Tratado de la naturaleza
humana
Al hablar de identidad Hume, diferencia entre identidad
en general e identidad personal. Acerca de la identidad
en general ya hemos visto como Hume analizaba el tema en el apartado
referido a la cuestión de la existencia continua y distinta de los cuerpos.
Ahora, sin embargo, en esta parte del Tratado de la naturaleza humana ( Parte
IV. Sección VI ), Hume, centra sus análisis en el
estudio de lo que denomina Identidad Personal.
Antes de analizar en detalle esta cuestión es conveniente decir alguna cosa acerca de la diferencia que Hume establece e Alma
e Identidad personal (Yo). En principio parece que la diferencia entre
estos dos conceptos no es tan importante, ya que ambas ideas estarían haciendo
referencia a realidades cuya existencia seria posible, como Kant después dirá,
al margen del espacio y del tiempo. Es decir, con estos dos conceptos estaríamos
hablando, según Hume, de realidades permanentes, idénticas, invariables e
inmateriales. En tal sentido, la coincidencia entre ambas seria total. ¿En dónde
residiría entonces la diferencia que nos explicaría el porque, Hume, las
analiza de modo separado? Pues en lo siguiente:
Según Hume, estas afirmaciones son, desgraciadamente,
contrarias a la experiencia misma abogada en su favor, pues lo primero que
habría que responder es a la cuestión siguiente: ¿de qué impresión
podría derivarse tal idea e la identidad del Yo? Si no
respondemos claramente a esta cuestión, la afirmación de que existe en
nosotros tal idea, como algo evidente, estaría sometida a una cruda confusión,
ya que tienen que existir necesariamente las impresiones que originen tal
idea. Ahora bien, el Yo o Persona, de la que hablamos, comienza por no ser
una impresión, sino la referencia o realidad constante que acompaña,
permaneciendo idéntica, a todas nuestras percepciones, sean impresiones o
ideas. Pues bien, busquemos fuera del mismo Yo o Identidad
Personal, la
impresión o impresiones que nos permiten defender la existencia de ese Yo.
Es evidente que tal impresión tiene que corresponderse con tal idea, es
decir, tendría que ser una impresión que permaneciera invariablemente idéntica
durante toda nuestra vida, pues se supone que el Yo existe de ese modo.
Ahora bien, no existe ninguna impresión que sea constante e invariable:
dolor, tristeza, placer, alegría o temor ..... se suceden una tras de otra,
y nunca existen todas al mismo tiempo. En definitiva,
parece que la idea del Yo o identidad personal no puede derivarse de ninguna
de las impresiones de sensación, de reflexión o de los sentidos externos.
Existe en el Tratado un texto claramente expresivo de lo que Hume nos quiere
decir. Veámoslo:
En lo que a mi respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mi mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepción particular, sea de calor o de frío, de luz o de sombra, de amor o de odio, de dolor o placer.... Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción...Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño profundo, por ejemplo,....no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo. Y si todas mis percepciones particulares fueran suprimidas y ya no no pudiese pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la desaparición de mis cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado....Si tras una reflexión seria y libre de prejuicios hay alguien que piense que él tiene una noción diferente de sí mismo, tengo que confesar que ya no puedo seguirle en mis razonamientos. Todo lo que puedo concederle es que él puede estar tan en su derecho como yo, y que ambos somos esencialmente diferentes en este particular. Es posible que él pueda percibir algo simple y continúo a lo que llama su yo, pero yo sé con certeza que en mi no existe tal principio. |
En definitiva, Hume, niega que él pueda
experimentar dentro de si, es decir, ver por intuición, al modo cartesiano, la
existencia de un Yo simple y continuo. Y es que, según Hume, los seres humanos
estaríamos realmente estructurados como un haz o colección de percepciones
diferentes,
existentes en un perpetuo flujo y movimiento. Nuestros ojos, por ejemplo, afirma
Hume, no pueden girar sus órbitas sin hacer que sus percepciones varíen. Pues
bien, en este contexto, Hume, afirma que nuestra Mente es como una
especie de teatro en el que las distintas percepciones se presentan en forma
sucesiva: pasan, vuelven, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una
variedad infinita de posturas y situaciones. En conclusión
eso que denominamos como Mente no es otra cosa que la contemplación
consciente de tales percepciones.
