que les atribuimos a causa de la unión de sus ideas en la imaginación cuando reflexionamos sobre ellas. Ahora bien; las únicas cualidades que pueden dar a las ideas una unión en la imaginación son las tres relaciones antes mencionadas.... Por consiguiente, de algunas de estas tres relaciones, de semejanza, continuidad y causalidad, depende la identidad,...... Es evidente que aquí debemos limitamos a la semejanza y causalidad y debemos dejar a un lado la contigüidad, que sólo tiene una influencia pequeña o no tiene ninguna en el caso presente..... Comenzando con la SEMEJANZA, supongamos que podemos ver tan claramente el espíritu de otro y observar la sucesión de percepciones que constituye su alma o principio pensante, y supongamos que esta otra persona conserva siempre la memoria de una parte considerable de sus percepciones pasadas; es evidente que nada puede contribuir más a conceder una relación a esta sucesión a pesar de todas sus variaciones. Pues ¿qué es la MEMORIA más que la facultad por la cual hacemos surgir las imágenes de las percepciones pasadas? Y como una imagen necesariamente se asemeja a su objeto, ¿no debe la colocación frecuente de estas percepciones semejantes en la serie del pensar hacer pasar la imaginación más fácilmente de un término a otro y hacer que el todo parezca la continuidad de un mismo objeto? En este respecto, pues, la memoria no sólo DESCUBRE la identidad, sino que contribuye a su PRODUCCIÓN, creando la relación de semejanza entre las percepciones. En cuanto a la CAUSALIDAD, podemos observar que la verdadera idea del espíritu humano es considerarlo como un sistema de diferentes percepciones o diferentes existencias que se hallan enlazadas entre sí por la relación de causa y efecto y se producen, destruyen, influyen y modifican mutuamente. Nuestras impresiones dan lugar a las ideas correspondientes, y estas ideas, a su vez, producen otras impresiones. Un pensamiento persigue a otro y trae tras de sí un tercero, por el cual es expulsado a su vez.... pero sigue presente la misma persona de tal modo que aunque varíe su carácter y disposición, lo mismo que sus impresiones e ideas, sigue sin perder su identidad. Pues bien, como la memoria por sí sola nos hace conocer la continuidad y extensión de esta sucesión de percepciones, debe ser considerada, por esta razón capitalmente, como la FUENTE de la identidad personal. Si no tuviésemos memoria, jamás podríamos tener una noción de la causalidad, ni, por consecuencia, de la cadena de causas y efectos que constituyen nuestro yo o persona. Sin embargo, habiendo adquirido esta noción de causalidad por la memoria, podemos EXTENDER la misma cadena de causas y, por consiguiente, la identidad de nuestras personas más allá de nuestra memoria, y podemos comprender tiempos, circunstancias y acciones que hemos olvidado enteramente, pero que suponemos en general que han existido. Pues ¡de qué pocas de nuestras acciones tenemos memoria! ¿Quién puede decirme, por ejemplo, cuáles fueron sus pensamientos y acciones el primero de enero de 1715, el 11 de marzo de 1719 y el 13 de agosto de 1733? ¿O se afirmará que, porque se han olvidado totalmente los incidentes de estos días, el Yo actual no es la misma persona que el Yo de aquel tiempo y por medio de esto se echarán abajo las nociones más firmes de la identidad personal? Desde este punto de vista, pues, la memoria no tanto PRODUCE como DESCUBRE la identidad personal.
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