Tratado de la naturaleza humana

Primera parte: Del entendimiento
Acerca de la i
dentidad personal
Apuntes

Al hablar de identidad Hume, diferencia entre identidad en general e identidad personal. Acerca de la identidad en general ya hemos visto como Hume analizaba el tema en el apartado referido a la cuestión de la existencia continua y distinta de los cuerpos. Ahora, sin embargo, en esta parte del Tratado de la naturaleza humana ( Parte IV. Sección VI ), Hume, centra sus análisis en el estudio de lo que denomina Identidad Personal.
Antes de analizar en detalle esta cuestión es conveniente decir alguna cosa acerca de la diferencia que Hume establece e Alma e Identidad personal (Yo). En principio parece que la diferencia
entre estos dos conceptos no es tan importante, ya que ambas ideas estarían haciendo referencia a realidades cuya existencia seria posible, como Kant después dirá, al margen del espacio y del tiempo. Es decir, con estos dos conceptos estaríamos hablando, según Hume, de realidades permanentes, idénticas, invariables e inmateriales. En tal sentido, la coincidencia entre ambas seria total. ¿En dónde residiría entonces la diferencia que nos explicaría el porque, Hume, las analiza de modo separado? Pues en lo siguiente:

  1. Hume concibe al alma esencialmente como substancia soporte o sostén inmaterial de nuestras percepciones.
  2. Hume concibe el Yo o Identidad Personal no tanto como el soporte invariable e inmaterial de nuestras percepciones, sino como  algo que acompaña a las mismas y permanece idéntico e invariable a través del tiempo.
  3. Pues bien, teniendo en cuenta estas ideas, Hume, intenta analizar ahora la idea de identidad personal o Yo y averiguar si realmente es algo de lo que podemos estar seguros al defender su existencia. Para ello, comienza afirmando que algunos filósofos defienden que nuestro YO es algo que no necesita ser demostrado, ya que, por intuición descubrimos que la existencia de nuestro yo, idéntico e invariable, es algo tan cierto que resultaría absurdo el ponerlo en duda.
  4. Según Hume, estas afirmaciones son, desgraciadamente, contrarias a la experiencia misma abogada en su favor, pues lo primero que habría que responder es a la cuestión siguiente: ¿de qué impresión podría derivarse tal idea e la identidad del Yo? Si no respondemos claramente a esta cuestión, la afirmación de que existe en nosotros tal idea, como algo evidente, estaría sometida a una cruda confusión, ya que tienen que existir necesariamente las impresiones que originen tal idea. Ahora bien, el Yo o Persona, de la que hablamos, comienza por no ser una impresión, sino la referencia o realidad constante que acompaña, permaneciendo idéntica, a todas nuestras percepciones, sean impresiones o ideas. Pues bien, busquemos fuera del mismo Yo o Identidad Personal, la impresión o impresiones que nos permiten defender la existencia de ese Yo. Es evidente que tal impresión tiene que corresponderse con tal idea, es decir, tendría que ser una impresión que permaneciera invariablemente idéntica durante toda nuestra vida, pues se supone que el Yo existe de ese modo. Ahora bien, no existe ninguna impresión que sea constante e invariable: dolor, tristeza, placer, alegría o temor ..... se suceden una tras de otra, y nunca existen todas al mismo tiempo. En definitiva, parece que la idea del Yo o identidad personal no puede derivarse de ninguna de las impresiones de sensación, de reflexión o de los sentidos externos. 
    Existe en el Tratado un texto claramente expresivo de lo que Hume nos quiere decir. Veámoslo:

En lo que a mi respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mi mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepción particular, sea de calor o de frío, de luz o de sombra, de amor o de odio, de dolor o placer.... Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción...Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño profundo, por ejemplo,....no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo. Y si  todas mis percepciones particulares fueran suprimidas y ya no no pudiese pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la desaparición de mis cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado....Si tras una reflexión seria y libre de prejuicios hay alguien que piense que él tiene una noción diferente de sí mismo, tengo que confesar que ya no puedo seguirle en mis razonamientos. Todo lo que puedo concederle es que él puede estar tan en su derecho como yo, y que ambos somos esencialmente diferentes en este particular. Es posible que él pueda percibir algo simple y continúo a lo que llama su yo, pero yo sé con certeza que en mi no existe tal principio.

En definitiva, Hume, niega que él pueda experimentar dentro de si, es decir, ver por intuición, al modo cartesiano, la existencia de un Yo simple y continuo. Y es que, según Hume, los seres humanos estaríamos realmente estructurados como un haz o colección de percepciones diferentes, existentes en un perpetuo flujo y movimiento. Nuestros ojos, por ejemplo, afirma Hume, no pueden girar sus órbitas sin hacer que sus percepciones varíen. Pues bien, en este contexto, Hume, afirma que nuestra Mente es como una especie de teatro en el que las distintas percepciones se presentan en forma sucesiva: pasan, vuelven, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones. En conclusión eso que denominamos como Mente no es otra cosa que la contemplación consciente de tales percepciones.
Ahora bien, a pesar de que todos estos argumentos nos muestran la imposibilidad racional de entender que pueda existir ese algo al que denominamos como Yo o identidad personal, lo que también es evidente que, digamos lo que digamos, seguimos creyendo que, a pesar de la multiplicidad de las percepciones, existe un Yo al que las referimos; y tal Yo, creemos también, que sigue siendo el mismo a través del tiempo. Pues bien, como esta creencia  ( junto con otras ya vistas ) es algo que, según Hume, forma parte de la naturaleza humana, y, además, es algo imposible de desterrar. En definitiva, no queda más remedio, señala Hume, que averiguar las causas que nos inducen a creernos en posesión de algo que permanece invariable a través del tiempo, como es la idea del Yo o identidad personal. Pues bien, el análisis que Hume lleva a cabo, sobre esta cuestión, en el en el Tratado, abarca tres niveles. Analicémoslos

ACERCA DE LAS CAUSAS QUE NOS INDUCEN A CREER EN LA EXISTENCIA DEL YO COMO ALGO IDÉNTICO E INVARIABLE

PRIMER NIVEL 
Confusión de identidad  y sucesión
 (Recordar
como trata esta cuestión Hume en el apartado referido a la existencia continua e independiente de los cuerpos).

En relación con este nivel, Hume, comienza diferenciando entre identidad personal referida al pensamiento y a la imaginación; e identidad personal referida a las pasiones. Afirma que, en estos momentos, lo que interesa analizar se refiere a la identidad personal relacionada con los pensamientos o percepciones, es decir, la referida al Yo pensante.
Pues bien, Hume señala que la primera causa que nos llevaría a creer en la existencia de un Yo idéntico a través del tiempo, residiría en la confusión que la imaginación establece entre las ideas de identidad y sucesión: solemos denominar a la idea que tenemos de algo que permanece invariable en el tiempo con el nombre de identidad o mismidad. Por otro lado, a objetos diferentes que existen de modo sucesivo y que están conectados mutuamente por una estrecha relación, por ejemplo, de semejanza, los situamos bajo la idea de sucesión. Es evidente, además, que por muy semejantes que sean tales realidades relacionadas son distintas unas de las otras. ( Por ejemplo, dos percepciones sucesivas del mismo sol, sabemos que son distintas y discontinuas ).
Ahora bien, lo que sucede es que por su propia naturaleza, la imaginación a estas ideas distintas las trata como si fueran idénticas, de tal modo que la relación entre dos objetos sucesivos en el tiempo ( dos percepciones diferentes del sol por ejemplo ) son convertidos por la imaginación en algo tan suave que acaban por mostrársenos como continuos e idénticos. Y aunque nos corrijamos constantemente a nosotros mismos mediante la reflexión, no podemos sostener por mucho tiempo nuestra filosofía, ni arrancar de la imaginación este prejuicio: así, llegamos a admitir que los diferentes objetos relacionados por ejemplo, por su semejanza, son de hecho la misma cosa, aunque se presenten de modo continuo y variable. Pero, además, tal identidad no la aplicamos únicamente a las percepciones u objetos, sino que considerarnos también que el Yo que las contempla sigue siendo también él mismo, idéntico e invariable. En definitiva, para suprimir la discontinuidad de las percepciones, llegamos a crear y a creer en la existencia de un Yo o identidad personal que no cambia.

SEGUNDO NIVEL
Confusión entre identidad numérica e identidad específica

Otra de las causas que nos llevan a creer en la idea de identidad personal es la confusión que establecemos entre identidad numérica e identidad específica. En la identidad especifica resulta que lo sucesivo es realmente lo mismo, es decir, algo que produce, por ejemplo, el mismo ruido, una y otra vez, parece evidente que no tendría sentido afirmar que lo que se está sucediendo es un color o un sabor. Es un ruido, y no otra cosa, lo que sucede al otro. Pues bien, en este sentido, podríamos hablar de identidad especifica. Ahora bien, el que hablemos de identidad especifica, no implica que sea lo mismo que la identidad numérica. En la identidad numérica lo sucesivo ya no es realmente lo mismo aunque siga siendo igual. Así, aunque los ruidos que se suceden unos a otros, sean ruidos y no colores ( identidad especifica ), ello no quiere decir que numéricamente sean los mismos ruidos. El primero no es lo mismo que el segundo y así sucesivamente ...... Pues bien, si aplicamos todo lo dicho al terreno de las percepciones y de la identidad personal nos encontramos con que las percepciones pueden ser específicamente  iguales y, sin embargo, ser numéricamente distintas. Del mismo modo, sucedería con el YO que, sin dejar de ser igual, sin embargo, la razón nos dice que no es el mismo, es decir, no es idéntico. Lo que sucede es que la imaginación hace desaparecer la identidad numérica y la identifica con la especifica lo que nos lleva a creer que el Yo no solamente es semejante e igual  ( no es el tú o una piedra ) sino que nos lleva a creer que también que es idéntico e invariable a través de la sucesión numérica.

TERCER NIVEL
La memoria es una fuente que no solamente descubre sino que también produce la idea de identidad personal. Descubre y produce la idea de identidad personal en relación con la asociación de semejanza.  Produce y descubre la idea de identidad personal en relación con la asociación de causalidad

Es este nivel, sin duda alguna, en donde sitúa Hume la verdadera causa de nuestra creencia en la idea de identidad personal. La descripción resumida del mismo podría resumirse del modo siguiente:

  1. Hume comienza afirmando y repitiendo que la identidad que atribuimos a la mente es una ficción puesto que es imposible pensar que el Yo pensante sea capaz de reunir las distintas y diferentes percepciones en una sola o de hacerles desaparecer los caracteres de distinción que les son esenciales. 
  2. Sin embargo, continúa Hume, como, a pesar de lo dicho, seguimos creyendo que el curso total de las percepciones está unido por la identidad, se trataría de averiguar otra de las causas de tal creencia. 
  3. Hume señala que la causa primera que nos lleva a creer en la idea de identidad personal, reside en la naturaleza de la imaginación y, sobre todo, de la memoria. Es evidente que la imaginación ( al margen de lo que nos diga la razón ) siente que las percepciones existen enlazadas de modo ordenado lo que permite su asociación. Lo que sucede es que únicamente existen tres leyes de asociación de las percepciones: semejanza, contigüidad y causalidad. Ello implica, entonces, que la identidad personal, en tanto en cuanto asocia diferentes percepciones en un mismo Yo, tiene que depender necesariamente de las leyes señaladas; es decir, unirá las diferentes percepciones en un mismo Yo, atendiendo a la semejanza y a la causalidad. ( Hume rechaza la contigüidad como una ley asociativa unida a la idea de identidad personal, ya que el Yo ni ocupa espacio ni lugar ).
  4. Pues bien, teniendo claro lo que se acaba de señalar, Hume, afirma que si unimos identidad personal y semejanza nos encontramos con lo siguiente: es evidente que dentro de la multiplicidad de percepciones de las que somos conscientes, existen muchas que son semejantes entre si y que se encuentran situadas no solamente en el presente sino también en el pasado. Pues bien, sabemos que tales percepciones, aunque semejantes, son distintas. Sabemos también que el Yo que las acompaña o acompañaba es también distinto numéricamente. De todas formas, creemos que las percepciones son idénticas y el Yo también. ¿Por que? Hume introduce en la respuesta a esta cuestión el importante papel que juega la MEMORIA como fuente de nuestra creencia en la idea de identidad personal.
  5. Según Hume, la MEMORIA, ante percepciones semejantes, pero distintas, y ante un Yo semejante, pero distinto, realiza la doble función siguiente: en primer lugar, nos permite descubrir y saber acerca de la naturaleza de las percepciones, ya que ordena cronológicamente, en su orden justo, a las mismas. En segundo lugar, puede hacer desaparecer las diferencias numéricas de tales percepciones, confundiéndolas con las especificas, de tal modo que no solamente descubre sino que también produce la idea de identidad personal. Es decir, en nosotros existen multitud de percepciones referidas a multitud de cuestiones; dentro de estas percepciones, unas son semejantes a otras, pero, también numéricamente distintas, por pertenecer a otros momentos y lugares. Al mismo tiempo, somos conscientes de que el Yo que acompañó a tales percepciones, semejantes, pero distintas, es también numéricamente distinto. Sin embargo, esto que sabemos racionalmente, lo ponemos en duda al creer que el Yo es idénticamente el mismo. ¿Por qué? Según Hume, la MEMORIA juega un papel esencial en tal creencia. Y juega un papel esencial, unido a la asociación de semejanza (que estamos analizando), pues permite que, no solamente, descubramos y sepamos cuales son las percepciones semejantes en tiempos diferentes sino y, sobre todo, porque es responsable de producir la relación de semejanza entre las percepciones. 
  6. Por lo que respecta a la relación de la identidad con la asociación de la causalidad, Hume, afirma lo siguiente: parece evidente que la mente humana es un sistema de percepciones unidas entre si por la relación de causa y efecto. Nuestras impresiones originan sus correspondientes ideas, éstas, a su vez, pueden originar nuevas impresiones ..... Ahora bien, lo que también parece evidente es que todas estas percepciones se suceden unas a otras sin la sensación de pérdida de identidad. ¿Por qué? Pues bien, vuelve a ser la MEMORIA, según Hume, la responsable de tal ficción. Y es que si no tuviéramos memoria no tendríamos noción, en primer lugar, de la idea de causalidad, es decir, sería imposible que pudiésemos recordar la lista sucesiva de causas y efectos que constituyen nuestro Yo o Persona. En este sentido, podría decirse que la memoria es quien PRODUCE la identidad personal. Pero todavía hace algo más: DESCUBRE también la idea de identidad personal. Y la descubre desde el momento en que la memoria es capaz de extender tal idea de identidad personal hacia circunstancias y acciones que hemos olvidado por completo. En este sentido,  se pregunta Hume: ¿quién podría decirme, por ejemplo, cuales fueron sus pensamientos y acciones el 1 de enero de 1715 o el 1 1 de marzo de 1719? ....Parece que resulta difícil contestar a tal cuestión. Sin embargo, lo que también resulta evidente es que tal olvido de fechas de acontecimientos no implica el olvido de que el Yo actual sea el mismo Yo de aquellas fechas. Pues bien, según Hume, desde este punto de vista la memoria no produce sino que descubre la identidad-personal.

    Presentación