Ahora bien, a pesar de que todos estos argumentos nos muestran la imposibilidad
racional de entender que pueda existir ese algo al que denominamos como
Yo o identidad personal, lo que también es evidente que, digamos lo que
digamos, seguimos creyendo que, a pesar de la multiplicidad de las
percepciones, existe un Yo al que las referimos; y tal Yo, creemos
también, que
sigue siendo el mismo a través del tiempo. Pues bien, como esta creencia
( junto con otras ya vistas ) es algo que, según Hume, forma parte de la
naturaleza humana, y, además, es algo imposible de desterrar. En definitiva, no queda más
remedio, señala Hume, que averiguar las causas que nos inducen a
creernos en posesión de algo que permanece invariable a través del tiempo,
como es la idea del Yo o identidad personal. Pues bien, el
análisis que Hume lleva a cabo, sobre esta cuestión, en el en el Tratado, abarca tres niveles. Analicémoslos
ACERCA DE LAS CAUSAS QUE NOS INDUCEN A CREER EN LA EXISTENCIA DEL YO COMO ALGO IDÉNTICO E INVARIABLE
PRIMER NIVEL
Confusión de identidad y sucesión
(Recordar como trata esta cuestión Hume en el apartado referido a
la existencia continua e independiente de los cuerpos).
En relación con este nivel, Hume, comienza diferenciando
entre identidad personal referida al pensamiento y a la imaginación; e
identidad personal referida a las pasiones. Afirma que, en estos momentos,
lo que interesa analizar se refiere a la identidad personal relacionada con
los pensamientos o percepciones, es decir, la referida al Yo pensante.
Pues bien, Hume señala que la primera causa que nos llevaría a creer en la
existencia de un Yo idéntico a través del tiempo, residiría en la confusión
que la imaginación establece entre las ideas de identidad y sucesión: solemos denominar a la idea que tenemos de algo que permanece
invariable en el tiempo con el nombre de identidad o mismidad. Por otro
lado, a objetos diferentes que existen de modo sucesivo y que están conectados
mutuamente por una estrecha relación, por ejemplo, de semejanza, los situamos
bajo la idea de sucesión. Es evidente, además, que por muy semejantes que sean
tales realidades relacionadas son distintas unas de las otras. ( Por ejemplo, dos
percepciones sucesivas del mismo sol, sabemos que son distintas y discontinuas
).
Ahora bien, lo que sucede es que por su propia naturaleza, la imaginación a
estas ideas distintas las trata como si fueran idénticas, de tal modo que la
relación entre dos objetos sucesivos en el tiempo ( dos percepciones diferentes
del sol por ejemplo ) son convertidos por la imaginación en algo tan suave que
acaban por mostrársenos como continuos e idénticos. Y aunque nos corrijamos
constantemente a nosotros mismos mediante la reflexión, no podemos sostener por
mucho tiempo nuestra filosofía, ni arrancar de la imaginación este prejuicio:
así, llegamos a admitir que los diferentes objetos relacionados por ejemplo,
por su semejanza, son de hecho la misma cosa, aunque se presenten de modo
continuo y variable. Pero, además, tal identidad no la aplicamos únicamente a
las percepciones u objetos, sino que considerarnos también que el Yo que las
contempla sigue siendo también él mismo, idéntico e invariable. En
definitiva, para suprimir la discontinuidad de las percepciones, llegamos a
crear y a creer en la existencia de un Yo o identidad personal que no
cambia.
SEGUNDO NIVEL
Confusión
entre identidad numérica e identidad
específica
Otra de las causas que nos llevan a creer en la idea de identidad personal es la confusión que establecemos entre identidad numérica e identidad específica. En la identidad especifica resulta que lo sucesivo es realmente lo mismo, es decir, algo que produce, por ejemplo, el mismo ruido, una y otra vez, parece evidente que no tendría sentido afirmar que lo que se está sucediendo es un color o un sabor. Es un ruido, y no otra cosa, lo que sucede al otro. Pues bien, en este sentido, podríamos hablar de identidad especifica. Ahora bien, el que hablemos de identidad especifica, no implica que sea lo mismo que la identidad numérica. En la identidad numérica lo sucesivo ya no es realmente lo mismo aunque siga siendo igual. Así, aunque los ruidos que se suceden unos a otros, sean ruidos y no colores ( identidad especifica ), ello no quiere decir que numéricamente sean los mismos ruidos. El primero no es lo mismo que el segundo y así sucesivamente ...... Pues bien, si aplicamos todo lo dicho al terreno de las percepciones y de la identidad personal nos encontramos con que las percepciones pueden ser específicamente iguales y, sin embargo, ser numéricamente distintas. Del mismo modo, sucedería con el YO que, sin dejar de ser igual, sin embargo, la razón nos dice que no es el mismo, es decir, no es idéntico. Lo que sucede es que la imaginación hace desaparecer la identidad numérica y la identifica con la especifica lo que nos lleva a creer que el Yo no solamente es semejante e igual ( no es el tú o una piedra ) sino que nos lleva a creer que también que es idéntico e invariable a través de la sucesión numérica.
TERCER NIVEL
La memoria es una fuente que no solamente
descubre sino que también produce la idea de identidad personal. Descubre y produce la idea de identidad personal en relación con la asociación de
semejanza. Produce y descubre la idea de identidad personal en relación
con la asociación de causalidad
Es este nivel, sin duda alguna, en donde sitúa Hume la verdadera causa de nuestra creencia en la idea de identidad personal. La descripción resumida del mismo podría resumirse del modo siguiente: